sábado, octubre 28, 2023

Alger Furst (4) - El espectador

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





    Reconociendo que explotando de ira no conseguiría nada, Alger respiró profunda y lentamente hasta conseguir calmarse. Era consciente de que su prioridad debía ser salir de ese enclave con vida. Era primordial que aprovechara la nueva oportunidad que el destino le estaba brindando, aunque el precio a pagar fuera una pérdida material con un gran valor sentimental. Alumbrando al suelo de su alrededor, localizó varios objetos que habían escapado de su mochila, entre los que se encontraban un mapa plegable y pintarrajeado de Irak, un pequeño bloc de notas con un bolígrafo insertado entre sus anillas y los botecitos de plástico donde guardaba los carretes. Era capaz de distinguir los que aún estaban sin utilizar de los que contenían un rollo ya gastado, ya que a estos, les hacía una pequeña muesca casi imperceptible para cualquier otra persona. Conforme introducía de nuevo sus pertenencias en la bolsa, reparó en algo que tampoco había encontrado aún.

—¿Serán rastreros? ¡También se han llevado mi billetera, con toda mi documentación y el dinero! —exclamó enfadado, percatándose inmediatamente de que no debía alzar la voz.

—Esto es para ponerme las cosas más difíciles... —refunfuñó discretamente, mientras se consolaba dándole un fuerte bocado al trozo de pan que había comprado aquella mañana para almorzar—. ¿Dónde estarán los soldados y el muchacho?


    Asegurándose de haber cerrado la mochila para no perder nada más, se puso en pie a la vez que continuaba devorando los restos de su tentempié. Descartó la idea de buscar otros alimentos, por el riesgo de que pudieran estar contaminados por lo mismo que había acabado con todos los habitantes del lugar, excepto el chico. Echando un vistazo hacia el exterior a través de la puerta, pudo comprobar cómo los fuertes vientos cargados de arena habían cesado. Ya era de noche, aunque el cielo aún guardaba algo de la claridad propia de los momentos posteriores al atardecer. Además, había atisbos de luces tililantes por la calle que bien podrían pertenecer a pequeñas fogatas.


    Aprovechó para echar un vistazo a las manchas de sangre que marcaban su ropa en el abdomen y el muslo, aún sin comprender cómo se habían producido. Volvió a examinar su cuerpo sin encontrar rastro alguno de heridas o el más mínimo dolor alrededor de las zonas afectadas.

—Cabe la posibilidad de que esta sangre sea de quien me haya metido en aquel arcón —continuó buscando una explicación con algo de lógica—. Es imposible que el muchacho haya cargado conmigo hasta ahí dentro. Pero entonces, ¿quién ha sido?


    Con ansias de encontrar esa respuesta, se dispuso a abandonar la casa. Pero justo antes de cruzar el umbral, cayó en la cuenta de que podría haber algún soldado apostado frente a la entrada, acechando y esperando su imprudencia para abatirle con una bala en la cabeza.

—Será mejor que me quede aquí por ahora —recapacitó imaginándose aquella escena y poniéndose a cubierto hacia un lado antes de poder ser visto desde el exterior—. Pero de alguna manera, me convendría tener localizados a los milicianos y estar preparado por si decidieran volver a por mí.


    Con cuidado de no enfocar la luz de la linterna hacia el exterior, Alger iluminó sus pasos a lo largo de la casa, ya que había demasiados obstáculos. Todo se encontraba desvalijado y esparcido por el suelo, excepto la habitación donde había despertado, que parecía haber escapado al torbellino de destrucción. Entre todo el caos, reparó en los cadáveres de una mujer y dos niños abrazados, sin ninguna herida aparente.

—¿Será cierto aquello de que el ejército iraquí ataca a los invasores iraníes con un agente químico sin importar que haya civiles de por medio?


    Sintió que no podía dejarlos así, por lo que volvió al dormitorio y retiró la sábana que cubría el colchón, tras colocar cuidadosamente la ropa que había en la cama sobre el arcón. De vuelta ante los cuerpos sin vida, estiró la tela sobre ellos y en medio del más respetuoso silencio, dispuso algunos objetos a su alcance sobre los extremos para evitar que se esta se moviera y quedaran al descubierto. Era lo mínimo que podía hacer por aquella familia, cuyo hogar le había servido de refugio y salvaguarda; queriendo agradecerles el seguir con vida gracias a ellos.


