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sábado, noviembre 18, 2023

Kazim Ayad (5) - Alma efímera

Bertram Kastner, un periodista de investigación, despierta una noche convertido en un vampiro. Sin recordar cómo ha ocurrido, inicia una búsqueda de respuestas a la vez que se aleja de sus seres queridos para protegerlos de sí mismo. Tú, como lector, puedes influir en las decisiones que él y otros protagonistas irán tomando a lo largo de ésta historia. ¿Conseguirá sobrevivir a todos los peligros a los que se ha de enfrentar gracias a ti?

Te animo a participar en Bertram Kastner: el Origen olvidado decidiendo qué haría el protagonista al final y dejando un comentario de esta serie de entradas. También puedes encontrar y participar en esta historia en Twitter y Wattpad.




    Totalmente decidido en socorrer al periodista, Kazim soltó sus manos de la cornisa, dejando que su cuerpo descendiera durante unos instantes. Con exactitud y acierto, hincó los dedos en el pequeño hueco del muro donde anteriormente tuvo apoyados los pies, consiguiendo frenar su caída libre. Mientras se balanceaba como si de un péndulo se tratase, echó un vistazo al ya no tan lejano suelo de la calle. Sin más dilación, se despegó de la pared impulsándose hacia atrás, para a continuación aterrizar grácilmente a cuatro patas; tal cual lo habría hecho un gato callejero.


    Desde su posición, era capaz de seguir escuchando los iracundos bramidos de Farid; más aún tras haber cesado su indiscriminada ráfaga de disparos. El joven vampiro aprovechó para concentrar sus sentidos sobrenaturales hacia lo que habría a la vuelta de la esquina. Sin lugar a dudas, allí se encontraba el extranjero al que había dejado recuperándose en su casa. Lamentablemente, percibía su aura muy debilitada y en vías de extinguirse en cuestión de segundos. De forma inmediata, se adentró en la callejuela contigua, esperando encontrarlo gravemente herido, con la idea de ponerlo a salvo e intentar curarlo de nuevo. Pero tras la nube de polvo provocada por el revuelo de balas que habían impactado contra el suelo, no había rastro alguno de persona alguna. Pensó que, a pesar de haber sido alcanzado por los proyectiles, habría conseguido escapar y refugiarse en la vivienda de al lado.


    Tras echar un vistazo hacia la terraza que tenía encima para cerciorarse de que Farid no pudiera verle ni alcanzarle, volvió a concentrarse para buscar cualquier traza que le pudiera llevar hasta la nueva posición del periodista antes de que éste muriera. Una leve chispa vital le indicó fugazmente que todavía se encontraba en plena calle, al contrario de lo que le demostraba su sentido de la vista. Kazim centró su atención en un pequeño cascote de escombro que aún destilaba exiguas reminiscencias del hombre de cabellos rubios. Justo cuando se disponía a abalanzarse sobre la piedra para poder examinarla y así descifrar lo que estaba ocurriendo, escuchó gritar al enfurecido miliciano desde su posición, encima del rellano de la azotea.

    —¡Maldito seas, extranjero estúpido! ¡Me aseguraré de que tus días acaben aquí y que todo lo que no deberías haber visto quede silenciado entre estas tierras! —amenazó Farid, volviendo a disparar su rifle en repetidas ocasiones—. ¡Haré que tu cuerpo arda y que no encuentres el descanso eterno!




    Ante la nueva situación de peligro, el muchacho pegó su cuerpo todo lo que pudo contra la pared, mirando de reojo hacia arriba para poder reaccionar a tiempo en el caso en que Farid se percatase de su presencia. Seguía sin entender qué estaba sucediendo con el periodista y porqué sus sentidos le estaban jugando una mala pasada, dándole sensaciones evidentemente erróneas. Al menos tenía la certeza de que la clave estaba en aquella piedra. Si conseguía agarrarla, tendría la posibilidad de averiguarlo todo, pero para ello debía correr el riesgo de ser alcanzado por un disparo. Armándose de valentía, voló de un salto y alcanzó el tan preciado objeto. Pero cuando se disponía a ponerse otra vez a cubierto, escuchó un golpe seco tras él.


    A modo de acto reflejo, Kazim dio un brinco hacia adelante, a la misma vez que se revolvía en el aire. A partir de ese momento pudo observar cómo Farid, envuelto por una leve polvareda, yacía muerto en el suelo. Sorprendido por el inesperado desenlace del miliciano enloquecido, el muchacho dio varios pasos titubeantes hacia el cuerpo que había caído desde la terraza. Éste presentaba una herida de bala en el pecho, a la altura del corazón. La sangre, al igual que ocurría con su alma, se le escapaba irremediablemente por el orificio de salida que tendría en la espalda. A pesar de su hostilidad, el chico no pudo evitar sentir algo de compasión por él, al venirle a la mente la imagen de muchos de los soldados con los que tuvo trato antes de su conversión a vampiro.


    Pero justo antes de hacer caso el impulso de salvarle la vida, la sensación de sentirse vigilado le frenó a la vez que le provocaba un escalofrío que recorría su cuello. Intuitivamente, giró su cabeza hacia la azotea, como si fuera un juguete de resorte. De allí emergía la figura del soldado restante, quien armado con su fusil, observaba la escena en la que el muchacho se encontraba. Rápidamente, Kazim volvió a ponerse en guardia, estando preparado para huir de allí ante el más mínimo movimiento del miliciano.

    —No te asustes, chico. Tranquilo, no te voy a hacer nada —se apresuró a aclararle Iyad al ver el rostro temeroso de Kazim, dejando el rifle apoyado contra el poyete.


    Mostrando sus manos ya vacías en alto, el militar pretendía hacerle ver al muchacho que sus palabras eran sinceras. Kazim hizo lo propio con sus sentidos sobrenaturales, convenciéndose de que las intenciones de Iyad eran pacíficas al comprobar el candor que desprendía su aura. Además, recordó que este soldado era crítico con las órdenes de los altos mandos del ejército, casi costándole la vida a manos de Farid por pensar así. No era descabellado deducir que, antes de que su superior siguiera aniquilando a más gente, incluyéndolos a ellos, decidiera frenar sus ansias de venganza matándolo de un disparo. Sesgar una vida para a cambio salvar otras tantas; así lo interpretó el muchacho.

    —¡Señor Alhefus, ya no hay peligro! ¡Mi jefe ya no disparará a nadie más! —exclamó Iyad al aire, a todo el volumen que permitían sus pulmones—. ¡Por favor, acérquese aquí sin miedo!


    Suponiendo que hablaba con el periodista, donde quisiera que estuviera, Kazim cayó en la cuenta de que aún no había conseguido averiguar qué había sido de su paradero. Prestó atención a la piedra que aún sostenía en sus manos y escudriñó lo que había ocurrido en torno a ella durante los últimos minutos. Ésta le contó a su manera el breve idilio vivido con el hombre de cabellos rubios, incluyendo los susurros y el beso que le dedicó antes de arrojarla hasta allí. Aún sin comprender la razón de haberle dado ese trato tan personal a un simple trozo de escombro, sí que llegó a la conclusión de que así había conseguido impregnarlo con su alma, llegando a confundir sus sentidos sobrenaturales. Comenzó a plantearse que el extranjero podría recordar el momento en que utilizó sus poderes vampíricos para curarle. Si eso era así, podría haber hecho aquello con la piedra a propósito para comunicarse con él.

    —Chico, no te muevas de ahí. Enseguida bajo y vemos cómo salir de este pueblo antes de que lleguen refuerzos y nos compliquen la huida —le indicó el miliciano desde la terraza.


    El joven asintió, mostrándose más tranquilo y calmado bajo la mirada del soldado con respecto a la vez anterior que éste le habló. De pie, con el cuerpo de Farid a un lado, echó un vistazo a su alrededor mientras dejaba caer la piedra al suelo. Comenzó a tomar consciencia de que difícilmente aquella aldea volvería a recuperar el bullicio y la vida que tuvo años atrás. Rememoró los momentos en que correteaba feliz y despreocupado por aquellas calles junto al resto de chavalería poco antes de que estallara la guerra. A pesar de su discapacidad a la hora de comunicarse, llegó a ser muy apreciado por la gente del lugar gracias a su nobleza y humildad. Sus padres habían hecho un gran esfuerzo para evitar su exclusión.


    Cuando vino a darse cuenta, se encontraba recorriendo a toda velocidad las callejuelas de la aldea sin rumbo fijo, pero con la esperanza de cruzarse con alguno de sus vecinos y amigos. Por desgracia, todo lo que encontraba era muerte y desolación.


    Mirando tanto a un lado como a otro, no le era complicado dar con el cuerpo sin vida de alguien conocido. De vez en cuando, también se encontraba con el cadáver de algún soldado iraní; aquellos que habrían formado el contingente que tomó el control de la aldea y provocado que el ejército iraquí respondiera con un ataque químico sobre su propia población. En su cabeza rondaba la pregunta de quién se encargaría de darle descanso a todos los caídos, mientras imploraba perdón y misericordia a Dios por todos ellos.


