sábado, diciembre 16, 2023

Alger Furst (5) - Perdido en la traducción

Esta es la 5ª entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser un relato interactivo, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Una súbita sensación de valentía invadió el cuerpo de Alger de pies a cabeza. No vaciló ni un segundo a la hora de levantarse y quedar totalmente expuesto en el centro de la azotea. Tenía claro su objetivo: servir de elemento distractor para el soldado armado y así darle más opciones de huir al muchacho. Tragó saliva, respiró profundamente y confió en que su voz fuera capaz de llegar hasta su enemigo.

—¿Qué haces disparando a una simple piedra en vez de venir a por mí? ¡Jundiun ghabi! —gritó a pleno pulmón, incluyendo un insulto en el idioma del militar—. ¿Acaso tienes que presumir con ese rifle porque el otro no te funciona?


   A pesar de que le hubiera gustado controlar más el dialecto de la zona para que su provocación se hubiese entendido de forma íntegra, quedó más que satisfecho con lo que había dado de sí su torrente de voz. Se lamentó por haber abandonado la afición de cantar tras terminar la universidad y salir del coro. Aunque reconoció que lo que más le motivaba era el éxito que tenía con las chicas, las cuales quedaban encandiladas con su talento.


   Sirviéndose de nuevo del objetivo de la cámara de fotos para poder observar al guerrillero en la lejanía, permaneció expectante ante las primeras reacciones de este. Notablemente alterado cual basilisco, el ofendido soldado se revolvía de un lado a otro intentando sin éxito determinar la procedencia de aquellas palabras que habían atacado de lleno su ego. Alger no pudo evitar soltar una carcajada por lo chistosa que le pareció esa visión.

¡Muéstrate, sabandija extranjera! —consiguió entender de entre todas las lindezas que le dedicaba el iracundo soldado.


   A sabiendas de que en cualquier momento podría percatarse de la huida del chico y tirar por tierra su plan de distracción, Alger decidió darle la puntilla revelándole su posición y así incitarle a abandonar aquella terraza. Para ello, debía valerse de la linterna que tenía guardada en la mochila.

¡Ven aquí teniendo cojones y resolver esto cara a cara! —exclamó en su imperfecto dialecto del árabe para desafiar al miliciano, a la vez que encendía y agitaba la luz para llamar su atención.


   A través del improvisado catalejo pudo apreciar cómo su cabeza parecía un volcán a punto de estallar; sin duda, ya le había localizado. Rápidamente, Alger se tiró al suelo de la terraza nada más ver cómo el soldado enfilaba el rifle hacia él, justo cuando comenzaba a vaciar el cargador de manera indiscriminada pero inútil, por la gran distancia que les separaba.

—Agh... ¿es que este hombre sólo sabe arreglar las cosas gritando y disparando aunque no tenga a nadie a tiro? —soltó Alger mientras permanecía a cubierto—. Al menos he conseguido que se mantenga ocupado conmigo.


   Las balas silbaban por encima del muro que le servía de parapeto, sintiendo de vez en cuando cómo alguna descarriada impactaba contra la pared de la azotea. El ruido continuo de las detonaciones del rifle no le permitía apreciar nada de lo que el miliciano expelía por su boca, aunque era consciente de que sus palabras no le guardarían demasiado cariño.

—Y ahora, ¿qué hago? Podría irme a la terraza de la casa de al lado y prepararle alguna emboscada en la que arrojarle alguna piedra si se digna a venir hasta aquí —se puso a divagar Alger para darle continuidad a su estrategia—. Pero el hecho de que él esté armado con un rifle, complica demasiado el asunto. Ojalá se le acabe antes la munición...


   Enseguida se percató de que ya no se escuchaban más disparos ni tampoco los gritos del encolerizado miliciano.

—¿Se habrá decidido por fin a venir para acá? Quién sabe... Me gustaría poder echar un vistazo, pero, ¿y si está esperando a que asome la cabeza por encima del poyete?


   Tenía que actuar sin demora si quería despejar la incertidumbre de no saber cuál era la posición del enemigo; aún a riesgo de ser alcanzado por un disparo certero. Rápidamente, se arrastró hacia una esquina de la azotea, donde dejó la linterna encendida en el suelo. De inmediato, se dirigió hacia el otro extremo de la terraza para asomarse desde allí, con la esperanza de que el soldado tuviera su punto de mira en el señuelo luminoso.


   Nuevamente, con el objetivo de la cámara delante de su ojo bueno para las fotos, oteó hacia el enclave del miliciano para descubrir que éste ya no se encontraba sobre el rellano de la terraza, sino un poco más abajo.

—Espera, ese el otro soldado, al que había obligado a subirse a la cornisa. ¿Qué es lo que me he perdido? ¿A dónde ha ido el otro? —se preguntó intrigado mientras observaba cómo dejaba el arma en el suelo.


   Poco después, vio cómo el segundo guerrillero se giraba hacia su posición y exclamaba algo que parecía estar dirigido a él. A malas penas, Alger consiguió entender que se había acabado el peligro y que tenía vía libre para ir hacia allí.

—¿Cómo que ya no hay...? ¿Qué ha pasado con el fanático de los disparos? —siguió cuestionándose, dudando sobre qué podía hacer a continuación.


   Prefiriendo mantenerse a cubierto por precaución, barajando qué opciones tenía para averiguar más sobre lo ocurrido y llegando a la conclusión de que el soldado que quedaba era el único del que podría obtener algo de información.

¿Qué le ha ocurrido a tu compañero? —le preguntó Alger poniendo sus manos alrededor de la boca para amplificar su voz, manteniéndose alerta ante cualquier detalle que pudiera delatar las intenciones del otro interlocutor.


   Haciendo un gran esfuerzo para oír y comprender la respuesta, Alger entendió que ese miliciano había disparado a su camarada, cayendo muerto hacia la calle. Sorprendido en un primer momento, reparó en que aquel hombre también había estado a punto de morir a manos de su compañero. Aún guardando cierto recelo sobre esa información, tenía sentido que aquello fuera verdad. Pero de alguna forma tenía que verificarlo con sus propios ojos sobre el terreno. Desplazándose a gatas para no exponerse, recuperó la linterna y la puso a buen recaudo en su mochila antes de acceder de nuevo a la vivienda.


   Una vez dentro, escuchó un ruido en la planta inferior que hizo que su cuerpo se estremeciera. ¿Dónde habían quedado el valor y el arrojo con los que se había enfrentado verbalmente al miliciano? Viéndose acorralado, su única opción era bajar las escaleras y enfrentarse a vida o muerte ante esa nueva amenaza. Agarrando de nuevo la linterna para poder propinar un golpe metálico con cierta contundencia, comenzó a bajar las escaleras con sumo sigilo. Pronto atinó a ver una silueta arrodillada en el suelo, junto a la sábana que había dispuesto para tapar los cuerpos de la mujer y los dos niños que había encontrado muertos. Respirando aliviado al reconocer al muchacho, dedujo que debía tratarse de su familia. 


   Tras revivir el duro recuerdo de la pérdida de sus padres, comprendió el mal trago por el que debía estar pasando el chico. Alger decidió interrumpir su duelo con la intención de reconfortarlo.

Hola, lo siento por su pérdida. Los cubrí con... sábana para protegerles y... agradecer su hospitalidad —trató de explicar Alger sin lograr encontrar todas las palabras en el idioma del muchacho.


   En un primer instante, éste se sobresaltó al no esperar a nadie allí junto a él. Pero enseguida le correspondió con una sonrisa en señal de aprecio por su consideración. Siendo consciente de las dificultades que le depararía el futuro al haberse quedado huérfano sin tan siquiera haber llegado a la edad adulta, Alger procuró encontrar una manera de ayudarle.

¿Tienes más familia? Puedo llevar con ellos —le indicó, pensando en que podría utilizar la ambulancia para recorrer los caminos de la zona hasta alguna aldea cercana donde viviera algún conocido suyo.


   Cabizbajo, el chico permaneció en silencio y negando con la cabeza a la vez que su semblante se volvía más triste aún. Contagiado de ese mismo sentimiento, Alger no iba a permitir que el chaval se quedara solo en mitad de aquel desolado lugar. Decidió empezar a ganarse su confianza acercándose a él, intentando mitigar las reticencias que el chico pudiera tener a la hora de tener que dejar atrás la aldea.

Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú?


   El muchacho se le quedó mirando por unos instantes, hasta que finalmente comenzó a realizar gestos con sus manos. Alger se quedó perplejo al no esperar su respuesta mediante lenguaje de signos. Le vino a la mente la chica por la que se matriculó en una asignatura para aprender a signar en alemán durante sus años de universidad. Sin embargo, los movimientos que estaba contemplando carecían de sentido para él. Hasta entonces, había creído erróneamente que los signos eran universales para todos los idiomas. Se lamentó por no lograr entender al chico, dando por hecho de que este no era capaz de hablar pero sí oírle.

Lo siento, conozco el lenguaje de signos..., pero no consigo entender tus gestos... —se disculpó Alger hablando torpemente en árabe mientras que signaba sus palabras en alemán, para que al menos viera su intención de poner todo de su parte para comunicarse con él.


   Al parecer, el chico tampoco comprendía los movimientos de sus manos, pero sí las palabras que había chapurreado. Mostrándose sonriente y nuevamente agradecido por sus esfuerzos, se levantó del suelo para acercarse a una de las paredes del salón. Seguidamente, señaló una de las tres tablillas de arcilla que había colgadas. Haciendo uso de la linterna, Alger iluminó esa parte de la estancia, pudiendo apreciar las letras dibujadas con tinta oscura. Al ver cómo repasaba los trazos con sus dedos y a continuación se tocaba repetidamente la nariz, comprendió que lo que había allí escrito era su nombre. Se imaginó que los caracteres de las otras dos tablillas corresponderían a sus hermanos.

La... Ka... —pronunció Alger a la misma vez que rebuscaba su bloc de notas en la mochila.

Kazim —se escuchó desde la puerta de la vivienda.




   Ambos se giraron sobresaltados hacia la entrada, donde hacía acto de presencia uno de los soldados. Rápidamente, Alger empujó al muchacho tras él para interponerse y protegerlo ante un eventual ataque por parte del inesperado invitado.

No... intentes nada... raro o... —balbuceó Alger afectado por la nueva situación de peligro, intentando encontrar alguna vara u otro objeto que le sirviera de apoyo para defenderse.

Tranquilos, no voy a haceros daño —declaró el miliciano levantando ambas manos para mostrar que no estaba empuñando ningún arma.

¿Qué quieres... de nosotros? —acertó a preguntar Alger, preparado para arrojar la linterna al miliciano si este hacía ademán de agarrar el rifle que llevaba colgado a la espalda.

Tú Alhefus, él Kazim, yo Iyad —se presentó el miliciano señalando secuencialmente a los allí presentes, concluyendo por él mismo.


   Aún con cierta desconfianza, Alger asintió sin rechistar y, ni mucho menos, hacer amago por corregirle el cómo había dicho su nombre. Para cuando vino a darse cuenta, el muchacho se había atrevido a acercarse al soldado para saludarle y mostrarle su agradecimiento por haber detenido la amenaza a la que habían estado sometidos por parte del militar caído.

Tenemos que irnos de esta aldea antes de que vengan más soldados que os puedan matar —les advirtió Iyad, a la vez que se fijaba en las manchas de sangre de la ropa de Alger—. ¿Estás herido?

Estoy bien. Me he... dormido y... recuperado —contestó Alger sin saber cómo explicarle lo que ni tan siquiera él tenía certeza sobre lo que le había ocurrido—. ¿A dónde huir?

Az Zubayr, mi hogar. Está al sur de Basora, a unas dos horas de aquí. Allí podréis esconderos y descansar —les propuso Iyad—. Yo quiero abandonar el ejército, volver con mi esposa y escapar del país por Kuwait.


   Después de pedirle a Iyad que le repitiera su respuesta un par de veces, apoyado por el joven Kazim, quien se prestó a signar sus palabras, Alger por fin logró hacerse una idea de lo que le había dicho. Fue consciente de que el soldado pretendía desertar de su deber con el ejército iraquí si todo aquello era cierto. Le alegraba el hecho de haberse topado con un militar contrario a la guerra, aunque tenía cierta preocupación por las represalias que podría recibir en el caso de ser descubierto. Pero todo aquello pasó a un segundo plano al ver lo que éste sacaba de su zurrón.

Esto es tuyo, Alhefus —indicó Iyad mientras le hacía entrega de sus extraviadas cámara fotográfica y billetera—. Está mejor en tus manos que en las de Farid.


   Sin poder ocultar la cara de asombro, Alger recibió su preciada cámara con una ilusión similar a la del día en que sus padres se la regalaron. Centrado en escudriñar el aparato fotográfico por todos sus ángulos para cerciorarse de que se encontraba en perfectas condiciones, no prestó demasiada atención a las explicaciones que le daba el miliciano sobre el hurto.

Gracias, gracias, gracias... —acertó a decir repetidamente Alger tras recuperar su bien más preciado.

Mi superior no era una mala persona, aunque sucumbiera a la locura producida por el dolor y el odio de vivir en guerra —admitió Iyad hablando lo más despacio posible para que Alger pudiera entenderlo mejor, a la vez que se arrodillaba ante él para pedirle clemencia—. Mis otros compañeros también eran buenos hombres, obligados como yo a participar en este conflicto. Por eso, a pesar de todo el daño que os hemos causado, os ruego que los perdonéis y me ayudéis a trasladar sus restos a mi ciudad para que allí puedan descansar para siempre.


   Mientras Alger procesaba lo que acababa de oír, Kazim se acercó a Iyad para tocar su hombro delicadamente, mostrándole que aceptaba sus disculpas. El soldado levantó la cabeza mostrando sus arrepentidos ojos bañados en lágrimas y mirando fijamente el rostro del muchacho.

Por Dios, ¡yo te conozco! Eres tú... Kazim... el niño del hospital. ¡Estás vivo! —exclamó alegremente Iyad, fundiéndose en un efusivo abrazo con el chiquillo y añadiendo más vítores que Alger fue incapaz de traducir.


   Éste aprovechó el momento de jolgorio para guardar su cámara de fotos en la mochila, con la esperanza de no perderla de nuevo durante esa aventura; sin duda, anhelaba darla por concluida tras lo vivido en aquel interminable día. A su vez, echaba de menos el poder dormir sin la amenaza de ser atacado, el disfrutar del lluvioso clima de su país, el degustar una buena cerveza y el poder tontear con mujeres que también hablaran su mismo idioma.


   Comenzó a reír al ver cómo la cara de Kazim mezclaba terror y felicidad a partes iguales, mientras que Iyad seguía celebrando el inesperado reencuentro alzando el escuálido cuerpo del chico, que surcaba el aire como si se encontrara en una atracción de feria. Aunque no fuera la forma más ortodoxa de hacerlo, el soldado estaba consiguiendo distraer al muchacho de toda la fatalidad que había sufrido su familia.


   Algo cansado, levantó una de las sillas volcadas en el suelo y tomó asiento para pensar en qué haría con las pertenencias que dejó en Bagdad un mes atrás. ¿Le merecería la pena volver a por un par de botas, unas cuantas prendas de batalla y un libro que tenía más que leído? Y lo más importante, ¿qué haría entonces con Kazim?



Siguiente


Con la idea de llevar a Kazim a un lugar más seguro, ¿a dónde y cómo decide ir Alger?

A) Prefiere ir por su cuenta tomando la ambulancia, llevando a Kazim hasta Bagdad.
B) Acepta ir junto Iyad hasta su ciudad y desde allí buscar algún medio para volver a Bagdad, confiándole la custodia de Kazim.
C) Además de viajar a la ciudad de Iyad, abandonará el país por Kuwait junto a él y Kazim.

Elige una de las opciones y deja un comentario con tu decisión. Puedes añadir cualquier detalle a tu respuesta. También puedes volver a votar en la publicación correspondiente de Twitter y Wattpad.







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sábado, noviembre 18, 2023

Kazim Ayad (5) - Alma efímera

Bertram Kastner, un periodista de investigación, despierta una noche convertido en un vampiro. Sin recordar cómo ha ocurrido, inicia una búsqueda de respuestas a la vez que se aleja de sus seres queridos para protegerlos de sí mismo. Tú, como lector, puedes influir en las decisiones que él y otros protagonistas irán tomando a lo largo de ésta historia. ¿Conseguirá sobrevivir a todos los peligros a los que se ha de enfrentar gracias a ti?

