sábado, diciembre 16, 2023

Alger Furst (5) - Perdido en la traducción

Esta es la 5ª entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser un relato interactivo, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Una súbita sensación de valentía invadió el cuerpo de Alger de pies a cabeza. No vaciló ni un segundo a la hora de levantarse y quedar totalmente expuesto en el centro de la azotea. Tenía claro su objetivo: servir de elemento distractor para el soldado armado y así darle más opciones de huir al muchacho. Tragó saliva, respiró profundamente y confió en que su voz fuera capaz de llegar hasta su enemigo.

—¿Qué haces disparando a una simple piedra en vez de venir a por mí? ¡Jundiun ghabi! —gritó a pleno pulmón, incluyendo un insulto en el idioma del militar—. ¿Acaso tienes que presumir con ese rifle porque el otro no te funciona?


   A pesar de que le hubiera gustado controlar más el dialecto de la zona para que su provocación se hubiese entendido de forma íntegra, quedó más que satisfecho con lo que había dado de sí su torrente de voz. Se lamentó por haber abandonado la afición de cantar tras terminar la universidad y salir del coro. Aunque reconoció que lo que más le motivaba era el éxito que tenía con las chicas, las cuales quedaban encandiladas con su talento.


   Sirviéndose de nuevo del objetivo de la cámara de fotos para poder observar al guerrillero en la lejanía, permaneció expectante ante las primeras reacciones de este. Notablemente alterado cual basilisco, el ofendido soldado se revolvía de un lado a otro intentando sin éxito determinar la procedencia de aquellas palabras que habían atacado de lleno su ego. Alger no pudo evitar soltar una carcajada por lo chistosa que le pareció esa visión.

¡Muéstrate, sabandija extranjera! —consiguió entender de entre todas las lindezas que le dedicaba el iracundo soldado.


   A sabiendas de que en cualquier momento podría percatarse de la huida del chico y tirar por tierra su plan de distracción, Alger decidió darle la puntilla revelándole su posición y así incitarle a abandonar aquella terraza. Para ello, debía valerse de la linterna que tenía guardada en la mochila.

¡Ven aquí teniendo cojones y resolver esto cara a cara! —exclamó en su imperfecto dialecto del árabe para desafiar al miliciano, a la vez que encendía y agitaba la luz para llamar su atención.


   A través del improvisado catalejo pudo apreciar cómo su cabeza parecía un volcán a punto de estallar; sin duda, ya le había localizado. Rápidamente, Alger se tiró al suelo de la terraza nada más ver cómo el soldado enfilaba el rifle hacia él, justo cuando comenzaba a vaciar el cargador de manera indiscriminada pero inútil, por la gran distancia que les separaba.

—Agh... ¿es que este hombre sólo sabe arreglar las cosas gritando y disparando aunque no tenga a nadie a tiro? —soltó Alger mientras permanecía a cubierto—. Al menos he conseguido que se mantenga ocupado conmigo.


   Las balas silbaban por encima del muro que le servía de parapeto, sintiendo de vez en cuando cómo alguna descarriada impactaba contra la pared de la azotea. El ruido continuo de las detonaciones del rifle no le permitía apreciar nada de lo que el miliciano expelía por su boca, aunque era consciente de que sus palabras no le guardarían demasiado cariño.

—Y ahora, ¿qué hago? Podría irme a la terraza de la casa de al lado y prepararle alguna emboscada en la que arrojarle alguna piedra si se digna a venir hasta aquí —se puso a divagar Alger para darle continuidad a su estrategia—. Pero el hecho de que él esté armado con un rifle, complica demasiado el asunto. Ojalá se le acabe antes la munición...


   Enseguida se percató de que ya no se escuchaban más disparos ni tampoco los gritos del encolerizado miliciano.

—¿Se habrá decidido por fin a venir para acá? Quién sabe... Me gustaría poder echar un vistazo, pero, ¿y si está esperando a que asome la cabeza por encima del poyete?