    Terminó su improvisada marcha al llegar frente a la fachada de su casa. Miró junto a la puerta y reparó en el miliciano al que había arrebatado la vida tras beberse toda su sangre. No tuvo reparos en incluirlo también en sus plegarias. Los restos mortales de éste se encontraban parcialmente cubiertos por la arena con la que la tormenta había estado jugando todo el día. Tras acercarse a él, deslizó sus dedos por los párpados para terminar de cerrarlos y se entretuvo unos instantes en cubrirle la boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Era lo mínimo que podía hacer para ayudarle a buscar el descanso eterno, habiéndole perdonado ya por los episodios de violencia y tortura que tuvo hacia él.


    Tras volver a rogar por el bienestar de su alma, por fin entró en su hogar, con la intención de dedicarle unos rezos a su madre y hermanos. Se sorprendió al ver cómo los tres cuerpos estaban totalmente cubiertos y bien protegidos por una sábana tirante, sujeta por varios objetos a lo largo de sus bordes y esquinas. Posándose de rodillas en el suelo junto a uno de los laterales, comenzó a retirar con cuidado algunos de los improvisados pesos que custodiaban la tela. Lentamente, dobló una parte de ésta para poder contemplar una vez más las caras de los suyos; quizás, la última.

    —Hola. Siento su pérdida —chapurreó el extranjero en el idioma de aquella región—. Quise dar gracias cubriendo los cuerpos.


    Se encontraba tan absorto en sus oraciones por todos los fallecidos, que no había reparado en que el periodista había estado observando su duelo en silencio desde las escaleras. Kazim dibujó una sonrisa en su cara y asintió a modo de respuesta. Era la segunda vez que escuchaba su voz, aunque en aquella ocasión su tono era más tranquilo y sosegado al no estar siendo perseguidos por unos guerrilleros acribillándolos con una lluvia de balas.

    —¿Más familia tú tienes? —siguió esforzándose el hombre de pelo rubio por hacerse entender—. Yo llevo a ti allí donde ellos.


    Aunque el muchacho tenía constancia de otros familiares que vivían repartidos por las poblaciones cercanas, no tenía noticias de ellos desde hacía meses o años. Además, estaba su padre, del que ya no supieron nada más tras el momento en que fue reclutado a la fuerza por el ejército. Triste por haber rescatado aquel recuerdo, decidió responderle negando cabizbajo.

    —Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú? —le preguntó el invitado mientras hacía el ademán de acercarse a él.


    Acostumbrado a responder mediante lenguaje de signos, Kazim levantó su brazo derecho para indicarle su nombre mediante gestos. Pero se detuvo justo antes de comenzar, al darse cuenta de que Alger no le entendería.






Al no poder hablar utilizando su boca, ¿cómo se comunicará Kazim con Alger?

A) Lo intentará mediante lenguaje de signos, al menos para darle a entender que es mudo.
B) Utilizará su poder y hablará directamente a su mente, aunque sin desvelar su naturaleza vampírica.

Deja un comentario indicando cuál de las dos opciones prefieres. Puedes detallar más tu respuesta si así lo consideras oportuno.














viernes, octubre 13, 2023

Kazim Ayad (4) - Causa egoísta

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.




   Una vez que Farid vació toda la munición de su arma, se dedicó a buscar desesperadamente por la habitación al chico y al hombre que le atacó, con la esperanza de encontrarlos abatidos por las balas. Tras asomarse debajo el agujereado colchón de la cama y no ver a nadie, se dirigió al maltrecho armario, destrozando lo que quedaba de la puerta con una feroz patada. Tras comprobar que su arrebato había sido en vano, extrajo el cargador vacío del rifle y lo arrojó violentamente hacia el pasillo, a la vez que exhalaba un grito cargado de frustración y rabia a partes iguales.

—¡Lleva cuidado, Farid! ¡Casi me das! —le recriminó Iyad tras esquivar el cartucho conforme subía las escaleras.

—¡Cállate y asómate a la terraza! – le ordenó Farid a la vez que sacaba un nuevo cargador de uno de sus bolsillos—. Haz algo útil, Iyad.

—No habrá nadie...

—¿Me estás tomando por loco? —le cuestionó Farid, todavía sin haberse calmado—. ¡Soy tu superior y te ordeno que salgas ahí fuera a inspeccionar! ¡Estoy seguro de haber escuchado a alguien en este piso!



   El soldado sabía que Farid tenía un temperamento muy fuerte, pero nunca lo había visto llegar a ese estado de cólera.

—No temas, Iyad —le comunicó Kazim mentalmente, con la intención de separarlos—. No te ocurrirá nada si sales a la azotea. Te conviene alejarte de él para no ser el objetivo de su ira.

—¿Lo has oído? —preguntó Iyad sorprendido por haber escuchado de nuevo la voz en su mente.

—¿El qué tengo que oír? —le replicó Farid perdiendo aún más la paciencia con su subordinado, mientras con un golpe seco insertaba el nuevo cartucho de munición en el arma.



   Iyad cayó en la cuenta de que aquella voz podría haberle hablado sólo a él, con el fin de evitar que Farid conociera sus planes. En cierta medida, le trasmitía más confianza y tranquilidad que su superior, además de parecer más razonable. Aunque eso no quitaba que le guardara cierto temor y respeto, al pensar que estaba hablando con el mismísimo Dios.

—Olvídalo, son cosas mías —admitió Iyad a la vez que salía hacia la terraza contigua de manera cautelosa.



   Para evitar ser visto en el caso en que el miliciano mirara hacia el rellano sobre el que se encontraba, Kazim se deslizó hacia atrás, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Al igual que él no podía ver al soldado, confiaba en que ellos tampoco estuvieran en disposición de localizarle. Encontró una pequeña cavidad en el muro sobre el que estaba apoyado, pudiendo introducir la punta de sus pies en ésta para poder aguantar mejor la espera. Tenía la esperanza de que, más pronto que tarde, decidirían marcharse a otra casa o a su cuartel.

—Lo que te decía, Farid; aquí ya no hay nadie —le informó Iyad mientras daba vueltas por la azotea y se asomaba hacia las callejuelas aledañas—. Seguramente, el extranjero y el chico ya no estarán en esta aldea.

—¿Sabes lo que eso supone? —le cuestionó su superior, saliendo también al exterior y manteniéndose vigilante.



   Mostrando cierta indiferencia, Iyad se encogió de hombros. Esa reacción molestó a Farid, quien echó mano a uno de sus bolsillos y le arrojó con fuerza el objeto que tenía ahí guardado.

—¿Qué es esto? —le preguntó el subordinado tras haberse cubierto y haber recibido el impacto de algo blando—. No me tires las cosas así.

—Es la cartera del hombre que se llevó al muchacho. Haz el favor de revisarla... ¡Y deja el dinero donde estaba! ¡Es para mí!



   A regañadientes, Iyad guardó de nuevo los billetes de dinares y dólares en el pliegue donde estaban originalmente y procedió a inspeccionar los documentos. Farid suspiró y aprovechó para sentarse en el suelo, aparentemente más calmado. Por su parte, el otro miliciano también se relajó, agachándose y dejando el rifle a su lado mientras deslizaba las tarjetas plastificadas del extranjero.

—Al...ge... Fus... —leyó en voz alta Iyad, recordando cómo se pronunciaban las letras occidentales—. ¿Se llama así el alemán?

—No importa cómo se llame ese sujeto. Mira el siguiente documento. Es un carnet de prensa. ¡Se trata de un periodista! —exclamó Farid, aunque sin llegar a perder los estribos como antes—. Si el crío le cuenta que estábamos limpiando de supervivientes su aldea después del ataque de gas que ha lanzado nuestro ejército, el gobierno del país tendrá un gran problema con el resto del mundo.

—¡Y lo tendrá más que merecido!

—¿Otra vez con lo mismo? —espetó Farid rechinando sus dientes—. Si no llego a quitarle la cámara de fotos, le habría podido enseñar a cualquiera lo que está ocurriendo aquí.


   El miliciano observó cómo su jefe blandía el aparato fotográfico que hasta ese momento había llevado colgado al cuello, orgulloso de su botín. Mientras tanto, Kazim escuchaba atento la conversación entre ambos, descubriendo más detalles sobre el hombre de pelo rubio. También determinó que los soldados tenían puntos de vista diferentes sobre cómo el ejército y el gobierno manejaban la contraofensiva a la invasión. Seguramente, podría sacar provecho de ese cisma.

—¡Pues que lo vean! Lo que estamos haciendo contra nuestro pueblo es una barbaridad —le argumentó Iyad con total sinceridad—. Yo vivo en una aldea muy parecida a esta. Tengo una esposa y un hijo esperándome allí. Entonces, si los iraníes hubieran entrado allí, ¿también les habrían bombardeado con el gas? ¡Es abominable!

