miércoles, mayo 01, 2024

Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25.

Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su viaje a Berlín. Jünaj determinó que su memoria había sido alterada, provocándole ese efecto al encontrar alguna incoherencia. El anfitrión le propuso recuperar sus recuerdos. Sin embargo, ese ritual no estaría exento de peligros y otras revelaciones.

El capítulo forma parte de la historia interactiva Bertram Kastner: El Origen Olvidado, protagonizado por Bertram. Al final de esta entrega, podrás elegir qué decisión tomará el protagonista a continuación.





Tan solo quedaban quince minutos para que dieran las seis de la mañana. Bertram deseaba ir cuanto antes al punto de encuentro para poder rescatar a su hijo. El mero hecho de imaginar por lo que estaría pasando su pequeño en manos de Niels Rainath le desgarraba por dentro. Pero por otro lado, necesitaba estar lo más preparado posible para cuando se viera las caras con su enemigo; quién sabe lo que podría pasar.
   —Resiste, Bertram. Enseguida podrás reunirte con mamá. —No le importaba que el niño no pudiera oírle desde donde quisiera que estuviera.


   Debía darse prisa si no quería perderlo para siempre.

   —Quiero intentarlo otra vez. Adelante, Jünaj.


   El anfitrión hizo un gesto de asentimiento. Sin más dilación, sujetó a Bertram por los hombros y le mordió en el cuello con suma delicadeza. De nuevo, este sintió un dolor placentero que envolvió su cuerpo de arriba a abajo. Intentaba concentrarse en su objetivo: no dejarse embaucar por el mordisco de Jünaj. 

   —Muérdele, muérdele, muérdele... —se repetía incansablemente en su mente.


   Aún seguía consciente y sus colmillos ya estaba listos para pasar a la acción. Tras sufrir unos ligeros espasmos, consiguió estirar lentamente los músculos del cuello y enfilar su boca hacia la yugular de Jünaj. Sentía su sangre cerca. Anhelaba volver a probarla. La tenía a su alcance. Lo había conseguido. Pero justo al abrir sus fauces, escuchó el llanto de un recién nacido tras él. El recuerdo de su hijo al nacer irrumpió en su mente. El mismo niño que moriría a manos de Niels Rainath si él no lo remediaba.


   Se giró por instinto, esperando encontrarse con su pequeño. Pero en lugar de verse en el hospital donde Ingrid dio a luz, se había trasladado a una habitación lúgubre, con un tono anaranjado fruto del tintineo de las velas. A su lado, un hombre y una mujer con las manos ensangrentadas trataban de hablar con él, aunque Bertram hacía caso omiso a lo que le decían. A unos pasos de distancia, una anciana sostenía en brazos al bebé cuyo llanto desconsolado inundaba sus oídos. Su mirada estaba concentrada en la mujer que yacía inmóvil sobre una mesa de madera robusta. Entendió que se trataba de la esposa de Jünaj, quien por desgracia había fallecido durante el parto. Aún así, Bertram, rememorando los recuerdos de su anfitrión, intentó acercarse hacia donde estaba ella. Interceptándolo, la pareja se lo impidió.

   —¡No, Jonas! No la toques, o la podredumbre también se extenderá por tu cuerpo —le advirtió el hombre mientras lo agarraba ayudado por la otra mujer.

   —E-es por mi culpa —balbuceó Bertram sin conseguir zafarse de ellos—. E-el Szadista te-tenía razón. E-ebba moriría si daba a luz un hijo mío...

   —Es una niña. Y parece que está a salvo de ese mal —La anciana que sostenía al bebé intentaba darle algo de consuelo, pero guardó silencio en cuanto los demás le hicieron un gesto para que cerrara la boca.


   Sus ojos empañados por las lágrimas contemplaban cómo la piel de Ebba se teñía lentamente de un color similar al del carbón. Todo su cuerpo, a excepción del rostro, había sucumbido ya. Aún albergaba esperanzas de que abriera los ojos si le acariciaba sus mejillas. Necesitaba que su esposa despertara de esa pesadilla.

—¡Ebba! —gritó Bertram, haciendo otro infructuoso intento por alcanzarla con las manos mientras se ahogaba en sus propios sollozos.


   El desánimo por la pérdida de su pareja hizo que las piernas flaquearan hasta derrumbarse y quedar arrodillado en el suelo. Ebba y él habían conseguido ser padres después de haberlo anhelado durante tanto tiempo. Aunque el precio a pagar fue demasiado alto.

   —¡Jonas! —chillaron los demás al verlo caer.

   —É-él me maldijo... —se lamentó Bertram con la mirada perdida al frente.

   —¡Eso no son más que habladurías! ¡No te creas nada de lo que te dijo ese desgraciado! —le sugirió una de las mujeres.

   —Es una fatalidad lo que le ha ocurrido a Ebba. Su salud era muy frágil. Y a pesar de la enfermedad, Dios le ha permitido dar a luz a esta niña. ¡Alegrémonos por recibir este regalo bendito! —El hombre trató de justificar lo que había ocurrido, sin servir de consuelo para Bertram, al igual que tampoco lo hizo en su día para Jünaj.


   La luz de las velas se consumió rápidamente a la par que la escena se tornaba difusa. Después de salir de su ensoñación, Bertram volvió junto a Jünaj e Ikal. Se fijó en la sangre que cubría los labios del anfitrión, quien no había tenido lugar de relamerse. El rostro desencajado de Jünaj le hizo pensar en que algo no iba bien.

   —¿Qu-qué ocurre? —se atrevió a preguntarle Bertram.


   Hasta entonces, había considerado a Jünaj como alguien de convicción firme e inalterable. Pero acababa de descubrir su lado más vulnerable; su pasado como mortal, de nombre Jonas. En ambas visiones, el culpable de su miedo y desolación parecía ser el mismo: «el Szadista». ¿De qué le sonaba ese apodo? De nuevo, una dolorosa sensación volvió a taladrarle la cabeza.

   —Bertram, muérdeme. ¡Ahora! —le ordenó Jünaj por sorpresa.


   Mientras su cuerpo se desplomaba, notó cómo los brazos del anfitrión lo agarraban con fuerza. Su cabeza encontró descanso sobre el hombro de Jünaj, quien le seguía instando a que le mordiera. Poco a poco, el deseo de volver a probar su deliciosa sangre consiguió hacerse paso a través del intenso dolor que soportaba. Cuando vino a darse cuenta, tenía los colmillos anclados al cuello de este. A la vez que saboreaba el primer trago, experimentó un estado de clarividencia hasta entonces desconocido para él. Percibió el miedo de Ikal, quien expelía un grito enmudecido al ver a Jünaj doblegado y en serio peligro. Algo más lejos, sintió la incertidumbre de su mujer y de los que estaban junto a ella.


   Un torrente de sangre encabritado comenzó a caer por su garganta, excitando desmesuradamente los instintos de su bestia interior. Aquello era aún placentero de lo que lo había sido la vez anterior. Pero, ¿qué ocurriría si consumía toda su sangre? La advertencia de Ikal resonó en su cabeza. Debía detenerse antes de matar a Jünaj. A pesar de los intentos de Bertram por retirarse, sus ansias por seguir bebiendo se lo impidieron. Definitivamente, perdió el control y continuó engullendo; el frenesí iba en aumento.


   Bertram comenzó a sentir una gran presión en el pecho. Su corazón latía acelerado mientras que huía a toda velocidad por un oscuro corredor. Una luz exigua se colaba por los estrechos ventanales, junto con el ruido del fragor de una cruenta batalla. Tiró del portón que había al final del pasillo para descubrir estaba cerrado a cal y canto. Mientras lo aporreaba, alcanzó a oír cómo una puerta se abría tras él.

   —¡Jonas, ven por aquí!

   —¡Señor Siegward! —respondió Bertram reconociendo aquella voz—. ¿Cómo...?

   —Apresúrate. László te quiere dar caza. ¡Ven conmigo! —le urgió el noble mientras vigilaba que no hubiera nadie más.


   El cuerpo de Bertram se estremeció al escuchar ese nombre. Rápidamente, cruzó por la puerta antes de que Siegward echara el cierre. Mientras recuperaba el resuello, observó cómo el noble movía un pesado arcón y bloqueaba la entrada. Seguía sin encontrar una explicación razonable a su fuerza sobrehumana. Todavía recordaba cómo fue capaz de levantar su carromato sin casi despeinarse la primera vez que se encontraron.

   —¡Está herido, señor Siegward! —advirtió Bertram fijándose en su desgastado aspecto.


   La vestimenta de Siegward presentaba varios cortes y suciedad propios de una trifulca. Sin duda, había utilizado la espada corta que portaba en el cinto para abrirse paso hasta el interior del castillo. Bertram percibía la admiración de Jünaj hacia aquel noble, influida por la consideración que tenía hacia sus vasallos. Cualquier otro aristócrata lo habría dejado morir en manos del enemigo.

   —No has de preocuparte, Jonas. No es nada que haga mi vida peligrar. Enseguida me repondré.

   —Ha sido una temeridad que haya venido hasta este lugar, señor Siegward. Pero siempre le estaré agradecido por su ayuda —le correspondió Bertram haciendo una leve reverencia.

   —Los hombres del Szadista han bloqueado todas las salidas, incluyendo los accesos a los túneles subterráneos. —El noble agarró la vela que descansaba sobre una mesa cercana—. La única vía de salida del castillo es por los aires.

   —Pero nosotros carecemos de alas como las aves. ¿Cómo escaparemos? —Bertram reprodujo la inquietud de Jünaj, quien no era capaz de concebir el plan de Siegward.

   —Está todo dispuesto en el torreón central. —El noble comenzó a palpar la pared junto a la chimenea, hasta empujar uno de los embelecos. Tras oírse un chasquido, una puerta que hasta entonces había permanecido oculta se abrió ante ellos.



   El ruido de espadas al chocar acompañado de numerosos gritos invadió el pasillo contiguo. El frente de batalla les pisaba los talones, por lo que ambos se apremiaron a entrar por el pasadizo. Parecía que el noble conocía aquel entramado de pasillos secretos y no vacilaba al llegar a las bifurcaciones. Bertram iba unos pasos más atrás, analizando cada recodo que tomaban e intentando situarse dentro de la fortaleza. De repente, una voz le susurró al oído, dejándolo paralizado por completo.

   —¿Qué te ocurre, Jonas? No te detengas. Debemos darnos prisa —le apremió el noble volviendo sobre sus pasos.

