domingo, febrero 28, 2016

Bertram Kastner (10) - Las manos de Trebet

Bertram Kastner es un vampiro que no recuerda cómo fue convertido días atrás. Huye de su vida para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. Esta es la 10ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Bertram ha soñado lo que hubiera ocurrido si siguiera siendo humano. Pero al parecer, ha tenido una revelación en ese sueño. Ahora se encuentra frente a frente con Trebet.

   Ambos vampiros frenaron en seco para evitar chocarse entre ellos.

—Hombre, novato. Precisamente iba a buscarte a tu apartamento —le informó Trebet rompiendo el hielo tras el inesperado encuentro en el vestíbulo.


   Bertram dudó unos momentos para responderle. Tras asegurarse de que no había nadie más en los pasillos de alrededor, le espetó la pregunta que le había surgido tras el sueño que acababa de tener.

—¿Quién es Roderick Sevald?


   Conforme procesaba lo que Bertram le acababa de decir, los ojos del voluminoso vampiro se fueron abriendo como platos, mientras que sus pupilas se contraían. Su agradable rostro comenzó a arrugarse, siendo reemplazado por uno que producía terror. Bertram se percató de que quizás no había sido buena idea formularle esa pregunta a Trebet, aunque no alcanzaba a comprender el porqué. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. El gigantesco vampiro, envuelto en un halo rojo de pura rabia y aparentemente más grande que antes, se abalanzó sobre él violentamente, agarrándole y empujándole hacia la pared del pasillo. Las puertas cercanas temblaron con el impacto de la espalda de Bertram en el tabique, mientras que Trebet lo sostenía, provocando que sus pies no tocaran el suelo.

—Dame una buena razón para que no te mate aquí mismo tras haber mencionado ese nombre —exigió Trebet en tono amenazante y totalmente convincente.

—Su... ¡¡suéltame!! —le reclamó Bertram mientras agitaba sus piernas para intentar liberarse.

—¿Qué demonios...? —pronunció Trebet extrañado mientras dejaba caer a Bertram de sus manos y daba un paso hacia atrás.




   Aprovechando la confusión, Bertram le propinó una patada en el estómago, provocando que Trebet se doblara hacia adelante por el efecto del golpe. Eso envalentonó a Bertram para continuar pegándole, por lo que le lanzó un puñetazo hacia la cara. Pero el mastodonte se recompuso antes de encajarlo, pudiendo esquivarlo grácilmente. Tras haber golpeado al aire, Bertram se giró para volver a situar a su oponente. Aunque se encontró con la mano cerrada de éste impactando de lleno en su rostro. Tal fue la violencia del golpe, que el cuerpo de Bertram atravesó el tabique del pasillo y cayó dentro de su apartamento, sobre una nube de polvo, escombros y astillas de madera.


   Tendido en el suelo y aturdido por el golpe, veía cómo las paredes de la estancia y el techo se movían de un lado a otro, como si se encontrara en el camarote de un barco. Completamente aturdido por el impacto, veía dos grandes boquetes en el lugar por donde había entrado a la fuerza. Poco después, pudo visualizar a dos Trebet haciéndose paso por cada una de las aberturas. Quiso ponerse en pie, pero, al intentarlo, comprobó no estaba en condiciones de moverse. Conforme los Trebet se acercaban a él, las imágenes de ambos comenzaron a fundirse en una sola, a la vez que se iba disipando la sensación de mareo. El corpulento vampiro se agachó sobre Bertram y le aprisionó el cuello contra el suelo.

—Un sueño... —murmuró Bertram casi sin poder pronunciar nada más.

—¿Qué dices? —preguntó Trebet intrigado y reduciendo la presión que ejercía a pesar de su gran enfado.

—Escuché ese nombre en un sueño —añadió Bertram, intentando justificarse desesperadamente.

—¡Mierda! —maldijo Trebet mientras soltaba a Bertram, haciendo aspavientos con los brazos y girándose hacia el agujero que había hecho en la pared—. La que hemos liado por un puñetero sueño.

—¿Cómo? —le preguntó Bertram, aún confuso por la volatibilidad de reacciones del otro vampiro.

—Es típico de Roderick meterse en los sueños ajenos y comunicarse por esa vía cuando tiene algo muy importante que comunicar —le aclaró Trebet mientras adoptaba un gesto más pensativo—. Pero, una cosa, ¿por qué a ti, novato? ¿De qué lo conoces y qué te dijo?

—No llegué a verle ni a hablar directamente con él. En el sueño, mi mujer y mi hijo lo mencionaban en varias ocasiones —le explicó Bertram—. Roderick les decía que quería hablar conmigo y yo, como si le conociera, les respondía que quedaría con él al día siguiente.


   Tras analizar lo que Bertram le había contado, Trebet se volvió a agachar hacia él.

—Lo siento por el golpe y por todos los daños que he provocado; se lo haré pagar a Roderick en cuanto vuelva. Pero ahora tengo que sacarte de aquí inmediatamente —declaró Trebet mientras le ayudaba a incorporarse—. Te he dejado hecho un asco.

—Sí, últimamente no gano para sustos y golpes —suspiró Bertram viendo en qué estado se encontraba—. Pero no cambies de tema. ¿Quién es Roderick Sevald?


   Trebet se quedó unos segundos pensando en qué contestarle, hasta que por fin le respondió.

—Es el líder de esta ciudad. O, al menos, lo era hasta ayer. Lleva varios días desaparecido y nadie ha sabido nada de él. Excepto tú, por lo que me acabas de contar —le contó mientras le ayudaba a incorporarse—. ¿Estás en condiciones de caminar, novato?


