sábado, octubre 28, 2023

Alger Furst (4) - El espectador

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





    Reconociendo que explotando de ira no conseguiría nada, Alger respiró profunda y lentamente hasta conseguir calmarse. Era consciente de que su prioridad debía ser salir de ese enclave con vida. Era primordial que aprovechara la nueva oportunidad que el destino le estaba brindando, aunque el precio a pagar fuera una pérdida material con un gran valor sentimental. Alumbrando al suelo de su alrededor, localizó varios objetos que habían escapado de su mochila, entre los que se encontraban un mapa plegable y pintarrajeado de Irak, un pequeño bloc de notas con un bolígrafo insertado entre sus anillas y los botecitos de plástico donde guardaba los carretes. Era capaz de distinguir los que aún estaban sin utilizar de los que contenían un rollo ya gastado, ya que a estos, les hacía una pequeña muesca casi imperceptible para cualquier otra persona. Conforme introducía de nuevo sus pertenencias en la bolsa, reparó en algo que tampoco había encontrado aún.

—¿Serán rastreros? ¡También se han llevado mi billetera, con toda mi documentación y el dinero! —exclamó enfadado, percatándose inmediatamente de que no debía alzar la voz.

—Esto es para ponerme las cosas más difíciles... —refunfuñó discretamente, mientras se consolaba dándole un fuerte bocado al trozo de pan que había comprado aquella mañana para almorzar—. ¿Dónde estarán los soldados y el muchacho?


    Asegurándose de haber cerrado la mochila para no perder nada más, se puso en pie a la vez que continuaba devorando los restos de su tentempié. Descartó la idea de buscar otros alimentos, por el riesgo de que pudieran estar contaminados por lo mismo que había acabado con todos los habitantes del lugar, excepto el chico. Echando un vistazo hacia el exterior a través de la puerta, pudo comprobar cómo los fuertes vientos cargados de arena habían cesado. Ya era de noche, aunque el cielo aún guardaba algo de la claridad propia de los momentos posteriores al atardecer. Además, había atisbos de luces tililantes por la calle que bien podrían pertenecer a pequeñas fogatas.


    Aprovechó para echar un vistazo a las manchas de sangre que marcaban su ropa en el abdomen y el muslo, aún sin comprender cómo se habían producido. Volvió a examinar su cuerpo sin encontrar rastro alguno de heridas o el más mínimo dolor alrededor de las zonas afectadas.

—Cabe la posibilidad de que esta sangre sea de quien me haya metido en aquel arcón —continuó buscando una explicación con algo de lógica—. Es imposible que el muchacho haya cargado conmigo hasta ahí dentro. Pero entonces, ¿quién ha sido?


    Con ansias de encontrar esa respuesta, se dispuso a abandonar la casa. Pero justo antes de cruzar el umbral, cayó en la cuenta de que podría haber algún soldado apostado frente a la entrada, acechando y esperando su imprudencia para abatirle con una bala en la cabeza.

—Será mejor que me quede aquí por ahora —recapacitó imaginándose aquella escena y poniéndose a cubierto hacia un lado antes de poder ser visto desde el exterior—. Pero de alguna manera, me convendría tener localizados a los milicianos y estar preparado por si decidieran volver a por mí.


    Con cuidado de no enfocar la luz de la linterna hacia el exterior, Alger iluminó sus pasos a lo largo de la casa, ya que había demasiados obstáculos. Todo se encontraba desvalijado y esparcido por el suelo, excepto la habitación donde había despertado, que parecía haber escapado al torbellino de destrucción. Entre todo el caos, reparó en los cadáveres de una mujer y dos niños abrazados, sin ninguna herida aparente.

—¿Será cierto aquello de que el ejército iraquí ataca a los invasores iraníes con un agente químico sin importar que haya civiles de por medio?


    Sintió que no podía dejarlos así, por lo que volvió al dormitorio y retiró la sábana que cubría el colchón, tras colocar cuidadosamente la ropa que había en la cama sobre el arcón. De vuelta ante los cuerpos sin vida, estiró la tela sobre ellos y en medio del más respetuoso silencio, dispuso algunos objetos a su alcance sobre los extremos para evitar que se esta se moviera y quedaran al descubierto. Era lo mínimo que podía hacer por aquella familia, cuyo hogar le había servido de refugio y salvaguarda; queriendo agradecerles el seguir con vida gracias a ellos.


    Justo después, volvió a recordar al muchacho al que había rescatado esa tarde. Sin poder encontrar una explicación, había algo que le impulsaba a subir las escaleras. Quizás se trataba de la esperanza de encontrárselo allí.

—Si esta casa es como la otra, debería haber una terraza arriba desde donde podría ver lo que se cuece por los alrededores. ¿Y si el chico estuviera allí vigilando?


    Lentamente, y poniendo especial énfasis por no tropezar con todos los enseres que se iba encontrando, subió los peldaños que le llevarían hasta el piso superior, prestando atención a lo que podía percibir con su sentido del oído. Sin embargo, toda la aldea parecía estar callada y en calma. Una vez que llegó a la azotea, se quedó algo desilusionado al no hallar al joven superviviente ni rastro alguno de él. De alguna manera, necesitaba comunicarse con alguien que no pretendiera hacer prácticas de tiro con él. Seguidamente, se agachó para resguardarse con el pequeño muro que la rodeaba y comenzó a otear todo lo que se encontraba a la vista. El hecho de que hubiera varios focos encendidos en algunas de las fachadas de los edificios, además de pequeñas hogueras que le daban un tono anaranjado a las calles que alumbraban, le permitía disfrutar de una panorámica de casi toda la aldea.

—¿Seré la única persona que quede con vida? Espero que al menos hayan tenido el detalle de dejarme un vehículo con el que salir de aquí, o de lo contrario, me tocará caminar toda la noche por el desierto...


    Mientras se empinaba la cantimplora para saciar la sed que le había provocado el pan endurecido, comenzó a escuchar lo que parecía ser la voz de alguien. Bajó la cabeza y pegó su cuerpo a la pared, con cuidado de no derramar ni una gota del agua que le quedaba, conforme enroscaba el tapón con sus manos temblorosas por la incertidumbre. Giró su cabeza en todas las direcciones, pero no conseguía determinar de dónde provenían esas palabras que a malas penas percibía desde la lejanía. Cuando iba a darse por vencido, el rumor se intensificó, llegando entonces hasta sus oídos de una forma más alta y clara.

—Viene de allí, pero no consigo verlo —admitió a la vez que centraba su atención en una franja concreta—. Creo que ha dicho algo del paraíso terrenal... Aunque es muy complicado seguirle el ritmo en su idioma. Habla demasiado rápido para mí.


    Sin llegar a divisar a nadie, Alger pensó que esa persona debía estar en alguna callejuela tras alguna de las casas que tenía a la vista. Se aventuró a asomar parte de su cuerpo durante un par de segundos, pero no tuvo éxito en el intento de fisgonear desde otra perspectiva.

—Parecía la voz de un hombre, por lo que seguramente sea uno de esos malditos soldados. Y con toda probabilidad, habrá más cerca. Es peligroso estar fuera, pero he de seguir aquí y estar atento por si se les ocurre venir de nuevo, ahora que sé más o menos por dónde están.


    No tuvo que esperar demasiado par ver cómo finalmente una figura humana, hasta entonces oculta, se erguía en el centro de una de las azoteas hacia donde estaba mirando. Rifle en mano, parecía estar apuntando a alguien que aún no conseguía ver y del que a malas penas escuchaba un murmullo. Pero sí que era capaz de identificar que ambas voces pertenecían a adultos.

—Bien, creo que el chico no se encuentra allí. O eso espero.


    De nuevo, le llegó una frase más alta que las anteriores, entendiendo la orden que el miliciano daba a su rehén para que se levantara. Acto seguido, la persona a la que tenía retenida a punta de rifle se incorporaba con los brazos en alto.

