Esta es la continuación directa del capítulo Nadin Novak - 4, protagonizado por Alger Furst.
Forma parte de la historia principal de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.
Ir a Nadin Novak (4) - La calle apagada
No era la primera vez que Alger temía por su vida estando atrapado en una ambulancia. En esa ocasión, dos personas más corrían peligro junto a él: un hombre y una mujer. Ella era la doctora Nadin Novak. Entre otras cosas, le había atendido después de que el vampiro Bertram Kastner le hincara sus afilados colmillos en el cuello y bebiera una buena parte de su sangre, a pesar de ser amigos. Por supuesto, el reportero de cabellos rubios había quedado irremediablemente prendado de Nadin. ¿Y de qué mujer no se encaprichaba él?
Por otro lado estaba Moe, un amigo de Nadin. Trabajaba como conductor de ambulancias en el mismo hospital que ella. A Alger le molestaba cada vez que éste acaparaba el protagonismo y conseguía lucirse. Tenía claro que ese hombre no se conformaba con una simple relación de compañeros de trabajo y que estaba desplegando toda su artillería para alcanzar la siguiente base en el corazón de ella. Sin embargo, habían logrado escapar del hospital gracias a él, teniendo éste el detalle de llevarles hasta donde estaba aparcado su coche: una calle oscura, próxima a la estación de tren de Stuttgart.
Ante ellos se encontraba Volker Banach, un despiadado vampiro al que muchos seres de la noche temían. Éste no quitaba ojo a sus tres presas, relamiendo de forma inquietante su siniestra sonrisa. Alger era el único que conocía su aspecto tras haber tenido la desgracia de toparse con él la noche anterior. Aunque eso le convertía en uno de los pocos que podían presumir de haberlo visto y seguir vivos para contarlo. ¿Correría la misma suerte en ese segundo encuentro?
—¡No os quedéis quietos y huid ya! —Algo mareado y sin que su cuerpo le obedeciera, Alger solo podía alentar a Nadin y Moe para que salieran del trance en el que estaban sumidos. La sola presencia de Volker los mantenía hipnóticamente paralizados.
El enemigo no tardó en clavar sus afiladas zarpas a ambos lados de la entrada a la ambulancia, produciendo un quejido metálico que chirrió por todo el habitáculo. Aterrados al ver aún más bloqueada su única vía de escape, los tres intentaron alejarse todo lo posible hacia el fondo. Varios utensilios de una de las estanterías quedaron desparramados por el suelo después de que Nadin se golpeara con ella. En cuanto a Moe, pegó un grito al sentirse acorralado, abrazando con fuerza la maleta. Confiaba ciegamente en que le serviría de escudo ante el vampiro.
—Vosotros que podéis correr, salid de la ambulancia en cuanto veáis la más mínima oportunidad —les sugirió Alger mientras conseguía incorporarse con dificultad sobre la camilla—. Haced todo el ruido que podáis para alertar a...
—Oh, huelo a desesperación por aquí dentro, conejillos —le interrumpió Volker a la vez que ponía un pie dentro, inclinando bruscamente el vehículo hacia él—. ¿Sabíais que el miedo, el pánico, el terror... provocan que vuestra sangre esté mucho más deliciosa?
—¡No... no te a-a-atrevas a entrar en mi a-a-ambulancia, cuerpo-escombro! ¿Se puede saber qué pretendes, malnacido? No eres más que una rata inmunda disfrazada que se entretiene asustando a la gente por diversión, llamándonos conejitos por esa boca-buzón que tienes... —Moe consiguió envalentonarse, sufriendo por la integridad del vehículo. Se había autoconvencido de que todo se trataba de una broma de mal gusto orquestada por aquel demente.
—¡Moe, rápido, dame tu mechero! —le ordenó Nadin mientras agarraba uno de los botes de desinfectante que rodaba por el suelo—. También necesito la toalla y la camisa que están atadas en el asa de la maleta. ¡Ya!
