Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.
Como alma que le llevaba el diablo, Alger se dirigió hacia las escaleras para poder volver al piso de abajo. Era la única forma que veía factible para poder escapar de aquella casa, ya que aún sentía las esquirlas incrustadas en su brazo izquierdo y no confiaba mucho en poder trepar por las paredes en esas condiciones. Pero debía darse prisa, antes de que los soldados decidieran entrar y lo dejaran acorralado.
Con sus piernas temblorosas y aún doloridas, comenzó a bajar los irregulares peldaños, mientras que permanecía atento a la inminente llegada de los hombres armados. La bandolera con su cámara le golpeaba los riñones y casi se precipita escaleras abajo por no llevar demasiado cuidado en ver dónde ponía sus pies.
Cuando por fin llegó a la planta baja, escuchó como los dos milicianos accedían a la vivienda por la puerta trasera de la cocina. Aún tenía unos segundos para hacer algo antes de que le descubrieran, pero no los suficientes como para poder abandonar la casa por la entrada principal sin ser visto. Tampoco encontró ningún lugar de la sala en el que pudiera esconderse a tiempo.
Rápidamente, optó por lanzarse al suelo y hacerse el muerto, con la intención de camuflarse como otro de los cuerpos inertes de las personas fallecidas de aquel hogar. Los soldados proferían un escandaloso vocerío durante su paso por la cocina, poco antes de llegar a donde estaba él. Fue justo en el último momento cuando estiró el pañuelo que llevaba al cuello y cubrió toda su cabeza, al reparar en que su pelo rubio podría ser muy llamativo para sus enemigos.
Ya los tenía allí, junto a él. Comenzaban unos momentos de interminable angustia e incertidumbre, donde estaba a merced de lo que aquellos milicianos decidieran hacer. Estando tapado por el pañuelo, sólo podía confiar en su oído en el caso de que el engaño no funcionara y necesitase huir. Sentía con gran intensidad como el suelo vibraba por las fuertes pisadas de éstos, mientras pasaban junto a él gritando multitud de palabras, de las que a duras penas entendía la mitad.
—Venga, sí. Subid y dejadme tranquilo, por favor – rezaba Alger para sí mismo, deseando que se fueran lo antes posible al piso de arriba, al mismo tiempo que cerraba los ojos y apretaba los párpados.
Por fortuna para él, no se entretuvieron demasiado en inspeccionar aquella sala y enseguida se dirigieron hacia las escaleras. Parecía que las iban a echar abajo, debido al tropel y ruido que producían los guerrilleros al subir los escalones. Unos instantes después, por fin, llegó la tranquilidad a aquella estancia.
Para asegurarse de que ya no estaban ahí, Alger se aventuró a girarse para ponerse boca arriba, a la vez que retiraba el pañuelo de su cara y miraba hacia la escalinata. De momento, había conseguido que le dejaran vía libre para poder abandonar la vivienda. Sin más dilación, se incorporó, manteniendo todos sus sentidos concentrados en lo que ocurriera en la planta superior y permaneciendo en alerta. Con cuidado de no tropezar ni hacer demasiado ruido, se acercó a la ventana desde donde había observado como torturaban al muchacho. Éste seguía allí, de rodillas y con la cabeza metida en el balde de agua. A su lado, se encontraba el tercer soldado, al que había conseguido dejar fuera de combate con el cascote y que todavía se retorcía de dolor en el suelo.
Antes de ser del todo consciente de lo que estaba haciendo, Alger se encontraba saltando por una de las ventanas hacia el patio para intentar salvar la vida al joven que se estaba ahogando. Obviando también que los hombres armados podrían verle fácilmente desde arriba, salió corriendo hacia donde permanecía el muchacho y agarró su escuálido cuerpo por debajo de los brazos. Aunque no necesitó ejercer demasiada fuerza para tirar de él y sacar su cabeza del agua, ya que no debía pesar más de cincuenta kilos, notó como los trozos de metralla alojados en su brazo le desgarraban algunas fibras musculares, produciéndole un dolor muy desagradable.
De repente, el estruendo metálico del balde cayendo al suelo y derramando todo el agua le delató, alertando a los milicianos que andaban equivocadamente tras él en el piso de arriba de la vivienda. Por suerte, ya se encontraba a medio camino hacia la puerta trasera de otra de las casas que también conectaban con ese mismo patio. Además, el ruido pareció espabilar al chico, quien comenzó a mover su piernas para intentar avanzar al mismo ritmo con el que Alger tiraba de él.
