Esta es la 16ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. Y también en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.
Bertram redujo la velocidad del taxi mientras que Erika terminaba de acomodarse a su lado. Aprovechó para pensar por dónde podía empezar a explicarle de entre todo que su mente le había mostrado en sueños y visiones.
—Estos últimos días he experimentado una serie vivencias que en mayor o menor medida tenían algo de real —comenzó a contarle Bertram—. Cada vez que mordía a alguien y bebía su sangre, parecía como si consiguiera revivir alguno de los recuerdos de esa persona.
—¿Por eso te has ensañado con el ayudante de Niels? Estabas visualizando algo importante y querías continuar contemplándolo, ¿no es así? —le preguntó Erika, intentando comprender su actitud en el aparcamiento.
—Exacto. Ayer también me ocurrió con Alger —admitió al mismo tiempo que recordaba el momento en el que dejó incapacitado a su amigo—. ¡Un momento! ¡Alger! Hemos de volver. ¡No puedo dejarlo abandonado allí!
El conductor se dirigió a Erika con una mirada suplicante, buscando el beneplácito de ésta ante su petición.
—Me temo que no es buena idea que regresemos a la ciudad. Tuve en cuenta a tu amigo ante un eventual plan de fuga; Nadin era la encargada de ayudarle a escapar —le informó Erika para intentar calmar sus ansias de volver a la boca del lobo—. Había muchas probabilidades de que, en cuanto los hombres de Niels Rainath ataran cabos y supieran de la existencia de Alger, fueran a por él. Confío en que hayan podido salir de la zona médica del Elíseo, aprovechando todo el revuelo que hemos montado. Ahora, sólo queda esperar a que también hayan decidido abandonar Stuttgart en busca de ayuda tal y como le sugerí.
Aún se sentía culpable de haber involucrado a Alger en esta situación. No podía evitar pensar en el momento en que fue consciente de estar mordiendo el cuello de su amigo y de haber bebido gran parte de su sangre.
—Alger, huid lo más lejos que podáis, por favor. Ojalá encontréis a alguien que os pueda ayudar mucho más de lo que no os he podido ayudar yo —pronunció mentalmente Bertram, como si su amigo fuera capaz de escucharle—. La ciudad no es segura con Nails Rainath. Ahora mismo está muy enfadado y vosotros sois uno de sus objetivos. Salid de ahí y cuidaos mucho.
Mientras tanto, Erika se puso a rebuscar en la guantera del vehículo. Encontró una guía de carreteras que comenzó a hojear, hasta dar con la página de la región donde se encontraban.
—Toma el desvío que aparece en ese cartel para ir a Kreuzungblut —le señaló ella tras apoyarse en la información que aparecía en el mapa—. Seguramente, el vampiro que habita en ese pueblo pueda ayudarnos a localizar a Nadin y a tu amigo.
—¿Será alguien de fiar? —cuestionó Bertram al recordar que los vampiros de Stuttgart debían jugar lealtad a Niels, tras su golpe de autoridad—. Es posible que también haya decidido cambiarse de bando y seguir las órdenes de Rainath.
—Lo dudo mucho —se mofó Erika, como si Bertram hubiera dicho una barbaridad—. Hace un tiempo, intentó asesinar a Niels y por ello está cumpliendo condena encerrado en ese lugar. No creo que le tenga demasiado afecto.
—¿Está en una prisión? ¿Y de qué nos va a servir si está entre rejas? —volvió a preguntar él, poniendo en duda el que hacer esa visita fuera una buena opción.
Erika se quedó pensativa, intentando recordar lo que le habían comentado sobre ese lugar.
—No es una cárcel como tal. Se podría decir que está bajo arresto domiciliario —comenzó a explicar Erika—. Desconozco todos los detalles, pero existe una especie de barrera alrededor de Kreuzungblut que le impide salir, a la vez que tampoco permite el libre acceso a otros vampiros como nosotros.
—Vaya, ¿y tendremos que pedir permiso a las autoridades vampíricas del lugar para poder pasar? —contestó con cierta sorna Bertram—. Creo que no llevo encima el carnet de vampiro ni el pasaporte.
—Por suerte para nosotros, es él quien toma la decisión sobre qué forasteros pueden acceder o no —le aclaró Erika—. Así que es muy importante que le causemos una buena impresión y seamos lo más convincentes posible para que nos permita refugiarnos allí.
—Los vampiros sois muy curiosos. Tenéis de todo: habilidades sobrehumanas, luchas de poder, barreras mágicas, revelaciones oníricas... —enumeró Bertram en un tono fantasioso—. Esto me daría para hacer varios artículos muy interesantes.
—Por si no lo recuerdas, ahora tú también eres uno de los nuestros. Sería tirar piedras contra tu propio tejado —le respondió Erika con una sonrisa de complicidad, a la vez que le seguía el juego—. ¿Acaso eres un periodista de investigación?
—Sí. Por eso ha sido una lástima el no haberos descubierto antes de que me convirtieran también en uno de vosotros —se lamentó Bertram, quedando algo absorto en sus pensamientos.
