domingo, febrero 21, 2016

Bertram Kastner (9) - Soñando con estar vivo

Esta es la 9ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Tras la conversación con Erika sobre hábitos alimenticios de los vampiros, ésta sale corriendo por la llegada de un nuevo invitado.

   Una vez que Erika y la otra chica salieron por la puerta, Bertram se planteó por unos instantes el seguirlas. Sin embargo, pronto olvidó esa idea debido a algo que llamó su atención repentinamente: las copas de sangre que aún estaban sobre la mesa. Parecía que le hablaban y deseaban que las bebiera. No fue capaz de reprimir el impulso. Buscó con una mirada disimulada al camarero y, aprovechando que aquel estaba a otras cosas y no miraba, vació lo que quedaba de la copa en su boca. Poco parecía importarle ya la procedencia de la sangre. Tras una nueva mirada para controlar qué hacía el barman, también se tomó de un trago largo la bebida que había dejado Erika sin empezar. Pensó en las ratas que habían contribuido en llenar esas copas de sangre y les agradeció el haberse sacrificado para servirle de alimento.


   Finalmente, decidió volver al apartamento que le habían preparado. Ya había tenido suficientes vivencias esa noche y, además, pronto amanecería. Aunque en ese lugar estaba totalmente protegido del Sol, notaba como el cansancio hacía mella en él. En su corta vida como vampiro, había tenido la sensación de que durante el día sus movimientos eran más torpes y lentos. Así como su mente, que empezaba a nublarse al estar cercano el amanecer.


   Al llegar a su dormitorio y mirarse en uno de los espejos del armario, se percató de las manchas de sangre que tenía alrededor de la boca. Accedió al aseo para lavarse la cara, pero justo delante del lavabo sintió una gran arcada. Tras haberla contenido, llegó otra más fuerte unos segundos después, expulsando toda la sangre que acababa de beber. Resignado y tras terminar de lavarse, volvió al dormitorio y se sentó en la cama para dar desde ahí una última inspección a la estancia. Una vez que se cercioró que todo estaba en orden, se desplomó hacia atrás a propósito, aliviado por poder descansar tranquilamente en las próximas horas. Aprovechó para rebobinar los recuerdos de esa noche: desde las conversaciones que tuvo con Erika, Garet y Trebet, el encuentro con Volker Banach, el recibimiento de Alger, la llegada a Stuttgart y el viaje en tren desde Vennysbourg. Hasta el inicio de esa noche, cuando abandonó su casa y vio por última vez a su familia.


   A una distancia prudencial de tres números desde su hogar, Bertram observaba cómo su mujer y su hijo bajaban del coche de su suegro. El niño corría impaciente hacia la puerta de su casa, tocando el timbre insistentemente y sin esperar a que su madre llegara con las llaves. Parecía que el chaval tenía muchas ganas de poder reencontrarse con él. Pero, por desgracia, no iba a ser así. Bertram estaba poniendo tierra de por medio, sin despedirse de ellos. Todo por protegerlos de su bestia interior. Tenía la sensación de que no se habían visto desde hacía varios días. De hecho, no había coincidido con ellos en casa desde que fue convertido en vampiro, a pesar de haber pasado una jornada allí.

—¿Y por qué no han estado en casa estos días atrás y llegan ahora? —se preguntó Bertram extrañado mientras caía en el más absoluto sueño—. Ahora han muerto porque yo no estaba allí con ellos...


   La puerta del hogar se abrió y un niño entró corriendo, inundando el pasillo con el ruido de su voz.

—¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¿Has vuelto?


   En el salón se encontraba Bertram terminando de encender el fuego de la chimenea. Giró la cabeza y pudo ver a su hijo que corría contento hacia él. El niño dio un salto hacia Bertram y se fundieron en un fuerte abrazo.

—Te he echado mucho de menos, papá.

—Y yo a ti también, Bertram —le respondió el padre a su hijo mientras le despeinaba el pelo—. Estás helado. Quítate el abrigo y ponte junto a la chimenea para calentarte enseguida.

—Vale —aceptó el niño, obedeciendo a su padre—. Por cierto, hoy me ha dicho Roderick Sevald que tienes que hablar con él.

—Gracias por avisarme, mañana iré a verle —contestó Bertram con total normalidad—. Voy a ayudar a tu madre con vuestras maletas. Quédate aquí y no salgas a la puerta, o te volverás a enfriar.


   Bertram se dirigió a la entrada, encontrándose con su mujer, quien traía dos maletas a la casa. Agarró la más pesada y rodeó con el otro brazo la espalda de su esposa.

—Qué calentito estás, Bertram —le dijo su mujer mientras acurrucaba la cabeza en su pecho—. Fuera hace un frío de mil demonios.

—Acabo de encender la chimenea. Ve al salón y acércate al fuego —le recomendó Bertram.

—No, prefiero entrar en calor así, abrazada a ti —le respondió su mujer mientras ambos dejaban las maletas en el suelo—. De todas maneras, hay que preparar la cena. No hemos comido nada en casa de mis padres porque Bertram quería cenar contigo.

