sábado, noviembre 18, 2023

Kazim Ayad (5) - Alma efímera

Bertram Kastner, un periodista de investigación, despierta una noche convertido en un vampiro. Sin recordar cómo ha ocurrido, inicia una búsqueda de respuestas a la vez que se aleja de sus seres queridos para protegerlos de sí mismo. Tú, como lector, puedes influir en las decisiones que él y otros protagonistas irán tomando a lo largo de ésta historia. ¿Conseguirá sobrevivir a todos los peligros a los que se ha de enfrentar gracias a ti?

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    Totalmente decidido en socorrer al periodista, Kazim soltó sus manos de la cornisa, dejando que su cuerpo descendiera durante unos instantes. Con exactitud y acierto, hincó los dedos en el pequeño hueco del muro donde anteriormente tuvo apoyados los pies, consiguiendo frenar su caída libre. Mientras se balanceaba como si de un péndulo se tratase, echó un vistazo al ya no tan lejano suelo de la calle. Sin más dilación, se despegó de la pared impulsándose hacia atrás, para a continuación aterrizar grácilmente a cuatro patas; tal cual lo habría hecho un gato callejero.


    Desde su posición, era capaz de seguir escuchando los iracundos bramidos de Farid; más aún tras haber cesado su indiscriminada ráfaga de disparos. El joven vampiro aprovechó para concentrar sus sentidos sobrenaturales hacia lo que habría a la vuelta de la esquina. Sin lugar a dudas, allí se encontraba el extranjero al que había dejado recuperándose en su casa. Lamentablemente, percibía su aura muy debilitada y en vías de extinguirse en cuestión de segundos. De forma inmediata, se adentró en la callejuela contigua, esperando encontrarlo gravemente herido, con la idea de ponerlo a salvo e intentar curarlo de nuevo. Pero tras la nube de polvo provocada por el revuelo de balas que habían impactado contra el suelo, no había rastro alguno de persona alguna. Pensó que, a pesar de haber sido alcanzado por los proyectiles, habría conseguido escapar y refugiarse en la vivienda de al lado.


    Tras echar un vistazo hacia la terraza que tenía encima para cerciorarse de que Farid no pudiera verle ni alcanzarle, volvió a concentrarse para buscar cualquier traza que le pudiera llevar hasta la nueva posición del periodista antes de que éste muriera. Una leve chispa vital le indicó fugazmente que todavía se encontraba en plena calle, al contrario de lo que le demostraba su sentido de la vista. Kazim centró su atención en un pequeño cascote de escombro que aún destilaba exiguas reminiscencias del hombre de cabellos rubios. Justo cuando se disponía a abalanzarse sobre la piedra para poder examinarla y así descifrar lo que estaba ocurriendo, escuchó gritar al enfurecido miliciano desde su posición, encima del rellano de la azotea.

    —¡Maldito seas, extranjero estúpido! ¡Me aseguraré de que tus días acaben aquí y que todo lo que no deberías haber visto quede silenciado entre estas tierras! —amenazó Farid, volviendo a disparar su rifle en repetidas ocasiones—. ¡Haré que tu cuerpo arda y que no encuentres el descanso eterno!




    Ante la nueva situación de peligro, el muchacho pegó su cuerpo todo lo que pudo contra la pared, mirando de reojo hacia arriba para poder reaccionar a tiempo en el caso en que Farid se percatase de su presencia. Seguía sin entender qué estaba sucediendo con el periodista y porqué sus sentidos le estaban jugando una mala pasada, dándole sensaciones evidentemente erróneas. Al menos tenía la certeza de que la clave estaba en aquella piedra. Si conseguía agarrarla, tendría la posibilidad de averiguarlo todo, pero para ello debía correr el riesgo de ser alcanzado por un disparo. Armándose de valentía, voló de un salto y alcanzó el tan preciado objeto. Pero cuando se disponía a ponerse otra vez a cubierto, escuchó un golpe seco tras él.


