domingo, marzo 27, 2016

Nadin Novak (2) - El paciente descarado

Esta es la 2ª página del segundo bloque del relato interactivo basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. Y también en Twitter.

Nadin Novak tiene como misión sacar a Alger Furst del complejo hospitalario subterráneo antes de que Niels Rainath los descubra. Pero la salud de él no le permite valerse por sí mismo para huir.

   Alger se derrumbó emocionalmente al sentir que su cuerpo no le respondía como siempre. Además, tampoco había olvidado los acontecimientos que había vivido a partir de que su amigo Bertram llegara a la ciudad.

—Lo de anoche me dejó hecho polvo —rememoró Alger con cierta frustración al intentar incorporarse—. ¿En serio piensas que me merezco estar en esta situación?

—Date por afortunado de seguir con vida tras haberte topado con Volker Banach —le replicó Nadin mientras lo sentaba en el suelo junto a la cama—. No tengo el placer de conocer a semejante monstruo, pero no me gustaría encontrármelo.


   Nadin intentó animarle mostrándose más sonriente y acariciándole el hombro, como si hubiera realizado una gran proeza por haber sobrevivido a ese encontronazo.

—Por si no lo sabías, no fue ese monstruo quien me dejó así —añadió Alger con cierta indignación—. Por cierto, hablando de monstruos, ¿dónde está Bertram?

—Ahora mismo estará ocupado intentando salvar su vida —suspiró Nadin recordando el accidente que había visto a lo lejos en el aparcamiento—. Espero que consigan huir sanos y salvos.

—Pues más le vale no morir. Todavía tiene que aclararme unas cuantas cosas —contestó enfadado Alger—. Demasiadas cosas.

—¿Antes de que te mordiera no sabías que era un vampiro? —le preguntó Nadin mientras iba a por la silla de ruedas que había en un rincón de la habitación.


   Alger respondió en silencio, haciendo gestos de negación con la cabeza.

—¿Tú también eres vampiro, chica misteriosa? —se interesó Alger por su doctora—. Más que nada, por saber si voy a recibir otro mordisco esta noche.

—Me llamo Nadin. Y no, no soy un vampiro, aunque trabaje para su organización —contestó ella.

—¿Cómo? ¿Ayudas a esos monstruos? Se alimentan de nosotros y nos intentan matar —respondió alterado Alger.

—No todos son así. Te sorprendería saber que algunos vampiros tienen mucha más humanidad que tú o que yo —le aclaró Nadin—. A lo largo de la historia, ha habido numerosos vampiros que han velado por el bienestar de nuestra sociedad como humanos. Aunque, sí que es cierto que existen casos totalmente contrarios.

—¿Y tú qué ganas? ¿Que te perdonen la vida y no te muerdan? —preguntó Alger con curiosidad.


   La pregunta le hizo gracia a Nadin, que no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.

—Consigo un empleo y un sueldo. Gracias a ellos, trabajo en este hospital; sobre todo, atendiendo a gente que, como tú, ha tenido algún desafortunado encuentro con un vampiro —comenzó a enumerar Nadin—. También gano protección. Hace unos años me salvaron la vida y se podría decir que estoy en deuda con ellos.

—Ajam, qué curioso —reaccionó Alger sin estar del todo convencido en las bondades que pudieran tener aquellos seres.

—Por último, tengo más resistencia y vitalidad. Al beber su sangre, he conseguido varias habilidades sobrehumanas —concluyó Nadin.

—¿Bebes sangre de vampiros? —exclamó Alger asqueado—. Lo que me faltaba por oír.

—Ahora lo entiendo. A ti no te hemos dado para beber sangre de vampiro, ¿verdad? De lo contrario, estarías totalmente recuperado —le comentó Nadin entre risas—. Además de que desearías que llegara el momento de tomar el siguiente trago.


   Con la silla de ruedas ya desplegada, Nadin ayudó a Alger a levantarse del suelo para poder sentarse en ella.

—Entonces, bebiendo sangre de vampiro... ¿recuperaría toda mi vitalidad? —se interesó Alger.

—Claro que sí. Y mucho más —le contestó Nadin mientras colocaba la maleta en un compartimento bajo la silla.

—Qué callado se lo tenía Bertram —añadió de forma suspicaz Alger—. La próxima vez que lo vea seré yo quien me beba su sangre. A fin de cuentas, ¡tengo que recuperar lo que es mío!

—¡Esa es la actitud, Alger! Aunque no creo que tu amigo sea consciente de todos los poderes que posee como vampiro —le excusó Nadin intentando defender a Bertram—. Por lo que tengo entendido, no lleva mucho tiempo convertido.


   Alger se mantuvo pensativo durante unos instantes.

—Sí, parece que sus inicios como vampiro fueron algo complicados —murmuró Alger.

—¿Decías? —le preguntó Nadin.

—No, nada. Hablaba para mí —le respondió mientras volvía a centrarse en lo que estaba haciendo ella.

—Venga, pues dejemos la charla y vístete. Hace ya un rato que nos tendríamos que haber ido —le apremió Nadin tirándole su ropa sobre el regazo.

—Te recuerdo que estoy impedido. Tendrás que ayudarme... —le sugirió Alger en un plan socarrón.

—Lo que voy a hacer es salir al pasillo para revisar si hay alguien cerca. Cuando vuelva te quiero ver con la ropa puesta. De lo contrario, te quedarás aquí —le amenazó Nadin, sin poder evitar reírse para sus adentros al ver la cara con la que se quedó éste, unido a las pintas que llevaba ataviado con el camisón.




   Abrió la puerta de la habitación y, tras asegurarse de que no había nadie en el pasillo, salió de la estancia. Se acercó a un extremo del corredor y, al escuchar una conversación lejana, se interesó por la zona donde estaba la garita de seguridad que separaba el complejo hospitalario y el Elíseo de los vampiros. Aproximándose con sumo cuidado para no ser descubierta, vio al guardia y a otra persona junto al ascensor. Habían conseguido abrir las compuertas y podía verse la cabina del ascensor destrozada en el interior. Enseguida se alejó de allí, volviendo al pasillo donde estaba Alger. Tras abrir la cerradura de una puerta que estaba en el otro fondo, llegó a un rellano con otros ascensores que parecían estar operativos.


   Inmediatamente, volvió corriendo hacia la habitación de Alger.

—Buen chico —le premió con un cumplido Nadin al entrar, al comprobar que ya estaba vestido con ropa de calle—. Ahora, vámonos.

—¿A dónde? —le preguntó mientras ella se encargaba de empujar la silla de ruedas.

—De momento, tenemos que ir a un lugar que esté lejos de aquí y sin llamar la atención —le advirtió Nadin conforme salían de la habitación—. Haz como si fueras mi paciente y déjame hablar a mí.

—¿Tu paciente? Eso suena bien. Encantado de ser atendido por usted, doctora Novak —le respondió Alger en tono burlón tras haber visto la identificación de su bata.

—No empieces, Alger —le recriminó Nadin con una media sonrisa, concluyendo que era un caso perdido.


   Tras recorrer el pasillo, llegaron a la zona de ascensores que ella había abierto antes. Tuvieron que esperar un par de minutos a que el ascensor llegara. Entraron y subieron hasta la planta baja del hospital, donde comenzaron a cruzarse con más gente. Era primera hora de la noche y en la zona de urgencias había aún mucho bullicio. Nadin empujaba la silla de Alger hacia la salida, mirando de reojo a unos y a otros con los que se cruzaba. De repente, alguien la llamó desde la lejanía.

—¿Nadin? Eh, Nadin, ¡te he visto! —exclamó una voz.


   A pesar de la mención, ella hizo caso omiso y continuó avanzando con la silla de ruedas de su paciente.

—No te hagas la despistada, Nadin. Sé que me has oído —continuó vociferando la misma persona por todo pasillo principal del hospital—. ¿Qué hay de ese café que me debes desde hace días?


   La gente de alrededor miraba al individuo y posteriormente a Nadin, esperando su respuesta como si se tratara de una escena de un serial de televisión. Aunque esta permanecía inmutable y seguía su camino como si la cosa no fuera con ella.

—No estamos siendo muy discretos, ¿no? —le indicó Alger con cierta preocupación.

—Voy a matar a Moe —le respondió malhumorada Nadin.

—¿Quién es Moe? ¿Un camarero al que no le has pagado un café? —se interesó Alger.

—No, es un conductor de ambulancias que coquetea conmigo y al que le debo un café —le aclaró Nadin.


   Tras un breve silencio, a ambos les llegó una idea. Se miraron mutuamente y contestaron al unísono.



Siguiente




Esta semana podremos decidir por Nadin y por Alger. Ambos han pensado algo. ¿Qué dirá Nadin?

