sábado, febrero 10, 2024

Bertram Kastner (24) - Visiones de doble filo

Tras haber escapado de la muerte, Bertram es llevado hasta la fortaleza donde vive Jünaj. Tras conocer cómo se encuentra Erika, el anfitrión se ocupa de atender las graves heridas de Bertram. Pero una simple pregunta hará que el periodista desconfíe.

Este es el 24ª capítulo de la historia interactiva de Bertram Kastner: El Origen olvidado, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.





   El mero hecho de que Jünaj estuviera interesándose por sus visiones sin habérselas mencionado previamente, hizo que saltasen todas sus alarmas. Tras levantarse como un resorte, Bertram se encaró hacia su anfitrión, esperando una reacción hostil de éste en cualquier momento.

   —De nada te servirán estas vendas si haces movimientos tan bruscos como ese —le reprochó Jünaj mientras se agachaba para levantar el taburete que había volcado.


   Éste no mostraba atisbo alguno de alterarse y ni mucho menos de atacarle. En cambio, Bertram se encontraba cada vez más tenso, a la vez que desconcertado ante la impasividad de Jünaj. No podía reprimir sus ansias por averiguar qué era lo que ya sabía de él y cómo había podido obtener esa información.

   —¿Qué te hace pensar en que tuve una visión al beber tu sangre? —le interrogó a sabiendas de que no tendría muchas opciones de sobrevivir a un enfrentamiento directo contra él.

   —Me encantaría que respondieras antes a mi pregunta —le contestó el otro mirándole con firmeza, pero manteniendo su actitud serena.

   —Ya sé lo que has hecho, me has leído la mente. ¿Cuándo te he dado permiso para que te metieras en mi cabeza?

   —En ningún momento. Y por esa razón, no he hecho tal cosa.



   Su fuerza de voluntad ya se encontraba totalmente doblegada cuando quiso percatarse de que Jünaj le había agarrado del brazo. La mezcla de temor, admiración, misterio y fascinación que le provocaba el otro vampiro mantenía a Bertram obnubilado. Cuidadosamente, su anfitrión lo condujo de nuevo hasta el taburete, reanudando sus labores como enfermero en cuanto lo dejó ahí sentado.

   —Podría haber acabado conmigo en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, aquí está cuidándome —se dijo a sí mismo Bertram, siendo consciente de que estaba a su merced.— ¿A qué está jugando?

   —Sé que tuviste una visión cuando compartí mi sangre contigo porque se trata de un poder propio de nuestro árbol genealógico. Si es cierto eso de que nuestro vampiro progenitor es el mismo, tú también deberías haber heredado esa habilidad sobrenatural.


   Ahí tenía una explicación razonable sobre el origen de aquellas visiones que experimentaba al alimentarse; claro está, razonable dentro de lo surrealista que le suponía haber sido convertido en un vampiro. Jünaj, el segundo hermano vampírico que conocía en la misma noche, había conseguido darle una de las respuestas que llevaba buscando desde que atacó a su primera víctima. A diferencia de Niels, en vez de querer matarle, éste se mostraba más que dispuesto a revelarle todas las piezas del rompecabezas en el que estaba sumida su nueva existencia. Desde luego, no iba a desaprovechar la ocasión de aprender de él todo lo que pudiera aunque eso supusiera entrar en su juego.

   —Es bueno saber que no soy el único loco que ve esas visiones. Lo siento por haber reaccionado de esa manera, pero hasta ahora desconocía de dónde me llegaban todas esas vivencias de otra gente. Nadie me ha impartido el curso de cómo ser un vampiro y no morir en el intento.

   —¿Nuestro padre no te instruyó tras tu conversión?


   Negando con la cabeza, Bertram optó por contarle cómo despertó en aquel edificio abandonado de Vennysbourg. Fue capaz de transmitirle la angustia que sufrió al ser consciente de que su corazón ya no latía, el horror tras descubrir que había atacado a un pobre inocente y el miedo de hacerle daño a quienes más quería. Todo ello, sin que nadie pudiera decirle qué le estaba ocurriendo realmente.

   —Sin duda, has olvidado tu origen como vampiro. O más bien, parece que te han hecho olvidarlo. —Jünaj terminó de anudar el extremo del vendaje, esmerándose en dejarlo lo más tenso posible.

   —Esperaba que las visiones que he tenido al morder a otros o cuando me han mordido a mí me sirvieran de...

   —¡Alto ahí! —le interrumpió Jünaj abruptamente—. Dices que también las has visto al ser mordido. ¿Por quién?