Te animo a participar en Bertram Kastner: el Origen olvidado decidiendo qué haría el protagonista al final y dejando un comentario de esta serie de entradas. También puedes encontrar y participar en esta historia en Twitter y Wattpad.




    Totalmente decidido en socorrer al periodista, Kazim soltó sus manos de la cornisa, dejando que su cuerpo descendiera durante unos instantes. Con exactitud y acierto, hincó los dedos en el pequeño hueco del muro donde anteriormente tuvo apoyados los pies, consiguiendo frenar su caída libre. Mientras se balanceaba como si de un péndulo se tratase, echó un vistazo al ya no tan lejano suelo de la calle. Sin más dilación, se despegó de la pared impulsándose hacia atrás, para a continuación aterrizar grácilmente a cuatro patas; tal cual lo habría hecho un gato callejero.


    Desde su posición, era capaz de seguir escuchando los iracundos bramidos de Farid; más aún tras haber cesado su indiscriminada ráfaga de disparos. El joven vampiro aprovechó para concentrar sus sentidos sobrenaturales hacia lo que habría a la vuelta de la esquina. Sin lugar a dudas, allí se encontraba el extranjero al que había dejado recuperándose en su casa. Lamentablemente, percibía su aura muy debilitada y en vías de extinguirse en cuestión de segundos. De forma inmediata, se adentró en la callejuela contigua, esperando encontrarlo gravemente herido, con la idea de ponerlo a salvo e intentar curarlo de nuevo. Pero tras la nube de polvo provocada por el revuelo de balas que habían impactado contra el suelo, no había rastro alguno de persona alguna. Pensó que, a pesar de haber sido alcanzado por los proyectiles, habría conseguido escapar y refugiarse en la vivienda de al lado.


    Tras echar un vistazo hacia la terraza que tenía encima para cerciorarse de que Farid no pudiera verle ni alcanzarle, volvió a concentrarse para buscar cualquier traza que le pudiera llevar hasta la nueva posición del periodista antes de que éste muriera. Una leve chispa vital le indicó fugazmente que todavía se encontraba en plena calle, al contrario de lo que le demostraba su sentido de la vista. Kazim centró su atención en un pequeño cascote de escombro que aún destilaba exiguas reminiscencias del hombre de cabellos rubios. Justo cuando se disponía a abalanzarse sobre la piedra para poder examinarla y así descifrar lo que estaba ocurriendo, escuchó gritar al enfurecido miliciano desde su posición, encima del rellano de la azotea.

    —¡Maldito seas, extranjero estúpido! ¡Me aseguraré de que tus días acaben aquí y que todo lo que no deberías haber visto quede silenciado entre estas tierras! —amenazó Farid, volviendo a disparar su rifle en repetidas ocasiones—. ¡Haré que tu cuerpo arda y que no encuentres el descanso eterno!




    Ante la nueva situación de peligro, el muchacho pegó su cuerpo todo lo que pudo contra la pared, mirando de reojo hacia arriba para poder reaccionar a tiempo en el caso en que Farid se percatase de su presencia. Seguía sin entender qué estaba sucediendo con el periodista y porqué sus sentidos le estaban jugando una mala pasada, dándole sensaciones evidentemente erróneas. Al menos tenía la certeza de que la clave estaba en aquella piedra. Si conseguía agarrarla, tendría la posibilidad de averiguarlo todo, pero para ello debía correr el riesgo de ser alcanzado por un disparo. Armándose de valentía, voló de un salto y alcanzó el tan preciado objeto. Pero cuando se disponía a ponerse otra vez a cubierto, escuchó un golpe seco tras él.


    A modo de acto reflejo, Kazim dio un brinco hacia adelante, a la misma vez que se revolvía en el aire. A partir de ese momento pudo observar cómo Farid, envuelto por una leve polvareda, yacía muerto en el suelo. Sorprendido por el inesperado desenlace del miliciano enloquecido, el muchacho dio varios pasos titubeantes hacia el cuerpo que había caído desde la terraza. Éste presentaba una herida de bala en el pecho, a la altura del corazón. La sangre, al igual que ocurría con su alma, se le escapaba irremediablemente por el orificio de salida que tendría en la espalda. A pesar de su hostilidad, el chico no pudo evitar sentir algo de compasión por él, al venirle a la mente la imagen de muchos de los soldados con los que tuvo trato antes de su conversión a vampiro.


    Pero justo antes de hacer caso el impulso de salvarle la vida, la sensación de sentirse vigilado le frenó a la vez que le provocaba un escalofrío que recorría su cuello. Intuitivamente, giró su cabeza hacia la azotea, como si fuera un juguete de resorte. De allí emergía la figura del soldado restante, quien armado con su fusil, observaba la escena en la que el muchacho se encontraba. Rápidamente, Kazim volvió a ponerse en guardia, estando preparado para huir de allí ante el más mínimo movimiento del miliciano.

    —No te asustes, chico. Tranquilo, no te voy a hacer nada —se apresuró a aclararle Iyad al ver el rostro temeroso de Kazim, dejando el rifle apoyado contra el poyete.


    Mostrando sus manos ya vacías en alto, el militar pretendía hacerle ver al muchacho que sus palabras eran sinceras. Kazim hizo lo propio con sus sentidos sobrenaturales, convenciéndose de que las intenciones de Iyad eran pacíficas al comprobar el candor que desprendía su aura. Además, recordó que este soldado era crítico con las órdenes de los altos mandos del ejército, casi costándole la vida a manos de Farid por pensar así. No era descabellado deducir que, antes de que su superior siguiera aniquilando a más gente, incluyéndolos a ellos, decidiera frenar sus ansias de venganza matándolo de un disparo. Sesgar una vida para a cambio salvar otras tantas; así lo interpretó el muchacho.

    —¡Señor Alhefus, ya no hay peligro! ¡Mi jefe ya no disparará a nadie más! —exclamó Iyad al aire, a todo el volumen que permitían sus pulmones—. ¡Por favor, acérquese aquí sin miedo!


    Suponiendo que hablaba con el periodista, donde quisiera que estuviera, Kazim cayó en la cuenta de que aún no había conseguido averiguar qué había sido de su paradero. Prestó atención a la piedra que aún sostenía en sus manos y escudriñó lo que había ocurrido en torno a ella durante los últimos minutos. Ésta le contó a su manera el breve idilio vivido con el hombre de cabellos rubios, incluyendo los susurros y el beso que le dedicó antes de arrojarla hasta allí. Aún sin comprender la razón de haberle dado ese trato tan personal a un simple trozo de escombro, sí que llegó a la conclusión de que así había conseguido impregnarlo con su alma, llegando a confundir sus sentidos sobrenaturales. Comenzó a plantearse que el extranjero podría recordar el momento en que utilizó sus poderes vampíricos para curarle. Si eso era así, podría haber hecho aquello con la piedra a propósito para comunicarse con él.

    —Chico, no te muevas de ahí. Enseguida bajo y vemos cómo salir de este pueblo antes de que lleguen refuerzos y nos compliquen la huida —le indicó el miliciano desde la terraza.


    El joven asintió, mostrándose más tranquilo y calmado bajo la mirada del soldado con respecto a la vez anterior que éste le habló. De pie, con el cuerpo de Farid a un lado, echó un vistazo a su alrededor mientras dejaba caer la piedra al suelo. Comenzó a tomar consciencia de que difícilmente aquella aldea volvería a recuperar el bullicio y la vida que tuvo años atrás. Rememoró los momentos en que correteaba feliz y despreocupado por aquellas calles junto al resto de chavalería poco antes de que estallara la guerra. A pesar de su discapacidad a la hora de comunicarse, llegó a ser muy apreciado por la gente del lugar gracias a su nobleza y humildad. Sus padres habían hecho un gran esfuerzo para evitar su exclusión.


    Cuando vino a darse cuenta, se encontraba recorriendo a toda velocidad las callejuelas de la aldea sin rumbo fijo, pero con la esperanza de cruzarse con alguno de sus vecinos y amigos. Por desgracia, todo lo que encontraba era muerte y desolación.


