jueves, enero 18, 2024

Alger Furst (6) - La problemática de la deserción

Esta es la sexta entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.





   Sentado frente a la ventana, Alger observaba cómo la gente de las calles aledañas se agolpaba ante los esquilmados puestos de víveres. Cada vez que creía haber encontrado a su objetivo, echaba mano de su cámara de fotos hasta darse cuenta de que no se trataba de él. Abatido por la desesperación y el no haber dormido nada desde hacía un día, se dejaba engañar por los caprichosos espejismos que le mostraba su mente. Echó un vistazo hacia atrás, estando tentado de tumbarse en el sucio colchón que había en el suelo. Pero un golpe de suerte iba a hacerle cambiar de idea.

   —¡Alhefus, la he conseguido! —vociferaba Iyad mientras subía las escaleras hasta la buhardilla donde se encontraba su invitado.

   —¿En serio? ¡Déjame verla! —Alger saltó de la silla y fue al encuentro de su anfitrión para arrebatarle la hoja de papel que traía.


   La mirada del reportero fue directa hasta la fotografía en la que aparecía Kazim junto a un par de soldados. A pesar de que la calidad de impresión no era ni por asomo como la del periódico en el que trabajaba, los rasgos del muchacho se podían apreciar a la perfección.

   —Esto servirá. ¡Eres un genio, Iyad!

   —¿No irás a salir a buscarle ahora? Has estado fuera toda la noche y necesitas dormir —le cuestionó Iyad al ver cómo Alger se calzaba las botas.

   —Debo encontrar a Kazim antes ir a Kuwait. —Dándole la hoja para que la sostuviera en vertical, le echó un par de fotografías con su cámara antes de colgársela al cuello—. Alguien pudo verlo.

   —Prométeme que tras los funerales descansarás de la búsqueda. Porque nos veremos en el maqbara, ¿verdad?

   —Haré lo posible por ir al cementerio —le contestó Alger bajando las escaleras a toda prisa con su mochila a cuestas, manteniendo la esperanza de poder dar con el chico gracias a la imagen del periódico.


*****

   Aún en tiempos de guerra, no era normal que en una misma jornada tuvieran lugar los entierros de más de una decena de personas en Az Zubayr. Pero ese día iba a ser excepcional, debido a que Iyad llevó consigo hasta allí a los tres militares muertos de su escuadrón. Tampoco habían dejado atrás a la familia de Kazim, por deferencia y respeto al chico. Por su parte, Alger había tenido en cuenta a la pareja con la que había viajado en la ambulancia hasta el lugar donde fueron asaltados. A todos ellos se les daría un entierro digno en el maqbara, a pesar de no hacerlo en la tierra donde vivieron.


   Con la ceremonia ya comenzada, Iyad vio cómo Alger llegaba agotado al cementerio y se sentaba bajo un árbol raquítico de sombra minúscula. Temía que el extranjero no estuviera en condiciones de llevarlos a su esposa y a él hasta Kuwait al día siguiente, siendo una pieza primordial en su plan de deserción. O peor si cabe, que decidiera quedarse hasta que no encontrara a Kazim, acabándose los días de luto que el ejército le había concedido por el devenir de su equipo. Dando un suspiro, continuó con sus oraciones en memoria de los militares fallecidos.


   Cuando los ritos funerarios finalizaron y los asistentes ya se habían dispersado, Iyad se acercó hasta donde reposaba Alger. Éste sostenía la hoja de periódico que le había conseguido aquella mañana gracias a que uno de sus vecinos guardaba escrupulosamente las publicaciones que llegaban con cuenta gotas durante el conflicto bélico.

   —Un mes más aquí y sabré leer esta noticia —declaró Alger para sorpresa de Iyad, viendo sus intenciones de quedarse.

   —No... ¿No irás mañana a Kuwait con nosotros? —susurró éste a la vez que se aseguraba de que nadie pudiera escucharles.

   —Me quedaré mientras el muchacho está desaparecido.

   —Pero Alhefus, tu vida está en peligro quedándote en Irak. El gobierno ha expulsado a casi todos los periodistas como tú —le rebatió Iyad echándose las manos a la cabeza y buscando la manera de convencer al extranjero para que abandonara el país junto a él.