—Estamos en guerra. Y en tiempos difíciles todo vale por el bien de nuestro país.

—¿También dirías eso si el pueblo donde vive tu familia estuviera en el punto de mira de nuestro ejército? —le reprochó Iyad a su superior.



   Farid soltó únicamente un resoplido mientras dejaba la cámara a su lado y, seguidamente, se encendía un cigarro. Los milicianos no intercambiaron palabra alguna durante los siguientes minutos. Iyad, seguía curioseando los documentos de la cartera, aunque su objetivo era hacerse con al menos un par de billetes sin que su jefe se percatara de ello. Mientras tanto, Kazim continuaba encaramado sobre el rellano, sin mover un solo músculo. Cualquier mínimo ruido que hiciera alertaría a ambos soldados en aquellos momentos donde reinaba el silencio.

—Toda mi familia murió en los primeros ataques de los iraníes —arrancó a hablar finalmente Farid tras dar la última calada y arrojar la colilla hacia un lado—. No tuve ocasión ni de darles una sepultura digna, por lo que, para poder honrarles, juré que no descansaría hasta aplastar a todos nuestros invasores.

—Pero, ¿qué ocurre con toda la gente inocente a la que estás accediendo matar?

—Es un mal necesario. Dios tiene un lugar reservado para ellos en el paraíso... —se justificó Farid, levantando la vista al cielo y exponiendo sus ojos vidriosos empañados por las lágrimas.

—¡El paraíso debería estar junto a nuestras familias y vecinos en nuestras propias casas! ¡En cualquier aldea como ésta, sin que un ejército como el nuestro o el del enemigo interfiera en las vidas de la gente! —gritó Iyad, soltando a su superior lo que pensaba sobre la injusticia de la guerra.



   El rostro de Farid se ensombreció, quedando de nuevo mudo ante la fija mirada de su subordinado. Éste, comenzó a tener remordimientos por lo que le acababa de espetar a su jefe. Aunque lo que le había ocurrido a su familia no le daba carta blanca para arrasar con un pueblo inocente, las palabras sobre esa fatalidad que vivió su superior aún le retumbaban en la cabeza. Totalmente apenado, Iyad cerró la billetera del extranjero, olvidando la idea de hacerse con algo de ese botín, y se dispuso a pedir disculpas.



   Pero de repente, todo cambió entre ellos dos. Farid agarró con fuerza su rifle y apuntó hacia el otro soldado. Sorprendido, Iyad se estiró para coger el arma que descansaba a su lado, deteniéndose antes de conseguirlo al escuchar cómo su superior chasqueaba el gatillo como advertencia.

—Ni se te ocurra poner tus manos sobre el rifle —le amenazó Farid mientras daba un salto para ponerse de pie y se acercaba al que era su compañero para alejar su arma con una patada—. Quien se atreva a interponerse en mi objetivo, debilitando nuestro ejército o nuestro gobierno, será también mi enemigo.

—¿Q... qué dices, Farid? Yo... no... —balbuceó Iyad levantando sus brazos instintivamente, sin dejar de mirar el cañón que podía acabar con su vida en un instante.

—Levántate, Iyad.

—Farid, no... no quiero morir —le respondió entre lágrimas, sabiendo de lo que podía ser capaz su jefe.

—¡Ponte en pie ya! —le volvió a ordenar Farid.



   Tembloroso, Iyad se incorporó, sin dejar de rogarle que lo dejara con vida y suplicándole perdón.

—Date la vuelta y camina hacia el bordillo de la azotea.



   Iyad accedió entre sollozos, tras aceptar el que iba a ser su triste destino. A escasos metros, Kazim se encontraba horrorizado ante lo que estaba presenciando. Sentía que debía hacer algo para evitar la muerte del joven soldado que parecía no estar tan a favor de la guerra.

—Detente Farid —le comunicó Kazim a la mente del miliciano.

—¡Eres un impostor! —le respondió éste algo nervioso mirando a su alrededor, pero sin dejar de apuntar con el rifle.

—No... Yo también amo a nuestro país... —intervino Iyad, pensando que Farid se refería a él—. Me... me alisté para defender a la gente, no... no para matarla...

—Cállate y sube al bordillo de la terraza.

—No cargues con más víctimas a tus espaldas, Farid —insistió Kazim, arrastrándose con sumo cuidado hacia adelante.

—Rezaré por todos los que han muerto por la causa. Incluido tú, Iyad.

—No... no tienes que llegar... a ese punto —alegó el soldado amenazado entre lágrimas, poniendo sus pies peligrosamente sobre el pequeño muro de la terraza—. Te... te equivocas al pensar que... que todos estamos en contra de tu causa.




   Tenía la certeza de que tarde o temprano dispararía, por lo que Kazim continuó avanzando en silencio sobre el rellano, pudiendo ver cómo Farid apuntaba su arma hacia Iyad. Sigilosamente, comenzó a ponerse en pie con la intención de saltar sobre él y así evitar la tragedia.

—Quiero que te des la vuelta y me mires a los ojos antes de morir —le reclamó Farid.



   El soldado cuya vida pendía de un hilo puso atención a sus pies y, con cierta dificultad para mantener el equilibrio, consiguió girarse por completo. Poco a poco, levantó su mirada para encontrarse con la del que iba a ser su verdugo. Pero no pudo evitar desviar la vista hacia una silueta que vislumbró sobre el rellano, detrás de Farid. Éste no tardó en advertir que algo estaba ocurriendo tras él, volteándose rápidamente hacia esa dirección y descubriendo al muchacho justo antes de saltar sobre él.



   El sonido del disparo volvió a pillar desprevenidos a Kazim e Iyad, cayendo ambos hacia atrás. Mientras que el muchacho consiguió esquivar la bala y quedó sentado sobre el techo de la estructura en la que se encontraba, el miliciano a malas penas pudo agarrarse al bordillo de la azotea, evitando precipitarse a la calle. Farid elevó sus brazos sujetando el arma y comenzó a disparar sobre el rellano, mientras que el chico volvía a retroceder con la intención de no ser alcanzado por los proyectiles.

—¡Ven aquí, rata asquerosa! ¿Dónde está el alemán? —reclamó Farid dando saltos para encaramarse y poder escalar hasta donde se había escondido el chico.



   Sintiéndose intimidado por la situación, Kazim no era capaz de concentrarse para utilizar sus poderes y repeler a Farid. Optó por comenzar a descolgarse por la pared, aunque al ver cómo Farid ya se encontraba apuntando a su frente, fue consciente de que era demasiado tarde para hacer cualquier otro movimiento. A tan poca distancia, un impacto de bala podría causarle un daño mucho más serio del que recibió en el sótano de su casa.



   En mitad de aquella tensión, se escuchó un ruido en una de las calles junto a la vivienda, llamando la atención de Farid. Éste no dudó en acercarse hacia el lateral del que creía que provenía el sonido que oyó, esperando poder sorprender al periodista. Atacado por sus ansias de venganza, comenzó a disparar de forma indiscriminada hacia el suelo.

—¡No te escondas, maldito extranjero! ¡Te cerraré el pico a balazos! —aulló Farid mientras gastaba su munición—. ¡No dejaré que te entrometas en los asuntos de mi país!



   Aún agarrado al borde del rellano y a dos pisos de altura hasta el firme de la calle, Kazim se encontraba preocupado por el estado del hombre de pelo rubio, quien parecía haberse acercado hasta allí para ayudarle de nuevo. Se preguntaba si habría conseguido ponerse a cubierto antes de que Farid comenzara su ataque de locura o habría sido herido de gravedad de nuevo.



Siguiente



Kazim se encuentra ante la disyuntiva de socorrer al extranjero o detener el ataque. ¿Qué decidirá hacer a continuación?

A) Descolgarse para caer en la calle y poder ayudar al extranjero que está por los alrededores.
B) Escalar de nuevo sobre el rellano para abordar a Farid.
C) Concentrarse para localizar al periodista y averiguar cómo se encuentra.
D) Intentar amedrentar a Farid comunicándose mentalmente de nuevo. Indicar qué le dice.



Elige una opción y deja un comentario con lo que hayas escogido, pudiendo detallar aún más tu respuesta si lo consideras.





sábado, septiembre 30, 2023

Kazim Ayad (3) - Órdenes divinas

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Kazim no iba a permitir que volvieran a herir a aquel extranjero que había estado al borde de la muerte, por lo que se apresuró en dar unos rápidos pespuntes con los que la vida de éste ya no correría peligro. Era consciente de que el enemigo se encontraba cada vez más cerca, aunque su avance era relativamente lento. A pesar de la distancia que les separaba, se percató de que el miliciano sentía dolor, por lo que debía tener alguna herida o contusión que le estuviera mermando su movilidad. Aún así, no debía confiarse.


