miércoles, mayo 01, 2024

Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25.

Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su viaje a Berlín. Jünaj determinó que su memoria había sido alterada, provocándole ese efecto al encontrar alguna incoherencia. El anfitrión le propuso recuperar sus recuerdos. Sin embargo, ese ritual no estaría exento de peligros y otras revelaciones.

El capítulo forma parte de la historia interactiva Bertram Kastner: El Origen Olvidado, protagonizado por Bertram. Al final de esta entrega, podrás elegir qué decisión tomará el protagonista a continuación.





Tan solo quedaban quince minutos para que dieran las seis de la mañana. Bertram deseaba ir cuanto antes al punto de encuentro para poder rescatar a su hijo. El mero hecho de imaginar por lo que estaría pasando su pequeño en manos de Niels Rainath le desgarraba por dentro. Pero por otro lado, necesitaba estar lo más preparado posible para cuando se viera las caras con su enemigo; quién sabe lo que pueda pasar.
   —Resiste, Bertram. Enseguida podrás volver con mamá. —No le importaba que el niño no pudiera oírle, donde quisiera que estuviera.


   Debía darse prisa si no quería perderlo para siempre.

   —Quiero intentarlo otra vez. Adelante, Jünaj.


   El anfitrión hizo un gesto de asentimiento. Sin más dilación, sujetó a Bertram por los hombros y le mordió en el cuello con suma delicadeza. De nuevo, este sintió un dolor placentero que envolvió su cuerpo de arriba a abajo. Intentaba concentrarse en su objetivo; no dejarse embaucar por el mordisco de Jünaj. 

   —Muérdele, muérdele, muérdele... —se repetía incansablemente en su mente.


   Aún seguía consciente y sus colmillos ya estaba listos para pasar a la acción. Tras sufrir unos ligeros espasmos, consiguió estirar lentamente los músculos del cuello y enfilar su boca hacia la yugular de Jünaj. Sentía su sangre cerca. Anhelaba volver a probarla. La tenía a su alcance. Lo había conseguido. Pero justo al abrir sus fauces, escuchó el llanto de un recién nacido tras él. El recuerdo de su hijo al nacer irrumpió en su mente. El mismo niño que moriría a manos de Niels Rainath si él no lo remediaba.


   Se giró por instinto, esperando encontrarse con su pequeño. Pero en lugar de encontrarse en el hospital donde Ingrid dio a luz, se había trasladado a una habitación lúgubre, con un tono anaranjado fruto del tintineo de las velas. Junto a él, un hombre y una mujer trataban de hablar con él, pero no conseguía escuchar palabra alguna. Una anciana sostenía al bebé en brazos, cuyo llanto desconsolado inundaba sus oídos. Su mirada atendía a quien yacía inmóvil sobre la mesa del centro de la estancia. La identificó como su esposa, pero no se trataba de Ingrid. Parecía haber muerto durante el parto. Aún así, Bertram intentó dar un paso hacia donde estaba ella, pero rápidamente fue interceptado por la pareja que tenía delante. Se percató de que tenían las manos ensangrentadas.

   —¡No, Jonas! No la toques, o la podredumbre también se extenderá por tu cuerpo —le advirtió el hombre mientras lo agarraba ayudado por la mujer.

   —E-es por mi culpa —balbuceó Bertram sin conseguir zafarse de ellos—. E-el Szadista te-tenía razón. E-ebba moriría si daba a luz un hijo mío...

   —Es una niña. Y parece que está a salvo —La anciana que sostenía al bebé intentaba darle algo de consuelo, pero guardó silencio en cuanto los otros le hicieron un gesto para que cerrara la boca.


   Sus ojos empañados por las lágrimas contemplaban cómo la piel de la madre se teñía lentamente de un color similar al del carbón. Todo su cuerpo, a excepción del rostro, había sucumbido ya. Aún tenía esperanzas de que acariciando sus mejillas, esta abriera los ojos. Necesitaba que despertara de esa pesadilla.

—¡Ebba! —gritó Bertram, haciendo un infructuoso intento por alcanzarla con las manos mientras se ahogaba en sus propios sollozos.


   El desánimo por la pérdida de su esposa hizo que sus piernas flaqueaban, hasta derrumbarse y quedar arrodillado en el suelo. Ebba y él habían conseguido lo que tanto tiempo habían anhelado. Pero a qué precio.