   —Tranquilo, amigo. Anoche, dos personas vieron a Kazim aquí. Seguro hoy vuelve al cementerio y podremos ir a Kuwait juntos.

   —¡Dios te oiga y eso se haga cierto! —exclamó exultante Iyad levantando sus brazos al cielo—. Por favor, ve a casa a comer y a descansar. Yo esperaré al chico mientras tanto.

   —No, yo me quedaré esperando. —Tras negar con la cabeza, Alger dobló cuidadosamente la hoja de periódico y la guardó en su mochila.

   —Pero necesitas comer, Alhefus —dijo preocupado ante la decisión de su invitado—. Aguarda. Te traeré algo de comida y agua —añadió tras pensar qué hacer durante unos instantes.


   Alger se cubrió la cara para esquivar la polvareda que se levantó tras los pies de Iyad, cuando éste arrancó a correr hacia su casa. Por un lado, quería ayudarle a tener una vida mejor fuera de Irak y lejos de sus obligaciones militares. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el muchacho desaparecido.

   —Kazim, ¿por qué te fugaste la noche que llegamos aquí? —se preguntó, deseando que llegara el momento en que el chico se decidiera a aparecer para visitar las tumbas de su madre y hermanos.


*****


   En el transcurso de la tarde, Iyad se había encargado de improvisar un puesto de vigilancia con cartones y mantas, junto a un muro cercano a donde habían estado haciendo guardia desde esa mañana. Al anochecer, dejó a solas al extranjero para poder encargarse de los preparativos del viaje del día siguiente. Tras despedirse, comenzó el camino a su casa implorando a Dios para que el chico apareciera finalmente. Algo hambriento, Alger aprovechó el momento de soledad para darle bocados a una torta redonda y aplastada de trigo, entreteniéndose en darle la misma forma en cuarto menguante que tenía la luna en el firmamento. Entre bostezos y cabezadas, no tuvo lugar de terminarse la cena antes de caer dormido.


   Al notar cómo alguien le revolvía el pelo, entreabrió los ojos y vislumbró una silueta borrosa justo delante de él, con el brazo extendido hasta su cabeza. Tras pegar un respingo de la impresión, fue capaz de reconocer al chico perdido, a quien al parecer le intrigaban sus cabellos rubios.

   —¡Kazim! ¡Has venido! ¿Estás bien? ¿Dónde te habías metido? —exclamó aturullándose en su propio idioma, a la vez que se incorporaba y estrechaba ambas manos con él.

   —Estaba conmigo, no has de estar preocupado. —Una voz femenina que hablaba perfecto alemán le sorprendió.


   Como si aún estuviese haciendo el servicio militar obligatorio y hubiera llegado su oficial a pasar revista, Alger se puso en pie de ipso facto, quedando totalmente obnubilado por la presencia de aquella mujer. Estaba envuelta en un llamativo vestido de seda morada con una capa translúcida cosida a las mangas. Y aunque llevaba un velo sobre la parte inferior de la cara haciendo que sus perfilados ojos resaltaran aún más, éste era casi transparente, permitiendo que todo su rostro se pudiera contemplar. El fotógrafo no recordaba haber visto a nadie más hermosa que ella.

   —No me extraña que el chico haya preferido irse con esta diosa —susurró Alger, creyendo que simplemente lo estaba diciendo para sí mismo.

   —Te equivocas, no soy una diosa, sino quien ha estado cuidando de Kazim estos últimos meses —le rectificó ella, siendo Alger consciente de que el muchacho y ella habían oído su blasfemia.

   —Oh... eh... esto... discúlpame. Suelo decir muchas tonterías nada más despertarme. Por cierto, yo soy Alger —se excusó con apuro, extendiendo su tembloroso brazo con la intención de darle la mano.

   —Lo sé, Kazim ya me ha contado sobre ti y cómo le ayudaste a escapar de aquellos soldados. Te agradezco todo lo que has hecho por él. Mi nombre es Serezade y estoy encantada de conocerte.