   A duras penas, Bertram podía mantenerse en pie, ya que estaba bastante dolorido tras el golpe y el impacto contra la pared que atravesó. No fue necesario que respondiera para que Trebet tomara la decisión de agarrarlo como si fuera un pelele y se lo echara al hombro. Bertram expulsó un quejido al notar cómo sus costillas chocaron con la inmensa espalda del otro vampiro.

—Enseguida estarás bien, sólo has de dejar que tu sangre fluya hacia el dolor y haga su trabajo —le aconsejó Trebet mientras cargaba con él a cuestas.

—¿Y por qué no vamos a hablar con Garet? —le sugirió Bertram—. Si está sustituyendo a Roderick, le podría interesar saber que ha contactado conmigo. Quizás sea capaz de averiguar qué quería comentarme en el sueño.

—Tienes razón en que nos vendría bien la ayuda de Garet. Sin embargo, desde hace unas horas ha sido relevado de su puesto. En su posición actual, se vería en la obligación de informar al nuevo líder de Stuttgart —le informó Trebet mientras salían del apartamento por el agujero de la pared—. Aprovechando el vacío de poder que ha dejado la ausencia de Roderick, el indeseable de Niels Rainath ha tomado el control de la ciudad, incorporándola a una lista cada vez mayor de feudos bajo su domino. Eso no es bueno ni para nosotros ni para ti.


   Una vez fuera, Trebet se dirigió hacia el cruce de pasillos donde se habían encontrado. Pero dejó de avanzar al escuchar unos pasos que se acercaban. Dio media vuelta y emprendió una veloz carrera hacia el fondo del pasillo de los apartamentos. Bertram pudo comprobar atónito cómo Trebet, aún con él a cuestas, había recorrido toda esa distancia en apenas un par de segundos.


   Empezaron a bajar por unas escaleras, donde el atlético vampiro omitía pisar los escalones e iba saltando de descansillo en descansillo. Con el ruido que provocaban sus pisadas, daba la sensación de que todo el bloque de escaleras se iba a venir abajo.

—Más te vale conque no me estés mintiendo, novato. Me estoy jugando el cuello por ti —le amenazó Trebet—. Cuando estemos en un lugar seguro quiero que me cuentes todos los detalles de tu sueño, por irrelevantes que sean. Yo también necesito encontrar a Roderick pronto.

—De acuerdo, pero antes de irnos de aquí, me gustaría hacer algo —le avisó Bertram—. Creo que estoy en condiciones de poder andar.

—No tenemos mucho tiempo. Ya deben haber visto el agujero de la pared de tu apartamento y seguro que en nada empiezan a buscarte por todas partes —le advirtió Trebet—. ¿Podrás correr?

—Sí, ya estoy casi recuperado —admitió Bertram, que notaba cómo el dolor de su cuerpo había menguado considerablemente.


   Después de haber bajado a saltos tres plantas de escaleras, Trebet dejó a Bertram en el suelo. Éste comprobó que ya no cojeaba como antes y que podía volver a valerse por sí mismo. Se sorprendió de la capacidad de regeneración de su sangre.

—Venga, hemos de salir de aquí cuanto antes —le apercibió Trebet indicándole que le siguiera.



Siguiente




Bertram tiene algo pendiente de hacer antes de abandonar el refugio de los vampiros de Stuttgart. Es posible elegir varias acciones, pero no disponen de mucho tiempo para poder hacerlo todo. ¿Qué querrá hacer Bertram antes de irse de allí?

A) Pegarle un puñetazo a Trebet por la paliza que le ha dado antes. Así estarán ambos en paz.
B) Llenar sus reservas de sangre. El proceso de curación se las ha mermado.
C) Ir a ver a su amigo Alger en el subterráneo del hospital. Podría sufrir remordimientos si lo abandona ahí.
D) Buscar a Erika para que les acompañe y ayude a interpretar el sueño.
E) Avisar a Garet para facilitar la huida por la ciudad.


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domingo, febrero 21, 2016

Bertram Kastner (9) - Soñando con estar vivo

Esta es la 9ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Tras la conversación con Erika sobre hábitos alimenticios de los vampiros, ésta sale corriendo por la llegada de un nuevo invitado.

   Una vez que Erika y la otra chica salieron por la puerta, Bertram se planteó por unos instantes el seguirlas. Sin embargo, pronto olvidó esa idea debido a algo que llamó su atención repentinamente: las copas de sangre que aún estaban sobre la mesa. Parecía que le hablaban y deseaban que las bebiera. No fue capaz de reprimir el impulso. Buscó con una mirada disimulada al camarero y, aprovechando que aquel estaba a otras cosas y no miraba, vació lo que quedaba de la copa en su boca. Poco parecía importarle ya la procedencia de la sangre. Tras una nueva mirada para controlar qué hacía el barman, también se tomó de un trago largo la bebida que había dejado Erika sin empezar. Pensó en las ratas que habían contribuido en llenar esas copas de sangre y les agradeció el haberse sacrificado para servirle de alimento.


   Finalmente, decidió volver al apartamento que le habían preparado. Ya había tenido suficientes vivencias esa noche y, además, pronto amanecería. Aunque en ese lugar estaba totalmente protegido del Sol, notaba como el cansancio hacía mella en él. En su corta vida como vampiro, había tenido la sensación de que durante el día sus movimientos eran más torpes y lentos. Así como su mente, que empezaba a nublarse al estar cercano el amanecer.