    A modo de acto reflejo, Kazim dio un brinco hacia adelante, a la misma vez que se revolvía en el aire. A partir de ese momento pudo observar cómo Farid, envuelto por una leve polvareda, yacía muerto en el suelo. Sorprendido por el inesperado desenlace del miliciano enloquecido, el muchacho dio varios pasos titubeantes hacia el cuerpo que había caído desde la terraza. Éste presentaba una herida de bala en el pecho, a la altura del corazón. La sangre, al igual que ocurría con su alma, se le escapaba irremediablemente por el orificio de salida que tendría en la espalda. A pesar de su hostilidad, el chico no pudo evitar sentir algo de compasión por él, al venirle a la mente la imagen de muchos de los soldados con los que tuvo trato antes de su conversión a vampiro.


    Pero justo antes de hacer caso el impulso de salvarle la vida, la sensación de sentirse vigilado le frenó a la vez que le provocaba un escalofrío que recorría su cuello. Intuitivamente, giró su cabeza hacia la azotea, como si fuera un juguete de resorte. De allí emergía la figura del soldado restante, quien armado con su fusil, observaba la escena en la que el muchacho se encontraba. Rápidamente, Kazim volvió a ponerse en guardia, estando preparado para huir de allí ante el más mínimo movimiento del miliciano.

    —No te asustes, chico. Tranquilo, no te voy a hacer nada —se apresuró a aclararle Iyad al ver el rostro temeroso de Kazim, dejando el rifle apoyado contra el poyete.


    Mostrando sus manos ya vacías en alto, el militar pretendía hacerle ver al muchacho que sus palabras eran sinceras. Kazim hizo lo propio con sus sentidos sobrenaturales, convenciéndose de que las intenciones de Iyad eran pacíficas al comprobar el candor que desprendía su aura. Además, recordó que este soldado era crítico con las órdenes de los altos mandos del ejército, casi costándole la vida a manos de Farid por pensar así. No era descabellado deducir que, antes de que su superior siguiera aniquilando a más gente, incluyéndolos a ellos, decidiera frenar sus ansias de venganza matándolo de un disparo. Sesgar una vida para a cambio salvar otras tantas; así lo interpretó el muchacho.

    —¡Señor Alhefus, ya no hay peligro! ¡Mi jefe ya no disparará a nadie más! —exclamó Iyad al aire, a todo el volumen que permitían sus pulmones—. ¡Por favor, acérquese aquí sin miedo!


    Suponiendo que hablaba con el periodista, donde quisiera que estuviera, Kazim cayó en la cuenta de que aún no había conseguido averiguar qué había sido de su paradero. Prestó atención a la piedra que aún sostenía en sus manos y escudriñó lo que había ocurrido en torno a ella durante los últimos minutos. Ésta le contó a su manera el breve idilio vivido con el hombre de cabellos rubios, incluyendo los susurros y el beso que le dedicó antes de arrojarla hasta allí. Aún sin comprender la razón de haberle dado ese trato tan personal a un simple trozo de escombro, sí que llegó a la conclusión de que así había conseguido impregnarlo con su alma, llegando a confundir sus sentidos sobrenaturales. Comenzó a plantearse que el extranjero podría recordar el momento en que utilizó sus poderes vampíricos para curarle. Si eso era así, podría haber hecho aquello con la piedra a propósito para comunicarse con él.

    —Chico, no te muevas de ahí. Enseguida bajo y vemos cómo salir de este pueblo antes de que lleguen refuerzos y nos compliquen la huida —le indicó el miliciano desde la terraza.


    El joven asintió, mostrándose más tranquilo y calmado bajo la mirada del soldado con respecto a la vez anterior que éste le habló. De pie, con el cuerpo de Farid a un lado, echó un vistazo a su alrededor mientras dejaba caer la piedra al suelo. Comenzó a tomar consciencia de que difícilmente aquella aldea volvería a recuperar el bullicio y la vida que tuvo años atrás. Rememoró los momentos en que correteaba feliz y despreocupado por aquellas calles junto al resto de chavalería poco antes de que estallara la guerra. A pesar de su discapacidad a la hora de comunicarse, llegó a ser muy apreciado por la gente del lugar gracias a su nobleza y humildad. Sus padres habían hecho un gran esfuerzo para evitar su exclusión.


