sábado, septiembre 30, 2023

Kazim Ayad (3) - Órdenes divinas

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Kazim no iba a permitir que volvieran a herir a aquel extranjero que había estado al borde de la muerte, por lo que se apresuró en dar unos rápidos pespuntes con los que la vida de éste ya no correría peligro. Era consciente de que el enemigo se encontraba cada vez más cerca, aunque su avance era relativamente lento. A pesar de la distancia que les separaba, se percató de que el miliciano sentía dolor, por lo que debía tener alguna herida o contusión que le estuviera mermando su movilidad. Aún así, no debía confiarse.


   Tras comprobar de forma visual el resultado de su trabajo con el que los letales impactos de bala se habían convertido en unos simples rasguños, incorporó al hombre de pelo rubio y comenzó a arrastrarlo hacia una de las habitaciones contiguas. Se trataba del dormitorio principal, en el que había un gran arcón donde se guardaban sábanas y otras telas utilizadas en todo el hogar. Dejó a su paciente apoyado junto al gran cajón de madera, con la intención de borrar los surcos que habían hecho sus piernas en el empolvorizado suelo a lo largo de todo el trayecto hasta allí.


   Por unos instantes, se fijó en que sobre el lecho de la habitación, además de la ropa de su madre, también se encontraban las prendas con las que dormían sus hermanos pequeños. Pensó en que, tras su ausencia, los tres integrantes de lo que quedaba de su familia dormían juntos. Debió ser muy duro afrontar su pérdida, de la misma manera que lo fue la de su padre. Miró de nuevo los cuerpos que yacían sin vida en el salón, pero ya nada podía hacer por ellos. Tras esparcir la arena con sus pies para disimular cualquier pista que sirviera de ayuda al enemigo, se apresuró en volver junto al único al que aún podía ser salvado. Tras abrir el arcón, comprobó que había espacio para ambos a pesar de todo lo que había dentro.


   Con un gran esfuerzo, consiguió levantar el cuerpo del extranjero y colocarlo dentro del mueble de madera. Para cualquier otro vampiro, no hubiera supuesto tamaña proeza cargar con dos o tres veces su propio peso. Pero en el caso de Kazim, al haber sido convertido aún siendo un adolescente, su complexión suponía un notorio lastre en cualquier intento de manejar con soltura objetos o bultos grandes. Por contra, su delgadez y falta de desarrollo le permitía ser muy ágil y escurridizo. Sin más dilación, saltó al interior del arcón, cayendo en blando sobre los montones de tejidos y ropa ahí almacenados. Antes de que el enemigo hiciera acto de presencia, cerró la tapadera de aquel improvisado escondite.


   Las rendijas entre los tablones de madera de ese gran cajón le permitían ver lo que ocurría en la parte del salón junto a la entrada de la vivienda. Aunque con sus sentidos sobrenaturales, podía percibir cómo el miliciano se encontraba en el umbral de la casa, inspeccionando al compañero que había quedado desangrado.

—¡Pagaréis por lo que le habéis hecho a Assim! —gritó de repente el enemigo desde la puerta del hogar.


   El chico se estremeció, no por miedo a Farid, el líder de los milicianos al que reconoció por su impetuosa voz; sino al recordar que su bestia interior fue la que había matado al compañero de éste.

—¡Dad la cara! —vociferó Farid irrumpiendo en la vivienda y apuntando con su rifle a todas partes.


   El joven vampiro se concentró en crear una barrera que impidiera el paso de éste hacia el dormitorio donde se encontraban escondidos. Mientras tanto, Farid recorría todas las estancias de la casa, incluyendo las del piso superior, derribando puertas y muebles, disparando dentro de los posibles escondites y destrozando todo lo que se encontraba a su alcance. Pero en las diversas ocasiones en las que intentó acceder al cuarto en el que estaban ocultos, el poder de Kazim le repelía. Sin llegar a ser consciente de ello, el miliciano daba media vuelta para explorar cualquier otra parte de la vivienda.


   Al cabo de un buen rato, cuando Farid por fin se dio por vencido, reparó en la mochila del extranjero, abandonada en el suelo de la entrada. Kazim observó cómo el miliciano rebuscaba en su interior con cierta desgana, hasta que sacó una billetera que inspeccionó de forma minuciosa. Tras guardársela en uno de sus bolsillos, prosiguió con su búsqueda, extrayendo esa vez una cámara fotográfica. Se puso en pie a la misma vez que comenzaba a manipularla, mirando torpemente a través del objetivo. Enseguida, se la colgó al cuello como si hubiera conseguido un gran trofeo. Seguramente, podría venderla por el equivalente a dos o tres mensualidades de su sueldo en el ejército. Tras soltar un gruñido, decidió salir de la casa.


