Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.
—No vamos a poder llegar muy lejos —pensó mientras analizaba su situación—. Más me vale encontrar un escondite para el muchacho y para mí.
Un fuerte golpe de viento le recordó que se encontraban inmersos en una tormenta de arena, aunque ya era demasiado tarde como para cubrir su boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Alger comenzó a toser de forma instintiva para expulsar todo el polvo que se había adherido ya a su garganta y que lo estaba asfixiando. No tardó mucho tiempo en perder el equilibrio, dándose de bruces contra el suelo, sin que el ataque de tos cesara.
Totalmente mareado y exhausto, notó cómo el chico lo abrazaba y conseguía incorporarlo. Con su ayuda, pudo continuar adelante unos pasos más, aunque ya no se encontraba en condiciones de guiar al muchacho por más que su mente pensara lo contrario.
—Gracias, chico —creyó decir, totalmente convencido de que su boca aún era capaz de articular esas palabras—. Vayamos a la siguiente calle y busquemos un refugio donde escondernos.
Un duro porrazo contra el suelo lo sacó repentinamente de sus delirios. Le costaba respirar, así que optó por recostarse boca arriba. Cuando pudo entreabrir sus ojos, pudo percatarse de que se encontraba bajo un techo de adobe y cañas, a resguardo de los fuertes vientos, aunque no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.
—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? —dijo desorientado con voz tenue mientras jadeaba, sin ser consciente de que el adolescente le había llevado a ese lugar.
Consiguió enfocar la vista hacia la entrada de la vivienda, donde reconoció al muchacho de piel quemada, quien parecía dirigirse hacia el exterior.
—¡Mi cámara! —intentó decir Alger en un estado de agitación, al notar que no tenía ningún asa de su mochila pegada al cuerpo—. No... no te pierdas tú también...
A pesar de ser un modelo un tanto desfasado, aquella cámara fotográfica tenía un gran valor sentimental para Alger. Se trataba de un regalo que sus padres le hicieron cuando se marchó a la universidad para estudiar periodismo. Viniendo de una familia humilde en un entorno rural, fue todo un orgullo para sus progenitores el que su único hijo iniciara su andadura universitaria. Desde entonces, cientos y miles de carretes habían pasado por sus entrañas, siendo su inseparable compañera de viaje a lo largo de los últimos años. Pero, por encima de todo, se trataba del último obsequio que le habían hecho sus padres antes de morir.
Tras haber tanteado el espacio que tenía a su alrededor, consiguió dar con la mochila. No debía perderla, por lo que acabó agarrándola con fuerza y arrastrándola hacia su cuerpo.
—Papá. Mamá. No os preocupéis, estaré bien —suspiró con cierto alivio al confirmar que su tan preciada cámara estaba a su lado dentro de aquel petate.
Pero su mente no se libró de ocuparse con otras preocupaciones. Al percibir cómo su brazo se le hinchaba cada vez más, determinó que algo no iba demasiado bien ahí. Nervioso, probó a mover sus dedos, pero debido al entumecimiento de toda la extremidad, no era capaz de notar nada. Finalmente, respiró hondo e hizo el esfuerzo de incorporarse para poder comprobar en qué estado se encontraba la herida de la metralla que le había alcanzado aquella mañana.
Fue justo en aquel instante cuando notó cómo algo le taladraba el abdomen. De inmediato, su espalda chocó violentamente contra el suelo, al ser empujado por el impacto de una bala. Conmocionado ante lo que le acababa de suceder, recordó la sensación que vivió al resultar herido durante el servicio militar. Aquella vez, tuvo la fortuna de haber recibido un disparo limpio que no dañó ningún órgano interno, además de contar con la inestimable ayuda de Bertram; su compañero de filas tras una gran amistad forjada en los años de universidad.
—¡Hombre herido! —intentó pronunciar, reproduciendo las palabras que Bertram gritaba en aquella ocasión, mientras cargaba con él a cuestas para llevarlo a la enfermería del cuartel militar.