   Tenía que actuar sin demora si quería despejar la incertidumbre de no saber cuál era la posición del enemigo; aún a riesgo de ser alcanzado por un disparo certero. Rápidamente, se arrastró hacia una esquina de la azotea, donde dejó la linterna encendida en el suelo. De inmediato, se dirigió hacia el otro extremo de la terraza para asomarse desde allí, con la esperanza de que el soldado tuviera su punto de mira en el señuelo luminoso.


   Nuevamente, con el objetivo de la cámara delante de su ojo bueno para las fotos, oteó hacia el enclave del miliciano para descubrir que éste ya no se encontraba sobre el rellano de la terraza, sino un poco más abajo.

—Espera, ese el otro soldado, al que había obligado a subirse a la cornisa. ¿Qué es lo que me he perdido? ¿A dónde ha ido el otro? —se preguntó intrigado mientras observaba cómo dejaba el arma en el suelo.


   Poco después, vio cómo el segundo guerrillero se giraba hacia su posición y exclamaba algo que parecía estar dirigido a él. A malas penas, Alger consiguió entender que se había acabado el peligro y que tenía vía libre para ir hacia allí.

—¿Cómo que ya no hay...? ¿Qué ha pasado con el fanático de los disparos? —siguió cuestionándose, dudando sobre qué podía hacer a continuación.


   Prefiriendo mantenerse a cubierto por precaución, barajando qué opciones tenía para averiguar más sobre lo ocurrido y llegando a la conclusión de que el soldado que quedaba era el único del que podría obtener algo de información.

¿Qué le ha ocurrido a tu compañero? —le preguntó Alger poniendo sus manos alrededor de la boca para amplificar su voz, manteniéndose alerta ante cualquier detalle que pudiera delatar las intenciones del otro interlocutor.


   Haciendo un gran esfuerzo para oír y comprender la respuesta, Alger entendió que ese miliciano había disparado a su camarada, cayendo muerto hacia la calle. Sorprendido en un primer momento, reparó en que aquel hombre también había estado a punto de morir a manos de su compañero. Aún guardando cierto recelo sobre esa información, tenía sentido que aquello fuera verdad. Pero de alguna forma tenía que verificarlo con sus propios ojos sobre el terreno. Desplazándose a gatas para no exponerse, recuperó la linterna y la puso a buen recaudo en su mochila antes de acceder de nuevo a la vivienda.


   Una vez dentro, escuchó un ruido en la planta inferior que hizo que su cuerpo se estremeciera. ¿Dónde habían quedado el valor y el arrojo con los que se había enfrentado verbalmente al miliciano? Viéndose acorralado, su única opción era bajar las escaleras y enfrentarse a vida o muerte ante esa nueva amenaza. Agarrando de nuevo la linterna para poder propinar un golpe metálico con cierta contundencia, comenzó a bajar las escaleras con sumo sigilo. Pronto atinó a ver una silueta arrodillada en el suelo, junto a la sábana que había dispuesto para tapar los cuerpos de la mujer y los dos niños que había encontrado muertos. Respirando aliviado al reconocer al muchacho, dedujo que debía tratarse de su familia. 


   Tras revivir el duro recuerdo de la pérdida de sus padres, comprendió el mal trago por el que debía estar pasando el chico. Alger decidió interrumpir su duelo con la intención de reconfortarlo.

Hola, lo siento por su pérdida. Los cubrí con... sábana para protegerles y... agradecer su hospitalidad —trató de explicar Alger sin lograr encontrar todas las palabras en el idioma del muchacho.


   En un primer instante, éste se sobresaltó al no esperar a nadie allí junto a él. Pero enseguida le correspondió con una sonrisa en señal de aprecio por su consideración. Siendo consciente de las dificultades que le depararía el futuro al haberse quedado huérfano sin tan siquiera haber llegado a la edad adulta, Alger procuró encontrar una manera de ayudarle.

¿Tienes más familia? Puedo llevar con ellos —le indicó, pensando en que podría utilizar la ambulancia para recorrer los caminos de la zona hasta alguna aldea cercana donde viviera algún conocido suyo.