—Tranquilo, vamos a salir de esta —pronunció Alger en un rudimentario dialecto de la zona, intentando animar al muchacho.
Justo cuando lograron atravesar el umbral de la otra vivienda, una ráfaga de disparos comenzó a silbar a su paso por la entrada. Alger y el chico ya se encontraban a cubierto dentro, apoyados sobre la misma pared que estaba recibiendo algunos proyectiles por la parte de la contra fachada. Jadeante por el esfuerzo y empapado de sudor, retiró la bolsa que cubría la cabeza del joven.
Efectivamente, se trataba de un adolescente que no debía tener más de quince años. Habría pegado el estirón hace poco tiempo, pero aún tenía pendiente adquirir la corpulencia propia de una etapa más adulta. Su pelo oscuro, aún mojado, hacía unas ondas que le serpenteaban a lo largo de la frente y le tapaban parcialmente los ojos. La mirada del muchacho denotaba un notable cansancio, pero se mantenía fija y sin pestañear enfocada al rostro de Alger, su salvador.
El joven se sobresaltó al ver como éste sacaba un cuchillo; pero enseguida comprendió que Alger sólo pretendía cortar las sogas que rodeaban sus muñecas y así liberar sus manos.
—Qué salvajada te han hecho aquí... —comentó Alger mientras comprobaba las quemaduras que poblaban toda la piel del muchacho a la vez que terminaba de romper las cuerdas.
El estallido de una tinaja alcanzada por una bala le recordó que allí no estarían a salvo por mucho más tiempo. Tras dejar al chico apoyado contra la pared, se dio la vuelta para poder adentrarse en el hogar y revisar la siguiente estancia, mientras se secaba el sudor de la frente con un extremo del pañuelo. Allí también había cadáveres de gente que había muerto por inhalación de gases tóxicos.
Aquella situación le sobrepasó, provocándole una repentina sensación de mareo y náuseas que desembocaron en el vómito del poco alimento que aún quedaba en su estómago. Notaba su brazo izquierdo entumecido, como si varias agujas lo atravesaran. Además, su cabeza le ardía, provocándole una ligera neblina en su visión. Debía tener algo de fiebre. Necesitó sentarse en la silla más cercana para poder reponerse, pero sabía que debería actuar rápido.
Desde esa posición podía observar casi todos los rincones de la planta baja. El chico seguía expectante y sin quitarle la vista de encima, aunque había avanzado hacia el dintel que unía la cocina con el salón, al parecer preocupado por la salud de Alger. Éste se percató de que la casa era similar a la vivienda vecina, incluyendo las escaleras que conducían al piso superior. Detrás del muchacho, había una especie de poyete hueco a modo de encimera, con unas cortinas de tela que ocultarían los utensilios que allí pudiera haber. El salón donde se encontraban estaba presidido por una mesa robusta con varios asientos alrededor. Había otras dos habitaciones en aquella planta, que debían ser un dormitorio y un cuarto de aseo.
Escuchó como los milicianos intercambiaban instrucciones, llegando a comprender que mientras que uno permanecería apostado en la planta superior de la vivienda vecina, el otro irrumpiría en la casa donde se encontraban ambos. Debía moverse lo antes posible si no quería toparse cara a cara con ellos, pero no se encontraba en la mejor situación para poder salir huyendo de allí. Y ni mucho menos, dirigiendo y cargando con el muchacho. Aunque quizás ahora, la carga sería él.
En esta ocasión, Alger deberá tomar dos decisiones. La primera de ellas tiene que ver con el chico. ¿Lo llevará consigo o lo dejará abandonado a su suerte?
A) Incluye al muchacho en su plan de huida y se dirige hacia él
B) Se olvida del chico, ya que considera que ha hecho todo lo que estaba en sus manos para salvarle y que éste podría valerse por sí mismo
Por otro lado, y teniendo en cuenta la primera respuesta, ¿qué plan de supervivencia tiene en mente?
1) Permanecer sentado y rendirse, para intentar dialogar con el miliciano
2) Esconderse en la cocina, tras las cortinillas de debajo de la encimera
3) Subir al piso de arriba
4) Abandonar la vivienda por la puerta principal y adentrarse en las calles a pesar de la tormenta de arena
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