   El muchacho se sintió aliviado al sentir cómo Farid se alejaba de su hogar sin haberlos descubierto. Durante varios minutos, permaneció a la expectativa de que pudiera volver. Podía percibir que se encontraba reunido con el otro soldado a una distancia más que prudencial. Por ello, decidió abrir la tapadera del arcón y deslizarse grácilmente fuera de éste. Desde ahí, examinó a su paciente, poniéndole la mano sobre la cabeza de cabellos claros. Ese color del pelo no era demasiado común por la zona y le llamaba mucho la atención. Kazim se alegró al constatar que prácticamente ya no tenía nada de fiebre, por lo que esperaba el momento en el que el hombre despertara para poder conversar con él y conocer su historia.


   De entre todos los montones de tela que había almacenados y que hacían las veces de mullido colchón para el extranjero, advirtió uno con varios de sus dishdashas. Su madre las habría guardado allí con la esperanza de que alguna vez volviera o, en cualquier caso, para que el pequeño Namir utilizara esas prendas una vez que alcanzara la adolescencia. Mientras se lamentaba de que aquello nunca ocurriría, consiguió sacar una de sus túnicas. Conforme se vestía, se dio cuenta de cómo su piel había comenzado a recuperarse de las quemaduras del sol. Había tenido la fortuna de contar con la tormenta de arena, la cual había mitigado de sobremanera los efectos letales del astro rey. Observó a través de la ventana que los remolinos de arena ya daban sus últimos compases y que había comenzado a anochecer, por lo que ya no tendría riesgo alguno de sufrir quemaduras hasta el siguiente amanecer.


   Tras quedarse pensativo durante unos minutos, miró de nuevo hacia el hombre que dormía. Tocó su cuello para hacer una última comprobación sobre su estado y, finalmente, cerró la tapadera del arcón. Había decidido aventurarse hacia donde se encontraban los soldados para intentar averiguar los motivos por los que se encontraban en su aldea. Pero sobre todo, pretendía expulsarlos de su aldea. 


   Rápidamente, abandonó el cuarto, con la intención de subir a la terraza de la vivienda. Durante el camino, tuvo que esquivar todo tipo de muebles y enseres desperdigados por el suelo tras el ataque de ira que había tenido Farid.




   Una vez en el exterior, se subió al bordillo de la azotea y, como si de un experimentado equilibrista sin miedo a caer al vacío se tratase, fue avanzando a lo largo de éste de una casa a otra. En varias ocasiones tuvo que realizar saltos de al menos tres metros para salvar la distancia que separaba algunas viviendas entre sí. Finalmente, llegó al tejado de la morada en la que se encontraban los milicianos en aquel momento. Se asomó por las escaleras que conducían al piso inferior y pudo escuchar cómo uno de los soldados cuestionaba lo que estaban haciendo.

—...hay al menos una veintena de nuestros compatriotas muertos por cada invasor iraní caído. Sigo pensando que gasear toda esta aldea no fue una buena decisión de nuestro líder.

—Te lo advierto, Iyad. No vuelvas a discutir las órdenes que se nos han dado desde los mandos superiores si no quieres acabar como Assim —amenazó Farid a su subordinado.

—Además, hemos perdido a la mitad de nuestro escuadrón... —continuó alegando Iyad—. Y seguro que aún queda algo de ese agente químico en el aire...

—¿Te recuerdo que has sido tú el que se ha cargado al novato? ¿Acaso quieres que lo reporte y te ejecuten por traidor? —le sentenció Farid recordándole su error al haber disparado a su compañero junto a la ambulancia—. No estarás de parte de los iraníes, ¿verdad?


   Iyad prosiguió en silencio el registro de la vivienda, en busca de posibles supervivientes a los que silenciar con la muerte, incluyendo al muchacho y al extranjero con los que se habían encontrado anteriormente. Tenían como objetivo que aquel ataque químico que había acabado con toda la población junto a varios soldados enemigos, fuera identificado por las autoridades internacionales como de origen iraní. De repente, escucharon una voz contundente y atronadora que los dejó paralizados.

—Abandonad inmediatamente esta aldea o seréis condenados por la eternidad al Yahannam.

