sábado, septiembre 30, 2023

Kazim Ayad (3) - Órdenes divinas

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Kazim no iba a permitir que volvieran a herir a aquel extranjero que había estado al borde de la muerte, por lo que se apresuró en dar unos rápidos pespuntes con los que la vida de éste ya no correría peligro. Era consciente de que el enemigo se encontraba cada vez más cerca, aunque su avance era relativamente lento. A pesar de la distancia que les separaba, se percató de que el miliciano sentía dolor, por lo que debía tener alguna herida o contusión que le estuviera mermando su movilidad. Aún así, no debía confiarse.


   Tras comprobar de forma visual el resultado de su trabajo con el que los letales impactos de bala se habían convertido en unos simples rasguños, incorporó al hombre de pelo rubio y comenzó a arrastrarlo hacia una de las habitaciones contiguas. Se trataba del dormitorio principal, en el que había un gran arcón donde se guardaban sábanas y otras telas utilizadas en todo el hogar. Dejó a su paciente apoyado junto al gran cajón de madera, con la intención de borrar los surcos que habían hecho sus piernas en el empolvorizado suelo a lo largo de todo el trayecto hasta allí.


   Por unos instantes, se fijó en que sobre el lecho de la habitación, además de la ropa de su madre, también se encontraban las prendas con las que dormían sus hermanos pequeños. Pensó en que, tras su ausencia, los tres integrantes de lo que quedaba de su familia dormían juntos. Debió ser muy duro afrontar su pérdida, de la misma manera que lo fue la de su padre. Miró de nuevo los cuerpos que yacían sin vida en el salón, pero ya nada podía hacer por ellos. Tras esparcir la arena con sus pies para disimular cualquier pista que sirviera de ayuda al enemigo, se apresuró en volver junto al único al que aún podía ser salvado. Tras abrir el arcón, comprobó que había espacio para ambos a pesar de todo lo que había dentro.


   Con un gran esfuerzo, consiguió levantar el cuerpo del extranjero y colocarlo dentro del mueble de madera. Para cualquier otro vampiro, no hubiera supuesto tamaña proeza cargar con dos o tres veces su propio peso. Pero en el caso de Kazim, al haber sido convertido aún siendo un adolescente, su complexión suponía un notorio lastre en cualquier intento de manejar con soltura objetos o bultos grandes. Por contra, su delgadez y falta de desarrollo le permitía ser muy ágil y escurridizo. Sin más dilación, saltó al interior del arcón, cayendo en blando sobre los montones de tejidos y ropa ahí almacenados. Antes de que el enemigo hiciera acto de presencia, cerró la tapadera de aquel improvisado escondite.


   Las rendijas entre los tablones de madera de ese gran cajón le permitían ver lo que ocurría en la parte del salón junto a la entrada de la vivienda. Aunque con sus sentidos sobrenaturales, podía percibir cómo el miliciano se encontraba en el umbral de la casa, inspeccionando al compañero que había quedado desangrado.

—¡Pagaréis por lo que le habéis hecho a Assim! —gritó de repente el enemigo desde la puerta del hogar.


   El chico se estremeció, no por miedo a Farid, el líder de los milicianos al que reconoció por su impetuosa voz; sino al recordar que su bestia interior fue la que había matado al compañero de éste.

—¡Dad la cara! —vociferó Farid irrumpiendo en la vivienda y apuntando con su rifle a todas partes.


   El joven vampiro se concentró en crear una barrera que impidiera el paso de éste hacia el dormitorio donde se encontraban escondidos. Mientras tanto, Farid recorría todas las estancias de la casa, incluyendo las del piso superior, derribando puertas y muebles, disparando dentro de los posibles escondites y destrozando todo lo que se encontraba a su alcance. Pero en las diversas ocasiones en las que intentó acceder al cuarto en el que estaban ocultos, el poder de Kazim le repelía. Sin llegar a ser consciente de ello, el miliciano daba media vuelta para explorar cualquier otra parte de la vivienda.