A) Tendré que invitarle ahora para que me deje en paz.
B) ¡¡Ambulancia!! Él puede sacarnos de aquí.
C) Agárrate, vamos a correr para darle esquinazo.


¿Y qué dirá Alger?

1) Así que coqueteando contigo... ¿Debería ponerme celoso?
2) Pues si tú ya estás pillada, tendrás que presentarme a una amiga.
3) ¿Crees que le importará llevarnos en su ambulancia?
4) Consigue las llaves de su ambulancia y salgamos de aquí.


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domingo, marzo 20, 2016

Nadin Novak (1) - La mujer invisible

Esta es la 1ª página del segundo bloque del relato interactivo basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. Y también en Twitter.

Al final del primer bloque, dejamos a Bertram Kastner herido en el parking tras un accidente. Más adelante conoceremos qué ha sido de él. Hoy, empezamos un nuevo bloque argumental cambiando de protagonista. A partir de esta semana, seguiremos las acciones de Nadin Novak, ayudante de Erika y de alguien más...

   Niels Rainath se había hecho con el control del Elíseo de Stuttgart, el punto neurálgico de la sociedad vampírica de la ciudad. Ejerció su derecho a reclamar el territorio para que no reinara la anarquía en él, aprovechando la ausencia de Roderick Sevald, su legítimo líder. A partir de entonces, todos los vampiros de la ciudad debían guardarle respeto, acatar sus órdenes y jamás contrariarle. Pero eso no la incluía a ella, ya que, a vista del nuevo gobernador, no era más que una simple mortal.


   Mostrando debilidad y temor, Nadin no detuvo su marcha tras la irrupción de Niels en la sala de espera, alejándose de la escena con sus inocentes y temblorosos pasos. No fue hasta que salió del rango de influencia del poderoso vampiro cuando su caminar se tornó más firme y seguro. Había cumplido su primer objetivo: pasar desapercibida.


   En ese momento, era mucho más valiosa que Erika y el resto de vampiros, ya que ellos debían rendir cuentas y permanecer en presencia de Niels Rainath. Por esa razón, tenía que aprovechar esa ventaja y actuar sin ser descubierta. Su misión era borrar todo rastro que indicara que el invitado Bertram Kastner se había alojado en aquel edificio. El punto clave era el apartamento donde el vampiro había permanecido hasta el atardecer.


   Una vez que llegó al alojamiento de Bertram, se dispuso a revisar en todas sus pertenencias cualquier objeto o documento que delatara su estancia allí. No había nada en el abrigo colgado junto a la entrada, por lo que se dirigió a la zona del dormitorio. Una vez allí, se percató de una etiqueta con el nombre y dirección de Bertram en la maleta de viaje. La arrancó y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Mientras hurgaba su cabello para extraer una horquilla con la que abrir la maleta, decidió echar un vistazo al aseo contiguo. Encontró una prenda ensangrentada en el suelo, junto al lavabo.


   Sabía que algunos vampiros tenían la capacidad de reconocer al propietario de cualquier resto sanguíneo. Recordó que Bertram había resultado herido de un corte en el pecho durante la noche anterior, por lo que la mancha de sangre en la camisa rasgada debía ser suya. En prevención, también recogió una toalla con algunas marcas rojizas. No encontró ningún otro objeto personal en los muebles de la habitación, por lo que finalmente volvió a la entrada, cargando la maleta con la intención de abrirla e inspeccionarla en un lugar más seguro.

—¡¡Nadin, plan B!! —escuchó a Erika gritando por los pasillos del complejo.


   Algo no había ido bien y la prioridad cambiaba a otro objetivo que también debía de cumplir. Erika, como de costumbre, había sido previsora y le había dado una serie de indicaciones según qué acontecimientos ocurrieran. Rápidamente, anudó la camisa y la toalla al asa de la maleta, agarrándola a continuación para llevársela. Por suerte, no pesaba mucho. Abrió la puerta del apartamento, pero antes de salir al pasillo, tuvo que resguardarse de nuevo en el interior para evitar ser vista por Niels Rainath. Éste pasó a toda velocidad y hecho una furia por el cruce de pasillos contiguo. Con mucha precaución, se asomó por el umbral del apartamento. Tras comprobar que ya no había peligro, se aventuró en la dirección contraria con respecto a donde se había dirigido Niels.


   Unos golpes metálicos retumbaron por toda esa planta y le hicieron acelerar el paso hacia las escaleras. Pensó que ese debía ser Niels golpeando alguna puerta, como la del ascensor. Deseó que su amiga Erika pudiera salir de una pieza de esta situación. Por desgracia, no podía hacer nada por ayudarla ante Niels Rainath. Sabía que Garet y Trebet podrían hacerle frente, pero ella era una simple humana que no duraría ni un suspiro contra él. Lo que sí estaba en sus manos era intentar darse prisa en bajar las escaleras, antes de que todo se descontrolara aún más y no le dejaran abandonar el Elíseo.


   Al llegar a la planta subterránea donde se encontraba el aparcamiento, necesitó detenerse para recuperar el aliento. A través del ojo de buey de la puerta, pudo reconocer el coche de Erika quemando ruedas para intentar escapar a toda velocidad. La alegría al ver que su amiga huía con éxito no le duró demasiado, al contemplar cómo una silueta saltaba sobre el capó del vehículo. Tras escuchar varios disparos, vio cómo el desestabilizado coche comenzaba a zigzaguear. Finalmente, volcó al tomar una curva y se estrelló contra uno de los muros del garaje.


   Una persona salió despedida del coche, impactando brutalmente contra el suelo y quedando inconsciente. El que parecía ser Niels Rainath quedó atrapado entre el coche y la pared, aplastado e inmóvil. No le faltaron ganas de ir en auxilio de su amiga Erika, pero debía cumplir la misión que ella misma le había encomendado. Comenzó a escuchar movimiento en el rellano de los pisos superiores, por lo que decidió continuar con su descenso por las escaleras para evitar que alguien la encontrara ahí. Pero antes, le propinó una patada fuerte y precisa al picaporte de la puerta. Con ello, pretendía complicar el avance de los súbditos de Niels hacia el aparcamiento.

—Vamos, Erika —susurró intentando dar ánimos a su amiga mientras que cargaba de nuevo con la maleta escaleras abajo.


   Tras llegar al último piso, dos plantas después, comenzó a recorrer varios pasillos que parecía conocerse al dedillo. Gracias al manojo de llaves que tenía en su poder, se abrió paso por sucesivas puertas hasta llegar a una especie de garita de seguridad. Intentando transmitir normalidad, redujo la marcha, aún manteniendo su firmeza. Sintió mucho alivio al observar que no había nadie allí y que no tendría que dar ninguna explicación. Aunque, más adelante, encontró al guardia intentando abrir las puertas del ascensor. En el interior, se escuchaba un sonido de alarma.


   Nadin consiguió pasar desapercibida el resto del trayecto, hasta llegar a una zona más silenciosa y tranquila. Se plantó delante de una puerta, la cual abrió con una de sus llaves. Entró comprobando que nadie la veía y echó el cerrojo. Se sentó unos segundos sobre la maleta para recuperar de nuevo el aliento y desde ahí contempló al hombre que dormía en una de las dos camas.




   El paciente estaba conectado mediante una vía radial a una bolsa de suero y a otra con un analgésico. En la percha, también había colgada una bolsa de plasma sanguíneo que ella misma había retirado del aparato de trasfusión un rato antes.


   Se acercó a la mesilla y, tras revolver los frascos que había en la bandeja de medicamentos y vendajes, encontró el que buscaba. Llenó media jeringuilla con su contenido y la inyectó directamente en un ramal de la vía a la que estaba conectado el hombre.


   Seguidamente, comenzó a registrar la habitación mientras se ponía una bata de personal sanitario. En el armario encontró la ropa del paciente perfectamente doblada. De los bolsillos del pantalón sacó una cartera con documentación y un llavero, en el que se encontraba la llave de un vehículo.

—¿Quién... eres? —preguntó el hombre aún somnoliento.

—Vengo a ayudarte y a sacarte de aquí, Alger —le respondió Nadin mientras se guardaba las llaves y dejaba el resto de pertenencias a los pies de la cama—. Tienes que espabilarte lo antes posible y vestirte.


   Nadin retiró la vía del brazo de Alger, comprimiéndole la zona con un vendaje y fijándolo con unas tiras de esparadrapo. Posteriormente, le ayudó a incorporarse y lo dejó sentado en la cama.

—Date prisa y cámbiate. Aquí tienes tu ropa —le indicó Nadin señalándole las prendas que había dejado sobre el colchón.

