Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25.
Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su viaje a Berlín. Jünaj determinó que su memoria había sido alterada, provocándole ese efecto al encontrar alguna incoherencia. El anfitrión le propuso recuperar sus recuerdos. Sin embargo, ese ritual no estaría exento de peligros y otras revelaciones.
—Resiste, Bertram. Enseguida podrás reunirte con mamá. —No le importaba que el niño no pudiera oírle desde donde quisiera que estuviera.
Debía darse prisa si no quería perderlo para siempre.
—Quiero intentarlo otra vez. Adelante, Jünaj.
El anfitrión hizo un gesto de asentimiento. Sin más dilación, sujetó a Bertram por los hombros y le mordió en el cuello con suma delicadeza. De nuevo, este sintió un dolor placentero que envolvió su cuerpo de arriba a abajo. Intentaba concentrarse en su objetivo: no dejarse embaucar por el mordisco de Jünaj.
—Muérdele, muérdele, muérdele... —se repetía incansablemente en su mente.
Aún seguía consciente y sus colmillos ya estaba listos para pasar a la acción. Tras sufrir unos ligeros espasmos, consiguió estirar lentamente los músculos del cuello y enfilar su boca hacia la yugular de Jünaj. Sentía su sangre cerca. Anhelaba volver a probarla. La tenía a su alcance. Lo había conseguido. Pero justo al abrir sus fauces, escuchó el llanto de un recién nacido tras él. El recuerdo de su hijo al nacer irrumpió en su mente. El mismo niño que moriría a manos de Niels Rainath si él no lo remediaba.
Se giró por instinto, esperando encontrarse con su pequeño. Pero en lugar de verse en el hospital donde Ingrid dio a luz, se había trasladado a una habitación lúgubre, con un tono anaranjado fruto del tintineo de las velas. A su lado, un hombre y una mujer con las manos ensangrentadas trataban de hablar con él, aunque Bertram hacía caso omiso a lo que le decían. A unos pasos de distancia, una anciana sostenía en brazos al bebé cuyo llanto desconsolado inundaba sus oídos. Su mirada estaba concentrada en la mujer que yacía inmóvil sobre una mesa de madera robusta. Entendió que se trataba de la esposa de Jünaj, quien por desgracia había fallecido durante el parto. Aún así, Bertram, rememorando los recuerdos de su anfitrión, intentó acercarse hacia donde estaba ella. Interceptándolo, la pareja se lo impidió.
—¡No, Jonas! No la toques, o la podredumbre también se extenderá por tu cuerpo —le advirtió el hombre mientras lo agarraba ayudado por la otra mujer.
—E-es por mi culpa —balbuceó Bertram sin conseguir zafarse de ellos—. E-el Szadista te-tenía razón. E-ebba moriría si daba a luz un hijo mío...
—Es una niña. Y parece que está a salvo de ese mal —La anciana que sostenía al bebé intentaba darle algo de consuelo, pero guardó silencio en cuanto los demás le hicieron un gesto para que cerrara la boca.
Sus ojos empañados por las lágrimas contemplaban cómo la piel de Ebba se teñía lentamente de un color similar al del carbón. Todo su cuerpo, a excepción del rostro, había sucumbido ya. Aún albergaba esperanzas de que abriera los ojos si le acariciaba sus mejillas. Necesitaba que su esposa despertara de esa pesadilla.
—¡Ebba! —gritó Bertram, haciendo otro infructuoso intento por alcanzarla con las manos mientras se ahogaba en sus propios sollozos.
El desánimo por la pérdida de su pareja hizo que las piernas flaquearan hasta derrumbarse y quedar arrodillado en el suelo. Ebba y él habían conseguido ser padres después de haberlo anhelado durante tanto tiempo. Aunque el precio a pagar fue demasiado alto.
—¡Jonas! —chillaron los demás al verlo caer.
—É-él me maldijo... —se lamentó Bertram con la mirada perdida al frente.
—¡Eso no son más que habladurías! ¡No te creas nada de lo que te dijo ese desgraciado! —le sugirió una de las mujeres.