—Parece que sí se trata de un hombre, pero entre la lejanía y la oscuridad, cuesta ver lo que está ocurriendo... ¡Espera!


    Haciendo algo de contorsionismo para no perder ni un segundo de aquella escena, Alger se quitó la mochila de su espalda y, a tientas, rebuscó algo en ella. Agarró un estuche, lo abrió y sacó el otro objetivo de su cámara. Como si de un catalejo se tratara, lo puso delante de su ojo derecho, guiñando el izquierdo.

—No son unos prismáticos, pero es mejor que nada. Menos mal que no se lo han llevado a la misma vez que la cámara.


    Gracias al aumento, pudo discernir que ambos hombres vestían ropas de la misma milicia. Pero no alcanzaba a entender porqué uno de ellos estaba amenazando a su compañero y obligándole a subir al borde de la terraza.

—¿Va a hacer que salte y se precipite hacia el suelo de la calle? Un momento... ¿y ese de allí detrás quién es? No será... ¡el muchacho!


    Sobre el techo del rellano de aquella terraza hacía su aparición el chaval al que también buscaba. No daba crédito a que hubiera tenido el valor para acercarse a sus verdugos, aunque parecía que éstos no habían reparado en él aún. O eso creía. De improviso, el miliciano se giró y profirió un disparo contra el chico, viendo cómo éste caía hacia atrás. Antes de poder lamentarse por el cruel final del joven, Alger observó aún se movía y trataba de ocultarse de nuevo, retrocediendo para evitar los siguientes disparos del hombre armado.

—Qué suerte ha tenido. Ha sido un milagro que haya podido esquivar el disparo —suspiró Alger aliviado durante unos instantes—. Joder, tengo que ayudarle de alguna manera.




    Miró el objetivo que aún sostenía en su mano y se incorporó con la intención de lanzarlo. Aunque, en el último momento, optó por agarrar una piedra de las tantas que se habían desprendido del muro de la azotea donde se encontraba; y que seguramente era muchísimo más barata que el artilugio que algunos de sus compañeros de facultad le regalaron tras graduarse en la universidad.

—Vamos, pequeña, sé que no llegarás muy lejos, pero al menos espero que seas lo suficientemente escandalosa como para que te oigan. ¿Harás eso por mí? —le reclamó al objeto inerte, profiriéndole un breve beso de despedida.


    El proyectil que Alger lanzó con todas su fuerzas se perdió en medio de la oscuridad del cielo, tardaría unos segundos en caer. Mientras tanto, el improvisado atleta volvió a ponerse a cubierto, ya que el miliciano miraría hacia donde se encontraba él en cuanto escuchara el golpe. Aún así, corrió el riesgo de retomar su posición de vigilancia. Enseguida, observó que la situación había ido a peor, con el soldado ya subido al rellano donde estaba el chico, al que estaba encañonando con el rifle. Inmediatamente, escuchó un leve chasquido que llamó la atención del hombre armado.

—¿Ha caído más allá del edificio donde están? —pensó Alger sorprendido, a la vez de incrédulo, viendo cómo el miliciano se asomaba a la calle de más allá, en vez de a un punto intermedio entre ambos, tal y como esperaba—. ¿Desde cuándo puedo lanzar cosas tan lejos?


    Otra vez, pudo ver y oír cómo volvía a abrir fuego, aunque en esta ocasión su objetivo parecía ser la piedra. Se alegró al comprobar cómo el muchacho aprovechaba esa distracción para escapar, descendiendo por la pared y saliendo de su ángulo de visión. Recordó que además del chaval y el miliciano armado, había otro soldado en la azotea, por lo que puso su atención en buscarlo.

—¿Y el otro tío? Ya no está en el muro. ¿Qué habrá sido de él?


    Pero enseguida, volvió a preocuparse por el chico, a quien había conseguido darle un balón de oxígeno con el que escapar. Aunque tenía la certeza de que el miliciano no tardaría en volver a ir contra él en cuanto se diera cuenta de su fuga.


Siguiente



Debido a la distancia a la que se encuentra Alger, no tiene demasiadas opciones para intervenir en el lugar de la acción; aunque por otro lado, se encuentra en un lugar aparentemente seguro. ¿Qué decidirá hacer Alger a continuación?

A) Abandonar la terraza donde se encuentra y salir a la calle, con la intención de ayudar y rescatar al chico de manera presencial.
B) Probar a lanzar otra piedra, sabiendo que inexplicablemente, puede alcanzar la otra azotea. Indicar a dónde apuntaría.
C) Llamar la atención gritando y haciendo señales con la linterna, con la idea de atraer al soldado y prepararle una emboscada.
D) Aventurarse hacia la calle e intentar llegar hasta la ambulancia en la que llegó a la aldea.


Deja un comentario con la opción elegida, pudiendo dar más detalles sobre la acción si así lo consideras.






viernes, octubre 13, 2023

Kazim Ayad (4) - Causa egoísta

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.




   Una vez que Farid vació toda la munición de su arma, se dedicó a buscar desesperadamente por la habitación al chico y al hombre que le atacó, con la esperanza de encontrarlos abatidos por las balas. Tras asomarse debajo el agujereado colchón de la cama y no ver a nadie, se dirigió al maltrecho armario, destrozando lo que quedaba de la puerta con una feroz patada. Tras comprobar que su arrebato había sido en vano, extrajo el cargador vacío del rifle y lo arrojó violentamente hacia el pasillo, a la vez que exhalaba un grito cargado de frustración y rabia a partes iguales.

—¡Lleva cuidado, Farid! ¡Casi me das! —le recriminó Iyad tras esquivar el cartucho conforme subía las escaleras.

—¡Cállate y asómate a la terraza! – le ordenó Farid a la vez que sacaba un nuevo cargador de uno de sus bolsillos—. Haz algo útil, Iyad.

—No habrá nadie...

—¿Me estás tomando por loco? —le cuestionó Farid, todavía sin haberse calmado—. ¡Soy tu superior y te ordeno que salgas ahí fuera a inspeccionar! ¡Estoy seguro de haber escuchado a alguien en este piso!



   El soldado sabía que Farid tenía un temperamento muy fuerte, pero nunca lo había visto llegar a ese estado de cólera.

—No temas, Iyad —le comunicó Kazim mentalmente, con la intención de separarlos—. No te ocurrirá nada si sales a la azotea. Te conviene alejarte de él para no ser el objetivo de su ira.

—¿Lo has oído? —preguntó Iyad sorprendido por haber escuchado de nuevo la voz en su mente.

—¿El qué tengo que oír? —le replicó Farid perdiendo aún más la paciencia con su subordinado, mientras con un golpe seco insertaba el nuevo cartucho de munición en el arma.



   Iyad cayó en la cuenta de que aquella voz podría haberle hablado sólo a él, con el fin de evitar que Farid conociera sus planes. En cierta medida, le trasmitía más confianza y tranquilidad que su superior, además de parecer más razonable. Aunque eso no quitaba que le guardara cierto temor y respeto, al pensar que estaba hablando con el mismísimo Dios.

—Olvídalo, son cosas mías —admitió Iyad a la vez que salía hacia la terraza contigua de manera cautelosa.



   Para evitar ser visto en el caso en que el miliciano mirara hacia el rellano sobre el que se encontraba, Kazim se deslizó hacia atrás, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Al igual que él no podía ver al soldado, confiaba en que ellos tampoco estuvieran en disposición de localizarle. Encontró una pequeña cavidad en el muro sobre el que estaba apoyado, pudiendo introducir la punta de sus pies en ésta para poder aguantar mejor la espera. Tenía la esperanza de que, más pronto que tarde, decidirían marcharse a otra casa o a su cuartel.