   —E-es e-el Szadista. M-me ha hablado. ¡E-está aquí! —balbuceó Bertram tembloroso y sin todavía poder moverse.

   —¡No lo escuches o dará con nosotros! —Siegward le agarró de ambos brazos y lo agitó para sacarle del trance en el que se encontraba sumido.


   Por suerte, recobró parte de su valentía y las piernas volvieron a responderle. Sin más dilación, ambos continuaron con su huida. Aquella voz volvió a amedrentarlo en más ocasiones, pero consiguió seguir adelante. Mientras subían las empinadas escaleras del torreón, todo a su alrededor comenzó a temblar. La luz de la vela que portaba Siegward se desvaneció y los peldaños de piedra se desmoronaron. Mientras caía inexorablemente al vacío, un gran remolino de viento elevó por los aires a Bertram. Su cuerpo giraba cada vez a mayor velocidad y, mareado, no tardó en perder el conocimiento.

*****

   Lo hemos logrado, Bertram. Nuestras mentes ya están conectadas.


   Te estarás preguntando el porqué de pedirte que me mordieras. Ibas a desmayarte otra vez, lo que habría complicado el plan de rescate de tu hijo. Ahora, cálmate Bertram, o de lo contrario consumirás toda mi sangre antes de que podamos reconstruir lo que permanece oculto en tu memoria. Ikal tenía razón en lo peligroso que ha sido hacer este ritual en las condiciones en las que me encuentro. Pero sigamos adelante.


   No te preocupes por lo que ocurra fuera. En esta comunión mental, el tiempo fluye más despacio, por lo que el viaje a través de tus recuerdos tan solo nos llevará unos pocos minutos. En primer lugar, hemos de encontrar un hilo del que tirar. Nos tendremos que remontar a antes de que fueras convertido en vampiro. Ingrid mencionó que estuviste en Berlín. ¿Recuerdas qué te llevó a viajar hasta allá?


   Ya veo, también lo has olvidado. Sin embargo, hay algo de lo que has vivido en mi pasado que parece guardar relación con uno de tus recuerdos perdidos. Algo que ha estado a punto de hacerte perder el conocimiento. Bertram, ayúdame a guiarte para que tu memoria vuelva. ¿Qué necesitas saber de mi existencia para hacerte recordar?


Continuará...


Son muchas las incógnitas que tiene Bertram sobre el pasado de Jünaj, pero tratará de centrarse en las relacionadas con una persona. ¿Sobre quién le preguntará?

A) Jonas
B) Su mujer fallecida
C) László el Szadista
D) Siegward


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domingo, abril 07, 2024

Alger Furst (2) - Pulso entre un temible vampiro y un simple mortal

Esta es la continuación directa del capítulo Alger Furst - 1.

Forma parte de la historia principal de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.


Ir a Alger Furst (1) - Códigos de honor y de horror


   Una vez que Alger consiguió reponerse de tan amarga despedida, decidió poner toda la carne en el asador a la hora de cumplir con la última voluntad de Nadin. La miró por última vez, lamentándose de no haber podido hacer nada más por ella. Con cuidado de no llamar la atención de Volker, salió de la ambulancia. Rápidamente, se escurrió debajo del coche más cercano. Desde esa posición podía contemplar a la criatura sentada a horcajadas encima del vehículo de emergencias. Si ya de por sí le intimidaba, ahora que tenía como mínimo la estatura de tres hombres le parecía incluso más horrible.


   Ajeno a la huida del superviviente, el vampiro sostenía en alto a los cuerpos unidos de Haines y Meret, a los cuales exprimía para que la sangre que les emanaba por la boca cayera de manera más abundante. El ruido exagerado que hacía su garganta al tragar pondría los pelos de punta a todo aquel que lo escuchara.

   —¿Acaso crees que no sé donde estás, conejillo? —le preguntó con cierta sorna Volker, sabiendo que llevaba un rato arrastrándose por el asfalto, con la intención de alejarse de él bajo los coches aparcados—. Desde aquí puedo oler la sangre de la herida que tienes en la cabeza.


   Un repentino escalofrío dejó a Alger paralizado. Con su mano temblorosa, se tocó la sien. Aún le dolía. No tardó en oír un golpe y ver cómo los cuerpos de la pareja yacían en el suelo. Los amortiguadores de la ambulancia chirriaron; el monstruo se había puesto en pie. Presa del pánico no pudo hacer más que contener la respiración y cerrar los ojos.


   Tan solo un par de pasos le bastaron a Volker para plantarse delante del coche bajo el que sentía la presencia de su víctima.

   —¿Te gusta este escondite? —El vampiro plantó su pie sobre el vehículo, adoptando una pose chulesca a la misma vez que hundía el chasis y hacía saltar los cristales en pedazos—. No te preocupes, conejillo. Yo te ayudaré a salir de tu madriguera en cuanto terminemos de jugar.


   Volker se ensañó con el vehículo, poniendo todo su peso sobre él y clavando sus afilados dedos en los neumáticos traseros. La chapa del coche se quejaba mientras que los trocitos de cristal crujían sin cesar. Una de las ruedas delanteras también terminó reventando.

   —Espero no haberme sobrepasado y que aún estés con vida cuando te entregue a Niels Rainath. —El vampiro saltó a suelo firme mientras reía orgulloso por haber atrapado al escurridizo mortal.


   En cuanto levantó el amasijo en el que se había convertido el vehículo y comprobó que no había ningún rastro de Alger en el asfalto, su alegría se desvaneció. Tampoco estaba adherido a los restos del coche. Confundido al haber sido engañado por su sentido del olfato, estrelló el maltrecho automóvil contra el pavimento. Sus huesos comenzaron a crujir a la vez que se acortaban lentamente. Tumbándose a ras del suelo, consiguió dar con Alger, quien estaba a tres vehículos de distancia.

   —¡No dejaré que te vuelvas a escapar! —bramó enfurecido.


   Rápidamente, gateó, levantando todos los vehículos a su paso hasta llegar a donde se encontraba Alger, quien dejó escapar un grito de pánico al ver llegar a Volker tan cerca de él. Pero algo impedía que sus brazos pudieran ni tan siquiera rozar a su víctima.


   Sin llegar a entender porqué el monstruo vacilaba tanto en atraparle, Alger reaccionó saliendo de debajo de lo que había sido su escondite. Era consciente de que llevaba las de perder huyendo y que, en cualquier momento, el vampiro le daría caza. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. Emprendió una carrera hacia su coche, que todavía le esperaba con las luces encendidas y el motor en marcha. No se encontraba en las mejores condiciones para recorrer la distancia que les separaba sin tener ningún amago de marearse o de perder el equilibrio. Los rugidos de Volker que oía tras él tampoco ayudaban. Aun así, no miró hacia atrás en ningún momento. Lo que le daba el mayor impulso para seguir adelante era el recuerdo de las últimas palabras de Nadin.


   Parecía que le estaba otorgando cierta ventaja con el objetivo de darle más emoción a la cacería, pero en realidad el vampiro se iba topando con obstáculos invisibles que le dificultaban llegar hasta su presa. Enervado a la vez que frustrado, se detuvo para echar un vistazo a los alrededores e intentar localizar a quien estuviera interfiriendo. No tenía dudas de que Alger estaba recibiendo una ayuda muy valiosa. Sin embargo, parecía que en esa calle no había nadie más a parte de ellos. Tenía que hacer algo, o de lo contrario, el mortal lograría escapar de él con vida por segunda noche consecutiva. Cuando vio cómo éste se encontraba a tan solo unos pasos del vehículo, su sangre hirvió con más rabia aún. No podía consentir tal humillación. Dobló sus piernas para tomar impulso y logró dar un gran salto.


   A Alger se le salía el corazón por la boca, pero contra todo pronóstico, había conseguido llegar hasta el coche. La visión del cuerpo decapitado de Moe le había impactado más de lo que hubiera imaginado. Y eso que no habían hecho buenas migas. A su mente vino el recuerdo de cuando éste se abrasó con el vaso de café con tal de flirtear con Nadin; no hacía ni tan siquiera una hora de aquello. Ahora, ambos estaban muertos. Nadin le recordó que debía seguir adelante, por lo que dejó de lamentarse de inmediato. Abrió la puerta del vehículo y saltó al interior, donde cientos de trocitos de cristal lo recibieron proporcionándole un dolor punzante.


   Sobrevolando todas las barreras que se hubiera encontrado por tierra, Volker aterrizó justo detrás del coche. Alger no había tenido lugar de cerrar la puerta, cuando el vampiro apareció a su lado.

   —Jaque...


   Pero antes de que pudiera terminar de anunciarle que la partida había llegado a su fin, una intensa luz golpeó sus ojos. Cegado por un inesperado resplandor, retrocedió a la vez que se cubría la cara con la palma de sus deformadas manos. Mientras trataba de reponerse, escuchó cómo el motor del coche rugía junto con el roce frenético de las ruedas con el asfalto. Sin poder abrir los párpados, palmoteó al aire, golpeando un par de veces la carrocería del vehículo hasta conseguir hundir sus garras en ella.


   Después de devolver su cámara de fotos a los pies del asiento del copiloto, Alger agarró el volante firmemente con ambas manos. Insistió en pisar a fondo el acelerado a pesar de que éste no avanzaba.

—¡¡Veeeeeeeeeeenga!! —le ordenó apretando los dientes con todas sus fuerzas.


   El motor revolucionaba al máximo y el olor a goma quemada inundaba el ambiente. Tras oírse un chirrido metálico, el vehículo salió disparado a toda velocidad. Volker, aún aturdido, intentaba correr en línea recta mientras que embestía violentamente a varios de los coches allí aparcados. La distancia a la que vislumbraba las luces borrosas del coche se hacía cada vez mayor. No iba a permitir que se perdieran en la oscuridad. Con un nuevo traqueteo de sus huesos, sus piernas se hicieron más largas, consiguiendo dar zancadas más amplias.



   Nada más girar a la siguiente calle, Alger tiró de la puerta hasta cerrarla. Tenía la sensación de que el monstruo no se había dado por vencido. No tardó en confirmar sus sospechas al ver al gigantesco y escuálido vampiro hacer acto de presencia a través del espejo retrovisor. Había vuelto a crecer de forma abominable. Presa del pánico, provocó que el coche diera unos cuantos bandazos antes de llegar al siguiente cruce. Intentando darle esquinazo, atinó a torcer de nuevo a la izquierda en el siguiente cruce que encontró.


   Aún con resquicios del relámpago de luz grabados en las retinas, Volker conseguía recortar distancia con el vehículo. Una lluvia de chispas cayó de las farolas a las que golpeó con sus brazos kilométricos cuando saltó por encima de la acera para atajar su persecución.


