sábado, junio 24, 2023

Bertram Kastner (22) - Última voluntad

Sin haber logrado convencer a Jünaj para permitir su acceso a Kreuzungblut, Niels Rainath irrumpe en el lugar donde se encuentra Bertram. Tras amenazarles con disparar su armas, Jünaj abandona a Bertram a su suerte.

Esta es la 22ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Haciéndose de rogar ante Niels Rainath, Bertram se tomó unos segundos para ponerse en una postura más favorable a la hora de intentar alcanzar la pistola olvidada. Una vez que creyó que el momento adecuado había llegado, se impulsó hacia adelante y pegó un salto muy medido, aterrizando con los brazos estirados y pudiendo agarrar el arma sin ningún contratiempo. Los dedos de sus manos se amoldaron rápidamente a ella, apuntando hacia su enemigo y presionando el gatillo sin más dilación.


   Pero algo faltaba en toda esta sucesión de acciones: la detonación del disparo. Volvió a apretar el gatillo, obteniendo el mismo chasquido tímido. Y conforme más veces lo intentaba, la desesperación y angustia se apoderaban de él. Fue la gran carcajada en la que estalló Niels al ver sus inútiles intentos por accionar el arma la que detuvo el empeño de Bertram por cumplir su plan.

—Eres muy ingenuo si creías que te iba a permitir que me disparases tan fácilmente —se burló Niels, apuntándole con su revólver y señalando con la linterna al hombre que estaba tendido en el suelo—. Mientras venía hacia aquí, escuché cómo Ernest efectuaba trece disparos en total. Estaba totalmente convencido de que la pistola estaba vacía, ya que su cargador sólo tiene espacio para doce balas. He de reconocer que no he intervenido antes para poder deleitarme con la cara de derrota que pondrías.

—Joder. ¿Cómo iba a imaginarme esto? —se dijo a sí mismo Bertram, mirando con incredulidad el arma que había arruinado su único plan de supervivencia—. ¿Y ahora qué hago?

—Así pues, ¿unas últimas palabras antes de abandonar este mundo, Bertram? —le inquirió Niels, manteniéndole en el punto de mira de su revólver.

—Sí, ¡vete al infierno! —le gritó Bertram, a la vez que le arrojaba la pistola inservible con todas sus fuerzas y rabia.


   Con un movimiento instantáneo de su brazo, Niels rechazó el objeto con la linterna que portaba, acabando ésta destrozada. Y antes de que el arma cayera al suelo y quedada perdida entre la maleza del bosque, apretó el gatillo de su lujosa pistola.


   De nuevo, Bertram pudo percibir todo su entorno a cámara lenta, viendo cómo la bala se acercaba de lleno a su pecho. Pero, a diferencia de lo que había ocurrido en el taxi, su cuerpo ya no respondía a sus órdenes de esquivarla. Paralizado, notó cómo el proyectil tocaba su piel, quemándola por el calor adquirido. Enseguida, comenzó a escarbar en su carne para introducirse de lleno en su tórax, expulsando sangre a presión a través del orificio de entrada. Finalmente, sin encontrar ninguna resistencia ósea, la bala perforó su espalda y escapó de su cuerpo, dejando tras de sí una herida de gran consideración y una lluvia de salpicaduras rojas.


   Cualquier humano estaría sentenciado a muerte tras recibir un impacto de tal calibre y precisión. Y, aunque su naturaleza vampírica le permitía sobrellevar las heridas de bala, en esta ocasión, su cuerpo parecía haber llegado al límite. Sin ofrecer ninguna resistencia, se dobló hacia atrás debido al empuje del proyectil, quedando apoyado sobre sus rodillas y con la espalda a escasos centímetros de tocar el suelo. Sus brazos quedaron colgando inertes, como si de una marioneta se tratara, con los dedos de las manos mezclándose entre las briznas de las plantas y la tierra. Y su cuello arqueado dejaba a su cabeza mirando hacia el cielo, vomitando un cúmulo de sangre por la boca.

—Aquí se acaba tu ridícula epopeya, Bertram Kastner —declaró Niels Rainath guardando el arma del crimen en un bolsillo de su chaqueta—. Ya no nos darás ningún quebradero de cabeza más. Pero antes de convertirte en polvo, me revelarás con tu sangre todo lo que quiero saber.


   Intentando recomponerse, Bertram sólo fue capaz de tambalear su cabeza, pudiendo ver con su mirada borrosa cómo Niels se aproximaba a él.

—No... no te acerques a mí —pronunció Bertram consumiendo sus últimas fuerzas para hablar.


   La sonrisa maquiavélica de Niels se desdibujó de inmediato de su rostro, a la vez que detenía su avance.