—Lo que te decía, Farid; aquí ya no hay nadie —le informó Iyad mientras daba vueltas por la azotea y se asomaba hacia las callejuelas aledañas—. Seguramente, el extranjero y el chico ya no estarán en esta aldea.

—¿Sabes lo que eso supone? —le cuestionó su superior, saliendo también al exterior y manteniéndose vigilante.



   Mostrando cierta indiferencia, Iyad se encogió de hombros. Esa reacción molestó a Farid, quien echó mano a uno de sus bolsillos y le arrojó con fuerza el objeto que tenía ahí guardado.

—¿Qué es esto? —le preguntó el subordinado tras haberse cubierto y haber recibido el impacto de algo blando—. No me tires las cosas así.

—Es la cartera del hombre que se llevó al muchacho. Haz el favor de revisarla... ¡Y deja el dinero donde estaba! ¡Es para mí!



   A regañadientes, Iyad guardó de nuevo los billetes de dinares y dólares en el pliegue donde estaban originalmente y procedió a inspeccionar los documentos. Farid suspiró y aprovechó para sentarse en el suelo, aparentemente más calmado. Por su parte, el otro miliciano también se relajó, agachándose y dejando el rifle a su lado mientras deslizaba las tarjetas plastificadas del extranjero.

—Al...ge... Fus... —leyó en voz alta Iyad, recordando cómo se pronunciaban las letras occidentales—. ¿Se llama así el alemán?

—No importa cómo se llame ese sujeto. Mira el siguiente documento. Es un carnet de prensa. ¡Se trata de un periodista! —exclamó Farid, aunque sin llegar a perder los estribos como antes—. Si el crío le cuenta que estábamos limpiando de supervivientes su aldea después del ataque de gas que ha lanzado nuestro ejército, el gobierno del país tendrá un gran problema con el resto del mundo.

—¡Y lo tendrá más que merecido!

—¿Otra vez con lo mismo? —espetó Farid rechinando sus dientes—. Si no llego a quitarle la cámara de fotos, le habría podido enseñar a cualquiera lo que está ocurriendo aquí.


   El miliciano observó cómo su jefe blandía el aparato fotográfico que hasta ese momento había llevado colgado al cuello, orgulloso de su botín. Mientras tanto, Kazim escuchaba atento la conversación entre ambos, descubriendo más detalles sobre el hombre de pelo rubio. También determinó que los soldados tenían puntos de vista diferentes sobre cómo el ejército y el gobierno manejaban la contraofensiva a la invasión. Seguramente, podría sacar provecho de ese cisma.

—¡Pues que lo vean! Lo que estamos haciendo contra nuestro pueblo es una barbaridad —le argumentó Iyad con total sinceridad—. Yo vivo en una aldea muy parecida a esta. Tengo una esposa y un hijo esperándome allí. Entonces, si los iraníes hubieran entrado allí, ¿también les habrían bombardeado con el gas? ¡Es abominable!

—Estamos en guerra. Y en tiempos difíciles todo vale por el bien de nuestro país.

—¿También dirías eso si el pueblo donde vive tu familia estuviera en el punto de mira de nuestro ejército? —le reprochó Iyad a su superior.



   Farid soltó únicamente un resoplido mientras dejaba la cámara a su lado y, seguidamente, se encendía un cigarro. Los milicianos no intercambiaron palabra alguna durante los siguientes minutos. Iyad, seguía curioseando los documentos de la cartera, aunque su objetivo era hacerse con al menos un par de billetes sin que su jefe se percatara de ello. Mientras tanto, Kazim continuaba encaramado sobre el rellano, sin mover un solo músculo. Cualquier mínimo ruido que hiciera alertaría a ambos soldados en aquellos momentos donde reinaba el silencio.

—Toda mi familia murió en los primeros ataques de los iraníes —arrancó a hablar finalmente Farid tras dar la última calada y arrojar la colilla hacia un lado—. No tuve ocasión ni de darles una sepultura digna, por lo que, para poder honrarles, juré que no descansaría hasta aplastar a todos nuestros invasores.

—Pero, ¿qué ocurre con toda la gente inocente a la que estás accediendo matar?

—Es un mal necesario. Dios tiene un lugar reservado para ellos en el paraíso... —se justificó Farid, levantando la vista al cielo y exponiendo sus ojos vidriosos empañados por las lágrimas.

—¡El paraíso debería estar junto a nuestras familias y vecinos en nuestras propias casas! ¡En cualquier aldea como ésta, sin que un ejército como el nuestro o el del enemigo interfiera en las vidas de la gente! —gritó Iyad, soltando a su superior lo que pensaba sobre la injusticia de la guerra.



   El rostro de Farid se ensombreció, quedando de nuevo mudo ante la fija mirada de su subordinado. Éste, comenzó a tener remordimientos por lo que le acababa de espetar a su jefe. Aunque lo que le había ocurrido a su familia no le daba carta blanca para arrasar con un pueblo inocente, las palabras sobre esa fatalidad que vivió su superior aún le retumbaban en la cabeza. Totalmente apenado, Iyad cerró la billetera del extranjero, olvidando la idea de hacerse con algo de ese botín, y se dispuso a pedir disculpas.



   Pero de repente, todo cambió entre ellos dos. Farid agarró con fuerza su rifle y apuntó hacia el otro soldado. Sorprendido, Iyad se estiró para coger el arma que descansaba a su lado, deteniéndose antes de conseguirlo al escuchar cómo su superior chasqueaba el gatillo como advertencia.

—Ni se te ocurra poner tus manos sobre el rifle —le amenazó Farid mientras daba un salto para ponerse de pie y se acercaba al que era su compañero para alejar su arma con una patada—. Quien se atreva a interponerse en mi objetivo, debilitando nuestro ejército o nuestro gobierno, será también mi enemigo.

—¿Q... qué dices, Farid? Yo... no... —balbuceó Iyad levantando sus brazos instintivamente, sin dejar de mirar el cañón que podía acabar con su vida en un instante.

—Levántate, Iyad.

—Farid, no... no quiero morir —le respondió entre lágrimas, sabiendo de lo que podía ser capaz su jefe.

—¡Ponte en pie ya! —le volvió a ordenar Farid.



   Tembloroso, Iyad se incorporó, sin dejar de rogarle que lo dejara con vida y suplicándole perdón.

—Date la vuelta y camina hacia el bordillo de la azotea.



   Iyad accedió entre sollozos, tras aceptar el que iba a ser su triste destino. A escasos metros, Kazim se encontraba horrorizado ante lo que estaba presenciando. Sentía que debía hacer algo para evitar la muerte del joven soldado que parecía no estar tan a favor de la guerra.

—Detente Farid —le comunicó Kazim a la mente del miliciano.

—¡Eres un impostor! —le respondió éste algo nervioso mirando a su alrededor, pero sin dejar de apuntar con el rifle.

—No... Yo también amo a nuestro país... —intervino Iyad, pensando que Farid se refería a él—. Me... me alisté para defender a la gente, no... no para matarla...

—Cállate y sube al bordillo de la terraza.

—No cargues con más víctimas a tus espaldas, Farid —insistió Kazim, arrastrándose con sumo cuidado hacia adelante.

—Rezaré por todos los que han muerto por la causa. Incluido tú, Iyad.

—No... no tienes que llegar... a ese punto —alegó el soldado amenazado entre lágrimas, poniendo sus pies peligrosamente sobre el pequeño muro de la terraza—. Te... te equivocas al pensar que... que todos estamos en contra de tu causa.




   Tenía la certeza de que tarde o temprano dispararía, por lo que Kazim continuó avanzando en silencio sobre el rellano, pudiendo ver cómo Farid apuntaba su arma hacia Iyad. Sigilosamente, comenzó a ponerse en pie con la intención de saltar sobre él y así evitar la tragedia.

—Quiero que te des la vuelta y me mires a los ojos antes de morir —le reclamó Farid.