—Es una fatalidad lo que le ha ocurrido a Ebba. Su salud era muy frágil. Y a pesar de la enfermedad, Dios le ha permitido dar a luz a esta niña. ¡Alegrémonos por recibir este regalo bendito! —El hombre trató de justificar lo que había ocurrido, sin servir de consuelo para Bertram, al igual que tampoco lo hizo en su día para Jünaj.
La luz de las velas se consumió rápidamente a la par que la escena se tornaba difusa. Después de salir de su ensoñación, Bertram volvió junto a Jünaj e Ikal. Se fijó en la sangre que cubría los labios del anfitrión, quien no había tenido lugar de relamerse. El rostro desencajado de Jünaj le hizo pensar en que algo no iba bien.
—¿Qu-qué ocurre? —se atrevió a preguntarle Bertram.
Hasta entonces, había considerado a Jünaj como alguien de convicción firme e inalterable. Pero acababa de descubrir su lado más vulnerable; su pasado como mortal, de nombre Jonas. En ambas visiones, el culpable de su miedo y desolación parecía ser el mismo: «el Szadista». ¿De qué le sonaba ese apodo? De nuevo, una dolorosa sensación volvió a taladrarle la cabeza.
—Bertram, muérdeme. ¡Ahora! —le ordenó Jünaj por sorpresa.
Mientras su cuerpo se desplomaba, notó cómo los brazos del anfitrión lo agarraban con fuerza. Su cabeza encontró descanso sobre el hombro de Jünaj, quien le seguía instando a que le mordiera. Poco a poco, el deseo de volver a probar su deliciosa sangre consiguió hacerse paso a través del intenso dolor que soportaba. Cuando vino a darse cuenta, tenía los colmillos anclados al cuello de este. A la vez que saboreaba el primer trago, experimentó un estado de clarividencia hasta entonces desconocido para él. Percibió el miedo de Ikal, quien expelía un grito enmudecido al ver a Jünaj doblegado y en serio peligro. Algo más lejos, sintió la incertidumbre de su mujer y de los que estaban junto a ella.
Un torrente de sangre encabritado comenzó a caer por su garganta, excitando desmesuradamente los instintos de su bestia interior. Aquello era aún placentero de lo que lo había sido la vez anterior. Pero, ¿qué ocurriría si consumía toda su sangre? La advertencia de Ikal resonó en su cabeza. Debía detenerse antes de matar a Jünaj. A pesar de los intentos de Bertram por retirarse, sus ansias por seguir bebiendo se lo impidieron. Definitivamente, perdió el control y continuó engullendo; el frenesí iba en aumento.
Bertram comenzó a sentir una gran presión en el pecho. Su corazón latía acelerado mientras que huía a toda velocidad por un oscuro corredor. Una luz exigua se colaba por los estrechos ventanales, junto con el ruido del fragor de una cruenta batalla. Tiró del portón que había al final del pasillo para descubrir estaba cerrado a cal y canto. Mientras lo aporreaba, alcanzó a oír cómo una puerta se abría tras él.
—¡Jonas, ven por aquí!
—¡Señor Siegward! —respondió Bertram reconociendo aquella voz—. ¿Cómo...?
—Apresúrate. László te quiere dar caza. ¡Ven conmigo! —le urgió el noble mientras vigilaba que no hubiera nadie más.
El cuerpo de Bertram se estremeció al escuchar ese nombre. Rápidamente, cruzó por la puerta antes de que Siegward echara el cierre. Mientras recuperaba el resuello, observó cómo el noble movía un pesado arcón y bloqueaba la entrada. Seguía sin encontrar una explicación razonable a su fuerza sobrehumana. Todavía recordaba cómo fue capaz de levantar su carromato sin casi despeinarse la primera vez que se encontraron.
—¡Está herido, señor Siegward! —advirtió Bertram fijándose en su desgastado aspecto.
La vestimenta de Siegward presentaba varios cortes y suciedad propios de una trifulca. Sin duda, había utilizado la espada corta que portaba en el cinto para abrirse paso hasta el interior del castillo. Bertram percibía la admiración de Jünaj hacia aquel noble, influida por la consideración que tenía hacia sus vasallos. Cualquier otro aristócrata lo habría dejado morir en manos del enemigo.