   Al llegar a su dormitorio y mirarse en uno de los espejos del armario, se percató de las manchas de sangre que tenía alrededor de la boca. Accedió al aseo para lavarse la cara, pero justo delante del lavabo sintió una gran arcada. Tras haberla contenido, llegó otra más fuerte unos segundos después, expulsando toda la sangre que acababa de beber. Resignado y tras terminar de lavarse, volvió al dormitorio y se sentó en la cama para dar desde ahí una última inspección a la estancia. Una vez que se cercioró que todo estaba en orden, se desplomó hacia atrás a propósito, aliviado por poder descansar tranquilamente en las próximas horas. Aprovechó para rebobinar los recuerdos de esa noche: desde las conversaciones que tuvo con Erika, Garet y Trebet, el encuentro con Volker Banach, el recibimiento de Alger, la llegada a Stuttgart y el viaje en tren desde Vennysbourg. Hasta el inicio de esa noche, cuando abandonó su casa y vio por última vez a su familia.


   A una distancia prudencial de tres números desde su hogar, Bertram observaba cómo su mujer y su hijo bajaban del coche de su suegro. El niño corría impaciente hacia la puerta de su casa, tocando el timbre insistentemente y sin esperar a que su madre llegara con las llaves. Parecía que el chaval tenía muchas ganas de poder reencontrarse con él. Pero, por desgracia, no iba a ser así. Bertram estaba poniendo tierra de por medio, sin despedirse de ellos. Todo por protegerlos de su bestia interior. Tenía la sensación de que no se habían visto desde hacía varios días. De hecho, no había coincidido con ellos en casa desde que fue convertido en vampiro, a pesar de haber pasado una jornada allí.

—¿Y por qué no han estado en casa estos días atrás y llegan ahora? —se preguntó Bertram extrañado mientras caía en el más absoluto sueño—. Ahora han muerto porque yo no estaba allí con ellos...


   La puerta del hogar se abrió y un niño entró corriendo, inundando el pasillo con el ruido de su voz.

—¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¿Has vuelto?


   En el salón se encontraba Bertram terminando de encender el fuego de la chimenea. Giró la cabeza y pudo ver a su hijo que corría contento hacia él. El niño dio un salto hacia Bertram y se fundieron en un fuerte abrazo.

—Te he echado mucho de menos, papá.

—Y yo a ti también, Bertram —le respondió el padre a su hijo mientras le despeinaba el pelo—. Estás helado. Quítate el abrigo y ponte junto a la chimenea para calentarte enseguida.

—Vale —aceptó el niño, obedeciendo a su padre—. Por cierto, hoy me ha dicho Roderick Sevald que tienes que hablar con él.

—Gracias por avisarme, mañana iré a verle —contestó Bertram con total normalidad—. Voy a ayudar a tu madre con vuestras maletas. Quédate aquí y no salgas a la puerta, o te volverás a enfriar.


   Bertram se dirigió a la entrada, encontrándose con su mujer, quien traía dos maletas a la casa. Agarró la más pesada y rodeó con el otro brazo la espalda de su esposa.

—Qué calentito estás, Bertram —le dijo su mujer mientras acurrucaba la cabeza en su pecho—. Fuera hace un frío de mil demonios.

—Acabo de encender la chimenea. Ve al salón y acércate al fuego —le recomendó Bertram.

—No, prefiero entrar en calor así, abrazada a ti —le respondió su mujer mientras ambos dejaban las maletas en el suelo—. De todas maneras, hay que preparar la cena. No hemos comido nada en casa de mis padres porque Bertram quería cenar contigo.

—Está bien, aunque creo que no hay mucho donde elegir para hacer de comer. Esta tarde no me ha dado tiempo a ir a comprar nada desde que llegué —declaró Bertram mientras le acariciaba el pelo a su mujer y le daba un beso cariñoso en la frente.


   Después de cerrar la puerta, empujaron las maletas a los pies de la escalera que llevaba a la planta superior del hogar.

—¿Cómo te ha ido en Berlín? ¿Pudiste avanzar con tu investigación? —se interesó su esposa.

—No, la persona con la que me encontré allí no me fue de mucha ayuda. No he he sacado nada en claro de todo este asunto —admitió Bertram con cierta decepción.

—¿Y no crees que deberías terminar el artículo con lo que ya tienes? —preguntó ella mientras iban hacia la cocina —Desde hace varias semanas no consigues nada nuevo. Y ya has tenido problemas en un par de ocasiones por tocar ese tema. Me da miedo que te pueda ocurrir algo.

—Sé que estoy muy cerca de encontrar algo muy potente. Aunque tengo la sensación de que alguien va unos pasos por delante, ocultando o borrando todos los indicios que estoy siguiendo. Pero en algún momento, cometerá algún error y lograré avanzar —le contestó Bertram con cierta ilusión por lo que podría conseguir, mientras empezaban a preparar la cena—. Tendrá tanta repercusión que seguro que podré retirarme y viviremos mucho mejor. 

—Los experimentos que me has contado que le hacían a los prisioneros durante la guerra eran horribles. ¿Qué pasaría si te encontraras con una de esas mentes locas? —preguntó su mujer con gran preocupación—. Podrían secuestrarte y hacerte lo mismo a ti.

—Pues ocurriría que tendrías un marido capaz de correr a cien kilómetros por hora. O incluso con la habilidad de volar —le respondió Bertram con una carcajada imitando el vuelo de un pájaro e intentando quitarle gravedad al asunto.


