jueves, enero 18, 2024

Alger Furst (6) - La problemática de la deserción

Esta es la sexta entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.





   Sentado frente a la ventana, Alger observaba cómo la gente de las calles aledañas se agolpaba ante los esquilmados puestos de víveres. Cada vez que creía haber encontrado a su objetivo, echaba mano de su cámara de fotos hasta darse cuenta de que no se trataba de él. Abatido por la desesperación y el no haber dormido nada desde hacía un día, se dejaba engañar por los caprichosos espejismos que le mostraba su mente. Echó un vistazo hacia atrás, estando tentado de tumbarse en el sucio colchón que había en el suelo. Pero un golpe de suerte iba a hacerle cambiar de idea.

   —¡Alhefus, la he conseguido! —vociferaba Iyad mientras subía las escaleras hasta la buhardilla donde se encontraba su invitado.

   —¿En serio? ¡Déjame verla! —Alger saltó de la silla y fue al encuentro de su anfitrión para arrebatarle la hoja de papel que traía.


   La mirada del reportero fue directa hasta la fotografía en la que aparecía Kazim junto a un par de soldados. A pesar de que la calidad de impresión no era ni por asomo como la del periódico en el que trabajaba, los rasgos del muchacho se podían apreciar a la perfección.

   —Esto servirá. ¡Eres un genio, Iyad!

   —¿No irás a salir a buscarle ahora? Has estado fuera toda la noche y necesitas dormir —le cuestionó Iyad al ver cómo Alger se calzaba las botas.

   —Debo encontrar a Kazim antes ir a Kuwait. —Dándole la hoja para que la sostuviera en vertical, le echó un par de fotografías con su cámara antes de colgársela al cuello—. Alguien pudo verlo.

   —Prométeme que tras los funerales descansarás de la búsqueda. Porque nos veremos en el maqbara, ¿verdad?

   —Haré lo posible por ir al cementerio —le contestó Alger bajando las escaleras a toda prisa con su mochila a cuestas, manteniendo la esperanza de poder dar con el chico gracias a la imagen del periódico.


*****

   Aún en tiempos de guerra, no era normal que en una misma jornada tuvieran lugar los entierros de más de una decena de personas en Az Zubayr. Pero ese día iba a ser excepcional, debido a que Iyad llevó consigo hasta allí a los tres militares muertos de su escuadrón. Tampoco habían dejado atrás a la familia de Kazim, por deferencia y respeto al chico. Por su parte, Alger había tenido en cuenta a la pareja con la que había viajado en la ambulancia hasta el lugar donde fueron asaltados. A todos ellos se les daría un entierro digno en el maqbara, a pesar de no hacerlo en la tierra donde vivieron.


   Con la ceremonia ya comenzada, Iyad vio cómo Alger llegaba agotado al cementerio y se sentaba bajo un árbol raquítico de sombra minúscula. Temía que el extranjero no estuviera en condiciones de llevarlos a su esposa y a él hasta Kuwait al día siguiente, siendo una pieza primordial en su plan de deserción. O peor si cabe, que decidiera quedarse hasta que no encontrara a Kazim, acabándose los días de luto que el ejército le había concedido por el devenir de su equipo. Dando un suspiro, continuó con sus oraciones en memoria de los militares fallecidos.


   Cuando los ritos funerarios finalizaron y los asistentes ya se habían dispersado, Iyad se acercó hasta donde reposaba Alger. Éste sostenía la hoja de periódico que le había conseguido aquella mañana gracias a que uno de sus vecinos guardaba escrupulosamente las publicaciones que llegaban con cuenta gotas durante el conflicto bélico.

   —Un mes más aquí y sabré leer esta noticia —declaró Alger para sorpresa de Iyad, viendo sus intenciones de quedarse.

   —No... ¿No irás mañana a Kuwait con nosotros? —susurró éste a la vez que se aseguraba de que nadie pudiera escucharles.

   —Me quedaré mientras el muchacho está desaparecido.

   —Pero Alhefus, tu vida está en peligro quedándote en Irak. El gobierno ha expulsado a casi todos los periodistas como tú —le rebatió Iyad echándose las manos a la cabeza y buscando la manera de convencer al extranjero para que abandonara el país junto a él.

   —Tranquilo, amigo. Anoche, dos personas vieron a Kazim aquí. Seguro hoy vuelve al cementerio y podremos ir a Kuwait juntos.

   —¡Dios te oiga y eso se haga cierto! —exclamó exultante Iyad levantando sus brazos al cielo—. Por favor, ve a casa a comer y a descansar. Yo esperaré al chico mientras tanto.

   —No, yo me quedaré esperando. —Tras negar con la cabeza, Alger dobló cuidadosamente la hoja de periódico y la guardó en su mochila.

   —Pero necesitas comer, Alhefus —dijo preocupado ante la decisión de su invitado—. Aguarda. Te traeré algo de comida y agua —añadió tras pensar qué hacer durante unos instantes.


   Alger se cubrió la cara para esquivar la polvareda que se levantó tras los pies de Iyad, cuando éste arrancó a correr hacia su casa. Por un lado, quería ayudarle a tener una vida mejor fuera de Irak y lejos de sus obligaciones militares. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el muchacho desaparecido.

   —Kazim, ¿por qué te fugaste la noche que llegamos aquí? —se preguntó, deseando que llegara el momento en que el chico se decidiera a aparecer para visitar las tumbas de su madre y hermanos.


*****


   En el transcurso de la tarde, Iyad se había encargado de improvisar un puesto de vigilancia con cartones y mantas, junto a un muro cercano a donde habían estado haciendo guardia desde esa mañana. Al anochecer, dejó a solas al extranjero para poder encargarse de los preparativos del viaje del día siguiente. Tras despedirse, comenzó el camino a su casa implorando a Dios para que el chico apareciera finalmente. Algo hambriento, Alger aprovechó el momento de soledad para darle bocados a una torta redonda y aplastada de trigo, entreteniéndose en darle la misma forma en cuarto menguante que tenía la luna en el firmamento. Entre bostezos y cabezadas, no tuvo lugar de terminarse la cena antes de caer dormido.


   Al notar cómo alguien le revolvía el pelo, entreabrió los ojos y vislumbró una silueta borrosa justo delante de él, con el brazo extendido hasta su cabeza. Tras pegar un respingo de la impresión, fue capaz de reconocer al chico perdido, a quien al parecer le intrigaban sus cabellos rubios.

   —¡Kazim! ¡Has venido! ¿Estás bien? ¿Dónde te habías metido? —exclamó aturullándose en su propio idioma, a la vez que se incorporaba y estrechaba ambas manos con él.

   —Estaba conmigo, no has de estar preocupado. —Una voz femenina que hablaba perfecto alemán le sorprendió.


   Como si aún estuviese haciendo el servicio militar obligatorio y hubiera llegado su oficial a pasar revista, Alger se puso en pie de ipso facto, quedando totalmente obnubilado por la presencia de aquella mujer. Estaba envuelta en un llamativo vestido de seda morada con una capa translúcida cosida a las mangas. Y aunque llevaba un velo sobre la parte inferior de la cara haciendo que sus perfilados ojos resaltaran aún más, éste era casi transparente, permitiendo que todo su rostro se pudiera contemplar. El fotógrafo no recordaba haber visto a nadie más hermosa que ella.

   —No me extraña que el chico haya preferido irse con esta diosa —susurró Alger, creyendo que simplemente lo estaba diciendo para sí mismo.

   —Te equivocas, no soy una diosa, sino quien ha estado cuidando de Kazim estos últimos meses —le rectificó ella, siendo Alger consciente de que el muchacho y ella habían oído su blasfemia.

   —Oh... eh... esto... discúlpame. Suelo decir muchas tonterías nada más despertarme. Por cierto, yo soy Alger —se excusó con apuro, extendiendo su tembloroso brazo con la intención de darle la mano.

   —Lo sé, Kazim ya me ha contado sobre ti y cómo le ayudaste a escapar de aquellos soldados. Te agradezco todo lo que has hecho por él. Mi nombre es Serezade y estoy encantada de conocerte.


   Nada más rozar sus dedos con los de ella, tanto su ritmo cardíaco como su respiración se desbocaron. Allí estaban ellos dos a solas, unidos de la mano, mientras que Kazim rezaba delante de donde fueron enterrados sus hermanos y su madre.

   —¿Encantada? El placer es mío. Cuánto echaba de menos poder hablar con una mujer que entendiera mi idioma. ¿Por qué no nos habremos encontrado antes? —pensó Alger, sintiendo cómo las mariposas del amor subían por su estómago.

   —No suelo prodigarme demasiado por las aldeas ya que prefiero vivir una vida tranquila alejada del ajetreo. Por esa razón, no hemos podido coincidir.

   —Ah... no quería decir eso. ¿Qué le pasa a mi lengua que dice todo lo que pienso?

   —Se te ve muy cansado, Alger. Parece que has estado buscando a Kazim todo el día. ¿A qué se debe tal interés por él?

   —Verás... yo también perdí a mi familia siendo joven. Me sentí identificado con él cuando descubrí que sus seres queridos habían muerto. Me propuse ayudarle a salir adelante y a que no se sintiera desamparado como me ocurrió a mí —se sinceró rememorando la época en la que cayó en depresión por la muerte de sus padres.

   —Te comprendo y tus intenciones son muy nobles. Aunque yo no sea pariente de Kazim me haré cargo de él y seguiré cuidándolo.

   —Id conmigo a Alemania. ¡Puedo sacaros de esta tierra hostil! ¿Qué mejor lugar para tener una vida más tranquila? Me comprometo a estar para siempre a vuestro lado, hasta que la muerte venga a por mí y nos separe —les propuso Alger, dando por hecho que no encontraría jamás una mujer como ella, con la que pasar el resto de sus días.


   Aprovechando que el chico estaba de vuelta, Serezade se acercó a él para darle un abrazo como si de su madre se tratara.