—¿Has oído eso Farid? ¡Alá nos va a castigar! —dijo muy asustado Iyad, mirando en todas las direcciones al no lograr identificar el lugar del que provenía aquel mensaje—. ¡Hemos de salir de aquí inmediatamente, no quiero ir al infierno!

—¡No... no nos vamos a mover de aquí, Iyad! ¡Estamos haciendo lo que nos han ordenado! No... no hay motivo alguno por el que temer a lo que dice este impostor —replicó con cierto nerviosismo Farid.

—Más te vale escuchar las sabias palabras de tu hermano y dejar que todas las almas que yacen en esta aldea puedan descansar en paz —continuó Kazim, hablando hacia el interior de sus mentes.

—¡Yo me voy! —declaró Iyad mientras comenzaba a correr, buscando salir de esa casa.


   Farid dio un golpe de contundencia, disparando una ráfaga de disparos hacia el techo con su fusil. El estruendo pilló por sorpresa tanto a Iyad, quien se tiró asustado al suelo; como a Kazim, dando un sonoro espaldarazo contra la pared de las escaleras.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Farid al escuchar el ruido que se había producido.


   Inmediatamente, Kazim se repuso y recorrió a toda velocidad los peldaños que le separaban de la planta superior. Decidió salir de nuevo a la terraza para esconderse sobre el techo del rellano. Por su parte, un renqueante Farid comenzó a subir los escalones hacia donde había escuchado el golpe del muchacho.

—Lamentarás el haberte hecho pasar por Dios para engañarnos —farfulló Farid totalmente encolerizado.


   Ya subido sobre el tejado, Kazim aplastó su cuerpo contra la superficie, debido a que la estructura donde se encontraba no disponía de ningún bordillo con el que se pudiera ocultar.

—¡Muere de una vez y vete tú al infierno! —exclamó Farid a la vez que disparaba contra todos los muebles y posibles escondites de la habitación que había tras subir las escaleras.


   Kazim era consciente de que las balas no tenían un gran efecto sobre él, pero aún así, el impacto de éstas sobre su cuerpo seguía siendo doloroso. Por otro lado, no tenía intención alguna de cobrarse otra víctima mortal; si no era para salvar la vida de otra persona. No quería más reprimendas de Serezade, ni volver a sentirse culpable de satisfacer a su bestia interior. A lo sumo, podía contener al demente de Farid, quien justo irrumpía en la terraza donde se escondía él. Debía actuar rápido, antes de perder el factor sorpresa.






Ante la restricción de no poder matar a Farid, ¿qué decidirá hacer Kazim en la situación en la que se encuentra?

A) Permanecer oculto, llegando a retroceder para que Farid no lo encuentre hasta que desista de su búsqueda.
B) Volver a hablar con su mente. Detallar qué le dirá a Farid.
C) Abalanzarse sobre Farid para inmovilizarlo y desarmarle, a sabiendas de que aún queda otro soldado armado.
D) Saltar sobre el miliciano con la intención de curarle y de que éste pueda cambiar su actitud hacia él.

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viernes, septiembre 15, 2023

Alger Furst (3) - Vuelta a casa

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Rápidamente, Alger volvió hacia donde estaba el muchacho, el cual observaba fijamente sus movimientos. No pudo reprimir la cara de dolor que sintió al estirar su brazo izquierdo para agarrar la mano del chico. Tenía la sensación de que su bíceps se había convertido en un alfiletero, donde los pinchazos se mezclaban con un importante hormigueo en el músculo. Se imaginaba que estaría sangrando de nuevo, pero ese no era el momento de detenerse a comprobar la herida. Tambaleándose, consiguió cruzar el salón de la vivienda hasta la puerta principal.

—No vamos a poder llegar muy lejos —pensó mientras analizaba su situación—. Más me vale encontrar un escondite para el muchacho y para mí.


   Un fuerte golpe de viento le recordó que se encontraban inmersos en una tormenta de arena, aunque ya era demasiado tarde como para cubrir su boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Alger comenzó a toser de forma instintiva para expulsar todo el polvo que se había adherido ya a su garganta y que lo estaba asfixiando. No tardó mucho tiempo en perder el equilibrio, dándose de bruces contra el suelo, sin que el ataque de tos cesara.


   Totalmente mareado y exhausto, notó cómo el chico lo abrazaba y conseguía incorporarlo. Con su ayuda, pudo continuar adelante unos pasos más, aunque ya no se encontraba en condiciones de guiar al muchacho por más que su mente pensara lo contrario.