    Mirando tanto a un lado como a otro, no le era complicado dar con el cuerpo sin vida de alguien conocido. De vez en cuando, también se encontraba con el cadáver de algún soldado iraní; aquellos que habrían formado el contingente que tomó el control de la aldea y provocado que el ejército iraquí respondiera con un ataque químico sobre su propia población. En su cabeza rondaba la pregunta de quién se encargaría de darle descanso a todos los caídos, mientras imploraba perdón y misericordia a Dios por todos ellos.


    Terminó su improvisada marcha al llegar frente a la fachada de su casa. Miró junto a la puerta y reparó en el miliciano al que había arrebatado la vida tras beberse toda su sangre. No tuvo reparos en incluirlo también en sus plegarias. Los restos mortales de éste se encontraban parcialmente cubiertos por la arena con la que la tormenta había estado jugando todo el día. Tras acercarse a él, deslizó sus dedos por los párpados para terminar de cerrarlos y se entretuvo unos instantes en cubrirle la boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Era lo mínimo que podía hacer para ayudarle a buscar el descanso eterno, habiéndole perdonado ya por los episodios de violencia y tortura que tuvo hacia él.


    Tras volver a rogar por el bienestar de su alma, por fin entró en su hogar, con la intención de dedicarle unos rezos a su madre y hermanos. Se sorprendió al ver cómo los tres cuerpos estaban totalmente cubiertos y bien protegidos por una sábana tirante, sujeta por varios objetos a lo largo de sus bordes y esquinas. Posándose de rodillas en el suelo junto a uno de los laterales, comenzó a retirar con cuidado algunos de los improvisados pesos que custodiaban la tela. Lentamente, dobló una parte de ésta para poder contemplar una vez más las caras de los suyos; quizás, la última.

    —Hola. Siento su pérdida —chapurreó el extranjero en el idioma de aquella región—. Quise dar gracias cubriendo los cuerpos.


    Se encontraba tan absorto en sus oraciones por todos los fallecidos, que no había reparado en que el periodista había estado observando su duelo en silencio desde las escaleras. Kazim dibujó una sonrisa en su cara y asintió a modo de respuesta. Era la segunda vez que escuchaba su voz, aunque en aquella ocasión su tono era más tranquilo y sosegado al no estar siendo perseguidos por unos guerrilleros acribillándolos con una lluvia de balas.

    —¿Más familia tú tienes? —siguió esforzándose el hombre de pelo rubio por hacerse entender—. Yo llevo a ti allí donde ellos.


    Aunque el muchacho tenía constancia de otros familiares que vivían repartidos por las poblaciones cercanas, no tenía noticias de ellos desde hacía meses o años. Además, estaba su padre, del que ya no supieron nada más tras el momento en que fue reclutado a la fuerza por el ejército. Triste por haber rescatado aquel recuerdo, decidió responderle negando cabizbajo.

    —Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú? —le preguntó el invitado mientras hacía el ademán de acercarse a él.


    Acostumbrado a responder mediante lenguaje de signos, Kazim levantó su brazo derecho para indicarle su nombre mediante gestos. Pero se detuvo justo antes de comenzar, al darse cuenta de que Alger no le entendería.






Al no poder hablar utilizando su boca, ¿cómo se comunicará Kazim con Alger?

A) Lo intentará mediante lenguaje de signos, al menos para darle a entender que es mudo.
B) Utilizará su poder y hablará directamente a su mente, aunque sin desvelar su naturaleza vampírica.

Deja un comentario indicando cuál de las dos opciones prefieres. Puedes detallar más tu respuesta si así lo consideras oportuno.














sábado, octubre 28, 2023

Alger Furst (4) - El espectador

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





    Reconociendo que explotando de ira no conseguiría nada, Alger respiró profunda y lentamente hasta conseguir calmarse. Era consciente de que su prioridad debía ser salir de ese enclave con vida. Era primordial que aprovechara la nueva oportunidad que el destino le estaba brindando, aunque el precio a pagar fuera una pérdida material con un gran valor sentimental. Alumbrando al suelo de su alrededor, localizó varios objetos que habían escapado de su mochila, entre los que se encontraban un mapa plegable y pintarrajeado de Irak, un pequeño bloc de notas con un bolígrafo insertado entre sus anillas y los botecitos de plástico donde guardaba los carretes. Era capaz de distinguir los que aún estaban sin utilizar de los que contenían un rollo ya gastado, ya que a estos, les hacía una pequeña muesca casi imperceptible para cualquier otra persona. Conforme introducía de nuevo sus pertenencias en la bolsa, reparó en algo que tampoco había encontrado aún.

—¿Serán rastreros? ¡También se han llevado mi billetera, con toda mi documentación y el dinero! —exclamó enfadado, percatándose inmediatamente de que no debía alzar la voz.

—Esto es para ponerme las cosas más difíciles... —refunfuñó discretamente, mientras se consolaba dándole un fuerte bocado al trozo de pan que había comprado aquella mañana para almorzar—. ¿Dónde estarán los soldados y el muchacho?


    Asegurándose de haber cerrado la mochila para no perder nada más, se puso en pie a la vez que continuaba devorando los restos de su tentempié. Descartó la idea de buscar otros alimentos, por el riesgo de que pudieran estar contaminados por lo mismo que había acabado con todos los habitantes del lugar, excepto el chico. Echando un vistazo hacia el exterior a través de la puerta, pudo comprobar cómo los fuertes vientos cargados de arena habían cesado. Ya era de noche, aunque el cielo aún guardaba algo de la claridad propia de los momentos posteriores al atardecer. Además, había atisbos de luces tililantes por la calle que bien podrían pertenecer a pequeñas fogatas.


    Aprovechó para echar un vistazo a las manchas de sangre que marcaban su ropa en el abdomen y el muslo, aún sin comprender cómo se habían producido. Volvió a examinar su cuerpo sin encontrar rastro alguno de heridas o el más mínimo dolor alrededor de las zonas afectadas.

—Cabe la posibilidad de que esta sangre sea de quien me haya metido en aquel arcón —continuó buscando una explicación con algo de lógica—. Es imposible que el muchacho haya cargado conmigo hasta ahí dentro. Pero entonces, ¿quién ha sido?


    Con ansias de encontrar esa respuesta, se dispuso a abandonar la casa. Pero justo antes de cruzar el umbral, cayó en la cuenta de que podría haber algún soldado apostado frente a la entrada, acechando y esperando su imprudencia para abatirle con una bala en la cabeza.

—Será mejor que me quede aquí por ahora —recapacitó imaginándose aquella escena y poniéndose a cubierto hacia un lado antes de poder ser visto desde el exterior—. Pero de alguna manera, me convendría tener localizados a los milicianos y estar preparado por si decidieran volver a por mí.


    Con cuidado de no enfocar la luz de la linterna hacia el exterior, Alger iluminó sus pasos a lo largo de la casa, ya que había demasiados obstáculos. Todo se encontraba desvalijado y esparcido por el suelo, excepto la habitación donde había despertado, que parecía haber escapado al torbellino de destrucción. Entre todo el caos, reparó en los cadáveres de una mujer y dos niños abrazados, sin ninguna herida aparente.

—¿Será cierto aquello de que el ejército iraquí ataca a los invasores iraníes con un agente químico sin importar que haya civiles de por medio?


    Sintió que no podía dejarlos así, por lo que volvió al dormitorio y retiró la sábana que cubría el colchón, tras colocar cuidadosamente la ropa que había en la cama sobre el arcón. De vuelta ante los cuerpos sin vida, estiró la tela sobre ellos y en medio del más respetuoso silencio, dispuso algunos objetos a su alcance sobre los extremos para evitar que se esta se moviera y quedaran al descubierto. Era lo mínimo que podía hacer por aquella familia, cuyo hogar le había servido de refugio y salvaguarda; queriendo agradecerles el seguir con vida gracias a ellos.


    Justo después, volvió a recordar al muchacho al que había rescatado esa tarde. Sin poder encontrar una explicación, había algo que le impulsaba a subir las escaleras. Quizás se trataba de la esperanza de encontrárselo allí.

—Si esta casa es como la otra, debería haber una terraza arriba desde donde podría ver lo que se cuece por los alrededores. ¿Y si el chico estuviera allí vigilando?