Sin embargo, tenía la certeza de que esta vez no dispondría de la misma asistencia sanitaria que el soldado Kastner le brindó casi una década atrás.
—Menudo pájaro estás hecho, Bertram. Hiciste bien en saltarte las clases para enrollarte con aquella enfermera y aprender primeros auxilios jugando a los médicos con ella... —repitió en sus pensamientos las mismas palabras que le dijo por aquel entonces a su amigo, como si lo en ese momento lo tuviera delante.
A pesar de la gravedad de la situación y del no tan halagüeño futuro que le deparaba, Alger no podía evitar que se le escapara una risa entrecortada a la vez que angustiosa. La herida del proyectil le había afectado a varios órganos y al diafragma, por lo que tenía algunas dificultades para respirar.
—¿Y cuando te castigaron con ordenar y organizar el archivo de la comandancia por mi culpa? Siento haber guardado aquellas botellas vacías debajo del colchón de tu catre, Bertram —rememoró mientras que comenzaba a desternillarse al recordar las caras de asombro de su amigo y del sargento, además de la consiguiente reprimenda del superior hacia Bertram—. En el fondo, disfrutaste revolviendo todos aquellos papeles que tenían allí guardados desde vete tú a saber cuándo.
Fruto de aquellas carcajadas cada vez más débiles, sendos regueros de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Parecía que la risa era su mejor anestesia para sobrellevar sus últimos momentos con vida.
—Pero jamás te perdonaré el que me dejaras tirado en nuestras aventuras y desventuras por casarte con tu querida enfermera y dedicarte a cambiar pañales a un crío —pensó mientras conseguía apaciguar los espasmos provocados por su risa, mostrando en su rostro un gesto de alegría por su amigo—. Quizás yo también debería haber sentado la cabeza con Gretchen. O con Emma... No, mejor con Norma. Ella era la ideal para formar una familia... Una familia...
Volvió a recordar a sus padres, fallecidos unos quince años atrás. Su actitud se volvió más seria, sintiendo que los había defraudado por haberse dado por vencido en aquel momento. Tragó saliva y pensó que si lograba llegar hasta la ambulancia, aún tendría posibilidades de escapar y sobrevivir. Lo debía intentar por ellos.
—Quiero seguir vivo. No voy a tirar la toalla. Conseguiré recuperar... —se decía a sí mismo mientras reunía fuerzas para incorporarse de nuevo.
Dobló la pierna para tomar impulso, a la vez que apretaba su mano derecha contra el agujero que sangraba en su vientre. Pero un nuevo disparo le alcanzó, esta vez incrustándose en el muslo de la pierna que acababa de levantar. Una dolorosa descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo, destensando todos sus músculos y quedando completamente tendido en el suelo. Bajo un sentimiento de frustración, ya casi no tenía energía para moverse, por lo que las pocas opciones que tenía de valerse por sí mismo habían terminado por desvanecerse.
—Así que esto es lo que tenía el destino preparado para mí... A la tercera va la vencida, ¿no, jodida Muerte? Me has tirado una bomba y un edificio encima, has estado a punto de que me vuelen la cabeza y ahora te vengas con esta lenta agonía... Capto el telegrama —continuó divagando Alger mientras se desangraba—. Papá, mamá, esperadme para cenar los tres juntos.
Sus recuerdos se remontaron a mucho más atrás, con multitud de vivencias junto a sus padres durante su niñez y adolescencia. Las lágrimas continuaron escapando de una manera más abundante, agitadas por los sollozos y los temblores de su cuerpo inmóvil conforme perdía calor de forma paulatina. Llegó hasta la época donde comenzó la universidad, que coincidió con el momento en que ellos fallecieron.
—Os echo de menos —les declaró a sus progenitores mientras recordaba la primera vez que visitó su hogar vacío tras la muerte de estos.