   Nada más rozar sus dedos con los de ella, tanto su ritmo cardíaco como su respiración se desbocaron. Allí estaban ellos dos a solas, unidos de la mano, mientras que Kazim rezaba delante de donde fueron enterrados sus hermanos y su madre.

   —¿Encantada? El placer es mío. Cuánto echaba de menos poder hablar con una mujer que entendiera mi idioma. ¿Por qué no nos habremos encontrado antes? —pensó Alger, sintiendo cómo las mariposas del amor subían por su estómago.

   —No suelo prodigarme demasiado por las aldeas ya que prefiero vivir una vida tranquila alejada del ajetreo. Por esa razón, no hemos podido coincidir.

   —Ah... no quería decir eso. ¿Qué le pasa a mi lengua que dice todo lo que pienso?

   —Se te ve muy cansado, Alger. Parece que has estado buscando a Kazim todo el día. ¿A qué se debe tal interés por él?

   —Verás... yo también perdí a mi familia siendo joven. Me sentí identificado con él cuando descubrí que sus seres queridos habían muerto. Me propuse ayudarle a salir adelante y a que no se sintiera desamparado como me ocurrió a mí —se sinceró rememorando la época en la que cayó en depresión por la muerte de sus padres.

   —Te comprendo y tus intenciones son muy nobles. Aunque yo no sea pariente de Kazim me haré cargo de él y seguiré cuidándolo.

   —Id conmigo a Alemania. ¡Puedo sacaros de esta tierra hostil! ¿Qué mejor lugar para tener una vida más tranquila? Me comprometo a estar para siempre a vuestro lado, hasta que la muerte venga a por mí y nos separe —les propuso Alger, dando por hecho que no encontraría jamás una mujer como ella, con la que pasar el resto de sus días.


   Aprovechando que el chico estaba de vuelta, Serezade se acercó a él para darle un abrazo como si de su madre se tratara.

   —Gracias por tu ofrecimiento, pero debemos permanecer aquí para ayudar a la gente que está sufriendo, ¿verdad, Kazim?


   El muchacho asintió, a la vez que correspondía al gestor protector de Serezade, sonriendo y poniendo sus manos sobre los brazos de ella. Al mismo tiempo, el extranjero sentía una atracción cada vez más intensa hacia ellos.

   —Pues... pues... ¡me quedaré a vivir con vosotros aunque caigan bombas del cielo! —les espetó Alger ante un gesto de sorpresa de ambos.

   —Este lugar es peligroso para ti, Alger. Por lo que me contó Kazim, casi mueres hace un par de días. —Serezade clavó sus ojos en los del hombre de pelo rubio—. Te encomiendo la misión de contar al mundo todas las atrocidades que están ocurriendo aquí. Para ello, debes volver a tu casa. Alger. Vuelve a casa.

   —Debo volver a casa... —repitió éste, con la mirada perdida y totalmente convencido de que aquello era lo que tenía que hacer, anulando su deseo de estar junto a ellos.


   Pero sin darse por vencido en unir sus destinos, Alger reaccionó dirigiéndose hacia su mochila para rebuscar algo en ella. Sin comprender cómo había conseguido salir del trance en el que Serezade le había imbuido, ambos vampiros mostraron curiosidad por lo que estaba garabateando en una libreta.

   —Tomad, esta es mi dirección en Stuttgart. Prometedme que vendréis a visitarme pronto, por favor —les rogó entregándoles la hoja que había arrancado.


   El chico asintió sonriente justo antes de saltar hacia él y fundirse en un fraternal abrazo. Éste sintió que tendría en aquel hombre a lo más cercano a una familia, ya que a partir de entonces iba a estar solo. Aunque anhelaba tenerlo cerca, debía alejarlo de esa guerra en la que tendría muchas posibilidades de morir. Echando mano de sus poderes dentro de aquella ensoñación en la que había utilizado a su mentora para comunicarse con Alger, provocó que las piernas del extranjero comenzaran a flaquear. Cuando se desplomó al dormirse de nuevo, lo dejó acostado sobre los cartones y protegiéndolo del frío con las mantas.


