Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.
Una vez que Farid vació toda la munición de su arma, se dedicó a buscar desesperadamente por la habitación al chico y al hombre que le atacó, con la esperanza de encontrarlos abatidos por las balas. Tras asomarse debajo el agujereado colchón de la cama y no ver a nadie, se dirigió al maltrecho armario, destrozando lo que quedaba de la puerta con una feroz patada. Tras comprobar que su arrebato había sido en vano, extrajo el cargador vacío del rifle y lo arrojó violentamente hacia el pasillo, a la vez que exhalaba un grito cargado de frustración y rabia a partes iguales.
—¡Lleva cuidado, Farid! ¡Casi me das! —le recriminó Iyad tras esquivar el cartucho conforme subía las escaleras.
—¡Cállate y asómate a la terraza! – le ordenó Farid a la vez que sacaba un nuevo cargador de uno de sus bolsillos—. Haz algo útil, Iyad.
—No habrá nadie...
—¿Me estás tomando por loco? —le cuestionó Farid, todavía sin haberse calmado—. ¡Soy tu superior y te ordeno que salgas ahí fuera a inspeccionar! ¡Estoy seguro de haber escuchado a alguien en este piso!
El soldado sabía que Farid tenía un temperamento muy fuerte, pero nunca lo había visto llegar a ese estado de cólera.
—No temas, Iyad —le comunicó Kazim mentalmente, con la intención de separarlos—. No te ocurrirá nada si sales a la azotea. Te conviene alejarte de él para no ser el objetivo de su ira.
—¿Lo has oído? —preguntó Iyad sorprendido por haber escuchado de nuevo la voz en su mente.
—¿El qué tengo que oír? —le replicó Farid perdiendo aún más la paciencia con su subordinado, mientras con un golpe seco insertaba el nuevo cartucho de munición en el arma.
Iyad cayó en la cuenta de que aquella voz podría haberle hablado sólo a él, con el fin de evitar que Farid conociera sus planes. En cierta medida, le trasmitía más confianza y tranquilidad que su superior, además de parecer más razonable. Aunque eso no quitaba que le guardara cierto temor y respeto, al pensar que estaba hablando con el mismísimo Dios.
—Olvídalo, son cosas mías —admitió Iyad a la vez que salía hacia la terraza contigua de manera cautelosa.
Para evitar ser visto en el caso en que el miliciano mirara hacia el rellano sobre el que se encontraba, Kazim se deslizó hacia atrás, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Al igual que él no podía ver al soldado, confiaba en que ellos tampoco estuvieran en disposición de localizarle. Encontró una pequeña cavidad en el muro sobre el que estaba apoyado, pudiendo introducir la punta de sus pies en ésta para poder aguantar mejor la espera. Tenía la esperanza de que, más pronto que tarde, decidirían marcharse a otra casa o a su cuartel.
—Lo que te decía, Farid; aquí ya no hay nadie —le informó Iyad mientras daba vueltas por la azotea y se asomaba hacia las callejuelas aledañas—. Seguramente, el extranjero y el chico ya no estarán en esta aldea.
—¿Sabes lo que eso supone? —le cuestionó su superior, saliendo también al exterior y manteniéndose vigilante.
Mostrando cierta indiferencia, Iyad se encogió de hombros. Esa reacción molestó a Farid, quien echó mano a uno de sus bolsillos y le arrojó con fuerza el objeto que tenía ahí guardado.
—¿Qué es esto? —le preguntó el subordinado tras haberse cubierto y haber recibido el impacto de algo blando—. No me tires las cosas así.
—Es la cartera del hombre que se llevó al muchacho. Haz el favor de revisarla... ¡Y deja el dinero donde estaba! ¡Es para mí!
A regañadientes, Iyad guardó de nuevo los billetes de dinares y dólares en el pliegue donde estaban originalmente y procedió a inspeccionar los documentos. Farid suspiró y aprovechó para sentarse en el suelo, aparentemente más calmado. Por su parte, el otro miliciano también se relajó, agachándose y dejando el rifle a su lado mientras deslizaba las tarjetas plastificadas del extranjero.
—Al...ge... Fus... —leyó en voz alta Iyad, recordando cómo se pronunciaban las letras occidentales—. ¿Se llama así el alemán?
—No importa cómo se llame ese sujeto. Mira el siguiente documento. Es un carnet de prensa. ¡Se trata de un periodista! —exclamó Farid, aunque sin llegar a perder los estribos como antes—. Si el crío le cuenta que estábamos limpiando de supervivientes su aldea después del ataque de gas que ha lanzado nuestro ejército, el gobierno del país tendrá un gran problema con el resto del mundo.