—Deja que te ayude con el nudo. —Alger no quería sentirse excluido del plan aún estando impedido. En situaciones como aquella, la unión, además de la coordinación y la rapidez, hacían la fuerza. Tampoco le hacía gracia que el otro se apuntara un buen tanto en solitario si conseguían sacar adelante el plan.
Sin más contemplaciones, Volker intervino propinándole un puñetazo en el abdomen a Nadin. El vampiro se había desplazado a una velocidad pasmosa, pillando de improvisto al trío. Conforme la elevaba por el efecto del golpe, una lanza ensangrentada brotó de la espalda de ella hasta casi tocar el techo. Rígida y sin poder moverse, solo dejó escapar un grito ahogado por el dolor. Moe soltó el mechero y las llaves de la ambulancia que tenía en las manos, atónito a lo que estaba contemplando. Rápidamente, volvió a aferrarse a la maleta, interponiéndola entre la bestia y él.
—¡No, Nadin! —exclamó Alger al ver cómo Volker la mantenía ensartada en alto.
Un torrente de adrenalina reactivó el cuerpo del reportero, permitiéndole brincar desde la camilla hasta conseguir agarrar a Nadin por la cintura. Poco o nada le importaba estar desprotegido ante lo que pudiera hacerle el vampiro. Solo pensaba en liberarla, y para eso debía empujarla hacia arriba. Pero sus fuerzas, mitigadas por su convalecencia, no se lo iban a poner nada fácil.
—¡Tío, ayúdame a sacarla de aquí! —le exigió a Moe, quien no hacía atisbo alguno por socorrerla.
Alger sintió cómo todo el peso de Nadin recaía sobre él, a la vez que el filo que la atravesaba se retraía. Con la misma velocidad que había efectuado su ataque, Volker retrocedió hasta salir de la ambulancia y quedarse a sus puertas.
—¿Cómo... puede moverse tan rápido? No es físicamente posible... —se preguntó Alger impactado por la agilidad del monstruo, a la vez que abrazaba a Nadin e intentaba mantener a ambos en pie.
—Agh, me duele mucho... —pudo decir ella antes de perder el conocimiento. Los dos se desplomaron sobre el lateral de la camilla.
—Eh, no te duermas, Nadin. Sigue hablando, por favor... —le pidió él, haciendo esfuerzos por levantarla—. ¡Joder, Moe, ayúdame a subirla!
—No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir... —repetía sin parar el conductor, realmente afectado por todo lo que estaba ocurriendo.
—¡Mooooooooooooe! —gritó Alger, haciendo un sobreesfuerzo con el que consiguió dejarla tumbada sobre la camilla. Exhausto y mareado, cayó de bruces al suelo del vehículo.
Cuando recuperó parte de su aliento, pudo contemplar cómo Volker se deleitaba con el arma ensangrentada que había atravesado a Nadin. Pero advirtió que no la sostenía en su mano, sino que le salía de la muñeca. Recordó cómo la noche anterior toda la osamenta de su enemigo se había estirado hasta transformarse en un monstruo gigante y perturbador. Como si tuviera vida propia, la protuberancia se curvó hacia la boca del vampiro al ritmo de varios crujidos. Éste no tardó en relamer concienzudamente el hueso, degustando la sangre de Nadin y mostrando un exagerado placer.
—Ojalá te cortes la lengua y te ahogues, bastardo —murmuró entre dientes Alger, asqueado al ver cómo la retorcía de forma similar a un tentáculo.
Aquel comentario no pasó desapercibido para Volker, quien clavó su mirada en él, dedicándole una siniestra sonrisa con su dentadura teñida de rojo oscuro.
—No me equivocaba al pensar que iba a estar deliciosa —le declaró lánguidamente, señalando a la mujer con uno de sus alargados dedos—. Ardo en deseos de probar al otro conejillo. El miedo ya está cocinando su sangre. ¡Sin duda, va a ser una cata espectacular!
La espeluznante carcajada que soltó Volker hizo que todos los músculos de Alger se tensaran al unísono, ayudando a que pudiera ponerse en pie rápidamente. Moe no se inmutó. Seguía repitiendo de manera compulsiva que no quería morir.