—Está bien, aunque creo que no hay mucho donde elegir para hacer de comer. Esta tarde no me ha dado tiempo a ir a comprar nada desde que llegué —declaró Bertram mientras le acariciaba el pelo a su mujer y le daba un beso cariñoso en la frente.


   Después de cerrar la puerta, empujaron las maletas a los pies de la escalera que llevaba a la planta superior del hogar.

—¿Cómo te ha ido en Berlín? ¿Pudiste avanzar con tu investigación? —se interesó su esposa.

—No, la persona con la que me encontré allí no me fue de mucha ayuda. No he he sacado nada en claro de todo este asunto —admitió Bertram con cierta decepción.

—¿Y no crees que deberías terminar el artículo con lo que ya tienes? —preguntó ella mientras iban hacia la cocina —Desde hace varias semanas no consigues nada nuevo. Y ya has tenido problemas en un par de ocasiones por tocar ese tema. Me da miedo que te pueda ocurrir algo.

—Sé que estoy muy cerca de encontrar algo muy potente. Aunque tengo la sensación de que alguien va unos pasos por delante, ocultando o borrando todos los indicios que estoy siguiendo. Pero en algún momento, cometerá algún error y lograré avanzar —le contestó Bertram con cierta ilusión por lo que podría conseguir, mientras empezaban a preparar la cena—. Tendrá tanta repercusión que seguro que podré retirarme y viviremos mucho mejor. 

—Los experimentos que me has contado que le hacían a los prisioneros durante la guerra eran horribles. ¿Qué pasaría si te encontraras con una de esas mentes locas? —preguntó su mujer con gran preocupación—. Podrían secuestrarte y hacerte lo mismo a ti.

—Pues ocurriría que tendrías un marido capaz de correr a cien kilómetros por hora. O incluso con la habilidad de volar —le respondió Bertram con una carcajada imitando el vuelo de un pájaro e intentando quitarle gravedad al asunto.


   Pero ella se sumió en el más absoluto silencio, bajando su cabeza y dejando que sus ojos se tornaran vidriosos.

—Tranquila, la gente que hacía esas cosas murió hace años —trató de animarla Bertram, tomando su cintura con una mano y levantándole suavemente la cabeza con la otra—. Yo sólo busco sus diarios y anotaciones para mostrar las barbaridades que cometían. Seguro que alguno de esos trabajos se podría aplicar a día de hoy sin tener que recurrir a las atrocidades de antaño. La medicina ha avanzado mucho.

—Me gustaría que no te tuvieras que ausentar más y así no tener que irnos tu hijo y yo a casa de mis padres para no estar solos en este vecindario mientras tú estás en uno de tus viajes —le reclamó a Bertram—. ¿No podrías pedir que vaya otra persona en tu lugar?

—Ten paciencia. Veré qué puedo hacer con respecto a eso.


   Bertram abrazó a su mujer mientras ella intentaba cortar las verduras de la cena con sus manos temblorosas.

—Déjame, ya las corto yo. Estás muy agitada —advirtió Bertram al ponerse frente a su esposa.

—Este tema y lo que te pueda pasar me pone muy nerviosa —dijo su mujer soltando el cuchillo en la mesa de la cocina.


   Con cierta destreza, Bertram atacó las verduras restantes y, una vez cortadas, las echó en la sartén. A continuación, comenzó a removerlas con una rasera de madera mientras hacía un poco el payaso para animar a su esposa. Al final, consiguió arrancarle una sonrisa. Pero el timbre de la casa sonó y ella acudió a la entrada, por lo que poco pudo disfrutar del rostro más alegre de su mujer. Tras unos minutos, volvió a la cocina, donde ya estaba toda la cena prácticamente lista.

—¿Quién era a estas horas? —preguntó Bertram, ultimando los detalles de la mesa donde iban a comer.

—Era Roderick Sevald —respondió ella—. Quería hablar contigo cuando a ti te viniera bien.

—Ah, sí. Mañana lo haré —anunció Bertram mientras terminaba de servir la comida en los platos—. Hijo, ven a cenar.




   El niño llegó a la cocina, pero su gesto cambió en cuanto vio las verduras salteadas. Los tres se sentaron a la mesa y estuvieron hablando de las peripecias que había vivido el chiquillo esos días en casa de sus abuelos y en el colegio. Mientras que sus padres dejaron sus platos vacíos, el niño a malas penas comía algo de las verduras. De repente, empezaron a notar que algo se quemaba en algún lugar de la casa, ya que un intenso olor a humo comenzó a invadir la estancia. Bertram se levantó inmediatamente volcando la silla y se dirigió velozmente hacia el salón.


   Junto a la chimenea estaba el abrigo del niño que, al haberlo dejado tan cerca, se había prendido con alguna chispa. Bertram lo agarró intentándolo apagar, pero el tejido era un pasto imparable para las llamas. Rápidamente, lo llevó al cuarto de baño, donde lo arrojó a la bañera. Tras abrir el grifo de agua al máximo, consiguió sofocar el fuego de la prenda. El niño, abrazado a su madre, lloraba asustado por la situación y por haber echado a perder su abrigo favorito. Su mujer, una vez extinguidas las llamas, observó con preocupación las quemaduras que Bertram se había hecho en las manos. Tras enviar al niño a dormir a su cuarto, se dispuso a limpiar las heridas de su marido echándoles algo de suero.