   Al cabo de un buen rato, cuando Farid por fin se dio por vencido, reparó en la mochila del extranjero, abandonada en el suelo de la entrada. Kazim observó cómo el miliciano rebuscaba en su interior con cierta desgana, hasta que sacó una billetera que inspeccionó de forma minuciosa. Tras guardársela en uno de sus bolsillos, prosiguió con su búsqueda, extrayendo esa vez una cámara fotográfica. Se puso en pie a la misma vez que comenzaba a manipularla, mirando torpemente a través del objetivo. Enseguida, se la colgó al cuello como si hubiera conseguido un gran trofeo. Seguramente, podría venderla por el equivalente a dos o tres mensualidades de su sueldo en el ejército. Tras soltar un gruñido, decidió salir de la casa.


   El muchacho se sintió aliviado al sentir cómo Farid se alejaba de su hogar sin haberlos descubierto. Durante varios minutos, permaneció a la expectativa de que pudiera volver. Podía percibir que se encontraba reunido con el otro soldado a una distancia más que prudencial. Por ello, decidió abrir la tapadera del arcón y deslizarse grácilmente fuera de éste. Desde ahí, examinó a su paciente, poniéndole la mano sobre la cabeza de cabellos claros. Ese color del pelo no era demasiado común por la zona y le llamaba mucho la atención. Kazim se alegró al constatar que prácticamente ya no tenía nada de fiebre, por lo que esperaba el momento en el que el hombre despertara para poder conversar con él y conocer su historia.


   De entre todos los montones de tela que había almacenados y que hacían las veces de mullido colchón para el extranjero, advirtió uno con varios de sus dishdashas. Su madre las habría guardado allí con la esperanza de que alguna vez volviera o, en cualquier caso, para que el pequeño Namir utilizara esas prendas una vez que alcanzara la adolescencia. Mientras se lamentaba de que aquello nunca ocurriría, consiguió sacar una de sus túnicas. Conforme se vestía, se dio cuenta de cómo su piel había comenzado a recuperarse de las quemaduras del sol. Había tenido la fortuna de contar con la tormenta de arena, la cual había mitigado de sobremanera los efectos letales del astro rey. Observó a través de la ventana que los remolinos de arena ya daban sus últimos compases y que había comenzado a anochecer, por lo que ya no tendría riesgo alguno de sufrir quemaduras hasta el siguiente amanecer.


   Tras quedarse pensativo durante unos minutos, miró de nuevo hacia el hombre que dormía. Tocó su cuello para hacer una última comprobación sobre su estado y, finalmente, cerró la tapadera del arcón. Había decidido aventurarse hacia donde se encontraban los soldados para intentar averiguar los motivos por los que se encontraban en su aldea. Pero sobre todo, pretendía expulsarlos de su aldea. 


   Rápidamente, abandonó el cuarto, con la intención de subir a la terraza de la vivienda. Durante el camino, tuvo que esquivar todo tipo de muebles y enseres desperdigados por el suelo tras el ataque de ira que había tenido Farid.




   Una vez en el exterior, se subió al bordillo de la azotea y, como si de un experimentado equilibrista sin miedo a caer al vacío se tratase, fue avanzando a lo largo de éste de una casa a otra. En varias ocasiones tuvo que realizar saltos de al menos tres metros para salvar la distancia que separaba algunas viviendas entre sí. Finalmente, llegó al tejado de la morada en la que se encontraban los milicianos en aquel momento. Se asomó por las escaleras que conducían al piso inferior y pudo escuchar cómo uno de los soldados cuestionaba lo que estaban haciendo.

—...hay al menos una veintena de nuestros compatriotas muertos por cada invasor iraní caído. Sigo pensando que gasear toda esta aldea no fue una buena decisión de nuestro líder.

—Te lo advierto, Iyad. No vuelvas a discutir las órdenes que se nos han dado desde los mandos superiores si no quieres acabar como Assim —amenazó Farid a su subordinado.