   Volvió a revolver los llamativos cabellos de su nuevo hermano mayor a modo de despedida y abandonó el lugar, con la satisfacción de haberlo convencido para que volver a un lugar más seguro como lo era su país.


*****


   Cuando los primeros rayos del sol iluminaron su rostro, Alger reaccionó cubriéndose la cabeza con una de las mantas. Inmediatamente tomó consciencia de haberse quedado dormido a la intemperie en un maqbara. Desperezándose, comprobó que tanto su mochila como su cámara encintada al cuello seguían con él.

   —Qué extraño lo de anoche. ¿De verdad estuvo Kazim aquí? —Conforme recogía su lecho improvisado, intentaba recordar todos los detalles del encuentro con el muchacho—. Algo me dice que no fue un sueño. Mi imaginación no es capaz de inventarse una mujer tan hermosa y dulce como Serezade. ¡Cuánto lo envidio por irse a solas con ella!


   A lo lejos apareció Iyad, quien al ver que el alemán estaba a solas, vio peligrar su plan de huida hacia Kuwait. Desanimado ante la muy probable decisión de quedarse en la zona y seguir buscando al muchacho, respondió con algo de desgana al saludo que le hacía Alger. Pero en cuanto vio el gesto de victoria que éste, aceleró el paso, ansioso por saber qué había ocurrido en su ausencia.

   —¿Has visto a Kazim?

   —Sí, pero no viene con nosotros. Aquí seguirá ayudando. Y será muy bien cuidado.

   —Oh, ya veo. Él siendo todavía un niño tiene el valor de quedarse. Yo en cambio... —respondió Iyad, comparándose y viendo que él huiría como un cobarde.

   —No te sientas mal. Tú estás obligado a empuñar un arma. Comprendo que quieres evitar matar gente. Por eso tienes que ir a Kuwait —le intentó reconfortar Alger chapurreando en árabe.

   —¿Y tú qué harás, Alhefus?

   —Ir contigo y volver a mi país.

   —¡Ah, qué alegría! ¡Sabía que podía confiar en ti, Alhefus! —explotó Iyad abalanzándose sobre Alger y levantándolo en brazos mientras que saltaba sin parar.

   —¡Bájame! ¡Quien irá herido a Kuwait eres tú y no yo! —exclamó Alger temiendo por su propia integridad.


*****


   Ya casi habían atravesado toda la población de Safwan con la ambulancia conducida por Alger. En la parte trasera, Iyad le pedía que fuera más deprisa mientras lloraba de dolor sin que el consuelo de su esposa le sirviera demasiado.

   —No puedo ir más rápido, Iyad. Tu ejército nos observa. ¿Ves que no era buena idea disparar tu pierna? —le reprochó Alger aminorando la velocidad ante las indicaciones de un grupo de soldados del puesto fronterizo.

   —¡Por favor, no te detengas, Alhefus! ¡Acelera y derriba la alambrada para salir de Irak de una maldita vez! —le suplicó Iyad con gran desesperación.

   —Haré como que no te he entendido —masculló mientras detenía el vehículo y ponía las manos a la vista de los milicianos que le apuntaban con sus rifles.

   —¿Quién eres, extranjero? ¿Qué haces conduciendo una ambulancia de la Luna Roja hasta la frontera? —le inquirió el que parecía ser el superior de todos ellos, abriendo la puerta violentamente y encomiándole a bajar.

   —¡Soy prensa! ¡Soy prensa! ¡Traigo soldado herido! ¡Ayuda!

   —No podéis pasar. Da media vuelta y llévalo al hospital de la ciudad —le bufó el oficial conforme revisaba la documentación que le había entregado Alger.

   —Señor Sadiq, es cierto que transporta a un herido de los nuestros —le comunicó el miliciano que se encargó de inspeccionar la parte trasera de la ambulancia.

   —¡Hospitales llenos en Safwan! Decirnos llevarlo a Abdali, en Kuwait. Hospital más cerca —trató de explicar Alger, poniendo énfasis en que su interpretación ayudara a que los hombres armados dieran su brazo a torcer.

   —¡No puedes salir de Irak sin una orden o una autorización de salida! ¿Dónde la tienes? ¡No la veo! —le exigió Sadiq amedrentándolo con el rifle.

