martes, febrero 27, 2024

Alger Furst (1) - Códigos de honor y de horror

Esta es la continuación directa del capítulo Nadin Novak - 4, protagonizado por Alger Furst.

Forma parte de la historia principal de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.


Ir a Nadin Novak (4) - La calle apagada




   No era la primera vez que Alger temía por su vida estando atrapado en una ambulancia. En esa ocasión, dos personas más corrían peligro junto a él: un hombre y una mujer. Ella era la doctora Nadin Novak. Entre otras cosas, le había atendido después de que el vampiro Bertram Kastner le hincara sus afilados colmillos en el cuello y bebiera una buena parte de su sangre, a pesar de ser amigos. Por supuesto, el reportero de cabellos rubios había quedado irremediablemente prendado de Nadin. ¿Y de qué mujer no se encaprichaba él?


   Por otro lado estaba Moe, un amigo de Nadin. Trabajaba como conductor de ambulancias en el mismo hospital que ella. A Alger le molestaba cada vez que éste acaparaba el protagonismo y conseguía lucirse. Tenía claro que ese hombre no se conformaba con una simple relación de compañeros de trabajo y que estaba desplegando toda su artillería para alcanzar la siguiente base en el corazón de ella. Sin embargo, habían logrado escapar del hospital gracias a él, teniendo éste el detalle de llevarles hasta donde estaba aparcado su coche: una calle oscura, próxima a la estación de tren de Stuttgart.


   Ante ellos se encontraba Volker Banach, un despiadado vampiro al que muchos seres de la noche temían. Éste no quitaba ojo a sus tres presas, relamiendo de forma inquietante su siniestra sonrisa. Alger era el único que conocía su aspecto tras haber tenido la desgracia de toparse con él la noche anterior. Aunque eso le convertía en uno de los pocos que podían presumir de haberlo visto y seguir vivos para contarlo. ¿Correría la misma suerte en ese segundo encuentro?

   —¡No os quedéis quietos y huid ya! —Algo mareado y sin que su cuerpo le obedeciera, Alger solo podía alentar a Nadin y Moe para que salieran del trance en el que estaban sumidos. La sola presencia de Volker los mantenía hipnóticamente paralizados.


   El enemigo no tardó en clavar sus afiladas zarpas a ambos lados de la entrada a la ambulancia, produciendo un quejido metálico que chirrió por todo el habitáculo. Aterrados al ver aún más bloqueada su única vía de escape, los tres intentaron alejarse todo lo posible hacia el fondo. Varios utensilios de una de las estanterías quedaron desparramados por el suelo después de que Nadin se golpeara con ella. En cuanto a Moe, pegó un grito al sentirse acorralado, abrazando con fuerza la maleta. Confiaba ciegamente en que le serviría de escudo ante el vampiro.

   —Vosotros que podéis correr, salid de la ambulancia en cuanto veáis la más mínima oportunidad —les sugirió Alger mientras conseguía incorporarse con dificultad sobre la camilla—. Haced todo el ruido que podáis para alertar a...

   —Oh, huelo a desesperación por aquí dentro, conejillos —le interrumpió Volker a la vez que ponía un pie dentro, inclinando bruscamente el vehículo hacia él—. ¿Sabíais que el miedo, el pánico, el terror... provocan que vuestra sangre esté mucho más deliciosa?

   —¡No... no te a-a-atrevas a entrar en mi a-a-ambulancia, cuerpo-escombro! ¿Se puede saber qué pretendes, malnacido? No eres más que una rata inmunda disfrazada que se entretiene asustando a la gente por diversión, llamándonos conejitos por esa boca-buzón que tienes... —Moe consiguió envalentonarse, sufriendo por la integridad del vehículo. Se había autoconvencido de que todo se trataba de una broma de mal gusto orquestada por aquel demente.

   —¡Moe, rápido, dame tu mechero! —le ordenó Nadin mientras agarraba uno de los botes de desinfectante que rodaba por el suelo—. También necesito la toalla y la camisa que están atadas en el asa de la maleta. ¡Ya!

   —Deja que te ayude con el nudo. —Alger no quería sentirse excluido del plan aún estando impedido. En situaciones como aquella, la unión, además de la coordinación y la rapidez, hacían la fuerza. Tampoco le hacía gracia que el otro se apuntara un buen tanto en solitario si conseguían sacar adelante el plan.


   Sin más contemplaciones, Volker intervino propinándole un puñetazo en el abdomen a Nadin. El vampiro se había desplazado a una velocidad pasmosa, pillando de improvisto al trío. Conforme la elevaba por el efecto del golpe, una lanza ensangrentada brotó de la espalda de ella hasta casi tocar el techo. Rígida y sin poder moverse, solo dejó escapar un grito ahogado por el dolor. Moe soltó el mechero y las llaves de la ambulancia que tenía en las manos, atónito a lo que estaba contemplando. Rápidamente, volvió a aferrarse a la maleta, interponiéndola entre la bestia y él.

   —¡No, Nadin! —exclamó Alger al ver cómo Volker la mantenía ensartada en alto.


   Un torrente de adrenalina reactivó el cuerpo del reportero, permitiéndole brincar desde la camilla hasta conseguir agarrar a Nadin por la cintura. Poco o nada le importaba estar desprotegido ante lo que pudiera hacerle el vampiro. Solo pensaba en liberarla, y para eso debía empujarla hacia arriba. Pero sus fuerzas, mitigadas por su convalecencia, no se lo iban a poner nada fácil.

   —¡Tío, ayúdame a sacarla de aquí! —le exigió a Moe, quien no hacía atisbo alguno por socorrerla.


   Alger sintió cómo todo el peso de Nadin recaía sobre él, a la vez que el filo que la atravesaba se retraía. Con la misma velocidad que había efectuado su ataque, Volker retrocedió hasta salir de la ambulancia y quedarse a sus puertas.

   —¿Cómo... puede moverse tan rápido? No es físicamente posible... —se preguntó Alger impactado por la agilidad del monstruo, a la vez que abrazaba a Nadin e intentaba mantener a ambos en pie.

   —Agh, me duele mucho... —pudo decir ella antes de perder el conocimiento. Los dos se desplomaron sobre el lateral de la camilla.

   —Eh, no te duermas, Nadin. Sigue hablando, por favor... —le pidió él, haciendo esfuerzos por levantarla—. ¡Joder, Moe, ayúdame a subirla!

   —No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir... —repetía sin parar el conductor, realmente afectado por todo lo que estaba ocurriendo.

   —¡Mooooooooooooe! —gritó Alger, haciendo un sobreesfuerzo con el que consiguió dejarla tumbada sobre la camilla. Exhausto y mareado, cayó de bruces al suelo del vehículo.