   Pero ella se sumió en el más absoluto silencio, bajando su cabeza y dejando que sus ojos se tornaran vidriosos.

—Tranquila, la gente que hacía esas cosas murió hace años —trató de animarla Bertram, tomando su cintura con una mano y levantándole suavemente la cabeza con la otra—. Yo sólo busco sus diarios y anotaciones para mostrar las barbaridades que cometían. Seguro que alguno de esos trabajos se podría aplicar a día de hoy sin tener que recurrir a las atrocidades de antaño. La medicina ha avanzado mucho.

—Me gustaría que no te tuvieras que ausentar más y así no tener que irnos tu hijo y yo a casa de mis padres para no estar solos en este vecindario mientras tú estás en uno de tus viajes —le reclamó a Bertram—. ¿No podrías pedir que vaya otra persona en tu lugar?

—Ten paciencia. Veré qué puedo hacer con respecto a eso.


   Bertram abrazó a su mujer mientras ella intentaba cortar las verduras de la cena con sus manos temblorosas.

—Déjame, ya las corto yo. Estás muy agitada —advirtió Bertram al ponerse frente a su esposa.

—Este tema y lo que te pueda pasar me pone muy nerviosa —dijo su mujer soltando el cuchillo en la mesa de la cocina.


   Con cierta destreza, Bertram atacó las verduras restantes y, una vez cortadas, las echó en la sartén. A continuación, comenzó a removerlas con una rasera de madera mientras hacía un poco el payaso para animar a su esposa. Al final, consiguió arrancarle una sonrisa. Pero el timbre de la casa sonó y ella acudió a la entrada, por lo que poco pudo disfrutar del rostro más alegre de su mujer. Tras unos minutos, volvió a la cocina, donde ya estaba toda la cena prácticamente lista.

—¿Quién era a estas horas? —preguntó Bertram, ultimando los detalles de la mesa donde iban a comer.

—Era Roderick Sevald —respondió ella—. Quería hablar contigo cuando a ti te viniera bien.

—Ah, sí. Mañana lo haré —anunció Bertram mientras terminaba de servir la comida en los platos—. Hijo, ven a cenar.




   El niño llegó a la cocina, pero su gesto cambió en cuanto vio las verduras salteadas. Los tres se sentaron a la mesa y estuvieron hablando de las peripecias que había vivido el chiquillo esos días en casa de sus abuelos y en el colegio. Mientras que sus padres dejaron sus platos vacíos, el niño a malas penas comía algo de las verduras. De repente, empezaron a notar que algo se quemaba en algún lugar de la casa, ya que un intenso olor a humo comenzó a invadir la estancia. Bertram se levantó inmediatamente volcando la silla y se dirigió velozmente hacia el salón.


   Junto a la chimenea estaba el abrigo del niño que, al haberlo dejado tan cerca, se había prendido con alguna chispa. Bertram lo agarró intentándolo apagar, pero el tejido era un pasto imparable para las llamas. Rápidamente, lo llevó al cuarto de baño, donde lo arrojó a la bañera. Tras abrir el grifo de agua al máximo, consiguió sofocar el fuego de la prenda. El niño, abrazado a su madre, lloraba asustado por la situación y por haber echado a perder su abrigo favorito. Su mujer, una vez extinguidas las llamas, observó con preocupación las quemaduras que Bertram se había hecho en las manos. Tras enviar al niño a dormir a su cuarto, se dispuso a limpiar las heridas de su marido echándoles algo de suero.

— Mañana habrá que ir al médico a que te vea esto. —admitió ella, afanada en preparar apósitos con vendas y una pomada—. ¿Te duele mucho?

—Lo suficiente como para no poder irme de viaje durante unas cuantas semanas y pasar más tiempo con mi familia —le respondió Bertram guiñando un ojo y sonriendo mientras aguantaba el escozor de las quemaduras.

—No me quiero imaginar lo que nos hubiera pasado si no llegas a estar —añadió ella acercando su cabeza al pecho de Bertram.

—Eso sí, tampoco te podré abrazar como tanto te gusta durante unos días —comentó él en tono burlesco—. Así que tendré que buscar otra forma de compensar los abrazos perdidos.


   Ella le dio un puñetazo cariñoso en el hombro y ambos se pusieron a reír, aliviados de que el episodio con el fuego no hubiera tenido mayores consecuencias.


   A la mañana siguiente, Bertram estaba sentado en el sofá del salón, fijando la mirada en los cercos oscuros que había dejado el fuego en la pared. El dolor de las quemaduras no le permitía agarrar nada, así que su hijo se ofreció para llevarle el desayuno. Y ahí llegaba el pequeño, cabizbajo y portando una bandeja para su padre, sin poder evitar derramar un poco de zumo del vaso.

—¿Me perdonas? —susurró el niño con una voz que casi no se podía oír.

—Claro que sí, Bertram —le contestó el padre a su hijo—. Pero, a partir de ahora, has de tener mucho cuidado con el fuego. No debes dejar nada que se pueda quemar cerca de la chimenea.

—Sí, papá —asintió el niño.


   El teléfono de casa empezó a sonar y Bertram ordenó a su hijo que lo descolgara.

—Papá, es Roderick Sevald. Dice que no te olvides de hablar con él —le comentó su hijo mientras estaba al aparato.

—Vale, dile que luego iré a verle —le respondió Bertram.

—Papá, el señor Roderick dice que eres un vampiro. ¿Es eso verdad? —añadió el niño con cara de sorpresa.

—¿Cómo? —preguntó Bertram extrañado.