—¡Nadin, despierta! ¡Tienes que resistir! —Sangraba de forma considerable y no se movía.
El reportero se dio prisa en colocar ambas manos de la mujer sobre la herida y presionar para contener la hemorragia, a la vez que le daba golpecitos en la cara para despertarla.
—¡Moe, necesito lo que Nadin te ha pedido antes! ¡Hay que evitar que se desangre!
Al ver que el conductor no reaccionaba, optó por encargarse de desatar la toalla y la camisa de la maleta. Pero no contaba con que Moe forcejearía al pensar que le iba a arrebatar su preciado escudo. De haberlo sabido, habría inspeccionado los cajones de las estanterías en busca de apósitos con los que taponar las heridas.
—No me la quites. No me la quites. No me la quites... —Moe se mecía nerviosamente, clavando las uñas en el cuero marrón de la maleta.
—¡Nadin se va a morir si no haces nada! —le chilló Alger desesperado tras hacerse con la prenda y la toalla—. ¡Reacciona y ayúdame!
Rápidamente, envolvió la camisa hasta formar una bola. La puso encima de la herida del abdomen y volvió a colocar las manos de Nadin sobre el improvisado apósito. A continuación, dobló varias veces la toalla hasta formar un bloque. Cuando localizó el orificio de salida asomándose por debajo de su espalda, dejó escapar un suspiro.
—Lo siento, doctora Novak. Esto va a doler un poco. —Alger la levantó lo suficiente como para poder encajar el improvisado tapón debajo de ella.
No pudo evitar sobrecogerse al oír los gritos de ella, aunque se alegraba de que hubiera recuperado la consciencia. El tiempo apremiaba y no aguantaría demasiado en ese estado. Debía llevarla a un hospital o a cualquier otro lugar donde pudieran dispensarle toda la atención médica que él no era capaz de ofrecerle. Tenían el mejor medio de transporte para llegar hasta allí, pero el conductor no se encontraba en su mejor momento. Además, la mera presencia de Volker Banach hacía más complicada la ecuación.
—Nadin, vas a salir de esta, confía en mí. —Sabía que estaba perdiendo demasiada sangre al ver que la camisa que debía pertenecer a Bertram ya estaba prácticamente empapada. Aún así, no quería perder la esperanza por salvarla.
Alger presionó con fuerza sobre la hemorragia, haciéndose una idea del destrozo de tejidos y órganos que debía tener por dentro. Estaba decidido: Moe se encargaría de conducir y él de vigilar a Nadin. Y, en caso de que Volker intentara complicarles la huida, sacrificarse para hacerles ganar tiempo a los otros dos. De buena gana le atizó una patada a su compañero ausente.
—¡Moe, espabila! ¡Haz lo que mejor sabes hacer y sácanos de aquí! ¡Nadin te necesita!
En un último intento por hacer que Moe reaccionara, Alger recogió las llaves de la ambulancia y se las espetó en la mano. Consiguió levantarlo con algo de esfuerzo y unas cuantas arengas, rematando la jugada con un fuerte guantazo en la espalda con el que consiguió que el conductor saliera escopetado de la ambulancia. Eso sí, parapetándose con la maleta, la cual ya parecía una extensión más de su cuerpo. Todavía entretenido con dejar el hueso más limpio que una patena, Volker hizo como que lo ignoraba cuando éste pasó asustado por su lado.
—¡Esa es la actitud, Moe!
Sin embargo, sus esperanzas por que todo saliera según lo planeado se desvanecieron al verlo seguir en línea recta, como alma que llevaba el diablo, dejando tras de sí una ristra de ridículos alaridos.
—¡¿A dónde vas?! ¡Tienes que conducir la ambulancia! —exclamó Alger desconcertado, perdiéndolo de vista en la negrura—. ¡Estás sentenciando a Nadin a una muerte segura!
—Mortales egoístas. En cuanto veis vuestras vidas peligrar, traicionáis a los vuestros en pos de sobrevivir —le contestó jocosamente Volker—. Seguro que tú también quieres abandonarla y seguir viviendo. Sé que lo estás deseando, conejillo.