   Todas las luces de la calle se apagaron, excepto las del semáforo en verde que daba paso a la avenida Kriegsberg. Sin embargo, conforme se acercaba, éste cambió a una inoportuna luz roja. El sentido común de Alger le decía que pisara el acelerador en vez de frenar. De repente, algo golpeó el coche.


   En su afán por detenerlo, Volker arrancaba las papeleras y pivotes que encontraba en su camino para arrojarlos hacia el vehículo. Los impactos de éstos no evitaron que irrumpiera en la amplia avenida.


   Alger esquivó por los pelos al vehículo que apareció de repente ante sus ojos. Si hubiera llegado un segundo antes, sin duda habrían chocado. Dando un largo derrape que imprimió una vistosa firma en el asfalto, llegó hasta los carriles por los que pretendía huir. Afortunadamente, ya tenía el pie al fondo del pedal de aceleración cuando fue consciente de cómo Volker volaba hacia él.


   El vampiro cayó donde tan solo un segundo antes había estado el coche. Siguió corriendo tras él, aunque le costaba igualar la velocidad con la que ahora huía su presa.


   Llevaba un buen rato recorriendo las vías y circunvalaciones de Stuttgart que permitían ir mayor velocidad cuando Alger quiso creer que Volker ya no le seguía. Tal y como indicaba el piloto naranja del salpicadero, pronto se quedaría sin gasolina. Decidió emprender el camino a casa, no sin dejar de permanecer vigilante y alerta todo a su alrededor.


   No había pasado media hora cuando por fin dio descanso a su coche frente a su hogar. Momento en el que respiró hondo y arrancó a llorar desconsolado. Había visto morir a cuatro personas aquella noche. Poco le importaba que prácticamente fueran desconocidos. Un monstruo llamado Volker Banach las había asesinado. Y él también había estado cerca de morir. Estaba convencido de que seguía vivo, entre otras cosas, gracias al sacrificio que habían hecho los demás por él. Sobre todo el de ella: Nadin.


   Una vez que consiguió desahogarse, guardó la cámara de fotos en su funda y se la echó al cuello. Extrajo la radio y se guardó en el bolsillo un par de cintas de cassette que no quería dejar al alcance de cualquiera. También agarró la maleta de Bertram. Recordó la obsesión de Moe por aferrarse a ella. Seguramente, no la habría soltado hasta estar dentro del coche.

—Pobre diablo...


   Se quedó mirando la ventanilla sin cristal, las abolladuras en la parte trasera y los surcos de chapa arañados en el techo, pero no tardó en volver a recordar a Nadin mientras sus ojos volvían a empaparse. Los daños en el vehículo se podían arreglar en un taller; las muertes, por desgracia, eran irreversibles.


   Cabizbajo y arrastrando los pies, entró por el portal y subió por las escaleras al rellano de la primera planta. Dejó caer el equipaje de su amigo delante de la puerta de su apartamento. Se preguntó qué habría sido de él. Realmente, estaba cansado para pensar. Deseaba tumbarse todo lo largo que era en el sofá. Cuando abrió la puerta de su casa, fue recibido por el ruido de las bisagras. Sus tripas protestaron rugiendo de forma similar. Decidió cambiar de prioridad; primero comería algo y después descansaría. Hizo amago de darle al interruptor de la luz, pero ya estaba encendida. Empujó la maleta con el pie, sin darle demasiada importancia a que se volcara una vez dentro de casa. Hogar dulce hogar.


   Fue al girarse para cerrar la puerta cuando volvió a reparar en la luz encendida. Él siempre se aseguraba de apagarla antes de salir de casa. Recordaba perfectamente haberla dejado apagada antes de ir a recoger a Bertram a la estación. Eso no podía significar otra cosa más que había alguien allí. Antes de poder ver al intruso, recibió un golpe en la cabeza. Cayó al suelo inconsciente.


Siguiente


Alger ha quedado fuera de combate y puede hacer otra cosa más que dormir. Pero, ¿con quién soñará mientras duerme?

A) Con Gretchen Ruybal, antigua compañera de facultad con la que mantiene una relación de más que amigos, pero sin compromiso por parte de ambos.

B) Con Serezade, la mujer más hermosa que jamás ha conocido, con la que se encontró el día antes de abandonar Irak unos años atrás.

C) Con Nadin Novak, la doctora que le atendió tras sufrir el ataque de Bertram y quien le ayudó a escapar de la sociedad vampírica.

D) Con Volker Banach.


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sábado, marzo 30, 2024

Bertram Kastner (25) - Morder o ser mordido

Esta es la continuación directa del capítulo Ingrid Kastner - 1.

Este capítulo forma parte de la historia interactiva Bertram Kastner: El Origen Olvidado, protagonizado por Bertram. Al final de esta entrega, podrás elegir qué decisión tomará el protagonista a continuación.




   Con todo lo que Jünaj le había contado sobre los vampiros, Ingrid no debería haberse sorprendido al ver cómo su marido volvía a mostrar signos de vida. No dudó ni un segundo en abrazarlo con fuerza mientras que lo ayudaba a incorporarse.

   —Ya me lo han contado todo, Bertram. Saldremos adelante, cariño —le dijo ella cerca de su oído. Aún le quedaba por hacerse a la idea de lo que suponía que su marido fuera un vampiro, pero decidió dejar esos remilgos para más adelante.


   El anfitrión ayudó a que la pareja se pusiera en pie mientras que los hermanos y Erika permanecían expectantes a que continuara la conversación. Jünaj había vivido de cerca las numerosas traiciones cometidas por su otro hermano de sangre, por lo que era consciente de las ínfimas posibilidades de rescatar al niño con éxito.

   —No quiero desanimaros, pero es cierto que la cosa no pinta demasiado bien para vuestro hijo. Sin embargo, haré todo lo que esté en mis manos para ayudar en su rescate. —Jünaj se lamentaba de no haber conseguido matar a Niels cuando tuvo la ocasión, aunque aquello le hubiera condenado a ser ejecutado de forma inmediata e ineludible. Rainath había sesgado demasiadas vidas inocentes a lo largo de los siglos como para seguir impune por más tiempo, por lo que el sacrificio hubiese merecido la pena.

   —¡Contad conmigo también! —saltó Balam eufórico—. Avisaré a todo el pueblo y juntos aplastaremos a ese demonio de una vez por todas.

   —Cálmate, Balam —Jünaj hizo que el joven frenara en seco antes de que saliera a movilizar a sus vecinos—. Si hacéis tal cosa, sea cual sea el resultado, entraréis en una guerra muy complicada con el resto de los de mi especie. Tomar esa decisión tan arriesgada le corresponde a vuestro padre y al resto del consejo.

   —¡Seguro que si acabamos con él, muchos vampiros nos lo agradecerán! —insistió Balam, totalmente convencido de que estaba en lo cierto.


   En silencio, Jünaj abrió de nuevo el sobre y le entregó la misiva a la pareja. Se les notaba afectados por la incertidumbre que se cernía sobre su pequeño.

   —Uno de los requisitos de Niels es que Bertram acuda a solas —les desveló Jünaj mientras observaban la carta con letras de color ocre.

   —¡Pero eso es un suicidio! —protestó Erika desde su asiento, consciente de que el vampiro novato no tendría nada que hacer contra Rainath—. ¡No podemos entregárselo en bandeja!

   —Y no lo haremos. Niels se encontrará con alguien más preparado y curtido de lo que espera —les anunció Jünaj con una enigmática sonrisa, confiado en que el plan que estaba maquinando descolocaría al enemigo.

   —Debería darme prisa si he de presentarme antes de que amanezca. ¿Cuánto se tarda en llegar al punto de encuentro? —Bertram echó un vistazo al reloj de su muñeca. Quedaba prácticamente una hora para el alba.

   —Si es cerca de donde me encontré con Ingrid, serían menos de diez minutos en llegar en coche —intervino otra vez Balam, sin querer renunciar a formar parte del plan—. Tengo que irme pronto a trabajar y me pilla de camino. Puedo acercarle hasta allí a la misma vez para ganar tiempo.

   —Bertram, antes de marcharte, tendríamos que solucionar lo de tus lagunas de memoria. Sería problemático el que te desmayes delante de Niels —le advirtió Jünaj, dándose la vuelta y dejándolos atrás—. Acompáñame, no tardaremos mucho en recuperar tus recuerdos olvidados.


   Mientras que Jünaj se dirigía hasta una puerta al fondo de la estancia, Bertram permaneció inmóvil, preguntándose qué era aquello de su pérdida de memoria a la que se refería su hermano. Ingrid le agarró del brazo, instándole a que confiara en él, por el bien del hijo que tenían en común. Caminaron juntos y con paso firme hacia el anfitrión. Tanto Balam como Itzel se acercaron también para no perderse ningún detalle de los planes del anfitrión.

   —Lo siento, los demás debéis permanecer aquí. Cualquier distracción provocaría que el ritual no salga como debería y que tardemos más tiempo del necesario en completarlo.


   Todos excepto Bertram volvieron junto a Erika. Los hermanos rechistaron para sus adentros y se quedaron con la intriga de ver cómo Jünaj desharía el bloqueo en la mente de su invitado. Aunque no formaban parte del consejo de sabios del pueblo, tenían el privilegio de asistir a muchas de las ceremonias y rituales gracias a la posición de su padre. Se esperaba de ellos que aprendieran los ritos transmitidos de generación en generación para poder perpetuarlos a sus descendientes. Pero no el de esa noche.

   —¡Conozco este lugar! —exclamó Bertram al ver el obelisco de piedra situado en el centro del patio. Se había visto encadenado a él durante la visión en la que Jünaj era juzgado. También reconoció el gran portón hacia el que se dirigían.


   Jünaj tiró de ambas hojas a la vez, abriéndolo sin apenas esfuerzo. Ante ellos, se presentaba una sala amplia, con dos hileras de columnas a los lados y una especie de altar al final. En los laterales había unas gradas con tres filas de asientos en tribuna. Sobre estas descansaban unos tapices que no terminaban de cubrir al completo los numerosos desperfectos de la madera. Bertram se sobresaltó cuando un hombre corpulento y entrado en años salió a recibirles.

   —Buenas noches, Jünaj. No te esperaba hoy por aquí. Mi hija me comentó que tenías invitados —El hombre miró de reojo a Bertram. No era frecuente ver a otros vampiros en Kreuzungblut. Y mucho menos, a uno que no formase parte del reducido círculo de confianza del anfitrión —. Ya casi he terminado con los preparativos del ritual para mañana.