   De repente, empezó a notar como la luz del Sol que iluminaba el salón empezaba a reaccionar con su piel. Comenzando por las manos que se había quemado la noche anterior, Bertram se prendió de fuego. Rápidamente, las llamas se extendieron, incendiando también el sofá y la alfombra que estaba a sus pies. Pronto, todo el salón estaba ardiendo. Sin poder levantarse, pudo ver cómo llegaba su mujer a donde estaba su hijo y cómo ambos le contemplaban abrazados mientras él, envuelto en llamas, se convertía en cenizas.


   Súbitamente, Bertram despertó de esa pesadilla como si fuera un resorte. Comprobó que estaba sentado en la cama del apartamento que Erika le había mostrado la noche anterior. Verificó exhaustivamente que sus manos no tenían ninguna marca de quemaduras provocadas por el incidente que había soñado. El reloj de su muñeca estaba a punto de marcar las 7 de la tarde. Se puso en pie, arregló su vestimenta mirándose al espejo y salió del apartamento apresuradamente. Al doblar la esquina del pasillo, se encontró con Trebet.



Siguiente





Bertram está frente a frente con Trebet, el vampiro que lo llevó a ese refugio. ¿Qué hará el protagonista a continuación?

A) Esquivarlo y salir corriendo. Indicar hacia dónde se dirige.
B) Decirle a Trebet que tiene que ir a hablar con Garet.
C) Preguntar a Trebet quién es Roderick Sevald.
D) Decirle que le tienen que dejar ir a Vennysbourg esa misma noche.



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domingo, febrero 14, 2016

Bertram Kastner (8) - Quid pro quo

Esta es la 8ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.


Garet le ha contado a Bertram más cosas sobre la sociedad vampírica. También ha sido invitado a permanecer oculto allí.
   Tras aceptar la invitación de Garet de permanecer refugiado en aquellas dependencias, dieron por terminada la reunión y abandonaron el despacho. Erika fue la encargada de guiar a Bertram hasta un pasillo que, de forma similar a un hotel, disponía de numerosas puertas a cada lado. Después de abrir una de ellas con la llave que sacó de su bolsillo, instó al forastero a que accediera al interior.

   La estancia resultó ser algo más que una simple habitación. Se podría decir que era un pequeño apartamento donde cualquier persona podría alojarse cómodamente durante una buena temporada. Disponía de un recibidor y sala de estar, amueblado con una mesita rodeada por dos butacas y un sofá. En una de las esquinas había un escritorio junto a una estantería vacía. Detrás de la puerta de entrada se podía encontrar un perchero, en el que Bertram dejó descansar su abrigo. Aprovechó para apoyar su maleta de viaje junto a la pared de al lado.


   Una vez que terminó de echar un vistazo, se interesó por el resto de habitaciones del alojamiento. Al final de un pequeño pasillo estaba el dormitorio, con una decoración propia de principios del siglo XX. Destacaban la robusta cama en el centro, una gigantesca cómoda y un armario con varias puertas. Todo el suelo estaba cubierto por una alfombra de tonos rojizos, similares a las gruesas cortinas que había en una de las paredes. Bertram confirmó que tras la tela no había ventana alguna, al igual que en el resto del apartamento. Al lado del dormitorio había una puerta que llevaba a un cuarto de aseo, con bañera y grifería de época, así como un lavabo con una gran repisa de mármol.

   De camino a la primera salita, Erika le esperaba en lo que parecía una pequeña cocina compuesta por un fregador, una pequeña nevera y un armario con jarras de cristal. Al abrir el refrigerador y comprobar que estaba vacío, se mostró algo contrariada.

—Lo siento, pediré que te traigan algo de alimento —se excusó Erika.

—¿Comida? —preguntó Bertram extrañado al creer que en su nueva situación no podía comer nada sólido.


   Desde que fue convertido en vampiro, la sensación de hambre se había esfumado y no había tenido necesidad de probar bocado alguno. En cambio, sí que había sentido una sensación similar a la sed. Aunque ésta tenía la peculiaridad de venir acompañada de un dolor áspero y punzante en la garganta cuando la necesidad de saciarla era extrema. Recordó que las dos veces en las que había intentado calmarla bebiendo sangre humana no le habían ido demasiado bien.

—No me refería al tipo de alimento que consumías cuando eras mortal —respondió Erika riéndose—. Hablaba de bolsas de sangre.

—¿Como las de los hospitales? —se interesó Bertram ante la posibilidad de obtener el preciado fluido sin herir a nadie.

—No. Como, no. Es que son las bolsas de los hospitales —contestó Erika con una sonrisa pícara—. De hecho, estamos junto a uno. Tenemos una vía de acceso directo por los subterráneos.

—¿Robáis las reservas de sangre que la gente ha donado? —cuestionó Bertram indignado—. ¡Son para salvar la vida de la gente!

—No, no las robamos. Tenemos un acuerdo con los dirigentes del hospital para abastecernos con algunas unidades de las donaciones —aclaró Erika con un semblante más serio—. Además, también nos entregan sangre de gente que acaba de morir. Mejor que sea para nosotros antes que echarse a perder en una caja de pino, ¿verdad?

—¿Y así no estáis desvelando nuestra existencia a los responsables y trabajadores del hospital? —continuó preguntando Bertram—. ¿Qué ganan ellos en esto?


   Erika soltó una carcajada seca ante el desconocimiento del novato.