   Cuando recuperó parte de su aliento, pudo contemplar cómo Volker se deleitaba con el arma ensangrentada que había atravesado a Nadin. Pero advirtió que no la sostenía en su mano, sino que le salía de la muñeca. Recordó cómo la noche anterior toda la osamenta de su enemigo se había estirado hasta transformarse en un monstruo gigante y perturbador. Como si tuviera vida propia, la protuberancia se curvó hacia la boca del vampiro al ritmo de varios crujidos. Éste no tardó en relamer concienzudamente el hueso, degustando la sangre de Nadin y mostrando un exagerado placer.

   —Ojalá te cortes la lengua y te ahogues, bastardo —murmuró entre dientes Alger, asqueado al ver cómo la retorcía de forma similar a un tentáculo.


   Aquel comentario no pasó desapercibido para Volker, quien clavó su mirada en él, dedicándole una siniestra sonrisa con su dentadura teñida de rojo oscuro.

   —No me equivocaba al pensar que iba a estar deliciosa —le declaró lánguidamente, señalando a la mujer con uno de sus alargados dedos—. Ardo en deseos de probar al otro conejillo. El miedo ya está cocinando su sangre. ¡Sin duda, va a ser una cata espectacular!


   La espeluznante carcajada que soltó Volker hizo que todos los músculos de Alger se tensaran al unísono, ayudando a que pudiera ponerse en pie rápidamente. Moe no se inmutó. Seguía repitiendo de manera compulsiva que no quería morir.

   —¡Nadin, despierta! ¡Tienes que resistir! —Sangraba de forma considerable y no se movía.


   El reportero se dio prisa en colocar ambas manos de la mujer sobre la herida y presionar para contener la hemorragia, a la vez que le daba golpecitos en la cara para despertarla.

   —¡Moe, necesito lo que Nadin te ha pedido antes! ¡Hay que evitar que se desangre!


   Al ver que el conductor no reaccionaba, optó por encargarse de desatar la toalla y la camisa de la maleta. Pero no contaba con que Moe forcejearía al pensar que le iba a arrebatar su preciado escudo. De haberlo sabido, habría inspeccionado los cajones de las estanterías en busca de apósitos con los que taponar las heridas.

   —No me la quites. No me la quites. No me la quites... —Moe se mecía nerviosamente, clavando las uñas en el cuero marrón de la maleta.

   —¡Nadin se va a morir si no haces nada! —le chilló Alger desesperado tras hacerse con la prenda y la toalla—. ¡Reacciona y ayúdame!


   Rápidamente, envolvió la camisa hasta formar una bola. La puso encima de la herida del abdomen y volvió a colocar las manos de Nadin sobre el improvisado apósito. A continuación, dobló varias veces la toalla hasta formar un bloque. Cuando localizó el orificio de salida asomándose por debajo de su espalda, dejó escapar un suspiro.

   —Lo siento, doctora Novak. Esto va a doler un poco. —Alger la levantó lo suficiente como para poder encajar el improvisado tapón debajo de ella.


   No pudo evitar sobrecogerse al oír los gritos de ella, aunque se alegraba de que hubiera recuperado la consciencia. El tiempo apremiaba y no aguantaría demasiado en ese estado. Debía llevarla a un hospital o a cualquier otro lugar donde pudieran dispensarle toda la atención médica que él no era capaz de ofrecerle. Tenían el mejor medio de transporte para llegar hasta allí, pero el conductor no se encontraba en su mejor momento. Además, la mera presencia de Volker Banach hacía más complicada la ecuación.

   —Nadin, vas a salir de esta, confía en mí. —Sabía que estaba perdiendo demasiada sangre al ver que la camisa que debía pertenecer a Bertram ya estaba prácticamente empapada. Aún así, no quería perder la esperanza por salvarla.


   Alger presionó con fuerza sobre la hemorragia, haciéndose una idea del destrozo de tejidos y órganos que debía tener por dentro. Estaba decidido: Moe se encargaría de conducir y él de vigilar a Nadin. Y, en caso de que Volker intentara complicarles la huida, sacrificarse para hacerles ganar tiempo a los otros dos. De buena gana le atizó una patada a su compañero ausente.

   —¡Moe, espabila! ¡Haz lo que mejor sabes hacer y sácanos de aquí! ¡Nadin te necesita!


   En un último intento por hacer que Moe reaccionara, Alger recogió las llaves de la ambulancia y se las espetó en la mano. Consiguió levantarlo con algo de esfuerzo y unas cuantas arengas, rematando la jugada con un fuerte guantazo en la espalda con el que consiguió que el conductor saliera escopetado de la ambulancia. Eso sí, parapetándose con la maleta, la cual ya parecía una extensión más de su cuerpo. Todavía entretenido con dejar el hueso más limpio que una patena, Volker hizo como que lo ignoraba cuando éste pasó asustado por su lado.

   —¡Esa es la actitud, Moe!


   Sin embargo, sus esperanzas por que todo saliera según lo planeado se desvanecieron al verlo seguir en línea recta, como alma que llevaba el diablo, dejando tras de sí una ristra de ridículos alaridos.

   —¡¿A dónde vas?! ¡Tienes que conducir la ambulancia! —exclamó Alger desconcertado, perdiéndolo de vista en la negrura—. ¡Estás sentenciando a Nadin a una muerte segura!

   —Mortales egoístas. En cuanto veis vuestras vidas peligrar, traicionáis a los vuestros en pos de sobrevivir —le contestó jocosamente Volker—. Seguro que tú también quieres abandonarla y seguir viviendo. Sé que lo estás deseando, conejillo.

   —Serás hijo de... ¡No te atrevas a decir eso después de lo que le has hecho, bastardo! ¡Conseguiré que se salve, cueste lo que cueste! —le desafió Alger, mirándole de tú a tú.


   El vampiro soltó otra de sus estridentes carcajadas. Casi no había terminado de reírse cuando apareció dentro de la ambulancia, frenando su rostro a escasos centímetros del de Alger. Desde luego, no iba a permitir que la provocación de un simple humano quedara impune. Intimidándole y expeliendo un frío inusual a su alrededor, consiguió que el cuerpo del reportero comenzara a temblar, buscando minar su fuerza de voluntad.

   —Vuestras vidas me pertenecen. Hagas lo que hagas, ella morirá —le rebatió Volker, expulsando un fétido aliento hacia él—. Solo yo estoy en disposición de detener su muerte...

   —¡Pues hazlo ahora! —le bufó Alger.


   Pero antes de que pudiera pestañear, recibió un manotazo en la cara, golpeando violentamente el suelo y estremeciendo todo el vehículo. Varios utensilios y cajas bailaron en los estantes.

   —¡Alger! —exclamó Nadin, ladeando la cabeza hacia donde se encontraba éste.

   —Tranquila... estoy bien —le mintió él. Aturdido, descubrió que le brotaba sangre cerca de la sien.

   —¿Quién te crees que eres para darme órdenes, mortal insignificante? —le advirtió severamente Volker, acercándose lentamente hasta arrinconarlo.