   —Muchas gracias por todo, Ikal. Ahora vamos a utilizar el salón para realizar una comunión de sangre y espíritu, por lo que puedes retirarte —le anunció Jünaj, quedando expectante a su reacción.


   Antes de que Bertram pudiera preguntar en qué consistiría todo aquello, Ikal ya había puesto el grito en el cielo.

   —¡Dime que no estás hablando en serio, Jünaj!

   —Este hombre necesita rescatar a su hijo. El ritual que vamos a practicar es crucial para que pueda lograrlo...

   —¡Querrás decir este vampiro! —le interrumpió Ikal apuntando inquisitivamente con el dedo al invitado.

   —Bertram fue convertido por mi padre —prosiguió Jünaj sin alterarse ni un ápice—. Es un von Kleist como yo.

   —¡Y como también lo es Niels Rainath!

   —Confía en mí, viejo amigo. —Jünaj le plantó las manos sobre los hombros a Ikal para intentar calmarlo—. No lo haría si no estuviera seguro de cuáles son sus intenciones y de todo lo que podemos conseguir.

   —Aún así, no estás en las mejores condiciones de llevar a cabo ese ritual. ¿Eres consciente de lo que te podría ocurrir?

   —Por supuesto. Y asumo el riesgo.


   Bastante irritado ante la aparente despreocupación de Jünaj, Ikal rechazó con un golpe las manos que éste tenía apoyadas en él. Bertram dio un paso atrás al percibir el aura de peligro que envolvía al hombre enfurecido. No parecía un vampiro como ellos, pero no podía evitar la inquietud que le provocaba su mera presencia. Antes, había sentido algo parecido con los hermanos Itzel y Balam, aunque a menor escala.

   —¡No te queda prácticamente nada de sangre! ¡Si al beber te deja vacío, tu espíritu será lo siguiente que absorba!

   —Si se diera el caso, Bertram contaría de primera mano con la ayuda de mi espíritu para hacer frente a Niels. Sin duda, eso le pillaría desprevenido y sería una estupenda oportunidad para acabar con él —desveló Jünaj para asombro del invitado, no así para Ikal.

   —¡Tu muerte significará el final del Concilio de Kreuzungblut, sentenciando el futuro de mi gente! —protestó Ikal enérgicamente—. ¡Echarás por tierra todo lo que has hecho por mi familia a lo largo de los siglos!

   —Mi padre se encargaría de mantener este espacio seguro para vosotros...

   —¿Y qué ocurrirá con Leyna y Elizabeth si ya no estás? —Ikal intentaba por todos los medios hacer que Jünaj entrara en razón y desistiera de su peligrosa idea.

   —Existe la posibilidad de que mi muerte las libere de la maldición que sufren por mi culpa. —Jünaj volvió a aferrarse a los hombros del alcalde—. Pero eso no va a ocurrir. No voy a morir.


   Sin más argumentos con los que atacar, Ikal resopló a la vez que alternaba su mirada de un vampiro a otro. Bertram se sentía intimidado por el temperamento de ese hombre que casi le doblaría en edad; también en tamaño. No sería capaz de apostar por quién saldría victorioso ante un eventual enfrentamiento físico entre Jünaj y él. Y preferiría no tener que presenciarlo. Se preguntó si los desperfectos que había en las gradas y en las columnas estarían relacionados con alguna trifulca previa entre ambos.

   —Viendo que no puedo convencerte, te pido que tomes mi sangre para...

   —No puedo alimentarme de ti. No hay tiempo. Niels ejecutará a su hijo si él no aparece antes del amanecer. —Las palabras de Jünaj estremecieron a Bertram, quien volvió a mirar su reloj para recuperar la noción del tiempo.

   —¡Muérdeme directamente! —le inquirió Ikal dejando a la vista el cuello.

   —No haré tal cosa —negó Jünaj con una sonora rotundidad y frunciendo el ceño.

   —¡No tendrás más remedio que hacerlo, por tu bien y el de mi pueblo! —Ikal extrajo un cuchillo de su cinturón y lo llevó hasta su propia yugular empuñándolo con ambas manos.

   —Detente, Ikal. Suelta esa hoja ahora mismo.


   Con los brazos temblorosos, el hombre intentaba resistirse a las órdenes de Jünaj, quien mantenía la mirada clavada en él. Lentamente, sus dedos fueron liberando el arma, que tintineó al golpear el suelo de piedra. Afectado por la derrota, Ikal cayó de rodillas con los ojos empañados en lágrimas. El anfitrión se agachó ante él tras alejar el cuchillo con una patada.



   —Desde muy joven has demostrado con creces tu capacidad de afrontar con acierto cualquier adversidad. Tu muerte, y no la mía, sería una pérdida irremplazable para todo Kreuzungblut. —El tono de Jünaj volvía a ser conciliador—. No temas por mí. Haré todo lo posible por volver de una pieza y seguir ayudándote a ti y a los tuyos.

   —Está bien, pero ante el más mínimo peligro, intervendré —prometió Ikal de nuevo en pie, dándose un fuerte golpe en el pecho.

   —Cuento con ello, amigo —le respondió con un gesto de agradecimiento mientras que también se levantaba.


   Para Bertram supuso un alivio el que ambos hubieran logrado aplacar sus nervios sin que nadie resultara herido. Jünaj se acercó a él, instándole a que dejara su cuello al descubierto. Él hizo lo propio despojándose de su abrigo.

   —Como bien ha advertido Ikal, existe el riesgo de me dejes vacío de sangre y absorbas mi espíritu. Para evitarlo, tomaré yo la iniciativa y morderé tu cuello en primer lugar —le anunció Jünaj, a la vez que asentía hacia Ikal.

   —¿Qu-qué es eso de que me vas a morder? —Bertram se puso a la defensiva, protegiéndose la yugular.

   —Para que funcione esta comunión, debemos clavarnos los colmillos mutuamente en el cuello.

   —¿Cómo? ¿Es humanamente posible hacer eso?

   —Para nosotros, lo es —le respondió el anfitrión, balanceando la cabeza de un lado a otro—. Conviene que aprendas a no quedarte anulado por el mordisco de otro vampiro. Esta es una buena ocasión para conseguirlo. Cuando sientas mis colmillos, no te relajes, despierta tu bestia interior y respóndeme hundiendo los tuyos en mi cuello.

   —E-espera, no creo que esté preparado para hacer esto. —Bertram comenzó a retroceder temeroso, pero sin apenas darse cuenta, Jünaj ya lo tenía agarrado.

   —Tranquilo, si no eres capaz de reaccionar, no tardaré en liberarte para intentarlo de nuevo. Ahora, concéntrate.


   Dos pinchazos en su yugular le provocaron un dolor agudo que seguidamente se volvió placentero. Ya había experimentado una sensación similar cuando Niels les atacó al tratar de huir en el coche de Erika. Se dejó llevar por el disfrute que le provocaba el mordisco de Jünaj, siendo incapaz de seguir sus instrucciones. Se limitó a cerrar los ojos y dejarse llevar.


   No tardó en trasladarse a un tiempo y lugar diferentes, dentro de los recuerdos de su hermano de sangre. A malas penas llegaba el resplandor de unas antorchas al lugar donde permanecía sentado; suficiente como para ver que no estaba solo. Los eslabones de una cadena zurrieron cuando levantó sus brazos atrapados por unos grilletes.

   —Mira, ya se ha despertado el asesino del recaudador —advirtió uno de los prisioneros.

   —¿A-asesino? Yo no he matado a nadie. ¡No soy un asesino! —contestó Bertram, sintiendo en primera persona los temores de Jünaj al verse encadenado.

   —De nada te servirá hacerte pasar por inocente. Los que estamos encerrados en este subterráneo de los calabozos ya estamos más que sentenciados —añadió otro de los cautivos.

   —¿Se-sentenciados? ¿A-a morir? —preguntó Bertram asustado.

   —Eso es lo que desearás en cuanto László «el Szadista» comience a torturarte —le advirtió el segundo soltando una carcajada nerviosa.

   —De nada servirá confesarte culpable para librarte de él. —Su compañero de celda era consciente de los horrores que se perpetraban al otro lado de la puerta que se intuía al fondo.


   Los gritos de alguien cuya boca parecía estar amordazada interrumpieron la conversación. Bertram trató de retroceder todo lo que sus ruidosas ataduras le permitían, pero su espalda chocó contra un muro de piedra fría y húmeda.

   —¿Crees que el pobre Paskal sobrevivirá a este envite? —le preguntó uno de los prisioneros al otro.


   En ese momento, Bertram sintió cómo unas manos tocaban sus hombros, las cuales, de alguna manera, lo rescataron de esa lúgubre mazmorra y lo devolvieron frente a Jünaj. Sus ojos color añil denotaban cierta preocupación.

   —Te has quedado completamente absorto con mi mordisco. Sé que no es sencillo, pero es muy importante que aprendas a reaccionar bajo esa situación. Niels no dudará en morderte para sacarte toda la información que pueda. —El anfitrión giró la cabeza hacia el padre de Balam e Itzel, quien no les quitaba el ojo de encima—. Vamos a necesitar una silla. Ikal, por favor, ¿podrías acercarnos una?


   El alcalde de Kreuzungblut dudó de las intenciones del anfitrión, preguntándose en qué ayudaría el contar con una silla. Finalmente, accedió a su petición. Por su parte, Bertram seguía asimilando la visión que había tenido sobre Jünaj. Se preguntaba cuánto tiempo habría pasado desde aquello y si realmente habría cometido aquel crimen del que le acusaban.

   —Bertram, vamos a volver a intentarlo. ¿De acuerdo?


   Éste asintió, recordando que la supervivencia de su hijo dependía del éxito de aquel ritual. A fin de cuentas, el mordisco de Jünaj no había sido tan doloroso como lo fue el de Niels Rainath. En verdad, deseaba sentir de nuevo ese placer casi orgásmico.

   —Ahora bien, ¿quieres que te muerda yo para que intentes resistir el trance de nuevo? —Jünaj hizo una pausa para mirar de reojo a Ikal, que se encontraba en un rincón de la sala cargando con una butaca—. ¿O nos ahorramos el entrenamiento y eres tú quien clave sus colmillos primero?


Siguiente


Bertram está dispuesto a seguir adelante con el ritual, pero la decisión de quién llevará la iniciativa en ese segundo intento está en sus manos. ¿Por cuál de las dos alternativas optará Bertram?