   —Niels Rainath.


   Jünaj dejó de organizar el resto de rollos de vendaje para agacharse junto a su invitado y estar cara a cara con él. Incómodo por tener los ojos claros del imponente vampiro clavados y tan próximos, Bertram se puso a la defensiva arqueándose hacia atrás.

   —¿Sabe Niels o alguien más que tuviste una visión en ese momento? —le preguntó mirándole más serio que de costumbre.

   —No... creo que no —acertó a decir Bertram, algo intimidado por la pregunta, intentando recordar si llegó a hablar con Erika sobre el encuentro que vio entre Volker Banach y Niels Rainath cuando este último le mordió.

   —Bien. Nadie, absolutamente nadie salvo nosotros debe conocer esa característica de nuestro poder. Ni siquiera Niels. Precisamente, él no debe averiguarlo jamás.

   —Pero siendo nuestro hermano, por muy mal que suene eso, ¿no tiene también ese poder?

   —No. Él solo ve visiones cuando bebe sangre, pero no al ser mordido. De eso estoy seguro —le rebatió Jünaj incorporándose de nuevo, liberando a Bertram de la presión a la que estaba sometido.

   —Eso significaría que somos superiores a él, ¿no?


   Por la sonrisa que dejó escapar durante unos instantes, parece que al anfitrión le agradó aquella comparativa. Bertram ya se había acostumbrado al semblante sombrío de su hermano de sangre, por lo que le sorprendió ver esa reacción en él. Estaba claro que también odiaba a Niels. Debía aprovechar ese punto que tenían en común para seguir despertando la simpatía de Jünaj hacia él.

   —No exactamente. Nuestro poder tiene una contrapartida que sí conoce Niels. Se refería a ella como «la maldición de los indignos». La considera como un castigo de nuestra línea de sangre, al no pertenecer a la nobleza como él.

   —¡Qué clasista! ¿Y en qué consiste esa contrapartida?

   —En algo muy peligroso. Cuando mordemos a otros para alimentarnos, ellos también recrean una visión de nuestros recuerdos.

   —¿Cómo? Pero eso es... peor que una maldición. —Bertram se puso en pie a la vez que intentaba recordar a todos los que había mordido y con los que habría compartido sin saberlo un fragmento cualquiera de sus recuerdos.

   —Lo que sí es una maldición es nuestra propia existencia como vampiros. —Jünaj cogió la camisa que había dejado sobre la mesa y la extendió a su invitado—. Seguramente te quedará un poco holgada.


   Mientras seguía haciendo un recuento de todas las víctimas de sus colmillos, Bertram aceptó la prenda perfectamente doblada. Conforme se la ponía, notó que el tacto de la tela era bien distinto al de la mayoría de las camisas disponibles en las tiendas. Parecía antigua, pero estaba impoluta.

   —Uno de los que mordí fue mi amigo Alger. ¿Me estás diciendo que él tuvo una visión sobre mí a la vez que yo la tenía sobre él?

   —Sí, así debió ser. Aunque ten en cuenta que para los mortales, estos episodios quedan diluidos como un sueño o una pesadilla, a no ser que los muerdas con cierta frecuencia. —Jünaj guardó los vendajes que no había utilizado en su caja de chapa metálica.

   —Estoy convencido de que si Alger ha vivido alguno de mis recuerdos, no lo olvidará tan fácilmente. Además, lo que vi de él fue un tanto extraño, como si se mezclara el pasado con lo que estaba experimentando en el presente: el mordisco que le había dado en el cuello.

   —Si el vínculo entre ambos es muy fuerte, puede llegar a provocarse una distorsión, cruzando realidad con ficción. Pasado con presente. Y a veces, con el futuro.

   —¿Visiones premonitorias? Eso de ver algo que aún no ha ocurrido es totalmente imposible. —El periodista nunca había creído en aquellos que aseguraban ver el futuro.

   —Aún te queda mucho por aprender de todo lo que escapaba a nuestra comprensión cuando aún éramos mortales —le advirtió Jünaj, plantándose cruzado de brazos ante él.


   En apenas dos días había experimentado multitud de situaciones que jamás hubiera concebido como posibles. Aunque le costaba admitir que Jünaj pudiera tener razón, sentía que debía tener la mente abierta a las explicaciones que éste compartía con él. Solo necesitaba algo de tiempo para poder ir asimilando lo que escuchaba.

   —Gracias por todo lo que me estás enseñando, en serio. Estoy seguro de que aquellos a los que hayas convertido en vampiro no habrán estado tan perdidos como yo teniéndote a ti a su lado.