   En esa ocasión, Alger prefirió no contestar. Se quedó mirándolo fijamente, teniendo tiempo de estudiar sus grotescos rasgos y los llamativos ojos de un marrón anaranjado con los que le amenazaba. Se preguntaba si eso iba a ser lo último que presenciaría antes de morir.

   —Ahora siento curiosidad por saber si serías capaz de dar tu vida a cambio de salvar la de ella —le planteó Volker volviendo a hacer gala de su carácter ácido a la vez que jocoso.

   —¡Por supuesto que sí! —le contestó de inmediato Alger intentando ponerse de pie—. Si no fuera por mí, ella no habría venido aquí...

   —No, Alger. ¡Cállate! No le des ideas estúpidas —le interrumpió Nadin, siendo consciente de las consecuencias que tendría aquello para ambos.


   A unos metros de allí, el motor de un coche comenzó a rugir. Las luces de éste disolvieron la oscuridad de alrededor, tiñéndola de tonos amarillos y rojizos.

   —Será desgraciado. ¿Qué hace Moe con mi coche? —se preguntó Alger palpando los bolsillos de su pantalón—. Si tiene las llaves del coche también tiene las de mi casa.

   —He de encargarme de un asunto. Volveré para que me comuniques tu deseo, conejillo.

   —¿Mi deseo? Métete la lengua por... —Pero Alger se contuvo antes de que comprara otra papeleta para recibir un golpe.


   Conforme se alejaba dando amplias zancadas, el cuerpo del vampiro iba profiriendo una serie de inquietantes crujidos. Alger no daba crédito a cómo sus piernas se iban alargando. De esta forma, no tardó en alcanzar el vehículo en el que Moe pretendía huir. Éste había dado marcha atrás para salir del estacionamiento y no se había percatado de la presencia de Volker. Cuando se peleaba con la palanca de cambios para desatascarla del punto muerto, el conductor sintió cómo algo envuelto en una lluvia de cristales lo agarraba y tiraba de él hasta sacarlo por el hueco de la ventanilla.

   —Entenderás que no puedo consentir que escapes de mí, conejillo —se regocijó el vampiro acariciando el rostro de su presa con sus afiladas uñas—. Tengo una reputación que mantener.

   —¡Perdona por lo que te he dicho antes! ¡No quiero morir! ¡Por favor! ¡Perdóname! —le suplicó Moe, sintiendo los cortes en la cara e intentando sin éxito desabrocharse el chaleco por el que Volker lo tenía sujeto.

   —Deliciosa. Está en su punto —declaró la criatura nocturna, lamiendo sus dedos manchados de sangre.

   —¡No me mates! ¡Llévate a-a-a ellos! ¡Y también mi a-a-ambulancia! ¡Puedo darte dinero también! Tengo casi cincuenta mil marcos a-a-ahorrados.

   —¡Qué sencillo es derribar tus principios, conejillo! Estoy pensando en que tu cabeza le iría perfecta a uno de los homúnculos que estoy creando. Con una voluntad tan volátil como la tuya, será más dócil ante mis órdenes. —Los huesos de Volker comenzaron a crujir nuevamente, acrecentando la angustia de su presa—. Alégrate. No todos los conejillos que atrapo tienen el honor de pertenecer a mi ejército.




   Mientras tanto, Alger había intentado distraer al vampiro arrojándole un frasco con desinfectante. A pesar del comportamiento cobarde y ruin que había demostrado Moe, el reportero sentía que debía ayudarle a escapar de las garras de Volker.

   —Mal momento para que me fallen las fuerzas —farfulló Alger. Decepcionado consigo mismo, habría apostado a que su proyectil llegaría hasta golpear a Volker. Pero a malas penas alcanzó la mitad del recorrido previsto. Necesitaba otra cosa que pudiera lanzar para brindar al conductor de ambulancias de una nueva oportunidad de escapar. 

   —No puedes hacer nada por Moe. Ese monstruo es de los que no dejan testigos —le advirtió Nadin incorporándose hacia él.

   —¡No voy a tirar la toalla mientras haya esperanza!

   —¡Es que no la hay!


   La discusión quedó interrumpida por un grito desgarrador de Moe. Perfilada con la luz del coche de Alger, la monstruosa silueta de Volker tenía agarrada a su víctima por ambos tobillos. Se bastaba de una sola de sus garras para mantenerlo en alto, utilizando la otra para juguetear clavándole su huesudo índice en distintas partes del cuerpo. Desde luego, la proporción de sus brazos y piernas era abominable.


   No tardó en acometer el fatal desenlace para Moe. La última visión que tuvo éste debió ser horrible, ya que su cabeza fue engullida por las enormes y afiladas fauces de Volker Banach. Estas se cerraron, aprisionando el cuello de su víctima, desgarrando todas sus fibras y haciendo añicos las vértebras hasta partirlo en dos. Un bulto esférico se abrió paso por el esófago del vampiro, lubricado con la sangre que bebía del tembloroso cuerpo decapitado.


   Notablemente afectado, Alger volvió junto a la camilla. Desesperado, intentaba encontrar la manera de levantar a Nadin y llevársela de allí. No iba a permitir que sufriera el mismo final que Moe. Ella lo detuvo acariciándole la mejilla donde le había golpeado Volker.

   —¿Acaso crees que podrás cargar conmigo tal y como te encuentras?

   —¡No pienso dejar que ese monstruo te devore a ti también! —En aquel momento, Alger reparó en la silla de ruedas plegada bajo la camilla.

   —Para cuando lo vaya a hacer, seguramente ya esté muerta.

   —¡No digas eso! ¡No te puedes morir! —Hizo una pausa y aprovechó para tragar saliva—. No vas a morir. Si Volker nos alcanza, le daré mi vida a cambio de la tuya.


   Nadin dejó de hacer presión sobre su abdomen para agarrarle de ambas manos.

   —¿Confías en la palabra de ese monstruo? ¿Sabes lo que me hará para evitar que muera?

   —Debe hacer lo que me ha propuesto. Los vampiros han tener una especie de código de honor que les obligue a cumplir con lo que prometen. Y pueden usar su sangre para curar...

   —Déjate de películas, Alger. Hace siglos que Volker Banach perdió su código de honor. Seguramente, mucho antes de ser convertido en vampiro. —A Nadin le costaba respirar y cada vez se notaba más fatigada—. Su sangre no es capaz de curar una herida de este calibre. Mi única opción para no morir es que él me convierta en una de los suyos. No... no quiero pertenecer a su jerarquía...


   Sin poder soportar ese jarro de agua fría llamado realidad, los ojos de Alger se volvieron vidriosos. Comenzaba a dar por hecho que el destino de la mujer estaba listo para sentencia. Apoyó la cabeza sobre las manos de ambos y comenzó a pedirle perdón insistentemente.

   —No tienes la culpa de lo que ha ocurrido... —le intentó reconfortar Nadin.