—Serás hijo de... ¡No te atrevas a decir eso después de lo que le has hecho, bastardo! ¡Conseguiré que se salve, cueste lo que cueste! —le desafió Alger, mirándole de tú a tú.
El vampiro soltó otra de sus estridentes carcajadas. Casi no había terminado de reírse cuando apareció dentro de la ambulancia, frenando su rostro a escasos centímetros del de Alger. Desde luego, no iba a permitir que la provocación de un simple humano quedara impune. Intimidándole y expeliendo un frío inusual a su alrededor, consiguió que el cuerpo del reportero comenzara a temblar, buscando minar su fuerza de voluntad.
—Vuestras vidas me pertenecen. Hagas lo que hagas, ella morirá —le rebatió Volker, expulsando un fétido aliento hacia él—. Solo yo estoy en disposición de detener su muerte...
—¡Pues hazlo ahora! —le bufó Alger.
Pero antes de que pudiera pestañear, recibió un manotazo en la cara, golpeando violentamente el suelo y estremeciendo todo el vehículo. Varios utensilios y cajas bailaron en los estantes.
—¡Alger! —exclamó Nadin, ladeando la cabeza hacia donde se encontraba éste.
—Tranquila... estoy bien —le mintió él. Aturdido, descubrió que le brotaba sangre cerca de la sien.
—¿Quién te crees que eres para darme órdenes, mortal insignificante? —le advirtió severamente Volker, acercándose lentamente hasta arrinconarlo.
En esa ocasión, Alger prefirió no contestar. Se quedó mirándolo fijamente, teniendo tiempo de estudiar sus grotescos rasgos y los llamativos ojos de un marrón anaranjado con los que le amenazaba. Se preguntaba si eso iba a ser lo último que presenciaría antes de morir.
—Ahora siento curiosidad por saber si serías capaz de dar tu vida a cambio de salvar la de ella —le planteó Volker volviendo a hacer gala de su carácter ácido a la vez que jocoso.
—¡Por supuesto que sí! —le contestó de inmediato Alger intentando ponerse de pie—. Si no fuera por mí, ella no habría venido aquí...
—No, Alger. ¡Cállate! No le des ideas estúpidas —le interrumpió Nadin, siendo consciente de las consecuencias que tendría aquello para ambos.
A unos metros de allí, el motor de un coche comenzó a rugir. Las luces de éste disolvieron la oscuridad de alrededor, tiñéndola de tonos amarillos y rojizos.
—Será desgraciado. ¿Qué hace Moe con mi coche? —se preguntó Alger palpando los bolsillos de su pantalón—. Si tiene las llaves del coche también tiene las de mi casa.
—He de encargarme de un asunto. Volveré para que me comuniques tu deseo, conejillo.
—¿Mi deseo? Métete la lengua por... —Pero Alger se contuvo antes de que comprara otra papeleta para recibir un golpe.
Conforme se alejaba dando amplias zancadas, el cuerpo del vampiro iba profiriendo una serie de inquietantes crujidos. Alger no daba crédito a cómo sus piernas se iban alargando. De esta forma, no tardó en alcanzar el vehículo en el que Moe pretendía huir. Éste había dado marcha atrás para salir del estacionamiento y no se había percatado de la presencia de Volker. Cuando se peleaba con la palanca de cambios para desatascarla del punto muerto, el conductor sintió cómo algo envuelto en una lluvia de cristales lo agarraba y tiraba de él hasta sacarlo por el hueco de la ventanilla.
—Entenderás que no puedo consentir que escapes de mí, conejillo —se regocijó el vampiro acariciando el rostro de su presa con sus afiladas uñas—. Tengo una reputación que mantener.
—¡Perdona por lo que te he dicho antes! ¡No quiero morir! ¡Por favor! ¡Perdóname! —le suplicó Moe, sintiendo los cortes en la cara e intentando sin éxito desabrocharse el chaleco por el que Volker lo tenía sujeto.
—Deliciosa. Está en su punto —declaró la criatura nocturna, lamiendo sus dedos manchados de sangre.