   —Gracias por tu ofrecimiento, pero debemos permanecer aquí para ayudar a la gente que está sufriendo, ¿verdad, Kazim?


   El muchacho asintió, a la vez que correspondía al gestor protector de Serezade, sonriendo y poniendo sus manos sobre los brazos de ella. Al mismo tiempo, el extranjero sentía una atracción cada vez más intensa hacia ellos.

   —Pues... pues... ¡me quedaré a vivir con vosotros aunque caigan bombas del cielo! —les espetó Alger ante un gesto de sorpresa de ambos.

   —Este lugar es peligroso para ti, Alger. Por lo que me contó Kazim, casi mueres hace un par de días. —Serezade clavó sus ojos en los del hombre de pelo rubio—. Te encomiendo la misión de contar al mundo todas las atrocidades que están ocurriendo aquí. Para ello, debes volver a tu casa. Alger. Vuelve a casa.

   —Debo volver a casa... —repitió éste, con la mirada perdida y totalmente convencido de que aquello era lo que tenía que hacer, anulando su deseo de estar junto a ellos.


   Pero sin darse por vencido en unir sus destinos, Alger reaccionó dirigiéndose hacia su mochila para rebuscar algo en ella. Sin comprender cómo había conseguido salir del trance en el que Serezade le había imbuido, ambos vampiros mostraron curiosidad por lo que estaba garabateando en una libreta.

   —Tomad, esta es mi dirección en Stuttgart. Prometedme que vendréis a visitarme pronto, por favor —les rogó entregándoles la hoja que había arrancado.


   El chico asintió sonriente justo antes de saltar hacia él y fundirse en un fraternal abrazo. Éste sintió que tendría en aquel hombre a lo más cercano a una familia, ya que a partir de entonces iba a estar solo. Aunque anhelaba tenerlo cerca, debía alejarlo de esa guerra en la que tendría muchas posibilidades de morir. Echando mano de sus poderes dentro de aquella ensoñación en la que había utilizado a su mentora para comunicarse con Alger, provocó que las piernas del extranjero comenzaran a flaquear. Cuando se desplomó al dormirse de nuevo, lo dejó acostado sobre los cartones y protegiéndolo del frío con las mantas.


   Volvió a revolver los llamativos cabellos de su nuevo hermano mayor a modo de despedida y abandonó el lugar, con la satisfacción de haberlo convencido para que volver a un lugar más seguro como lo era su país.


*****


   Cuando los primeros rayos del sol iluminaron su rostro, Alger reaccionó cubriéndose la cabeza con una de las mantas. Inmediatamente tomó consciencia de haberse quedado dormido a la intemperie en un maqbara. Desperezándose, comprobó que tanto su mochila como su cámara encintada al cuello seguían con él.

   —Qué extraño lo de anoche. ¿De verdad estuvo Kazim aquí? —Conforme recogía su lecho improvisado, intentaba recordar todos los detalles del encuentro con el muchacho—. Algo me dice que no fue un sueño. Mi imaginación no es capaz de inventarse una mujer tan hermosa y dulce como Serezade. ¡Cuánto lo envidio por irse a solas con ella!


   A lo lejos apareció Iyad, quien al ver que el alemán estaba a solas, vio peligrar su plan de huida hacia Kuwait. Desanimado ante la muy probable decisión de quedarse en la zona y seguir buscando al muchacho, respondió con algo de desgana al saludo que le hacía Alger. Pero en cuanto vio el gesto de victoria que éste, aceleró el paso, ansioso por saber qué había ocurrido en su ausencia.

   —¿Has visto a Kazim?

   —Sí, pero no viene con nosotros. Aquí seguirá ayudando. Y será muy bien cuidado.

   —Oh, ya veo. Él siendo todavía un niño tiene el valor de quedarse. Yo en cambio... —respondió Iyad, comparándose y viendo que él huiría como un cobarde.

   —No te sientas mal. Tú estás obligado a empuñar un arma. Comprendo que quieres evitar matar gente. Por eso tienes que ir a Kuwait —le intentó reconfortar Alger chapurreando en árabe.

   —¿Y tú qué harás, Alhefus?

   —Ir contigo y volver a mi país.

   —¡Ah, qué alegría! ¡Sabía que podía confiar en ti, Alhefus! —explotó Iyad abalanzándose sobre Alger y levantándolo en brazos mientras que saltaba sin parar.

   —¡Bájame! ¡Quien irá herido a Kuwait eres tú y no yo! —exclamó Alger temiendo por su propia integridad.


*****


   Ya casi habían atravesado toda la población de Safwan con la ambulancia conducida por Alger. En la parte trasera, Iyad le pedía que fuera más deprisa mientras lloraba de dolor sin que el consuelo de su esposa le sirviera demasiado.

   —No puedo ir más rápido, Iyad. Tu ejército nos observa. ¿Ves que no era buena idea disparar tu pierna? —le reprochó Alger aminorando la velocidad ante las indicaciones de un grupo de soldados del puesto fronterizo.

   —¡Por favor, no te detengas, Alhefus! ¡Acelera y derriba la alambrada para salir de Irak de una maldita vez! —le suplicó Iyad con gran desesperación.

   —Haré como que no te he entendido —masculló mientras detenía el vehículo y ponía las manos a la vista de los milicianos que le apuntaban con sus rifles.

   —¿Quién eres, extranjero? ¿Qué haces conduciendo una ambulancia de la Luna Roja hasta la frontera? —le inquirió el que parecía ser el superior de todos ellos, abriendo la puerta violentamente y encomiándole a bajar.

   —¡Soy prensa! ¡Soy prensa! ¡Traigo soldado herido! ¡Ayuda!

   —No podéis pasar. Da media vuelta y llévalo al hospital de la ciudad —le bufó el oficial conforme revisaba la documentación que le había entregado Alger.

   —Señor Sadiq, es cierto que transporta a un herido de los nuestros —le comunicó el miliciano que se encargó de inspeccionar la parte trasera de la ambulancia.

   —¡Hospitales llenos en Safwan! Decirnos llevarlo a Abdali, en Kuwait. Hospital más cerca —trató de explicar Alger, poniendo énfasis en que su interpretación ayudara a que los hombres armados dieran su brazo a torcer.

   —¡No puedes salir de Irak sin una orden o una autorización de salida! ¿Dónde la tienes? ¡No la veo! —le exigió Sadiq amedrentándolo con el rifle.

   —Se... se perdió en el ataque —se le ocurrió decir como excusa, levantando ambos brazos en señal de rendición.


   En contrapunto a las fullerías de Alger, se escuchaban los alaridos totalmente reales de Iyad que, junto al llanto de su mujer, ponían de los nervios a todos los allí presentes. La pareja ya se resignaba a que tendrían que volver hasta Az Zubayr, con el peligro que corría él.

   —¡Señor Sadiq, este hombre se está desangrando! ¡Necesita atención médica inmediata o perderá la pierna! —añadió el miliciano tras inspeccionar el vendaje encharcado en sangre, aumentando la angustia del herido y de su esposa.

   —¡Por favor! Él salvó mi vida. Ahora, yo tengo que salvarle a él —le rogó Alger al militar, poniéndose de rodillas y besando el suelo ante sus pies.

   —¡Alger! —se escuchó a cierta distancia.


   Todos se giraron hacia la alambrada, donde se agolpaba un grupo de militares kuwaitíes y un civil. Este último comenzó a hablar con uno de los soldados que tenía a su lado mientras que le mostraba un papel y señalaba hacia el contingente en el que se encontraba Alger. Inmediatamente, le arrebataron la hoja y llamaron a sus homónimos iraquíes haciendo aspavientos.

   —¿Bertram? —se preguntó Alger al creer reconocer a su viejo amigo—. ¿Qué hace este aquí?


   Con los angustiosos gritos de Iyad no era capaz de entender de qué hablaban junto a la valla. Sí que alcanzó a ver cómo desde el lado kuwaití le hacían llegar el documento de Bertram al oficial iraquí.

Amjad, Farouk, dejadlos pasar. ¡Daos prisa! —ordenó Sadiq, quien corría hacia ellos agitando sus brazos para que se encargaran de abrir la verja lo antes posible.

¿Qué ocurre? —le preguntó Alger interesado en saber el motivo de ese cambio de opinión tan radical.

Sube al vehículo y vete a Abdali —le ordenó el militar, espetándole el documento en el pecho y empujándole hacia la ambulancia.


   Mientras volvía a sentarse y arrancaba el motor, tuvo la ocasión de echarle un vistazo rápido al escrito. Su corazón le dio un vuelco al descubrir que se trataba de una carta de repatriación de su propio cadáver. Sin terminar de procesar lo poco que había leído, enfocó su mirada hacia un punto perdido al frente y cruzó la frontera por la carretera que habían abierto. Las indicaciones de los militares y los quejidos de Iyad pasaron a un segundo plano. Se limitó a seguir el vehículo que le hacía las veces de escolta, en el que se habían montado dos de los militares kuwaitíes y Bertram. Durante todo el camino, hubo algo repitiéndose en su cabeza.

—Repatriación de cadáver de Alger Furst.


*****


   En la puerta del hospital de Abdali esperaba un grupo de sanitarios que rápidamente se hicieron cargo de Iyad nada más detenerse el convoy. Alger volvió a mirar el dichoso documento, aunque al ver de reojo cómo Bertram se acercaba, bajó de la ambulancia.

   —¿Qué demonios es esto? —le preguntó indignado, poniéndole la hoja de papel por delante.

   —¿Cómo que qué es eso? Es lo que me dieron para poder llevarme de vuelta tu cadáver a nuestro país, si es que conseguía encontrarlo —le contestó Bertram, molesto por sus modales.

   —¿Acaso ves que esté muerto? —Desafiante, se señaló a sí mismo de pies a cabeza.