   El soldado cuya vida pendía de un hilo puso atención a sus pies y, con cierta dificultad para mantener el equilibrio, consiguió girarse por completo. Poco a poco, levantó su mirada para encontrarse con la del que iba a ser su verdugo. Pero no pudo evitar desviar la vista hacia una silueta que vislumbró sobre el rellano, detrás de Farid. Éste no tardó en advertir que algo estaba ocurriendo tras él, volteándose rápidamente hacia esa dirección y descubriendo al muchacho justo antes de saltar sobre él.



   El sonido del disparo volvió a pillar desprevenidos a Kazim e Iyad, cayendo ambos hacia atrás. Mientras que el muchacho consiguió esquivar la bala y quedó sentado sobre el techo de la estructura en la que se encontraba, el miliciano a malas penas pudo agarrarse al bordillo de la azotea, evitando precipitarse a la calle. Farid elevó sus brazos sujetando el arma y comenzó a disparar sobre el rellano, mientras que el chico volvía a retroceder con la intención de no ser alcanzado por los proyectiles.

—¡Ven aquí, rata asquerosa! ¿Dónde está el alemán? —reclamó Farid dando saltos para encaramarse y poder escalar hasta donde se había escondido el chico.



   Sintiéndose intimidado por la situación, Kazim no era capaz de concentrarse para utilizar sus poderes y repeler a Farid. Optó por comenzar a descolgarse por la pared, aunque al ver cómo Farid ya se encontraba apuntando a su frente, fue consciente de que era demasiado tarde para hacer cualquier otro movimiento. A tan poca distancia, un impacto de bala podría causarle un daño mucho más serio del que recibió en el sótano de su casa.



   En mitad de aquella tensión, se escuchó un ruido en una de las calles junto a la vivienda, llamando la atención de Farid. Éste no dudó en acercarse hacia el lateral del que creía que provenía el sonido que oyó, esperando poder sorprender al periodista. Atacado por sus ansias de venganza, comenzó a disparar de forma indiscriminada hacia el suelo.

—¡No te escondas, maldito extranjero! ¡Te cerraré el pico a balazos! —aulló Farid mientras gastaba su munición—. ¡No dejaré que te entrometas en los asuntos de mi país!



   Aún agarrado al borde del rellano y a dos pisos de altura hasta el firme de la calle, Kazim se encontraba preocupado por el estado del hombre de pelo rubio, quien parecía haberse acercado hasta allí para ayudarle de nuevo. Se preguntaba si habría conseguido ponerse a cubierto antes de que Farid comenzara su ataque de locura o habría sido herido de gravedad de nuevo.



Siguiente



Kazim se encuentra ante la disyuntiva de socorrer al extranjero o detener el ataque. ¿Qué decidirá hacer a continuación?

A) Descolgarse para caer en la calle y poder ayudar al extranjero que está por los alrededores.
B) Escalar de nuevo sobre el rellano para abordar a Farid.
C) Concentrarse para localizar al periodista y averiguar cómo se encuentra.
D) Intentar amedrentar a Farid comunicándose mentalmente de nuevo. Indicar qué le dice.



Elige una opción y deja un comentario con lo que hayas escogido, pudiendo detallar aún más tu respuesta si lo consideras.





sábado, septiembre 30, 2023

Kazim Ayad (3) - Órdenes divinas

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Kazim no iba a permitir que volvieran a herir a aquel extranjero que había estado al borde de la muerte, por lo que se apresuró en dar unos rápidos pespuntes con los que la vida de éste ya no correría peligro. Era consciente de que el enemigo se encontraba cada vez más cerca, aunque su avance era relativamente lento. A pesar de la distancia que les separaba, se percató de que el miliciano sentía dolor, por lo que debía tener alguna herida o contusión que le estuviera mermando su movilidad. Aún así, no debía confiarse.


   Tras comprobar de forma visual el resultado de su trabajo con el que los letales impactos de bala se habían convertido en unos simples rasguños, incorporó al hombre de pelo rubio y comenzó a arrastrarlo hacia una de las habitaciones contiguas. Se trataba del dormitorio principal, en el que había un gran arcón donde se guardaban sábanas y otras telas utilizadas en todo el hogar. Dejó a su paciente apoyado junto al gran cajón de madera, con la intención de borrar los surcos que habían hecho sus piernas en el empolvorizado suelo a lo largo de todo el trayecto hasta allí.


   Por unos instantes, se fijó en que sobre el lecho de la habitación, además de la ropa de su madre, también se encontraban las prendas con las que dormían sus hermanos pequeños. Pensó en que, tras su ausencia, los tres integrantes de lo que quedaba de su familia dormían juntos. Debió ser muy duro afrontar su pérdida, de la misma manera que lo fue la de su padre. Miró de nuevo los cuerpos que yacían sin vida en el salón, pero ya nada podía hacer por ellos. Tras esparcir la arena con sus pies para disimular cualquier pista que sirviera de ayuda al enemigo, se apresuró en volver junto al único al que aún podía ser salvado. Tras abrir el arcón, comprobó que había espacio para ambos a pesar de todo lo que había dentro.


   Con un gran esfuerzo, consiguió levantar el cuerpo del extranjero y colocarlo dentro del mueble de madera. Para cualquier otro vampiro, no hubiera supuesto tamaña proeza cargar con dos o tres veces su propio peso. Pero en el caso de Kazim, al haber sido convertido aún siendo un adolescente, su complexión suponía un notorio lastre en cualquier intento de manejar con soltura objetos o bultos grandes. Por contra, su delgadez y falta de desarrollo le permitía ser muy ágil y escurridizo. Sin más dilación, saltó al interior del arcón, cayendo en blando sobre los montones de tejidos y ropa ahí almacenados. Antes de que el enemigo hiciera acto de presencia, cerró la tapadera de aquel improvisado escondite.


   Las rendijas entre los tablones de madera de ese gran cajón le permitían ver lo que ocurría en la parte del salón junto a la entrada de la vivienda. Aunque con sus sentidos sobrenaturales, podía percibir cómo el miliciano se encontraba en el umbral de la casa, inspeccionando al compañero que había quedado desangrado.

—¡Pagaréis por lo que le habéis hecho a Assim! —gritó de repente el enemigo desde la puerta del hogar.


   El chico se estremeció, no por miedo a Farid, el líder de los milicianos al que reconoció por su impetuosa voz; sino al recordar que su bestia interior fue la que había matado al compañero de éste.

—¡Dad la cara! —vociferó Farid irrumpiendo en la vivienda y apuntando con su rifle a todas partes.


   El joven vampiro se concentró en crear una barrera que impidiera el paso de éste hacia el dormitorio donde se encontraban escondidos. Mientras tanto, Farid recorría todas las estancias de la casa, incluyendo las del piso superior, derribando puertas y muebles, disparando dentro de los posibles escondites y destrozando todo lo que se encontraba a su alcance. Pero en las diversas ocasiones en las que intentó acceder al cuarto en el que estaban ocultos, el poder de Kazim le repelía. Sin llegar a ser consciente de ello, el miliciano daba media vuelta para explorar cualquier otra parte de la vivienda.


   Al cabo de un buen rato, cuando Farid por fin se dio por vencido, reparó en la mochila del extranjero, abandonada en el suelo de la entrada. Kazim observó cómo el miliciano rebuscaba en su interior con cierta desgana, hasta que sacó una billetera que inspeccionó de forma minuciosa. Tras guardársela en uno de sus bolsillos, prosiguió con su búsqueda, extrayendo esa vez una cámara fotográfica. Se puso en pie a la misma vez que comenzaba a manipularla, mirando torpemente a través del objetivo. Enseguida, se la colgó al cuello como si hubiera conseguido un gran trofeo. Seguramente, podría venderla por el equivalente a dos o tres mensualidades de su sueldo en el ejército. Tras soltar un gruñido, decidió salir de la casa.