—¡No me mates! ¡Llévate a-a-a ellos! ¡Y también mi a-a-ambulancia! ¡Puedo darte dinero también! Tengo casi cincuenta mil marcos a-a-ahorrados.
—¡Qué sencillo es derribar tus principios, conejillo! Estoy pensando en que tu cabeza le iría perfecta a uno de los homúnculos que estoy creando. Con una voluntad tan volátil como la tuya, será más dócil ante mis órdenes. —Los huesos de Volker comenzaron a crujir nuevamente, acrecentando la angustia de su presa—. Alégrate. No todos los conejillos que atrapo tienen el honor de pertenecer a mi ejército.
Mientras tanto, Alger había intentado distraer al vampiro arrojándole un frasco con desinfectante. A pesar del comportamiento cobarde y ruin que había demostrado Moe, el reportero sentía que debía ayudarle a escapar de las garras de Volker.
—Mal momento para que me fallen las fuerzas —farfulló Alger. Decepcionado consigo mismo, habría apostado a que su proyectil llegaría hasta golpear a Volker. Pero a malas penas alcanzó la mitad del recorrido previsto. Necesitaba otra cosa que pudiera lanzar para brindar al conductor de ambulancias de una nueva oportunidad de escapar.
—No puedes hacer nada por Moe. Ese monstruo es de los que no dejan testigos —le advirtió Nadin incorporándose hacia él.
—¡No voy a tirar la toalla mientras haya esperanza!
—¡Es que no la hay!
La discusión quedó interrumpida por un grito desgarrador de Moe. Perfilada con la luz del coche de Alger, la monstruosa silueta de Volker tenía agarrada a su víctima por ambos tobillos. Se bastaba de una sola de sus garras para mantenerlo en alto, utilizando la otra para juguetear clavándole su huesudo índice en distintas partes del cuerpo. Desde luego, la proporción de sus brazos y piernas era abominable.
No tardó en acometer el fatal desenlace para Moe. La última visión que tuvo éste debió ser horrible, ya que su cabeza fue engullida por las enormes y afiladas fauces de Volker Banach. Estas se cerraron, aprisionando el cuello de su víctima, desgarrando todas sus fibras y haciendo añicos las vértebras hasta partirlo en dos. Un bulto esférico se abrió paso por el esófago del vampiro, lubricado con la sangre que bebía del tembloroso cuerpo decapitado.
Notablemente afectado, Alger volvió junto a la camilla. Desesperado, intentaba encontrar la manera de levantar a Nadin y llevársela de allí. No iba a permitir que sufriera el mismo final que Moe. Ella lo detuvo acariciándole la mejilla donde le había golpeado Volker.
—¿Acaso crees que podrás cargar conmigo tal y como te encuentras?
—¡No pienso dejar que ese monstruo te devore a ti también! —En aquel momento, Alger reparó en la silla de ruedas plegada bajo la camilla.
—Para cuando lo vaya a hacer, seguramente ya esté muerta.
—¡No digas eso! ¡No te puedes morir! —Hizo una pausa y aprovechó para tragar saliva—. No vas a morir. Si Volker nos alcanza, le daré mi vida a cambio de la tuya.
Nadin dejó de hacer presión sobre su abdomen para agarrarle de ambas manos.
—¿Confías en la palabra de ese monstruo? ¿Sabes lo que me hará para evitar que muera?
—Debe hacer lo que me ha propuesto. Los vampiros han tener una especie de código de honor que les obligue a cumplir con lo que prometen. Y pueden usar su sangre para curar...
—Déjate de películas, Alger. Hace siglos que Volker Banach perdió su código de honor. Seguramente, mucho antes de ser convertido en vampiro. —A Nadin le costaba respirar y cada vez se notaba más fatigada—. Su sangre no es capaz de curar una herida de este calibre. Mi única opción para no morir es que él me convierta en una de los suyos. No... no quiero pertenecer a su jerarquía...
Sin poder soportar ese jarro de agua fría llamado realidad, los ojos de Alger se volvieron vidriosos. Comenzaba a dar por hecho que el destino de la mujer estaba listo para sentencia. Apoyó la cabeza sobre las manos de ambos y comenzó a pedirle perdón insistentemente.