   —¡Pues claro que no lo estás! ¡Pero de eso me he enterado hace media hora! ¡Y no antes! —le respondió Bertram subiendo aún más el tono de la conversación.

   —¡Entonces llévate este papel de vuelta al sitio de donde haya salido! —exclamó Alger arrugándolo y lanzándoselo a su amigo.


   Ambos se quedaron frente a frente, aguantándose la mirada y conteniendo la tensión provocada por aquella discusión. Hasta que finalmente, dieron un paso adelante y se fundieron en un fuerte abrazo, dando rienda suelta a los ríos de lágrimas por la emoción de ese reencuentro.

   —Creíamos que habías... muerto en el bombardeo de Al Seeba —le costó decir a Bertram.

   —Me lo imagino. Ese día pensé que no iba a sobrevivir.

   —¿No pudiste llamar al periódico para avisar de que estabas bien?

   —No, lo siento. Cuando llegué a Az Zubayr no funcionaba ninguno de los teléfonos ni tampoco los telégrafos.

   —Está bien. Tenemos que avisar de que en vez de repatriar un cadáver, volverás vivito y coleando. —Bertram dio por terminado el abrazo y comprobó que su amigo estaba de una pieza—. Gretchen ha ido a Bagdad para buscarte allí.

   —¡No podía esperar menos de esa mujer!

   —¿Sabes qué? Ella apostaba a que estarías vivo.

   —¡No me digas que has aceptado hacer una apuesta con Gretchen!

   —¿Con ella? ¡Ni loco!


   Alger soltó una gran carcajada al ver la cara de su amigo, recordando los años que pasaron los tres en la facultad de periodismo de Stuttgart.

   —Haces bien, porque cuando os conocí en la universidad ella te tenía muchas ganas. Y ya te imaginas lo que te pediría en el caso de perder una apuesta con ella...

   —Desde luego. No quiero que me ocurra como a ti, que te pervirtió en cuanto caíste en su telaraña. Además, yo estoy casado. Pero vosotros sois tal para cual. ¿No habéis pensado en sentar la cabeza y pasar por el altar? —le chinchó Bertram mientras se alejaban de las inmediaciones del hospital.

   —¿Y pasar a ser un hombre de una sola mujer? ¡Ni hablar! Además, ella tampoco se conformaría con estar sólo conmigo.


   Los dos amigos se echaron a reír, aunque Alger no pudo evitar mirar hacia el norte y recordar a la imaginaria Serezade. Y por supuesto, a Kazim.


*****


   Después de hacer unas cuantas conferencias telefónicas y aclarar la situación de Alger, éste volvió al hospital para interesarse por Iyad. Aunque su vida ya no corría peligro, la herida en la pierna le dejaría alguna que otra secuela que le exoneraría de tener que volver a filas. Junto a su mujer, pudieron vivir tranquilos en Kuwait hasta que, unos años más tarde, Irak invadió aquel país.


   Al día siguiente, Alger y Bertram tomaron un vuelo para volver a la República Federal Alemana y así poder descansar de esa peligrosa aventura que a punto estuvo de costarle la vida. Tras agradecerle por enésima vez a su amigo el haber ido en su búsqueda, cada uno de ellos volvió a su rutina.




   Pero con lo que no contaba Alger era con encontrarse una fotografía de Kazim al revelar el último de los carretes. Se alegró de no haber reparado el seguro de su cámara, con el que el chico no se habría hecho una foto accidentalmente al trastear los botones mientras él dormía. En ese momento fue aún más consciente de que el último encuentro que tuvieron fue real, al poder apreciar el cementerio de Az Zubayr de fondo.

   —Estas son las fotografías que merecen la pena.


   Lo que aún ignoraba era el vínculo de sangre que se había creado entre ellos cuando Kazim lo rescató de una muerte segura.




Durante el viaje de vuelta, Alger le contará a Bertram sobre los horrores de la guerra, los ataques a las aldeas y los abusos hacia la población por parte del propio ejército iraquí. Pero, ¿hasta qué punto le contará sobre el episodio con Kazim?

A) Mantendrá esa información en secreto, aunque dirá que casi muere a manos del ejército y que Iyad le salvó.
B) Le hablará sobre lo que cree que ocurrió cuando estuvo al borde de la muerte, sin ser capaz de encontrar explicación alguna a todos los detalles y sin mencionar a Kazim.
C) Además de la opción anterior, le revelará la existencia de Kazim y su conexión con los momentos donde estuvo a punto de morir.
D) Incluyendo la información de la opción C, también le hablará sobre Serezade, cómo la cortejó y cómo ella accedió a cuidar de Kazim encandilada por él.


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sábado, diciembre 16, 2023

Alger Furst (5) - Perdido en la traducción

Esta es la 5ª entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser un relato interactivo, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Una súbita sensación de valentía invadió el cuerpo de Alger de pies a cabeza. No vaciló ni un segundo a la hora de levantarse y quedar totalmente expuesto en el centro de la azotea. Tenía claro su objetivo: servir de elemento distractor para el soldado armado y así darle más opciones de huir al muchacho. Tragó saliva, respiró profundamente y confió en que su voz fuera capaz de llegar hasta su enemigo.

—¿Qué haces disparando a una simple piedra en vez de venir a por mí? ¡Jundiun ghabi! —gritó a pleno pulmón, incluyendo un insulto en el idioma del militar—. ¿Acaso tienes que presumir con ese rifle porque el otro no te funciona?


   A pesar de que le hubiera gustado controlar más el dialecto de la zona para que su provocación se hubiese entendido de forma íntegra, quedó más que satisfecho con lo que había dado de sí su torrente de voz. Se lamentó por haber abandonado la afición de cantar tras terminar la universidad y salir del coro. Aunque reconoció que lo que más le motivaba era el éxito que tenía con las chicas, las cuales quedaban encandiladas con su talento.


   Sirviéndose de nuevo del objetivo de la cámara de fotos para poder observar al guerrillero en la lejanía, permaneció expectante ante las primeras reacciones de este. Notablemente alterado cual basilisco, el ofendido soldado se revolvía de un lado a otro intentando sin éxito determinar la procedencia de aquellas palabras que habían atacado de lleno su ego. Alger no pudo evitar soltar una carcajada por lo chistosa que le pareció esa visión.

¡Muéstrate, sabandija extranjera! —consiguió entender de entre todas las lindezas que le dedicaba el iracundo soldado.


   A sabiendas de que en cualquier momento podría percatarse de la huida del chico y tirar por tierra su plan de distracción, Alger decidió darle la puntilla revelándole su posición y así incitarle a abandonar aquella terraza. Para ello, debía valerse de la linterna que tenía guardada en la mochila.

¡Ven aquí teniendo cojones y resolver esto cara a cara! —exclamó en su imperfecto dialecto del árabe para desafiar al miliciano, a la vez que encendía y agitaba la luz para llamar su atención.


   A través del improvisado catalejo pudo apreciar cómo su cabeza parecía un volcán a punto de estallar; sin duda, ya le había localizado. Rápidamente, Alger se tiró al suelo de la terraza nada más ver cómo el soldado enfilaba el rifle hacia él, justo cuando comenzaba a vaciar el cargador de manera indiscriminada pero inútil, por la gran distancia que les separaba.

—Agh... ¿es que este hombre sólo sabe arreglar las cosas gritando y disparando aunque no tenga a nadie a tiro? —soltó Alger mientras permanecía a cubierto—. Al menos he conseguido que se mantenga ocupado conmigo.


   Las balas silbaban por encima del muro que le servía de parapeto, sintiendo de vez en cuando cómo alguna descarriada impactaba contra la pared de la azotea. El ruido continuo de las detonaciones del rifle no le permitía apreciar nada de lo que el miliciano expelía por su boca, aunque era consciente de que sus palabras no le guardarían demasiado cariño.

—Y ahora, ¿qué hago? Podría irme a la terraza de la casa de al lado y prepararle alguna emboscada en la que arrojarle alguna piedra si se digna a venir hasta aquí —se puso a divagar Alger para darle continuidad a su estrategia—. Pero el hecho de que él esté armado con un rifle, complica demasiado el asunto. Ojalá se le acabe antes la munición...


   Enseguida se percató de que ya no se escuchaban más disparos ni tampoco los gritos del encolerizado miliciano.

—¿Se habrá decidido por fin a venir para acá? Quién sabe... Me gustaría poder echar un vistazo, pero, ¿y si está esperando a que asome la cabeza por encima del poyete?


   Tenía que actuar sin demora si quería despejar la incertidumbre de no saber cuál era la posición del enemigo; aún a riesgo de ser alcanzado por un disparo certero. Rápidamente, se arrastró hacia una esquina de la azotea, donde dejó la linterna encendida en el suelo. De inmediato, se dirigió hacia el otro extremo de la terraza para asomarse desde allí, con la esperanza de que el soldado tuviera su punto de mira en el señuelo luminoso.


   Nuevamente, con el objetivo de la cámara delante de su ojo bueno para las fotos, oteó hacia el enclave del miliciano para descubrir que éste ya no se encontraba sobre el rellano de la terraza, sino un poco más abajo.

—Espera, ese el otro soldado, al que había obligado a subirse a la cornisa. ¿Qué es lo que me he perdido? ¿A dónde ha ido el otro? —se preguntó intrigado mientras observaba cómo dejaba el arma en el suelo.


   Poco después, vio cómo el segundo guerrillero se giraba hacia su posición y exclamaba algo que parecía estar dirigido a él. A malas penas, Alger consiguió entender que se había acabado el peligro y que tenía vía libre para ir hacia allí.

—¿Cómo que ya no hay...? ¿Qué ha pasado con el fanático de los disparos? —siguió cuestionándose, dudando sobre qué podía hacer a continuación.


   Prefiriendo mantenerse a cubierto por precaución, barajando qué opciones tenía para averiguar más sobre lo ocurrido y llegando a la conclusión de que el soldado que quedaba era el único del que podría obtener algo de información.