   —Pero si no llega a ser por mí, jamás hubierais venido a morir aquí —protestó él, volviendo a interrumpirla—. ¡Tendría que morir yo y no vosotros!

   —Yo solo seguía las órdenes que me han dado. Tú simplemente te has dejado llevar. Y Moe... ahí sí que tengo yo la culpa...

   —No es justo que esto termine así para ti. —Alger apretó los puños con rabia. Sentía que le debía la vida y aún se veía en la obligación de hacer algo por ella.


   De repente, un rayo de esperanza los iluminó.

   —¿Qué ocurre aquí?


   Una acaramelada pareja que paseaba por la oscura calle Ossietzky había sentido la curiosidad de asomarse hacia el interior la ambulancia. Tras la sorpresa que les supuso su presencia, Alger atinó a pedirles ayuda.

   —¡Ahg! ¡Cuánta sangre! —gritó la mujer escandalizada al fijarse en Nadin. Tapándose la cara con las manos, se echó a un lado para no seguir mirando a riesgo de desmayarse.

   —Me llamo Haines. Sé algo de primeros auxilios. ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo os puedo ayudar? —se ofreció el hombre mientras subía a la ambulancia.

   —Tiene todo el abdomen perforado. Hay que llevarla a un hospital lo antes posible, pero no podemos conducir la ambulancia. Podemos llevarla en la silla de ruedas... —le explicó Alger, agachándose debajo de la camilla.

   —Será mejor si la mantenemos en horizontal. Utilizaremos la camilla hasta el hospital que hay al final de la avenida principal. Retire los anclajes de las patas para poder sacarla. —Haines se quitó el abrigo pensando en todo el esfuerzo físico que debían acometer—. Meret, encárgate de mi abrigo.

   —Todo listo por aquí. —Cuando Alger se incorporó de nuevo, le dedicó una sonrisa a Nadin junto a varias palabras de ánimo. Veía que su salvación era factible.


   Por su parte, Haines miraba a uno y a otro lado de la ambulancia en busca de su mujer.

   —¿Meret? ¿Dónde te has metido? Tenemos que darnos prisa.

   —Mierda... no —masculló Alger, intentando localizar a Volker junto a su coche.

   —¡Meret! —siguió llamándola Haines.

   —¡Vete y llama a la policía! ¡Que vengan todos los efectivos que puedan! —le ordenó Alger temiéndose lo peor—. Hay un loco suelto por aquí que posiblemente se haya llevado a tu mujer.

   —¿Qué dice? ¡No pienso irme sin Meret! —Haines dio varios rodeos a la ambulancia, repitiendo el nombre de ella sin descanso.


   No tardó en llamarle la atención el coche de Alger, cuyas luces y motor seguían encendidos. Convencido en que eso podría estar relacionado con la desaparición de Meret, emprendió una carrera hacia aquel escenario. Pero cuando se encontró con el cadáver de Moe, no pudo evitar trastabillar, cayendo de costado al suelo. Comenzó a dar arcadas al ver que le faltaba la cabeza.

   —Conejillo mío, estoy muy asustada —anunció una voz aguda a la vez que siniestra junto a la ambulancia.


   Inmediatamente, Meret descendió ante las puertas del vehículo, como si se tratara de una marioneta sujeta por hilos invisibles. Tanto Alger como Nadin podían ver cómo le faltaban los ojos, además de todo signo vital. Aquello, unido al reguero de sangre que manchaba su ropa desde el cuello hasta la pierna, no dejaba lugar a dudas sobre quién había tenido que ver con su muerte.

   —¡Quédate ahí, cariño! ¡Ya voy para allá! —le anunció Haines poniéndose de pie y alejándose de los restos de Moe.

   —¡Nooooo! ¡Es una trampa! ¡Da media vuelta y huye! —le alertó Alger.

   —¡Ni hablar! No pienso abandonarla con ustedes.

   —¡Vete! ¡Ya está muerta! —Las advertencias de Alger caían en saco roto.


   En el momento en que Haines llegó junto a ella, Meret se giró hacia él repentinamente. Como si se tratase de un autómata, abrió sus brazos con un movimiento un tanto robótico. No tardó en cerrarlos, aprisionando el cuerpo de su pareja, aún conmocionado por la visión de ese rostro con las cuencas oculares vacías.

   —Estaremos juntos para toda la eternidad, conejillo mío. —Aunque Meret movía la boca al compás de sus palabras, Haines se dio cuenta de que la voz venía de más arriba. Alzó la mirada y acertó a ver un ser gigantesco y extremadamente delgado que le sonreía con una boca más grande de lo normal.


   Mientras que Haines intentaba zafarse de los brazos de su mujer, ambos comenzaron a elevarse lentamente. Sus alaridos opacaron el sonido que producían los huesos de ella al crujir. En el instante en que las dos hileras de costillas de Meret le atravesaron el tórax hasta emerger por su espalda, la angustia del hombre terminó. La calle quedó en silencio.

   —Alger, en serio, escapa. Yo... —le insistió Nadin. Ya no albergaba ninguna esperanza de que se obrara un milagro. Sentía su cuerpo cada vez más frío y dormido.

   —He dicho que no voy a abandonarte. —Alger seguía con atención el movimiento que realizaba el péndulo formado por la pareja abrazada, esperando que en cualquier momento apareciera el vampiro.

   —¿Aún no te has dado cuenta de... que te contradices... a ti mismo?

   —No sé a qué te refieres. Ya te he dicho que iba a quedarme aquí contigo y eso es lo que estoy haciendo. —Al verla temblar, Alger cogió el abrigo de Haines y lo extendió sobre ella.

   —Dime... ¿qué te ha parecido lo que... ese hombre ha hecho volviendo... a pesar de tus advertencias?

   —Un suici... —No quiso terminar su respuesta al ser consciente de la conclusión a la que Nadin quería que llegara.


   A su juicio, el pobre Haines había cometido una locura al volver para tratar de reunirse con la malograda Meret. Había intentando por todos los medios evitarle una muerte segura, pero éste había hecho oídos sordos, siguiendo los imprudentes dictámenes de su corazón. Y precisamente, eso mismo era lo que le estaba ocurriendo a él, tratando de salvar a Nadin.

   —Alger, haz... que nuestra huida sirva de algo. No dejes... que el enemigo te atrape. Hazlo... por Moe... Por Meret... Por Haines... Por mí...


   Ambos rompieron a llorar. Eran conscientes de que el momento de la despedida había llegado. Alger se resistía a soltar por última vez la mano de Nadin.

   —Qué mejor manera de... despedirme de este mundo que... disfrutando de tu compañía... Alger.


   Alger hizo un atisbo de sonreír al escuchar de su boca la misma frase que él le había dicho unos minutos antes.

—Nos vemos... en otra... vida.