Alger era consciente de que sus padres no estarían orgullosos de todos sus actos. Pero entre muchas otras cosas buenas que tenían era la compasión y comprensión. En ese momento, se sintió totalmente liberado al haberse atrevido a contarles sobre la venta de la casa familiar.
Ya no era consciente de la situación en la que se encontraba. Y tampoco lo era de que no podría volver a comprar la vivienda. Todo quedó en segundo plano, al iluminarse un lejano punto de luz blanca que le hizo creer que sus padres le habrían perdonado por todos sus malos actos a lo largo de estos años. Alger dejó su mente fluir hacia aquel hogar mientras el resto de recuerdos se apagaban lentamente.
Poco después, se encontraba caminando por la vereda que cruzaba el terreno familiar, con su cámara de fotos colgada al cuello. Al final del camino le esperaba la casa en la que se había criado, donde sus padres ya habían encendido las luces como hacían siempre cuando anochecía. Deseaba volver a abrazarlos, ya que hacía casi media vida que no los tenía a su lado. Primero aceleró el paso y, finalmente, echó a correr para que aquel esperado momento llegara lo antes posible, deteniéndose ante la puerta del hogar. Anhelaba conocer la reacción de sus progenitores ante el inminente encuentro y contarles todo lo que había vivido de primera mano.
Utilizando ambas manos, dio un empujón con el que abrió lo que parecía una puerta de madera. Confundido, todo a su alrededor estaba inundado por la oscuridad.
—¿Qué hago aquí tumbado? ¿Es esto mi ataúd? —se preguntó Alger tras abrir la tapadera del cajón de madera en el que se había despertado.
Tras acostumbrar la vista a la luz tenue que llegaba de la luna, se dio cuenta de que estaba en un arcón, sobre varios montones de sábanas, trapos y jarapas.
—¿Cómo he llegado hasta aquí? —continuaba cuestionándose, a la vez que palpaba su tripa y se percataba de que el único agujero que tenía en ella era su ombligo—. ¿Estoy vivo? Tengo la ropa empapada de sangre, pero... ¿dónde están las heridas de bala? Además, mi brazo parece estar como siempre. ¿Qué clase de sueño es este?
Incorporándose, pudo deducir que aún estaba en una de las viviendas de la aldea por donde fue asaltada la ambulancia. Localizó la silueta de su mochila en mitad de la estancia, bañada por la escasa iluminación que llegaba desde la entrada. Por suerte, parecía que la tormenta de arena había amainado y que el cielo se encontraba despejado. Inmediatamente saltó fuera del mueble para reunirse lo antes posible con sus pertenencias. Al llegar, pudo comprobar que una parte del contenido estaba desperdigada por el suelo.
—No, no, no... Dime que estás aquí, por favor —pronunció nervioso mientras revolvía el interior de la mochila, de la que cayeron un par botes de plástico, que contenían un carrete fotográfico en su interior, y medio mendrugo de pan envuelto en un paño.
Consiguió encontrar la linterna en el interior y no dudó en encenderla para facilitar la búsqueda. Tras soltar la mochila, comenzó a enfocar al suelo y confirmó que su cámara de fotos no estaba allí. El nudo que se le formó en la garganta le impidió gritar de rabia por haberle sido arrebatado el objeto más preciado que le quedaba de su familia.
Llega el momento de tomar decisiones por parte de Alger. En primer lugar, ¿cuál será su principal objetivo a partir de ese momento?
A) Recuperar la cámara de fotos
B) Encontrar al muchacho para continuar el rescate
C) Huir de la aldea
D) Esconderse y mantenerse a la espera de acontecimientos
Y en base al objetivo elegido, ¿a dónde se dirigirá Alger?
1) Volverá a la vivienda junto al patio donde se encontró a los milicianos y el muchacho
2) Irá por las calles hasta la ambulancia con la que llegó a la aldea
3) Subirá al piso superior de la vivienda para echar un vistazo a las calles de alrededor
4) Se meterá de nuevo en el arcón
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