—¡Y lo tendrá más que merecido!
—¿Otra vez con lo mismo? —espetó Farid rechinando sus dientes—. Si no llego a quitarle la cámara de fotos, le habría podido enseñar a cualquiera lo que está ocurriendo aquí.
El miliciano observó cómo su jefe blandía el aparato fotográfico que hasta ese momento había llevado colgado al cuello, orgulloso de su botín. Mientras tanto, Kazim escuchaba atento la conversación entre ambos, descubriendo más detalles sobre el hombre de pelo rubio. También determinó que los soldados tenían puntos de vista diferentes sobre cómo el ejército y el gobierno manejaban la contraofensiva a la invasión. Seguramente, podría sacar provecho de ese cisma.
—¡Pues que lo vean! Lo que estamos haciendo contra nuestro pueblo es una barbaridad —le argumentó Iyad con total sinceridad—. Yo vivo en una aldea muy parecida a esta. Tengo una esposa y un hijo esperándome allí. Entonces, si los iraníes hubieran entrado allí, ¿también les habrían bombardeado con el gas? ¡Es abominable!
—Estamos en guerra. Y en tiempos difíciles todo vale por el bien de nuestro país.
—¿También dirías eso si el pueblo donde vive tu familia estuviera en el punto de mira de nuestro ejército? —le reprochó Iyad a su superior.
Farid soltó únicamente un resoplido mientras dejaba la cámara a su lado y, seguidamente, se encendía un cigarro. Los milicianos no intercambiaron palabra alguna durante los siguientes minutos. Iyad, seguía curioseando los documentos de la cartera, aunque su objetivo era hacerse con al menos un par de billetes sin que su jefe se percatara de ello. Mientras tanto, Kazim continuaba encaramado sobre el rellano, sin mover un solo músculo. Cualquier mínimo ruido que hiciera alertaría a ambos soldados en aquellos momentos donde reinaba el silencio.
—Toda mi familia murió en los primeros ataques de los iraníes —arrancó a hablar finalmente Farid tras dar la última calada y arrojar la colilla hacia un lado—. No tuve ocasión ni de darles una sepultura digna, por lo que, para poder honrarles, juré que no descansaría hasta aplastar a todos nuestros invasores.
—Pero, ¿qué ocurre con toda la gente inocente a la que estás accediendo matar?
—Es un mal necesario. Dios tiene un lugar reservado para ellos en el paraíso... —se justificó Farid, levantando la vista al cielo y exponiendo sus ojos vidriosos empañados por las lágrimas.
—¡El paraíso debería estar junto a nuestras familias y vecinos en nuestras propias casas! ¡En cualquier aldea como ésta, sin que un ejército como el nuestro o el del enemigo interfiera en las vidas de la gente! —gritó Iyad, soltando a su superior lo que pensaba sobre la injusticia de la guerra.
El rostro de Farid se ensombreció, quedando de nuevo mudo ante la fija mirada de su subordinado. Éste, comenzó a tener remordimientos por lo que le acababa de espetar a su jefe. Aunque lo que le había ocurrido a su familia no le daba carta blanca para arrasar con un pueblo inocente, las palabras sobre esa fatalidad que vivió su superior aún le retumbaban en la cabeza. Totalmente apenado, Iyad cerró la billetera del extranjero, olvidando la idea de hacerse con algo de ese botín, y se dispuso a pedir disculpas.
Pero de repente, todo cambió entre ellos dos. Farid agarró con fuerza su rifle y apuntó hacia el otro soldado. Sorprendido, Iyad se estiró para coger el arma que descansaba a su lado, deteniéndose antes de conseguirlo al escuchar cómo su superior chasqueaba el gatillo como advertencia.
—Ni se te ocurra poner tus manos sobre el rifle —le amenazó Farid mientras daba un salto para ponerse de pie y se acercaba al que era su compañero para alejar su arma con una patada—. Quien se atreva a interponerse en mi objetivo, debilitando nuestro ejército o nuestro gobierno, será también mi enemigo.
—¿Q... qué dices, Farid? Yo... no... —balbuceó Iyad levantando sus brazos instintivamente, sin dejar de mirar el cañón que podía acabar con su vida en un instante.
—Levántate, Iyad.
—Farid, no... no quiero morir —le respondió entre lágrimas, sabiendo de lo que podía ser capaz su jefe.
—¡Ponte en pie ya! —le volvió a ordenar Farid.
Tembloroso, Iyad se incorporó, sin dejar de rogarle que lo dejara con vida y suplicándole perdón.
—Date la vuelta y camina hacia el bordillo de la azotea.