   Nadin cerró los ojos lentamente. Su brazo cayó sobre la camilla en cuanto los dedos de Alger no fueron capaces de seguir sosteniendo su mano.



Siguiente


En este punto crucial de la historia, Alger ya ha tomado una decisión. Esta vez, vuestras elecciones servirán para confeccionar un capítulo de "¿Qué pasaría si Alger...?". Aún así, podéis elegir una opción de cómo os gustaría que continuara. Y una segunda opción para el capítulo alternativo.

A) Alger se queda en la ambulancia, intentando reanimar a Nadin. Cuando Volker vuelva, le pedirá que la convierta en vampiro a cambio de su vida.
B) Decide vengarse de Volker, preparándole un cóctel molotov con el mechero y los todos los líquidos inflamables que encuentre en la ambulancia.
C) Baja del vehículo de forma sigilosa con la idea de alejarse a la vez que va escondiéndose.
D) Sale corriendo sin mirar atrás hacia su coche para recuperarlo y poder huir en él lejos de allí.


Deja un comentario con la opción elegida para que continúe la historia y con otra opción para uno de los capítulos alternativos. Puedes ampliar tu respuesta si lo consideras necesario.




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sábado, febrero 10, 2024

Bertram Kastner (24) - Visiones de doble filo

Tras haber escapado de la muerte, Bertram es llevado hasta la fortaleza donde vive Jünaj. Tras conocer cómo se encuentra Erika, el anfitrión se ocupa de atender las graves heridas de Bertram. Pero una simple pregunta hará que el periodista desconfíe.

Este es el 24ª capítulo de la historia interactiva de Bertram Kastner: El Origen olvidado, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.





   El mero hecho de que Jünaj estuviera interesándose por sus visiones sin habérselas mencionado previamente, hizo que saltasen todas sus alarmas. Tras levantarse como un resorte, Bertram se encaró hacia su anfitrión, esperando una reacción hostil de éste en cualquier momento.

   —De nada te servirán estas vendas si haces movimientos tan bruscos como ese —le reprochó Jünaj mientras se agachaba para levantar el taburete que había volcado.


   Éste no mostraba atisbo alguno de alterarse y ni mucho menos de atacarle. En cambio, Bertram se encontraba cada vez más tenso, a la vez que desconcertado ante la impasividad de Jünaj. No podía reprimir sus ansias por averiguar qué era lo que ya sabía de él y cómo había podido obtener esa información.

   —¿Qué te hace pensar en que tuve una visión al beber tu sangre? —le interrogó a sabiendas de que no tendría muchas opciones de sobrevivir a un enfrentamiento directo contra él.

   —Me encantaría que respondieras antes a mi pregunta —le contestó el otro mirándole con firmeza, pero manteniendo su actitud serena.

   —Ya sé lo que has hecho, me has leído la mente. ¿Cuándo te he dado permiso para que te metieras en mi cabeza?

   —En ningún momento. Y por esa razón, no he hecho tal cosa.



   Su fuerza de voluntad ya se encontraba totalmente doblegada cuando quiso percatarse de que Jünaj le había agarrado del brazo. La mezcla de temor, admiración, misterio y fascinación que le provocaba el otro vampiro mantenía a Bertram obnubilado. Cuidadosamente, su anfitrión lo condujo de nuevo hasta el taburete, reanudando sus labores como enfermero en cuanto lo dejó ahí sentado.

   —Podría haber acabado conmigo en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, aquí está cuidándome —se dijo a sí mismo Bertram, siendo consciente de que estaba a su merced.— ¿A qué está jugando?

   —Sé que tuviste una visión cuando compartí mi sangre contigo porque se trata de un poder propio de nuestro árbol genealógico. Si es cierto eso de que nuestro vampiro progenitor es el mismo, tú también deberías haber heredado esa habilidad sobrenatural.


   Ahí tenía una explicación razonable sobre el origen de aquellas visiones que experimentaba al alimentarse; claro está, razonable dentro de lo surrealista que le suponía haber sido convertido en un vampiro. Jünaj, el segundo hermano vampírico que conocía en la misma noche, había conseguido darle una de las respuestas que llevaba buscando desde que atacó a su primera víctima. A diferencia de Niels, en vez de querer matarle, éste se mostraba más que dispuesto a revelarle todas las piezas del rompecabezas en el que estaba sumida su nueva existencia. Desde luego, no iba a desaprovechar la ocasión de aprender de él todo lo que pudiera aunque eso supusiera entrar en su juego.

   —Es bueno saber que no soy el único loco que ve esas visiones. Lo siento por haber reaccionado de esa manera, pero hasta ahora desconocía de dónde me llegaban todas esas vivencias de otra gente. Nadie me ha impartido el curso de cómo ser un vampiro y no morir en el intento.

   —¿Nuestro padre no te instruyó tras tu conversión?


   Negando con la cabeza, Bertram optó por contarle cómo despertó en aquel edificio abandonado de Vennysbourg. Fue capaz de transmitirle la angustia que sufrió al ser consciente de que su corazón ya no latía, el horror tras descubrir que había atacado a un pobre inocente y el miedo de hacerle daño a quienes más quería. Todo ello, sin que nadie pudiera decirle qué le estaba ocurriendo realmente.

   —Sin duda, has olvidado tu origen como vampiro. O más bien, parece que te han hecho olvidarlo. —Jünaj terminó de anudar el extremo del vendaje, esmerándose en dejarlo lo más tenso posible.

   —Esperaba que las visiones que he tenido al morder a otros o cuando me han mordido a mí me sirvieran de...

   —¡Alto ahí! —le interrumpió Jünaj abruptamente—. Dices que también las has visto al ser mordido. ¿Por quién?

   —Niels Rainath.


   Jünaj dejó de organizar el resto de rollos de vendaje para agacharse junto a su invitado y estar cara a cara con él. Incómodo por tener los ojos claros del imponente vampiro clavados y tan próximos, Bertram se puso a la defensiva arqueándose hacia atrás.

   —¿Sabe Niels o alguien más que tuviste una visión en ese momento? —le preguntó mirándole más serio que de costumbre.

   —No... creo que no —acertó a decir Bertram, algo intimidado por la pregunta, intentando recordar si llegó a hablar con Erika sobre el encuentro que vio entre Volker Banach y Niels Rainath cuando este último le mordió.

   —Bien. Nadie, absolutamente nadie salvo nosotros debe conocer esa característica de nuestro poder. Ni siquiera Niels. Precisamente, él no debe averiguarlo jamás.

   —Pero siendo nuestro hermano, por muy mal que suene eso, ¿no tiene también ese poder?

   —No. Él solo ve visiones cuando bebe sangre, pero no al ser mordido. De eso estoy seguro —le rebatió Jünaj incorporándose de nuevo, liberando a Bertram de la presión a la que estaba sometido.

   —Eso significaría que somos superiores a él, ¿no?


