Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.
Reconociendo que explotando de ira no conseguiría nada, Alger respiró profunda y lentamente hasta conseguir calmarse. Era consciente de que su prioridad debía ser salir de ese enclave con vida. Era primordial que aprovechara la nueva oportunidad que el destino le estaba brindando, aunque el precio a pagar fuera una pérdida material con un gran valor sentimental. Alumbrando al suelo de su alrededor, localizó varios objetos que habían escapado de su mochila, entre los que se encontraban un mapa plegable y pintarrajeado de Irak, un pequeño bloc de notas con un bolígrafo insertado entre sus anillas y los botecitos de plástico donde guardaba los carretes. Era capaz de distinguir los que aún estaban sin utilizar de los que contenían un rollo ya gastado, ya que a estos, les hacía una pequeña muesca casi imperceptible para cualquier otra persona. Conforme introducía de nuevo sus pertenencias en la bolsa, reparó en algo que tampoco había encontrado aún.
—¿Serán rastreros? ¡También se han llevado mi billetera, con toda mi documentación y el dinero! —exclamó enfadado, percatándose inmediatamente de que no debía alzar la voz.
—Esto es para ponerme las cosas más difíciles... —refunfuñó discretamente, mientras se consolaba dándole un fuerte bocado al trozo de pan que había comprado aquella mañana para almorzar—. ¿Dónde estarán los soldados y el muchacho?
Asegurándose de haber cerrado la mochila para no perder nada más, se puso en pie a la vez que continuaba devorando los restos de su tentempié. Descartó la idea de buscar otros alimentos, por el riesgo de que pudieran estar contaminados por lo mismo que había acabado con todos los habitantes del lugar, excepto el chico. Echando un vistazo hacia el exterior a través de la puerta, pudo comprobar cómo los fuertes vientos cargados de arena habían cesado. Ya era de noche, aunque el cielo aún guardaba algo de la claridad propia de los momentos posteriores al atardecer. Además, había atisbos de luces tililantes por la calle que bien podrían pertenecer a pequeñas fogatas.
Aprovechó para echar un vistazo a las manchas de sangre que marcaban su ropa en el abdomen y el muslo, aún sin comprender cómo se habían producido. Volvió a examinar su cuerpo sin encontrar rastro alguno de heridas o el más mínimo dolor alrededor de las zonas afectadas.
—Cabe la posibilidad de que esta sangre sea de quien me haya metido en aquel arcón —continuó buscando una explicación con algo de lógica—. Es imposible que el muchacho haya cargado conmigo hasta ahí dentro. Pero entonces, ¿quién ha sido?
Con ansias de encontrar esa respuesta, se dispuso a abandonar la casa. Pero justo antes de cruzar el umbral, cayó en la cuenta de que podría haber algún soldado apostado frente a la entrada, acechando y esperando su imprudencia para abatirle con una bala en la cabeza.
—Será mejor que me quede aquí por ahora —recapacitó imaginándose aquella escena y poniéndose a cubierto hacia un lado antes de poder ser visto desde el exterior—. Pero de alguna manera, me convendría tener localizados a los milicianos y estar preparado por si decidieran volver a por mí.
Con cuidado de no enfocar la luz de la linterna hacia el exterior, Alger iluminó sus pasos a lo largo de la casa, ya que había demasiados obstáculos. Todo se encontraba desvalijado y esparcido por el suelo, excepto la habitación donde había despertado, que parecía haber escapado al torbellino de destrucción. Entre todo el caos, reparó en los cadáveres de una mujer y dos niños abrazados, sin ninguna herida aparente.
—¿Será cierto aquello de que el ejército iraquí ataca a los invasores iraníes con un agente químico sin importar que haya civiles de por medio?
Sintió que no podía dejarlos así, por lo que volvió al dormitorio y retiró la sábana que cubría el colchón, tras colocar cuidadosamente la ropa que había en la cama sobre el arcón. De vuelta ante los cuerpos sin vida, estiró la tela sobre ellos y en medio del más respetuoso silencio, dispuso algunos objetos a su alcance sobre los extremos para evitar que se esta se moviera y quedaran al descubierto. Era lo mínimo que podía hacer por aquella familia, cuyo hogar le había servido de refugio y salvaguarda; queriendo agradecerles el seguir con vida gracias a ellos.