   El muchacho se sintió aliviado al sentir cómo Farid se alejaba de su hogar sin haberlos descubierto. Durante varios minutos, permaneció a la expectativa de que pudiera volver. Podía percibir que se encontraba reunido con el otro soldado a una distancia más que prudencial. Por ello, decidió abrir la tapadera del arcón y deslizarse grácilmente fuera de éste. Desde ahí, examinó a su paciente, poniéndole la mano sobre la cabeza de cabellos claros. Ese color del pelo no era demasiado común por la zona y le llamaba mucho la atención. Kazim se alegró al constatar que prácticamente ya no tenía nada de fiebre, por lo que esperaba el momento en el que el hombre despertara para poder conversar con él y conocer su historia.


   De entre todos los montones de tela que había almacenados y que hacían las veces de mullido colchón para el extranjero, advirtió uno con varios de sus dishdashas. Su madre las habría guardado allí con la esperanza de que alguna vez volviera o, en cualquier caso, para que el pequeño Namir utilizara esas prendas una vez que alcanzara la adolescencia. Mientras se lamentaba de que aquello nunca ocurriría, consiguió sacar una de sus túnicas. Conforme se vestía, se dio cuenta de cómo su piel había comenzado a recuperarse de las quemaduras del sol. Había tenido la fortuna de contar con la tormenta de arena, la cual había mitigado de sobremanera los efectos letales del astro rey. Observó a través de la ventana que los remolinos de arena ya daban sus últimos compases y que había comenzado a anochecer, por lo que ya no tendría riesgo alguno de sufrir quemaduras hasta el siguiente amanecer.


   Tras quedarse pensativo durante unos minutos, miró de nuevo hacia el hombre que dormía. Tocó su cuello para hacer una última comprobación sobre su estado y, finalmente, cerró la tapadera del arcón. Había decidido aventurarse hacia donde se encontraban los soldados para intentar averiguar los motivos por los que se encontraban en su aldea. Pero sobre todo, pretendía expulsarlos de su aldea. 


   Rápidamente, abandonó el cuarto, con la intención de subir a la terraza de la vivienda. Durante el camino, tuvo que esquivar todo tipo de muebles y enseres desperdigados por el suelo tras el ataque de ira que había tenido Farid.




   Una vez en el exterior, se subió al bordillo de la azotea y, como si de un experimentado equilibrista sin miedo a caer al vacío se tratase, fue avanzando a lo largo de éste de una casa a otra. En varias ocasiones tuvo que realizar saltos de al menos tres metros para salvar la distancia que separaba algunas viviendas entre sí. Finalmente, llegó al tejado de la morada en la que se encontraban los milicianos en aquel momento. Se asomó por las escaleras que conducían al piso inferior y pudo escuchar cómo uno de los soldados cuestionaba lo que estaban haciendo.

—...hay al menos una veintena de nuestros compatriotas muertos por cada invasor iraní caído. Sigo pensando que gasear toda esta aldea no fue una buena decisión de nuestro líder.

—Te lo advierto, Iyad. No vuelvas a discutir las órdenes que se nos han dado desde los mandos superiores si no quieres acabar como Assim —amenazó Farid a su subordinado.

—Además, hemos perdido a la mitad de nuestro escuadrón... —continuó alegando Iyad—. Y seguro que aún queda algo de ese agente químico en el aire...

—¿Te recuerdo que has sido tú el que se ha cargado al novato? ¿Acaso quieres que lo reporte y te ejecuten por traidor? —le sentenció Farid recordándole su error al haber disparado a su compañero junto a la ambulancia—. No estarás de parte de los iraníes, ¿verdad?


   Iyad prosiguió en silencio el registro de la vivienda, en busca de posibles supervivientes a los que silenciar con la muerte, incluyendo al muchacho y al extranjero con los que se habían encontrado anteriormente. Tenían como objetivo que aquel ataque químico que había acabado con toda la población junto a varios soldados enemigos, fuera identificado por las autoridades internacionales como de origen iraní. De repente, escucharon una voz contundente y atronadora que los dejó paralizados.

—Abandonad inmediatamente esta aldea o seréis condenados por la eternidad al Yahannam.

—¿Has oído eso Farid? ¡Alá nos va a castigar! —dijo muy asustado Iyad, mirando en todas las direcciones al no lograr identificar el lugar del que provenía aquel mensaje—. ¡Hemos de salir de aquí inmediatamente, no quiero ir al infierno!

—¡No... no nos vamos a mover de aquí, Iyad! ¡Estamos haciendo lo que nos han ordenado! No... no hay motivo alguno por el que temer a lo que dice este impostor —replicó con cierto nerviosismo Farid.

—Más te vale escuchar las sabias palabras de tu hermano y dejar que todas las almas que yacen en esta aldea puedan descansar en paz —continuó Kazim, hablando hacia el interior de sus mentes.

—¡Yo me voy! —declaró Iyad mientras comenzaba a correr, buscando salir de esa casa.


   Farid dio un golpe de contundencia, disparando una ráfaga de disparos hacia el techo con su fusil. El estruendo pilló por sorpresa tanto a Iyad, quien se tiró asustado al suelo; como a Kazim, dando un sonoro espaldarazo contra la pared de las escaleras.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Farid al escuchar el ruido que se había producido.


   Inmediatamente, Kazim se repuso y recorrió a toda velocidad los peldaños que le separaban de la planta superior. Decidió salir de nuevo a la terraza para esconderse sobre el techo del rellano. Por su parte, un renqueante Farid comenzó a subir los escalones hacia donde había escuchado el golpe del muchacho.

—Lamentarás el haberte hecho pasar por Dios para engañarnos —farfulló Farid totalmente encolerizado.


   Ya subido sobre el tejado, Kazim aplastó su cuerpo contra la superficie, debido a que la estructura donde se encontraba no disponía de ningún bordillo con el que se pudiera ocultar.

—¡Muere de una vez y vete tú al infierno! —exclamó Farid a la vez que disparaba contra todos los muebles y posibles escondites de la habitación que había tras subir las escaleras.


   Kazim era consciente de que las balas no tenían un gran efecto sobre él, pero aún así, el impacto de éstas sobre su cuerpo seguía siendo doloroso. Por otro lado, no tenía intención alguna de cobrarse otra víctima mortal; si no era para salvar la vida de otra persona. No quería más reprimendas de Serezade, ni volver a sentirse culpable de satisfacer a su bestia interior. A lo sumo, podía contener al demente de Farid, quien justo irrumpía en la terraza donde se escondía él. Debía actuar rápido, antes de perder el factor sorpresa.






Ante la restricción de no poder matar a Farid, ¿qué decidirá hacer Kazim en la situación en la que se encuentra?

A) Permanecer oculto, llegando a retroceder para que Farid no lo encuentre hasta que desista de su búsqueda.
B) Volver a hablar con su mente. Detallar qué le dirá a Farid.
C) Abalanzarse sobre Farid para inmovilizarlo y desarmarle, a sabiendas de que aún queda otro soldado armado.
D) Saltar sobre el miliciano con la intención de curarle y de que éste pueda cambiar su actitud hacia él.

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viernes, septiembre 15, 2023

Alger Furst (3) - Vuelta a casa

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Rápidamente, Alger volvió hacia donde estaba el muchacho, el cual observaba fijamente sus movimientos. No pudo reprimir la cara de dolor que sintió al estirar su brazo izquierdo para agarrar la mano del chico. Tenía la sensación de que su bíceps se había convertido en un alfiletero, donde los pinchazos se mezclaban con un importante hormigueo en el músculo. Se imaginaba que estaría sangrando de nuevo, pero ese no era el momento de detenerse a comprobar la herida. Tambaleándose, consiguió cruzar el salón de la vivienda hasta la puerta principal.

—No vamos a poder llegar muy lejos —pensó mientras analizaba su situación—. Más me vale encontrar un escondite para el muchacho y para mí.