   Por la sonrisa que dejó escapar durante unos instantes, parece que al anfitrión le agradó aquella comparativa. Bertram ya se había acostumbrado al semblante sombrío de su hermano de sangre, por lo que le sorprendió ver esa reacción en él. Estaba claro que también odiaba a Niels. Debía aprovechar ese punto que tenían en común para seguir despertando la simpatía de Jünaj hacia él.

   —No exactamente. Nuestro poder tiene una contrapartida que sí conoce Niels. Se refería a ella como «la maldición de los indignos». La considera como un castigo de nuestra línea de sangre, al no pertenecer a la nobleza como él.

   —¡Qué clasista! ¿Y en qué consiste esa contrapartida?

   —En algo muy peligroso. Cuando mordemos a otros para alimentarnos, ellos también recrean una visión de nuestros recuerdos.

   —¿Cómo? Pero eso es... peor que una maldición. —Bertram se puso en pie a la vez que intentaba recordar a todos los que había mordido y con los que habría compartido sin saberlo un fragmento cualquiera de sus recuerdos.

   —Lo que sí es una maldición es nuestra propia existencia como vampiros. —Jünaj cogió la camisa que había dejado sobre la mesa y la extendió a su invitado—. Seguramente te quedará un poco holgada.


   Mientras seguía haciendo un recuento de todas las víctimas de sus colmillos, Bertram aceptó la prenda perfectamente doblada. Conforme se la ponía, notó que el tacto de la tela era bien distinto al de la mayoría de las camisas disponibles en las tiendas. Parecía antigua, pero estaba impoluta.

   —Uno de los que mordí fue mi amigo Alger. ¿Me estás diciendo que él tuvo una visión sobre mí a la vez que yo la tenía sobre él?

   —Sí, así debió ser. Aunque ten en cuenta que para los mortales, estos episodios quedan diluidos como un sueño o una pesadilla, a no ser que los muerdas con cierta frecuencia. —Jünaj guardó los vendajes que no había utilizado en su caja de chapa metálica.

   —Estoy convencido de que si Alger ha vivido alguno de mis recuerdos, no lo olvidará tan fácilmente. Además, lo que vi de él fue un tanto extraño, como si se mezclara el pasado con lo que estaba experimentando en el presente: el mordisco que le había dado en el cuello.

   —Si el vínculo entre ambos es muy fuerte, puede llegar a provocarse una distorsión, cruzando realidad con ficción. Pasado con presente. Y a veces, con el futuro.

   —¿Visiones premonitorias? Eso de ver algo que aún no ha ocurrido es totalmente imposible. —El periodista nunca había creído en aquellos que aseguraban ver el futuro.

   —Aún te queda mucho por aprender de todo lo que escapaba a nuestra comprensión cuando aún éramos mortales —le advirtió Jünaj, plantándose cruzado de brazos ante él.


   En apenas dos días había experimentado multitud de situaciones que jamás hubiera concebido como posibles. Aunque le costaba admitir que Jünaj pudiera tener razón, sentía que debía tener la mente abierta a las explicaciones que éste compartía con él. Solo necesitaba algo de tiempo para poder ir asimilando lo que escuchaba.

   —Gracias por todo lo que me estás enseñando, en serio. Estoy seguro de que aquellos a los que hayas convertido en vampiro no habrán estado tan perdidos como yo teniéndote a ti a su lado.


   Sin poder disimular el gesto de disgusto que se le había dibujado en el rostro, Jünaj le dio la espalda a su invitado, absteniéndose de continuar con la conversación. Bertram fue consciente de haber dicho algo que no debía. Pensó en que debía ocurrirle algo terrible a alguno de sus descendientes. Rápidamente, cambió de tema para intentar recuperar el beneplácito de su hermano.

   —Vi cómo estabas encadenado durante lo que parecía un juicio contra ti. Habías intentado matar a Niels Rainath, pero los demás vampiros decidieron perdonarte la vida a cambio de permanecer prisionero...


   Conforme su invitado narraba la visión con todo lujo de detalles, Jünaj revivía todo el sufrimiento de la noche en la que fue condenado por su intento de fratricidio. Lejos de lamentarse por el recuerdo de cuando cortaron sus alas de libertad, comenzó a albergar grandes esperanzas en que su teoría sobre Bertram fuese cierta. Cuando fue capaz de contener la emoción que le provocaba lo que llegaba a sus oídos, se dio la vuelta y asintió hacia su invitado a modo de agradecimiento por haberle respondido al fin.

   —¿Cuánto hace que ocurrió todo aquello? —quiso averiguar el periodista.


   Pero unos golpes en la puerta que denotaban cierta urgencia dejaron aquella pregunta en el aire.

   —Perdona. Parece que Balam ha vuelto. —El anfitrión se dirigió hacia la puerta que estaba al fondo del salón.

   —¿Balam? ¿Cómo sabes quién ha llamado?

   —He reconocido su aura —le contestó girándose hacia él mientras seguía avanzando para abrir.


   Concentrándose en la zona de la puerta, Bertram consiguió intuir la presencia de alguien tras ella. Aunque al no conocer al tal Balam, no podía ponerle cara a ese aura algo agitada e impaciente. Unos golpes aún más fuertes e insistentes hicieron retumbar de nuevo las maderas, justo antes de que el anfitrión abriera.

   —Lo siento por irrumpir así, Jünaj, pero debes leer esto cuanto antes. —Sin hacerle esperar, Balam le entregó un sobre con un sello lacrado.

   —¿Quién te la ha entregado? —le preguntó tras reconocer el emblema de Niels Rainath en la pasta rojiza pegada en la solapa.

   —Una mujer llamada Ingrid que me he encontrado deambulando por el camino del bosque.

   —Ingrid... ¿Kastner? —preguntó Bertram, comenzando a avanzar hacia donde estaban los otros dos.


   El mensajero, viendo cómo se acercaba el invitado, miró a Jünaj para saber si debía contestar o no. Éste asintió, a la vez que rompía el sello para comenzar a leer el contenido de la carta.

   —Sí, Ingrid Kastner. Se llama así.

   —¿Dónde está ahora? ¿Y el niño? ¿Se encuentran bien? —Había acelerado el paso y en un instante ya se encontraba junto a ellos.

   —No, solo estaba Ingrid. Su hijo... ¡eh, tío! ¿qué haces? ¡suéltame, chupasangres! —espetó el joven ante los zarandeos que le daba Bertram, como si así pudiera conseguir la información que deseaba escuchar.

   —Tranquilizaos —les indicó Jünaj, poniendo la mano sobre el hombro de su invitado y desaprobando con un gesto a Balam por la forma despectiva de referirse a los vampiros—. Tenemos que pensar con calma qué haremos ante esta situación.


   Una súbita sensación de paz invadió por completo a Bertram. Recordó que Erika también había conseguido aplacarle cuando se alteró ante Garet la noche anterior. No era habitual en él perder los nervios de la manera en que lo había hecho.