   Tras comprobar de forma visual el resultado de su trabajo con el que los letales impactos de bala se habían convertido en unos simples rasguños, incorporó al hombre de pelo rubio y comenzó a arrastrarlo hacia una de las habitaciones contiguas. Se trataba del dormitorio principal, en el que había un gran arcón donde se guardaban sábanas y otras telas utilizadas en todo el hogar. Dejó a su paciente apoyado junto al gran cajón de madera, con la intención de borrar los surcos que habían hecho sus piernas en el empolvorizado suelo a lo largo de todo el trayecto hasta allí.


   Por unos instantes, se fijó en que sobre el lecho de la habitación, además de la ropa de su madre, también se encontraban las prendas con las que dormían sus hermanos pequeños. Pensó en que, tras su ausencia, los tres integrantes de lo que quedaba de su familia dormían juntos. Debió ser muy duro afrontar su pérdida, de la misma manera que lo fue la de su padre. Miró de nuevo los cuerpos que yacían sin vida en el salón, pero ya nada podía hacer por ellos. Tras esparcir la arena con sus pies para disimular cualquier pista que sirviera de ayuda al enemigo, se apresuró en volver junto al único al que aún podía ser salvado. Tras abrir el arcón, comprobó que había espacio para ambos a pesar de todo lo que había dentro.


   Con un gran esfuerzo, consiguió levantar el cuerpo del extranjero y colocarlo dentro del mueble de madera. Para cualquier otro vampiro, no hubiera supuesto tamaña proeza cargar con dos o tres veces su propio peso. Pero en el caso de Kazim, al haber sido convertido aún siendo un adolescente, su complexión suponía un notorio lastre en cualquier intento de manejar con soltura objetos o bultos grandes. Por contra, su delgadez y falta de desarrollo le permitía ser muy ágil y escurridizo. Sin más dilación, saltó al interior del arcón, cayendo en blando sobre los montones de tejidos y ropa ahí almacenados. Antes de que el enemigo hiciera acto de presencia, cerró la tapadera de aquel improvisado escondite.


   Las rendijas entre los tablones de madera de ese gran cajón le permitían ver lo que ocurría en la parte del salón junto a la entrada de la vivienda. Aunque con sus sentidos sobrenaturales, podía percibir cómo el miliciano se encontraba en el umbral de la casa, inspeccionando al compañero que había quedado desangrado.

—¡Pagaréis por lo que le habéis hecho a Assim! —gritó de repente el enemigo desde la puerta del hogar.


   El chico se estremeció, no por miedo a Farid, el líder de los milicianos al que reconoció por su impetuosa voz; sino al recordar que su bestia interior fue la que había matado al compañero de éste.

—¡Dad la cara! —vociferó Farid irrumpiendo en la vivienda y apuntando con su rifle a todas partes.


   El joven vampiro se concentró en crear una barrera que impidiera el paso de éste hacia el dormitorio donde se encontraban escondidos. Mientras tanto, Farid recorría todas las estancias de la casa, incluyendo las del piso superior, derribando puertas y muebles, disparando dentro de los posibles escondites y destrozando todo lo que se encontraba a su alcance. Pero en las diversas ocasiones en las que intentó acceder al cuarto en el que estaban ocultos, el poder de Kazim le repelía. Sin llegar a ser consciente de ello, el miliciano daba media vuelta para explorar cualquier otra parte de la vivienda.


   Al cabo de un buen rato, cuando Farid por fin se dio por vencido, reparó en la mochila del extranjero, abandonada en el suelo de la entrada. Kazim observó cómo el miliciano rebuscaba en su interior con cierta desgana, hasta que sacó una billetera que inspeccionó de forma minuciosa. Tras guardársela en uno de sus bolsillos, prosiguió con su búsqueda, extrayendo esa vez una cámara fotográfica. Se puso en pie a la misma vez que comenzaba a manipularla, mirando torpemente a través del objetivo. Enseguida, se la colgó al cuello como si hubiera conseguido un gran trofeo. Seguramente, podría venderla por el equivalente a dos o tres mensualidades de su sueldo en el ejército. Tras soltar un gruñido, decidió salir de la casa.


   El muchacho se sintió aliviado al sentir cómo Farid se alejaba de su hogar sin haberlos descubierto. Durante varios minutos, permaneció a la expectativa de que pudiera volver. Podía percibir que se encontraba reunido con el otro soldado a una distancia más que prudencial. Por ello, decidió abrir la tapadera del arcón y deslizarse grácilmente fuera de éste. Desde ahí, examinó a su paciente, poniéndole la mano sobre la cabeza de cabellos claros. Ese color del pelo no era demasiado común por la zona y le llamaba mucho la atención. Kazim se alegró al constatar que prácticamente ya no tenía nada de fiebre, por lo que esperaba el momento en el que el hombre despertara para poder conversar con él y conocer su historia.


   De entre todos los montones de tela que había almacenados y que hacían las veces de mullido colchón para el extranjero, advirtió uno con varios de sus dishdashas. Su madre las habría guardado allí con la esperanza de que alguna vez volviera o, en cualquier caso, para que el pequeño Namir utilizara esas prendas una vez que alcanzara la adolescencia. Mientras se lamentaba de que aquello nunca ocurriría, consiguió sacar una de sus túnicas. Conforme se vestía, se dio cuenta de cómo su piel había comenzado a recuperarse de las quemaduras del sol. Había tenido la fortuna de contar con la tormenta de arena, la cual había mitigado de sobremanera los efectos letales del astro rey. Observó a través de la ventana que los remolinos de arena ya daban sus últimos compases y que había comenzado a anochecer, por lo que ya no tendría riesgo alguno de sufrir quemaduras hasta el siguiente amanecer.


   Tras quedarse pensativo durante unos minutos, miró de nuevo hacia el hombre que dormía. Tocó su cuello para hacer una última comprobación sobre su estado y, finalmente, cerró la tapadera del arcón. Había decidido aventurarse hacia donde se encontraban los soldados para intentar averiguar los motivos por los que se encontraban en su aldea. Pero sobre todo, pretendía expulsarlos de su aldea. 


   Rápidamente, abandonó el cuarto, con la intención de subir a la terraza de la vivienda. Durante el camino, tuvo que esquivar todo tipo de muebles y enseres desperdigados por el suelo tras el ataque de ira que había tenido Farid.




   Una vez en el exterior, se subió al bordillo de la azotea y, como si de un experimentado equilibrista sin miedo a caer al vacío se tratase, fue avanzando a lo largo de éste de una casa a otra. En varias ocasiones tuvo que realizar saltos de al menos tres metros para salvar la distancia que separaba algunas viviendas entre sí. Finalmente, llegó al tejado de la morada en la que se encontraban los milicianos en aquel momento. Se asomó por las escaleras que conducían al piso inferior y pudo escuchar cómo uno de los soldados cuestionaba lo que estaban haciendo.

—...hay al menos una veintena de nuestros compatriotas muertos por cada invasor iraní caído. Sigo pensando que gasear toda esta aldea no fue una buena decisión de nuestro líder.

—Te lo advierto, Iyad. No vuelvas a discutir las órdenes que se nos han dado desde los mandos superiores si no quieres acabar como Assim —amenazó Farid a su subordinado.

—Además, hemos perdido a la mitad de nuestro escuadrón... —continuó alegando Iyad—. Y seguro que aún queda algo de ese agente químico en el aire...

—¿Te recuerdo que has sido tú el que se ha cargado al novato? ¿Acaso quieres que lo reporte y te ejecuten por traidor? —le sentenció Farid recordándole su error al haber disparado a su compañero junto a la ambulancia—. No estarás de parte de los iraníes, ¿verdad?


   Iyad prosiguió en silencio el registro de la vivienda, en busca de posibles supervivientes a los que silenciar con la muerte, incluyendo al muchacho y al extranjero con los que se habían encontrado anteriormente. Tenían como objetivo que aquel ataque químico que había acabado con toda la población junto a varios soldados enemigos, fuera identificado por las autoridades internacionales como de origen iraní. De repente, escucharon una voz contundente y atronadora que los dejó paralizados.

—Abandonad inmediatamente esta aldea o seréis condenados por la eternidad al Yahannam.

—¿Has oído eso Farid? ¡Alá nos va a castigar! —dijo muy asustado Iyad, mirando en todas las direcciones al no lograr identificar el lugar del que provenía aquel mensaje—. ¡Hemos de salir de aquí inmediatamente, no quiero ir al infierno!

—¡No... no nos vamos a mover de aquí, Iyad! ¡Estamos haciendo lo que nos han ordenado! No... no hay motivo alguno por el que temer a lo que dice este impostor —replicó con cierto nerviosismo Farid.

—Más te vale escuchar las sabias palabras de tu hermano y dejar que todas las almas que yacen en esta aldea puedan descansar en paz —continuó Kazim, hablando hacia el interior de sus mentes.

—¡Yo me voy! —declaró Iyad mientras comenzaba a correr, buscando salir de esa casa.