—¿A dónde vamos? —le preguntó Alger intentando recomponerse.

—Lejos de aquí —le respondió escuetamente Nadin—. Cuanto más, mejor.

—No sé dónde ni a qué distancia estaremos, pero me gustaría que fuéramos a mi casa —comentó éste aún aturdido.


   Alger se frotó los ojos lentamente con sus puños, intentando eliminar la neblina que aún afectaba a su vista.

—Lo sé, ha parecido como si te estuviera invitando a... Nada, perdona —añadió Alger al no haber recibido respuesta alguna por parte de Nadin—. Aunque una vez allí, si te apetece, podríamos...

—Otra cosa que puedo hacer es dejarte aquí y que te rematen —le espetó Nadin.

—Lo siento, era broma —le contestó Alger tocándose el cuello y cambiando a un tono más serio—. Ni siquiera sé cómo te llamas ni qué intenciones tienes conmigo.


   Intentó bajar de la cama, pero sus piernas aún no tenían la fuerza suficiente y cayó desplomado contra el suelo.

—Te lo mereces —le reprochó Nadin mientras acudía en su ayuda—. Sólo cumplo órdenes y mi misión es sacarte de aquí con vida. Aunque me temo que todavía no estás en condiciones de hacerlo por tu propio pie.


Siguiente




Esta semana nos meteremos en el papel de Nadin, que ha de cumplir una misión encargada por Erika. ¿Qué hará Nadin con Alger Furst en esta situación?

A) Lo volverá a subir a la cama para que siga descansando.
B) Le inyectará otra dosis, ahora en el cuello, para que se active lo antes posible.
C) Se lo llevará en una silla de ruedas por el hospital.
D) Abrirá una nevera y obligará a Alger a beberse la sangre de una bolsa de transfusión.


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domingo, marzo 13, 2016

Bertram Kastner (12) - La persecución persistente

Bertram Kastner despertó días atrás siendo un vampiro y sin recordar nada de lo que ocurrió. Huye de su vida como mortal para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. En su intento de huida junto a Trebet y Erika, se ha encontrado con Niels Rainath, interesado en su identidad.

Esta es la 12ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. Y también en Twitter.


—Soy Bertram Kastner —contestó de forma desafiante—. ¿Y tú eres...?


   Niels Rainath se echó a reír, soltando una sonora carcajada mientras comenzaba a aplaudir de forma pausada y estridente.

—Me estáis tomando el pelo, ¿verdad? —dijo Niels mirando incrédulo a Garet y al resto de vampiros de la sala—. El hombre más buscado del momento en esta Alemania y en parte de la otra, y lo teníais vosotros aquí mismo. Para colmo, me lo habéis traído en bandeja. ¿Dónde está el truco?

—¿Por qué buscan a ese tal Bertram Kastner? —le preguntó Garet intentando averiguar el motivo de tanto interés por su invitado.

—Digamos que conoce cierta información de gran relevancia —le respondió Niels acercándose a Bertram lentamente mientras que lo inspeccionaba con su mirada—. ¿No es así, señor Kastner?


   Trebet, que seguía cerca, se interpuso en su camino.

—No des ni un solo paso más —le amenazó el corpulento vampiro.

—Aparta —le ordenó Niels haciendo un gesto con la mano, cargado de cierto desdén.

—¡¡Aghhhh!! —gritó Trebet con rabia mientras se echaba hacia un lado en contra de su voluntad.

—¡Niels, no te permito que utilices tus poderes sobre mi gente! —exclamó Garet con un notable enfado.

—Te recuerdo que tus hombres me deben lealtad y obediencia. Ahora estoy al mando de esta ciudad, ¿o es que ya lo has olvidado? —contestó Niels clavándole la mirada a Garet mientras esbozaba una inquietante sonrisa.

—No voy a reconocer tu autoproclamación como regente de Stuttgart. Da por hecho que el Cónclave nunca ratificará la ausencia de Roderick como un abandono de su cargo —añadió Garet mientras se abalanzaba sobre Niels—. ¡Él me puso al mando de este Elíseo y así seguirá siendo!


   Los guardaespaldas reaccionaron rápidamente y agarraron a Garet por las piernas, consiguiendo detenerlo. Éste intentaba revolverse hacia ellos, sin parar de gritarles y maldecirles.

—¡¡Soltadme, escoria!!


   Ellos no cedieron ni un ápice en su voluntad de retenerlo y lo aprisionaron contra el suelo para inmovilizarlo, ante la intensa mirada de Niels. Parecía que, con sus ojos, éste les estuviera insuflando el ímpetu que les permitía someter al depuesto líder. Aprovechando que en ese momento no eran el foco de atención del amenazante vampiro, tanto Erika como Bertram comenzaron a retroceder lentamente. Aunque no a la suficiente velocidad.

—¡¡Huid ya!! —les ordenó Garet mientras que seguía forcejeando sin éxito.


   Ambos reaccionaron al grito dando un brinco, como si hubieran despertado de una ensoñación hipnótica. Sin dudarlo ni un momento, arrancaron a correr y escaparon de la sala. Aunque le pilló de imprevisto, Niels estuvo rápido a la hora de dar un salto, impulsándose hacia ellos para intentar agarrar a Bertram. Sin embargo, Trebet consiguió desviar su trayectoria, interceptándolo mediante un violento placaje. Los dos cayeron sobre una historiada butaca que, lamentablemente, quedó hecha trizas.


   Instantáneamente, Niels se quitó de encima al corpulento vampiro empujándolo con un simple y siniestro manotazo, mientras que con su diestra agarraba una de las patas del asiento que habían destrozado en la caída. Antes de que Trebet pudiera recomponerse y levantarse del suelo, Niels atravesó su pecho con el artístico trozo de madera, dejando su cuerpo clavado al suelo y totalmente inerte.


   Garet perdió los nervios ante la situación, profiriendo multitud de improperios hacia Niels, mientras que los guardaespaldas se tenían que esforzar aún más por mantenerlo sujeto.

—Tú serás el siguiente si no colaboras —le advirtió Niels fulminándolo con sus ojos enrojecidos de cólera mientras se incorporaba del suelo haciendo una grácil acrobacia—. Enseguida estoy de nuevo contigo. Vosotros, no lo soltéis.


   A tan sólo un par de pasillos de distancia estaban Erika y Bertram, corriendo como alma que les llevaba el diablo con la intención de escapar de las garras de Niels Rainath.

—¡¡Nadin, plan B!! —gritó Erika mientras no detenía su avance.

—¿Dónde está Nadin? —le preguntó Bertram buscando a la otra chica por los alrededores.

—Espero que en un lugar donde me pueda haber escuchado —le respondió Erika a la vez que le agarraba de la muñeca—. Ven por aquí, bajaremos más rápidos.


   Erika condujo a Bertram hacia un ascensor cuyas puertas estaban abiertas. Una vez dentro, aporreó uno de los botones que llevaban al sótano. Cuando el mecanismo reaccionó y comenzaron a cerrarse las puertas, se dejó caer de rodillas sobre el suelo del habitáculo. Como si quisiera que el ascensor actuara más rápido, posó las manos sobre su cabeza. Pero antes de que las compuertas se terminaran de cerrar, pudieron observar cómo Niels llegaba a la intersección entre pasillos que tenían delante.


   Sólo les separaban veinte metros de distancia. A pesar de ello, Niels no era capaz de verlos. Desde su perspectiva divisaba una pared adornada con un cuadro y una mesita en donde debería estar el elevador. De alguna manera intuía que se encontraban cerca, pero no estaba seguro de qué camino habían tomado. De repente, escuchó cómo unas puertas metálicas se cerraban tras la mesa que estaba colocada al final del pasillo. Dirigiéndose hacia allá con paso firme, profirió un gruñido y la escena se desvaneció, dejando a la vista el ascensor. Éste ya había abandonado la planta, con Erika y Bertram dentro.


   Al poco de comenzar a bajar, escucharon una sucesión de golpes metálicos que provenían del lugar donde habían dejado a Niels, provocando que el habitáculo se agitara. Unos segundos después, algo impactó sobre el techo de la cabina, volviendo a estremecerse violentamente, hasta detener su avance de forma abrupta. Los dos vampiros cayeron al suelo al desestabilizarse por la repentina frenada del elevador. Pensaron que seguramente Niels había derribado las barreras del ascensor y estas habían caído sobre ellos, afectando y bloqueando el sistema de poleas. Súbitamente, se lanzaron hacia el cierre que tenían delante, tirando de las compuertas hasta conseguir abrirlas. Estaban encajados entre dos plantas, teniendo el espacio justo para salir tanto por la superior como por la inferior.