—Quién sabe... Quizás estabas cerca de encontrarte con alguna evidencia de nuestra sociedad vampírica y te convirtieron para que no te fueras de la lengua —le espetó Erika sin medir la dimensión de realidad que sus palabras podían tener.
Conforme terminó de pronunciar su última frase, Erika cayó en la cuenta de que no era nada descabellado lo que le acababa de decir.
—¿A quién le estabas siguiendo la pista, Bertram Kastner? —se preguntó ella a sí misma mientras observaba al vampiro que tenía a su lado—. Simplemente, podrían haberte matado para quitarte de en medio...
Durante unos momentos en los que ninguno de los dos vampiros medió palabra alguna, un extraño silencio se apoderó del interior del vehículo. Erika comenzó a inquietarse al plantearse la posibilidad de que Bertram fuera capaz de estar leyendo sus pensamientos, provocando en él esa actitud de mutismo y cautela hacia ella. Seguidamente, le surgieron nuevos temores; como el que no fuera el vampiro novato que decía ser, sino alguien más peligroso para ella y sus camaradas. ¿Sería realmente un infiltrado de Niels Rainath? ¿Estaría haciendo bien en llevarlo a Kreuzungblut? ¿Y si todo fuera una estratagema para poder entrar allí y asesinar al vampiro que vivía en ese lugar?
Sin embargo, antes de intentar confirmar sus sospechas, su preocupación se desvió hacia lo que veía a través del cristal del vehículo.
—Bertram... —le reclamó con una voz un tanto dubitativa y asustada.
Aunque éste permanecía impasible, ignorando la llamada de Erika.
—¡Bertram! ¿¡Qué haces!? ¡Nos vamos a salir de la carretera! —gritó al ver que estaban invadiendo el carril contrario.
A pesar de los llamamientos para que reaccionara, éste seguía sin escucharla. Erika se percató de que su cuerpo no se había movido ni un ápice en todo el tiempo que había permanecido callado. Ante eso, se abalanzó sobre el volante y lo giró hacia ella para evitar chocar con las vallas de madera que delimitaban el camino. Ese movimiento provocó que Bertram despertara de su trance, haciendo que el coche diera varios bandazos antes de conseguir frenarlo.
—¿¡Qué pasa contigo!? —le inquirió Erika bastante sobresaltada, después de haber estado a punto de tener un accidente.
—Lo... lo siento. Mi mente se ha quedado en blanco —se excusó Bertram totalmente apurado al ser consciente del peligro que habían corrido, notando como su mente había sufrido una laguna temporal—. No sé qué me ha pasado.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —le cuestionó Erika, aún irritada y sin dejar de observarle.
Utilizando sus habilidades sobrenaturales, pudo ver alrededor de él un aura blanca con varias trazas anaranjadas que se agitaban a un ritmo muy acelerado, pero con cierto compás. En parte, el ver esa tonalidad de luz que envolvía al vampiro le transmitió algo de tranquilidad, al significar para ella que Bertram no era una amenaza tal y como se había estado planteando unos instantes atrás. Aunque, por otro lado, comenzó a preocuparle el hecho de que hubiera algo afectando a la mente de su acompañante.
—Creo que ayer le ocurrió algo parecido antes de ir a pedir las copas de sangre. ¿Habrá alguien provocándole estos problemas? ¿O será por algo que hemos dicho? —se planteó Erika, intentando recordar la conversación del día anterior.
Por su parte, Bertram respiró hondo, como si aún necesitara de aire para vivir, y se dispuso a arrancar de nuevo el coche.
—Creo que estaba pensando en alguna de esas visiones que te comenté —le reveló a Erika, intentando buscarle una explicación a su comportamiento—. Pero mejor te las cuento cuando lleguemos a nuestro destino para no distraerme más.
—Espera un minuto. ¿Estás seguro de que no te volverá a ocurrir? —le preguntó ella con plena desconfianza—. Puede que haya alguien que esté interfiriéndote, por lo que no es seguro para los dos que sigas conduciendo.
—No te preocupes, me centraré en la carretera y procuraré ir más despacio para poder reaccionar a tiempo ante el más mínimo síntoma que vuelva a experimentar —le trató de convencer Bertram.
—Insisto, estamos en una zona boscosa con grandes pendientes a ambos lados de la carretera —le recordó Erika con tal de hacerle ver el gran riesgo que corrían—. Déjame conducir a mí. Además, tienes que contarme lo antes posible esas visiones que has tenido, por lo que pudiera pasar.
De nuevo, Bertram tiene que tomar una decisión ante lo que le plantea Erika. ¿Le cederá el volante del taxi a ella?
A) No, aunque aprovechará que aún están detenidos para contarle la visión que tuvo sobre su casa y su familia.
B) No, comenzará a acelerar, aunque le contará la visión de su familia mientras él conduce.
C) Sí, se bajará del coche para poder intercambiar los puestos y, una vez en marcha, contarle la visión a Erika.
D) Sí, aunque aprovechará para contarle la visión a Erika mientras están fuera del taxi.
E) Propone hacer el resto del camino andando y poder hablar tranquilamente.
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