   Sin poder disimular el gesto de disgusto que se le había dibujado en el rostro, Jünaj le dio la espalda a su invitado, absteniéndose de continuar con la conversación. Bertram fue consciente de haber dicho algo que no debía. Pensó en que debía ocurrirle algo terrible a alguno de sus descendientes. Rápidamente, cambió de tema para intentar recuperar el beneplácito de su hermano.

   —Vi cómo estabas encadenado durante lo que parecía un juicio contra ti. Habías intentado matar a Niels Rainath, pero los demás vampiros decidieron perdonarte la vida a cambio de permanecer prisionero...


   Conforme su invitado narraba la visión con todo lujo de detalles, Jünaj revivía todo el sufrimiento de la noche en la que fue condenado por su intento de fratricidio. Lejos de lamentarse por el recuerdo de cuando cortaron sus alas de libertad, comenzó a albergar grandes esperanzas en que su teoría sobre Bertram fuese cierta. Cuando fue capaz de contener la emoción que le provocaba lo que llegaba a sus oídos, se dio la vuelta y asintió hacia su invitado a modo de agradecimiento por haberle respondido al fin.

   —¿Cuánto hace que ocurrió todo aquello? —quiso averiguar el periodista.


   Pero unos golpes en la puerta que denotaban cierta urgencia dejaron aquella pregunta en el aire.

   —Perdona. Parece que Balam ha vuelto. —El anfitrión se dirigió hacia la puerta que estaba al fondo del salón.

   —¿Balam? ¿Cómo sabes quién ha llamado?

   —He reconocido su aura —le contestó girándose hacia él mientras seguía avanzando para abrir.


   Concentrándose en la zona de la puerta, Bertram consiguió intuir la presencia de alguien tras ella. Aunque al no conocer al tal Balam, no podía ponerle cara a ese aura algo agitada e impaciente. Unos golpes aún más fuertes e insistentes hicieron retumbar de nuevo las maderas, justo antes de que el anfitrión abriera.

   —Lo siento por irrumpir así, Jünaj, pero debes leer esto cuanto antes. —Sin hacerle esperar, Balam le entregó un sobre con un sello lacrado.

   —¿Quién te la ha entregado? —le preguntó tras reconocer el emblema de Niels Rainath en la pasta rojiza pegada en la solapa.

   —Una mujer llamada Ingrid que me he encontrado deambulando por el camino del bosque.

   —Ingrid... ¿Kastner? —preguntó Bertram, comenzando a avanzar hacia donde estaban los otros dos.


   El mensajero, viendo cómo se acercaba el invitado, miró a Jünaj para saber si debía contestar o no. Éste asintió, a la vez que rompía el sello para comenzar a leer el contenido de la carta.

   —Sí, Ingrid Kastner. Se llama así.

   —¿Dónde está ahora? ¿Y el niño? ¿Se encuentran bien? —Había acelerado el paso y en un instante ya se encontraba junto a ellos.

   —No, solo estaba Ingrid. Su hijo... ¡eh, tío! ¿qué haces? ¡suéltame, chupasangres! —espetó el joven ante los zarandeos que le daba Bertram, como si así pudiera conseguir la información que deseaba escuchar.

   —Tranquilizaos —les indicó Jünaj, poniendo la mano sobre el hombro de su invitado y desaprobando con un gesto a Balam por la forma despectiva de referirse a los vampiros—. Tenemos que pensar con calma qué haremos ante esta situación.


   Una súbita sensación de paz invadió por completo a Bertram. Recordó que Erika también había conseguido aplacarle cuando se alteró ante Garet la noche anterior. No era habitual en él perder los nervios de la manera en que lo había hecho.

   —No permitas que tu bestia interior tome el control tan fácilmente, Bertram —le aconsejó Jünaj tras retirar su mano.


   Avergonzado, soltó a Balam, pidiéndole las correspondientes disculpas. Sentía algo de envidia por la templanza con la que actuaba Jünaj. Necesitaba preguntarle cómo podía controlar sus repentinos ataques de ira, aunque en ese momento había asuntos más importantes a los que atender.


   Justo antes de volver a preguntar por su mujer de una forma más calmada, comenzó a percibir débilmente su presencia en el piso superior. Enseguida, pudo sentir que se encontraba nerviosa y asustada. Sin más dilación, se abrió paso entre su anfitrión y Balam, emprendiendo una carrera hacia las escaleras que le llevarían a donde estaba ella.