    Justo después, volvió a recordar al muchacho al que había rescatado esa tarde. Sin poder encontrar una explicación, había algo que le impulsaba a subir las escaleras. Quizás se trataba de la esperanza de encontrárselo allí.

—Si esta casa es como la otra, debería haber una terraza arriba desde donde podría ver lo que se cuece por los alrededores. ¿Y si el chico estuviera allí vigilando?


    Lentamente, y poniendo especial énfasis por no tropezar con todos los enseres que se iba encontrando, subió los peldaños que le llevarían hasta el piso superior, prestando atención a lo que podía percibir con su sentido del oído. Sin embargo, toda la aldea parecía estar callada y en calma. Una vez que llegó a la azotea, se quedó algo desilusionado al no hallar al joven superviviente ni rastro alguno de él. De alguna manera, necesitaba comunicarse con alguien que no pretendiera hacer prácticas de tiro con él. Seguidamente, se agachó para resguardarse con el pequeño muro que la rodeaba y comenzó a otear todo lo que se encontraba a la vista. El hecho de que hubiera varios focos encendidos en algunas de las fachadas de los edificios, además de pequeñas hogueras que le daban un tono anaranjado a las calles que alumbraban, le permitía disfrutar de una panorámica de casi toda la aldea.

—¿Seré la única persona que quede con vida? Espero que al menos hayan tenido el detalle de dejarme un vehículo con el que salir de aquí, o de lo contrario, me tocará caminar toda la noche por el desierto...


    Mientras se empinaba la cantimplora para saciar la sed que le había provocado el pan endurecido, comenzó a escuchar lo que parecía ser la voz de alguien. Bajó la cabeza y pegó su cuerpo a la pared, con cuidado de no derramar ni una gota del agua que le quedaba, conforme enroscaba el tapón con sus manos temblorosas por la incertidumbre. Giró su cabeza en todas las direcciones, pero no conseguía determinar de dónde provenían esas palabras que a malas penas percibía desde la lejanía. Cuando iba a darse por vencido, el rumor se intensificó, llegando entonces hasta sus oídos de una forma más alta y clara.

—Viene de allí, pero no consigo verlo —admitió a la vez que centraba su atención en una franja concreta—. Creo que ha dicho algo del paraíso terrenal... Aunque es muy complicado seguirle el ritmo en su idioma. Habla demasiado rápido para mí.


    Sin llegar a divisar a nadie, Alger pensó que esa persona debía estar en alguna callejuela tras alguna de las casas que tenía a la vista. Se aventuró a asomar parte de su cuerpo durante un par de segundos, pero no tuvo éxito en el intento de fisgonear desde otra perspectiva.

—Parecía la voz de un hombre, por lo que seguramente sea uno de esos malditos soldados. Y con toda probabilidad, habrá más cerca. Es peligroso estar fuera, pero he de seguir aquí y estar atento por si se les ocurre venir de nuevo, ahora que sé más o menos por dónde están.


    No tuvo que esperar demasiado par ver cómo finalmente una figura humana, hasta entonces oculta, se erguía en el centro de una de las azoteas hacia donde estaba mirando. Rifle en mano, parecía estar apuntando a alguien que aún no conseguía ver y del que a malas penas escuchaba un murmullo. Pero sí que era capaz de identificar que ambas voces pertenecían a adultos.

—Bien, creo que el chico no se encuentra allí. O eso espero.


    De nuevo, le llegó una frase más alta que las anteriores, entendiendo la orden que el miliciano daba a su rehén para que se levantara. Acto seguido, la persona a la que tenía retenida a punta de rifle se incorporaba con los brazos en alto.

—Parece que sí se trata de un hombre, pero entre la lejanía y la oscuridad, cuesta ver lo que está ocurriendo... ¡Espera!


    Haciendo algo de contorsionismo para no perder ni un segundo de aquella escena, Alger se quitó la mochila de su espalda y, a tientas, rebuscó algo en ella. Agarró un estuche, lo abrió y sacó el otro objetivo de su cámara. Como si de un catalejo se tratara, lo puso delante de su ojo derecho, guiñando el izquierdo.

—No son unos prismáticos, pero es mejor que nada. Menos mal que no se lo han llevado a la misma vez que la cámara.


    Gracias al aumento, pudo discernir que ambos hombres vestían ropas de la misma milicia. Pero no alcanzaba a entender porqué uno de ellos estaba amenazando a su compañero y obligándole a subir al borde de la terraza.

—¿Va a hacer que salte y se precipite hacia el suelo de la calle? Un momento... ¿y ese de allí detrás quién es? No será... ¡el muchacho!