—Lo de arriba es el vestíbulo. Podremos salir a la calle rápidamente, aunque tendremos que alejarnos a pie a toda velocidad —le explicó Erika mientras se disponía a subir—. Vamos, salta y ayúdame a empujar la puerta.

—Es una locura salir por ahí, ya que esto podría ponerse en marcha de nuevo en cualquier momento. Por abajo tendremos más margen de escapatoria —sugirió Bertram tirando de ella hacia abajo.


   Erika aceptó sin rechistar, al ser consciente de lo peligroso que era encaramarse a la parte de arriba. Tras golpear la puerta al unísono con la fuerza de sus piernas y conseguir abrirla, ambos comenzaron a deslizarse por la abertura inferior. Justo en ese momento, algo se precipitó sobre el techo de la cabina, dejándolo hundido y empujando bruscamente el ascensor hacia abajo. La pareja de vampiros tuvo el tiempo justo para salir del habitáculo sin que les seccionara la cabeza. Conforme se levantaban del suelo, pudieron comprobar cómo el ascensor descendía en caída libre con Niels y sus piernas ancladas en el techo de la cabina.


   La maquinaria se estrelló contra el fondo del foso un par de plantas más abajo, aunque Bertram y Erika no se detuvieron a contemplar el resultado, por temor a que Niels resurgiera de ahí. Tras pasar por una puerta, entraron a toda velocidad en el aparcamiento subterráneo del edificio.

—¡Vamos a mi coche! —le ordenó Erika señalando hacia uno de los vehículos aparcados.


   Rápidamente, Erika sacó un llavero de uno de los bolsillos de su abrigo e introdujo la llave en la cerradura del automóvil.

—¡¡Oye, que esta puerta no se abre!! —le gritó Bertram con una notable desesperación desde fuera del coche tras accionar repetidas veces el tirador de la puerta.

—Lo siento, se queda atascada siempre —se excusó Erika mientras se estiraba en el asiento y abría desde dentro.


   Bertram saltó al interior a la vez que Erika arrancaba el vehículo. Salió hacia atrás a toda velocidad, provocando un gran quejido del motor, para luego enfilar el pasillo principal del garaje hacia la salida, pisando el acelerador a fondo.

—En la guantera hay una pistola. Búscala, por si Niels nos alcanzara —le indicó a Bertram—. Dispárale sin piedad.


   El vampiro asintió y abrió la guantera, de la que cayeron varios objetos y papeles al suelo del coche. Por suerte, la pistola seguía en su sitio y pudo agarrarla justo antes de que algo impactara contra el vehículo. Niels había aterrizado de un salto sobre el capó, e inmediatamente atravesaba el cristal con sus brazos hasta agarrar a Bertram por los hombros. El coche se desestabilizó, tambaleándose de un lado a otro, mientras Erika se esforzaba por mantener el control del vehículo.

—Ahora me dirás todo lo que quiero saber —anunció de forma triunfante Niels mientras extraía a un aterrado Bertram a través del salpicadero y le clavaba con ansia sus colmillos en la yugular.


   Como un acto reflejo, comenzó a vaciar el cargador de la pistola, disparando sucesivas veces. Pero una mezcla de dolor y placer en el cuello le hizo perder el conocimiento, fundiéndose en negro todo lo que había a su alrededor.


   Poco a poco, fue capaz de reconocer las formas de los árboles cercanos. Además del ruido de las ramas movidas por el viento, comenzó a escuchar las pisadas y los gruñidos de algo que se dirigía hacia él. No se amedrentó ni un ápice cuando a unos pocos metros de distancia apareció la silueta monstruosa de Volker Banach, que enseguida retomó su forma original. Con aspecto humano, pero igualmente horrible, le dedicó un saludo.

—Buenas noches, señor Rainath. ¿Ha sido usted quién me ha llamado? —le inquirió Volker—. ¿Qué le trae por esta ciudad?

—Encantado de volverte a ver, Volker —le respondió Bertram como si no pudiera controlar sus palabras—. No sé si estarás al corriente del vacío de poder en esta ciudad. Está llegando la hora de que reclames lo que te pertenece desde hace siglos, ya que Roderick ha desaparecido, dejando Stuttgart a manos de unos simples chiquillos.


   No alcanzaba a comprender qué estaba viviendo. Parecía que se encontraba en el cuerpo de Niels Rainath. Pero no tenía capacidad alguna de hablar o actuar por sí mismo. Simplemente, era un mero espectador de la escena, vista desde los ojos del vampiro que hacía unos instantes le había mordido en el cuello.

—Oh, no tenía conocimiento de tal noticia. Parece que sus secuaces han conseguido que tal información no llegara a mis oídos —reaccionó Volker mientras comenzaba a aplaudir efusivamente—. Entonces, ¿puedo tomar posesión de mi trono inmediatamente?


   Bertram vio cómo el cuerpo en el que estaba movía los brazos intentando calmar el entusiasmo del otro vampiro.

—No, aún deberás esperar a que se resuelva un pequeño asunto. Primero, he de encontrar y eliminar a la única persona que puede revelar dónde se encuentra escondido mi padre —le indicó a Volker—. Cuando lo haga, tendrás libertad para tomar posesión de esta ciudad y recuperar lo que te arrebataron tras la guerra.

—Ardo en deseos de que llegue ese momento. Permítame que le ayude en su búsqueda para que eso acontezca cuanto antes —contestó Volker relamiéndose, a la vez que agitaba sus alargados y huesudos dedos a modo de satisfacción—. ¿Sería tan amable de indicarme quién es ese al que busca con tal premura, señor Rainath?

—Su nombre es Bertram Kastner —le respondió—. Se trata del...


   Un estruendo interrumpió esa ensoñación, cuyo recuerdo se diluyó lentamente hacia el fondo de la memoria de Bertram, arrastrando consigo a otras tantas reminiscencias recientes.


   Cuando abrió los ojos, se encontraba tendido en el suelo de un garaje. Junto a él, podía ver un coche accidentado. La disposición del vehículo no era para nada normal, ya que tenía el lateral del conductor apoyado en el suelo, mientras que el techo estaba aplastado contra uno de los muros del aparcamiento. Le costó horrores levantarse al sentir que tenía todo su cuerpo magullado. Fue entonces cuando vislumbró que entre el capó del coche y la pared había un hombre atrapado e inconsciente. Pensó que se trataba de un actor o de alguien disfrazado, ya que llevaba un atuendo similar al que portaba la nobleza cientos de años atrás.


   Arrastrando la pierna que tenía más afectada, pudo acercarse lentamente con la intención de socorrerlo. Sin embargo, se estremeció al palpar su frío cuello y no encontrarle el pulso. Estaba prácticamente empotrado en la parte delantera del coche, por lo que pensó que era normal que hubiera muerto en el acto. Desde esa posición, se percató de que había una mujer dentro del coche, también ensangrentada e inconsciente.

—Pero, ¿qué ha pasado aquí? —se dijo Bertram a sí mismo, mientras observaba sus heridas y la sangre que le había brotado de una herida en el cuello, sin parecer recordar lo que había ocurrido—. ¿Me han atropellado?


   Enseguida comenzó a escuchar algo de revuelo en el otro extremo del parking. Varias personas se dirigían hacia el lugar del accidente.



Siguiente





Desorientado, Bertram se encuentra ante un accidente en el que parece que se ha visto implicado. ¿Qué hará a continuación?

A) Desaparecerá de la escena, escondiéndose entre los coches y saliendo del garaje para ponerse a salvo.
B) < No hay opción B >
C) Esperará a que llegue alguien para que le puedan ayudar a socorrer a los accidentados.
D) Intentará reanimar al hombre, por si aún estuviera a tiempo de sobrevivir.
E) Tratará de entrar al coche para comprobar el estado de la mujer y sacarla de ahí.


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domingo, marzo 06, 2016

Bertram Kastner (11) - Huyendo hacia la boca del lobo

Bertram Kastner despertó días atrás siendo un vampiro y sin recordar nada de lo que ocurrió. Huye de su vida como mortal para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. Junto a Trebet, ha comenzado a huir con tal de encontrarse con Roderick Sevald, el líder de los vampiros de Stuttgart, que está en paradero desconocido.


Esta es la 11ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.


   Bertram hizo caso omiso al plan de Trebet para conducirle hacia la salida.

—Creo que deberíamos buscar a Erika —sugirió Bertram, contrariando al corpulento vampiro.

—¿Qué parte de tenemos que huir no has entendido? —exclamó Trebet con la cara desencajada mientras se disponía a abrir la puerta que llevaba al aparcamiento subterráneo—. Entonces, ¿para qué demonios he cargado contigo hasta aquí?