—No tienes la culpa de lo que ha ocurrido... —le intentó reconfortar Nadin.
—Pero si no llega a ser por mí, jamás hubierais venido a morir aquí —protestó él, volviendo a interrumpirla—. ¡Tendría que morir yo y no vosotros!
—Yo solo seguía las órdenes que me han dado. Tú simplemente te has dejado llevar. Y Moe... ahí sí que tengo yo la culpa...
—No es justo que esto termine así para ti. —Alger apretó los puños con rabia. Sentía que le debía la vida y aún se veía en la obligación de hacer algo por ella.
De repente, un rayo de esperanza los iluminó.
—¿Qué ocurre aquí?
Una acaramelada pareja que paseaba por la oscura calle Ossietzky había sentido la curiosidad de asomarse hacia el interior la ambulancia. Tras la sorpresa que les supuso su presencia, Alger atinó a pedirles ayuda.
—¡Ahg! ¡Cuánta sangre! —gritó la mujer escandalizada al fijarse en Nadin. Tapándose la cara con las manos, se echó a un lado para no seguir mirando a riesgo de desmayarse.
—Me llamo Haines. Sé algo de primeros auxilios. ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo os puedo ayudar? —se ofreció el hombre mientras subía a la ambulancia.
—Tiene todo el abdomen perforado. Hay que llevarla a un hospital lo antes posible, pero no podemos conducir la ambulancia. Podemos llevarla en la silla de ruedas... —le explicó Alger, agachándose debajo de la camilla.
—Será mejor si la mantenemos en horizontal. Utilizaremos la camilla hasta el hospital que hay al final de la avenida principal. Retire los anclajes de las patas para poder sacarla. —Haines se quitó el abrigo pensando en todo el esfuerzo físico que debían acometer—. Meret, encárgate de mi abrigo.
—Todo listo por aquí. —Cuando Alger se incorporó de nuevo, le dedicó una sonrisa a Nadin junto a varias palabras de ánimo. Veía que su salvación era factible.
Por su parte, Haines miraba a uno y a otro lado de la ambulancia en busca de su mujer.
—¿Meret? ¿Dónde te has metido? Tenemos que darnos prisa.
—Mierda... no —masculló Alger, intentando localizar a Volker junto a su coche.
—¡Meret! —siguió llamándola Haines.
—¡Vete y llama a la policía! ¡Que vengan todos los efectivos que puedan! —le ordenó Alger temiéndose lo peor—. Hay un loco suelto por aquí que posiblemente se haya llevado a tu mujer.
—¿Qué dice? ¡No pienso irme sin Meret! —Haines dio varios rodeos a la ambulancia, repitiendo el nombre de ella sin descanso.
No tardó en llamarle la atención el coche de Alger, cuyas luces y motor seguían encendidos. Convencido en que eso podría estar relacionado con la desaparición de Meret, emprendió una carrera hacia aquel escenario. Pero cuando se encontró con el cadáver de Moe, no pudo evitar trastabillar, cayendo de costado al suelo. Comenzó a dar arcadas al ver que le faltaba la cabeza.
—Conejillo mío, estoy muy asustada —anunció una voz aguda a la vez que siniestra junto a la ambulancia.
Inmediatamente, Meret descendió ante las puertas del vehículo, como si se tratara de una marioneta sujeta por hilos invisibles. Tanto Alger como Nadin podían ver cómo le faltaban los ojos, además de todo signo vital. Aquello, unido al reguero de sangre que manchaba su ropa desde el cuello hasta la pierna, no dejaba lugar a dudas sobre quién había tenido que ver con su muerte.
—¡Quédate ahí, cariño! ¡Ya voy para allá! —le anunció Haines poniéndose de pie y alejándose de los restos de Moe.
—¡Nooooo! ¡Es una trampa! ¡Da media vuelta y huye! —le alertó Alger.
—¡Ni hablar! No pienso abandonarla con ustedes.