—Los vampiros controlamos los hospitales, la policía, los ayuntamientos... —le desveló Erika—. Aunque la mayoría de los dirigentes son mortales, son tan adictos a nuestra sangre y a todos sus beneficios, que nos hacen una serie de favores bajo el más absoluto secretismo.

—Ehm... —balbuceó Bertram intentando expresar una respuesta—. Hum...

—¿Te pasa algo? —le preguntó muy extrañada.

—Esto... No, nada —respondió desconcertado Bertram—. Es muy raro, ya que iba a contestarte sobre el tema, pero me he quedado en blanco de repente.

—Anda, cámbiate y acompáñame a tomar algo de sangre en el salón de ocio —le indicó Erika riéndose y apuntando al corte ensangrentado de su camisa, fruto del enfrentamiento con Volker Banach—. Seguro que la sed le está pasando factura a tu cabeza. Te espero fuera.


   Un par de minutos después, Bertram ya estaba listo y saliendo por la puerta de su nuevo alojamiento. El deseo por beber sangre le apremiaba. Tanto, que terminó de abrocharse los botones de los puños de su nueva camisa una vez fuera del apartamento. Entre carcajadas al ver lo rápido que había sido, Erika le entregó la llave para que cerrara la puerta. A continuación, se dirigieron a una gran estancia con varias mesas, como si se tratara de un lujoso local de copas y restauración.

—Espérame aquí —le ordenó Erika señalando una silla de la mesa que tenían más cerca—. Yo me encargo de traer la primera ronda.


   La mujer se acercó a la barra, tras la que le esperaba un hombre vestido de etiqueta. Después de charlar alegremente con él durante unos momentos, éste se dispuso a preparar la bebida. Bertram observaba a lo lejos la escena con curiosidad, a la vez que con cierta impaciencia. El camarero colocó dos grandes copas de cristal delante de ella. En las repisas de la pared había varias botellas de bebidas alcohólicas, propias de un local destinado a servir bebidas espirituosas a los mortales. Pero también había pequeños armarios con diversidad de recipientes en los que un líquido denso, a la vez que rojo oscuro, relucía en su interior.

   El barman depositó sobre la barra una bolsa de sangre. Seguidamente, vertió el contenido en cada una de las dos copas. Erika se lo agradeció, agarró las bebidas y se dirigió de nuevo a la mesa donde había dejado a Bertram esperando. Sus ojos no podían hacer otra cosa más que fijarse en una de las copas que traía para él. Se estaba relamiendo para sus adentros.

—Toma, pruébala a ver qué te parece —le pidió Erika mientras le entregaba una de las copas de sangre.

—Gracias —aceptó amablemente Bertram a la vez que se hacía con la bebida que ella le estaba ofreciendo.




   Bertram no podía aguantar más y se empinó la copa bebiendo casi toda la sangre en grandes y abruptos tragos. Una sensación de placer le inundó mientras los torrentes de sangre recorrían su garganta.

—Venid aquí —pensó para sí mismo Bertram.

—Eh, no tan rápido. Es mejor que la saborees y la disfrutes un poco en tu boca, ¿no? —le reprochó Erika.

—Perdón —se disculpó Bertram percatándose de su ruda forma de beber.

—Y bien, ¿qué te parece la sangre empaquetada? —se interesó Erika por la opinión de su compañero de mesa—. Estaría bien que aprovecharas estas ocasiones para beber con menos ímpetu y más tranquilidad. Así, aprenderás a controlarte para no poner en peligro a nadie más con tus mordiscos.

—Esta sangre está deliciosa, provenga de una persona o de una bolsa. Pero tienes razón, intentaré beberla más lentamente —reconoció Bertram antes de echarse un nuevo sorbo y retenerlo en su paladar para degustarlo.

—Es sangre de rata —le confesó Erika conteniendo la risa.


   Los ojos de Bertram se abrieron al máximo tras ser consciente de lo que había escuchado. No pudo evitar escupir toda la sangre que tenía en la boca, manchando el ya no tan blanco mantel de la mesa. Erika se repantigó en su silla mientras se reía a carcajadas de la situación. Bertram, indignado, pudo ver como el camarero también se divertía con esta escena de la que seguramente había sido cómplice.

—No tiene ni puñetera gracia —dijo Bertram enfadado, mientras clavaba su mirada en Erika.

—Tranquilo, los vampiros podemos beber sangre animal sin problemas. Es casi tan nutritiva para nosotros como la humana —le explicó Erika—. Después de años comiendo carne animal, no me vendrás con remilgos para beber sangre de animales, ¿no?

—¡¡Pero no de rata!! —estalló Bertram mientras se limpiaba la boca con una servilleta—. ¡¡Es repugnante!!

—Te tendrás que acostumbrar. No nos podemos permitir alimentarnos siempre de personas —le contestó Erika poniéndose seria—. De hecho, la sangre de rata tiene muchas ventajas.

—¿Como cuáles? —preguntó Bertram aún ofendido, a la vez que alejaba la copa de su vista.

—Bueno, son bolsas de sangre ambulantes. Y se reparten ellas solas a domicilio —respondió Erika volviendo a cachondearse del invitado, a la vez que se alegraba de haber conseguido que éste olvidara por un rato el caso de su familia.


   En ese instante, una chica entró en el salón, acercándose con paso acelerado a la mesa donde estaban ellos. Bertram, que iba a contestarle de nuevo, se contuvo y puso atención en lo que le estaba susurrando al oído de Erika: "Ha venido Niels Rainath".

—¿Quién es Niels Rainath? —cuestionó Bertram con curiosidad.