—Intuyo que Erika podría ayudarme a interpretar el sueño que he tenido y, con ello, encontrar alguna pista para dar con Roderick Sevald —se justificó Bertram.

—¡Roderick! ¡Roderick! ¿Acaso piensas que yo no sería capaz de analizar tu mierda de sueño? ¿Ni de captar las señales que pudo dejar Roderick en él? —le preguntó Trebet cada vez más molesto.

—Ehm... —Bertram fue consciente del enfado de Trebet y recordó su habilidad innata para propinar puñetazos, por lo que procedió a responder con cierta cautela—. Pensaba que ella podría conocerlo más que tú, con lo que sería más fácil y rápido averiguar algo más sobre su paradero.


   Trebet suspiró, aunque no se le notaba del todo convencido por los gestos de negación que hacía con su cabeza.

—En el fondo tienes razón, mi fuerte no es interpretar sueños. ¡Seguro que Erika lo hace mejor que yo! ¿Qué sabré yo de Roderick? —admitió Trebet con cierta ironía—. Así que, ¡venga, vamos a hablar con ella! ¡Será divertido ir directos a la boca del lobo! A fin de cuentas, tú eres al que están buscando. Y no a mí.

—Trebet... —intentó excusarse Bertram.

—Cierra el pico, novato. Cuanto menos hables a partir de ahora, mejor —le advirtió Trebet—. Esta noche hay varios hombres de Rainath por aquí y no conviene que llames la atención. Déjame a mí llevar la voz cantante y evita revelar tu identidad, ¿entendido?

—De acuerdo —respondió escuetamente Bertram, intentando complacerle para que calmara su enfado, ya que todavía podía percibir cómo estaba envuelto en una especie de halo rojo, aunque más tenue que durante la pelea.


   Subieron un par de pisos por las escaleras que anteriormente Trebet había bajado a toda velocidad. Entre dientes, iba farfullando algo que seguramente estaría relacionado con el hecho de desandar todo el camino que había recorrido con él a cuestas. Tras doblar una esquina, llegaron a un pasillo con multitud de puertas, similar a donde se encontraba el apartamento de Bertram. El gigantesco vampiro relajó su tensión conforme se acercaba a uno de los umbrales. Con sus bastos nudillos, dio unos golpes muy sutiles y armoniosos en la puerta de madera que tenía delante. Esperó unos segundos antes de volver a insistir con la misma delicadeza. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna.

—Parece que tendremos que buscar a Erika en otro lugar. Hoy ha sido más madrugadora que de costumbre —expuso Trebet resignado, mientras pensaba en cuáles podrían serían sus próximos pasos—. ¡Ya sé! Sígueme, novato.


   Volvieron hacia las escaleras y, con mucho cuidado de no hacer ningún ruido, subieron otro piso. Trebet le hizo señas a Bertram para que permaneciera quieto, a la vez que se adelantaba hacia el siguiente pasillo. Tras unos segundos de espera, Trebet le indicó que podían continuar.

—Vía libre, aunque a partir de aquí debemos ir con mil ojos con quien nos podamos encontrar —le advirtió Trebet con cierta preocupación—. No sé qué intenciones tendrá Niels Rainath, pero si te están buscando en otra ciudad, conviene que no sepa que te encuentras en este Elíseo.


   Cuando ya habían avanzado por más de la mitad del pasillo, Bertram se percató de que no era el mismo en el que se encontraba su apartamento. Observó que, junto a la que sería la entrada de su alojamiento, ya no estaba la pared destrozada por la confrontación que habían tenido.

—Pensaba que... ¿Cuántos pasillos hay como este en el edificio? —preguntó algo confuso y desorientado.

—Uno en cada planta —contestó Trebet mirando hacia donde debería estar la pared que rompió al golpear a Bertram—. Parece que Erika ha pasado por aquí. Así me gusta, chica lista.

—Espera... ¿uno por planta? No entiendo nada, éste... ¿no debería estar la pared destrozada en este lugar? ¿Y cómo sabes que Erika ha estado aquí? —continuó preguntando Bertram de forma indiscriminada.

—Novato, ¿qué te he dicho de estar callado? —le volvió a advertir Trebet mientras le hacía otra señal de alto.


   Viniendo del pasillo contiguo, se escucharon unos pasos acelerados. Ambos vampiros se quedaron inmóviles ante la inminente llegada de alguien. Trebet tornó la cabeza para comprobar la situación de Bertram, quien estaba atento a lo que pudiera aparecer tras girar la esquina del pasillo. El corpulento vampiro volvió a centrar su mirada hacia adelante, justo cuando llegó una chica con una llave en la mano. Ésta no pudo evitar soltar un pequeño grito de sorpresa al encontrarse con él de esa forma tan inesperada. Pero se quedó aún más pasmada al percatarse de la presencia de Bertram.

—Él... —le dijo con asombro a Trebet mientras señalaba al invitado—. Estaba aquí.


   Se trataba de la misma chica que había interrumpido el cóctel de sangre con Erika la noche anterior, avisándole de la llegada de Niels Rainath. Al contrario que con el resto de vampiros, Bertram había percibido en ella ciertos signos vitales durante los breves encuentros en los que habían coincidido. Entendió que se trataba de una de esos mortales que colaboraban con la sociedad vampírica.

—Sí, aquí lo tengo, ¿qué problema hay, Nadin? —le preguntó Trebet mientras inspeccionaba que no viniera nadie más.


   Nadin se acercó a ellos, quedando los tres agrupados frente a la puerta del refugio de Bertram.

—Erika y yo vimos el agujero en la pared y pensamos que algo raro le había pasado, como que uno de los del séquito de Rainath podría haberlo secuestrado —susurró Nadin mientras se guardaba la llave en un bolsillo de la chaqueta—. Descartamos esa idea al echar un vistazo rápido al apartamento y ver que todo lo demás parecía en orden, por lo que podría haber sido una huida voluntaria por su parte.

—¿Y dónde está Erika ahora mismo? —se interesó Trebet girándose hacia ellos.

—Decidimos poner a Garet al corriente de la situación —declaró Nadin—. Como no podía atendernos en ese momento, Erika se ha quedado esperando al lado del despacho. Por mi parte, he vuelto para limpiar cualquier rastro que pudiera revelar la identidad de Bertram a los hombres de Rainath, por si se les ocurriera inspeccionar la estancia más adelante.

—¿Y la pared? ¿Cómo la habéis reparado tan pronto? —le cuestionó Bertram señalando el lugar por donde antes la había atravesado.

—Erika se encargó de ello —respondió Nadin esbozando una sonrisa de satisfacción mientras observaba el resultado—. Era mejor que nadie viera esto, al menos hasta que habláramos con Garet. O contigo, Trebet.

—No sé cómo lo habrá hecho, pero no se nota nada... —comentó Bertram acercándose a la pared para inspeccionarla con sus manos.

—¡¡No la toques!! —gritaron Trebet y Nadin al unísono.


   Bertram pegó un bote hacia atrás, amedrentado por la súbita advertencia de ambos, a la vez que sentía que había algo ahí que no alcanzaba a comprender.

—Nadin, no perdamos más tiempo aquí y llévanos junto a Erika. Tenemos que hablar con ella lo antes posible —le apremió Trebet.

—Seguidme —les ordenó ella mientras comenzaba a caminar a pasos ligeros y temblorosos.


   El grupo recorrió varios pasillos, sin poder evitar cruzarse con más gente. Trebet pensó que debieron haber dejado a Bertram en su apartamento para evitar exponerlo, ya que notaba las miradas de curiosidad de estos hacia el invitado. Pero, por otro lado, tenía que estar junto a él en todo momento para custodiarlo y protegerlo, tal y como Garet le había solicitado. No tardaron en llegar a la sala donde habían esperado juntos la noche anterior. Allí se encontraba sentada Erika, quien se levantó de inmediato al ver llegar al trío.

—¿Qué le ha pasado? —le preguntó Erika al corpulento vampiro señalando los rasguños y la ropa empolvorizada de Bertram.

—Es una larga historia, pero ya habrá tiempo de contártela. Tenemos que salir de aquí pitando leches —le apremió Trebet, agarrando su muñeca y tirando de ella para que les acompañara.




   Aunque no le dio ninguna opción de pensárselo, Erika accedió a acompañarles sin dudarlo. Pero, justo cuando estaban abandonando la sala, una voz profunda les detuvo.

—¿Ya te vas, Erika?