A) Pedirle a Jünaj que le vuelva a morder para intentar resistir el efecto del mordisco, de cara al momento en que se vuelva a encontrar con Niels Rainath.
B) Tomar la iniciativa llevar a cabo el ritual cuanto antes, a riesgo de que Jünaj no pueda reaccionar y se quede sin sangre.

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domingo, marzo 24, 2024

Ingrid Kastner (1) - Falsos recuerdos

Esta es la continuación directa del capítulo Betram Kastner - 24, protagonizado por Ingrid Kastner.

Forma parte de la historia principal de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Ingrid Kastner. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.








   Ingrid no era consciente del debate interno en el que su marido se veía envuelto. Tras obtener el beneplácito del anfitrión, Bertram trataba de decidirse por cómo le revelaría tal cosa a su mujer. No todos los días se descubre que los vampiros existen en realidad. Y mucho menos, que tu pareja ha sido convertida en uno de ellos.

   —Ingrid. —Bertram extendió sus manos, buscando encontrarse con las de ella. Ambos se miraron directamente a los ojos mientras entrelazaban sus dedos. Ella permanecía expectante por su respuesta. Y él anhelaba que lo creyera—. Ahora soy un vampiro.


*****

   Tan solo habían transcurrido unas pocas semanas desde el inicio del primer año de carrera. Aquella mañana, Bertram e Ingrid compartían la misma mesa en la sala de estudio de la universidad. Los dos buscaban la luz que se filtraba durante las primeras horas del día a través de los ventanales contiguos para enfrascarse en el contenido de sus pilas de apuntes. Valoraban el esfuerzo que habían hecho sus familias para poder enviarles a estudiar a Stuttgart, por lo que se habían tomado en serio el curso desde el principio para no defraudarles. Quizá por eso, no habían hecho el ánimo de reparar el uno en la otra en ninguna de las ocasiones donde ya habían sido compañeros de estudio. Sin embargo, el destino llevaba un tiempo encaprichado en que por fin se conocieran.




   Una fuerte ráfaga de viento empujó los cristales de las ventanas, abriendo de golpe un par de ellas y creando un gran remolino de folios sobre la mesa de los dos aplicados estudiantes. En un primer momento, intentaron atrapar las cuartillas de apuntes que volaban caóticamente por encima de sus cabezas, descuidando las que aún no habían alzado el vuelo. Les faltaban brazos para hacerlo y rápidamente optaron por cortar el problema de raíz. Simultáneamente, consiguieron cerrar las enormes hojas de los traviesos ventanales y así dar fin al tremendo vendaval.

   —¿Cómo ha podido abrir esto el viento con lo que pesa? —preguntó Bertram a la vez que se aseguraba de que el pasador quedaba totalmente encajado.

   —Menudo desastre —suspiró Ingrid viendo cómo los papeles se posaban desordenados sobre la mesa y el suelo de alrededor.


   Cuando ambos recuperaron el aliento, comenzaron a recoger los apuntes que tenían junto a sus pies. Perfectamente podía haber más de un centenar de papeles desperdigados.

   —¿Medicina? —se interesó Bertram al echar un vistazo a lo que tenía en sus manos.

   —No, enfermería —le respondió ella mientras intercambiaban algunas de las hojas— ¿Estás estudiando historia?

   —Periodismo. —Bertram miró el reloj de su muñeca—. Me temo que nos llevará un buen rato organizar todo esto. Son casi las diez y media...

   —¿¡Las diez y media!? —se sobresaltó Ingrid—. ¡Te-tengo un examen ahora mismo! ¡Pero no puedo dejar todos mis apuntes aquí!

   —No-no te preocupes, yo me puedo encargar de recogerlo todo y dártelos mañana —le ofreció Bertram—. Estaré aquí a esta misma hora.

   —¿Seguro que vendrás? Esos apuntes son muy importantes para el resto del curso y no puedo perderlos.

   —Puedes confiar en mí. Yo nunca te mentiría. Estaré aquí sin falta. Palabra de Bertram Kastner.


   Ella le agradeció el gesto asintiendo. Ambos se sostuvieron la mirada durante un momento, mientras que sus corazones parecían escapárseles del pecho. Latían con más fuerza y era como si sus ritmos se hubieran sincronizado. Ruborizados, desviaron la cabeza hacia otro lado al ser conscientes de lo que estaban sintiendo. Ingrid se apresuró en recoger torpemente el resto de sus pertenencias, mientras que el chico se golpeaba la cabeza con el borde de la mesa al intentar recuperar algunas de las hojas esparcidas por el suelo. Antes de perderse tras las estanterías repletas de libros, ella se giró hacia él.

   —Yo soy Ingrid Schwarz. Gracias otra vez, Bertram. Nos vemos mañana.


   Al día siguiente, él la esperaba sentado en el mismo sitio. Ingrid pudo recuperar sus apuntes perfectamente ordenados, incluyendo una bonita carta escondida en su interior. Desde entonces, lo de guardarse el sitio para estudiar juntos y deslizarse notas de amor mutuamente se volvió una tónica habitual, fraguándose irremediablemente una sólida relación entre ambos.


   De nada le sirvieron a Gretchen Ruybal sus intentos por pescar a Bertram, a pesar de tener su propio idilio con Alger Furst y otros tantos compañeros de carrera. La pareja pudo soportar los años en los que él estuvo destinado en Munich por el servicio militar y ella hacía las prácticas de enfermería en Vennysbourg, conformándose con mantener el contacto por correspondencia y aprovechar los escasos permisos de fin de semana para verse unas pocas horas. Lo más complicado fue el tiempo en el que Bertram fue enviado como corresponsal junto a Alger para cubrir varios conflictos bélicos en el continente africano. Justo cuando esto último iba a comenzar a hacer mella en su relación, él volvió por sorpresa para pedirle matrimonio y no permanecer separados largas temporadas jamás. La confianza que se tenían los mantuvo unidos hasta el presente.


*****


   Ingrid estaba convencida de que su marido le ocultaba algo importante. Aquella respuesta tan inverosímil le contrarió, pero aún así mantuvo la calma. Nunca se les había dado el caso de tener que discutir por haberse mentido, aunque para todo debía existir una primera vez. Después de no haber tenido noticias de él en los últimos días, necesitaba averiguar la verdad. Apretó las frías manos de Bertram y continuó con su interrogatorio.

   —¿Gretchen tiene algo que ver con todo esto? —Conforme terminó de preguntar, se arrepintió de haber mencionado a la que era su amiga. Sí, sabía de sus intenciones con Bertram, pero también que a él no le interesaba alguien como ella. Claro está, hasta entonces. Aún así, de ninguna manera podría estar ella involucrada el secuestro que sufrieron en casa la noche anterior. No, debía ser algo más gordo—. ¿Has molestado a alguien con tu investigación? —rectificó.


   Totalmente confundido, Bertram echó cuentas y determinó que la última vez que habló con Gretchen fue para felicitarle la Navidad. Para colmo, no veía ninguna conexión entre las pesquisas que estaba realizando sobre el no tan abultado desfalco en los presupuestos municipales de Vennysbourg y el haber sido convertido en un vampiro. Sin embargo, la sensación de que algo no encajaba entre todo aquello que recordaba volvió a sobrevolar su mente.

   —Bertram, dime, ¿qué te ha ocurrido en Berlín? ¿Has encontrado a ese doctor que estabas investigando? —insistió Ingrid, agitándole para hacerle reaccionar y devolverlo a la realidad.


   Durante unos instantes, una sucesión de imágenes inconexas y fugaces se desencadenó en la mente de su marido. Un intenso dolor brotó en su cabeza, llevándole a perder el conocimiento cuando ya no pudo soportarlo más.


   Todos los allí presentes quedaron impactados con el grito agónico de Bertram tras luchar contra algo que taladraba su mente y caer a plomo. Jünaj pudo llegar a tiempo para sostener a su nuevo hermano de sangre y salvarle de impactar contra el suelo. Ingrid no dudó en abalanzarse sobre su marido, comprobando que éste ya no respiraba y que no tenía pulso.

   —¡Bertram, despierta! —Afectada por los nervios del momento, la mujer intentaba reanimarlo con un brusco masaje cardiaco.

   —Detente, Ingrid —le indicó Jünaj con calma.


   Hasta ese momento, Ingrid no se había interesado en la persona que tenía justo delante. Pero quedó cautivada al escuchar su voz, deteniendo su empeño por revivir a Bertram. Su respiración quedó entrecortada cuando sus ojos se encontraron con el color añil de los de Jünaj. Había algo misterioso en él que le fascinaba, aunque no acertaba a averiguar el qué.

   —¿Qui-quién eres tú? —se atrevió a preguntar ella.


   Itzel dejó escapar una risa pícara al ver cómo el anfitrión había provocado que Ingrid cayera rendida a sus pies sin pretenderlo. No estaba acostumbrado a tratar con gente de fuera y no le tenía tomada la medida a su gran magnetismo, propio de un vampiro con varios siglos a sus espaldas. De inmediato, Balam chistó a su hermana para que se abstuviera de ese tipo de reacciones. No quería que Jünaj se molestara por segunda vez con ellos, después del comentario despectivo hacia los vampiros que se le había escapado antes a él. Temía que la máxima autoridad de Kreuzungblut pudiera pedirle explicaciones al alcalde del pueblo sobre la falta de modales de sus hijos.

   —Disculpa, no me he presentado. Mi nombre es Jünaj. —Consciente del estado en el que se encontraba Ingrid, éste le ofreció la mano de forma cortés. Aunque su educado saludo ocultaba otras intenciones.


   Sin hacerle esperar, Ingrid tomó ciegamente la mano del vampiro. En el preciso momento en que sus dedos rozaron la palma de la mano de Jünaj, toda aquella obnubilación se desvaneció. Un tanto confundida por la situación, pudo fijarse en cómo los colmillos le asomaban por encima de su labio inferior.

   —Lo que te ha contado Bertram es cierto. Ahora, es un vampiro, al igual que yo. —A través de su mano, Jünaj le transmitía una sensación de calma y paz que predisponía a Ingrid en asimilar todo lo que siguió contándole.


   Ella atendió pacientemente sin pronunciar palabra alguna. Se sentía aliviada al saber que su marido no le había mentido, pero no podía evitar pensar en todo lo que supondría aquello. Hasta entonces, había considerado a los vampiros de las obras de ficción como unos monstruos despiadados y sedientos de sangre. Sin embargo, el que tenía delante parecía una persona normal, obviando sus afilados colmillos retráctiles. Mientras que atendía a lo que le decía Jünaj, acariciaba delicadamente el pelo de su marido, deseando que llegara el momento en que se despertara.