   Nada más subir, vio a Ingrid junto a la joven Itzel, quien intentaba darle consuelo. Sorprendida por encontrase allí a su marido, gritó su nombre y no se lo pensó dos veces antes de correr hacia él. Ambos acabaron abrazados en mitad del recibidor, llorando por la emoción de reencontrarse.

   —Aún tienen a nuestro pequeño —pudo decir ella entre sollozos.

   —Lo siento... todo es por mi culpa —admitió él, abrumado al conocer qué había sido de su hijo.

   —Quieren que te entregues a cambio de Bertram antes del amanecer o lo ma... mata... rán. —Ella rompió a llorar con aún más intensidad, agarrándose aún más fuerte a su marido.

   —No dejaré que le hagan daño a nuestro niño. Haré lo que sea para liberarlo...


   Con la mano temblando, Bertram intentó acariciarle el pelo como acostumbraba a hacer ante situaciones difíciles. Pero le detenían los remordimientos por todo el daño que estaba provocando a Ingrid y a su hijo. Ya no se sentía digno de tocar ninguno de aquellos cabellos. Había dejado de ser aquel con el que su mujer había compartido casi media vida. Tampoco podría seguir ejerciendo su labor de padre, como había venido haciendo durante los últimos ocho años. Les había fallado al convertirse en un monstruo.

   —Entiendo que me odies por no haber estado con vosotros estos días y que me pidas que me sacrifique por nuestro hijo —se sinceró derrumbándose en los brazos de ella.

   —No digas eso. No puedes cargar con los actos de todos los desalmados que hay repartidos por el mundo. —Ingrid comenzó a masajear lentamente su espalda para intentar reconfortarlo—. Os quiero a Bertram y a ti conmigo. No querría perderos a ninguno de los dos jamás.


   Conmovido por las palabras de su esposa, el vampiro reunió el valor suficiente para deslizar su mano por la cabeza de ella y así, por fin, completar el abrazo más complicado de sus vidas.

   —Bertram, tus dedos... están fríos. Noto algo diferente en ti. ¿Qué... qué te ocurre? —preguntó Ingrid extrañada.


   Separándose hacia atrás, pudo apreciar como dos senderos de lágrimas rojas cruzaban de arriba a abajo el rostro de su marido. Aunque sorprendida, no dudó en utilizar sus manos para examinar los ojos de Bertram, intentando encontrar el origen de aquella sangría.

   —¿Qué significa esto? ¿Por qué estás sangrando así?


   En todos los años en que había ejercido como enfermera, no había llegado a ver un caso como ese. Asustada al no encontrar explicación alguna, buscó respuestas en todos los allí presentes, incluyendo a Balam y al otro hombre con el que subía las escaleras.

   —¡Por favor, que alguien me diga qué es todo esto!


   Todos guardaron silencio.


   Debatiendo consigo mismo sobre qué podía contarle a Ingrid, Bertram agachó la cabeza a la vez que restregaba una manga de la camisa por sus mejillas. Temía infringir alguna norma vampírica que impidiera revelar a los mortales la existencia de esa sociedad oculta en las sombras. Y más aún, que por ello su esposa fuera perseguida y ajusticiada.

   —No... no debo...


   Pero al fin y al cabo, se trataba de su mujer. No había grandes secretos entre ellos. Tanto Ingrid como su hijo Bertram eran víctimas del entramado que habían formado los vampiros. Y el verdadero culpable era uno de ellos: Niels Rainath. Solo por eso, su mujer debería tener el derecho de conocer toda la verdad.


   Mirando fijamente a Jünaj, deseaba poder preguntarle qué consecuencias podría tener por desvelar ese secreto a Ingrid. Pero obviamente, no era el momento ni el lugar para hacerlo. Mientras pensaba si debía hacerlo o no, recibió un gesto afirmativo por parte de su anfitrión.


Siguiente


Ante el riesgo de involucrar a Ingrid aún más en sus problemas como vampiro o que ella le pueda tomar por loco o mentiroso, ¿qué decidirá hacer Bertram para explicar lo que está ocurriendo en torno a él?

A) Le revelará que ha sido convertido en vampiro y que desapareció para evitar hacerles daño a su hijo y a ella, así como que hay otros vampiros que le están buscando.
B) Le mentirá diciéndole que sufre una enfermedad terminal, aunque no será capaz de explicar la razón por la que les secuestraron.
C) Sin ser capaz de contarle la verdad ni de mentirle, huye sin rumbo de la residencia de Jünaj con la intención de ir a rescatar a su hijo.


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1 comentario:

  1. Con los votos de Twitter, la opción elegida es la A. Muchas gracias por participar

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