    Sobre el techo del rellano de aquella terraza hacía su aparición el chaval al que también buscaba. No daba crédito a que hubiera tenido el valor para acercarse a sus verdugos, aunque parecía que éstos no habían reparado en él aún. O eso creía. De improviso, el miliciano se giró y profirió un disparo contra el chico, viendo cómo éste caía hacia atrás. Antes de poder lamentarse por el cruel final del joven, Alger observó aún se movía y trataba de ocultarse de nuevo, retrocediendo para evitar los siguientes disparos del hombre armado.

—Qué suerte ha tenido. Ha sido un milagro que haya podido esquivar el disparo —suspiró Alger aliviado durante unos instantes—. Joder, tengo que ayudarle de alguna manera.




    Miró el objetivo que aún sostenía en su mano y se incorporó con la intención de lanzarlo. Aunque, en el último momento, optó por agarrar una piedra de las tantas que se habían desprendido del muro de la azotea donde se encontraba; y que seguramente era muchísimo más barata que el artilugio que algunos de sus compañeros de facultad le regalaron tras graduarse en la universidad.

—Vamos, pequeña, sé que no llegarás muy lejos, pero al menos espero que seas lo suficientemente escandalosa como para que te oigan. ¿Harás eso por mí? —le reclamó al objeto inerte, profiriéndole un breve beso de despedida.


    El proyectil que Alger lanzó con todas su fuerzas se perdió en medio de la oscuridad del cielo, tardaría unos segundos en caer. Mientras tanto, el improvisado atleta volvió a ponerse a cubierto, ya que el miliciano miraría hacia donde se encontraba él en cuanto escuchara el golpe. Aún así, corrió el riesgo de retomar su posición de vigilancia. Enseguida, observó que la situación había ido a peor, con el soldado ya subido al rellano donde estaba el chico, al que estaba encañonando con el rifle. Inmediatamente, escuchó un leve chasquido que llamó la atención del hombre armado.

—¿Ha caído más allá del edificio donde están? —pensó Alger sorprendido, a la vez de incrédulo, viendo cómo el miliciano se asomaba a la calle de más allá, en vez de a un punto intermedio entre ambos, tal y como esperaba—. ¿Desde cuándo puedo lanzar cosas tan lejos?


    Otra vez, pudo ver y oír cómo volvía a abrir fuego, aunque en esta ocasión su objetivo parecía ser la piedra. Se alegró al comprobar cómo el muchacho aprovechaba esa distracción para escapar, descendiendo por la pared y saliendo de su ángulo de visión. Recordó que además del chaval y el miliciano armado, había otro soldado en la azotea, por lo que puso su atención en buscarlo.

—¿Y el otro tío? Ya no está en el muro. ¿Qué habrá sido de él?


    Pero enseguida, volvió a preocuparse por el chico, a quien había conseguido darle un balón de oxígeno con el que escapar. Aunque tenía la certeza de que el miliciano no tardaría en volver a ir contra él en cuanto se diera cuenta de su fuga.


Siguiente



Debido a la distancia a la que se encuentra Alger, no tiene demasiadas opciones para intervenir en el lugar de la acción; aunque por otro lado, se encuentra en un lugar aparentemente seguro. ¿Qué decidirá hacer Alger a continuación?

A) Abandonar la terraza donde se encuentra y salir a la calle, con la intención de ayudar y rescatar al chico de manera presencial.
B) Probar a lanzar otra piedra, sabiendo que inexplicablemente, puede alcanzar la otra azotea. Indicar a dónde apuntaría.
C) Llamar la atención gritando y haciendo señales con la linterna, con la idea de atraer al soldado y prepararle una emboscada.
D) Aventurarse hacia la calle e intentar llegar hasta la ambulancia en la que llegó a la aldea.


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viernes, octubre 13, 2023

Kazim Ayad (4) - Causa egoísta

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.




   Una vez que Farid vació toda la munición de su arma, se dedicó a buscar desesperadamente por la habitación al chico y al hombre que le atacó, con la esperanza de encontrarlos abatidos por las balas. Tras asomarse debajo el agujereado colchón de la cama y no ver a nadie, se dirigió al maltrecho armario, destrozando lo que quedaba de la puerta con una feroz patada. Tras comprobar que su arrebato había sido en vano, extrajo el cargador vacío del rifle y lo arrojó violentamente hacia el pasillo, a la vez que exhalaba un grito cargado de frustración y rabia a partes iguales.