   —No permitas que tu bestia interior tome el control tan fácilmente, Bertram —le aconsejó Jünaj tras retirar su mano.


   Avergonzado, soltó a Balam, pidiéndole las correspondientes disculpas. Sentía algo de envidia por la templanza con la que actuaba Jünaj. Necesitaba preguntarle cómo podía controlar sus repentinos ataques de ira, aunque en ese momento había asuntos más importantes a los que atender.


   Justo antes de volver a preguntar por su mujer de una forma más calmada, comenzó a percibir débilmente su presencia en el piso superior. Enseguida, pudo sentir que se encontraba nerviosa y asustada. Sin más dilación, se abrió paso entre su anfitrión y Balam, emprendiendo una carrera hacia las escaleras que le llevarían a donde estaba ella.


   Nada más subir, vio a Ingrid junto a la joven Itzel, quien intentaba darle consuelo. Sorprendida por encontrase allí a su marido, gritó su nombre y no se lo pensó dos veces antes de correr hacia él. Ambos acabaron abrazados en mitad del recibidor, llorando por la emoción de reencontrarse.

   —Aún tienen a nuestro pequeño —pudo decir ella entre sollozos.

   —Lo siento... todo es por mi culpa —admitió él, abrumado al conocer qué había sido de su hijo.

   —Quieren que te entregues a cambio de Bertram antes del amanecer o lo ma... mata... rán. —Ella rompió a llorar con aún más intensidad, agarrándose aún más fuerte a su marido.

   —No dejaré que le hagan daño a nuestro niño. Haré lo que sea para liberarlo...


   Con la mano temblando, Bertram intentó acariciarle el pelo como acostumbraba a hacer ante situaciones difíciles. Pero le detenían los remordimientos por todo el daño que estaba provocando a Ingrid y a su hijo. Ya no se sentía digno de tocar ninguno de aquellos cabellos. Había dejado de ser aquel con el que su mujer había compartido casi media vida. Tampoco podría seguir ejerciendo su labor de padre, como había venido haciendo durante los últimos ocho años. Les había fallado al convertirse en un monstruo.

   —Entiendo que me odies por no haber estado con vosotros estos días y que me pidas que me sacrifique por nuestro hijo —se sinceró derrumbándose en los brazos de ella.

   —No digas eso. No puedes cargar con los actos de todos los desalmados que hay repartidos por el mundo. —Ingrid comenzó a masajear lentamente su espalda para intentar reconfortarlo—. Os quiero a Bertram y a ti conmigo. No querría perderos a ninguno de los dos jamás.


   Conmovido por las palabras de su esposa, el vampiro reunió el valor suficiente para deslizar su mano por la cabeza de ella y así, por fin, completar el abrazo más complicado de sus vidas.

   —Bertram, tus dedos... están fríos. Noto algo diferente en ti. ¿Qué... qué te ocurre? —preguntó Ingrid extrañada.


   Separándose hacia atrás, pudo apreciar como dos senderos de lágrimas rojas cruzaban de arriba a abajo el rostro de su marido. Aunque sorprendida, no dudó en utilizar sus manos para examinar los ojos de Bertram, intentando encontrar el origen de aquella sangría.

   —¿Qué significa esto? ¿Por qué estás sangrando así?


   En todos los años en que había ejercido como enfermera, no había llegado a ver un caso como ese. Asustada al no encontrar explicación alguna, buscó respuestas en todos los allí presentes, incluyendo a Balam y al otro hombre con el que subía las escaleras.

   —¡Por favor, que alguien me diga qué es todo esto!


   Todos guardaron silencio.


   Debatiendo consigo mismo sobre qué podía contarle a Ingrid, Bertram agachó la cabeza a la vez que restregaba una manga de la camisa por sus mejillas. Temía infringir alguna norma vampírica que impidiera revelar a los mortales la existencia de esa sociedad oculta en las sombras. Y más aún, que por ello su esposa fuera perseguida y ajusticiada.

   —No... no debo...


   Pero al fin y al cabo, se trataba de su mujer. No había grandes secretos entre ellos. Tanto Ingrid como su hijo Bertram eran víctimas del entramado que habían formado los vampiros. Y el verdadero culpable era uno de ellos: Niels Rainath. Solo por eso, su mujer debería tener el derecho de conocer toda la verdad.


   Mirando fijamente a Jünaj, deseaba poder preguntarle qué consecuencias podría tener por desvelar ese secreto a Ingrid. Pero obviamente, no era el momento ni el lugar para hacerlo. Mientras pensaba si debía hacerlo o no, recibió un gesto afirmativo por parte de su anfitrión.


Siguiente


Ante el riesgo de involucrar a Ingrid aún más en sus problemas como vampiro o que ella le pueda tomar por loco o mentiroso, ¿qué decidirá hacer Bertram para explicar lo que está ocurriendo en torno a él?

A) Le revelará que ha sido convertido en vampiro y que desapareció para evitar hacerles daño a su hijo y a ella, así como que hay otros vampiros que le están buscando.
B) Le mentirá diciéndole que sufre una enfermedad terminal, aunque no será capaz de explicar la razón por la que les secuestraron.
C) Sin ser capaz de contarle la verdad ni de mentirle, huye sin rumbo de la residencia de Jünaj con la intención de ir a rescatar a su hijo.


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jueves, enero 18, 2024

Alger Furst (6) - La problemática de la deserción

Esta es la sexta entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser una historia interactiva, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista.





   Sentado frente a la ventana, Alger observaba cómo la gente de las calles aledañas se agolpaba ante los esquilmados puestos de víveres. Cada vez que creía haber encontrado a su objetivo, echaba mano de su cámara de fotos hasta darse cuenta de que no se trataba de él. Abatido por la desesperación y el no haber dormido nada desde hacía un día, se dejaba engañar por los caprichosos espejismos que le mostraba su mente. Echó un vistazo hacia atrás, estando tentado de tumbarse en el sucio colchón que había en el suelo. Pero un golpe de suerte iba a hacerle cambiar de idea.

   —¡Alhefus, la he conseguido! —vociferaba Iyad mientras subía las escaleras hasta la buhardilla donde se encontraba su invitado.

   —¿En serio? ¡Déjame verla! —Alger saltó de la silla y fue al encuentro de su anfitrión para arrebatarle la hoja de papel que traía.


   La mirada del reportero fue directa hasta la fotografía en la que aparecía Kazim junto a un par de soldados. A pesar de que la calidad de impresión no era ni por asomo como la del periódico en el que trabajaba, los rasgos del muchacho se podían apreciar a la perfección.

   —Esto servirá. ¡Eres un genio, Iyad!

   —¿No irás a salir a buscarle ahora? Has estado fuera toda la noche y necesitas dormir —le cuestionó Iyad al ver cómo Alger se calzaba las botas.