   Un fuerte golpe de viento le recordó que se encontraban inmersos en una tormenta de arena, aunque ya era demasiado tarde como para cubrir su boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Alger comenzó a toser de forma instintiva para expulsar todo el polvo que se había adherido ya a su garganta y que lo estaba asfixiando. No tardó mucho tiempo en perder el equilibrio, dándose de bruces contra el suelo, sin que el ataque de tos cesara.


   Totalmente mareado y exhausto, notó cómo el chico lo abrazaba y conseguía incorporarlo. Con su ayuda, pudo continuar adelante unos pasos más, aunque ya no se encontraba en condiciones de guiar al muchacho por más que su mente pensara lo contrario.

—Gracias, chico —creyó decir, totalmente convencido de que su boca aún era capaz de articular esas palabras—. Vayamos a la siguiente calle y busquemos un refugio donde escondernos.


   Un duro porrazo contra el suelo lo sacó repentinamente de sus delirios. Le costaba respirar, así que optó por recostarse boca arriba. Cuando pudo entreabrir sus ojos, pudo percatarse de que se encontraba bajo un techo de adobe y cañas, a resguardo de los fuertes vientos, aunque no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? —dijo desorientado con voz tenue mientras jadeaba, sin ser consciente de que el adolescente le había llevado a ese lugar.


   Consiguió enfocar la vista hacia la entrada de la vivienda, donde reconoció al muchacho de piel quemada, quien parecía dirigirse hacia el exterior.

—¡Mi cámara! —intentó decir Alger en un estado de agitación, al notar que no tenía ningún asa de su mochila pegada al cuerpo—. No... no te pierdas tú también...


   A pesar de ser un modelo un tanto desfasado, aquella cámara fotográfica tenía un gran valor sentimental para Alger. Se trataba de un regalo que sus padres le hicieron cuando se marchó a la universidad para estudiar periodismo. Viniendo de una familia humilde en un entorno rural, fue todo un orgullo para sus progenitores el que su único hijo iniciara su andadura universitaria. Desde entonces, cientos y miles de carretes habían pasado por sus entrañas, siendo su inseparable compañera de viaje a lo largo de los últimos años. Pero, por encima de todo, se trataba del último obsequio que le habían hecho sus padres antes de morir.


   Para Alger, cada lugar que visitaba debía ser fotografiado con el objetivo de honrarles. De algún modo, se imaginaba mostrándoles las fotografías que tomaba de aquellos lugares maravillosos y recónditos a unos padres que no habían pisado el mundo mucho más allá de su terreno agrícola a orillas del Rin.


   Tras haber tanteado el espacio que tenía a su alrededor, consiguió dar con la mochila. No debía perderla, por lo que acabó agarrándola con fuerza y arrastrándola hacia su cuerpo.

—Papá. Mamá. No os preocupéis, estaré bien —suspiró con cierto alivio al confirmar que su tan preciada cámara estaba a su lado dentro de aquel petate.


   Pero su mente no se libró de ocuparse con otras preocupaciones. Al percibir cómo su brazo se le hinchaba cada vez más, determinó que algo no iba demasiado bien ahí. Nervioso, probó a mover sus dedos, pero debido al entumecimiento de toda la extremidad, no era capaz de notar nada. Finalmente, respiró hondo e hizo el esfuerzo de incorporarse para poder comprobar en qué estado se encontraba la herida de la metralla que le había alcanzado aquella mañana.


   Fue justo en aquel instante cuando notó cómo algo le taladraba el abdomen. De inmediato, su espalda chocó violentamente contra el suelo, al ser empujado por el impacto de una bala. Conmocionado ante lo que le acababa de suceder, recordó la sensación que vivió al resultar herido durante el servicio militar. Aquella vez, tuvo la fortuna de haber recibido un disparo limpio que no dañó ningún órgano interno, además de contar con la inestimable ayuda de Bertram; su compañero de filas tras una gran amistad forjada en los años de universidad.

—¡Hombre herido! —intentó pronunciar, reproduciendo las palabras que Bertram gritaba en aquella ocasión, mientras cargaba con él a cuestas para llevarlo a la enfermería del cuartel militar.


   Sin embargo, tenía la certeza de que esta vez no dispondría de la misma asistencia sanitaria que el soldado Kastner le brindó casi una década atrás.

—Menudo pájaro estás hecho, Bertram. Hiciste bien en saltarte las clases para enrollarte con aquella enfermera y aprender primeros auxilios jugando a los médicos con ella... —repitió en sus pensamientos las mismas palabras que le dijo por aquel entonces a su amigo, como si lo en ese momento lo tuviera delante.


   Comenzó a tomárselo con humor en cuanto se dio cuenta de que esa vez no estaba en el cuartel militar, sino en una aldea perdida en el sur del desierto del golfo Pérsico.

—Qué bien nos vino aquel incidente. Yo pasé varias semanas en reposo y tú fuiste condecorado y trasladado a la comandancia para realizar labores médicas por tu buen hacer conmigo. Después, me trasladaron a mí también y el servicio militar se convirtió en una juerga para nosotros.


   A pesar de la gravedad de la situación y del no tan halagüeño futuro que le deparaba, Alger no podía evitar que se le escapara una risa entrecortada a la vez que angustiosa. La herida del proyectil le había afectado a varios órganos y al diafragma, por lo que tenía algunas dificultades para respirar.

—¿Y cuando te castigaron con ordenar y organizar el archivo de la comandancia por mi culpa? Siento haber guardado aquellas botellas vacías debajo del colchón de tu catre, Bertram —rememoró mientras que comenzaba a desternillarse al recordar las caras de asombro de su amigo y del sargento, además de la consiguiente reprimenda del superior hacia Bertram—. En el fondo, disfrutaste revolviendo todos aquellos papeles que tenían allí guardados desde vete tú a saber cuándo.


   Fruto de aquellas carcajadas cada vez más débiles, sendos regueros de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Parecía que la risa era su mejor anestesia para sobrellevar sus últimos momentos con vida.

—Pero jamás te perdonaré el que me dejaras tirado en nuestras aventuras y desventuras por casarte con tu querida enfermera y dedicarte a cambiar pañales a un crío —pensó mientras conseguía apaciguar los espasmos provocados por su risa, mostrando en su rostro un gesto de alegría por su amigo—. Quizás yo también debería haber sentado la cabeza con Gretchen. O con Emma...  No, mejor con Norma. Ella era la ideal para formar una familia... Una familia...


   Volvió a recordar a sus padres, fallecidos unos quince años atrás. Su actitud se volvió más seria, sintiendo que los había defraudado por haberse dado por vencido en aquel momento. Tragó saliva y pensó que si lograba llegar hasta la ambulancia, aún tendría posibilidades de escapar y sobrevivir. Lo debía intentar por ellos.

—Quiero seguir vivo. No voy a tirar la toalla. Conseguiré recuperar... —se decía a sí mismo mientras reunía fuerzas para incorporarse de nuevo.


   Dobló la pierna para tomar impulso, a la vez que apretaba su mano derecha contra el agujero que sangraba en su vientre. Pero un nuevo disparo le alcanzó, esta vez incrustándose en el muslo de la pierna que acababa de levantar. Una dolorosa descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo, destensando todos sus músculos y quedando completamente tendido en el suelo. Bajo un sentimiento de frustración, ya casi no tenía energía para moverse, por lo que las pocas opciones que tenía de valerse por sí mismo habían terminado por desvanecerse.

—Así que esto es lo que tenía el destino preparado para mí... A la tercera va la vencida, ¿no, jodida Muerte? Me has tirado una bomba y un edificio encima, has estado a punto de que me vuelen la cabeza y ahora te vengas con esta lenta agonía... Capto el telegrama —continuó divagando Alger mientras se desangraba—. Papá, mamá, esperadme para cenar los tres juntos.