   Farid dio un golpe de contundencia, disparando una ráfaga de disparos hacia el techo con su fusil. El estruendo pilló por sorpresa tanto a Iyad, quien se tiró asustado al suelo; como a Kazim, dando un sonoro espaldarazo contra la pared de las escaleras.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Farid al escuchar el ruido que se había producido.


   Inmediatamente, Kazim se repuso y recorrió a toda velocidad los peldaños que le separaban de la planta superior. Decidió salir de nuevo a la terraza para esconderse sobre el techo del rellano. Por su parte, un renqueante Farid comenzó a subir los escalones hacia donde había escuchado el golpe del muchacho.

—Lamentarás el haberte hecho pasar por Dios para engañarnos —farfulló Farid totalmente encolerizado.


   Ya subido sobre el tejado, Kazim aplastó su cuerpo contra la superficie, debido a que la estructura donde se encontraba no disponía de ningún bordillo con el que se pudiera ocultar.

—¡Muere de una vez y vete tú al infierno! —exclamó Farid a la vez que disparaba contra todos los muebles y posibles escondites de la habitación que había tras subir las escaleras.


   Kazim era consciente de que las balas no tenían un gran efecto sobre él, pero aún así, el impacto de éstas sobre su cuerpo seguía siendo doloroso. Por otro lado, no tenía intención alguna de cobrarse otra víctima mortal; si no era para salvar la vida de otra persona. No quería más reprimendas de Serezade, ni volver a sentirse culpable de satisfacer a su bestia interior. A lo sumo, podía contener al demente de Farid, quien justo irrumpía en la terraza donde se escondía él. Debía actuar rápido, antes de perder el factor sorpresa.






Ante la restricción de no poder matar a Farid, ¿qué decidirá hacer Kazim en la situación en la que se encuentra?

A) Permanecer oculto, llegando a retroceder para que Farid no lo encuentre hasta que desista de su búsqueda.
B) Volver a hablar con su mente. Detallar qué le dirá a Farid.
C) Abalanzarse sobre Farid para inmovilizarlo y desarmarle, a sabiendas de que aún queda otro soldado armado.
D) Saltar sobre el miliciano con la intención de curarle y de que éste pueda cambiar su actitud hacia él.

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lunes, agosto 28, 2023

Kazim Ayad (2) - Vida o muerte

Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Repentinamente, una chispa saltó en su mente, inflamando todos sus melancólicos sentimientos y tornándolos en ira y sed de venganza. Olvidando lo cuidadoso y atento que era, Kazim dejó caer en el suelo del salón al hombre de cabellos rubios al que había recogido en mitad de la calle. Éste se encontraba cada vez más afectado por la fiebre y si en algún momento expresó algún quejido por el impacto de la caída, debió quedar opacado por sus intensas inspiraciones tras haber estado expuesto a la tormenta de arena. Casi sin estar consciente, tuvo fuerzas para girarse y así quedar tendido hacia arriba. Con su mano temblorosa comenzó a palpar el piso de su alrededor, quedándose más tranquilo en cuanto dio con la bandolera que estaba junto a él.

   Ajeno a todo aquello, el muchacho se dirigía lentamente hacia la entrada del que era de nuevo su hogar. Tenía su cuerpo en tensión, preparándose para el inminente enfrentamiento con uno de los que creía culpables de la muerte de su familia. Kazim podía visualizar mentalmente cómo éste se dirigía hacia la emboscada que le había preparado para cuando traspasara el umbral de su casa. En su cabeza no cesaba de repetirse la idea de que aquellos hombres que habían acabado con los suyos tampoco merecían vivir.


   Con la piel de su espalda pegada a la pared junto a la puerta, Kazim esperaba impaciente el momento en el que daría caza al intruso. Lo sentía cada vez más cerca. Apenas un metro de distancia y un muro de adobe les separaba. El joven vampiro giró su cabeza hacia la entrada, con el propósito de hacer contacto visual con el miliciano. A pesar del ruido del viento, era capaz de escuchar los latidos del corazón de aquél hombre que unos segundos más tarde se convertiría en su presa. Comenzó a contar hasta tres para fijar el momento en el que se abalanzaría sobre él.


   Pero el estruendo que provocó el disparo del rifle que portaba el miliciano interrumpió su concentración. Dejó atrás ese estado salvaje en el que se había sumido, volviendo a ser aquél chiquillo prudente y comprometido de siempre. Kazim se echó las manos al abdomen tan pronto como percibió un leve pero punzante dolor en aquella zona. Aunque, a simple vista, pudo comprobar que no tenía herida alguna.

—¿Qué significa este dolor? —se preguntó a sí mismo presionando con las yemas de sus dedos por encima de su ombligo.


   Inmediatamente, reparó en el extranjero, que se encontraba totalmente expuesto en el suelo del salón. Era él quien había recibido el disparo en el abdomen. Su sangre ya había comenzado a teñir la ropa que cubría esa parte del cuerpo.

—Maldito fusil defectuoso —escuchó quejarse a Assim, el mismo soldado que minutos antes había interrumpido su descanso diurno para torturarle—. ¿Es que es imposible acertarles en la cabeza?


   El sonido de un nuevo disparo desencadenó en la mente de Kazim una sucesión de imágenes en las que ese miliciano ejecutaba sin piedad a su madre y hermanos. Otra vez, la ira se apoderó del muchacho y nubló su parte racional. Instintivamente, dio un salto para presentarse ante Assim; cuya expresión del rostro cambió de rabia a terror. No le dio lugar alguno a reaccionar a tiempo y, cuando llegó a darse cuenta, ya tenía los brazos y piernas del chico apresando su cuerpo. En el momento en que los colmillos del vampiro atravesaron la piel de su cuello y pincharon su yugular, el miliciano entró en un estado de placer y dolor a partes iguales, que sería su sentencia de muerte.


   Sin que su víctima ofreciera resistencia alguna, Kazim bebía su sangre de forma salvaje y sin contemplaciones. Mientras que oprimía a Assim con sus extremidades para acelerar el desangrado, el muchacho repasaba entre sus conocimientos la manera con la que podría recuperar a su familia utilizando la sangre que estaba consumiendo. Tardó prácticamente un minuto en dejar vacío a Assim, cuyo cadáver cayó violentamente al suelo cuando el chico lo empujó para dirigirse de forma veloz hacia los cuerpos de su familia.


   A pesar de la velocidad, el trayecto hasta sus seres queridos se le hizo eterno, deseando comprobar que aún existía algún resquicio para salvarlos. En cuanto llegó a donde estaban ellos, el sentimiento de ira se debilitó, empañándose con tristeza y conteniendo un halo de esperanza en su interior. Nada más arrodillarse junto a ellos, posó las manos sobre los cuerpos de su madre y su hermana, que resguardaban al del pequeño Namir en el centro. Pudo deducir cómo habían muerto y el tiempo que había transcurrido desde entonces. En alguna ocasión había visto a su mentora revivir a un gato salvaje y a pequeñas aves, por lo que se dispuso a devolverles la vida también a ellos. Con los poderes que había asimilado la noche anterior, pensaba que podría conseguir su objetivo y recuperarlos.


   Pero había algo que impedía que se obrase el milagro. Extrañado, observó las palmas de sus manos y las puso sobre su frente, esperando provocar alguna reacción que no llegó a materializarse.

—¿No hace ni un día que estás sin mí y ya has olvidado los fundamentos de mis enseñanzas? —escuchó decir a una voz femenina.


   Sorprendido, Kazim levantó la mirada y se sobresaltó al contemplar ante él la figura de su maestra. Tras unos segundos sin reaccionar, comenzó a agitar sus brazos con más ímpetu que de costumbre para comunicarse con ella.

—¡Debo salvarlos! ¡El tiempo apremia! —gesticuló Kazim, intentando obtener el beneplácito de la visión de su mentora para acometer tal acción.

—¿Por qué a ellos y no a él? —inquirió la mujer, señalando al extranjero que todavía se encontraba en la otra parte del salón.


   En ese momento, Kazim tomó consciencia de que el sentimiento de venganza le había hecho olvidarse de aquel hombre que se había arriesgado demasiado por salvarle. Volvió a sentir de nuevo en su cuerpo el dolor de las dos balas que habían alcanzado al hombre de cabello rubio.

—No puedo permitir que dejes una vida extinguirse a tu lado mientras buscas las almas de los que ya se han perdido —le relató ella—. Debes ser tú quien domine a tu bestia interior y no ella a ti, o si no, te cegará en tu empeño de proteger a los demás.


   Tras unos instantes de reflexión, Kazim realizó una reverencia hacia la imagen de su maestra.

—Te pido disculpas, Serezade —le respondió mentalmente—. He obrado incorrectamente, anteponiendo mis intereses personales, convirtiéndome en el verdugo de aquel soldado e ignorando a este buen hombre está al borde de la muerte.


   La mujer asintió en silencio y se desvaneció.