—¡Vete! ¡Ya está muerta! —Las advertencias de Alger caían en saco roto.
En el momento en que Haines llegó junto a ella, Meret se giró hacia él repentinamente. Como si se tratase de un autómata, abrió sus brazos con un movimiento un tanto robótico. No tardó en cerrarlos, aprisionando el cuerpo de su pareja, aún conmocionado por la visión de ese rostro con las cuencas oculares vacías.
—Estaremos juntos para toda la eternidad, conejillo mío. —Aunque Meret movía la boca al compás de sus palabras, Haines se dio cuenta de que la voz venía de más arriba. Alzó la mirada y acertó a ver un ser gigantesco y extremadamente delgado que le sonreía con una boca más grande de lo normal.
Mientras que Haines intentaba zafarse de los brazos de su mujer, ambos comenzaron a elevarse lentamente. Sus alaridos opacaron el sonido que producían los huesos de ella al crujir. En el instante en que las dos hileras de costillas de Meret le atravesaron el tórax hasta emerger por su espalda, la angustia del hombre terminó. La calle quedó en silencio.
—Alger, en serio, escapa. Yo... —le insistió Nadin. Ya no albergaba ninguna esperanza de que se obrara un milagro. Sentía su cuerpo cada vez más frío y dormido.
—He dicho que no voy a abandonarte. —Alger seguía con atención el movimiento que realizaba el péndulo formado por la pareja abrazada, esperando que en cualquier momento apareciera el vampiro.
—¿Aún no te has dado cuenta de... que te contradices... a ti mismo?
—No sé a qué te refieres. Ya te he dicho que iba a quedarme aquí contigo y eso es lo que estoy haciendo. —Al verla temblar, Alger cogió el abrigo de Haines y lo extendió sobre ella.
—Dime... ¿qué te ha parecido lo que... ese hombre ha hecho volviendo... a pesar de tus advertencias?
—Un suici... —No quiso terminar su respuesta al ser consciente de la conclusión a la que Nadin quería que llegara.
A su juicio, el pobre Haines había cometido una locura al volver para tratar de reunirse con la malograda Meret. Había intentando por todos los medios evitarle una muerte segura, pero éste había hecho oídos sordos, siguiendo los imprudentes dictámenes de su corazón. Y precisamente, eso mismo era lo que le estaba ocurriendo a él, tratando de salvar a Nadin.
—Alger, haz... que nuestra huida sirva de algo. No dejes... que el enemigo te atrape. Hazlo... por Moe... Por Meret... Por Haines... Por mí...
Ambos rompieron a llorar. Eran conscientes de que el momento de la despedida había llegado. Alger se resistía a soltar por última vez la mano de Nadin.
—Qué mejor manera de... despedirme de este mundo que... disfrutando de tu compañía... Alger.
Alger hizo un atisbo de sonreír al escuchar de su boca la misma frase que él le había dicho unos minutos antes.
—Nos vemos... en otra... vida.
Nadin cerró los ojos lentamente. Su brazo cayó sobre la camilla en cuanto los dedos de Alger no fueron capaces de seguir sosteniendo su mano.
En este punto crucial de la historia, Alger ya ha tomado una decisión. Esta vez, vuestras elecciones servirán para confeccionar un capítulo de "¿Qué pasaría si Alger...?". Aún así, podéis elegir una opción de cómo os gustaría que continuara. Y una segunda opción para el capítulo alternativo.
A) Alger se queda en la ambulancia, intentando reanimar a Nadin. Cuando Volker vuelva, le pedirá que la convierta en vampiro a cambio de su vida.
B) Decide vengarse de Volker, preparándole un cóctel molotov con el mechero y los todos los líquidos inflamables que encuentre en la ambulancia.
C) Baja del vehículo de forma sigilosa con la idea de alejarse a la vez que va escondiéndose.
D) Sale corriendo sin mirar atrás hacia su coche para recuperarlo y poder huir en él lejos de allí.
Deja un comentario con la opción elegida para que continúe la historia y con otra opción para uno de los capítulos alternativos. Puedes ampliar tu respuesta si lo consideras necesario.