   Las dos chicas se miraron con cara de preocupación al confirmar que Bertram había oído el mensaje.

—Es alguien que no debe averiguar que estás aquí —le advirtió Erika mientras se levantaba de su silla para abandonar la velada—. Será mejor que te vayas lo antes posible a tus aposentos.

—Pero, ¿de quién se trata? Tiene pinta de ser alguien importante —insistió Bertram al percibir cierto hermetismo—. Tengo derecho a saberlo, ¿no?

—Es el máximo gobernante de los vampiros de varias ciudades de esta región —le aclaró Erika mientras comenzaba a alejarse junto a la chica.

—¿Como lo es Garet de aquí, de Stuttgart? —quiso indagar Bertram.


   Erika frenó en seco su avance, dio un suspiro y se giró hacia él.

—No. Garet no es el gobernante de Stuttgart. Es el segundo al mando —le desveló Erika, que reanudó su marcha—. Hazme caso, ve a tu apartamento. No sé para qué habrá venido aquí Niels, pero es preocupante. Si te están buscando en otros sitios, deberías permanecer lo más oculto posible para otros visitantes, incluyendo a Rainath.


   Bertram se quedó de pie junto a la mesa, viendo cómo abandonaban rápidamente la estancia.



Siguiente



Llegó el momento de tomar decisiones. Y en esta ocasión, hay que tomar dos.

Primera: ¿Se terminará Bertram su copa de sangre?

A) No, ya ha tenido suficiente con haberla probado.
B) Sí, se terminará la copa. Tampoco estaba tan mala.
C) Sí, y además se tomará la de Erika. Es que tiene mucha sed.


Segunda: ¿A dónde irá Bertram tras la advertencia de Erika?

D) Las intentará seguir para ver qué se trae entre manos Niels Rainath.
E) Buscará a Trebet para averiguar más cosas sobre este individuo.
F) Volverá a su apartamento y permanecerá ahí.
G) Buscará el acceso al hospital e irá allí.


Deja un comentario con una opción para la primera decisión y otra opción para la segunda. Podrás dar una explicación adicional si quieres dar más detalles.

domingo, febrero 07, 2016

Bertram Kastner (7) - Cartas sobre la mesa

Esta es la 7ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Una trágica noticia ha revolucionado a Bertram. ¿Conseguirá respuestas sobre lo ocurrido?


   Trebet agarró con más fuerza a Bertram para evitar que pudiera soltarse y agrediese a Garet. En su forcejeo, había tirado al suelo varios de los papeles y objetos que había sobre la mesa; cosa que no pareció importarle a Garet. Este miró a la mujer que los había acompañado al despacho y le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Ella, que se había quedado cerca de la entrada, comenzó a acercarse a donde estaba el forcejeo.

—Bertram, sabemos que es una noticia muy trágica para ti y entendemos que estés así de enfadado —empezó a decirle la mujer mientras avanzaba hacia él—. Pero debes calmarte. Queremos hacer todo lo posible para ayudarte y necesitamos que colabores con nosotros para determinar cuál es la mejor forma de hacerlo.



   Cuando ella llegó a donde estaban ellos, Trebet tiró de Bertram hacia atrás, arrojándolo violentamente sobre una de las butacas que había alrededor de la mesa y quedando de nuevo sentado. Pero antes de poder reaccionar para volverse a levantar, una sensación de paz invadió su mente.

—Debe ser frustrante el no haber podido proteger a tu familia —continuó la mujer mientras acariciaba el pelo de Bertram, como si de un gato se tratara—. Entendemos tu situación, pero para nosotros eres un desconocido, al igual que lo somos nosotros para ti.

—¿Me permites contarte todo lo que sabemos sobre lo ocurrido? —le preguntó Garet con una mirada sincera y conciliadora—. Y por supuesto, cómo lo sabemos.


   Parecía que, de alguna manera, el reciente recuerdo de la tragedia que había asolado a su familia se había alejado de su mente, provocando que la actitud de Bertram volviera a ser calmada y receptiva. Aunque había algunos detalles que le hacían no confiar plenamente en esa gente, pensó que eran los únicos que le podrían ayudar en aquellos momentos. Además, estaban dispuestos a darle las explicaciones que reclamaba, pero con su repentina actitud violenta fue consciente de que no les había dado opción.

—Será mejor que les deje hablar y no me muestre violento ante ellos —recapacitó Bertram mientras adoptaba una postura más relajada.

—Gracias, Erika. Tomad asiento vosotros dos también —le indicó Garet a la mujer y a Trebet, quien estaba atento a cualquier nuevo movimiento que pudiese hacer Bertram.


   Erika ocupó la butaca que había justo al lado de la que estaba ocupando Bertram. Por su parte, Trebet se sentó en un sillón que había en uno de los laterales de la mesa. Era una posición estratégica, ya que podría interceptar a Bertram en el caso de que sucediera otro eventual alzamiento hacia Garet. Finalmente, este último también se sentó y se dispuso a contarle a Bertram todo lo que quería oír.

—Los vampiros hemos organizado una sociedad secreta desde hace siglos a lo largo de todo el mundo —comenzó a exponer Garet—. Para mantener nuestro sistema sostenible y oculto a los mortales de a pie, varios de nosotros regimos cada ciudad, controlando quién llega, quién es convertido o quién está montando jaleo. Hay quienes se saltan estas normas por pura diversión o locura y esto nos pone en riesgo al resto.

—Volker... —pronunció Bertram.