   Enseguida, Kazim se acercó al extranjero, cuya vida estaba a punto de extinguirse. Rodeado por un charco de color rojo oscuro, alimentado por la sangre que manaba de las heridas de bala que tenía en el muslo y en el abdomen, se encontraba luchando por poder respirar, sin soltar su mano de la bandolera que tenía al lado.


   El vampiro se arrodilló junto a él, impregnándose las piernas con la sangre derramada alrededor del cuerpo. A continuación, sintió cómo la mano de Serezade se posaba sobre su hombro, como gesto de confianza en lo que estaba a punto de realizar. Kazim llevó las suyas al punto central del abdomen del hombre de pelo rubio, a la vez que entornaba sus ojos para concentrarse. Dos pliegues de piel de la frente del muchacho se retiraron, dejando a la vista lo que parecía un tercer ojo con el que era capaz de visualizar las balas que tenía alojadas en la pierna y en el abdomen, al igual que multitud de esquirlas de metal incrustadas en su brazo izquierdo.


   Como si de hilos se tratasen, varias hebras de sangre comenzaron a emerger del charco de alrededor, dirigiéndose hacia los dedos de Kazim. A su vez, de los brazos y manos del chico brotaron varios estigmas, creándose finísimas fibras de color rubí que se entremezclaron con las otras. Sin más dilación, éstas se clavaron en el cuerpo moribundo de su paciente, junto a las heridas que había identificando con el globo ocular de su frente.


   Los proyectiles metálicos comenzaron a desandar la trayectoria que habían hecho a través de la carne, enredados por aquellos hilos, hasta salir al exterior. De igual manera, los restos de metralla que tenía en el brazo también fueron expulsados a través de la piel. Cuando las heridas quedaron libres de aquellos cuerpos metálicos, Kazim se dispuso a reparar los órganos que habían sido dañados, empezando por los que estaban más profundos y afectados. Las hebras de sangre se encargaron de cerrar los tejidos desgarrados y de sanar las quemaduras ocasionadas por los restos de pólvora. Como si de un orfebre se tratase, Kazim estaba poniendo todo su empeño y tiempo en curar al que había sido su salvador.


   Ya casi había concluido su obra y estaba dando las últimas puntadas, cuando Kazim se percató de que otro de los milicianos se acercaba hacia donde estaban ellos.


Siguiente


Después de haber corregido su actitud y salvar la vida al extranjero, ¿qué hará Kazim ante la inminente llegada de otro de los soldados?

No hay opción A.
B) Irá a recibir al otro soldado de una manera más pacífica que con el anterior.
C) Interrumpe la curación para poder proteger al hombre en cuanto llegue el soldado.
D) Detiene la curación para llevarse al hombre a un lugar más seguro.
E) Continúa con la curación, ignorando al soldado.


Por otro lado, se planteará revivir a alguien. ¿A quién?

0) A nadie. Muy a su pesar llega a la conclusión de que los muertos, muertos están.
1) A su madre.
2) A su hermana Haliba.
3) A su hermano Namir.
4) A Assim, el soldado al que ha dejado vacío de sangre.


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martes, agosto 08, 2023

Kazim Ayad (1) - Vampiro en tiempos de guerra

Esta es la 1ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Era una noche despejada, donde el resplandor de las explosiones lejanas competía con el animado brillo de las estrellas. Kazim se encontraba en la parte más alta del cerro que ocultaba la guarida donde había permanecido durante el último año junto a su mentora. Con la mirada fija en algún punto perdido del cielo, el muchacho permanecía pensativo, reviviendo una y otra vez el momento en el que el cuerpo de su maestra se deshacía en cenizas como el tronco de un árbol arrasado por las llamas. Necesitaba saber si había hecho lo correcto al acceder a la orden de su madre vampírica: absorber toda su sangre y consumir lo que le quedaba de alma.

**************

   La guerra le había trastocado la vida y la rutina, como al resto de habitantes de aquel país en medio del desierto. Al poco de empezar el conflicto bélico, su padre fue obligado a alistarse en el ejército para hacer frente a las ofensivas iraníes, dejando atrás a su mujer y tres hijos. Siendo Kazim el primogénito, adquirió un rol protector hacia sus hermanos pequeños. Sin embargo, aunque el chico ya se encontraba a medio camino entre ser un niño y un adulto, demostrando una mayor madurez de la que se esperaría para su edad, no estaba en condiciones de suplantar el rol de cabeza de familia que ostentaba su progenitor. Su mayor obstáculo era su mudez de nacimiento.

   Pero lo que en toda su vida le había supuesto una desventaja, sobre todo al querer comunicarse con los demás, durante la guerra le supuso un salvavidas. Al contrario que los muchachos de su edad, Kazim adquirió una actitud más prudente y no solía formar parte de las cuadrillas que recibían a gritos y pedradas a los soldados enemigos. Normalmente, permanecía en la retaguardia, asistiendo a sus amigos y conocidos cuando resultaban heridos de cualquier consideración. El no poder articular palabra alguna ni proferir sonidos por su boca le convertía en el chaval más difícil de detectar por las filas enemigas. Aún así, sus actos no pasaron desapercibidos para el ejército, que comenzó a recurrir a él con el fin de proporcionar primeros auxilios a los militares caídos en pleno campo de combate.

   Tenía buena mano para extraer balas y coser heridas en la carne de sus compatriotas, ya fuera en medio de una contienda o en un hospital de campaña, convirtiéndose en un gran baluarte para las gentes del sur de Irak. Además, era muy ágil y escurridizo, llegando a lugares que ningún otro miliciano podría alcanzar sin ser visto.

   A pesar de estar más involucrado en la guerra, todo pintaba bien para él, al sentirse útil y reconocido por la comunidad. Hasta que en una fatídica emboscada, el convoy en el que viajaba fue bombardeado. Hasan, un soldado al que el chico había salvado la vida en un par de ocasiones, no dudó en hacerle de escudo humano en cuanto escuchó un proyectil de gran calibre silbar hacia ellos. Todos los combatientes perecieron en aquel momento, quedando Kazim atrapado entre los brazos de su salvador y el amasijo de hierros del vehículo. Aún así, resultó gravemente herido, suponiendo sus últimas horas de vida una lenta y dolorosa agonía hacia la muerte. No podía gritar para pedir ayuda, ni tampoco nadie de ninguno de los dos bandos apareció por el lugar para rescatarle o dar fin a su sufrimiento.

   Optó por concentrarse y pensar en su familia. Aún recordaba a su padre, desaparecido durante los primeros meses de la guerra. Fue él quien le enseñó a escribir y a expresarse con el lenguaje de signos. Gracias a su progenitor, el resto de su familia y las amistades más cercanas del vecindario también aprendieron a comunicarse con Kazim, haciendo una gran labor por su integración entre las gentes de su aldea. Desde que el hombre fue enviado al frente, su madre se encargó de trabajar en los áridos campos para llevar un jornal y alimento a casa. Realmente quería a su marido y no había noche en la que el muchacho no la escuchara llorando su pérdida. Procuraba que su hermana Haliba y el pequeño Namir no vieran a su madre en esa frágil situación para que no desdibujaran de su mente la imagen de la mujer fuerte que era en realidad.

   No tenía fuerzas para mover sus brazos y los dedos de sus manos sólo temblaban cuando intentaba hacer el gesto con el que quería despedirse de sus seres queridos, como si los tuviera delante. Cerró los ojos y se durmió, con la esperanza de despertar en el más allá.

   Al caer la noche, el sonido de cómo algo revolvía entre los restos del vehículo le desveló. Enseguida, pudo comprobar que no se trataba de una hiena o cualquier otra alimaña, que hubieran supuesto un final aún más cruel para él. Sus ojos entreabiertos y cansados fueron capaces de reconocer la figura y el rostro de una mujer a la que ya había visto en numerosas ocasiones deambulando cerca de las jaimas utilizadas para tratar a los heridos. Justo cuando ésta estableció contacto visual con él, Kazim volvió a desfallecer, cayendo en un profundo sueño.

   Sin tener noción del tiempo que había transcurrido desde entonces, Kazim despertó en una especie de cueva, acostado sobre un mullido lecho. Se incorporó sin mayor problema y de inmediato pudo comprobar cómo su cuerpo estaba libre de heridas y de todos los efectos de aquella explosión. Sin embargo, se sentía diferente. No tardó en percatarse de que su cuerpo estaba más frío de lo normal y que su corazón no latía de forma autónoma como lo había hecho durante toda su vida.

   La mujer a la que había visto en el lugar del ataque apareció en la estancia y se encargó de contarle todo sobre su nueva naturaleza vampírica. A lo largo de las siguientes semanas y meses, le mostró sus nuevas habilidades, instruyéndole en los cometidos que debía cumplir a partir de entonces. Y, una vez que consideró que Kazim estaba lo suficientemente preparado para ser totalmente independiente, su mentora le encomendó la tarea más complicada que debía realizar hasta el momento: liberarle de la existencia en un mundo lleno de guerras y peleas entre la humanidad, consumiendo toda su sangre y su esencia.