Justo después, volvió a recordar al muchacho al que había rescatado esa tarde. Sin poder encontrar una explicación, había algo que le impulsaba a subir las escaleras. Quizás se trataba de la esperanza de encontrárselo allí.
—Si esta casa es como la otra, debería haber una terraza arriba desde donde podría ver lo que se cuece por los alrededores. ¿Y si el chico estuviera allí vigilando?
Lentamente, y poniendo especial énfasis por no tropezar con todos los enseres que se iba encontrando, subió los peldaños que le llevarían hasta el piso superior, prestando atención a lo que podía percibir con su sentido del oído. Sin embargo, toda la aldea parecía estar callada y en calma. Una vez que llegó a la azotea, se quedó algo desilusionado al no hallar al joven superviviente ni rastro alguno de él. De alguna manera, necesitaba comunicarse con alguien que no pretendiera hacer prácticas de tiro con él. Seguidamente, se agachó para resguardarse con el pequeño muro que la rodeaba y comenzó a otear todo lo que se encontraba a la vista. El hecho de que hubiera varios focos encendidos en algunas de las fachadas de los edificios, además de pequeñas hogueras que le daban un tono anaranjado a las calles que alumbraban, le permitía disfrutar de una panorámica de casi toda la aldea.
—¿Seré la única persona que quede con vida? Espero que al menos hayan tenido el detalle de dejarme un vehículo con el que salir de aquí, o de lo contrario, me tocará caminar toda la noche por el desierto...
Mientras se empinaba la cantimplora para saciar la sed que le había provocado el pan endurecido, comenzó a escuchar lo que parecía ser la voz de alguien. Bajó la cabeza y pegó su cuerpo a la pared, con cuidado de no derramar ni una gota del agua que le quedaba, conforme enroscaba el tapón con sus manos temblorosas por la incertidumbre. Giró su cabeza en todas las direcciones, pero no conseguía determinar de dónde provenían esas palabras que a malas penas percibía desde la lejanía. Cuando iba a darse por vencido, el rumor se intensificó, llegando entonces hasta sus oídos de una forma más alta y clara.
—Viene de allí, pero no consigo verlo —admitió a la vez que centraba su atención en una franja concreta—. Creo que ha dicho algo del paraíso terrenal... Aunque es muy complicado seguirle el ritmo en su idioma. Habla demasiado rápido para mí.
Sin llegar a divisar a nadie, Alger pensó que esa persona debía estar en alguna callejuela tras alguna de las casas que tenía a la vista. Se aventuró a asomar parte de su cuerpo durante un par de segundos, pero no tuvo éxito en el intento de fisgonear desde otra perspectiva.
—Parecía la voz de un hombre, por lo que seguramente sea uno de esos malditos soldados. Y con toda probabilidad, habrá más cerca. Es peligroso estar fuera, pero he de seguir aquí y estar atento por si se les ocurre venir de nuevo, ahora que sé más o menos por dónde están.
No tuvo que esperar demasiado par ver cómo finalmente una figura humana, hasta entonces oculta, se erguía en el centro de una de las azoteas hacia donde estaba mirando. Rifle en mano, parecía estar apuntando a alguien que aún no conseguía ver y del que a malas penas escuchaba un murmullo. Pero sí que era capaz de identificar que ambas voces pertenecían a adultos.
—Bien, creo que el chico no se encuentra allí. O eso espero.
De nuevo, le llegó una frase más alta que las anteriores, entendiendo la orden que el miliciano daba a su rehén para que se levantara. Acto seguido, la persona a la que tenía retenida a punta de rifle se incorporaba con los brazos en alto.
—Parece que sí se trata de un hombre, pero entre la lejanía y la oscuridad, cuesta ver lo que está ocurriendo... ¡Espera!
Haciendo algo de contorsionismo para no perder ni un segundo de aquella escena, Alger se quitó la mochila de su espalda y, a tientas, rebuscó algo en ella. Agarró un estuche, lo abrió y sacó el otro objetivo de su cámara. Como si de un catalejo se tratara, lo puso delante de su ojo derecho, guiñando el izquierdo.