    Lentamente, y poniendo especial énfasis por no tropezar con todos los enseres que se iba encontrando, subió los peldaños que le llevarían hasta el piso superior, prestando atención a lo que podía percibir con su sentido del oído. Sin embargo, toda la aldea parecía estar callada y en calma. Una vez que llegó a la azotea, se quedó algo desilusionado al no hallar al joven superviviente ni rastro alguno de él. De alguna manera, necesitaba comunicarse con alguien que no pretendiera hacer prácticas de tiro con él. Seguidamente, se agachó para resguardarse con el pequeño muro que la rodeaba y comenzó a otear todo lo que se encontraba a la vista. El hecho de que hubiera varios focos encendidos en algunas de las fachadas de los edificios, además de pequeñas hogueras que le daban un tono anaranjado a las calles que alumbraban, le permitía disfrutar de una panorámica de casi toda la aldea.

—¿Seré la única persona que quede con vida? Espero que al menos hayan tenido el detalle de dejarme un vehículo con el que salir de aquí, o de lo contrario, me tocará caminar toda la noche por el desierto...


    Mientras se empinaba la cantimplora para saciar la sed que le había provocado el pan endurecido, comenzó a escuchar lo que parecía ser la voz de alguien. Bajó la cabeza y pegó su cuerpo a la pared, con cuidado de no derramar ni una gota del agua que le quedaba, conforme enroscaba el tapón con sus manos temblorosas por la incertidumbre. Giró su cabeza en todas las direcciones, pero no conseguía determinar de dónde provenían esas palabras que a malas penas percibía desde la lejanía. Cuando iba a darse por vencido, el rumor se intensificó, llegando entonces hasta sus oídos de una forma más alta y clara.

—Viene de allí, pero no consigo verlo —admitió a la vez que centraba su atención en una franja concreta—. Creo que ha dicho algo del paraíso terrenal... Aunque es muy complicado seguirle el ritmo en su idioma. Habla demasiado rápido para mí.


    Sin llegar a divisar a nadie, Alger pensó que esa persona debía estar en alguna callejuela tras alguna de las casas que tenía a la vista. Se aventuró a asomar parte de su cuerpo durante un par de segundos, pero no tuvo éxito en el intento de fisgonear desde otra perspectiva.

—Parecía la voz de un hombre, por lo que seguramente sea uno de esos malditos soldados. Y con toda probabilidad, habrá más cerca. Es peligroso estar fuera, pero he de seguir aquí y estar atento por si se les ocurre venir de nuevo, ahora que sé más o menos por dónde están.


    No tuvo que esperar demasiado par ver cómo finalmente una figura humana, hasta entonces oculta, se erguía en el centro de una de las azoteas hacia donde estaba mirando. Rifle en mano, parecía estar apuntando a alguien que aún no conseguía ver y del que a malas penas escuchaba un murmullo. Pero sí que era capaz de identificar que ambas voces pertenecían a adultos.

—Bien, creo que el chico no se encuentra allí. O eso espero.


    De nuevo, le llegó una frase más alta que las anteriores, entendiendo la orden que el miliciano daba a su rehén para que se levantara. Acto seguido, la persona a la que tenía retenida a punta de rifle se incorporaba con los brazos en alto.

—Parece que sí se trata de un hombre, pero entre la lejanía y la oscuridad, cuesta ver lo que está ocurriendo... ¡Espera!


    Haciendo algo de contorsionismo para no perder ni un segundo de aquella escena, Alger se quitó la mochila de su espalda y, a tientas, rebuscó algo en ella. Agarró un estuche, lo abrió y sacó el otro objetivo de su cámara. Como si de un catalejo se tratara, lo puso delante de su ojo derecho, guiñando el izquierdo.

—No son unos prismáticos, pero es mejor que nada. Menos mal que no se lo han llevado a la misma vez que la cámara.


    Gracias al aumento, pudo discernir que ambos hombres vestían ropas de la misma milicia. Pero no alcanzaba a entender porqué uno de ellos estaba amenazando a su compañero y obligándole a subir al borde de la terraza.

—¿Va a hacer que salte y se precipite hacia el suelo de la calle? Un momento... ¿y ese de allí detrás quién es? No será... ¡el muchacho!


    Sobre el techo del rellano de aquella terraza hacía su aparición el chaval al que también buscaba. No daba crédito a que hubiera tenido el valor para acercarse a sus verdugos, aunque parecía que éstos no habían reparado en él aún. O eso creía. De improviso, el miliciano se giró y profirió un disparo contra el chico, viendo cómo éste caía hacia atrás. Antes de poder lamentarse por el cruel final del joven, Alger observó aún se movía y trataba de ocultarse de nuevo, retrocediendo para evitar los siguientes disparos del hombre armado.

—Qué suerte ha tenido. Ha sido un milagro que haya podido esquivar el disparo —suspiró Alger aliviado durante unos instantes—. Joder, tengo que ayudarle de alguna manera.




    Miró el objetivo que aún sostenía en su mano y se incorporó con la intención de lanzarlo. Aunque, en el último momento, optó por agarrar una piedra de las tantas que se habían desprendido del muro de la azotea donde se encontraba; y que seguramente era muchísimo más barata que el artilugio que algunos de sus compañeros de facultad le regalaron tras graduarse en la universidad.

—Vamos, pequeña, sé que no llegarás muy lejos, pero al menos espero que seas lo suficientemente escandalosa como para que te oigan. ¿Harás eso por mí? —le reclamó al objeto inerte, profiriéndole un breve beso de despedida.


    El proyectil que Alger lanzó con todas su fuerzas se perdió en medio de la oscuridad del cielo, tardaría unos segundos en caer. Mientras tanto, el improvisado atleta volvió a ponerse a cubierto, ya que el miliciano miraría hacia donde se encontraba él en cuanto escuchara el golpe. Aún así, corrió el riesgo de retomar su posición de vigilancia. Enseguida, observó que la situación había ido a peor, con el soldado ya subido al rellano donde estaba el chico, al que estaba encañonando con el rifle. Inmediatamente, escuchó un leve chasquido que llamó la atención del hombre armado.

—¿Ha caído más allá del edificio donde están? —pensó Alger sorprendido, a la vez de incrédulo, viendo cómo el miliciano se asomaba a la calle de más allá, en vez de a un punto intermedio entre ambos, tal y como esperaba—. ¿Desde cuándo puedo lanzar cosas tan lejos?


    Otra vez, pudo ver y oír cómo volvía a abrir fuego, aunque en esta ocasión su objetivo parecía ser la piedra. Se alegró al comprobar cómo el muchacho aprovechaba esa distracción para escapar, descendiendo por la pared y saliendo de su ángulo de visión. Recordó que además del chaval y el miliciano armado, había otro soldado en la azotea, por lo que puso su atención en buscarlo.

—¿Y el otro tío? Ya no está en el muro. ¿Qué habrá sido de él?


    Pero enseguida, volvió a preocuparse por el chico, a quien había conseguido darle un balón de oxígeno con el que escapar. Aunque tenía la certeza de que el miliciano no tardaría en volver a ir contra él en cuanto se diera cuenta de su fuga.


Siguiente



Debido a la distancia a la que se encuentra Alger, no tiene demasiadas opciones para intervenir en el lugar de la acción; aunque por otro lado, se encuentra en un lugar aparentemente seguro. ¿Qué decidirá hacer Alger a continuación?

A) Abandonar la terraza donde se encuentra y salir a la calle, con la intención de ayudar y rescatar al chico de manera presencial.
B) Probar a lanzar otra piedra, sabiendo que inexplicablemente, puede alcanzar la otra azotea. Indicar a dónde apuntaría.
C) Llamar la atención gritando y haciendo señales con la linterna, con la idea de atraer al soldado y prepararle una emboscada.
D) Aventurarse hacia la calle e intentar llegar hasta la ambulancia en la que llegó a la aldea.


Deja un comentario con la opción elegida, pudiendo dar más detalles sobre la acción si así lo consideras.






viernes, octubre 13, 2023

Kazim Ayad (4) - Causa egoísta

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.




   Una vez que Farid vació toda la munición de su arma, se dedicó a buscar desesperadamente por la habitación al chico y al hombre que le atacó, con la esperanza de encontrarlos abatidos por las balas. Tras asomarse debajo el agujereado colchón de la cama y no ver a nadie, se dirigió al maltrecho armario, destrozando lo que quedaba de la puerta con una feroz patada. Tras comprobar que su arrebato había sido en vano, extrajo el cargador vacío del rifle y lo arrojó violentamente hacia el pasillo, a la vez que exhalaba un grito cargado de frustración y rabia a partes iguales.