¿Qué le ha ocurrido a tu compañero? —le preguntó Alger poniendo sus manos alrededor de la boca para amplificar su voz, manteniéndose alerta ante cualquier detalle que pudiera delatar las intenciones del otro interlocutor.


   Haciendo un gran esfuerzo para oír y comprender la respuesta, Alger entendió que ese miliciano había disparado a su camarada, cayendo muerto hacia la calle. Sorprendido en un primer momento, reparó en que aquel hombre también había estado a punto de morir a manos de su compañero. Aún guardando cierto recelo sobre esa información, tenía sentido que aquello fuera verdad. Pero de alguna forma tenía que verificarlo con sus propios ojos sobre el terreno. Desplazándose a gatas para no exponerse, recuperó la linterna y la puso a buen recaudo en su mochila antes de acceder de nuevo a la vivienda.


   Una vez dentro, escuchó un ruido en la planta inferior que hizo que su cuerpo se estremeciera. ¿Dónde habían quedado el valor y el arrojo con los que se había enfrentado verbalmente al miliciano? Viéndose acorralado, su única opción era bajar las escaleras y enfrentarse a vida o muerte ante esa nueva amenaza. Agarrando de nuevo la linterna para poder propinar un golpe metálico con cierta contundencia, comenzó a bajar las escaleras con sumo sigilo. Pronto atinó a ver una silueta arrodillada en el suelo, junto a la sábana que había dispuesto para tapar los cuerpos de la mujer y los dos niños que había encontrado muertos. Respirando aliviado al reconocer al muchacho, dedujo que debía tratarse de su familia. 


   Tras revivir el duro recuerdo de la pérdida de sus padres, comprendió el mal trago por el que debía estar pasando el chico. Alger decidió interrumpir su duelo con la intención de reconfortarlo.

Hola, lo siento por su pérdida. Los cubrí con... sábana para protegerles y... agradecer su hospitalidad —trató de explicar Alger sin lograr encontrar todas las palabras en el idioma del muchacho.


   En un primer instante, éste se sobresaltó al no esperar a nadie allí junto a él. Pero enseguida le correspondió con una sonrisa en señal de aprecio por su consideración. Siendo consciente de las dificultades que le depararía el futuro al haberse quedado huérfano sin tan siquiera haber llegado a la edad adulta, Alger procuró encontrar una manera de ayudarle.

¿Tienes más familia? Puedo llevar con ellos —le indicó, pensando en que podría utilizar la ambulancia para recorrer los caminos de la zona hasta alguna aldea cercana donde viviera algún conocido suyo.


   Cabizbajo, el chico permaneció en silencio y negando con la cabeza a la vez que su semblante se volvía más triste aún. Contagiado de ese mismo sentimiento, Alger no iba a permitir que el chaval se quedara solo en mitad de aquel desolado lugar. Decidió empezar a ganarse su confianza acercándose a él, intentando mitigar las reticencias que el chico pudiera tener a la hora de tener que dejar atrás la aldea.

Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú?


   El muchacho se le quedó mirando por unos instantes, hasta que finalmente comenzó a realizar gestos con sus manos. Alger se quedó perplejo al no esperar su respuesta mediante lenguaje de signos. Le vino a la mente la chica por la que se matriculó en una asignatura para aprender a signar en alemán durante sus años de universidad. Sin embargo, los movimientos que estaba contemplando carecían de sentido para él. Hasta entonces, había creído erróneamente que los signos eran universales para todos los idiomas. Se lamentó por no lograr entender al chico, dando por hecho de que este no era capaz de hablar pero sí oírle.

Lo siento, conozco el lenguaje de signos..., pero no consigo entender tus gestos... —se disculpó Alger hablando torpemente en árabe mientras que signaba sus palabras en alemán, para que al menos viera su intención de poner todo de su parte para comunicarse con él.


   Al parecer, el chico tampoco comprendía los movimientos de sus manos, pero sí las palabras que había chapurreado. Mostrándose sonriente y nuevamente agradecido por sus esfuerzos, se levantó del suelo para acercarse a una de las paredes del salón. Seguidamente, señaló una de las tres tablillas de arcilla que había colgadas. Haciendo uso de la linterna, Alger iluminó esa parte de la estancia, pudiendo apreciar las letras dibujadas con tinta oscura. Al ver cómo repasaba los trazos con sus dedos y a continuación se tocaba repetidamente la nariz, comprendió que lo que había allí escrito era su nombre. Se imaginó que los caracteres de las otras dos tablillas corresponderían a sus hermanos.

La... Ka... —pronunció Alger a la misma vez que rebuscaba su bloc de notas en la mochila.

Kazim —se escuchó desde la puerta de la vivienda.




   Ambos se giraron sobresaltados hacia la entrada, donde hacía acto de presencia uno de los soldados. Rápidamente, Alger empujó al muchacho tras él para interponerse y protegerlo ante un eventual ataque por parte del inesperado invitado.

No... intentes nada... raro o... —balbuceó Alger afectado por la nueva situación de peligro, intentando encontrar alguna vara u otro objeto que le sirviera de apoyo para defenderse.

Tranquilos, no voy a haceros daño —declaró el miliciano levantando ambas manos para mostrar que no estaba empuñando ningún arma.

¿Qué quieres... de nosotros? —acertó a preguntar Alger, preparado para arrojar la linterna al miliciano si este hacía ademán de agarrar el rifle que llevaba colgado a la espalda.

Tú Alhefus, él Kazim, yo Iyad —se presentó el miliciano señalando secuencialmente a los allí presentes, concluyendo por él mismo.


   Aún con cierta desconfianza, Alger asintió sin rechistar y, ni mucho menos, hacer amago por corregirle el cómo había dicho su nombre. Para cuando vino a darse cuenta, el muchacho se había atrevido a acercarse al soldado para saludarle y mostrarle su agradecimiento por haber detenido la amenaza a la que habían estado sometidos por parte del militar caído.

Tenemos que irnos de esta aldea antes de que vengan más soldados que os puedan matar —les advirtió Iyad, a la vez que se fijaba en las manchas de sangre de la ropa de Alger—. ¿Estás herido?

Estoy bien. Me he... dormido y... recuperado —contestó Alger sin saber cómo explicarle lo que ni tan siquiera él tenía certeza sobre lo que le había ocurrido—. ¿A dónde huir?

Az Zubayr, mi hogar. Está al sur de Basora, a unas dos horas de aquí. Allí podréis esconderos y descansar —les propuso Iyad—. Yo quiero abandonar el ejército, volver con mi esposa y escapar del país por Kuwait.


   Después de pedirle a Iyad que le repitiera su respuesta un par de veces, apoyado por el joven Kazim, quien se prestó a signar sus palabras, Alger por fin logró hacerse una idea de lo que le había dicho. Fue consciente de que el soldado pretendía desertar de su deber con el ejército iraquí si todo aquello era cierto. Le alegraba el hecho de haberse topado con un militar contrario a la guerra, aunque tenía cierta preocupación por las represalias que podría recibir en el caso de ser descubierto. Pero todo aquello pasó a un segundo plano al ver lo que éste sacaba de su zurrón.

Esto es tuyo, Alhefus —indicó Iyad mientras le hacía entrega de sus extraviadas cámara fotográfica y billetera—. Está mejor en tus manos que en las de Farid.


   Sin poder ocultar la cara de asombro, Alger recibió su preciada cámara con una ilusión similar a la del día en que sus padres se la regalaron. Centrado en escudriñar el aparato fotográfico por todos sus ángulos para cerciorarse de que se encontraba en perfectas condiciones, no prestó demasiada atención a las explicaciones que le daba el miliciano sobre el hurto.

Gracias, gracias, gracias... —acertó a decir repetidamente Alger tras recuperar su bien más preciado.

Mi superior no era una mala persona, aunque sucumbiera a la locura producida por el dolor y el odio de vivir en guerra —admitió Iyad hablando lo más despacio posible para que Alger pudiera entenderlo mejor, a la vez que se arrodillaba ante él para pedirle clemencia—. Mis otros compañeros también eran buenos hombres, obligados como yo a participar en este conflicto. Por eso, a pesar de todo el daño que os hemos causado, os ruego que los perdonéis y me ayudéis a trasladar sus restos a mi ciudad para que allí puedan descansar para siempre.


   Mientras Alger procesaba lo que acababa de oír, Kazim se acercó a Iyad para tocar su hombro delicadamente, mostrándole que aceptaba sus disculpas. El soldado levantó la cabeza mostrando sus arrepentidos ojos bañados en lágrimas y mirando fijamente el rostro del muchacho.

Por Dios, ¡yo te conozco! Eres tú... Kazim... el niño del hospital. ¡Estás vivo! —exclamó alegremente Iyad, fundiéndose en un efusivo abrazo con el chiquillo y añadiendo más vítores que Alger fue incapaz de traducir.


   Éste aprovechó el momento de jolgorio para guardar su cámara de fotos en la mochila, con la esperanza de no perderla de nuevo durante esa aventura; sin duda, anhelaba darla por concluida tras lo vivido en aquel interminable día. A su vez, echaba de menos el poder dormir sin la amenaza de ser atacado, el disfrutar del lluvioso clima de su país, el degustar una buena cerveza y el poder tontear con mujeres que también hablaran su mismo idioma.


   Comenzó a reír al ver cómo la cara de Kazim mezclaba terror y felicidad a partes iguales, mientras que Iyad seguía celebrando el inesperado reencuentro alzando el escuálido cuerpo del chico, que surcaba el aire como si se encontrara en una atracción de feria. Aunque no fuera la forma más ortodoxa de hacerlo, el soldado estaba consiguiendo distraer al muchacho de toda la fatalidad que había sufrido su familia.