Iyad accedió entre sollozos, tras aceptar el que iba a ser su triste destino. A escasos metros, Kazim se encontraba horrorizado ante lo que estaba presenciando. Sentía que debía hacer algo para evitar la muerte del joven soldado que parecía no estar tan a favor de la guerra.
—Detente Farid —le comunicó Kazim a la mente del miliciano.
—¡Eres un impostor! —le respondió éste algo nervioso mirando a su alrededor, pero sin dejar de apuntar con el rifle.
—No... Yo también amo a nuestro país... —intervino Iyad, pensando que Farid se refería a él—. Me... me alisté para defender a la gente, no... no para matarla...
—Cállate y sube al bordillo de la terraza.
—No cargues con más víctimas a tus espaldas, Farid —insistió Kazim, arrastrándose con sumo cuidado hacia adelante.
—Rezaré por todos los que han muerto por la causa. Incluido tú, Iyad.
—No... no tienes que llegar... a ese punto —alegó el soldado amenazado entre lágrimas, poniendo sus pies peligrosamente sobre el pequeño muro de la terraza—. Te... te equivocas al pensar que... que todos estamos en contra de tu causa.
Tenía la certeza de que tarde o temprano dispararía, por lo que Kazim continuó avanzando en silencio sobre el rellano, pudiendo ver cómo Farid apuntaba su arma hacia Iyad. Sigilosamente, comenzó a ponerse en pie con la intención de saltar sobre él y así evitar la tragedia.
—Quiero que te des la vuelta y me mires a los ojos antes de morir —le reclamó Farid.
El soldado cuya vida pendía de un hilo puso atención a sus pies y, con cierta dificultad para mantener el equilibrio, consiguió girarse por completo. Poco a poco, levantó su mirada para encontrarse con la del que iba a ser su verdugo. Pero no pudo evitar desviar la vista hacia una silueta que vislumbró sobre el rellano, detrás de Farid. Éste no tardó en advertir que algo estaba ocurriendo tras él, volteándose rápidamente hacia esa dirección y descubriendo al muchacho justo antes de saltar sobre él.
El sonido del disparo volvió a pillar desprevenidos a Kazim e Iyad, cayendo ambos hacia atrás. Mientras que el muchacho consiguió esquivar la bala y quedó sentado sobre el techo de la estructura en la que se encontraba, el miliciano a malas penas pudo agarrarse al bordillo de la azotea, evitando precipitarse a la calle. Farid elevó sus brazos sujetando el arma y comenzó a disparar sobre el rellano, mientras que el chico volvía a retroceder con la intención de no ser alcanzado por los proyectiles.
—¡Ven aquí, rata asquerosa! ¿Dónde está el alemán? —reclamó Farid dando saltos para encaramarse y poder escalar hasta donde se había escondido el chico.
Sintiéndose intimidado por la situación, Kazim no era capaz de concentrarse para utilizar sus poderes y repeler a Farid. Optó por comenzar a descolgarse por la pared, aunque al ver cómo Farid ya se encontraba apuntando a su frente, fue consciente de que era demasiado tarde para hacer cualquier otro movimiento. A tan poca distancia, un impacto de bala podría causarle un daño mucho más serio del que recibió en el sótano de su casa.
En mitad de aquella tensión, se escuchó un ruido en una de las calles junto a la vivienda, llamando la atención de Farid. Éste no dudó en acercarse hacia el lateral del que creía que provenía el sonido que oyó, esperando poder sorprender al periodista. Atacado por sus ansias de venganza, comenzó a disparar de forma indiscriminada hacia el suelo.
—¡No te escondas, maldito extranjero! ¡Te cerraré el pico a balazos! —aulló Farid mientras gastaba su munición—. ¡No dejaré que te entrometas en los asuntos de mi país!
Aún agarrado al borde del rellano y a dos pisos de altura hasta el firme de la calle, Kazim se encontraba preocupado por el estado del hombre de pelo rubio, quien parecía haberse acercado hasta allí para ayudarle de nuevo. Se preguntaba si habría conseguido ponerse a cubierto antes de que Farid comenzara su ataque de locura o habría sido herido de gravedad de nuevo.
Kazim se encuentra ante la disyuntiva de socorrer al extranjero o detener el ataque. ¿Qué decidirá hacer a continuación?
A) Descolgarse para caer en la calle y poder ayudar al extranjero que está por los alrededores.
B) Escalar de nuevo sobre el rellano para abordar a Farid.
C) Concentrarse para localizar al periodista y averiguar cómo se encuentra.
D) Intentar amedrentar a Farid comunicándose mentalmente de nuevo. Indicar qué le dice.
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