    Cuando vino a darse cuenta, se encontraba recorriendo a toda velocidad las callejuelas de la aldea sin rumbo fijo, pero con la esperanza de cruzarse con alguno de sus vecinos y amigos. Por desgracia, todo lo que encontraba era muerte y desolación.


    Mirando tanto a un lado como a otro, no le era complicado dar con el cuerpo sin vida de alguien conocido. De vez en cuando, también se encontraba con el cadáver de algún soldado iraní; aquellos que habrían formado el contingente que tomó el control de la aldea y provocado que el ejército iraquí respondiera con un ataque químico sobre su propia población. En su cabeza rondaba la pregunta de quién se encargaría de darle descanso a todos los caídos, mientras imploraba perdón y misericordia a Dios por todos ellos.


    Terminó su improvisada marcha al llegar frente a la fachada de su casa. Miró junto a la puerta y reparó en el miliciano al que había arrebatado la vida tras beberse toda su sangre. No tuvo reparos en incluirlo también en sus plegarias. Los restos mortales de éste se encontraban parcialmente cubiertos por la arena con la que la tormenta había estado jugando todo el día. Tras acercarse a él, deslizó sus dedos por los párpados para terminar de cerrarlos y se entretuvo unos instantes en cubrirle la boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Era lo mínimo que podía hacer para ayudarle a buscar el descanso eterno, habiéndole perdonado ya por los episodios de violencia y tortura que tuvo hacia él.


    Tras volver a rogar por el bienestar de su alma, por fin entró en su hogar, con la intención de dedicarle unos rezos a su madre y hermanos. Se sorprendió al ver cómo los tres cuerpos estaban totalmente cubiertos y bien protegidos por una sábana tirante, sujeta por varios objetos a lo largo de sus bordes y esquinas. Posándose de rodillas en el suelo junto a uno de los laterales, comenzó a retirar con cuidado algunos de los improvisados pesos que custodiaban la tela. Lentamente, dobló una parte de ésta para poder contemplar una vez más las caras de los suyos; quizás, la última.

    —Hola. Siento su pérdida —chapurreó el extranjero en el idioma de aquella región—. Quise dar gracias cubriendo los cuerpos.


    Se encontraba tan absorto en sus oraciones por todos los fallecidos, que no había reparado en que el periodista había estado observando su duelo en silencio desde las escaleras. Kazim dibujó una sonrisa en su cara y asintió a modo de respuesta. Era la segunda vez que escuchaba su voz, aunque en aquella ocasión su tono era más tranquilo y sosegado al no estar siendo perseguidos por unos guerrilleros acribillándolos con una lluvia de balas.

    —¿Más familia tú tienes? —siguió esforzándose el hombre de pelo rubio por hacerse entender—. Yo llevo a ti allí donde ellos.


    Aunque el muchacho tenía constancia de otros familiares que vivían repartidos por las poblaciones cercanas, no tenía noticias de ellos desde hacía meses o años. Además, estaba su padre, del que ya no supieron nada más tras el momento en que fue reclutado a la fuerza por el ejército. Triste por haber rescatado aquel recuerdo, decidió responderle negando cabizbajo.

    —Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú? —le preguntó el invitado mientras hacía el ademán de acercarse a él.


    Acostumbrado a responder mediante lenguaje de signos, Kazim levantó su brazo derecho para indicarle su nombre mediante gestos. Pero se detuvo justo antes de comenzar, al darse cuenta de que Alger no le entendería.






Al no poder hablar utilizando su boca, ¿cómo se comunicará Kazim con Alger?

A) Lo intentará mediante lenguaje de signos, al menos para darle a entender que es mudo.
B) Utilizará su poder y hablará directamente a su mente, aunque sin desvelar su naturaleza vampírica.

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