—¡Lleva cuidado, Farid! ¡Casi me das! —le recriminó Iyad tras esquivar el cartucho conforme subía las escaleras.

—¡Cállate y asómate a la terraza! – le ordenó Farid a la vez que sacaba un nuevo cargador de uno de sus bolsillos—. Haz algo útil, Iyad.

—No habrá nadie...

—¿Me estás tomando por loco? —le cuestionó Farid, todavía sin haberse calmado—. ¡Soy tu superior y te ordeno que salgas ahí fuera a inspeccionar! ¡Estoy seguro de haber escuchado a alguien en este piso!



   El soldado sabía que Farid tenía un temperamento muy fuerte, pero nunca lo había visto llegar a ese estado de cólera.

—No temas, Iyad —le comunicó Kazim mentalmente, con la intención de separarlos—. No te ocurrirá nada si sales a la azotea. Te conviene alejarte de él para no ser el objetivo de su ira.

—¿Lo has oído? —preguntó Iyad sorprendido por haber escuchado de nuevo la voz en su mente.

—¿El qué tengo que oír? —le replicó Farid perdiendo aún más la paciencia con su subordinado, mientras con un golpe seco insertaba el nuevo cartucho de munición en el arma.



   Iyad cayó en la cuenta de que aquella voz podría haberle hablado sólo a él, con el fin de evitar que Farid conociera sus planes. En cierta medida, le trasmitía más confianza y tranquilidad que su superior, además de parecer más razonable. Aunque eso no quitaba que le guardara cierto temor y respeto, al pensar que estaba hablando con el mismísimo Dios.

—Olvídalo, son cosas mías —admitió Iyad a la vez que salía hacia la terraza contigua de manera cautelosa.



   Para evitar ser visto en el caso en que el miliciano mirara hacia el rellano sobre el que se encontraba, Kazim se deslizó hacia atrás, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Al igual que él no podía ver al soldado, confiaba en que ellos tampoco estuvieran en disposición de localizarle. Encontró una pequeña cavidad en el muro sobre el que estaba apoyado, pudiendo introducir la punta de sus pies en ésta para poder aguantar mejor la espera. Tenía la esperanza de que, más pronto que tarde, decidirían marcharse a otra casa o a su cuartel.

—Lo que te decía, Farid; aquí ya no hay nadie —le informó Iyad mientras daba vueltas por la azotea y se asomaba hacia las callejuelas aledañas—. Seguramente, el extranjero y el chico ya no estarán en esta aldea.

—¿Sabes lo que eso supone? —le cuestionó su superior, saliendo también al exterior y manteniéndose vigilante.



   Mostrando cierta indiferencia, Iyad se encogió de hombros. Esa reacción molestó a Farid, quien echó mano a uno de sus bolsillos y le arrojó con fuerza el objeto que tenía ahí guardado.

—¿Qué es esto? —le preguntó el subordinado tras haberse cubierto y haber recibido el impacto de algo blando—. No me tires las cosas así.

—Es la cartera del hombre que se llevó al muchacho. Haz el favor de revisarla... ¡Y deja el dinero donde estaba! ¡Es para mí!



   A regañadientes, Iyad guardó de nuevo los billetes de dinares y dólares en el pliegue donde estaban originalmente y procedió a inspeccionar los documentos. Farid suspiró y aprovechó para sentarse en el suelo, aparentemente más calmado. Por su parte, el otro miliciano también se relajó, agachándose y dejando el rifle a su lado mientras deslizaba las tarjetas plastificadas del extranjero.

—Al...ge... Fus... —leyó en voz alta Iyad, recordando cómo se pronunciaban las letras occidentales—. ¿Se llama así el alemán?

—No importa cómo se llame ese sujeto. Mira el siguiente documento. Es un carnet de prensa. ¡Se trata de un periodista! —exclamó Farid, aunque sin llegar a perder los estribos como antes—. Si el crío le cuenta que estábamos limpiando de supervivientes su aldea después del ataque de gas que ha lanzado nuestro ejército, el gobierno del país tendrá un gran problema con el resto del mundo.

—¡Y lo tendrá más que merecido!

—¿Otra vez con lo mismo? —espetó Farid rechinando sus dientes—. Si no llego a quitarle la cámara de fotos, le habría podido enseñar a cualquiera lo que está ocurriendo aquí.


   El miliciano observó cómo su jefe blandía el aparato fotográfico que hasta ese momento había llevado colgado al cuello, orgulloso de su botín. Mientras tanto, Kazim escuchaba atento la conversación entre ambos, descubriendo más detalles sobre el hombre de pelo rubio. También determinó que los soldados tenían puntos de vista diferentes sobre cómo el ejército y el gobierno manejaban la contraofensiva a la invasión. Seguramente, podría sacar provecho de ese cisma.

—¡Pues que lo vean! Lo que estamos haciendo contra nuestro pueblo es una barbaridad —le argumentó Iyad con total sinceridad—. Yo vivo en una aldea muy parecida a esta. Tengo una esposa y un hijo esperándome allí. Entonces, si los iraníes hubieran entrado allí, ¿también les habrían bombardeado con el gas? ¡Es abominable!

—Estamos en guerra. Y en tiempos difíciles todo vale por el bien de nuestro país.

—¿También dirías eso si el pueblo donde vive tu familia estuviera en el punto de mira de nuestro ejército? —le reprochó Iyad a su superior.



   Farid soltó únicamente un resoplido mientras dejaba la cámara a su lado y, seguidamente, se encendía un cigarro. Los milicianos no intercambiaron palabra alguna durante los siguientes minutos. Iyad, seguía curioseando los documentos de la cartera, aunque su objetivo era hacerse con al menos un par de billetes sin que su jefe se percatara de ello. Mientras tanto, Kazim continuaba encaramado sobre el rellano, sin mover un solo músculo. Cualquier mínimo ruido que hiciera alertaría a ambos soldados en aquellos momentos donde reinaba el silencio.

—Toda mi familia murió en los primeros ataques de los iraníes —arrancó a hablar finalmente Farid tras dar la última calada y arrojar la colilla hacia un lado—. No tuve ocasión ni de darles una sepultura digna, por lo que, para poder honrarles, juré que no descansaría hasta aplastar a todos nuestros invasores.

—Pero, ¿qué ocurre con toda la gente inocente a la que estás accediendo matar?

—Es un mal necesario. Dios tiene un lugar reservado para ellos en el paraíso... —se justificó Farid, levantando la vista al cielo y exponiendo sus ojos vidriosos empañados por las lágrimas.

—¡El paraíso debería estar junto a nuestras familias y vecinos en nuestras propias casas! ¡En cualquier aldea como ésta, sin que un ejército como el nuestro o el del enemigo interfiera en las vidas de la gente! —gritó Iyad, soltando a su superior lo que pensaba sobre la injusticia de la guerra.



   El rostro de Farid se ensombreció, quedando de nuevo mudo ante la fija mirada de su subordinado. Éste, comenzó a tener remordimientos por lo que le acababa de espetar a su jefe. Aunque lo que le había ocurrido a su familia no le daba carta blanca para arrasar con un pueblo inocente, las palabras sobre esa fatalidad que vivió su superior aún le retumbaban en la cabeza. Totalmente apenado, Iyad cerró la billetera del extranjero, olvidando la idea de hacerse con algo de ese botín, y se dispuso a pedir disculpas.



   Pero de repente, todo cambió entre ellos dos. Farid agarró con fuerza su rifle y apuntó hacia el otro soldado. Sorprendido, Iyad se estiró para coger el arma que descansaba a su lado, deteniéndose antes de conseguirlo al escuchar cómo su superior chasqueaba el gatillo como advertencia.

—Ni se te ocurra poner tus manos sobre el rifle —le amenazó Farid mientras daba un salto para ponerse de pie y se acercaba al que era su compañero para alejar su arma con una patada—. Quien se atreva a interponerse en mi objetivo, debilitando nuestro ejército o nuestro gobierno, será también mi enemigo.

—¿Q... qué dices, Farid? Yo... no... —balbuceó Iyad levantando sus brazos instintivamente, sin dejar de mirar el cañón que podía acabar con su vida en un instante.

—Levántate, Iyad.

—Farid, no... no quiero morir —le respondió entre lágrimas, sabiendo de lo que podía ser capaz su jefe.