   Al anfitrión no le parecía correcto utilizar sus poderes para leer y manipular la mente de los mortales a su antojo. Pero al percibir el sufrimiento de la mujer ante los últimos acontecimientos que había vivido, optó por hacer una excepción, tratando de mitigar su dolor y poner algo de orden en su maltrecha salud mental.

   —¿Es cierto que viajó a Berlín recientemente? —Jünaj necesitaba indagar en la vida de su hermano de sangre para terminar de confirmar sus sospechas.

   —Sí, viajó allí hace una semana. Pero tengo la impresión de que cuando le he preguntado por Berlín y su investigación, no sabía de qué le estaba hablando. Después, ha tenido esta crisis en su cabeza —le respondió ella, también intentando atar cabos.

   —Lo que le ha sucedido es uno de los posibles efectos que deja tras de sí un reemplazo de memoria. Cuando alguien así recibe estímulos que contradicen a los falsos recuerdos, su mente estalla hasta limpiar esos pensamientos que destaparían la mentira. —El vampiro estaba convencido de que tras esa manipulación de la memoria se encontraba su padre vampírico, aunque prefirió no desvelarlo a los allí presentes.

   —Eso explicaría porqué se quedó en blanco mientras conducía. —Apoyada en el marco de una puerta se encontraba Erika. El jaleo que había formado Bertram le había sacado de su letargo.

   —Me alegro de que te hayas recuperado. —Jünaj se incorporó para saludar a su invitada con una reverencia—. En tu estado, no contaba con que te despertaras esta noche. Gracias por darle de beber un poco de tu sangre, Balam.

   —Ah, no es nada. Erika movió los hilos necesarios para que pudiera entrar en el cuerpo de policía, por lo que de alguna manera estaba en deuda con ella —respondió el joven tratando de mostrarse humilde mientras le acercaba una silla.


   Erika le agradeció por partida doble a Balam mientras que tomaba asiento. Aún tenía una larga recuperación por delante de su cuerpo maltrecho, donde sus piernas se habían llevado la peor parte. Sintió curiosidad por saber qué hacía allí la mujer de Bertram, aunque se abstuvo de preguntar al no ver al niño junto a ellos y temerse lo peor.

   —¿No es ese el sello de Niels Rainath? —se interesó Erika, señalando el sobre que aún sostenía Jünaj.

   —Así es. Me ha hecho llegar esta carta en la que me solicita entregarle a Bertram a cambio de su hijo.

   —Sabrás que... —quiso advertirle ella, aunque Jünaj la detuvo haciéndole un gesto.

   —Conozco cómo se las gasta Niels en este tipo de intercambios. Pero no puedo impedir que esta familia trate de recuperar a su hijo al precio que sea.

   —¿Qui-quieres decir... que no va a liberar a... —susurró Bertram conforme se despertaba.



Siguiente


¿Cómo reaccionará Ingrid ante el despertar de Bertram?

A) Le abrazará, sin importarle que sea un vampiro.
B) Le preguntará de nuevo por su investigación en Berlín.
C) Se mantendrá a una distancia prudencial por miedo a lo que pudiera hacerle.

Elige una de las opciones y añade un comentario. Puedes incluir más detalles en tu respuesta si así lo consideras.




martes, febrero 27, 2024

Alger Furst (1) - Códigos de honor y de horror

Esta es la continuación directa del capítulo Nadin Novak - 4, protagonizado por Alger Furst.

Forma parte de la historia principal de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.


Ir a Nadin Novak (4) - La calle apagada




   No era la primera vez que Alger temía por su vida estando atrapado en una ambulancia. En esa ocasión, dos personas más corrían peligro junto a él: un hombre y una mujer. Ella era la doctora Nadin Novak. Entre otras cosas, le había atendido después de que el vampiro Bertram Kastner le hincara sus afilados colmillos en el cuello y bebiera una buena parte de su sangre, a pesar de ser amigos. Por supuesto, el reportero de cabellos rubios había quedado irremediablemente prendado de Nadin. ¿Y de qué mujer no se encaprichaba él?


   Por otro lado estaba Moe, un amigo de Nadin. Trabajaba como conductor de ambulancias en el mismo hospital que ella. A Alger le molestaba cada vez que éste acaparaba el protagonismo y conseguía lucirse. Tenía claro que ese hombre no se conformaba con una simple relación de compañeros de trabajo y que estaba desplegando toda su artillería para alcanzar la siguiente base en el corazón de ella. Sin embargo, habían logrado escapar del hospital gracias a él, teniendo éste el detalle de llevarles hasta donde estaba aparcado su coche: una calle oscura, próxima a la estación de tren de Stuttgart.


   Ante ellos se encontraba Volker Banach, un despiadado vampiro al que muchos seres de la noche temían. Éste no quitaba ojo a sus tres presas, relamiendo de forma inquietante su siniestra sonrisa. Alger era el único que conocía su aspecto tras haber tenido la desgracia de toparse con él la noche anterior. Aunque eso le convertía en uno de los pocos que podían presumir de haberlo visto y seguir vivos para contarlo. ¿Correría la misma suerte en ese segundo encuentro?

   —¡No os quedéis quietos y huid ya! —Algo mareado y sin que su cuerpo le obedeciera, Alger solo podía alentar a Nadin y Moe para que salieran del trance en el que estaban sumidos. La sola presencia de Volker los mantenía hipnóticamente paralizados.


   El enemigo no tardó en clavar sus afiladas zarpas a ambos lados de la entrada a la ambulancia, produciendo un quejido metálico que chirrió por todo el habitáculo. Aterrados al ver aún más bloqueada su única vía de escape, los tres intentaron alejarse todo lo posible hacia el fondo. Varios utensilios de una de las estanterías quedaron desparramados por el suelo después de que Nadin se golpeara con ella. En cuanto a Moe, pegó un grito al sentirse acorralado, abrazando con fuerza la maleta. Confiaba ciegamente en que le serviría de escudo ante el vampiro.

   —Vosotros que podéis correr, salid de la ambulancia en cuanto veáis la más mínima oportunidad —les sugirió Alger mientras conseguía incorporarse con dificultad sobre la camilla—. Haced todo el ruido que podáis para alertar a...

   —Oh, huelo a desesperación por aquí dentro, conejillos —le interrumpió Volker a la vez que ponía un pie dentro, inclinando bruscamente el vehículo hacia él—. ¿Sabíais que el miedo, el pánico, el terror... provocan que vuestra sangre esté mucho más deliciosa?

   —¡No... no te a-a-atrevas a entrar en mi a-a-ambulancia, cuerpo-escombro! ¿Se puede saber qué pretendes, malnacido? No eres más que una rata inmunda disfrazada que se entretiene asustando a la gente por diversión, llamándonos conejitos por esa boca-buzón que tienes... —Moe consiguió envalentonarse, sufriendo por la integridad del vehículo. Se había autoconvencido de que todo se trataba de una broma de mal gusto orquestada por aquel demente.

   —¡Moe, rápido, dame tu mechero! —le ordenó Nadin mientras agarraba uno de los botes de desinfectante que rodaba por el suelo—. También necesito la toalla y la camisa que están atadas en el asa de la maleta. ¡Ya!

   —Deja que te ayude con el nudo. —Alger no quería sentirse excluido del plan aún estando impedido. En situaciones como aquella, la unión, además de la coordinación y la rapidez, hacían la fuerza. Tampoco le hacía gracia que el otro se apuntara un buen tanto en solitario si conseguían sacar adelante el plan.


   Sin más contemplaciones, Volker intervino propinándole un puñetazo en el abdomen a Nadin. El vampiro se había desplazado a una velocidad pasmosa, pillando de improvisto al trío. Conforme la elevaba por el efecto del golpe, una lanza ensangrentada brotó de la espalda de ella hasta casi tocar el techo. Rígida y sin poder moverse, solo dejó escapar un grito ahogado por el dolor. Moe soltó el mechero y las llaves de la ambulancia que tenía en las manos, atónito a lo que estaba contemplando. Rápidamente, volvió a aferrarse a la maleta, interponiéndola entre la bestia y él.

   —¡No, Nadin! —exclamó Alger al ver cómo Volker la mantenía ensartada en alto.


   Un torrente de adrenalina reactivó el cuerpo del reportero, permitiéndole brincar desde la camilla hasta conseguir agarrar a Nadin por la cintura. Poco o nada le importaba estar desprotegido ante lo que pudiera hacerle el vampiro. Solo pensaba en liberarla, y para eso debía empujarla hacia arriba. Pero sus fuerzas, mitigadas por su convalecencia, no se lo iban a poner nada fácil.

   —¡Tío, ayúdame a sacarla de aquí! —le exigió a Moe, quien no hacía atisbo alguno por socorrerla.


   Alger sintió cómo todo el peso de Nadin recaía sobre él, a la vez que el filo que la atravesaba se retraía. Con la misma velocidad que había efectuado su ataque, Volker retrocedió hasta salir de la ambulancia y quedarse a sus puertas.

   —¿Cómo... puede moverse tan rápido? No es físicamente posible... —se preguntó Alger impactado por la agilidad del monstruo, a la vez que abrazaba a Nadin e intentaba mantener a ambos en pie.

   —Agh, me duele mucho... —pudo decir ella antes de perder el conocimiento. Los dos se desplomaron sobre el lateral de la camilla.

   —Eh, no te duermas, Nadin. Sigue hablando, por favor... —le pidió él, haciendo esfuerzos por levantarla—. ¡Joder, Moe, ayúdame a subirla!

   —No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir... —repetía sin parar el conductor, realmente afectado por todo lo que estaba ocurriendo.

   —¡Mooooooooooooe! —gritó Alger, haciendo un sobreesfuerzo con el que consiguió dejarla tumbada sobre la camilla. Exhausto y mareado, cayó de bruces al suelo del vehículo.


   Cuando recuperó parte de su aliento, pudo contemplar cómo Volker se deleitaba con el arma ensangrentada que había atravesado a Nadin. Pero advirtió que no la sostenía en su mano, sino que le salía de la muñeca. Recordó cómo la noche anterior toda la osamenta de su enemigo se había estirado hasta transformarse en un monstruo gigante y perturbador. Como si tuviera vida propia, la protuberancia se curvó hacia la boca del vampiro al ritmo de varios crujidos. Éste no tardó en relamer concienzudamente el hueso, degustando la sangre de Nadin y mostrando un exagerado placer.