—¿Cómo demonios eres capaz de hacerme esto? —le preguntó Niels sorprendido e indignado, haciendo un gran esfuerzo por dar el siguiente paso—. Por mucho que también seas descendiente directo de Lothar, mi antigüedad es superior, además de que tu estado es lamentable. ¡No deberías poder doblegarme así!


   Inmediatamente, Niels Rainath cayó impulsado hacia atrás, como si hubiera recibido un gran golpe de un oponente invisible.

—No, ¡Jünaj! —exclamó conforme se incorporaba y miraba agitado a un lado y a otro—. ¡Muéstrate, salvaje cobarde!


   Bertram ya no era capaz ni de esbozar una sonrisa al escuchar que Jünaj había vuelto para enfrentarse a Niels. De repente, notó cómo unos brazos le envolvían desde su espalda y unían sus manos sobre el boquete de la herida que tenía en el pecho. A continuación, tiraron de su cuerpo hacia el suelo, comenzando a hundirlo lentamente en la tierra. Poco a poco, percibía cómo su carne se convertía en un conglomerado que se fundía con el suelo del bosque.


   Ya no podía ver nada, pero sí escuchar el sonido de numerosos disparos cuyos impactos hacían vibrar la tierra que tenía encima. Su cuerpo, o una esencia de él, seguía siendo arrastrado hacia las profundidades del suelo, guiado por Jünaj. Como si se tratase de un rescate marítimo, éste comenzó a desplazarse en horizontal, alejándose del lugar en el que se encontraba Niels Rainath.


   Posiblemente habían transcurrido más de dos horas desde que se habían adentrado en subsuelo forestal, pero la distorsionada percepción del espacio y tiempo de Bertram no era capaz de confirmarlo. Su nivel de consciencia era intermitente, pero llegó a un punto en el que sentía cómo su propia existencia se iba desmoronando y desvaneciendo lentamente. De inmediato, ambos vampiros emergieron violentamente a la superficie, expulsando varios puñados de tierra alrededor de ellos. Jünaj comprobó con cierta preocupación el estado del maltrecho cuerpo de Bertram y acomodó la cabeza de éste sobre su regazo.

—Me alegro de volver a verte, Bertram —le reconoció en voz muy baja y manteniendo el contacto visual—. Ahora, bebe algo de mi sangre, o de lo contrario no tardarás en morir definitivamente.


   El cuerpo de Bertram comenzó a convulsionar a la vez que sus extremidades se volvían raquíticas y rígidas. Rápidamente, Jünaj clavó sus colmillos en su propia muñeca, abriendo dos hilos de sangre densa que dispuso para que cayeran dentro de las fauces de Bertram. Éste, tardó unos segundos en reaccionar, tragando de golpe todo lo que se había acumulado en su boca y moviendo su mandíbula de forma similar a un pez, como si de esa manera fuera a conseguir más sangre.

—Cálmate, te vas a recuperar. He logrado pillarte a tiempo —murmuró Jünaj moviendo su brazo para seguir dirigiendo los chorros de sangre y que ésta no se derramara fuera debido a la agitación de éste.


   Bertram sentía cómo el líquido vital recorría su cuerpo, reviviendo las venas y arterias que habían colapsado hacía unos instantes. La carne abierta alrededor de sus heridas parecía cobrar vida propia y tímidamente empezaba a regenerarse al ritmo de pequeños espasmos y temblores.


   Pero su cuerpo no fue lo único que sufrió una explosión de vitalidad, ya que su mente se llenó de ese color azul cielo que tanto anhelaba y que brillaba de forma vibrante ante él. Enseguida, dio paso a una visión que discurría en una especie de patio de lo que parecía una fortaleza medieval. Sujeto con grilletes en sus tobillos, muñecas y cuello, Bertram se encontraba de rodillas anclado a un obelisco de piedra en el centro del enclave. Iba ataviado con unos harapos blancos y empolvorizados, como si se tratara de un prisionero o un esclavo.



   Desde allí, alzó la vista y pudo contemplar un cielo nocturno prácticamente despejado, en el que se apreciaban algunas constelaciones de estrellas. Sin embargo, pronto se percató de no ser él quien estuviera moviendo su cuerpo. Tal y como le había ocurrido en otras ocasiones que bebía sangre, parecía estar rememorando las vivencias de alguien en primera persona.


   De repente, uno de los portones que daban acceso al patio abrió sus hojas violentamente, estremeciendo los muros y las losas del suelo de piedra. Alguien irrumpió desde allí, alzando la voz y notablemente irritado.

—No creas que tu intento de asesinarme te va a salir gratis, maldito salvaje —le sentenció de forma airada Niels Rainath, acercándose a él con paso decidido y firme.


   Antes de lo que esperaba, Niels ya estaba ante él, deteniéndose y propinándole un violento puñetazo en la cara. Sin ninguna resistencia ni oposición, encajó el golpe, saliendo despedido hacia un lado y siendo frenado por las cadenas chirriantes de los grilletes que agarraban su cuerpo.