   Nadin continuó andando, tal como si fuera una ovejita espantada, acelerando todavía más sus pasos. Pero los tres vampiros se detuvieron bajo el arco de la puerta, girándose al unísono hacia el interior de la sala. Junto a Garet, se encontraba otro hombre un poco más alto que él, ataviado con ropa de gala de algún siglo anterior. Era como si un personaje histórico hubiera viajado en el tiempo hasta esa época. Tras ellos, había otras dos personas a modo de escoltas. Vestían unos uniformes algo más modernos, pero que no desentonaban con las pintas del que parecía su jefe.

—¿No habías venido a contarnos algo? —continuó preguntándole a Erika mientras exhibía una gran sonrisa forzada—. Hemos interrumpido nuestra reunión por ti. Por favor, no nos prives de conocer tus inquietudes y preocupaciones.


   El ambiente se volvió gélido, dando la sensación de que el tiempo fluía más despacio en aquella estancia. Erika no supo qué contestar en ese momento de silencio incómodo. Aquella presencia le imponía demasiado como para poder improvisar un nuevo discurso que resultara convincente y no pusiera en peligro a Bertram.

—Hombre, señor Levesque —añadió el pintoresco personaje, acercándose un paso hacia el voluminoso vampiro—. ¡Cuánto tiempo!

—Niels —contestó Trebet no muy entusiasmado, mientras que Erika le volvía a agarrar la mano con la intención de transmitirle calma—. Han pasado varios años, sí.

—¿Qué es de tu vida? Me imagino que no estarás atravesando un buen momento ahora, ¿cierto? —continuó Niels, que comenzó a fijarse en quién se escondía detrás de Trebet.


   Para Garet, no era posible disimular la gran preocupación que sentía ante aquella situación. Por su parte, Trebet seguía arrepintiéndose de haber accedido a llevar a Bertram hasta allí y no haber abandonado el Elíseo cuando tuvieron la ocasión. Sentía haberle fallado a Garet y, en consecuencia, a Roderick. Pero a la vez, tenía unas ganas tremendas de partirle la cara a la eminencia que tenía delante, al sentirse ofendido por sus palabras. Las cosas no tardaron mucho en ir a peor.

—¿Y tú? No tengo el placer de conocerte aún —dijo Niels interesándose por Bertram—. Dime, ¿quién eres tú?



Siguiente




Bertram se encuentra delante del nuevo líder de Stuttgart, Niels Rainath. ¿Qué le contestará ante tal pregunta?

A) Dirá que es Bertram Kastner. La verdad por delante.
B) Le contará que su nombre es Alger Furst. No es muy dado a inventarse nombres.
C) Esquivará la pregunta, intentando desviar la atención diciendo que se acaba de topar con Volker Banach.
D) Le pedirá a Niels que antes sea él quien se presente, por cortesía.
E) No responde nada. Trebet le dijo que cerrara el pico y eso hará porque no quiere ser golpeado de nuevo. 

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domingo, febrero 28, 2016

Bertram Kastner (10) - Las manos de Trebet

Bertram Kastner es un vampiro que no recuerda cómo fue convertido días atrás. Huye de su vida para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. Esta es la 10ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Bertram ha soñado lo que hubiera ocurrido si siguiera siendo humano. Pero al parecer, ha tenido una revelación en ese sueño. Ahora se encuentra frente a frente con Trebet.

   Ambos vampiros frenaron en seco para evitar chocarse entre ellos.

—Hombre, novato. Precisamente iba a buscarte a tu apartamento —le informó Trebet rompiendo el hielo tras el inesperado encuentro en el vestíbulo.


   Bertram dudó unos momentos para responderle. Tras asegurarse de que no había nadie más en los pasillos de alrededor, le espetó la pregunta que le había surgido tras el sueño que acababa de tener.

—¿Quién es Roderick Sevald?


   Conforme procesaba lo que Bertram le acababa de decir, los ojos del voluminoso vampiro se fueron abriendo como platos, mientras que sus pupilas se contraían. Su agradable rostro comenzó a arrugarse, siendo reemplazado por uno que producía terror. Bertram se percató de que quizás no había sido buena idea formularle esa pregunta a Trebet, aunque no alcanzaba a comprender el porqué. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. El gigantesco vampiro, envuelto en un halo rojo de pura rabia y aparentemente más grande que antes, se abalanzó sobre él violentamente, agarrándole y empujándole hacia la pared del pasillo. Las puertas cercanas temblaron con el impacto de la espalda de Bertram en el tabique, mientras que Trebet lo sostenía, provocando que sus pies no tocaran el suelo.

—Dame una buena razón para que no te mate aquí mismo tras haber mencionado ese nombre —exigió Trebet en tono amenazante y totalmente convincente.

—Su... ¡¡suéltame!! —le reclamó Bertram mientras agitaba sus piernas para intentar liberarse.

—¿Qué demonios...? —pronunció Trebet extrañado mientras dejaba caer a Bertram de sus manos y daba un paso hacia atrás.




   Aprovechando la confusión, Bertram le propinó una patada en el estómago, provocando que Trebet se doblara hacia adelante por el efecto del golpe. Eso envalentonó a Bertram para continuar pegándole, por lo que le lanzó un puñetazo hacia la cara. Pero el mastodonte se recompuso antes de encajarlo, pudiendo esquivarlo grácilmente. Tras haber golpeado al aire, Bertram se giró para volver a situar a su oponente. Aunque se encontró con la mano cerrada de éste impactando de lleno en su rostro. Tal fue la violencia del golpe, que el cuerpo de Bertram atravesó el tabique del pasillo y cayó dentro de su apartamento, sobre una nube de polvo, escombros y astillas de madera.


   Tendido en el suelo y aturdido por el golpe, veía cómo las paredes de la estancia y el techo se movían de un lado a otro, como si se encontrara en el camarote de un barco. Completamente aturdido por el impacto, veía dos grandes boquetes en el lugar por donde había entrado a la fuerza. Poco después, pudo visualizar a dos Trebet haciéndose paso por cada una de las aberturas. Quiso ponerse en pie, pero, al intentarlo, comprobó no estaba en condiciones de moverse. Conforme los Trebet se acercaban a él, las imágenes de ambos comenzaron a fundirse en una sola, a la vez que se iba disipando la sensación de mareo. El corpulento vampiro se agachó sobre Bertram y le aprisionó el cuello contra el suelo.

—Un sueño... —murmuró Bertram casi sin poder pronunciar nada más.

—¿Qué dices? —preguntó Trebet intrigado y reduciendo la presión que ejercía a pesar de su gran enfado.

—Escuché ese nombre en un sueño —añadió Bertram, intentando justificarse desesperadamente.

—¡Mierda! —maldijo Trebet mientras soltaba a Bertram, haciendo aspavientos con los brazos y girándose hacia el agujero que había hecho en la pared—. La que hemos liado por un puñetero sueño.

—¿Cómo? —le preguntó Bertram, aún confuso por la volatibilidad de reacciones del otro vampiro.

—Es típico de Roderick meterse en los sueños ajenos y comunicarse por esa vía cuando tiene algo muy importante que comunicar —le aclaró Trebet mientras adoptaba un gesto más pensativo—. Pero, una cosa, ¿por qué a ti, novato? ¿De qué lo conoces y qué te dijo?

—No llegué a verle ni a hablar directamente con él. En el sueño, mi mujer y mi hijo lo mencionaban en varias ocasiones —le explicó Bertram—. Roderick les decía que quería hablar conmigo y yo, como si le conociera, les respondía que quedaría con él al día siguiente.


   Tras analizar lo que Bertram le había contado, Trebet se volvió a agachar hacia él.

—Lo siento por el golpe y por todos los daños que he provocado; se lo haré pagar a Roderick en cuanto vuelva. Pero ahora tengo que sacarte de aquí inmediatamente —declaró Trebet mientras le ayudaba a incorporarse—. Te he dejado hecho un asco.

—Sí, últimamente no gano para sustos y golpes —suspiró Bertram viendo en qué estado se encontraba—. Pero no cambies de tema. ¿Quién es Roderick Sevald?


   Trebet se quedó unos segundos pensando en qué contestarle, hasta que por fin le respondió.

—Es el líder de esta ciudad. O, al menos, lo era hasta ayer. Lleva varios días desaparecido y nadie ha sabido nada de él. Excepto tú, por lo que me acabas de contar —le contó mientras le ayudaba a incorporarse—. ¿Estás en condiciones de caminar, novato?


   A duras penas, Bertram podía mantenerse en pie, ya que estaba bastante dolorido tras el golpe y el impacto contra la pared que atravesó. No fue necesario que respondiera para que Trebet tomara la decisión de agarrarlo como si fuera un pelele y se lo echara al hombro. Bertram expulsó un quejido al notar cómo sus costillas chocaron con la inmensa espalda del otro vampiro.