   —Se... se perdió en el ataque —se le ocurrió decir como excusa, levantando ambos brazos en señal de rendición.


   En contrapunto a las fullerías de Alger, se escuchaban los alaridos totalmente reales de Iyad que, junto al llanto de su mujer, ponían de los nervios a todos los allí presentes. La pareja ya se resignaba a que tendrían que volver hasta Az Zubayr, con el peligro que corría él.

   —¡Señor Sadiq, este hombre se está desangrando! ¡Necesita atención médica inmediata o perderá la pierna! —añadió el miliciano tras inspeccionar el vendaje encharcado en sangre, aumentando la angustia del herido y de su esposa.

   —¡Por favor! Él salvó mi vida. Ahora, yo tengo que salvarle a él —le rogó Alger al militar, poniéndose de rodillas y besando el suelo ante sus pies.

   —¡Alger! —se escuchó a cierta distancia.


   Todos se giraron hacia la alambrada, donde se agolpaba un grupo de militares kuwaitíes y un civil. Este último comenzó a hablar con uno de los soldados que tenía a su lado mientras que le mostraba un papel y señalaba hacia el contingente en el que se encontraba Alger. Inmediatamente, le arrebataron la hoja y llamaron a sus homónimos iraquíes haciendo aspavientos.

   —¿Bertram? —se preguntó Alger al creer reconocer a su viejo amigo—. ¿Qué hace este aquí?


   Con los angustiosos gritos de Iyad no era capaz de entender de qué hablaban junto a la valla. Sí que alcanzó a ver cómo desde el lado kuwaití le hacían llegar el documento de Bertram al oficial iraquí.

Amjad, Farouk, dejadlos pasar. ¡Daos prisa! —ordenó Sadiq, quien corría hacia ellos agitando sus brazos para que se encargaran de abrir la verja lo antes posible.

¿Qué ocurre? —le preguntó Alger interesado en saber el motivo de ese cambio de opinión tan radical.

Sube al vehículo y vete a Abdali —le ordenó el militar, espetándole el documento en el pecho y empujándole hacia la ambulancia.


   Mientras volvía a sentarse y arrancaba el motor, tuvo la ocasión de echarle un vistazo rápido al escrito. Su corazón le dio un vuelco al descubrir que se trataba de una carta de repatriación de su propio cadáver. Sin terminar de procesar lo poco que había leído, enfocó su mirada hacia un punto perdido al frente y cruzó la frontera por la carretera que habían abierto. Las indicaciones de los militares y los quejidos de Iyad pasaron a un segundo plano. Se limitó a seguir el vehículo que le hacía las veces de escolta, en el que se habían montado dos de los militares kuwaitíes y Bertram. Durante todo el camino, hubo algo repitiéndose en su cabeza.

—Repatriación de cadáver de Alger Furst.


*****


   En la puerta del hospital de Abdali esperaba un grupo de sanitarios que rápidamente se hicieron cargo de Iyad nada más detenerse el convoy. Alger volvió a mirar el dichoso documento, aunque al ver de reojo cómo Bertram se acercaba, bajó de la ambulancia.

   —¿Qué demonios es esto? —le preguntó indignado, poniéndole la hoja de papel por delante.

   —¿Cómo que qué es eso? Es lo que me dieron para poder llevarme de vuelta tu cadáver a nuestro país, si es que conseguía encontrarlo —le contestó Bertram, molesto por sus modales.

   —¿Acaso ves que esté muerto? —Desafiante, se señaló a sí mismo de pies a cabeza.

   —¡Pues claro que no lo estás! ¡Pero de eso me he enterado hace media hora! ¡Y no antes! —le respondió Bertram subiendo aún más el tono de la conversación.

   —¡Entonces llévate este papel de vuelta al sitio de donde haya salido! —exclamó Alger arrugándolo y lanzándoselo a su amigo.


   Ambos se quedaron frente a frente, aguantándose la mirada y conteniendo la tensión provocada por aquella discusión. Hasta que finalmente, dieron un paso adelante y se fundieron en un fuerte abrazo, dando rienda suelta a los ríos de lágrimas por la emoción de ese reencuentro.