   Como contrapartida, el chico heredaría su poder, con el fin de poder continuar su legado con sangre nueva.

   Fue como un segundo renacer como vampiro para Kazim, al sentir cómo sus habilidades llegaban más lejos de lo que hasta entonces había imaginado. Tenía el presentimiento de que una parte de su mentora y de sus predecesores le acompañarían de ahí en adelante. Por ello, llegó a la conclusión de que obró adecuadamente y de que no debía defraudarles en su cometido. Acordó consigo mismo en volver a su aldea natal para comenzar a proteger a su pueblo en pos de conseguir la tan ansiada paz en la zona.

**************

   Poco antes del alba, Kazim llegó a la puerta de lo que había sido su hogar hasta el momento de desaparecer en el convoy bombardeado un año atrás. Muchas de las casas de aquel enclave habían sucumbido a los efectos de la guerra, exhibiendo agujeros de proyectiles en las paredes, estructuras derruidas y puertas destrozadas. Sin embargo, en cuanto puso un pie en su aldea, tuvo la certeza de que su familia se encontraba sana y salva. No hizo falta que tocara la puerta para que su madre y sus dos hermanos salieran a recibirle con la alegría que les suponía recuperar a un ser querido que habían dado por muerto durante meses. De alguna manera, Kazim les había transmitido mentalmente la idea de que él estaba allí de vuelta.

—Kazim, hijo mío. Bendito sea Dios por haberte traído de vuelta con nosotros —celebró su madre alzando los brazos al cielo en señal de agradecimiento—. Dalil, nuestro hijo está aquí. Gracias por haberlo guiado a nuestro hogar.

—¿Estás bien hermano? ¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó eufórica su hermana Haliba mientras le abrazaba.

—He estado en un lugar seguro, aprendiendo mucho para poder ayudar a nuestro pueblo a resistir y salir adelante en esta guerra —le respondió Kazim haciendo gestos con sus manos, a la vez que, con sus poderes sobrenaturales, transmitía lo mismo a las mentes de los miembros de su familia.


   Los tres quedaron atónitos ante la claridad y los detalles con los que comprendieron la explicación sobre su paradero.

—Namir, nuestro hermano mayor ha dicho que ha estado en un colegio muy seguro, donde le han enseñado cómo conseguir que la guerra se termine —le explicó Haliba al más pequeño de los hermanos—. Como tú no sabes todavía qué significan los signos que Kazim ha hecho con sus manos, te los traduzco.

—¡Yo sí sé los signos, Haliba! —le replicó Namir orgulloso de haber entendido a su hermano mayor, aún sin saber cómo.

—Madre, necesito descansar en casa antes de que los primeros rayos del sol aparezcan —le indicó a la matriarca mientras accedía al hogar y señalaba la puerta bajo las escaleras que conducía al pequeño habitáculo subterráneo que servía de almacén—. Debo dormir ahí dentro y nadie puede abrir esa puerta hasta que caiga de nuevo la noche.

   Pese a las reticencias de su madre, no tuvo muchas dificultades para convencerla en que aceptara su petición y aleccionase a sus hermanos para que no accedieran al sótano durante el día. Tras disponer una jarapa y una esterilla sobre el suelo de aquel pequeño almacén, Kazim se tumbó y cerró la compuerta, cayendo con los primeros compases del amanecer en el sueño diurno que requerían los vampiros.

   Pero en algún momento del día, su descanso se vio truncado con un golpe abrupto en la puerta y una ráfaga de luz del exterior. Sobresaltado y aturdido, vio la figura de un miliciano con el rostro tapado al final de las escaleras.

—¡Aquí hay uno escondido! —gritó el soldado mientras empuñaba su escopeta y apuntaba con ella a Kazim.

—¡Deshazte de él! —escuchó por parte de otro hombre que debía ser un compañero del primero—. No pueden quedar testigos sobre lo ocurrido aquí.


   Acto seguido, sin que Kazim aún fuera capaz de moverse, el miliciano disparó un par de proyectiles que acertaron en el cuerpo del muchacho. Pero a diferencia de lo que le habría ocurrido siendo un simple mortal, las balas no se hundieron del todo en su carne y terminaron por caer al suelo.

—¿Cómo es posible...? —pronunció el hombre armado, volviendo a disparar indiscriminadamente sobre Kazim, con el fin de darle muerte.


   El muchacho se cubrió de forma instintiva con sus brazos, encogiéndose en un rincón de aquel sótano. A la misma vez, comenzó a escucharse una refriega de disparos que alertó al resto del escuadrón.

—¡Farid, ven aquí! ¡Necesito ayuda! —exclamó el soldado mientras bajaba los peldaños del compartimento subterráneo y sacaba un cuchillo de su cinturón.


   Asustado y aún sorprendido por no haber sido herido de gravedad por las balas, Kazim comenzó a dar manotazos y patadas para poder esquivar la hoja afilada con la que estaba siendo atacado. Pero igualmente, el metal del arma a malas penas podía atravesar su piel, provocándole cortes superficiales. El soldado procedió a desgarrar la ropa del chico para comprobar qué tipo de chaleco antibalas o protección llevaba debajo para que ni los disparos ni el cuchillo le afectasen de forma significativa.

—¿Qué está ocurriendo, Assim? —preguntó uno de los compañeros asomándose por la entrada al habitáculo, mientras seguía pendiente de los disparos que se escuchaban por los alrededores.

—¡Le he disparado una docena de veces y le he clavado la hoja de mi cuchillo, pero no consigo ni tan siquiera herirle! —explicó el soldado dejando en paños menores a Kazim—. ¡Este joven una aberración del infierno!

—Átale las manos —le sugirió el otro, señalando un rollo de sogas que había sobre una de las tinajas a la vez bajaba para comprobar más de cerca la situación.


   Entre los dos, consiguieron doblegar a Kazim, quien a pesar de ofrecer una gran resistencia, notaba su cuerpo algo entumecido y sus reflejos mermados. Pensó que debía ser a que el ocaso aún no había llegado, mientras se daba por vencido al ser maniatado. Trató de averiguar cuál era la situación de los miembros de su familia, pero no era capaz de localizarlos con su mente. Uno de los milicianos vació un pequeño saco de grano y se lo colocó a Kazim sobre la cabeza, apretando por la zona del cuello con la idea de asfixiarle.

—¿No ves que con esta tela aún puede respirar? —le recriminó el soldado Farid refiriéndose al tejido del saco—. Tenemos que ahogarlo sumergiéndole la cabeza en agua.

—Estas tinajas están prácticamente vacías. No nos servirán —contestó Assim abriendo las tapaderas y arrojándolas sobre el muchacho indefenso.

—En una de las casas de al lado había un aljibe. Llevémoslo allá —propuso el que parecía ser superior en rango militar.


   Acto seguido, levantaron a Kazim del suelo y lo empujaron escaleras arriba para sacarlo del sótano. No podía ver nada a través del saco que aún tenía en la cabeza, pero comenzó a forcejear con ellos para evitar salir al exterior de su casa. Ante este movimiento, los soldados le golpearon con sus rifles hasta que cayó al suelo, donde continuaron propinándole patadas y pisotones.

   Doblado de dolor, no le dio lugar a reponerse para poder ofrecer resistencia en cuanto empezaron a arrastrarle por el suelo. Nada más cruzar el umbral hacia el exterior, notó cómo la luz del sol comenzaba a escocerle sobre la piel. Sin embargo, el ritmo al que se quemaba distaba mucho de lo que le había advertido su mentora en alguna ocasión. Percibió que el viento ululaba con fuerza alrededor de ellos, por lo que debía haberse levantado una tormenta de arena que le ofrecería algo de protección contra los rayos solares.

   Enseguida se les unió un tercer guerrillero.

—¿Y éste de dónde ha salido? —les preguntó refiriéndose a Kazim.

—Estaba encerrado en un almacén y seguramente no ha llegado a inhalar el agente tóxico —le respondió Farid mientras continuaban su avance a la vivienda de enfrente—. ¿A qué se debían los disparos de antes, Iyad?

—Era el novato, que al parecer se ha rebelado y ha comenzado a atacarme —les explicó el recién llegado algo apesadumbrado—. Lo he matado al responderle al fuego, pero aún no he recuperado su rifle. Está junto a lo que parece una ambulancia, aunque con esta tormenta no lo podía apreciar bien y venía a pediros cobertura para avanzar con seguridad.

—De acuerdo, en cuanto acabemos con este crío la inspeccionaremos con sumo cuidado —le comentó el líder del escuadrón.


   Los tres soldados entraron en una casa con Kazim a rastras, para poco después salir a un patio compartido entre varias viviendas.

—Assim, llena ese balde con el agua del aljibe —le ordenó Farid mientras dejaban al muchacho de rodillas junto a un poyete.