—No has de preocuparte, Jonas. No es nada que haga mi vida peligrar. Enseguida me repondré.
—Ha sido una temeridad que haya venido hasta este lugar, señor Siegward. Pero siempre le estaré agradecido por su ayuda —le correspondió Bertram haciendo una leve reverencia.
—Los hombres del Szadista han bloqueado todas las salidas, incluyendo los accesos a los túneles subterráneos. —El noble agarró la vela que descansaba sobre una mesa cercana—. La única vía de salida del castillo es por los aires.
—Pero nosotros carecemos de alas como las aves. ¿Cómo escaparemos? —Bertram reprodujo la inquietud de Jünaj, quien no era capaz de concebir el plan de Siegward.
—Está todo dispuesto en el torreón central. —El noble comenzó a palpar la pared junto a la chimenea, hasta empujar uno de los embelecos. Tras oírse un chasquido, una puerta que hasta entonces había permanecido oculta se abrió ante ellos.
El ruido de espadas al chocar acompañado de numerosos gritos invadió el pasillo contiguo. El frente de batalla les pisaba los talones, por lo que ambos se apremiaron a entrar por el pasadizo. Parecía que el noble conocía aquel entramado de pasillos secretos y no vacilaba al llegar a las bifurcaciones. Bertram iba unos pasos más atrás, analizando cada recodo que tomaban e intentando situarse dentro de la fortaleza. De repente, una voz le susurró al oído, dejándolo paralizado por completo.
—¿Qué te ocurre, Jonas? No te detengas. Debemos darnos prisa —le apremió el noble volviendo sobre sus pasos.
—E-es e-el Szadista. M-me ha hablado. ¡E-está aquí! —balbuceó Bertram tembloroso y sin todavía poder moverse.
—¡No lo escuches o dará con nosotros! —Siegward le agarró de ambos brazos y lo agitó para sacarle del trance en el que se encontraba sumido.
Por suerte, recobró parte de su valentía y las piernas volvieron a responderle. Sin más dilación, ambos continuaron con su huida. Aquella voz volvió a amedrentarlo en más ocasiones, pero consiguió seguir adelante. Mientras subían las empinadas escaleras del torreón, todo a su alrededor comenzó a temblar. La luz de la vela que portaba Siegward se desvaneció y los peldaños de piedra se desmoronaron. Mientras caía inexorablemente al vacío, un gran remolino de viento elevó por los aires a Bertram. Su cuerpo giraba cada vez a mayor velocidad y, mareado, no tardó en perder el conocimiento.
*****
Lo hemos logrado, Bertram. Nuestras mentes ya están conectadas.
Te estarás preguntando el porqué de pedirte que me mordieras. Ibas a desmayarte otra vez, lo que habría complicado el plan de rescate de tu hijo. Ahora, cálmate Bertram, o de lo contrario consumirás toda mi sangre antes de que podamos reconstruir lo que permanece oculto en tu memoria. Ikal tenía razón en lo peligroso que ha sido hacer este ritual en las condiciones en las que me encuentro. Pero sigamos adelante.
No te preocupes por lo que ocurra fuera. En esta comunión mental, el tiempo fluye más despacio, por lo que el viaje a través de tus recuerdos tan solo nos llevará unos pocos minutos. En primer lugar, hemos de encontrar un hilo del que tirar. Nos tendremos que remontar a antes de que fueras convertido en vampiro. Ingrid mencionó que estuviste en Berlín. ¿Recuerdas qué te llevó a viajar hasta allá?
Ya veo, también lo has olvidado. Sin embargo, hay algo de lo que has vivido en mi pasado que parece guardar relación con uno de tus recuerdos perdidos. Algo que ha estado a punto de hacerte perder el conocimiento. Bertram, ayúdame a guiarte para que tu memoria vuelva. ¿Qué necesitas saber de mi existencia para hacerte recordar?
Continuará...
Son muchas las incógnitas que tiene Bertram sobre el pasado de Jünaj, pero tratará de centrarse en las relacionadas con una persona. ¿Sobre quién le preguntará?
A) Jonas
B) Su mujer fallecida
C) László el Szadista
D) Siegward
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