   —¡Jonas! —chillaron los demás al verlo caer.

   —É-él me maldijo... —se lamentó Bertram con la mirada perdida al frente.

   —¡Eso no son más que habladurías! ¡No te creas nada de lo que te dijo ese desgraciado! —le sugirió una de las mujeres.

   —Es una fatalidad lo que le ha ocurrido a Ebba. Su salud era muy frágil. Y a pesar de la enfermedad, Dios le ha permitido dar a luz a esta niña. ¡Alegrémonos por recibir este regalo bendito! —El hombre trató de buscar una justificación divina a lo que había ocurrido. Pero nada de aquello sirvió de consuelo para Bertram, al igual que tampoco lo hizo en su día para Jonas.


   La luz de las velas se consumió rápidamente a la par que la escena se tornaba difusa. Bertram salió de su ensoñación, volviendo junto a Jünaj e Ikal. Observó que el vampiro no había tenido lugar de limpiarse la sangre que enrojecía más aún sus labios. En cuanto vio el rostro desencajado del anfitrión, se imaginó que algo no iba bien.

   —¿Qu-qué ocurre? —se atrevió a preguntarle Bertram.


   Hasta entonces, había considerado a Jünaj como alguien de convicción firme e inalterable. Pero acababa de descubrir su lado más vulnerable; su pasado como mortal, de nombre Jonas. En ambas visiones, el culpable de su miedo y desolación parecía ser el mismo: «el Szadista». ¿De qué le sonaba ese apodo? De nuevo, una dolorosa sensación volvió a taladrarle la cabeza.

   —Bertram, muérdeme. ¡Ahora! —le ordenó Jünaj por sorpresa.


   Mientras su cuerpo se desplomaba, notó cómo los brazos del anfitrión lo agarraban con fuerza. Su cabeza encontró descanso sobre el hombro de Jünaj, quien le seguía instando a que le mordiera. Poco a poco, el deseo de volver a probar su deliciosa sangre consiguió hacerse paso a través del intenso dolor que soportaba. Cuando vino a darse cuenta, tenía los colmillos anclados al cuello de este. A la vez que saboreaba el primer trago, experimentó un estado de clarividencia hasta entonces desconocido para él. Percibió el miedo de Ikal, quien expelía un grito enmudecido al ver a Jünaj doblegado y en serio peligro. Algo más lejos, sintió la incertidumbre de su mujer y de los que estaban junto a ella.


   Un torrente de sangre encabritado comenzó a caer por su garganta, excitando desmesuradamente los instintos de su bestia interior. Aquello era aún placentero de lo que lo había sido la vez anterior. Pero, ¿qué ocurriría si consumía toda su sangre? La advertencia de Ikal resonó en su cabeza. Debía detenerse antes de matar a Jünaj. A pesar de los intentos de Bertram por retirarse, sus ansias por seguir bebiendo se lo impidieron. Definitivamente, perdió el control y continuó engullendo; el frenesí iba en aumento.


   Bertram comenzó a sentir una gran presión en el pecho. Su corazón latía acelerado mientras que huía a toda velocidad por un oscuro corredor. Una luz exigua se colaba por los estrechos ventanales, a la vez que el ruido del fragor de una cruenta batalla. Tiró del portón que había al final del pasillo, pero estaba cerrado a cal y canto. Mientras lo aporreaba, alcanzó a oír cómo una puerta se abría tras él.

   —¡Jonas, ven por aquí!

   —¡Señor Siegward! —respondió Bertram reconociendo aquella voz—. ¿Cómo...?

   —Apresúrate. László te quiere dar caza. ¡Ven conmigo! —le urgió el noble mientras vigilaba que no hubiera nadie más.


   El cuerpo de Bertram se estremeció al escuchar ese nombre. Rápidamente, cruzó por la puerta antes de que Siegward echara el cierre. Mientras recuperaba el resuello, observó cómo el noble movía un pesado arcón y bloqueaba la entrada. Seguía sin encontrar una explicación razonable a su fuerza sobrehumana. Todavía recordaba cómo fue capaz de levantar su carromato sin casi despeinarse la primera vez que se encontraron.

   —Está herido, señor Siegward —advirtió Bertram fijándose en su desgastado aspecto.