   Algo cansado, levantó una de las sillas volcadas en el suelo y tomó asiento para pensar en qué haría con las pertenencias que dejó en Bagdad un mes atrás. ¿Le merecería la pena volver a por un par de botas, unas cuantas prendas de batalla y un libro que tenía más que leído? Y lo más importante, ¿qué haría entonces con Kazim?



Siguiente


Con la idea de llevar a Kazim a un lugar más seguro, ¿a dónde y cómo decide ir Alger?

A) Prefiere ir por su cuenta tomando la ambulancia, llevando a Kazim hasta Bagdad.
B) Acepta ir junto Iyad hasta su ciudad y desde allí buscar algún medio para volver a Bagdad, confiándole la custodia de Kazim.
C) Además de viajar a la ciudad de Iyad, abandonará el país por Kuwait junto a él y Kazim.

Elige una de las opciones y deja un comentario con tu decisión. Puedes añadir cualquier detalle a tu respuesta. También puedes volver a votar en la publicación correspondiente de Twitter y Wattpad.







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sábado, noviembre 18, 2023

Kazim Ayad (5) - Alma efímera

Bertram Kastner, un periodista de investigación, despierta una noche convertido en un vampiro. Sin recordar cómo ha ocurrido, inicia una búsqueda de respuestas a la vez que se aleja de sus seres queridos para protegerlos de sí mismo. Tú, como lector, puedes influir en las decisiones que él y otros protagonistas irán tomando a lo largo de ésta historia. ¿Conseguirá sobrevivir a todos los peligros a los que se ha de enfrentar gracias a ti?

Te animo a participar en Bertram Kastner: el Origen olvidado decidiendo qué haría el protagonista al final y dejando un comentario de esta serie de entradas. También puedes encontrar y participar en esta historia en Twitter y Wattpad.




    Totalmente decidido en socorrer al periodista, Kazim soltó sus manos de la cornisa, dejando que su cuerpo descendiera durante unos instantes. Con exactitud y acierto, hincó los dedos en el pequeño hueco del muro donde anteriormente tuvo apoyados los pies, consiguiendo frenar su caída libre. Mientras se balanceaba como si de un péndulo se tratase, echó un vistazo al ya no tan lejano suelo de la calle. Sin más dilación, se despegó de la pared impulsándose hacia atrás, para a continuación aterrizar grácilmente a cuatro patas; tal cual lo habría hecho un gato callejero.


    Desde su posición, era capaz de seguir escuchando los iracundos bramidos de Farid; más aún tras haber cesado su indiscriminada ráfaga de disparos. El joven vampiro aprovechó para concentrar sus sentidos sobrenaturales hacia lo que habría a la vuelta de la esquina. Sin lugar a dudas, allí se encontraba el extranjero al que había dejado recuperándose en su casa. Lamentablemente, percibía su aura muy debilitada y en vías de extinguirse en cuestión de segundos. De forma inmediata, se adentró en la callejuela contigua, esperando encontrarlo gravemente herido, con la idea de ponerlo a salvo e intentar curarlo de nuevo. Pero tras la nube de polvo provocada por el revuelo de balas que habían impactado contra el suelo, no había rastro alguno de persona alguna. Pensó que, a pesar de haber sido alcanzado por los proyectiles, habría conseguido escapar y refugiarse en la vivienda de al lado.


    Tras echar un vistazo hacia la terraza que tenía encima para cerciorarse de que Farid no pudiera verle ni alcanzarle, volvió a concentrarse para buscar cualquier traza que le pudiera llevar hasta la nueva posición del periodista antes de que éste muriera. Una leve chispa vital le indicó fugazmente que todavía se encontraba en plena calle, al contrario de lo que le demostraba su sentido de la vista. Kazim centró su atención en un pequeño cascote de escombro que aún destilaba exiguas reminiscencias del hombre de cabellos rubios. Justo cuando se disponía a abalanzarse sobre la piedra para poder examinarla y así descifrar lo que estaba ocurriendo, escuchó gritar al enfurecido miliciano desde su posición, encima del rellano de la azotea.

    —¡Maldito seas, extranjero estúpido! ¡Me aseguraré de que tus días acaben aquí y que todo lo que no deberías haber visto quede silenciado entre estas tierras! —amenazó Farid, volviendo a disparar su rifle en repetidas ocasiones—. ¡Haré que tu cuerpo arda y que no encuentres el descanso eterno!




    Ante la nueva situación de peligro, el muchacho pegó su cuerpo todo lo que pudo contra la pared, mirando de reojo hacia arriba para poder reaccionar a tiempo en el caso en que Farid se percatase de su presencia. Seguía sin entender qué estaba sucediendo con el periodista y porqué sus sentidos le estaban jugando una mala pasada, dándole sensaciones evidentemente erróneas. Al menos tenía la certeza de que la clave estaba en aquella piedra. Si conseguía agarrarla, tendría la posibilidad de averiguarlo todo, pero para ello debía correr el riesgo de ser alcanzado por un disparo. Armándose de valentía, voló de un salto y alcanzó el tan preciado objeto. Pero cuando se disponía a ponerse otra vez a cubierto, escuchó un golpe seco tras él.


    A modo de acto reflejo, Kazim dio un brinco hacia adelante, a la misma vez que se revolvía en el aire. A partir de ese momento pudo observar cómo Farid, envuelto por una leve polvareda, yacía muerto en el suelo. Sorprendido por el inesperado desenlace del miliciano enloquecido, el muchacho dio varios pasos titubeantes hacia el cuerpo que había caído desde la terraza. Éste presentaba una herida de bala en el pecho, a la altura del corazón. La sangre, al igual que ocurría con su alma, se le escapaba irremediablemente por el orificio de salida que tendría en la espalda. A pesar de su hostilidad, el chico no pudo evitar sentir algo de compasión por él, al venirle a la mente la imagen de muchos de los soldados con los que tuvo trato antes de su conversión a vampiro.


    Pero justo antes de hacer caso el impulso de salvarle la vida, la sensación de sentirse vigilado le frenó a la vez que le provocaba un escalofrío que recorría su cuello. Intuitivamente, giró su cabeza hacia la azotea, como si fuera un juguete de resorte. De allí emergía la figura del soldado restante, quien armado con su fusil, observaba la escena en la que el muchacho se encontraba. Rápidamente, Kazim volvió a ponerse en guardia, estando preparado para huir de allí ante el más mínimo movimiento del miliciano.

    —No te asustes, chico. Tranquilo, no te voy a hacer nada —se apresuró a aclararle Iyad al ver el rostro temeroso de Kazim, dejando el rifle apoyado contra el poyete.


    Mostrando sus manos ya vacías en alto, el militar pretendía hacerle ver al muchacho que sus palabras eran sinceras. Kazim hizo lo propio con sus sentidos sobrenaturales, convenciéndose de que las intenciones de Iyad eran pacíficas al comprobar el candor que desprendía su aura. Además, recordó que este soldado era crítico con las órdenes de los altos mandos del ejército, casi costándole la vida a manos de Farid por pensar así. No era descabellado deducir que, antes de que su superior siguiera aniquilando a más gente, incluyéndolos a ellos, decidiera frenar sus ansias de venganza matándolo de un disparo. Sesgar una vida para a cambio salvar otras tantas; así lo interpretó el muchacho.

    —¡Señor Alhefus, ya no hay peligro! ¡Mi jefe ya no disparará a nadie más! —exclamó Iyad al aire, a todo el volumen que permitían sus pulmones—. ¡Por favor, acérquese aquí sin miedo!


    Suponiendo que hablaba con el periodista, donde quisiera que estuviera, Kazim cayó en la cuenta de que aún no había conseguido averiguar qué había sido de su paradero. Prestó atención a la piedra que aún sostenía en sus manos y escudriñó lo que había ocurrido en torno a ella durante los últimos minutos. Ésta le contó a su manera el breve idilio vivido con el hombre de cabellos rubios, incluyendo los susurros y el beso que le dedicó antes de arrojarla hasta allí. Aún sin comprender la razón de haberle dado ese trato tan personal a un simple trozo de escombro, sí que llegó a la conclusión de que así había conseguido impregnarlo con su alma, llegando a confundir sus sentidos sobrenaturales. Comenzó a plantearse que el extranjero podría recordar el momento en que utilizó sus poderes vampíricos para curarle. Si eso era así, podría haber hecho aquello con la piedra a propósito para comunicarse con él.

    —Chico, no te muevas de ahí. Enseguida bajo y vemos cómo salir de este pueblo antes de que lleguen refuerzos y nos compliquen la huida —le indicó el miliciano desde la terraza.


    El joven asintió, mostrándose más tranquilo y calmado bajo la mirada del soldado con respecto a la vez anterior que éste le habló. De pie, con el cuerpo de Farid a un lado, echó un vistazo a su alrededor mientras dejaba caer la piedra al suelo. Comenzó a tomar consciencia de que difícilmente aquella aldea volvería a recuperar el bullicio y la vida que tuvo años atrás. Rememoró los momentos en que correteaba feliz y despreocupado por aquellas calles junto al resto de chavalería poco antes de que estallara la guerra. A pesar de su discapacidad a la hora de comunicarse, llegó a ser muy apreciado por la gente del lugar gracias a su nobleza y humildad. Sus padres habían hecho un gran esfuerzo para evitar su exclusión.


    Cuando vino a darse cuenta, se encontraba recorriendo a toda velocidad las callejuelas de la aldea sin rumbo fijo, pero con la esperanza de cruzarse con alguno de sus vecinos y amigos. Por desgracia, todo lo que encontraba era muerte y desolación.


    Mirando tanto a un lado como a otro, no le era complicado dar con el cuerpo sin vida de alguien conocido. De vez en cuando, también se encontraba con el cadáver de algún soldado iraní; aquellos que habrían formado el contingente que tomó el control de la aldea y provocado que el ejército iraquí respondiera con un ataque químico sobre su propia población. En su cabeza rondaba la pregunta de quién se encargaría de darle descanso a todos los caídos, mientras imploraba perdón y misericordia a Dios por todos ellos.