—Enseguida estarás bien, sólo has de dejar que tu sangre fluya hacia el dolor y haga su trabajo —le aconsejó Trebet mientras cargaba con él a cuestas.

—¿Y por qué no vamos a hablar con Garet? —le sugirió Bertram—. Si está sustituyendo a Roderick, le podría interesar saber que ha contactado conmigo. Quizás sea capaz de averiguar qué quería comentarme en el sueño.

—Tienes razón en que nos vendría bien la ayuda de Garet. Sin embargo, desde hace unas horas ha sido relevado de su puesto. En su posición actual, se vería en la obligación de informar al nuevo líder de Stuttgart —le informó Trebet mientras salían del apartamento por el agujero de la pared—. Aprovechando el vacío de poder que ha dejado la ausencia de Roderick, el indeseable de Niels Rainath ha tomado el control de la ciudad, incorporándola a una lista cada vez mayor de feudos bajo su domino. Eso no es bueno ni para nosotros ni para ti.


   Una vez fuera, Trebet se dirigió hacia el cruce de pasillos donde se habían encontrado. Pero dejó de avanzar al escuchar unos pasos que se acercaban. Dio media vuelta y emprendió una veloz carrera hacia el fondo del pasillo de los apartamentos. Bertram pudo comprobar atónito cómo Trebet, aún con él a cuestas, había recorrido toda esa distancia en apenas un par de segundos.


   Empezaron a bajar por unas escaleras, donde el atlético vampiro omitía pisar los escalones e iba saltando de descansillo en descansillo. Con el ruido que provocaban sus pisadas, daba la sensación de que todo el bloque de escaleras se iba a venir abajo.

—Más te vale conque no me estés mintiendo, novato. Me estoy jugando el cuello por ti —le amenazó Trebet—. Cuando estemos en un lugar seguro quiero que me cuentes todos los detalles de tu sueño, por irrelevantes que sean. Yo también necesito encontrar a Roderick pronto.

—De acuerdo, pero antes de irnos de aquí, me gustaría hacer algo —le avisó Bertram—. Creo que estoy en condiciones de poder andar.

—No tenemos mucho tiempo. Ya deben haber visto el agujero de la pared de tu apartamento y seguro que en nada empiezan a buscarte por todas partes —le advirtió Trebet—. ¿Podrás correr?

—Sí, ya estoy casi recuperado —admitió Bertram, que notaba cómo el dolor de su cuerpo había menguado considerablemente.


   Después de haber bajado a saltos tres plantas de escaleras, Trebet dejó a Bertram en el suelo. Éste comprobó que ya no cojeaba como antes y que podía volver a valerse por sí mismo. Se sorprendió de la capacidad de regeneración de su sangre.

—Venga, hemos de salir de aquí cuanto antes —le apercibió Trebet indicándole que le siguiera.



Siguiente




Bertram tiene algo pendiente de hacer antes de abandonar el refugio de los vampiros de Stuttgart. Es posible elegir varias acciones, pero no disponen de mucho tiempo para poder hacerlo todo. ¿Qué querrá hacer Bertram antes de irse de allí?

A) Pegarle un puñetazo a Trebet por la paliza que le ha dado antes. Así estarán ambos en paz.
B) Llenar sus reservas de sangre. El proceso de curación se las ha mermado.
C) Ir a ver a su amigo Alger en el subterráneo del hospital. Podría sufrir remordimientos si lo abandona ahí.
D) Buscar a Erika para que les acompañe y ayude a interpretar el sueño.
E) Avisar a Garet para facilitar la huida por la ciudad.


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domingo, febrero 21, 2016

Bertram Kastner (9) - Soñando con estar vivo

Esta es la 9ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Tras la conversación con Erika sobre hábitos alimenticios de los vampiros, ésta sale corriendo por la llegada de un nuevo invitado.

   Una vez que Erika y la otra chica salieron por la puerta, Bertram se planteó por unos instantes el seguirlas. Sin embargo, pronto olvidó esa idea debido a algo que llamó su atención repentinamente: las copas de sangre que aún estaban sobre la mesa. Parecía que le hablaban y deseaban que las bebiera. No fue capaz de reprimir el impulso. Buscó con una mirada disimulada al camarero y, aprovechando que aquel estaba a otras cosas y no miraba, vació lo que quedaba de la copa en su boca. Poco parecía importarle ya la procedencia de la sangre. Tras una nueva mirada para controlar qué hacía el barman, también se tomó de un trago largo la bebida que había dejado Erika sin empezar. Pensó en las ratas que habían contribuido en llenar esas copas de sangre y les agradeció el haberse sacrificado para servirle de alimento.


   Finalmente, decidió volver al apartamento que le habían preparado. Ya había tenido suficientes vivencias esa noche y, además, pronto amanecería. Aunque en ese lugar estaba totalmente protegido del Sol, notaba como el cansancio hacía mella en él. En su corta vida como vampiro, había tenido la sensación de que durante el día sus movimientos eran más torpes y lentos. Así como su mente, que empezaba a nublarse al estar cercano el amanecer.


   Al llegar a su dormitorio y mirarse en uno de los espejos del armario, se percató de las manchas de sangre que tenía alrededor de la boca. Accedió al aseo para lavarse la cara, pero justo delante del lavabo sintió una gran arcada. Tras haberla contenido, llegó otra más fuerte unos segundos después, expulsando toda la sangre que acababa de beber. Resignado y tras terminar de lavarse, volvió al dormitorio y se sentó en la cama para dar desde ahí una última inspección a la estancia. Una vez que se cercioró que todo estaba en orden, se desplomó hacia atrás a propósito, aliviado por poder descansar tranquilamente en las próximas horas. Aprovechó para rebobinar los recuerdos de esa noche: desde las conversaciones que tuvo con Erika, Garet y Trebet, el encuentro con Volker Banach, el recibimiento de Alger, la llegada a Stuttgart y el viaje en tren desde Vennysbourg. Hasta el inicio de esa noche, cuando abandonó su casa y vio por última vez a su familia.


   A una distancia prudencial de tres números desde su hogar, Bertram observaba cómo su mujer y su hijo bajaban del coche de su suegro. El niño corría impaciente hacia la puerta de su casa, tocando el timbre insistentemente y sin esperar a que su madre llegara con las llaves. Parecía que el chaval tenía muchas ganas de poder reencontrarse con él. Pero, por desgracia, no iba a ser así. Bertram estaba poniendo tierra de por medio, sin despedirse de ellos. Todo por protegerlos de su bestia interior. Tenía la sensación de que no se habían visto desde hacía varios días. De hecho, no había coincidido con ellos en casa desde que fue convertido en vampiro, a pesar de haber pasado una jornada allí.

—¿Y por qué no han estado en casa estos días atrás y llegan ahora? —se preguntó Bertram extrañado mientras caía en el más absoluto sueño—. Ahora han muerto porque yo no estaba allí con ellos...


   La puerta del hogar se abrió y un niño entró corriendo, inundando el pasillo con el ruido de su voz.

—¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¿Has vuelto?


   En el salón se encontraba Bertram terminando de encender el fuego de la chimenea. Giró la cabeza y pudo ver a su hijo que corría contento hacia él. El niño dio un salto hacia Bertram y se fundieron en un fuerte abrazo.

—Te he echado mucho de menos, papá.

—Y yo a ti también, Bertram —le respondió el padre a su hijo mientras le despeinaba el pelo—. Estás helado. Quítate el abrigo y ponte junto a la chimenea para calentarte enseguida.

—Vale —aceptó el niño, obedeciendo a su padre—. Por cierto, hoy me ha dicho Roderick Sevald que tienes que hablar con él.

—Gracias por avisarme, mañana iré a verle —contestó Bertram con total normalidad—. Voy a ayudar a tu madre con vuestras maletas. Quédate aquí y no salgas a la puerta, o te volverás a enfriar.


   Bertram se dirigió a la entrada, encontrándose con su mujer, quien traía dos maletas a la casa. Agarró la más pesada y rodeó con el otro brazo la espalda de su esposa.

—Qué calentito estás, Bertram —le dijo su mujer mientras acurrucaba la cabeza en su pecho—. Fuera hace un frío de mil demonios.

—Acabo de encender la chimenea. Ve al salón y acércate al fuego —le recomendó Bertram.

—No, prefiero entrar en calor así, abrazada a ti —le respondió su mujer mientras ambos dejaban las maletas en el suelo—. De todas maneras, hay que preparar la cena. No hemos comido nada en casa de mis padres porque Bertram quería cenar contigo.

—Está bien, aunque creo que no hay mucho donde elegir para hacer de comer. Esta tarde no me ha dado tiempo a ir a comprar nada desde que llegué —declaró Bertram mientras le acariciaba el pelo a su mujer y le daba un beso cariñoso en la frente.