—¡Lleva cuidado, Farid! ¡Casi me das! —le recriminó Iyad tras esquivar el cartucho conforme subía las escaleras.

—¡Cállate y asómate a la terraza! – le ordenó Farid a la vez que sacaba un nuevo cargador de uno de sus bolsillos—. Haz algo útil, Iyad.

—No habrá nadie...

—¿Me estás tomando por loco? —le cuestionó Farid, todavía sin haberse calmado—. ¡Soy tu superior y te ordeno que salgas ahí fuera a inspeccionar! ¡Estoy seguro de haber escuchado a alguien en este piso!



   El soldado sabía que Farid tenía un temperamento muy fuerte, pero nunca lo había visto llegar a ese estado de cólera.

—No temas, Iyad —le comunicó Kazim mentalmente, con la intención de separarlos—. No te ocurrirá nada si sales a la azotea. Te conviene alejarte de él para no ser el objetivo de su ira.

—¿Lo has oído? —preguntó Iyad sorprendido por haber escuchado de nuevo la voz en su mente.

—¿El qué tengo que oír? —le replicó Farid perdiendo aún más la paciencia con su subordinado, mientras con un golpe seco insertaba el nuevo cartucho de munición en el arma.



   Iyad cayó en la cuenta de que aquella voz podría haberle hablado sólo a él, con el fin de evitar que Farid conociera sus planes. En cierta medida, le trasmitía más confianza y tranquilidad que su superior, además de parecer más razonable. Aunque eso no quitaba que le guardara cierto temor y respeto, al pensar que estaba hablando con el mismísimo Dios.

—Olvídalo, son cosas mías —admitió Iyad a la vez que salía hacia la terraza contigua de manera cautelosa.



   Para evitar ser visto en el caso en que el miliciano mirara hacia el rellano sobre el que se encontraba, Kazim se deslizó hacia atrás, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Al igual que él no podía ver al soldado, confiaba en que ellos tampoco estuvieran en disposición de localizarle. Encontró una pequeña cavidad en el muro sobre el que estaba apoyado, pudiendo introducir la punta de sus pies en ésta para poder aguantar mejor la espera. Tenía la esperanza de que, más pronto que tarde, decidirían marcharse a otra casa o a su cuartel.

—Lo que te decía, Farid; aquí ya no hay nadie —le informó Iyad mientras daba vueltas por la azotea y se asomaba hacia las callejuelas aledañas—. Seguramente, el extranjero y el chico ya no estarán en esta aldea.

—¿Sabes lo que eso supone? —le cuestionó su superior, saliendo también al exterior y manteniéndose vigilante.



   Mostrando cierta indiferencia, Iyad se encogió de hombros. Esa reacción molestó a Farid, quien echó mano a uno de sus bolsillos y le arrojó con fuerza el objeto que tenía ahí guardado.

—¿Qué es esto? —le preguntó el subordinado tras haberse cubierto y haber recibido el impacto de algo blando—. No me tires las cosas así.

—Es la cartera del hombre que se llevó al muchacho. Haz el favor de revisarla... ¡Y deja el dinero donde estaba! ¡Es para mí!



   A regañadientes, Iyad guardó de nuevo los billetes de dinares y dólares en el pliegue donde estaban originalmente y procedió a inspeccionar los documentos. Farid suspiró y aprovechó para sentarse en el suelo, aparentemente más calmado. Por su parte, el otro miliciano también se relajó, agachándose y dejando el rifle a su lado mientras deslizaba las tarjetas plastificadas del extranjero.

—Al...ge... Fus... —leyó en voz alta Iyad, recordando cómo se pronunciaban las letras occidentales—. ¿Se llama así el alemán?

—No importa cómo se llame ese sujeto. Mira el siguiente documento. Es un carnet de prensa. ¡Se trata de un periodista! —exclamó Farid, aunque sin llegar a perder los estribos como antes—. Si el crío le cuenta que estábamos limpiando de supervivientes su aldea después del ataque de gas que ha lanzado nuestro ejército, el gobierno del país tendrá un gran problema con el resto del mundo.

—¡Y lo tendrá más que merecido!

—¿Otra vez con lo mismo? —espetó Farid rechinando sus dientes—. Si no llego a quitarle la cámara de fotos, le habría podido enseñar a cualquiera lo que está ocurriendo aquí.