—Además, hemos perdido a la mitad de nuestro escuadrón... —continuó alegando Iyad—. Y seguro que aún queda algo de ese agente químico en el aire...

—¿Te recuerdo que has sido tú el que se ha cargado al novato? ¿Acaso quieres que lo reporte y te ejecuten por traidor? —le sentenció Farid recordándole su error al haber disparado a su compañero junto a la ambulancia—. No estarás de parte de los iraníes, ¿verdad?


   Iyad prosiguió en silencio el registro de la vivienda, en busca de posibles supervivientes a los que silenciar con la muerte, incluyendo al muchacho y al extranjero con los que se habían encontrado anteriormente. Tenían como objetivo que aquel ataque químico que había acabado con toda la población junto a varios soldados enemigos, fuera identificado por las autoridades internacionales como de origen iraní. De repente, escucharon una voz contundente y atronadora que los dejó paralizados.

—Abandonad inmediatamente esta aldea o seréis condenados por la eternidad al Yahannam.

—¿Has oído eso Farid? ¡Alá nos va a castigar! —dijo muy asustado Iyad, mirando en todas las direcciones al no lograr identificar el lugar del que provenía aquel mensaje—. ¡Hemos de salir de aquí inmediatamente, no quiero ir al infierno!

—¡No... no nos vamos a mover de aquí, Iyad! ¡Estamos haciendo lo que nos han ordenado! No... no hay motivo alguno por el que temer a lo que dice este impostor —replicó con cierto nerviosismo Farid.

—Más te vale escuchar las sabias palabras de tu hermano y dejar que todas las almas que yacen en esta aldea puedan descansar en paz —continuó Kazim, hablando hacia el interior de sus mentes.

—¡Yo me voy! —declaró Iyad mientras comenzaba a correr, buscando salir de esa casa.


   Farid dio un golpe de contundencia, disparando una ráfaga de disparos hacia el techo con su fusil. El estruendo pilló por sorpresa tanto a Iyad, quien se tiró asustado al suelo; como a Kazim, dando un sonoro espaldarazo contra la pared de las escaleras.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Farid al escuchar el ruido que se había producido.


   Inmediatamente, Kazim se repuso y recorrió a toda velocidad los peldaños que le separaban de la planta superior. Decidió salir de nuevo a la terraza para esconderse sobre el techo del rellano. Por su parte, un renqueante Farid comenzó a subir los escalones hacia donde había escuchado el golpe del muchacho.

—Lamentarás el haberte hecho pasar por Dios para engañarnos —farfulló Farid totalmente encolerizado.


   Ya subido sobre el tejado, Kazim aplastó su cuerpo contra la superficie, debido a que la estructura donde se encontraba no disponía de ningún bordillo con el que se pudiera ocultar.

—¡Muere de una vez y vete tú al infierno! —exclamó Farid a la vez que disparaba contra todos los muebles y posibles escondites de la habitación que había tras subir las escaleras.


   Kazim era consciente de que las balas no tenían un gran efecto sobre él, pero aún así, el impacto de éstas sobre su cuerpo seguía siendo doloroso. Por otro lado, no tenía intención alguna de cobrarse otra víctima mortal; si no era para salvar la vida de otra persona. No quería más reprimendas de Serezade, ni volver a sentirse culpable de satisfacer a su bestia interior. A lo sumo, podía contener al demente de Farid, quien justo irrumpía en la terraza donde se escondía él. Debía actuar rápido, antes de perder el factor sorpresa.






Ante la restricción de no poder matar a Farid, ¿qué decidirá hacer Kazim en la situación en la que se encuentra?

A) Permanecer oculto, llegando a retroceder para que Farid no lo encuentre hasta que desista de su búsqueda.
B) Volver a hablar con su mente. Detallar qué le dirá a Farid.
C) Abalanzarse sobre Farid para inmovilizarlo y desarmarle, a sabiendas de que aún queda otro soldado armado.
D) Saltar sobre el miliciano con la intención de curarle y de que éste pueda cambiar su actitud hacia él.

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