—Él. Sobre todo él —admitió Garet haciendo un gesto con sus manos—. Por eso tenemos varias patrullas a lo largo de la ciudad para vigilar que todo esté en orden, limpiando cualquier rastro que nos pudiera delatar y desenmascarar a ojos de los mortales.


   Bertram miró hacia Trebet, quien aprovechó para hacerle una reverencia simulando que se quitaba un sombrero cuando Garet se refería a él y sus compañeros.

—No todas las ciudades están tan bien organizadas como la nuestra, ya que pueden estar gobernadas por gente aún peor que Volker Banach. Sin embargo, Vennysbourg es una ciudad amiga y tenemos buenos aliados allí. Por eso, cuando llegasteis y uno de los hombres de Trebet me habló de ti, quise averiguar quién eras y me puse en contacto con ellos —admitió Garet.

—¿Y qué te dijeron de mí? —cuestionó Bertram con un interés creciente.

—Nada. Como vampiro, eras un total desconocido para ellos —le respondió un desconcertado Garet—. Posiblemente, al ser un recién convertido, no has dado lugar a la organización de tu ciudad a que se percataran de ti. O quizás, porque tu lugar de origen es otro.

—Te puedo asegurar que vengo de Vennysbourg —se defendió Bertram.

—Lo sé, ahora no lo pongo en duda —intentó tranquilizarle Garet a la vez que hacía gestos de calma con sus brazos—. En apenas una hora, todo ha cambiado. Me han corroborado que un mortal llamado Bertram Kastner tiene su residencia allí. Es decir, tú.

—Así es —reconoció aliviado.

—Sin embargo, para la sociedad vampírica de Vennysbourg, has pasado de ser un simple mortal a convertirte en el más buscado de la ciudad —le espetó Garet abriendo sus ojos para transmitir su sensación de sorpresa.

—¿Y a qué se debe ese honor?


   Garet apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia Bertram.

—Obviando el hecho de que cualquier conversión en vampiro no autorizada está perseguida con la muerte del neonato y un gran castigo para el creador...

—¿Qué? —interrumpió Bertram temiendo por su vida.

—Calma, no sabemos dónde fuiste convertido, así que aquí haremos la vista gorda —le aclaró Garet.

—¿Gra... gracias?

—Volviendo al tema sobre la razón de tu búsqueda y captura, es algo que nosotros ni nuestros aliados sabemos —se excusó Garet—. Como te he comentado, eras un total desconocido para ellos. El incendio en la casa de un tal Bertram Kastner no era nada trascendental para mis colegas de Vennysbourg, hasta el momento en el que les he hablado de ti. Poco después, han detectado que varios individuos habían llegado a la ciudad con el objetivo de encontrarte. ¿No es inquietante?

—Han... ¿han sido ellos los que...? —preguntó Bertram intentando contener su ira al recordar de nuevo el incendio de su hogar.

—Es pronto para sacar conclusiones, pero no habría que descartar esa opción —admitió Garet asintiendo—. He solicitado que investiguen todo lo posible sobre lo ocurrido en tu casa y que me informen de inmediato ante cualquier pista. También me avisarán de cualquier cosa que averigüen sobre los visitantes que están tras tu rastro.

—Tengo que volver a mi casa y verlo todo con mis propios ojos —reclamó Bertram apretando los puños sobre la mesa—. Quiero encontrarme con quienes me estén buscando y descubrir quienes son los asesinos de mi mujer y mi hijo.


   Eso hizo que Trebet volviera a ponerse en alerta, tras haber bajado la guardia antes de los últimos compases de la conversación.

—Ahora mismo no es buena idea que vuelvas a Vennysbourg —le advirtió Garet, frenando con un gesto a Trebet ante su repentina reacción—. Te están buscando allí y no sabes qué podrían hacer contigo si te encuentran. Y te aseguro que lo harán. Además, si eres un vampiro neonato que fue creado sin permiso allí, cualquiera tiene derecho a eliminarte en cuanto pises la ciudad. Aquí en Stuttgart no te van a buscar y estarás a salvo bajo nuestra protección. Si te sientes más tranquilo, pediré que protejan los restos mortales de tu familia si así lo deseas.


   Estas últimas palabras afectaron a Bertram, que no pudo evitar derramar varias lágrimas de color rojizo mientras asentía con la cabeza.

—Bertram, ¿quién está al corriente de tu visita a Stuttgart? —le preguntó Erika mientras intentaba animarlo agarrando sus puños.

—Estaría bien saberlo por si esperamos recibir compañía y tuviéramos que desplegar algún dispositivo especial —añadió Trebet, totalmente comprometido con la causa.

—Solamente se lo conté a Alger —declaró Bertram—. Iba a alojarme unos días en su casa.

—Pues dadas las circunstancias, hoy permanecerás aquí —le informó Garet, como si no tuviera otra opción—. Seas quién seas, no es bueno que deambules por las calles. Cuanta menos gente sepa que estás en esta ciudad, será mejor para ti y para todos.



Siguiente



Pronto amanecerá, pero es la hora de tomar una decisión. ¿Aceptará Bertram la invitación de Garet?

A) No, prefiere refugiarse en casa de Alger. Lo buscará para coger sus llaves.
B) Sí, y aprovechará para hablar con Erika y obtener más información suya.
C) Sí, e intentará hablar con Trebet para saber más sobre Volker Banach.
D) Sí, e intentará investigar por su cuenta lo que se cuece en ese sitio.


Deja un comentario con la opción que prefieras de las 4. Podrás dar una explicación adicional si quieres dar más detalles.

Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...