   El miliciano observó cómo su jefe blandía el aparato fotográfico que hasta ese momento había llevado colgado al cuello, orgulloso de su botín. Mientras tanto, Kazim escuchaba atento la conversación entre ambos, descubriendo más detalles sobre el hombre de pelo rubio. También determinó que los soldados tenían puntos de vista diferentes sobre cómo el ejército y el gobierno manejaban la contraofensiva a la invasión. Seguramente, podría sacar provecho de ese cisma.

—¡Pues que lo vean! Lo que estamos haciendo contra nuestro pueblo es una barbaridad —le argumentó Iyad con total sinceridad—. Yo vivo en una aldea muy parecida a esta. Tengo una esposa y un hijo esperándome allí. Entonces, si los iraníes hubieran entrado allí, ¿también les habrían bombardeado con el gas? ¡Es abominable!

—Estamos en guerra. Y en tiempos difíciles todo vale por el bien de nuestro país.

—¿También dirías eso si el pueblo donde vive tu familia estuviera en el punto de mira de nuestro ejército? —le reprochó Iyad a su superior.



   Farid soltó únicamente un resoplido mientras dejaba la cámara a su lado y, seguidamente, se encendía un cigarro. Los milicianos no intercambiaron palabra alguna durante los siguientes minutos. Iyad, seguía curioseando los documentos de la cartera, aunque su objetivo era hacerse con al menos un par de billetes sin que su jefe se percatara de ello. Mientras tanto, Kazim continuaba encaramado sobre el rellano, sin mover un solo músculo. Cualquier mínimo ruido que hiciera alertaría a ambos soldados en aquellos momentos donde reinaba el silencio.

—Toda mi familia murió en los primeros ataques de los iraníes —arrancó a hablar finalmente Farid tras dar la última calada y arrojar la colilla hacia un lado—. No tuve ocasión ni de darles una sepultura digna, por lo que, para poder honrarles, juré que no descansaría hasta aplastar a todos nuestros invasores.

—Pero, ¿qué ocurre con toda la gente inocente a la que estás accediendo matar?

—Es un mal necesario. Dios tiene un lugar reservado para ellos en el paraíso... —se justificó Farid, levantando la vista al cielo y exponiendo sus ojos vidriosos empañados por las lágrimas.

—¡El paraíso debería estar junto a nuestras familias y vecinos en nuestras propias casas! ¡En cualquier aldea como ésta, sin que un ejército como el nuestro o el del enemigo interfiera en las vidas de la gente! —gritó Iyad, soltando a su superior lo que pensaba sobre la injusticia de la guerra.



   El rostro de Farid se ensombreció, quedando de nuevo mudo ante la fija mirada de su subordinado. Éste, comenzó a tener remordimientos por lo que le acababa de espetar a su jefe. Aunque lo que le había ocurrido a su familia no le daba carta blanca para arrasar con un pueblo inocente, las palabras sobre esa fatalidad que vivió su superior aún le retumbaban en la cabeza. Totalmente apenado, Iyad cerró la billetera del extranjero, olvidando la idea de hacerse con algo de ese botín, y se dispuso a pedir disculpas.



   Pero de repente, todo cambió entre ellos dos. Farid agarró con fuerza su rifle y apuntó hacia el otro soldado. Sorprendido, Iyad se estiró para coger el arma que descansaba a su lado, deteniéndose antes de conseguirlo al escuchar cómo su superior chasqueaba el gatillo como advertencia.

—Ni se te ocurra poner tus manos sobre el rifle —le amenazó Farid mientras daba un salto para ponerse de pie y se acercaba al que era su compañero para alejar su arma con una patada—. Quien se atreva a interponerse en mi objetivo, debilitando nuestro ejército o nuestro gobierno, será también mi enemigo.

—¿Q... qué dices, Farid? Yo... no... —balbuceó Iyad levantando sus brazos instintivamente, sin dejar de mirar el cañón que podía acabar con su vida en un instante.

—Levántate, Iyad.

—Farid, no... no quiero morir —le respondió entre lágrimas, sabiendo de lo que podía ser capaz su jefe.

—¡Ponte en pie ya! —le volvió a ordenar Farid.



   Tembloroso, Iyad se incorporó, sin dejar de rogarle que lo dejara con vida y suplicándole perdón.

—Date la vuelta y camina hacia el bordillo de la azotea.



   Iyad accedió entre sollozos, tras aceptar el que iba a ser su triste destino. A escasos metros, Kazim se encontraba horrorizado ante lo que estaba presenciando. Sentía que debía hacer algo para evitar la muerte del joven soldado que parecía no estar tan a favor de la guerra.