   Cuando Kazim sintió que ambos soldados dejaron de sujetarle, se incorporó súbitamente y, aún encapuchado, comenzó a correr siguiendo el mismo camino por el que lo habían llevado hasta allí. Pero, rápidamente fue interceptado por uno de los milicianos.

—¿A dónde crees que vas? —le preguntó con cierta satisfacción por haberlo detenido a la vez que lo empujaba hacia el suelo.

—Maldita sabandija. ¡Toma esto para que no se te ocurra volver a largarte! —le recriminó Farid, golpeándole con la parte trasera de su rifle.

—¿No te estás excediendo demasiado, Farid? Es sólo un niño... —intercedió Iyad al ver cómo trataba al rehén, sin obtener la más mínima respuesta.

—¡Eh, deja que yo también lo golpee! —reclamó Assim mientras vertía otro cubo de agua al balde.

—¡Tú sigue a lo tuyo! —le espetó el líder del grupo, propinándole más golpes al pobre Kazim.


   Aturdido, el muchacho cayó de lado al suelo, donde continuó recibiendo golpes por parte de su captor. Sentía que había defraudado a su maestra, al no poder hacer frente a aquel trío de mortales, teniendo él la ventaja de ser un vampiro. Por otro lado, también estaba intentando localizar con su mente a su familia, pero por los alrededores, sólo era capaz de percibir la presencia de sus tres atacantes y de una cuarta persona que debía estar en la casa de al lado.

   Volvieron a agarrarle y, disponiéndolo frente al balde lleno de agua, empujaron su cabeza para sumergirla por completo.

—¡A ver si sobrevives a esto, monstruo! —le gritó Farid al oído en una de las veces que le daba tregua para que respirara.

—¡Déjame a mí que lo ahogue, que para eso he llenado yo el recipiente de agua! —interfirió Assim empujando a su líder y agarrando el saco que envolvía la cabeza de Kazim.

—Está bien, pero como tardes demasiado en matarlo, el siguiente que va a probar el agua vas a ser tú —le amenazó Farid, disgustado por la intromisión de su subalterno.


   Ajeno a las discusiones de los milicianos, Kazim sentía cierta curiosidad por saber quién era la otra persona que había cerca y qué hacía allí, ya que no parecía que fuera nadie del grupo de los militares. De alguna manera, con la cabeza sumergida bajo el agua, le era más sencillo que nunca localizarla en el plano astral. Esperando que su aura destilara buenas intenciones, quedó defraudado al visualizar unos tonos intensos de ira, al igual que las de sus captores. Debería tener cuidado con el cuarto en discordia, por lo que comenzó a trazar un plan de huida mientras los otros creían que se ahogaba.

   De repente, escuchó un golpe y un grito de dolor por parte de uno de aquellos hombres, a la vez que todas las auras se agitaban y derivaban a sentimientos de desconcierto y temor.

—¡Farid! ¿Estás bien? —le preguntó Iyad mientras examinaba el bloque de escombro que había golpeado a su superior.

—¡Alguien le ha lanzado eso desde arriba, Iyad! —exclamó Assim soltando al muchacho y señalando hacia la planta superior de una de las viviendas que daban a ese patio.


   Farid seguía en el suelo, sin poder recomponerse del impacto que había recibido en la espalda y no conseguía mascullar palabra alguna para alentar a sus compañeros a que fueran a por su atacante. Aunque no fue necesario, ya que Assim e Iyad tomaron la iniciativa por su cuenta, agarrando sus rifles y accediendo a la vivienda por la puerta de la cocina. Habían abandonado el patio, dejando a Kazim junto al miliciano impedido, mientras inundaban la atmósfera de alrededor con multitud de gritos y amenazas sobre el que se había atrevido a perpetrar aquel ataque contra su superior.

   Antes de volver a intentar huir y aún con la cabeza sumergida, Kazim podía percibir cómo ambos soldados iban a interceptar al intruso, que no iba a tener tiempo de abandonar la casa. Para su sorpresa, percibió cómo los milicianos pasaban de largo junto a la misteriosa persona y accedían al piso superior de la vivienda.

—¿Por qué no le han visto? ¿Se habrá escondido? —pensó Kazim, intentando adentrarse en el aura de aquel extraño.


   Cuando vino a darse cuenta, unos brazos envolvieron su cuerpo, tirando de él hacia atrás. Inmediatamente, escuchó cómo el balde caía al suelo y notó el agua salpicaba sus piernas, mientras que esa persona misteriosa cargaba con él y emprendía la huida. Tenía la impresión de que éste había ido a rescatarle, por lo que optó por dejarse llevar y ordenó a sus piernas moverse para escapar más rápido.

Tranquilo, salimos de aquí —le entendió decir Kazim a su rescatador, con una voz masculina y un notable acento extranjero.


   Después de avanzar unos metros, notó cómo el hombre con el que huía lo levantaba en volandas y, con un movimiento rotatorio, lo empujaba contra una pared. Acto seguido, se escuchó una ráfaga de disparos y notó cómo la pared sobre la que su espalda estaba apoyada vibraba al recibir los impactos de las balas. Parecían estar a cubierto dentro de una vivienda, cosa que confirmó en cuanto le fue retirado el saco de la cabeza.

   Delante de él tenía un hombre de tez clara y cabellos rubios, empapado en sudor y con evidentes signos de cansancio. Aquel extranjero se tomó unos segundos para recuperar el aliento, tras los cuales, sacó un cuchillo de uno de los bolsillos de su pantalón. Asustado, Kazim dio un respingo hacia atrás. Entonces, recordó que su piel era más resistente ahora y que no debía temer por su integridad ante un eventual ataque por arma blanca. Quedó aún más tranquilo cuando comprobó que el objetivo de su rescatador era cortar las sogas atadas a sus muñecas. Le escuchó decir algo que no entendió, aunque parecía destilar algo de preocupación por él.

   A ambos les sobresaltó la rotura de una tinaja dentro del hogar por el alcance de una de las balas, derramando todo el agua que contenía por el suelo de alrededor. El hombre le acomodó contra la pared una vez que terminó de liberarle, para a continuación adentrarse en la vivienda y explorarla. Kazim vio cómo en el suelo empolvorizado aún estaban las marcas de sus piernas al haber pasado por allí a rastras. En seguida, le llamó la atención el suspiro que exhaló el extranjero en la siguiente estancia. Aprovechó para volver a analizar su aura y comprobar que se encontraba triste y apenado por algo. Le vio apoyar la mano en la mesa de la sala y dar varias arcadas.

   Tenía la certeza de que aquel hombre estaba afectado por la situación y posiblemente por algo más. Kazim dio unos pasos hacia él para poder analizarlo más de cerca, identificando que su cuerpo irradiaba más calor de lo normal y que su brazo izquierdo estaba inflamado y herido. El hombre de pelo rubio terminó sentándose en una de las sillas para recomponerse tras haber vomitado y observar todo lo que tenía a su alrededor.

   Los disparos habían cesado y escuchó cómo los milicianos pretendían asaltar la vivienda en la que se encontraban. Cuando Kazim quiso advertir al extranjero sobre lo que había escuchado, vio como éste volvía hacia él para asir su mano y conducirle fuera de la casa. Esta vez no opuso resistencia por volver a pisar el exterior bajo plena luz del día, ya que el polvo y arena en suspensión frenaría el efecto del sol sobre su ser. Mientras avanzaban, comprobó cómo la sangre emanaba de las heridas abiertas del brazo del extranjero. También corroboró que su temperatura corporal era mucho más alta de lo normal y que debía estar al borde de un colapso.

   Ya en el exterior, fueron golpeados por una fuerte ráfaga de aire y arena, que terminó desequilibrando a su salvador. Éste cayó al suelo exhausto y con dificultades para respirar. Kazim pudo quedarse en pie, al soltarse de la mano del extranjero. Estando en medio de la calle, echó un vistazo rápido hacia atrás. Uno de los milicianos estaba de camino y debían ponerse a cubierto cuanto antes. Ahora todo dependía de él, por lo que se agachó hacia el hombre y, como buenamente pudo, lo arrastró hacia el hogar en el que vivía con su familia.

   No tardó en alcanzar el dintel y pasar al interior. Pero, todavía sujetando al extranjero, quedó paralizado al ver los cuerpos de su madre y hermanos tendidos en el suelo del salón. Inertes, estaban en una posición que parecía un abrazo de la matriarca hacia los pequeños.

—¿Madre? ¿Haliba? ¿Namir? —los llamó mentalmente, sin detectar signos de vida en ellos.


   Una sensación que mezclaba miedo, tristeza y soledad le invadió el cuerpo de pies a cabeza al contemplar tal escena.


Siguiente


En esta ocasión toca decidir cuál será la siguiente acción de Kazim.

A) Soltar al extranjero e ir corriendo a abrazar a su familia.
B) Depositar al hombre de pelo rubio en un lugar seguro.
C) Preparar una emboscada junto a la puerta para recibir por sorpresa a los milicianos.
D) Volver al exterior para ir a atacar a los guerrilleros.


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