   Sus recuerdos se remontaron a mucho más atrás, con multitud de vivencias junto a sus padres durante su niñez y adolescencia. Las lágrimas continuaron escapando de una manera más abundante, agitadas por los sollozos y los temblores de su cuerpo inmóvil conforme perdía calor de forma paulatina. Llegó hasta la época donde comenzó la universidad, que coincidió con el momento en que ellos fallecieron.

—Os echo de menos —les declaró a sus progenitores mientras recordaba la primera vez que visitó su hogar vacío tras la muerte de estos.


   Pasó varios días encerrado en su casa, con la esperanza de que su padres aparecieran por la puerta para pedirle ayuda con el huerto. En otro momento, hubiera buscado una escusa para escaquearse. Totalmente deprimido y tocando fondo, a malas penas probaba bocado de los alimentos que los vecinos le llevaban de manera solidaria. Poco a poco, la ayuda se fue difuminando y desde la universidad de Stuttgart le reclamaban que volviera a las clases, a riesgo de perder su matrícula y ser llamado a filas. Más adelante, el dinero comenzó a ser un problema; o más bien, la escasez de éste.

—Fueron unas semanas horribles sin vosotros. Pero tuve la fortuna de conocer a gente que me sacó de aquel pozo —continuó narrándole a sus padres—. Conseguí graduarme, ya os lo dije. Superé el servicio militar de aquella manera... Y ahora soy todo un trabajador que se juega su vida por todo el mundo a costa de ganar mucho dinero. Bueno, tampoco demasiado...


   Su vida se apagaba y sentía cómo el frío congelaba su cuerpo.

—Me vi obligado a vender nuestro hogar. El lugar donde me contabais cuentos de pequeño, donde recolectábamos manzanas, donde pescábamos en el río... Donde éramos felices. Me arrepiento de no habéroslo contado antes... Soy un cobarde...


   Alger era consciente de que sus padres no estarían orgullosos de todos sus actos. Pero entre muchas otras cosas buenas que tenían era la compasión y comprensión. En ese momento, se sintió totalmente liberado al haberse atrevido a contarles sobre la venta de la casa familiar.

—Lo siento, no tuve otra opción —se resignó Alger—. Pero ahora estoy ahorrando y conseguiré recuperarla...






   Ya no era consciente de la situación en la que se encontraba. Y tampoco lo era de que no podría volver a comprar la vivienda. Todo quedó en segundo plano, al iluminarse un lejano punto de luz blanca que le hizo creer que sus padres le habrían perdonado por todos sus malos actos a lo largo de estos años. Alger dejó su mente fluir hacia aquel hogar mientras el resto de recuerdos se apagaban lentamente.


   Poco después, se encontraba caminando por la vereda que cruzaba el terreno familiar, con su cámara de fotos colgada al cuello. Al final del camino le esperaba la casa en la que se había criado, donde sus padres ya habían encendido las luces como hacían siempre cuando anochecía. Deseaba volver a abrazarlos, ya que hacía casi media vida que no los tenía a su lado. Primero aceleró el paso y, finalmente, echó a correr para que aquel esperado momento llegara lo antes posible, deteniéndose ante la puerta del hogar. Anhelaba conocer la reacción de sus progenitores ante el inminente encuentro y contarles todo lo que había vivido de primera mano.


*******************


   Utilizando ambas manos, dio un empujón con el que abrió lo que parecía una puerta de madera. Confundido, todo a su alrededor estaba inundado por la oscuridad.

—¿Qué hago aquí tumbado? ¿Es esto mi ataúd? —se preguntó Alger tras abrir la tapadera del cajón de madera en el que se había despertado.


   Tras acostumbrar la vista a la luz tenue que llegaba de la luna, se dio cuenta de que estaba en un arcón, sobre varios montones de sábanas, trapos y jarapas.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —continuaba cuestionándose, a la vez que palpaba su tripa y se percataba de que el único agujero que tenía en ella era su ombligo—. ¿Estoy vivo? Tengo la ropa empapada de sangre, pero... ¿dónde están las heridas de bala? Además, mi brazo parece estar como siempre. ¿Qué clase de sueño es este?


   Incorporándose, pudo deducir que aún estaba en una de las viviendas de la aldea por donde fue asaltada la ambulancia. Localizó la silueta de su mochila en mitad de la estancia, bañada por la escasa iluminación que llegaba desde la entrada. Por suerte, parecía que la tormenta de arena había amainado y que el cielo se encontraba despejado. Inmediatamente saltó fuera del mueble para reunirse lo antes posible con sus pertenencias. Al llegar, pudo comprobar que una parte del contenido estaba desperdigada por el suelo.

—No, no, no... Dime que estás aquí, por favor —pronunció nervioso mientras revolvía el interior de la mochila, de la que cayeron un par botes de plástico, que contenían un carrete fotográfico en su interior, y medio mendrugo de pan envuelto en un paño.


   Consiguió encontrar la linterna en el interior y no dudó en encenderla para facilitar la búsqueda. Tras soltar la mochila, comenzó a enfocar al suelo y confirmó que su cámara de fotos no estaba allí. El nudo que se le formó en la garganta le impidió gritar de rabia por haberle sido arrebatado el objeto más preciado que le quedaba de su familia.


Siguiente




Llega el momento de tomar decisiones por parte de Alger. En primer lugar, ¿cuál será su principal objetivo a partir de ese momento?

A) Recuperar la cámara de fotos
B) Encontrar al muchacho para continuar el rescate
C) Huir de la aldea
D) Esconderse y mantenerse a la espera de acontecimientos


Y en base al objetivo elegido, ¿a dónde se dirigirá Alger?

1) Volverá a la vivienda junto al patio donde se encontró a los milicianos y el muchacho
2) Irá por las calles hasta la ambulancia con la que llegó a la aldea
3) Subirá al piso superior de la vivienda para echar un vistazo a las calles de alrededor
4) Se meterá de nuevo en el arcón


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lunes, agosto 28, 2023

Kazim Ayad (2) - Vida o muerte

Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Repentinamente, una chispa saltó en su mente, inflamando todos sus melancólicos sentimientos y tornándolos en ira y sed de venganza. Olvidando lo cuidadoso y atento que era, Kazim dejó caer en el suelo del salón al hombre de cabellos rubios al que había recogido en mitad de la calle. Éste se encontraba cada vez más afectado por la fiebre y si en algún momento expresó algún quejido por el impacto de la caída, debió quedar opacado por sus intensas inspiraciones tras haber estado expuesto a la tormenta de arena. Casi sin estar consciente, tuvo fuerzas para girarse y así quedar tendido hacia arriba. Con su mano temblorosa comenzó a palpar el piso de su alrededor, quedándose más tranquilo en cuanto dio con la bandolera que estaba junto a él.

   Ajeno a todo aquello, el muchacho se dirigía lentamente hacia la entrada del que era de nuevo su hogar. Tenía su cuerpo en tensión, preparándose para el inminente enfrentamiento con uno de los que creía culpables de la muerte de su familia. Kazim podía visualizar mentalmente cómo éste se dirigía hacia la emboscada que le había preparado para cuando traspasara el umbral de su casa. En su cabeza no cesaba de repetirse la idea de que aquellos hombres que habían acabado con los suyos tampoco merecían vivir.


   Con la piel de su espalda pegada a la pared junto a la puerta, Kazim esperaba impaciente el momento en el que daría caza al intruso. Lo sentía cada vez más cerca. Apenas un metro de distancia y un muro de adobe les separaba. El joven vampiro giró su cabeza hacia la entrada, con el propósito de hacer contacto visual con el miliciano. A pesar del ruido del viento, era capaz de escuchar los latidos del corazón de aquél hombre que unos segundos más tarde se convertiría en su presa. Comenzó a contar hasta tres para fijar el momento en el que se abalanzaría sobre él.