   —Creíamos que habías... muerto en el bombardeo de Al Seeba —le costó decir a Bertram.

   —Me lo imagino. Ese día pensé que no iba a sobrevivir.

   —¿No pudiste llamar al periódico para avisar de que estabas bien?

   —No, lo siento. Cuando llegué a Az Zubayr no funcionaba ninguno de los teléfonos ni tampoco los telégrafos.

   —Está bien. Tenemos que avisar de que en vez de repatriar un cadáver, volverás vivito y coleando. —Bertram dio por terminado el abrazo y comprobó que su amigo estaba de una pieza—. Gretchen ha ido a Bagdad para buscarte allí.

   —¡No podía esperar menos de esa mujer!

   —¿Sabes qué? Ella apostaba a que estarías vivo.

   —¡No me digas que has aceptado hacer una apuesta con Gretchen!

   —¿Con ella? ¡Ni loco!


   Alger soltó una gran carcajada al ver la cara de su amigo, recordando los años que pasaron los tres en la facultad de periodismo de Stuttgart.

   —Haces bien, porque cuando os conocí en la universidad ella te tenía muchas ganas. Y ya te imaginas lo que te pediría en el caso de perder una apuesta con ella...

   —Desde luego. No quiero que me ocurra como a ti, que te pervirtió en cuanto caíste en su telaraña. Además, yo estoy casado. Pero vosotros sois tal para cual. ¿No habéis pensado en sentar la cabeza y pasar por el altar? —le chinchó Bertram mientras se alejaban de las inmediaciones del hospital.

   —¿Y pasar a ser un hombre de una sola mujer? ¡Ni hablar! Además, ella tampoco se conformaría con estar sólo conmigo.


   Los dos amigos se echaron a reír, aunque Alger no pudo evitar mirar hacia el norte y recordar a la imaginaria Serezade. Y por supuesto, a Kazim.


*****


   Después de hacer unas cuantas conferencias telefónicas y aclarar la situación de Alger, éste volvió al hospital para interesarse por Iyad. Aunque su vida ya no corría peligro, la herida en la pierna le dejaría alguna que otra secuela que le exoneraría de tener que volver a filas. Junto a su mujer, pudieron vivir tranquilos en Kuwait hasta que, unos años más tarde, Irak invadió aquel país.


   Al día siguiente, Alger y Bertram tomaron un vuelo para volver a la República Federal Alemana y así poder descansar de esa peligrosa aventura que a punto estuvo de costarle la vida. Tras agradecerle por enésima vez a su amigo el haber ido en su búsqueda, cada uno de ellos volvió a su rutina.




   Pero con lo que no contaba Alger era con encontrarse una fotografía de Kazim al revelar el último de los carretes. Se alegró de no haber reparado el seguro de su cámara, con el que el chico no se habría hecho una foto accidentalmente al trastear los botones mientras él dormía. En ese momento fue aún más consciente de que el último encuentro que tuvieron fue real, al poder apreciar el cementerio de Az Zubayr de fondo.

   —Estas son las fotografías que merecen la pena.


   Lo que aún ignoraba era el vínculo de sangre que se había creado entre ellos cuando Kazim lo rescató de una muerte segura.




Durante el viaje de vuelta, Alger le contará a Bertram sobre los horrores de la guerra, los ataques a las aldeas y los abusos hacia la población por parte del propio ejército iraquí. Pero, ¿hasta qué punto le contará sobre el episodio con Kazim?

A) Mantendrá esa información en secreto, aunque dirá que casi muere a manos del ejército y que Iyad le salvó.
B) Le hablará sobre lo que cree que ocurrió cuando estuvo al borde de la muerte, sin ser capaz de encontrar explicación alguna a todos los detalles y sin mencionar a Kazim.
C) Además de la opción anterior, le revelará la existencia de Kazim y su conexión con los momentos donde estuvo a punto de morir.
D) Incluyendo la información de la opción C, también le hablará sobre Serezade, cómo la cortejó y cómo ella accedió a cuidar de Kazim encandilada por él.


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