    Terminó su improvisada marcha al llegar frente a la fachada de su casa. Miró junto a la puerta y reparó en el miliciano al que había arrebatado la vida tras beberse toda su sangre. No tuvo reparos en incluirlo también en sus plegarias. Los restos mortales de éste se encontraban parcialmente cubiertos por la arena con la que la tormenta había estado jugando todo el día. Tras acercarse a él, deslizó sus dedos por los párpados para terminar de cerrarlos y se entretuvo unos instantes en cubrirle la boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Era lo mínimo que podía hacer para ayudarle a buscar el descanso eterno, habiéndole perdonado ya por los episodios de violencia y tortura que tuvo hacia él.


    Tras volver a rogar por el bienestar de su alma, por fin entró en su hogar, con la intención de dedicarle unos rezos a su madre y hermanos. Se sorprendió al ver cómo los tres cuerpos estaban totalmente cubiertos y bien protegidos por una sábana tirante, sujeta por varios objetos a lo largo de sus bordes y esquinas. Posándose de rodillas en el suelo junto a uno de los laterales, comenzó a retirar con cuidado algunos de los improvisados pesos que custodiaban la tela. Lentamente, dobló una parte de ésta para poder contemplar una vez más las caras de los suyos; quizás, la última.

    —Hola. Siento su pérdida —chapurreó el extranjero en el idioma de aquella región—. Quise dar gracias cubriendo los cuerpos.


    Se encontraba tan absorto en sus oraciones por todos los fallecidos, que no había reparado en que el periodista había estado observando su duelo en silencio desde las escaleras. Kazim dibujó una sonrisa en su cara y asintió a modo de respuesta. Era la segunda vez que escuchaba su voz, aunque en aquella ocasión su tono era más tranquilo y sosegado al no estar siendo perseguidos por unos guerrilleros acribillándolos con una lluvia de balas.

    —¿Más familia tú tienes? —siguió esforzándose el hombre de pelo rubio por hacerse entender—. Yo llevo a ti allí donde ellos.


    Aunque el muchacho tenía constancia de otros familiares que vivían repartidos por las poblaciones cercanas, no tenía noticias de ellos desde hacía meses o años. Además, estaba su padre, del que ya no supieron nada más tras el momento en que fue reclutado a la fuerza por el ejército. Triste por haber rescatado aquel recuerdo, decidió responderle negando cabizbajo.

    —Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú? —le preguntó el invitado mientras hacía el ademán de acercarse a él.


    Acostumbrado a responder mediante lenguaje de signos, Kazim levantó su brazo derecho para indicarle su nombre mediante gestos. Pero se detuvo justo antes de comenzar, al darse cuenta de que Alger no le entendería.






Al no poder hablar utilizando su boca, ¿cómo se comunicará Kazim con Alger?

A) Lo intentará mediante lenguaje de signos, al menos para darle a entender que es mudo.
B) Utilizará su poder y hablará directamente a su mente, aunque sin desvelar su naturaleza vampírica.

Deja un comentario indicando cuál de las dos opciones prefieres. Puedes detallar más tu respuesta si así lo consideras oportuno.














sábado, octubre 28, 2023

Alger Furst (4) - El espectador

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





    Reconociendo que explotando de ira no conseguiría nada, Alger respiró profunda y lentamente hasta conseguir calmarse. Era consciente de que su prioridad debía ser salir de ese enclave con vida. Era primordial que aprovechara la nueva oportunidad que el destino le estaba brindando, aunque el precio a pagar fuera una pérdida material con un gran valor sentimental. Alumbrando al suelo de su alrededor, localizó varios objetos que habían escapado de su mochila, entre los que se encontraban un mapa plegable y pintarrajeado de Irak, un pequeño bloc de notas con un bolígrafo insertado entre sus anillas y los botecitos de plástico donde guardaba los carretes. Era capaz de distinguir los que aún estaban sin utilizar de los que contenían un rollo ya gastado, ya que a estos, les hacía una pequeña muesca casi imperceptible para cualquier otra persona. Conforme introducía de nuevo sus pertenencias en la bolsa, reparó en algo que tampoco había encontrado aún.

—¿Serán rastreros? ¡También se han llevado mi billetera, con toda mi documentación y el dinero! —exclamó enfadado, percatándose inmediatamente de que no debía alzar la voz.

—Esto es para ponerme las cosas más difíciles... —refunfuñó discretamente, mientras se consolaba dándole un fuerte bocado al trozo de pan que había comprado aquella mañana para almorzar—. ¿Dónde estarán los soldados y el muchacho?


    Asegurándose de haber cerrado la mochila para no perder nada más, se puso en pie a la vez que continuaba devorando los restos de su tentempié. Descartó la idea de buscar otros alimentos, por el riesgo de que pudieran estar contaminados por lo mismo que había acabado con todos los habitantes del lugar, excepto el chico. Echando un vistazo hacia el exterior a través de la puerta, pudo comprobar cómo los fuertes vientos cargados de arena habían cesado. Ya era de noche, aunque el cielo aún guardaba algo de la claridad propia de los momentos posteriores al atardecer. Además, había atisbos de luces tililantes por la calle que bien podrían pertenecer a pequeñas fogatas.


    Aprovechó para echar un vistazo a las manchas de sangre que marcaban su ropa en el abdomen y el muslo, aún sin comprender cómo se habían producido. Volvió a examinar su cuerpo sin encontrar rastro alguno de heridas o el más mínimo dolor alrededor de las zonas afectadas.

—Cabe la posibilidad de que esta sangre sea de quien me haya metido en aquel arcón —continuó buscando una explicación con algo de lógica—. Es imposible que el muchacho haya cargado conmigo hasta ahí dentro. Pero entonces, ¿quién ha sido?


    Con ansias de encontrar esa respuesta, se dispuso a abandonar la casa. Pero justo antes de cruzar el umbral, cayó en la cuenta de que podría haber algún soldado apostado frente a la entrada, acechando y esperando su imprudencia para abatirle con una bala en la cabeza.

—Será mejor que me quede aquí por ahora —recapacitó imaginándose aquella escena y poniéndose a cubierto hacia un lado antes de poder ser visto desde el exterior—. Pero de alguna manera, me convendría tener localizados a los milicianos y estar preparado por si decidieran volver a por mí.


    Con cuidado de no enfocar la luz de la linterna hacia el exterior, Alger iluminó sus pasos a lo largo de la casa, ya que había demasiados obstáculos. Todo se encontraba desvalijado y esparcido por el suelo, excepto la habitación donde había despertado, que parecía haber escapado al torbellino de destrucción. Entre todo el caos, reparó en los cadáveres de una mujer y dos niños abrazados, sin ninguna herida aparente.

—¿Será cierto aquello de que el ejército iraquí ataca a los invasores iraníes con un agente químico sin importar que haya civiles de por medio?


    Sintió que no podía dejarlos así, por lo que volvió al dormitorio y retiró la sábana que cubría el colchón, tras colocar cuidadosamente la ropa que había en la cama sobre el arcón. De vuelta ante los cuerpos sin vida, estiró la tela sobre ellos y en medio del más respetuoso silencio, dispuso algunos objetos a su alcance sobre los extremos para evitar que se esta se moviera y quedaran al descubierto. Era lo mínimo que podía hacer por aquella familia, cuyo hogar le había servido de refugio y salvaguarda; queriendo agradecerles el seguir con vida gracias a ellos.


    Justo después, volvió a recordar al muchacho al que había rescatado esa tarde. Sin poder encontrar una explicación, había algo que le impulsaba a subir las escaleras. Quizás se trataba de la esperanza de encontrárselo allí.

—Si esta casa es como la otra, debería haber una terraza arriba desde donde podría ver lo que se cuece por los alrededores. ¿Y si el chico estuviera allí vigilando?


    Lentamente, y poniendo especial énfasis por no tropezar con todos los enseres que se iba encontrando, subió los peldaños que le llevarían hasta el piso superior, prestando atención a lo que podía percibir con su sentido del oído. Sin embargo, toda la aldea parecía estar callada y en calma. Una vez que llegó a la azotea, se quedó algo desilusionado al no hallar al joven superviviente ni rastro alguno de él. De alguna manera, necesitaba comunicarse con alguien que no pretendiera hacer prácticas de tiro con él. Seguidamente, se agachó para resguardarse con el pequeño muro que la rodeaba y comenzó a otear todo lo que se encontraba a la vista. El hecho de que hubiera varios focos encendidos en algunas de las fachadas de los edificios, además de pequeñas hogueras que le daban un tono anaranjado a las calles que alumbraban, le permitía disfrutar de una panorámica de casi toda la aldea.

—¿Seré la única persona que quede con vida? Espero que al menos hayan tenido el detalle de dejarme un vehículo con el que salir de aquí, o de lo contrario, me tocará caminar toda la noche por el desierto...


    Mientras se empinaba la cantimplora para saciar la sed que le había provocado el pan endurecido, comenzó a escuchar lo que parecía ser la voz de alguien. Bajó la cabeza y pegó su cuerpo a la pared, con cuidado de no derramar ni una gota del agua que le quedaba, conforme enroscaba el tapón con sus manos temblorosas por la incertidumbre. Giró su cabeza en todas las direcciones, pero no conseguía determinar de dónde provenían esas palabras que a malas penas percibía desde la lejanía. Cuando iba a darse por vencido, el rumor se intensificó, llegando entonces hasta sus oídos de una forma más alta y clara.

—Viene de allí, pero no consigo verlo —admitió a la vez que centraba su atención en una franja concreta—. Creo que ha dicho algo del paraíso terrenal... Aunque es muy complicado seguirle el ritmo en su idioma. Habla demasiado rápido para mí.