—¡Ponte en pie ya! —le volvió a ordenar Farid.



   Tembloroso, Iyad se incorporó, sin dejar de rogarle que lo dejara con vida y suplicándole perdón.

—Date la vuelta y camina hacia el bordillo de la azotea.



   Iyad accedió entre sollozos, tras aceptar el que iba a ser su triste destino. A escasos metros, Kazim se encontraba horrorizado ante lo que estaba presenciando. Sentía que debía hacer algo para evitar la muerte del joven soldado que parecía no estar tan a favor de la guerra.

—Detente Farid —le comunicó Kazim a la mente del miliciano.

—¡Eres un impostor! —le respondió éste algo nervioso mirando a su alrededor, pero sin dejar de apuntar con el rifle.

—No... Yo también amo a nuestro país... —intervino Iyad, pensando que Farid se refería a él—. Me... me alisté para defender a la gente, no... no para matarla...

—Cállate y sube al bordillo de la terraza.

—No cargues con más víctimas a tus espaldas, Farid —insistió Kazim, arrastrándose con sumo cuidado hacia adelante.

—Rezaré por todos los que han muerto por la causa. Incluido tú, Iyad.

—No... no tienes que llegar... a ese punto —alegó el soldado amenazado entre lágrimas, poniendo sus pies peligrosamente sobre el pequeño muro de la terraza—. Te... te equivocas al pensar que... que todos estamos en contra de tu causa.




   Tenía la certeza de que tarde o temprano dispararía, por lo que Kazim continuó avanzando en silencio sobre el rellano, pudiendo ver cómo Farid apuntaba su arma hacia Iyad. Sigilosamente, comenzó a ponerse en pie con la intención de saltar sobre él y así evitar la tragedia.

—Quiero que te des la vuelta y me mires a los ojos antes de morir —le reclamó Farid.



   El soldado cuya vida pendía de un hilo puso atención a sus pies y, con cierta dificultad para mantener el equilibrio, consiguió girarse por completo. Poco a poco, levantó su mirada para encontrarse con la del que iba a ser su verdugo. Pero no pudo evitar desviar la vista hacia una silueta que vislumbró sobre el rellano, detrás de Farid. Éste no tardó en advertir que algo estaba ocurriendo tras él, volteándose rápidamente hacia esa dirección y descubriendo al muchacho justo antes de saltar sobre él.



   El sonido del disparo volvió a pillar desprevenidos a Kazim e Iyad, cayendo ambos hacia atrás. Mientras que el muchacho consiguió esquivar la bala y quedó sentado sobre el techo de la estructura en la que se encontraba, el miliciano a malas penas pudo agarrarse al bordillo de la azotea, evitando precipitarse a la calle. Farid elevó sus brazos sujetando el arma y comenzó a disparar sobre el rellano, mientras que el chico volvía a retroceder con la intención de no ser alcanzado por los proyectiles.

—¡Ven aquí, rata asquerosa! ¿Dónde está el alemán? —reclamó Farid dando saltos para encaramarse y poder escalar hasta donde se había escondido el chico.



   Sintiéndose intimidado por la situación, Kazim no era capaz de concentrarse para utilizar sus poderes y repeler a Farid. Optó por comenzar a descolgarse por la pared, aunque al ver cómo Farid ya se encontraba apuntando a su frente, fue consciente de que era demasiado tarde para hacer cualquier otro movimiento. A tan poca distancia, un impacto de bala podría causarle un daño mucho más serio del que recibió en el sótano de su casa.



   En mitad de aquella tensión, se escuchó un ruido en una de las calles junto a la vivienda, llamando la atención de Farid. Éste no dudó en acercarse hacia el lateral del que creía que provenía el sonido que oyó, esperando poder sorprender al periodista. Atacado por sus ansias de venganza, comenzó a disparar de forma indiscriminada hacia el suelo.

—¡No te escondas, maldito extranjero! ¡Te cerraré el pico a balazos! —aulló Farid mientras gastaba su munición—. ¡No dejaré que te entrometas en los asuntos de mi país!



   Aún agarrado al borde del rellano y a dos pisos de altura hasta el firme de la calle, Kazim se encontraba preocupado por el estado del hombre de pelo rubio, quien parecía haberse acercado hasta allí para ayudarle de nuevo. Se preguntaba si habría conseguido ponerse a cubierto antes de que Farid comenzara su ataque de locura o habría sido herido de gravedad de nuevo.



Siguiente



Kazim se encuentra ante la disyuntiva de socorrer al extranjero o detener el ataque. ¿Qué decidirá hacer a continuación?

A) Descolgarse para caer en la calle y poder ayudar al extranjero que está por los alrededores.
B) Escalar de nuevo sobre el rellano para abordar a Farid.
C) Concentrarse para localizar al periodista y averiguar cómo se encuentra.
D) Intentar amedrentar a Farid comunicándose mentalmente de nuevo. Indicar qué le dice.



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sábado, septiembre 30, 2023

Kazim Ayad (3) - Órdenes divinas

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Kazim no iba a permitir que volvieran a herir a aquel extranjero que había estado al borde de la muerte, por lo que se apresuró en dar unos rápidos pespuntes con los que la vida de éste ya no correría peligro. Era consciente de que el enemigo se encontraba cada vez más cerca, aunque su avance era relativamente lento. A pesar de la distancia que les separaba, se percató de que el miliciano sentía dolor, por lo que debía tener alguna herida o contusión que le estuviera mermando su movilidad. Aún así, no debía confiarse.


   Tras comprobar de forma visual el resultado de su trabajo con el que los letales impactos de bala se habían convertido en unos simples rasguños, incorporó al hombre de pelo rubio y comenzó a arrastrarlo hacia una de las habitaciones contiguas. Se trataba del dormitorio principal, en el que había un gran arcón donde se guardaban sábanas y otras telas utilizadas en todo el hogar. Dejó a su paciente apoyado junto al gran cajón de madera, con la intención de borrar los surcos que habían hecho sus piernas en el empolvorizado suelo a lo largo de todo el trayecto hasta allí.


   Por unos instantes, se fijó en que sobre el lecho de la habitación, además de la ropa de su madre, también se encontraban las prendas con las que dormían sus hermanos pequeños. Pensó en que, tras su ausencia, los tres integrantes de lo que quedaba de su familia dormían juntos. Debió ser muy duro afrontar su pérdida, de la misma manera que lo fue la de su padre. Miró de nuevo los cuerpos que yacían sin vida en el salón, pero ya nada podía hacer por ellos. Tras esparcir la arena con sus pies para disimular cualquier pista que sirviera de ayuda al enemigo, se apresuró en volver junto al único al que aún podía ser salvado. Tras abrir el arcón, comprobó que había espacio para ambos a pesar de todo lo que había dentro.


   Con un gran esfuerzo, consiguió levantar el cuerpo del extranjero y colocarlo dentro del mueble de madera. Para cualquier otro vampiro, no hubiera supuesto tamaña proeza cargar con dos o tres veces su propio peso. Pero en el caso de Kazim, al haber sido convertido aún siendo un adolescente, su complexión suponía un notorio lastre en cualquier intento de manejar con soltura objetos o bultos grandes. Por contra, su delgadez y falta de desarrollo le permitía ser muy ágil y escurridizo. Sin más dilación, saltó al interior del arcón, cayendo en blando sobre los montones de tejidos y ropa ahí almacenados. Antes de que el enemigo hiciera acto de presencia, cerró la tapadera de aquel improvisado escondite.


   Las rendijas entre los tablones de madera de ese gran cajón le permitían ver lo que ocurría en la parte del salón junto a la entrada de la vivienda. Aunque con sus sentidos sobrenaturales, podía percibir cómo el miliciano se encontraba en el umbral de la casa, inspeccionando al compañero que había quedado desangrado.

—¡Pagaréis por lo que le habéis hecho a Assim! —gritó de repente el enemigo desde la puerta del hogar.


   El chico se estremeció, no por miedo a Farid, el líder de los milicianos al que reconoció por su impetuosa voz; sino al recordar que su bestia interior fue la que había matado al compañero de éste.

—¡Dad la cara! —vociferó Farid irrumpiendo en la vivienda y apuntando con su rifle a todas partes.