— Mañana habrá que ir al médico a que te vea esto. —admitió ella, afanada en preparar apósitos con vendas y una pomada—. ¿Te duele mucho?

—Lo suficiente como para no poder irme de viaje durante unas cuantas semanas y pasar más tiempo con mi familia —le respondió Bertram guiñando un ojo y sonriendo mientras aguantaba el escozor de las quemaduras.

—No me quiero imaginar lo que nos hubiera pasado si no llegas a estar —añadió ella acercando su cabeza al pecho de Bertram.

—Eso sí, tampoco te podré abrazar como tanto te gusta durante unos días —comentó él en tono burlesco—. Así que tendré que buscar otra forma de compensar los abrazos perdidos.


   Ella le dio un puñetazo cariñoso en el hombro y ambos se pusieron a reír, aliviados de que el episodio con el fuego no hubiera tenido mayores consecuencias.


   A la mañana siguiente, Bertram estaba sentado en el sofá del salón, fijando la mirada en los cercos oscuros que había dejado el fuego en la pared. El dolor de las quemaduras no le permitía agarrar nada, así que su hijo se ofreció para llevarle el desayuno. Y ahí llegaba el pequeño, cabizbajo y portando una bandeja para su padre, sin poder evitar derramar un poco de zumo del vaso.

—¿Me perdonas? —susurró el niño con una voz que casi no se podía oír.

—Claro que sí, Bertram —le contestó el padre a su hijo—. Pero, a partir de ahora, has de tener mucho cuidado con el fuego. No debes dejar nada que se pueda quemar cerca de la chimenea.

—Sí, papá —asintió el niño.


   El teléfono de casa empezó a sonar y Bertram ordenó a su hijo que lo descolgara.

—Papá, es Roderick Sevald. Dice que no te olvides de hablar con él —le comentó su hijo mientras estaba al aparato.

—Vale, dile que luego iré a verle —le respondió Bertram.

—Papá, el señor Roderick dice que eres un vampiro. ¿Es eso verdad? —añadió el niño con cara de sorpresa.

—¿Cómo? —preguntó Bertram extrañado.


   De repente, empezó a notar como la luz del Sol que iluminaba el salón empezaba a reaccionar con su piel. Comenzando por las manos que se había quemado la noche anterior, Bertram se prendió de fuego. Rápidamente, las llamas se extendieron, incendiando también el sofá y la alfombra que estaba a sus pies. Pronto, todo el salón estaba ardiendo. Sin poder levantarse, pudo ver cómo llegaba su mujer a donde estaba su hijo y cómo ambos le contemplaban abrazados mientras él, envuelto en llamas, se convertía en cenizas.


   Súbitamente, Bertram despertó de esa pesadilla como si fuera un resorte. Comprobó que estaba sentado en la cama del apartamento que Erika le había mostrado la noche anterior. Verificó exhaustivamente que sus manos no tenían ninguna marca de quemaduras provocadas por el incidente que había soñado. El reloj de su muñeca estaba a punto de marcar las 7 de la tarde. Se puso en pie, arregló su vestimenta mirándose al espejo y salió del apartamento apresuradamente. Al doblar la esquina del pasillo, se encontró con Trebet.



Siguiente





Bertram está frente a frente con Trebet, el vampiro que lo llevó a ese refugio. ¿Qué hará el protagonista a continuación?

A) Esquivarlo y salir corriendo. Indicar hacia dónde se dirige.
B) Decirle a Trebet que tiene que ir a hablar con Garet.
C) Preguntar a Trebet quién es Roderick Sevald.
D) Decirle que le tienen que dejar ir a Vennysbourg esa misma noche.



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11 comentarios:

  1. D) Decirle que le tienen que dejar ir a Vennysbourg esa misma noche.

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    1. Opción D registrada. Gracias por participar. Consigues una participación directa para el sorteo.

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  2. C) intento hablar con Trebet a ver si puede contarme algo de Sevald

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    1. Opción C registrada. Gracias por participar. Te llevas una participación directa para el sorteo.

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    1. Opción C registrada. Gracias por participar. También consigues una participación directa para el sorteo.

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  4. No se si Trebet sabrá algo, pero no pierde nada por preguntar. Yo también elijo la C.

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  5. Yo esta vez opto por la D.

    Una pregunta, ¿sabe Bertram quien es Roderick? Quiero decir ¿conocía de antes a este o es un nombre que le ha aparecido de la nada en el sueño? Entiendo por la opción que no, pero confirmarlo.

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    1. Opción D registrada. Gracias por participar. Te llevas la cuarta participación directa del sorteo.

      Sobre tu pregunta, en el sueño sí lo conoce (su subconsciente lo conoce), pero en la vida real no lo conoce o no lo recuerda.

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  6. Por llevar la contraria, opción B

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