   La vestimenta de Siegward presentaba varios cortes y suciedad propios de una trifulca. Sin duda, había utilizado la espada corta que portaba en el cinto para abrirse paso hasta el interior del castillo. Bertram admiraba la dedicación de ese noble por sus vasallos. Cualquier otro, lo habría dejado morir en manos del enemigo.

   —No has de preocuparte, Jonas. No es nada que haga mi vida peligrar. Enseguida me repondré.

   —Ha sido una temeridad que haya venido hasta este lugar, señor Siegward. Pero siempre le estaré agradecido por su ayuda —le correspondió Bertram haciendo una leve reverencia.

   —Los hombres del Szadista han bloqueado todas las salidas, incluyendo los accesos a los túneles subterráneos. —El noble agarró la vela que descansaba sobre una mesa cercana—. La única vía de salida del castillo es por aire.

   —Pero nosotros carecemos de alas como las aves. ¿Cómo escaparemos? —Bertram reprodujo la inquietud de Jonas, quien no era capaz de concebir el plan de Siegward.

   —Está todo dispuesto en el torreón central. —El noble comenzó a palpar la pared junto a la chimenea, hasta empujar uno de los embelecos. Tras oírse un chasquido, una puerta que hasta entonces había permanecido oculta se abrió ante ellos.



   El ruido de espadas al chocar acompañado de numerosos gritos invadió el pasillo contiguo. El frente de batalla les pisaba los talones, por lo que ambos se apremiaron a entrar por el pasadizo. Parecía que el noble conocía aquel entramado de pasillos secretos y no vacilaba al llegar a las bifurcaciones. Bertram iba unos pasos más atrás, analizando cada recodo que tomaban e intentando situarse dentro de la fortaleza. De repente, una voz le susurró al oído, dejándolo paralizado por completo.

   —¿Qué te ocurre, Jonas? No te detengas. Debemos darnos prisa —le apremió el noble volviendo sobre sus pasos.

   —E-es e-el Szadista. M-me ha hablado. ¡E-está aquí! —balbuceó Bertram tembloroso y sin todavía poder moverse.

   —¡No lo escuches o dará con nosotros! —Siegward le agarró de ambos brazos y lo agitó para sacarle del trance en el que se encontraba sumido.


   Por suerte, recobró parte de su valentía y las piernas volvieron a responderle. Sin más dilación, ambos continuaron con su huida. Aquella voz volvió a amedrentarlo en más ocasiones, pero consiguió seguir adelante. Mientras subían las empinadas escaleras del torreón, todo a su alrededor comenzó a temblar. La luz de la vela que portaba Siegward se desvaneció y los peldaños de piedra se desmoronaron. Mientras caía inexorablemente al vacío, un gran remolino de viento elevó por los aires a Bertram. Su cuerpo giraba cada vez a mayor velocidad y, mareado, no tardó en perder el conocimiento.

*****

   Lo hemos logrado, Bertram. Nuestras mentes ya están unidas.


   Te estarás preguntando el porqué de pedirte que me mordieras. Ibas a desmayarte otra vez, lo que habría complicado el plan de rescate de tu hijo. Ahora, cálmate Bertram, o de lo contrario consumirás toda mi sangre antes de que podamos reconstruir lo que permanece oculto en tu memoria. Ikal tenía razón en lo peligroso que ha sido hacer este ritual en las condiciones en las que me encuentro. Pero sigamos adelante.


   No te preocupes por lo que ocurra fuera. En esta comunión mental, el tiempo fluye más despacio, por lo que el viaje a través de tus recuerdos tan solo nos llevará unos pocos minutos. En primer lugar, hemos de encontrar un hilo del que tirar. Nos tendremos que remontar a antes de que fueras convertido en vampiro. Ingrid mencionó que estuviste en Berlín. ¿Recuerdas qué te llevó a viajar hasta allá?


   Ya veo, también lo has olvidado. Sin embargo, hay algo de lo que has vivido en mi pasado que parece guardar relación con uno de tus recuerdos perdidos. Algo que ha estado a punto de hacerte perder el conocimiento. Bertram, ayúdame a guiarte para que tu memoria vuelva. ¿Qué necesitas saber de mi existencia para hacerte recordar?


Continuará...


Son muchas las incógnitas que tiene Bertram sobre el pasado de Jünaj, pero tratará de centrarse en las relacionadas con una persona. ¿Sobre quién le preguntará?

A) Jonas
B) Su mujer fallecida
C) László el Szadista
D) Siegward


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