   —Ojalá te cortes la lengua y te ahogues, bastardo —murmuró entre dientes Alger, asqueado al ver cómo la retorcía de forma similar a un tentáculo.


   Aquel comentario no pasó desapercibido para Volker, quien clavó su mirada en él, dedicándole una siniestra sonrisa con su dentadura teñida de rojo oscuro.

   —No me equivocaba al pensar que iba a estar deliciosa —le declaró lánguidamente, señalando a la mujer con uno de sus alargados dedos—. Ardo en deseos de probar al otro conejillo. El miedo ya está cocinando su sangre. ¡Sin duda, va a ser una cata espectacular!


   La espeluznante carcajada que soltó Volker hizo que todos los músculos de Alger se tensaran al unísono, ayudando a que pudiera ponerse en pie rápidamente. Moe no se inmutó. Seguía repitiendo de manera compulsiva que no quería morir.

   —¡Nadin, despierta! ¡Tienes que resistir! —Sangraba de forma considerable y no se movía.


   El reportero se dio prisa en colocar ambas manos de la mujer sobre la herida y presionar para contener la hemorragia, a la vez que le daba golpecitos en la cara para despertarla.

   —¡Moe, necesito lo que Nadin te ha pedido antes! ¡Hay que evitar que se desangre!


   Al ver que el conductor no reaccionaba, optó por encargarse de desatar la toalla y la camisa de la maleta. Pero no contaba con que Moe forcejearía al pensar que le iba a arrebatar su preciado escudo. De haberlo sabido, habría inspeccionado los cajones de las estanterías en busca de apósitos con los que taponar las heridas.

   —No me la quites. No me la quites. No me la quites... —Moe se mecía nerviosamente, clavando las uñas en el cuero marrón de la maleta.

   —¡Nadin se va a morir si no haces nada! —le chilló Alger desesperado tras hacerse con la prenda y la toalla—. ¡Reacciona y ayúdame!


   Rápidamente, envolvió la camisa hasta formar una bola. La puso encima de la herida del abdomen y volvió a colocar las manos de Nadin sobre el improvisado apósito. A continuación, dobló varias veces la toalla hasta formar un bloque. Cuando localizó el orificio de salida asomándose por debajo de su espalda, dejó escapar un suspiro.

   —Lo siento, doctora Novak. Esto va a doler un poco. —Alger la levantó lo suficiente como para poder encajar el improvisado tapón debajo de ella.


   No pudo evitar sobrecogerse al oír los gritos de ella, aunque se alegraba de que hubiera recuperado la consciencia. El tiempo apremiaba y no aguantaría demasiado en ese estado. Debía llevarla a un hospital o a cualquier otro lugar donde pudieran dispensarle toda la atención médica que él no era capaz de ofrecerle. Tenían el mejor medio de transporte para llegar hasta allí, pero el conductor no se encontraba en su mejor momento. Además, la mera presencia de Volker Banach hacía más complicada la ecuación.

   —Nadin, vas a salir de esta, confía en mí. —Sabía que estaba perdiendo demasiada sangre al ver que la camisa que debía pertenecer a Bertram ya estaba prácticamente empapada. Aún así, no quería perder la esperanza por salvarla.


   Alger presionó con fuerza sobre la hemorragia, haciéndose una idea del destrozo de tejidos y órganos que debía tener por dentro. Estaba decidido: Moe se encargaría de conducir y él de vigilar a Nadin. Y, en caso de que Volker intentara complicarles la huida, sacrificarse para hacerles ganar tiempo a los otros dos. De buena gana le atizó una patada a su compañero ausente.

   —¡Moe, espabila! ¡Haz lo que mejor sabes hacer y sácanos de aquí! ¡Nadin te necesita!


   En un último intento por hacer que Moe reaccionara, Alger recogió las llaves de la ambulancia y se las espetó en la mano. Consiguió levantarlo con algo de esfuerzo y unas cuantas arengas, rematando la jugada con un fuerte guantazo en la espalda con el que consiguió que el conductor saliera escopetado de la ambulancia. Eso sí, parapetándose con la maleta, la cual ya parecía una extensión más de su cuerpo. Todavía entretenido con dejar el hueso más limpio que una patena, Volker hizo como que lo ignoraba cuando éste pasó asustado por su lado.

   —¡Esa es la actitud, Moe!


   Sin embargo, sus esperanzas por que todo saliera según lo planeado se desvanecieron al verlo seguir en línea recta, como alma que llevaba el diablo, dejando tras de sí una ristra de ridículos alaridos.

   —¡¿A dónde vas?! ¡Tienes que conducir la ambulancia! —exclamó Alger desconcertado, perdiéndolo de vista en la negrura—. ¡Estás sentenciando a Nadin a una muerte segura!

   —Mortales egoístas. En cuanto veis vuestras vidas peligrar, traicionáis a los vuestros en pos de sobrevivir —le contestó jocosamente Volker—. Seguro que tú también quieres abandonarla y seguir viviendo. Sé que lo estás deseando, conejillo.

   —Serás hijo de... ¡No te atrevas a decir eso después de lo que le has hecho, bastardo! ¡Conseguiré que se salve, cueste lo que cueste! —le desafió Alger, mirándole de tú a tú.


   El vampiro soltó otra de sus estridentes carcajadas. Casi no había terminado de reírse cuando apareció dentro de la ambulancia, frenando su rostro a escasos centímetros del de Alger. Desde luego, no iba a permitir que la provocación de un simple humano quedara impune. Intimidándole y expeliendo un frío inusual a su alrededor, consiguió que el cuerpo del reportero comenzara a temblar, buscando minar su fuerza de voluntad.

   —Vuestras vidas me pertenecen. Hagas lo que hagas, ella morirá —le rebatió Volker, expulsando un fétido aliento hacia él—. Solo yo estoy en disposición de detener su muerte...

   —¡Pues hazlo ahora! —le bufó Alger.


   Pero antes de que pudiera pestañear, recibió un manotazo en la cara, golpeando violentamente el suelo y estremeciendo todo el vehículo. Varios utensilios y cajas bailaron en los estantes.

   —¡Alger! —exclamó Nadin, ladeando la cabeza hacia donde se encontraba éste.

   —Tranquila... estoy bien —le mintió él. Aturdido, descubrió que le brotaba sangre cerca de la sien.

   —¿Quién te crees que eres para darme órdenes, mortal insignificante? —le advirtió severamente Volker, acercándose lentamente hasta arrinconarlo.


   En esa ocasión, Alger prefirió no contestar. Se quedó mirándolo fijamente, teniendo tiempo de estudiar sus grotescos rasgos y los llamativos ojos de un marrón anaranjado con los que le amenazaba. Se preguntaba si eso iba a ser lo último que presenciaría antes de morir.

   —Ahora siento curiosidad por saber si serías capaz de dar tu vida a cambio de salvar la de ella —le planteó Volker volviendo a hacer gala de su carácter ácido a la vez que jocoso.

   —¡Por supuesto que sí! —le contestó de inmediato Alger intentando ponerse de pie—. Si no fuera por mí, ella no habría venido aquí...

   —No, Alger. ¡Cállate! No le des ideas estúpidas —le interrumpió Nadin, siendo consciente de las consecuencias que tendría aquello para ambos.


   A unos metros de allí, el motor de un coche comenzó a rugir. Las luces de éste disolvieron la oscuridad de alrededor, tiñéndola de tonos amarillos y rojizos.

   —Será desgraciado. ¿Qué hace Moe con mi coche? —se preguntó Alger palpando los bolsillos de su pantalón—. Si tiene las llaves del coche también tiene las de mi casa.

   —He de encargarme de un asunto. Volveré para que me comuniques tu deseo, conejillo.

   —¿Mi deseo? Métete la lengua por... —Pero Alger se contuvo antes de que comprara otra papeleta para recibir un golpe.


   Conforme se alejaba dando amplias zancadas, el cuerpo del vampiro iba profiriendo una serie de inquietantes crujidos. Alger no daba crédito a cómo sus piernas se iban alargando. De esta forma, no tardó en alcanzar el vehículo en el que Moe pretendía huir. Éste había dado marcha atrás para salir del estacionamiento y no se había percatado de la presencia de Volker. Cuando se peleaba con la palanca de cambios para desatascarla del punto muerto, el conductor sintió cómo algo envuelto en una lluvia de cristales lo agarraba y tiraba de él hasta sacarlo por el hueco de la ventanilla.

   —Entenderás que no puedo consentir que escapes de mí, conejillo —se regocijó el vampiro acariciando el rostro de su presa con sus afiladas uñas—. Tengo una reputación que mantener.

   —¡Perdona por lo que te he dicho antes! ¡No quiero morir! ¡Por favor! ¡Perdóname! —le suplicó Moe, sintiendo los cortes en la cara e intentando sin éxito desabrocharse el chaleco por el que Volker lo tenía sujeto.

   —Deliciosa. Está en su punto —declaró la criatura nocturna, lamiendo sus dedos manchados de sangre.

   —¡No me mates! ¡Llévate a-a-a ellos! ¡Y también mi a-a-ambulancia! ¡Puedo darte dinero también! Tengo casi cincuenta mil marcos a-a-ahorrados.

   —¡Qué sencillo es derribar tus principios, conejillo! Estoy pensando en que tu cabeza le iría perfecta a uno de los homúnculos que estoy creando. Con una voluntad tan volátil como la tuya, será más dócil ante mis órdenes. —Los huesos de Volker comenzaron a crujir nuevamente, acrecentando la angustia de su presa—. Alégrate. No todos los conejillos que atrapo tienen el honor de pertenecer a mi ejército.




   Mientras tanto, Alger había intentado distraer al vampiro arrojándole un frasco con desinfectante. A pesar del comportamiento cobarde y ruin que había demostrado Moe, el reportero sentía que debía ayudarle a escapar de las garras de Volker.

   —Mal momento para que me fallen las fuerzas —farfulló Alger. Decepcionado consigo mismo, habría apostado a que su proyectil llegaría hasta golpear a Volker. Pero a malas penas alcanzó la mitad del recorrido previsto. Necesitaba otra cosa que pudiera lanzar para brindar al conductor de ambulancias de una nueva oportunidad de escapar. 

   —No puedes hacer nada por Moe. Ese monstruo es de los que no dejan testigos —le advirtió Nadin incorporándose hacia él.

   —¡No voy a tirar la toalla mientras haya esperanza!

   —¡Es que no la hay!