—Gracias, chico —creyó decir, totalmente convencido de que su boca aún era capaz de articular esas palabras—. Vayamos a la siguiente calle y busquemos un refugio donde escondernos.


   Un duro porrazo contra el suelo lo sacó repentinamente de sus delirios. Le costaba respirar, así que optó por recostarse boca arriba. Cuando pudo entreabrir sus ojos, pudo percatarse de que se encontraba bajo un techo de adobe y cañas, a resguardo de los fuertes vientos, aunque no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? —dijo desorientado con voz tenue mientras jadeaba, sin ser consciente de que el adolescente le había llevado a ese lugar.


   Consiguió enfocar la vista hacia la entrada de la vivienda, donde reconoció al muchacho de piel quemada, quien parecía dirigirse hacia el exterior.

—¡Mi cámara! —intentó decir Alger en un estado de agitación, al notar que no tenía ningún asa de su mochila pegada al cuerpo—. No... no te pierdas tú también...


   A pesar de ser un modelo un tanto desfasado, aquella cámara fotográfica tenía un gran valor sentimental para Alger. Se trataba de un regalo que sus padres le hicieron cuando se marchó a la universidad para estudiar periodismo. Viniendo de una familia humilde en un entorno rural, fue todo un orgullo para sus progenitores el que su único hijo iniciara su andadura universitaria. Desde entonces, cientos y miles de carretes habían pasado por sus entrañas, siendo su inseparable compañera de viaje a lo largo de los últimos años. Pero, por encima de todo, se trataba del último obsequio que le habían hecho sus padres antes de morir.


   Para Alger, cada lugar que visitaba debía ser fotografiado con el objetivo de honrarles. De algún modo, se imaginaba mostrándoles las fotografías que tomaba de aquellos lugares maravillosos y recónditos a unos padres que no habían pisado el mundo mucho más allá de su terreno agrícola a orillas del Rin.


   Tras haber tanteado el espacio que tenía a su alrededor, consiguió dar con la mochila. No debía perderla, por lo que acabó agarrándola con fuerza y arrastrándola hacia su cuerpo.

—Papá. Mamá. No os preocupéis, estaré bien —suspiró con cierto alivio al confirmar que su tan preciada cámara estaba a su lado dentro de aquel petate.


   Pero su mente no se libró de ocuparse con otras preocupaciones. Al percibir cómo su brazo se le hinchaba cada vez más, determinó que algo no iba demasiado bien ahí. Nervioso, probó a mover sus dedos, pero debido al entumecimiento de toda la extremidad, no era capaz de notar nada. Finalmente, respiró hondo e hizo el esfuerzo de incorporarse para poder comprobar en qué estado se encontraba la herida de la metralla que le había alcanzado aquella mañana.


   Fue justo en aquel instante cuando notó cómo algo le taladraba el abdomen. De inmediato, su espalda chocó violentamente contra el suelo, al ser empujado por el impacto de una bala. Conmocionado ante lo que le acababa de suceder, recordó la sensación que vivió al resultar herido durante el servicio militar. Aquella vez, tuvo la fortuna de haber recibido un disparo limpio que no dañó ningún órgano interno, además de contar con la inestimable ayuda de Bertram; su compañero de filas tras una gran amistad forjada en los años de universidad.

—¡Hombre herido! —intentó pronunciar, reproduciendo las palabras que Bertram gritaba en aquella ocasión, mientras cargaba con él a cuestas para llevarlo a la enfermería del cuartel militar.


   Sin embargo, tenía la certeza de que esta vez no dispondría de la misma asistencia sanitaria que el soldado Kastner le brindó casi una década atrás.

—Menudo pájaro estás hecho, Bertram. Hiciste bien en saltarte las clases para enrollarte con aquella enfermera y aprender primeros auxilios jugando a los médicos con ella... —repitió en sus pensamientos las mismas palabras que le dijo por aquel entonces a su amigo, como si lo en ese momento lo tuviera delante.


   Comenzó a tomárselo con humor en cuanto se dio cuenta de que esa vez no estaba en el cuartel militar, sino en una aldea perdida en el sur del desierto del golfo Pérsico.

—Qué bien nos vino aquel incidente. Yo pasé varias semanas en reposo y tú fuiste condecorado y trasladado a la comandancia para realizar labores médicas por tu buen hacer conmigo. Después, me trasladaron a mí también y el servicio militar se convirtió en una juerga para nosotros.