   El joven vampiro se concentró en crear una barrera que impidiera el paso de éste hacia el dormitorio donde se encontraban escondidos. Mientras tanto, Farid recorría todas las estancias de la casa, incluyendo las del piso superior, derribando puertas y muebles, disparando dentro de los posibles escondites y destrozando todo lo que se encontraba a su alcance. Pero en las diversas ocasiones en las que intentó acceder al cuarto en el que estaban ocultos, el poder de Kazim le repelía. Sin llegar a ser consciente de ello, el miliciano daba media vuelta para explorar cualquier otra parte de la vivienda.


   Al cabo de un buen rato, cuando Farid por fin se dio por vencido, reparó en la mochila del extranjero, abandonada en el suelo de la entrada. Kazim observó cómo el miliciano rebuscaba en su interior con cierta desgana, hasta que sacó una billetera que inspeccionó de forma minuciosa. Tras guardársela en uno de sus bolsillos, prosiguió con su búsqueda, extrayendo esa vez una cámara fotográfica. Se puso en pie a la misma vez que comenzaba a manipularla, mirando torpemente a través del objetivo. Enseguida, se la colgó al cuello como si hubiera conseguido un gran trofeo. Seguramente, podría venderla por el equivalente a dos o tres mensualidades de su sueldo en el ejército. Tras soltar un gruñido, decidió salir de la casa.


   El muchacho se sintió aliviado al sentir cómo Farid se alejaba de su hogar sin haberlos descubierto. Durante varios minutos, permaneció a la expectativa de que pudiera volver. Podía percibir que se encontraba reunido con el otro soldado a una distancia más que prudencial. Por ello, decidió abrir la tapadera del arcón y deslizarse grácilmente fuera de éste. Desde ahí, examinó a su paciente, poniéndole la mano sobre la cabeza de cabellos claros. Ese color del pelo no era demasiado común por la zona y le llamaba mucho la atención. Kazim se alegró al constatar que prácticamente ya no tenía nada de fiebre, por lo que esperaba el momento en el que el hombre despertara para poder conversar con él y conocer su historia.


   De entre todos los montones de tela que había almacenados y que hacían las veces de mullido colchón para el extranjero, advirtió uno con varios de sus dishdashas. Su madre las habría guardado allí con la esperanza de que alguna vez volviera o, en cualquier caso, para que el pequeño Namir utilizara esas prendas una vez que alcanzara la adolescencia. Mientras se lamentaba de que aquello nunca ocurriría, consiguió sacar una de sus túnicas. Conforme se vestía, se dio cuenta de cómo su piel había comenzado a recuperarse de las quemaduras del sol. Había tenido la fortuna de contar con la tormenta de arena, la cual había mitigado de sobremanera los efectos letales del astro rey. Observó a través de la ventana que los remolinos de arena ya daban sus últimos compases y que había comenzado a anochecer, por lo que ya no tendría riesgo alguno de sufrir quemaduras hasta el siguiente amanecer.


   Tras quedarse pensativo durante unos minutos, miró de nuevo hacia el hombre que dormía. Tocó su cuello para hacer una última comprobación sobre su estado y, finalmente, cerró la tapadera del arcón. Había decidido aventurarse hacia donde se encontraban los soldados para intentar averiguar los motivos por los que se encontraban en su aldea. Pero sobre todo, pretendía expulsarlos de su aldea. 


   Rápidamente, abandonó el cuarto, con la intención de subir a la terraza de la vivienda. Durante el camino, tuvo que esquivar todo tipo de muebles y enseres desperdigados por el suelo tras el ataque de ira que había tenido Farid.




   Una vez en el exterior, se subió al bordillo de la azotea y, como si de un experimentado equilibrista sin miedo a caer al vacío se tratase, fue avanzando a lo largo de éste de una casa a otra. En varias ocasiones tuvo que realizar saltos de al menos tres metros para salvar la distancia que separaba algunas viviendas entre sí. Finalmente, llegó al tejado de la morada en la que se encontraban los milicianos en aquel momento. Se asomó por las escaleras que conducían al piso inferior y pudo escuchar cómo uno de los soldados cuestionaba lo que estaban haciendo.

—...hay al menos una veintena de nuestros compatriotas muertos por cada invasor iraní caído. Sigo pensando que gasear toda esta aldea no fue una buena decisión de nuestro líder.

—Te lo advierto, Iyad. No vuelvas a discutir las órdenes que se nos han dado desde los mandos superiores si no quieres acabar como Assim —amenazó Farid a su subordinado.

—Además, hemos perdido a la mitad de nuestro escuadrón... —continuó alegando Iyad—. Y seguro que aún queda algo de ese agente químico en el aire...

—¿Te recuerdo que has sido tú el que se ha cargado al novato? ¿Acaso quieres que lo reporte y te ejecuten por traidor? —le sentenció Farid recordándole su error al haber disparado a su compañero junto a la ambulancia—. No estarás de parte de los iraníes, ¿verdad?


   Iyad prosiguió en silencio el registro de la vivienda, en busca de posibles supervivientes a los que silenciar con la muerte, incluyendo al muchacho y al extranjero con los que se habían encontrado anteriormente. Tenían como objetivo que aquel ataque químico que había acabado con toda la población junto a varios soldados enemigos, fuera identificado por las autoridades internacionales como de origen iraní. De repente, escucharon una voz contundente y atronadora que los dejó paralizados.

—Abandonad inmediatamente esta aldea o seréis condenados por la eternidad al Yahannam.

—¿Has oído eso Farid? ¡Alá nos va a castigar! —dijo muy asustado Iyad, mirando en todas las direcciones al no lograr identificar el lugar del que provenía aquel mensaje—. ¡Hemos de salir de aquí inmediatamente, no quiero ir al infierno!

—¡No... no nos vamos a mover de aquí, Iyad! ¡Estamos haciendo lo que nos han ordenado! No... no hay motivo alguno por el que temer a lo que dice este impostor —replicó con cierto nerviosismo Farid.

—Más te vale escuchar las sabias palabras de tu hermano y dejar que todas las almas que yacen en esta aldea puedan descansar en paz —continuó Kazim, hablando hacia el interior de sus mentes.

—¡Yo me voy! —declaró Iyad mientras comenzaba a correr, buscando salir de esa casa.


   Farid dio un golpe de contundencia, disparando una ráfaga de disparos hacia el techo con su fusil. El estruendo pilló por sorpresa tanto a Iyad, quien se tiró asustado al suelo; como a Kazim, dando un sonoro espaldarazo contra la pared de las escaleras.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Farid al escuchar el ruido que se había producido.


   Inmediatamente, Kazim se repuso y recorrió a toda velocidad los peldaños que le separaban de la planta superior. Decidió salir de nuevo a la terraza para esconderse sobre el techo del rellano. Por su parte, un renqueante Farid comenzó a subir los escalones hacia donde había escuchado el golpe del muchacho.

—Lamentarás el haberte hecho pasar por Dios para engañarnos —farfulló Farid totalmente encolerizado.


   Ya subido sobre el tejado, Kazim aplastó su cuerpo contra la superficie, debido a que la estructura donde se encontraba no disponía de ningún bordillo con el que se pudiera ocultar.

—¡Muere de una vez y vete tú al infierno! —exclamó Farid a la vez que disparaba contra todos los muebles y posibles escondites de la habitación que había tras subir las escaleras.


   Kazim era consciente de que las balas no tenían un gran efecto sobre él, pero aún así, el impacto de éstas sobre su cuerpo seguía siendo doloroso. Por otro lado, no tenía intención alguna de cobrarse otra víctima mortal; si no era para salvar la vida de otra persona. No quería más reprimendas de Serezade, ni volver a sentirse culpable de satisfacer a su bestia interior. A lo sumo, podía contener al demente de Farid, quien justo irrumpía en la terraza donde se escondía él. Debía actuar rápido, antes de perder el factor sorpresa.






Ante la restricción de no poder matar a Farid, ¿qué decidirá hacer Kazim en la situación en la que se encuentra?

A) Permanecer oculto, llegando a retroceder para que Farid no lo encuentre hasta que desista de su búsqueda.
B) Volver a hablar con su mente. Detallar qué le dirá a Farid.
C) Abalanzarse sobre Farid para inmovilizarlo y desarmarle, a sabiendas de que aún queda otro soldado armado.
D) Saltar sobre el miliciano con la intención de curarle y de que éste pueda cambiar su actitud hacia él.

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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...