—¡Niels, la decisión ya está tomada! —retumbó una voz desde el arco de la puerta—. No castigues a tu hermano por tu cuenta.

—¡No le llames así, padre! —le replicó Niels, poniendo un pie sobre el costado del preso y oprimiéndole con insistentes pisotones—. ¡No era nadie cuando decidiste convertirlo! ¡Por ello, no es digno de nuestro linaje!

—Detente, Niels —añadió el mismo hombre de forma tajante—. ¿Acaso estás cuestionando mi criterio de decidir quién es digno y quién no?


   Niels resopló varias veces, al no estar conforme con la orden. Pero tampoco quería discutir con su progenitor vampírico, por lo que, finalmente, optó por retirarse, dando un paso hacia atrás. Desde esa posición, Bertram abrió de nuevo los ojos y pudo reconocer a Lothar von Schwaben bajo el arco del gran portón. A la misma vez que él, una procesión de distintas figuras con atuendos nobiliarios abandonaban la sala contigua y accedían al patio en el que se encontraba encadenado.

—¡La culpa la tiene ese maldito crío! —continuó Niels, señalando a un niño que caminaba junto a Lothar—. Cientos de años siendo un pelele inútil, sin ser capaz de articular palabra alguna ni de reaccionar ante nada... ¡y precisamente hoy se manifiesta a favor de perdonarle la vida a Jünaj!

—¡Niels! No consiento que te dirijas así a Heiko. Por su antigüedad y posición, tiene el mismo derecho que tú a participar y votar en el Cónclave —le reprochó Lothar visiblemente molesto, ante la atenta mirada del resto de camaradas.


   Mientras se incorporaba y se quedaba sentado en el suelo, Bertram dirigió su vista al muchacho, acompañándola de una sonrisa cargada con cierta complicidad. Aún sabiendo que Heiko no iba a salir de su trance y que mantendría su mirada perdida en el infinito, Bertram tenía la esperanza de que, de alguna manera, su gesto no quedaría en vano.

—Agradécele al pequeño von Kleist el no poder poner fin a tu mísera existencia bajo los rayos del Sol —le espetó Niels conforme se disponía a abandonar el patio, junto a un puñado de nobles que siguieron sus pasos—. Que disfrutes del resto de tu vida encerrado entre estas piedras y escombros, salvaje.


   Lothar esperó a que Niels cruzara uno de los arcos de salida para continuar su avance hacia el centro del patio. Mientras tanto, Bertram se puso lentamente en pie, agachando la cabeza a modo de respeto cuando éste llegó junto a él. Lothar se mantuvo en silencio durante unos segundos, aprovechando para reflexionar mientras contemplaba al prisionero. Dejó escapar un pequeño suspiro para descargar algo de tensión e hizo uso de la palabra.

—Jünaj, como ya habrás averiguado, el Cónclave ha tomado una decisión sobre tu devenir a colación de tu intento fallido de fratricidio —le expuso Lothar de una forma pausada y solemne—. Finalmente, no serás ejecutado bajo los rayos del Sol en esta mazmorra sin techo. Sin embargo, serás despojado de tu corazón, que permanecerá recluido en este enclave de Kreuzungblut. Eso te convertirá en el prisionero de este lugar, del cual no podrás alejarte de ahora en adelante.


   Los murmullos de los espectadores que les acompañaban en el patio empezaron a hacerse notables. Ante eso, Lothar alzó su brazo y volvió a reinar el silencio.

—Viendo la posición de vulnerabilidad en la que te encontrarás, solicitaré a los magos de sangre el limitar el libre trasiego de vástagos y cualquier poder vampírico a este lugar —prosiguió Lothar, volviendo a solicitar el cese de las conversaciones entre los asistentes—. Serás tú, Jünaj, el que tenga la potestad de permitir o denegar la entrada a cualquier vampiro que solicite acceso.

—Ya es suficiente —pronunció Jünaj, provocando que todos en el patio, excepto Heiko von Kleist, alzaran la vista hacia la bóveda celeste, de donde provenía su voz.


   Bertram contempló cómo el rostro de Jünaj le tapaba una buena parte de la panorámica del cielo, mientras que salía de su ensimismamiento. Terminó de degustar las últimas gotas de sangre que éste había vertido en su boca, a la vez de que cerraba la herida de su ensangrentada muñeca. Sin llegar a revisar en qué situación se encontraban sus heridas, sentía cómo un torrente sanguíneo encabritado recorría todo su cuerpo.




Una vez que Bertram se encuentra más recuperado, ¿qué será lo primero que haga?
A) Intentar beber más sangre, mordiendo a Jünaj
B) Increpar a Jünaj por haber dado lugar a que Niels casi le matara
C) Contarle que como no ha accedido a la petición de Niels, su familia está en peligro
D) Contarle la visión que acaba de vivir

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