   A pesar de la gravedad de la situación y del no tan halagüeño futuro que le deparaba, Alger no podía evitar que se le escapara una risa entrecortada a la vez que angustiosa. La herida del proyectil le había afectado a varios órganos y al diafragma, por lo que tenía algunas dificultades para respirar.

—¿Y cuando te castigaron con ordenar y organizar el archivo de la comandancia por mi culpa? Siento haber guardado aquellas botellas vacías debajo del colchón de tu catre, Bertram —rememoró mientras que comenzaba a desternillarse al recordar las caras de asombro de su amigo y del sargento, además de la consiguiente reprimenda del superior hacia Bertram—. En el fondo, disfrutaste revolviendo todos aquellos papeles que tenían allí guardados desde vete tú a saber cuándo.


   Fruto de aquellas carcajadas cada vez más débiles, sendos regueros de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Parecía que la risa era su mejor anestesia para sobrellevar sus últimos momentos con vida.

—Pero jamás te perdonaré el que me dejaras tirado en nuestras aventuras y desventuras por casarte con tu querida enfermera y dedicarte a cambiar pañales a un crío —pensó mientras conseguía apaciguar los espasmos provocados por su risa, mostrando en su rostro un gesto de alegría por su amigo—. Quizás yo también debería haber sentado la cabeza con Gretchen. O con Emma...  No, mejor con Norma. Ella era la ideal para formar una familia... Una familia...


   Volvió a recordar a sus padres, fallecidos unos quince años atrás. Su actitud se volvió más seria, sintiendo que los había defraudado por haberse dado por vencido en aquel momento. Tragó saliva y pensó que si lograba llegar hasta la ambulancia, aún tendría posibilidades de escapar y sobrevivir. Lo debía intentar por ellos.

—Quiero seguir vivo. No voy a tirar la toalla. Conseguiré recuperar... —se decía a sí mismo mientras reunía fuerzas para incorporarse de nuevo.


   Dobló la pierna para tomar impulso, a la vez que apretaba su mano derecha contra el agujero que sangraba en su vientre. Pero un nuevo disparo le alcanzó, esta vez incrustándose en el muslo de la pierna que acababa de levantar. Una dolorosa descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo, destensando todos sus músculos y quedando completamente tendido en el suelo. Bajo un sentimiento de frustración, ya casi no tenía energía para moverse, por lo que las pocas opciones que tenía de valerse por sí mismo habían terminado por desvanecerse.

—Así que esto es lo que tenía el destino preparado para mí... A la tercera va la vencida, ¿no, jodida Muerte? Me has tirado una bomba y un edificio encima, has estado a punto de que me vuelen la cabeza y ahora te vengas con esta lenta agonía... Capto el telegrama —continuó divagando Alger mientras se desangraba—. Papá, mamá, esperadme para cenar los tres juntos.


   Sus recuerdos se remontaron a mucho más atrás, con multitud de vivencias junto a sus padres durante su niñez y adolescencia. Las lágrimas continuaron escapando de una manera más abundante, agitadas por los sollozos y los temblores de su cuerpo inmóvil conforme perdía calor de forma paulatina. Llegó hasta la época donde comenzó la universidad, que coincidió con el momento en que ellos fallecieron.

—Os echo de menos —les declaró a sus progenitores mientras recordaba la primera vez que visitó su hogar vacío tras la muerte de estos.


   Pasó varios días encerrado en su casa, con la esperanza de que su padres aparecieran por la puerta para pedirle ayuda con el huerto. En otro momento, hubiera buscado una escusa para escaquearse. Totalmente deprimido y tocando fondo, a malas penas probaba bocado de los alimentos que los vecinos le llevaban de manera solidaria. Poco a poco, la ayuda se fue difuminando y desde la universidad de Stuttgart le reclamaban que volviera a las clases, a riesgo de perder su matrícula y ser llamado a filas. Más adelante, el dinero comenzó a ser un problema; o más bien, la escasez de éste.

—Fueron unas semanas horribles sin vosotros. Pero tuve la fortuna de conocer a gente que me sacó de aquel pozo —continuó narrándole a sus padres—. Conseguí graduarme, ya os lo dije. Superé el servicio militar de aquella manera... Y ahora soy todo un trabajador que se juega su vida por todo el mundo a costa de ganar mucho dinero. Bueno, tampoco demasiado...