   Después de cerrar la puerta, empujaron las maletas a los pies de la escalera que llevaba a la planta superior del hogar.

—¿Cómo te ha ido en Berlín? ¿Pudiste avanzar con tu investigación? —se interesó su esposa.

—No, la persona con la que me encontré allí no me fue de mucha ayuda. No he he sacado nada en claro de todo este asunto —admitió Bertram con cierta decepción.

—¿Y no crees que deberías terminar el artículo con lo que ya tienes? —preguntó ella mientras iban hacia la cocina —Desde hace varias semanas no consigues nada nuevo. Y ya has tenido problemas en un par de ocasiones por tocar ese tema. Me da miedo que te pueda ocurrir algo.

—Sé que estoy muy cerca de encontrar algo muy potente. Aunque tengo la sensación de que alguien va unos pasos por delante, ocultando o borrando todos los indicios que estoy siguiendo. Pero en algún momento, cometerá algún error y lograré avanzar —le contestó Bertram con cierta ilusión por lo que podría conseguir, mientras empezaban a preparar la cena—. Tendrá tanta repercusión que seguro que podré retirarme y viviremos mucho mejor. 

—Los experimentos que me has contado que le hacían a los prisioneros durante la guerra eran horribles. ¿Qué pasaría si te encontraras con una de esas mentes locas? —preguntó su mujer con gran preocupación—. Podrían secuestrarte y hacerte lo mismo a ti.

—Pues ocurriría que tendrías un marido capaz de correr a cien kilómetros por hora. O incluso con la habilidad de volar —le respondió Bertram con una carcajada imitando el vuelo de un pájaro e intentando quitarle gravedad al asunto.


   Pero ella se sumió en el más absoluto silencio, bajando su cabeza y dejando que sus ojos se tornaran vidriosos.

—Tranquila, la gente que hacía esas cosas murió hace años —trató de animarla Bertram, tomando su cintura con una mano y levantándole suavemente la cabeza con la otra—. Yo sólo busco sus diarios y anotaciones para mostrar las barbaridades que cometían. Seguro que alguno de esos trabajos se podría aplicar a día de hoy sin tener que recurrir a las atrocidades de antaño. La medicina ha avanzado mucho.

—Me gustaría que no te tuvieras que ausentar más y así no tener que irnos tu hijo y yo a casa de mis padres para no estar solos en este vecindario mientras tú estás en uno de tus viajes —le reclamó a Bertram—. ¿No podrías pedir que vaya otra persona en tu lugar?

—Ten paciencia. Veré qué puedo hacer con respecto a eso.


   Bertram abrazó a su mujer mientras ella intentaba cortar las verduras de la cena con sus manos temblorosas.

—Déjame, ya las corto yo. Estás muy agitada —advirtió Bertram al ponerse frente a su esposa.

—Este tema y lo que te pueda pasar me pone muy nerviosa —dijo su mujer soltando el cuchillo en la mesa de la cocina.


   Con cierta destreza, Bertram atacó las verduras restantes y, una vez cortadas, las echó en la sartén. A continuación, comenzó a removerlas con una rasera de madera mientras hacía un poco el payaso para animar a su esposa. Al final, consiguió arrancarle una sonrisa. Pero el timbre de la casa sonó y ella acudió a la entrada, por lo que poco pudo disfrutar del rostro más alegre de su mujer. Tras unos minutos, volvió a la cocina, donde ya estaba toda la cena prácticamente lista.

—¿Quién era a estas horas? —preguntó Bertram, ultimando los detalles de la mesa donde iban a comer.

—Era Roderick Sevald —respondió ella—. Quería hablar contigo cuando a ti te viniera bien.

—Ah, sí. Mañana lo haré —anunció Bertram mientras terminaba de servir la comida en los platos—. Hijo, ven a cenar.




   El niño llegó a la cocina, pero su gesto cambió en cuanto vio las verduras salteadas. Los tres se sentaron a la mesa y estuvieron hablando de las peripecias que había vivido el chiquillo esos días en casa de sus abuelos y en el colegio. Mientras que sus padres dejaron sus platos vacíos, el niño a malas penas comía algo de las verduras. De repente, empezaron a notar que algo se quemaba en algún lugar de la casa, ya que un intenso olor a humo comenzó a invadir la estancia. Bertram se levantó inmediatamente volcando la silla y se dirigió velozmente hacia el salón.


   Junto a la chimenea estaba el abrigo del niño que, al haberlo dejado tan cerca, se había prendido con alguna chispa. Bertram lo agarró intentándolo apagar, pero el tejido era un pasto imparable para las llamas. Rápidamente, lo llevó al cuarto de baño, donde lo arrojó a la bañera. Tras abrir el grifo de agua al máximo, consiguió sofocar el fuego de la prenda. El niño, abrazado a su madre, lloraba asustado por la situación y por haber echado a perder su abrigo favorito. Su mujer, una vez extinguidas las llamas, observó con preocupación las quemaduras que Bertram se había hecho en las manos. Tras enviar al niño a dormir a su cuarto, se dispuso a limpiar las heridas de su marido echándoles algo de suero.

— Mañana habrá que ir al médico a que te vea esto. —admitió ella, afanada en preparar apósitos con vendas y una pomada—. ¿Te duele mucho?

—Lo suficiente como para no poder irme de viaje durante unas cuantas semanas y pasar más tiempo con mi familia —le respondió Bertram guiñando un ojo y sonriendo mientras aguantaba el escozor de las quemaduras.

—No me quiero imaginar lo que nos hubiera pasado si no llegas a estar —añadió ella acercando su cabeza al pecho de Bertram.

—Eso sí, tampoco te podré abrazar como tanto te gusta durante unos días —comentó él en tono burlesco—. Así que tendré que buscar otra forma de compensar los abrazos perdidos.


   Ella le dio un puñetazo cariñoso en el hombro y ambos se pusieron a reír, aliviados de que el episodio con el fuego no hubiera tenido mayores consecuencias.


   A la mañana siguiente, Bertram estaba sentado en el sofá del salón, fijando la mirada en los cercos oscuros que había dejado el fuego en la pared. El dolor de las quemaduras no le permitía agarrar nada, así que su hijo se ofreció para llevarle el desayuno. Y ahí llegaba el pequeño, cabizbajo y portando una bandeja para su padre, sin poder evitar derramar un poco de zumo del vaso.

—¿Me perdonas? —susurró el niño con una voz que casi no se podía oír.

—Claro que sí, Bertram —le contestó el padre a su hijo—. Pero, a partir de ahora, has de tener mucho cuidado con el fuego. No debes dejar nada que se pueda quemar cerca de la chimenea.

—Sí, papá —asintió el niño.


   El teléfono de casa empezó a sonar y Bertram ordenó a su hijo que lo descolgara.

—Papá, es Roderick Sevald. Dice que no te olvides de hablar con él —le comentó su hijo mientras estaba al aparato.

—Vale, dile que luego iré a verle —le respondió Bertram.

—Papá, el señor Roderick dice que eres un vampiro. ¿Es eso verdad? —añadió el niño con cara de sorpresa.

—¿Cómo? —preguntó Bertram extrañado.


   De repente, empezó a notar como la luz del Sol que iluminaba el salón empezaba a reaccionar con su piel. Comenzando por las manos que se había quemado la noche anterior, Bertram se prendió de fuego. Rápidamente, las llamas se extendieron, incendiando también el sofá y la alfombra que estaba a sus pies. Pronto, todo el salón estaba ardiendo. Sin poder levantarse, pudo ver cómo llegaba su mujer a donde estaba su hijo y cómo ambos le contemplaban abrazados mientras él, envuelto en llamas, se convertía en cenizas.


   Súbitamente, Bertram despertó de esa pesadilla como si fuera un resorte. Comprobó que estaba sentado en la cama del apartamento que Erika le había mostrado la noche anterior. Verificó exhaustivamente que sus manos no tenían ninguna marca de quemaduras provocadas por el incidente que había soñado. El reloj de su muñeca estaba a punto de marcar las 7 de la tarde. Se puso en pie, arregló su vestimenta mirándose al espejo y salió del apartamento apresuradamente. Al doblar la esquina del pasillo, se encontró con Trebet.



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Bertram está frente a frente con Trebet, el vampiro que lo llevó a ese refugio. ¿Qué hará el protagonista a continuación?

A) Esquivarlo y salir corriendo. Indicar hacia dónde se dirige.
B) Decirle a Trebet que tiene que ir a hablar con Garet.
C) Preguntar a Trebet quién es Roderick Sevald.
D) Decirle que le tienen que dejar ir a Vennysbourg esa misma noche.



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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

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