—Detente Farid —le comunicó Kazim a la mente del miliciano.

—¡Eres un impostor! —le respondió éste algo nervioso mirando a su alrededor, pero sin dejar de apuntar con el rifle.

—No... Yo también amo a nuestro país... —intervino Iyad, pensando que Farid se refería a él—. Me... me alisté para defender a la gente, no... no para matarla...

—Cállate y sube al bordillo de la terraza.

—No cargues con más víctimas a tus espaldas, Farid —insistió Kazim, arrastrándose con sumo cuidado hacia adelante.

—Rezaré por todos los que han muerto por la causa. Incluido tú, Iyad.

—No... no tienes que llegar... a ese punto —alegó el soldado amenazado entre lágrimas, poniendo sus pies peligrosamente sobre el pequeño muro de la terraza—. Te... te equivocas al pensar que... que todos estamos en contra de tu causa.




   Tenía la certeza de que tarde o temprano dispararía, por lo que Kazim continuó avanzando en silencio sobre el rellano, pudiendo ver cómo Farid apuntaba su arma hacia Iyad. Sigilosamente, comenzó a ponerse en pie con la intención de saltar sobre él y así evitar la tragedia.

—Quiero que te des la vuelta y me mires a los ojos antes de morir —le reclamó Farid.



   El soldado cuya vida pendía de un hilo puso atención a sus pies y, con cierta dificultad para mantener el equilibrio, consiguió girarse por completo. Poco a poco, levantó su mirada para encontrarse con la del que iba a ser su verdugo. Pero no pudo evitar desviar la vista hacia una silueta que vislumbró sobre el rellano, detrás de Farid. Éste no tardó en advertir que algo estaba ocurriendo tras él, volteándose rápidamente hacia esa dirección y descubriendo al muchacho justo antes de saltar sobre él.



   El sonido del disparo volvió a pillar desprevenidos a Kazim e Iyad, cayendo ambos hacia atrás. Mientras que el muchacho consiguió esquivar la bala y quedó sentado sobre el techo de la estructura en la que se encontraba, el miliciano a malas penas pudo agarrarse al bordillo de la azotea, evitando precipitarse a la calle. Farid elevó sus brazos sujetando el arma y comenzó a disparar sobre el rellano, mientras que el chico volvía a retroceder con la intención de no ser alcanzado por los proyectiles.

—¡Ven aquí, rata asquerosa! ¿Dónde está el alemán? —reclamó Farid dando saltos para encaramarse y poder escalar hasta donde se había escondido el chico.



   Sintiéndose intimidado por la situación, Kazim no era capaz de concentrarse para utilizar sus poderes y repeler a Farid. Optó por comenzar a descolgarse por la pared, aunque al ver cómo Farid ya se encontraba apuntando a su frente, fue consciente de que era demasiado tarde para hacer cualquier otro movimiento. A tan poca distancia, un impacto de bala podría causarle un daño mucho más serio del que recibió en el sótano de su casa.



   En mitad de aquella tensión, se escuchó un ruido en una de las calles junto a la vivienda, llamando la atención de Farid. Éste no dudó en acercarse hacia el lateral del que creía que provenía el sonido que oyó, esperando poder sorprender al periodista. Atacado por sus ansias de venganza, comenzó a disparar de forma indiscriminada hacia el suelo.

—¡No te escondas, maldito extranjero! ¡Te cerraré el pico a balazos! —aulló Farid mientras gastaba su munición—. ¡No dejaré que te entrometas en los asuntos de mi país!



   Aún agarrado al borde del rellano y a dos pisos de altura hasta el firme de la calle, Kazim se encontraba preocupado por el estado del hombre de pelo rubio, quien parecía haberse acercado hasta allí para ayudarle de nuevo. Se preguntaba si habría conseguido ponerse a cubierto antes de que Farid comenzara su ataque de locura o habría sido herido de gravedad de nuevo.



Siguiente



Kazim se encuentra ante la disyuntiva de socorrer al extranjero o detener el ataque. ¿Qué decidirá hacer a continuación?

A) Descolgarse para caer en la calle y poder ayudar al extranjero que está por los alrededores.
B) Escalar de nuevo sobre el rellano para abordar a Farid.
C) Concentrarse para localizar al periodista y averiguar cómo se encuentra.
D) Intentar amedrentar a Farid comunicándose mentalmente de nuevo. Indicar qué le dice.



Elige una opción y deja un comentario con lo que hayas escogido, pudiendo detallar aún más tu respuesta si lo consideras.





Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...