   Cabizbajo, el chico permaneció en silencio y negando con la cabeza a la vez que su semblante se volvía más triste aún. Contagiado de ese mismo sentimiento, Alger no iba a permitir que el chaval se quedara solo en mitad de aquel desolado lugar. Decidió empezar a ganarse su confianza acercándose a él, intentando mitigar las reticencias que el chico pudiera tener a la hora de tener que dejar atrás la aldea.

Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú?


   El muchacho se le quedó mirando por unos instantes, hasta que finalmente comenzó a realizar gestos con sus manos. Alger se quedó perplejo al no esperar su respuesta mediante lenguaje de signos. Le vino a la mente la chica por la que se matriculó en una asignatura para aprender a signar en alemán durante sus años de universidad. Sin embargo, los movimientos que estaba contemplando carecían de sentido para él. Hasta entonces, había creído erróneamente que los signos eran universales para todos los idiomas. Se lamentó por no lograr entender al chico, dando por hecho de que este no era capaz de hablar pero sí oírle.

Lo siento, conozco el lenguaje de signos..., pero no consigo entender tus gestos... —se disculpó Alger hablando torpemente en árabe mientras que signaba sus palabras en alemán, para que al menos viera su intención de poner todo de su parte para comunicarse con él.


   Al parecer, el chico tampoco comprendía los movimientos de sus manos, pero sí las palabras que había chapurreado. Mostrándose sonriente y nuevamente agradecido por sus esfuerzos, se levantó del suelo para acercarse a una de las paredes del salón. Seguidamente, señaló una de las tres tablillas de arcilla que había colgadas. Haciendo uso de la linterna, Alger iluminó esa parte de la estancia, pudiendo apreciar las letras dibujadas con tinta oscura. Al ver cómo repasaba los trazos con sus dedos y a continuación se tocaba repetidamente la nariz, comprendió que lo que había allí escrito era su nombre. Se imaginó que los caracteres de las otras dos tablillas corresponderían a sus hermanos.

La... Ka... —pronunció Alger a la misma vez que rebuscaba su bloc de notas en la mochila.

Kazim —se escuchó desde la puerta de la vivienda.




   Ambos se giraron sobresaltados hacia la entrada, donde hacía acto de presencia uno de los soldados. Rápidamente, Alger empujó al muchacho tras él para interponerse y protegerlo ante un eventual ataque por parte del inesperado invitado.

No... intentes nada... raro o... —balbuceó Alger afectado por la nueva situación de peligro, intentando encontrar alguna vara u otro objeto que le sirviera de apoyo para defenderse.

Tranquilos, no voy a haceros daño —declaró el miliciano levantando ambas manos para mostrar que no estaba empuñando ningún arma.

¿Qué quieres... de nosotros? —acertó a preguntar Alger, preparado para arrojar la linterna al miliciano si este hacía ademán de agarrar el rifle que llevaba colgado a la espalda.

Tú Alhefus, él Kazim, yo Iyad —se presentó el miliciano señalando secuencialmente a los allí presentes, concluyendo por él mismo.


   Aún con cierta desconfianza, Alger asintió sin rechistar y, ni mucho menos, hacer amago por corregirle el cómo había dicho su nombre. Para cuando vino a darse cuenta, el muchacho se había atrevido a acercarse al soldado para saludarle y mostrarle su agradecimiento por haber detenido la amenaza a la que habían estado sometidos por parte del militar caído.

Tenemos que irnos de esta aldea antes de que vengan más soldados que os puedan matar —les advirtió Iyad, a la vez que se fijaba en las manchas de sangre de la ropa de Alger—. ¿Estás herido?

Estoy bien. Me he... dormido y... recuperado —contestó Alger sin saber cómo explicarle lo que ni tan siquiera él tenía certeza sobre lo que le había ocurrido—. ¿A dónde huir?

Az Zubayr, mi hogar. Está al sur de Basora, a unas dos horas de aquí. Allí podréis esconderos y descansar —les propuso Iyad—. Yo quiero abandonar el ejército, volver con mi esposa y escapar del país por Kuwait.