    Sin llegar a divisar a nadie, Alger pensó que esa persona debía estar en alguna callejuela tras alguna de las casas que tenía a la vista. Se aventuró a asomar parte de su cuerpo durante un par de segundos, pero no tuvo éxito en el intento de fisgonear desde otra perspectiva.

—Parecía la voz de un hombre, por lo que seguramente sea uno de esos malditos soldados. Y con toda probabilidad, habrá más cerca. Es peligroso estar fuera, pero he de seguir aquí y estar atento por si se les ocurre venir de nuevo, ahora que sé más o menos por dónde están.


    No tuvo que esperar demasiado par ver cómo finalmente una figura humana, hasta entonces oculta, se erguía en el centro de una de las azoteas hacia donde estaba mirando. Rifle en mano, parecía estar apuntando a alguien que aún no conseguía ver y del que a malas penas escuchaba un murmullo. Pero sí que era capaz de identificar que ambas voces pertenecían a adultos.

—Bien, creo que el chico no se encuentra allí. O eso espero.


    De nuevo, le llegó una frase más alta que las anteriores, entendiendo la orden que el miliciano daba a su rehén para que se levantara. Acto seguido, la persona a la que tenía retenida a punta de rifle se incorporaba con los brazos en alto.

—Parece que sí se trata de un hombre, pero entre la lejanía y la oscuridad, cuesta ver lo que está ocurriendo... ¡Espera!


    Haciendo algo de contorsionismo para no perder ni un segundo de aquella escena, Alger se quitó la mochila de su espalda y, a tientas, rebuscó algo en ella. Agarró un estuche, lo abrió y sacó el otro objetivo de su cámara. Como si de un catalejo se tratara, lo puso delante de su ojo derecho, guiñando el izquierdo.

—No son unos prismáticos, pero es mejor que nada. Menos mal que no se lo han llevado a la misma vez que la cámara.


    Gracias al aumento, pudo discernir que ambos hombres vestían ropas de la misma milicia. Pero no alcanzaba a entender porqué uno de ellos estaba amenazando a su compañero y obligándole a subir al borde de la terraza.

—¿Va a hacer que salte y se precipite hacia el suelo de la calle? Un momento... ¿y ese de allí detrás quién es? No será... ¡el muchacho!


    Sobre el techo del rellano de aquella terraza hacía su aparición el chaval al que también buscaba. No daba crédito a que hubiera tenido el valor para acercarse a sus verdugos, aunque parecía que éstos no habían reparado en él aún. O eso creía. De improviso, el miliciano se giró y profirió un disparo contra el chico, viendo cómo éste caía hacia atrás. Antes de poder lamentarse por el cruel final del joven, Alger observó aún se movía y trataba de ocultarse de nuevo, retrocediendo para evitar los siguientes disparos del hombre armado.

—Qué suerte ha tenido. Ha sido un milagro que haya podido esquivar el disparo —suspiró Alger aliviado durante unos instantes—. Joder, tengo que ayudarle de alguna manera.




    Miró el objetivo que aún sostenía en su mano y se incorporó con la intención de lanzarlo. Aunque, en el último momento, optó por agarrar una piedra de las tantas que se habían desprendido del muro de la azotea donde se encontraba; y que seguramente era muchísimo más barata que el artilugio que algunos de sus compañeros de facultad le regalaron tras graduarse en la universidad.

—Vamos, pequeña, sé que no llegarás muy lejos, pero al menos espero que seas lo suficientemente escandalosa como para que te oigan. ¿Harás eso por mí? —le reclamó al objeto inerte, profiriéndole un breve beso de despedida.


    El proyectil que Alger lanzó con todas su fuerzas se perdió en medio de la oscuridad del cielo, tardaría unos segundos en caer. Mientras tanto, el improvisado atleta volvió a ponerse a cubierto, ya que el miliciano miraría hacia donde se encontraba él en cuanto escuchara el golpe. Aún así, corrió el riesgo de retomar su posición de vigilancia. Enseguida, observó que la situación había ido a peor, con el soldado ya subido al rellano donde estaba el chico, al que estaba encañonando con el rifle. Inmediatamente, escuchó un leve chasquido que llamó la atención del hombre armado.

—¿Ha caído más allá del edificio donde están? —pensó Alger sorprendido, a la vez de incrédulo, viendo cómo el miliciano se asomaba a la calle de más allá, en vez de a un punto intermedio entre ambos, tal y como esperaba—. ¿Desde cuándo puedo lanzar cosas tan lejos?


    Otra vez, pudo ver y oír cómo volvía a abrir fuego, aunque en esta ocasión su objetivo parecía ser la piedra. Se alegró al comprobar cómo el muchacho aprovechaba esa distracción para escapar, descendiendo por la pared y saliendo de su ángulo de visión. Recordó que además del chaval y el miliciano armado, había otro soldado en la azotea, por lo que puso su atención en buscarlo.

—¿Y el otro tío? Ya no está en el muro. ¿Qué habrá sido de él?


    Pero enseguida, volvió a preocuparse por el chico, a quien había conseguido darle un balón de oxígeno con el que escapar. Aunque tenía la certeza de que el miliciano no tardaría en volver a ir contra él en cuanto se diera cuenta de su fuga.


Siguiente



Debido a la distancia a la que se encuentra Alger, no tiene demasiadas opciones para intervenir en el lugar de la acción; aunque por otro lado, se encuentra en un lugar aparentemente seguro. ¿Qué decidirá hacer Alger a continuación?

A) Abandonar la terraza donde se encuentra y salir a la calle, con la intención de ayudar y rescatar al chico de manera presencial.
B) Probar a lanzar otra piedra, sabiendo que inexplicablemente, puede alcanzar la otra azotea. Indicar a dónde apuntaría.
C) Llamar la atención gritando y haciendo señales con la linterna, con la idea de atraer al soldado y prepararle una emboscada.
D) Aventurarse hacia la calle e intentar llegar hasta la ambulancia en la que llegó a la aldea.


Deja un comentario con la opción elegida, pudiendo dar más detalles sobre la acción si así lo consideras.






viernes, octubre 13, 2023

Kazim Ayad (4) - Causa egoísta

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.




   Una vez que Farid vació toda la munición de su arma, se dedicó a buscar desesperadamente por la habitación al chico y al hombre que le atacó, con la esperanza de encontrarlos abatidos por las balas. Tras asomarse debajo el agujereado colchón de la cama y no ver a nadie, se dirigió al maltrecho armario, destrozando lo que quedaba de la puerta con una feroz patada. Tras comprobar que su arrebato había sido en vano, extrajo el cargador vacío del rifle y lo arrojó violentamente hacia el pasillo, a la vez que exhalaba un grito cargado de frustración y rabia a partes iguales.

—¡Lleva cuidado, Farid! ¡Casi me das! —le recriminó Iyad tras esquivar el cartucho conforme subía las escaleras.

—¡Cállate y asómate a la terraza! – le ordenó Farid a la vez que sacaba un nuevo cargador de uno de sus bolsillos—. Haz algo útil, Iyad.

—No habrá nadie...

—¿Me estás tomando por loco? —le cuestionó Farid, todavía sin haberse calmado—. ¡Soy tu superior y te ordeno que salgas ahí fuera a inspeccionar! ¡Estoy seguro de haber escuchado a alguien en este piso!



   El soldado sabía que Farid tenía un temperamento muy fuerte, pero nunca lo había visto llegar a ese estado de cólera.

—No temas, Iyad —le comunicó Kazim mentalmente, con la intención de separarlos—. No te ocurrirá nada si sales a la azotea. Te conviene alejarte de él para no ser el objetivo de su ira.

—¿Lo has oído? —preguntó Iyad sorprendido por haber escuchado de nuevo la voz en su mente.

—¿El qué tengo que oír? —le replicó Farid perdiendo aún más la paciencia con su subordinado, mientras con un golpe seco insertaba el nuevo cartucho de munición en el arma.



   Iyad cayó en la cuenta de que aquella voz podría haberle hablado sólo a él, con el fin de evitar que Farid conociera sus planes. En cierta medida, le trasmitía más confianza y tranquilidad que su superior, además de parecer más razonable. Aunque eso no quitaba que le guardara cierto temor y respeto, al pensar que estaba hablando con el mismísimo Dios.

—Olvídalo, son cosas mías —admitió Iyad a la vez que salía hacia la terraza contigua de manera cautelosa.



   Para evitar ser visto en el caso en que el miliciano mirara hacia el rellano sobre el que se encontraba, Kazim se deslizó hacia atrás, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Al igual que él no podía ver al soldado, confiaba en que ellos tampoco estuvieran en disposición de localizarle. Encontró una pequeña cavidad en el muro sobre el que estaba apoyado, pudiendo introducir la punta de sus pies en ésta para poder aguantar mejor la espera. Tenía la esperanza de que, más pronto que tarde, decidirían marcharse a otra casa o a su cuartel.

—Lo que te decía, Farid; aquí ya no hay nadie —le informó Iyad mientras daba vueltas por la azotea y se asomaba hacia las callejuelas aledañas—. Seguramente, el extranjero y el chico ya no estarán en esta aldea.

—¿Sabes lo que eso supone? —le cuestionó su superior, saliendo también al exterior y manteniéndose vigilante.



   Mostrando cierta indiferencia, Iyad se encogió de hombros. Esa reacción molestó a Farid, quien echó mano a uno de sus bolsillos y le arrojó con fuerza el objeto que tenía ahí guardado.

—¿Qué es esto? —le preguntó el subordinado tras haberse cubierto y haber recibido el impacto de algo blando—. No me tires las cosas así.

—Es la cartera del hombre que se llevó al muchacho. Haz el favor de revisarla... ¡Y deja el dinero donde estaba! ¡Es para mí!