   Su vida se apagaba y sentía cómo el frío congelaba su cuerpo.

—Me vi obligado a vender nuestro hogar. El lugar donde me contabais cuentos de pequeño, donde recolectábamos manzanas, donde pescábamos en el río... Donde éramos felices. Me arrepiento de no habéroslo contado antes... Soy un cobarde...


   Alger era consciente de que sus padres no estarían orgullosos de todos sus actos. Pero entre muchas otras cosas buenas que tenían era la compasión y comprensión. En ese momento, se sintió totalmente liberado al haberse atrevido a contarles sobre la venta de la casa familiar.

—Lo siento, no tuve otra opción —se resignó Alger—. Pero ahora estoy ahorrando y conseguiré recuperarla...






   Ya no era consciente de la situación en la que se encontraba. Y tampoco lo era de que no podría volver a comprar la vivienda. Todo quedó en segundo plano, al iluminarse un lejano punto de luz blanca que le hizo creer que sus padres le habrían perdonado por todos sus malos actos a lo largo de estos años. Alger dejó su mente fluir hacia aquel hogar mientras el resto de recuerdos se apagaban lentamente.


   Poco después, se encontraba caminando por la vereda que cruzaba el terreno familiar, con su cámara de fotos colgada al cuello. Al final del camino le esperaba la casa en la que se había criado, donde sus padres ya habían encendido las luces como hacían siempre cuando anochecía. Deseaba volver a abrazarlos, ya que hacía casi media vida que no los tenía a su lado. Primero aceleró el paso y, finalmente, echó a correr para que aquel esperado momento llegara lo antes posible, deteniéndose ante la puerta del hogar. Anhelaba conocer la reacción de sus progenitores ante el inminente encuentro y contarles todo lo que había vivido de primera mano.


*******************


   Utilizando ambas manos, dio un empujón con el que abrió lo que parecía una puerta de madera. Confundido, todo a su alrededor estaba inundado por la oscuridad.

—¿Qué hago aquí tumbado? ¿Es esto mi ataúd? —se preguntó Alger tras abrir la tapadera del cajón de madera en el que se había despertado.


   Tras acostumbrar la vista a la luz tenue que llegaba de la luna, se dio cuenta de que estaba en un arcón, sobre varios montones de sábanas, trapos y jarapas.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —continuaba cuestionándose, a la vez que palpaba su tripa y se percataba de que el único agujero que tenía en ella era su ombligo—. ¿Estoy vivo? Tengo la ropa empapada de sangre, pero... ¿dónde están las heridas de bala? Además, mi brazo parece estar como siempre. ¿Qué clase de sueño es este?


   Incorporándose, pudo deducir que aún estaba en una de las viviendas de la aldea por donde fue asaltada la ambulancia. Localizó la silueta de su mochila en mitad de la estancia, bañada por la escasa iluminación que llegaba desde la entrada. Por suerte, parecía que la tormenta de arena había amainado y que el cielo se encontraba despejado. Inmediatamente saltó fuera del mueble para reunirse lo antes posible con sus pertenencias. Al llegar, pudo comprobar que una parte del contenido estaba desperdigada por el suelo.

—No, no, no... Dime que estás aquí, por favor —pronunció nervioso mientras revolvía el interior de la mochila, de la que cayeron un par botes de plástico, que contenían un carrete fotográfico en su interior, y medio mendrugo de pan envuelto en un paño.


   Consiguió encontrar la linterna en el interior y no dudó en encenderla para facilitar la búsqueda. Tras soltar la mochila, comenzó a enfocar al suelo y confirmó que su cámara de fotos no estaba allí. El nudo que se le formó en la garganta le impidió gritar de rabia por haberle sido arrebatado el objeto más preciado que le quedaba de su familia.


Siguiente




Llega el momento de tomar decisiones por parte de Alger. En primer lugar, ¿cuál será su principal objetivo a partir de ese momento?

A) Recuperar la cámara de fotos
B) Encontrar al muchacho para continuar el rescate
C) Huir de la aldea
D) Esconderse y mantenerse a la espera de acontecimientos


Y en base al objetivo elegido, ¿a dónde se dirigirá Alger?

1) Volverá a la vivienda junto al patio donde se encontró a los milicianos y el muchacho
2) Irá por las calles hasta la ambulancia con la que llegó a la aldea
3) Subirá al piso superior de la vivienda para echar un vistazo a las calles de alrededor
4) Se meterá de nuevo en el arcón


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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...