   Después de pedirle a Iyad que le repitiera su respuesta un par de veces, apoyado por el joven Kazim, quien se prestó a signar sus palabras, Alger por fin logró hacerse una idea de lo que le había dicho. Fue consciente de que el soldado pretendía desertar de su deber con el ejército iraquí si todo aquello era cierto. Le alegraba el hecho de haberse topado con un militar contrario a la guerra, aunque tenía cierta preocupación por las represalias que podría recibir en el caso de ser descubierto. Pero todo aquello pasó a un segundo plano al ver lo que éste sacaba de su zurrón.

Esto es tuyo, Alhefus —indicó Iyad mientras le hacía entrega de sus extraviadas cámara fotográfica y billetera—. Está mejor en tus manos que en las de Farid.


   Sin poder ocultar la cara de asombro, Alger recibió su preciada cámara con una ilusión similar a la del día en que sus padres se la regalaron. Centrado en escudriñar el aparato fotográfico por todos sus ángulos para cerciorarse de que se encontraba en perfectas condiciones, no prestó demasiada atención a las explicaciones que le daba el miliciano sobre el hurto.

Gracias, gracias, gracias... —acertó a decir repetidamente Alger tras recuperar su bien más preciado.

Mi superior no era una mala persona, aunque sucumbiera a la locura producida por el dolor y el odio de vivir en guerra —admitió Iyad hablando lo más despacio posible para que Alger pudiera entenderlo mejor, a la vez que se arrodillaba ante él para pedirle clemencia—. Mis otros compañeros también eran buenos hombres, obligados como yo a participar en este conflicto. Por eso, a pesar de todo el daño que os hemos causado, os ruego que los perdonéis y me ayudéis a trasladar sus restos a mi ciudad para que allí puedan descansar para siempre.


   Mientras Alger procesaba lo que acababa de oír, Kazim se acercó a Iyad para tocar su hombro delicadamente, mostrándole que aceptaba sus disculpas. El soldado levantó la cabeza mostrando sus arrepentidos ojos bañados en lágrimas y mirando fijamente el rostro del muchacho.

Por Dios, ¡yo te conozco! Eres tú... Kazim... el niño del hospital. ¡Estás vivo! —exclamó alegremente Iyad, fundiéndose en un efusivo abrazo con el chiquillo y añadiendo más vítores que Alger fue incapaz de traducir.


   Éste aprovechó el momento de jolgorio para guardar su cámara de fotos en la mochila, con la esperanza de no perderla de nuevo durante esa aventura; sin duda, anhelaba darla por concluida tras lo vivido en aquel interminable día. A su vez, echaba de menos el poder dormir sin la amenaza de ser atacado, el disfrutar del lluvioso clima de su país, el degustar una buena cerveza y el poder tontear con mujeres que también hablaran su mismo idioma.


   Comenzó a reír al ver cómo la cara de Kazim mezclaba terror y felicidad a partes iguales, mientras que Iyad seguía celebrando el inesperado reencuentro alzando el escuálido cuerpo del chico, que surcaba el aire como si se encontrara en una atracción de feria. Aunque no fuera la forma más ortodoxa de hacerlo, el soldado estaba consiguiendo distraer al muchacho de toda la fatalidad que había sufrido su familia.


   Algo cansado, levantó una de las sillas volcadas en el suelo y tomó asiento para pensar en qué haría con las pertenencias que dejó en Bagdad un mes atrás. ¿Le merecería la pena volver a por un par de botas, unas cuantas prendas de batalla y un libro que tenía más que leído? Y lo más importante, ¿qué haría entonces con Kazim?



Siguiente


Con la idea de llevar a Kazim a un lugar más seguro, ¿a dónde y cómo decide ir Alger?

A) Prefiere ir por su cuenta tomando la ambulancia, llevando a Kazim hasta Bagdad.
B) Acepta ir junto Iyad hasta su ciudad y desde allí buscar algún medio para volver a Bagdad, confiándole la custodia de Kazim.
C) Además de viajar a la ciudad de Iyad, abandonará el país por Kuwait junto a él y Kazim.

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