   Pero el estruendo que provocó el disparo del rifle que portaba el miliciano interrumpió su concentración. Dejó atrás ese estado salvaje en el que se había sumido, volviendo a ser aquél chiquillo prudente y comprometido de siempre. Kazim se echó las manos al abdomen tan pronto como percibió un leve pero punzante dolor en aquella zona. Aunque, a simple vista, pudo comprobar que no tenía herida alguna.

—¿Qué significa este dolor? —se preguntó a sí mismo presionando con las yemas de sus dedos por encima de su ombligo.


   Inmediatamente, reparó en el extranjero, que se encontraba totalmente expuesto en el suelo del salón. Era él quien había recibido el disparo en el abdomen. Su sangre ya había comenzado a teñir la ropa que cubría esa parte del cuerpo.

—Maldito fusil defectuoso —escuchó quejarse a Assim, el mismo soldado que minutos antes había interrumpido su descanso diurno para torturarle—. ¿Es que es imposible acertarles en la cabeza?


   El sonido de un nuevo disparo desencadenó en la mente de Kazim una sucesión de imágenes en las que ese miliciano ejecutaba sin piedad a su madre y hermanos. Otra vez, la ira se apoderó del muchacho y nubló su parte racional. Instintivamente, dio un salto para presentarse ante Assim; cuya expresión del rostro cambió de rabia a terror. No le dio lugar alguno a reaccionar a tiempo y, cuando llegó a darse cuenta, ya tenía los brazos y piernas del chico apresando su cuerpo. En el momento en que los colmillos del vampiro atravesaron la piel de su cuello y pincharon su yugular, el miliciano entró en un estado de placer y dolor a partes iguales, que sería su sentencia de muerte.


   Sin que su víctima ofreciera resistencia alguna, Kazim bebía su sangre de forma salvaje y sin contemplaciones. Mientras que oprimía a Assim con sus extremidades para acelerar el desangrado, el muchacho repasaba entre sus conocimientos la manera con la que podría recuperar a su familia utilizando la sangre que estaba consumiendo. Tardó prácticamente un minuto en dejar vacío a Assim, cuyo cadáver cayó violentamente al suelo cuando el chico lo empujó para dirigirse de forma veloz hacia los cuerpos de su familia.


   A pesar de la velocidad, el trayecto hasta sus seres queridos se le hizo eterno, deseando comprobar que aún existía algún resquicio para salvarlos. En cuanto llegó a donde estaban ellos, el sentimiento de ira se debilitó, empañándose con tristeza y conteniendo un halo de esperanza en su interior. Nada más arrodillarse junto a ellos, posó las manos sobre los cuerpos de su madre y su hermana, que resguardaban al del pequeño Namir en el centro. Pudo deducir cómo habían muerto y el tiempo que había transcurrido desde entonces. En alguna ocasión había visto a su mentora revivir a un gato salvaje y a pequeñas aves, por lo que se dispuso a devolverles la vida también a ellos. Con los poderes que había asimilado la noche anterior, pensaba que podría conseguir su objetivo y recuperarlos.


   Pero había algo que impedía que se obrase el milagro. Extrañado, observó las palmas de sus manos y las puso sobre su frente, esperando provocar alguna reacción que no llegó a materializarse.

—¿No hace ni un día que estás sin mí y ya has olvidado los fundamentos de mis enseñanzas? —escuchó decir a una voz femenina.


   Sorprendido, Kazim levantó la mirada y se sobresaltó al contemplar ante él la figura de su maestra. Tras unos segundos sin reaccionar, comenzó a agitar sus brazos con más ímpetu que de costumbre para comunicarse con ella.

—¡Debo salvarlos! ¡El tiempo apremia! —gesticuló Kazim, intentando obtener el beneplácito de la visión de su mentora para acometer tal acción.

—¿Por qué a ellos y no a él? —inquirió la mujer, señalando al extranjero que todavía se encontraba en la otra parte del salón.


   En ese momento, Kazim tomó consciencia de que el sentimiento de venganza le había hecho olvidarse de aquel hombre que se había arriesgado demasiado por salvarle. Volvió a sentir de nuevo en su cuerpo el dolor de las dos balas que habían alcanzado al hombre de cabello rubio.

—No puedo permitir que dejes una vida extinguirse a tu lado mientras buscas las almas de los que ya se han perdido —le relató ella—. Debes ser tú quien domine a tu bestia interior y no ella a ti, o si no, te cegará en tu empeño de proteger a los demás.


   Tras unos instantes de reflexión, Kazim realizó una reverencia hacia la imagen de su maestra.

—Te pido disculpas, Serezade —le respondió mentalmente—. He obrado incorrectamente, anteponiendo mis intereses personales, convirtiéndome en el verdugo de aquel soldado e ignorando a este buen hombre está al borde de la muerte.


   La mujer asintió en silencio y se desvaneció.


   Enseguida, Kazim se acercó al extranjero, cuya vida estaba a punto de extinguirse. Rodeado por un charco de color rojo oscuro, alimentado por la sangre que manaba de las heridas de bala que tenía en el muslo y en el abdomen, se encontraba luchando por poder respirar, sin soltar su mano de la bandolera que tenía al lado.


   El vampiro se arrodilló junto a él, impregnándose las piernas con la sangre derramada alrededor del cuerpo. A continuación, sintió cómo la mano de Serezade se posaba sobre su hombro, como gesto de confianza en lo que estaba a punto de realizar. Kazim llevó las suyas al punto central del abdomen del hombre de pelo rubio, a la vez que entornaba sus ojos para concentrarse. Dos pliegues de piel de la frente del muchacho se retiraron, dejando a la vista lo que parecía un tercer ojo con el que era capaz de visualizar las balas que tenía alojadas en la pierna y en el abdomen, al igual que multitud de esquirlas de metal incrustadas en su brazo izquierdo.


   Como si de hilos se tratasen, varias hebras de sangre comenzaron a emerger del charco de alrededor, dirigiéndose hacia los dedos de Kazim. A su vez, de los brazos y manos del chico brotaron varios estigmas, creándose finísimas fibras de color rubí que se entremezclaron con las otras. Sin más dilación, éstas se clavaron en el cuerpo moribundo de su paciente, junto a las heridas que había identificando con el globo ocular de su frente.


   Los proyectiles metálicos comenzaron a desandar la trayectoria que habían hecho a través de la carne, enredados por aquellos hilos, hasta salir al exterior. De igual manera, los restos de metralla que tenía en el brazo también fueron expulsados a través de la piel. Cuando las heridas quedaron libres de aquellos cuerpos metálicos, Kazim se dispuso a reparar los órganos que habían sido dañados, empezando por los que estaban más profundos y afectados. Las hebras de sangre se encargaron de cerrar los tejidos desgarrados y de sanar las quemaduras ocasionadas por los restos de pólvora. Como si de un orfebre se tratase, Kazim estaba poniendo todo su empeño y tiempo en curar al que había sido su salvador.


   Ya casi había concluido su obra y estaba dando las últimas puntadas, cuando Kazim se percató de que otro de los milicianos se acercaba hacia donde estaban ellos.


Siguiente


Después de haber corregido su actitud y salvar la vida al extranjero, ¿qué hará Kazim ante la inminente llegada de otro de los soldados?

No hay opción A.
B) Irá a recibir al otro soldado de una manera más pacífica que con el anterior.
C) Interrumpe la curación para poder proteger al hombre en cuanto llegue el soldado.
D) Detiene la curación para llevarse al hombre a un lugar más seguro.
E) Continúa con la curación, ignorando al soldado.


Por otro lado, se planteará revivir a alguien. ¿A quién?

0) A nadie. Muy a su pesar llega a la conclusión de que los muertos, muertos están.
1) A su madre.
2) A su hermana Haliba.
3) A su hermano Namir.
4) A Assim, el soldado al que ha dejado vacío de sangre.


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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...