—No son unos prismáticos, pero es mejor que nada. Menos mal que no se lo han llevado a la misma vez que la cámara.
Gracias al aumento, pudo discernir que ambos hombres vestían ropas de la misma milicia. Pero no alcanzaba a entender porqué uno de ellos estaba amenazando a su compañero y obligándole a subir al borde de la terraza.
—¿Va a hacer que salte y se precipite hacia el suelo de la calle? Un momento... ¿y ese de allí detrás quién es? No será... ¡el muchacho!
Sobre el techo del rellano de aquella terraza hacía su aparición el chaval al que también buscaba. No daba crédito a que hubiera tenido el valor para acercarse a sus verdugos, aunque parecía que éstos no habían reparado en él aún. O eso creía. De improviso, el miliciano se giró y profirió un disparo contra el chico, viendo cómo éste caía hacia atrás. Antes de poder lamentarse por el cruel final del joven, Alger observó aún se movía y trataba de ocultarse de nuevo, retrocediendo para evitar los siguientes disparos del hombre armado.
—Qué suerte ha tenido. Ha sido un milagro que haya podido esquivar el disparo —suspiró Alger aliviado durante unos instantes—. Joder, tengo que ayudarle de alguna manera.
Miró el objetivo que aún sostenía en su mano y se incorporó con la intención de lanzarlo. Aunque, en el último momento, optó por agarrar una piedra de las tantas que se habían desprendido del muro de la azotea donde se encontraba; y que seguramente era muchísimo más barata que el artilugio que algunos de sus compañeros de facultad le regalaron tras graduarse en la universidad.
—Vamos, pequeña, sé que no llegarás muy lejos, pero al menos espero que seas lo suficientemente escandalosa como para que te oigan. ¿Harás eso por mí? —le reclamó al objeto inerte, profiriéndole un breve beso de despedida.
El proyectil que Alger lanzó con todas su fuerzas se perdió en medio de la oscuridad del cielo, tardaría unos segundos en caer. Mientras tanto, el improvisado atleta volvió a ponerse a cubierto, ya que el miliciano miraría hacia donde se encontraba él en cuanto escuchara el golpe. Aún así, corrió el riesgo de retomar su posición de vigilancia. Enseguida, observó que la situación había ido a peor, con el soldado ya subido al rellano donde estaba el chico, al que estaba encañonando con el rifle. Inmediatamente, escuchó un leve chasquido que llamó la atención del hombre armado.
—¿Ha caído más allá del edificio donde están? —pensó Alger sorprendido, a la vez de incrédulo, viendo cómo el miliciano se asomaba a la calle de más allá, en vez de a un punto intermedio entre ambos, tal y como esperaba—. ¿Desde cuándo puedo lanzar cosas tan lejos?
Otra vez, pudo ver y oír cómo volvía a abrir fuego, aunque en esta ocasión su objetivo parecía ser la piedra. Se alegró al comprobar cómo el muchacho aprovechaba esa distracción para escapar, descendiendo por la pared y saliendo de su ángulo de visión. Recordó que además del chaval y el miliciano armado, había otro soldado en la azotea, por lo que puso su atención en buscarlo.
—¿Y el otro tío? Ya no está en el muro. ¿Qué habrá sido de él?
Pero enseguida, volvió a preocuparse por el chico, a quien había conseguido darle un balón de oxígeno con el que escapar. Aunque tenía la certeza de que el miliciano no tardaría en volver a ir contra él en cuanto se diera cuenta de su fuga.
Debido a la distancia a la que se encuentra Alger, no tiene demasiadas opciones para intervenir en el lugar de la acción; aunque por otro lado, se encuentra en un lugar aparentemente seguro. ¿Qué decidirá hacer Alger a continuación?
A) Abandonar la terraza donde se encuentra y salir a la calle, con la intención de ayudar y rescatar al chico de manera presencial.
B) Probar a lanzar otra piedra, sabiendo que inexplicablemente, puede alcanzar la otra azotea. Indicar a dónde apuntaría.
C) Llamar la atención gritando y haciendo señales con la linterna, con la idea de atraer al soldado y prepararle una emboscada.
D) Aventurarse hacia la calle e intentar llegar hasta la ambulancia en la que llegó a la aldea.
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