   La discusión quedó interrumpida por un grito desgarrador de Moe. Perfilada con la luz del coche de Alger, la monstruosa silueta de Volker tenía agarrada a su víctima por ambos tobillos. Se bastaba de una sola de sus garras para mantenerlo en alto, utilizando la otra para juguetear clavándole su huesudo índice en distintas partes del cuerpo. Desde luego, la proporción de sus brazos y piernas era abominable.


   No tardó en acometer el fatal desenlace para Moe. La última visión que tuvo éste debió ser horrible, ya que su cabeza fue engullida por las enormes y afiladas fauces de Volker Banach. Estas se cerraron, aprisionando el cuello de su víctima, desgarrando todas sus fibras y haciendo añicos las vértebras hasta partirlo en dos. Un bulto esférico se abrió paso por el esófago del vampiro, lubricado con la sangre que bebía del tembloroso cuerpo decapitado.


   Notablemente afectado, Alger volvió junto a la camilla. Desesperado, intentaba encontrar la manera de levantar a Nadin y llevársela de allí. No iba a permitir que sufriera el mismo final que Moe. Ella lo detuvo acariciándole la mejilla donde le había golpeado Volker.

   —¿Acaso crees que podrás cargar conmigo tal y como te encuentras?

   —¡No pienso dejar que ese monstruo te devore a ti también! —En aquel momento, Alger reparó en la silla de ruedas plegada bajo la camilla.

   —Para cuando lo vaya a hacer, seguramente ya esté muerta.

   —¡No digas eso! ¡No te puedes morir! —Hizo una pausa y aprovechó para tragar saliva—. No vas a morir. Si Volker nos alcanza, le daré mi vida a cambio de la tuya.


   Nadin dejó de hacer presión sobre su abdomen para agarrarle de ambas manos.

   —¿Confías en la palabra de ese monstruo? ¿Sabes lo que me hará para evitar que muera?

   —Debe hacer lo que me ha propuesto. Los vampiros han tener una especie de código de honor que les obligue a cumplir con lo que prometen. Y pueden usar su sangre para curar...

   —Déjate de películas, Alger. Hace siglos que Volker Banach perdió su código de honor. Seguramente, mucho antes de ser convertido en vampiro. —A Nadin le costaba respirar y cada vez se notaba más fatigada—. Su sangre no es capaz de curar una herida de este calibre. Mi única opción para no morir es que él me convierta en una de los suyos. No... no quiero pertenecer a su jerarquía...


   Sin poder soportar ese jarro de agua fría llamado realidad, los ojos de Alger se volvieron vidriosos. Comenzaba a dar por hecho que el destino de la mujer estaba listo para sentencia. Apoyó la cabeza sobre las manos de ambos y comenzó a pedirle perdón insistentemente.

   —No tienes la culpa de lo que ha ocurrido... —le intentó reconfortar Nadin.

   —Pero si no llega a ser por mí, jamás hubierais venido a morir aquí —protestó él, volviendo a interrumpirla—. ¡Tendría que morir yo y no vosotros!

   —Yo solo seguía las órdenes que me han dado. Tú simplemente te has dejado llevar. Y Moe... ahí sí que tengo yo la culpa...

   —No es justo que esto termine así para ti. —Alger apretó los puños con rabia. Sentía que le debía la vida y aún se veía en la obligación de hacer algo por ella.


   De repente, un rayo de esperanza los iluminó.

   —¿Qué ocurre aquí?


   Una acaramelada pareja que paseaba por la oscura calle Ossietzky había sentido la curiosidad de asomarse hacia el interior la ambulancia. Tras la sorpresa que les supuso su presencia, Alger atinó a pedirles ayuda.

   —¡Ahg! ¡Cuánta sangre! —gritó la mujer escandalizada al fijarse en Nadin. Tapándose la cara con las manos, se echó a un lado para no seguir mirando a riesgo de desmayarse.

   —Me llamo Haines. Sé algo de primeros auxilios. ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo os puedo ayudar? —se ofreció el hombre mientras subía a la ambulancia.

   —Tiene todo el abdomen perforado. Hay que llevarla a un hospital lo antes posible, pero no podemos conducir la ambulancia. Podemos llevarla en la silla de ruedas... —le explicó Alger, agachándose debajo de la camilla.

   —Será mejor si la mantenemos en horizontal. Utilizaremos la camilla hasta el hospital que hay al final de la avenida principal. Retire los anclajes de las patas para poder sacarla. —Haines se quitó el abrigo pensando en todo el esfuerzo físico que debían acometer—. Meret, encárgate de mi abrigo.

   —Todo listo por aquí. —Cuando Alger se incorporó de nuevo, le dedicó una sonrisa a Nadin junto a varias palabras de ánimo. Veía que su salvación era factible.


   Por su parte, Haines miraba a uno y a otro lado de la ambulancia en busca de su mujer.

   —¿Meret? ¿Dónde te has metido? Tenemos que darnos prisa.

   —Mierda... no —masculló Alger, intentando localizar a Volker junto a su coche.

   —¡Meret! —siguió llamándola Haines.

   —¡Vete y llama a la policía! ¡Que vengan todos los efectivos que puedan! —le ordenó Alger temiéndose lo peor—. Hay un loco suelto por aquí que posiblemente se haya llevado a tu mujer.

   —¿Qué dice? ¡No pienso irme sin Meret! —Haines dio varios rodeos a la ambulancia, repitiendo el nombre de ella sin descanso.


   No tardó en llamarle la atención el coche de Alger, cuyas luces y motor seguían encendidos. Convencido en que eso podría estar relacionado con la desaparición de Meret, emprendió una carrera hacia aquel escenario. Pero cuando se encontró con el cadáver de Moe, no pudo evitar trastabillar, cayendo de costado al suelo. Comenzó a dar arcadas al ver que le faltaba la cabeza.

   —Conejillo mío, estoy muy asustada —anunció una voz aguda a la vez que siniestra junto a la ambulancia.


   Inmediatamente, Meret descendió ante las puertas del vehículo, como si se tratara de una marioneta sujeta por hilos invisibles. Tanto Alger como Nadin podían ver cómo le faltaban los ojos, además de todo signo vital. Aquello, unido al reguero de sangre que manchaba su ropa desde el cuello hasta la pierna, no dejaba lugar a dudas sobre quién había tenido que ver con su muerte.

   —¡Quédate ahí, cariño! ¡Ya voy para allá! —le anunció Haines poniéndose de pie y alejándose de los restos de Moe.

   —¡Nooooo! ¡Es una trampa! ¡Da media vuelta y huye! —le alertó Alger.

   —¡Ni hablar! No pienso abandonarla con ustedes.

   —¡Vete! ¡Ya está muerta! —Las advertencias de Alger caían en saco roto.


   En el momento en que Haines llegó junto a ella, Meret se giró hacia él repentinamente. Como si se tratase de un autómata, abrió sus brazos con un movimiento un tanto robótico. No tardó en cerrarlos, aprisionando el cuerpo de su pareja, aún conmocionado por la visión de ese rostro con las cuencas oculares vacías.

   —Estaremos juntos para toda la eternidad, conejillo mío. —Aunque Meret movía la boca al compás de sus palabras, Haines se dio cuenta de que la voz venía de más arriba. Alzó la mirada y acertó a ver un ser gigantesco y extremadamente delgado que le sonreía con una boca más grande de lo normal.


   Mientras que Haines intentaba zafarse de los brazos de su mujer, ambos comenzaron a elevarse lentamente. Sus alaridos opacaron el sonido que producían los huesos de ella al crujir. En el instante en que las dos hileras de costillas de Meret le atravesaron el tórax hasta emerger por su espalda, la angustia del hombre terminó. La calle quedó en silencio.

   —Alger, en serio, escapa. Yo... —le insistió Nadin. Ya no albergaba ninguna esperanza de que se obrara un milagro. Sentía su cuerpo cada vez más frío y dormido.

   —He dicho que no voy a abandonarte. —Alger seguía con atención el movimiento que realizaba el péndulo formado por la pareja abrazada, esperando que en cualquier momento apareciera el vampiro.

   —¿Aún no te has dado cuenta de... que te contradices... a ti mismo?

   —No sé a qué te refieres. Ya te he dicho que iba a quedarme aquí contigo y eso es lo que estoy haciendo. —Al verla temblar, Alger cogió el abrigo de Haines y lo extendió sobre ella.

   —Dime... ¿qué te ha parecido lo que... ese hombre ha hecho volviendo... a pesar de tus advertencias?

   —Un suici... —No quiso terminar su respuesta al ser consciente de la conclusión a la que Nadin quería que llegara.


   A su juicio, el pobre Haines había cometido una locura al volver para tratar de reunirse con la malograda Meret. Había intentando por todos los medios evitarle una muerte segura, pero éste había hecho oídos sordos, siguiendo los imprudentes dictámenes de su corazón. Y precisamente, eso mismo era lo que le estaba ocurriendo a él, tratando de salvar a Nadin.

   —Alger, haz... que nuestra huida sirva de algo. No dejes... que el enemigo te atrape. Hazlo... por Moe... Por Meret... Por Haines... Por mí...


   Ambos rompieron a llorar. Eran conscientes de que el momento de la despedida había llegado. Alger se resistía a soltar por última vez la mano de Nadin.

   —Qué mejor manera de... despedirme de este mundo que... disfrutando de tu compañía... Alger.


   Alger hizo un atisbo de sonreír al escuchar de su boca la misma frase que él le había dicho unos minutos antes.

—Nos vemos... en otra... vida.


   Nadin cerró los ojos lentamente. Su brazo cayó sobre la camilla en cuanto los dedos de Alger no fueron capaces de seguir sosteniendo su mano.



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En este punto crucial de la historia, Alger ya ha tomado una decisión. Esta vez, vuestras elecciones servirán para confeccionar un capítulo de "¿Qué pasaría si Alger...?". Aún así, podéis elegir una opción de cómo os gustaría que continuara. Y una segunda opción para el capítulo alternativo.

A) Alger se queda en la ambulancia, intentando reanimar a Nadin. Cuando Volker vuelva, le pedirá que la convierta en vampiro a cambio de su vida.
B) Decide vengarse de Volker, preparándole un cóctel molotov con el mechero y los todos los líquidos inflamables que encuentre en la ambulancia.
C) Baja del vehículo de forma sigilosa con la idea de alejarse a la vez que va escondiéndose.
D) Sale corriendo sin mirar atrás hacia su coche para recuperarlo y poder huir en él lejos de allí.


Deja un comentario con la opción elegida para que continúe la historia y con otra opción para uno de los capítulos alternativos. Puedes ampliar tu respuesta si lo consideras necesario.




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