   A regañadientes, Iyad guardó de nuevo los billetes de dinares y dólares en el pliegue donde estaban originalmente y procedió a inspeccionar los documentos. Farid suspiró y aprovechó para sentarse en el suelo, aparentemente más calmado. Por su parte, el otro miliciano también se relajó, agachándose y dejando el rifle a su lado mientras deslizaba las tarjetas plastificadas del extranjero.

—Al...ge... Fus... —leyó en voz alta Iyad, recordando cómo se pronunciaban las letras occidentales—. ¿Se llama así el alemán?

—No importa cómo se llame ese sujeto. Mira el siguiente documento. Es un carnet de prensa. ¡Se trata de un periodista! —exclamó Farid, aunque sin llegar a perder los estribos como antes—. Si el crío le cuenta que estábamos limpiando de supervivientes su aldea después del ataque de gas que ha lanzado nuestro ejército, el gobierno del país tendrá un gran problema con el resto del mundo.

—¡Y lo tendrá más que merecido!

—¿Otra vez con lo mismo? —espetó Farid rechinando sus dientes—. Si no llego a quitarle la cámara de fotos, le habría podido enseñar a cualquiera lo que está ocurriendo aquí.


   El miliciano observó cómo su jefe blandía el aparato fotográfico que hasta ese momento había llevado colgado al cuello, orgulloso de su botín. Mientras tanto, Kazim escuchaba atento la conversación entre ambos, descubriendo más detalles sobre el hombre de pelo rubio. También determinó que los soldados tenían puntos de vista diferentes sobre cómo el ejército y el gobierno manejaban la contraofensiva a la invasión. Seguramente, podría sacar provecho de ese cisma.

—¡Pues que lo vean! Lo que estamos haciendo contra nuestro pueblo es una barbaridad —le argumentó Iyad con total sinceridad—. Yo vivo en una aldea muy parecida a esta. Tengo una esposa y un hijo esperándome allí. Entonces, si los iraníes hubieran entrado allí, ¿también les habrían bombardeado con el gas? ¡Es abominable!

—Estamos en guerra. Y en tiempos difíciles todo vale por el bien de nuestro país.

—¿También dirías eso si el pueblo donde vive tu familia estuviera en el punto de mira de nuestro ejército? —le reprochó Iyad a su superior.



   Farid soltó únicamente un resoplido mientras dejaba la cámara a su lado y, seguidamente, se encendía un cigarro. Los milicianos no intercambiaron palabra alguna durante los siguientes minutos. Iyad, seguía curioseando los documentos de la cartera, aunque su objetivo era hacerse con al menos un par de billetes sin que su jefe se percatara de ello. Mientras tanto, Kazim continuaba encaramado sobre el rellano, sin mover un solo músculo. Cualquier mínimo ruido que hiciera alertaría a ambos soldados en aquellos momentos donde reinaba el silencio.

—Toda mi familia murió en los primeros ataques de los iraníes —arrancó a hablar finalmente Farid tras dar la última calada y arrojar la colilla hacia un lado—. No tuve ocasión ni de darles una sepultura digna, por lo que, para poder honrarles, juré que no descansaría hasta aplastar a todos nuestros invasores.

—Pero, ¿qué ocurre con toda la gente inocente a la que estás accediendo matar?

—Es un mal necesario. Dios tiene un lugar reservado para ellos en el paraíso... —se justificó Farid, levantando la vista al cielo y exponiendo sus ojos vidriosos empañados por las lágrimas.

—¡El paraíso debería estar junto a nuestras familias y vecinos en nuestras propias casas! ¡En cualquier aldea como ésta, sin que un ejército como el nuestro o el del enemigo interfiera en las vidas de la gente! —gritó Iyad, soltando a su superior lo que pensaba sobre la injusticia de la guerra.



   El rostro de Farid se ensombreció, quedando de nuevo mudo ante la fija mirada de su subordinado. Éste, comenzó a tener remordimientos por lo que le acababa de espetar a su jefe. Aunque lo que le había ocurrido a su familia no le daba carta blanca para arrasar con un pueblo inocente, las palabras sobre esa fatalidad que vivió su superior aún le retumbaban en la cabeza. Totalmente apenado, Iyad cerró la billetera del extranjero, olvidando la idea de hacerse con algo de ese botín, y se dispuso a pedir disculpas.



   Pero de repente, todo cambió entre ellos dos. Farid agarró con fuerza su rifle y apuntó hacia el otro soldado. Sorprendido, Iyad se estiró para coger el arma que descansaba a su lado, deteniéndose antes de conseguirlo al escuchar cómo su superior chasqueaba el gatillo como advertencia.

—Ni se te ocurra poner tus manos sobre el rifle —le amenazó Farid mientras daba un salto para ponerse de pie y se acercaba al que era su compañero para alejar su arma con una patada—. Quien se atreva a interponerse en mi objetivo, debilitando nuestro ejército o nuestro gobierno, será también mi enemigo.

—¿Q... qué dices, Farid? Yo... no... —balbuceó Iyad levantando sus brazos instintivamente, sin dejar de mirar el cañón que podía acabar con su vida en un instante.

—Levántate, Iyad.

—Farid, no... no quiero morir —le respondió entre lágrimas, sabiendo de lo que podía ser capaz su jefe.

—¡Ponte en pie ya! —le volvió a ordenar Farid.



   Tembloroso, Iyad se incorporó, sin dejar de rogarle que lo dejara con vida y suplicándole perdón.

—Date la vuelta y camina hacia el bordillo de la azotea.



   Iyad accedió entre sollozos, tras aceptar el que iba a ser su triste destino. A escasos metros, Kazim se encontraba horrorizado ante lo que estaba presenciando. Sentía que debía hacer algo para evitar la muerte del joven soldado que parecía no estar tan a favor de la guerra.

—Detente Farid —le comunicó Kazim a la mente del miliciano.

—¡Eres un impostor! —le respondió éste algo nervioso mirando a su alrededor, pero sin dejar de apuntar con el rifle.

—No... Yo también amo a nuestro país... —intervino Iyad, pensando que Farid se refería a él—. Me... me alisté para defender a la gente, no... no para matarla...

—Cállate y sube al bordillo de la terraza.

—No cargues con más víctimas a tus espaldas, Farid —insistió Kazim, arrastrándose con sumo cuidado hacia adelante.

—Rezaré por todos los que han muerto por la causa. Incluido tú, Iyad.

—No... no tienes que llegar... a ese punto —alegó el soldado amenazado entre lágrimas, poniendo sus pies peligrosamente sobre el pequeño muro de la terraza—. Te... te equivocas al pensar que... que todos estamos en contra de tu causa.




   Tenía la certeza de que tarde o temprano dispararía, por lo que Kazim continuó avanzando en silencio sobre el rellano, pudiendo ver cómo Farid apuntaba su arma hacia Iyad. Sigilosamente, comenzó a ponerse en pie con la intención de saltar sobre él y así evitar la tragedia.

—Quiero que te des la vuelta y me mires a los ojos antes de morir —le reclamó Farid.



   El soldado cuya vida pendía de un hilo puso atención a sus pies y, con cierta dificultad para mantener el equilibrio, consiguió girarse por completo. Poco a poco, levantó su mirada para encontrarse con la del que iba a ser su verdugo. Pero no pudo evitar desviar la vista hacia una silueta que vislumbró sobre el rellano, detrás de Farid. Éste no tardó en advertir que algo estaba ocurriendo tras él, volteándose rápidamente hacia esa dirección y descubriendo al muchacho justo antes de saltar sobre él.



   El sonido del disparo volvió a pillar desprevenidos a Kazim e Iyad, cayendo ambos hacia atrás. Mientras que el muchacho consiguió esquivar la bala y quedó sentado sobre el techo de la estructura en la que se encontraba, el miliciano a malas penas pudo agarrarse al bordillo de la azotea, evitando precipitarse a la calle. Farid elevó sus brazos sujetando el arma y comenzó a disparar sobre el rellano, mientras que el chico volvía a retroceder con la intención de no ser alcanzado por los proyectiles.

—¡Ven aquí, rata asquerosa! ¿Dónde está el alemán? —reclamó Farid dando saltos para encaramarse y poder escalar hasta donde se había escondido el chico.



   Sintiéndose intimidado por la situación, Kazim no era capaz de concentrarse para utilizar sus poderes y repeler a Farid. Optó por comenzar a descolgarse por la pared, aunque al ver cómo Farid ya se encontraba apuntando a su frente, fue consciente de que era demasiado tarde para hacer cualquier otro movimiento. A tan poca distancia, un impacto de bala podría causarle un daño mucho más serio del que recibió en el sótano de su casa.



   En mitad de aquella tensión, se escuchó un ruido en una de las calles junto a la vivienda, llamando la atención de Farid. Éste no dudó en acercarse hacia el lateral del que creía que provenía el sonido que oyó, esperando poder sorprender al periodista. Atacado por sus ansias de venganza, comenzó a disparar de forma indiscriminada hacia el suelo.

—¡No te escondas, maldito extranjero! ¡Te cerraré el pico a balazos! —aulló Farid mientras gastaba su munición—. ¡No dejaré que te entrometas en los asuntos de mi país!



   Aún agarrado al borde del rellano y a dos pisos de altura hasta el firme de la calle, Kazim se encontraba preocupado por el estado del hombre de pelo rubio, quien parecía haberse acercado hasta allí para ayudarle de nuevo. Se preguntaba si habría conseguido ponerse a cubierto antes de que Farid comenzara su ataque de locura o habría sido herido de gravedad de nuevo.



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Kazim se encuentra ante la disyuntiva de socorrer al extranjero o detener el ataque. ¿Qué decidirá hacer a continuación?

A) Descolgarse para caer en la calle y poder ayudar al extranjero que está por los alrededores.
B) Escalar de nuevo sobre el rellano para abordar a Farid.
C) Concentrarse para localizar al periodista y averiguar cómo se encuentra.
D) Intentar amedrentar a Farid comunicándose mentalmente de nuevo. Indicar qué le dice.



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