   —Debo encontrar a Kazim antes ir a Kuwait. —Dándole la hoja para que la sostuviera en vertical, le echó un par de fotografías con su cámara antes de colgársela al cuello—. Alguien pudo verlo.

   —Prométeme que tras los funerales descansarás de la búsqueda. Porque nos veremos en el maqbara, ¿verdad?

   —Haré lo posible por ir al cementerio —le contestó Alger bajando las escaleras a toda prisa con su mochila a cuestas, manteniendo la esperanza de poder dar con el chico gracias a la imagen del periódico.


*****

   Aún en tiempos de guerra, no era normal que en una misma jornada tuvieran lugar los entierros de más de una decena de personas en Az Zubayr. Pero ese día iba a ser excepcional, debido a que Iyad llevó consigo hasta allí a los tres militares muertos de su escuadrón. Tampoco habían dejado atrás a la familia de Kazim, por deferencia y respeto al chico. Por su parte, Alger había tenido en cuenta a la pareja con la que había viajado en la ambulancia hasta el lugar donde fueron asaltados. A todos ellos se les daría un entierro digno en el maqbara, a pesar de no hacerlo en la tierra donde vivieron.


   Con la ceremonia ya comenzada, Iyad vio cómo Alger llegaba agotado al cementerio y se sentaba bajo un árbol raquítico de sombra minúscula. Temía que el extranjero no estuviera en condiciones de llevarlos a su esposa y a él hasta Kuwait al día siguiente, siendo una pieza primordial en su plan de deserción. O peor si cabe, que decidiera quedarse hasta que no encontrara a Kazim, acabándose los días de luto que el ejército le había concedido por el devenir de su equipo. Dando un suspiro, continuó con sus oraciones en memoria de los militares fallecidos.


   Cuando los ritos funerarios finalizaron y los asistentes ya se habían dispersado, Iyad se acercó hasta donde reposaba Alger. Éste sostenía la hoja de periódico que le había conseguido aquella mañana gracias a que uno de sus vecinos guardaba escrupulosamente las publicaciones que llegaban con cuenta gotas durante el conflicto bélico.

   —Un mes más aquí y sabré leer esta noticia —declaró Alger para sorpresa de Iyad, viendo sus intenciones de quedarse.

   —No... ¿No irás mañana a Kuwait con nosotros? —susurró éste a la vez que se aseguraba de que nadie pudiera escucharles.

   —Me quedaré mientras el muchacho está desaparecido.

   —Pero Alhefus, tu vida está en peligro quedándote en Irak. El gobierno ha expulsado a casi todos los periodistas como tú —le rebatió Iyad echándose las manos a la cabeza y buscando la manera de convencer al extranjero para que abandonara el país junto a él.

   —Tranquilo, amigo. Anoche, dos personas vieron a Kazim aquí. Seguro hoy vuelve al cementerio y podremos ir a Kuwait juntos.

   —¡Dios te oiga y eso se haga cierto! —exclamó exultante Iyad levantando sus brazos al cielo—. Por favor, ve a casa a comer y a descansar. Yo esperaré al chico mientras tanto.

   —No, yo me quedaré esperando. —Tras negar con la cabeza, Alger dobló cuidadosamente la hoja de periódico y la guardó en su mochila.

   —Pero necesitas comer, Alhefus —dijo preocupado ante la decisión de su invitado—. Aguarda. Te traeré algo de comida y agua —añadió tras pensar qué hacer durante unos instantes.


   Alger se cubrió la cara para esquivar la polvareda que se levantó tras los pies de Iyad, cuando éste arrancó a correr hacia su casa. Por un lado, quería ayudarle a tener una vida mejor fuera de Irak y lejos de sus obligaciones militares. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el muchacho desaparecido.

   —Kazim, ¿por qué te fugaste la noche que llegamos aquí? —se preguntó, deseando que llegara el momento en que el chico se decidiera a aparecer para visitar las tumbas de su madre y hermanos.


*****


   En el transcurso de la tarde, Iyad se había encargado de improvisar un puesto de vigilancia con cartones y mantas, junto a un muro cercano a donde habían estado haciendo guardia desde esa mañana. Al anochecer, dejó a solas al extranjero para poder encargarse de los preparativos del viaje del día siguiente. Tras despedirse, comenzó el camino a su casa implorando a Dios para que el chico apareciera finalmente. Algo hambriento, Alger aprovechó el momento de soledad para darle bocados a una torta redonda y aplastada de trigo, entreteniéndose en darle la misma forma en cuarto menguante que tenía la luna en el firmamento. Entre bostezos y cabezadas, no tuvo lugar de terminarse la cena antes de caer dormido.


   Al notar cómo alguien le revolvía el pelo, entreabrió los ojos y vislumbró una silueta borrosa justo delante de él, con el brazo extendido hasta su cabeza. Tras pegar un respingo de la impresión, fue capaz de reconocer al chico perdido, a quien al parecer le intrigaban sus cabellos rubios.

   —¡Kazim! ¡Has venido! ¿Estás bien? ¿Dónde te habías metido? —exclamó aturullándose en su propio idioma, a la vez que se incorporaba y estrechaba ambas manos con él.

   —Estaba conmigo, no has de estar preocupado. —Una voz femenina que hablaba perfecto alemán le sorprendió.


   Como si aún estuviese haciendo el servicio militar obligatorio y hubiera llegado su oficial a pasar revista, Alger se puso en pie de ipso facto, quedando totalmente obnubilado por la presencia de aquella mujer. Estaba envuelta en un llamativo vestido de seda morada con una capa translúcida cosida a las mangas. Y aunque llevaba un velo sobre la parte inferior de la cara haciendo que sus perfilados ojos resaltaran aún más, éste era casi transparente, permitiendo que todo su rostro se pudiera contemplar. El fotógrafo no recordaba haber visto a nadie más hermosa que ella.

   —No me extraña que el chico haya preferido irse con esta diosa —susurró Alger, creyendo que simplemente lo estaba diciendo para sí mismo.

   —Te equivocas, no soy una diosa, sino quien ha estado cuidando de Kazim estos últimos meses —le rectificó ella, siendo Alger consciente de que el muchacho y ella habían oído su blasfemia.

   —Oh... eh... esto... discúlpame. Suelo decir muchas tonterías nada más despertarme. Por cierto, yo soy Alger —se excusó con apuro, extendiendo su tembloroso brazo con la intención de darle la mano.

   —Lo sé, Kazim ya me ha contado sobre ti y cómo le ayudaste a escapar de aquellos soldados. Te agradezco todo lo que has hecho por él. Mi nombre es Serezade y estoy encantada de conocerte.


   Nada más rozar sus dedos con los de ella, tanto su ritmo cardíaco como su respiración se desbocaron. Allí estaban ellos dos a solas, unidos de la mano, mientras que Kazim rezaba delante de donde fueron enterrados sus hermanos y su madre.

   —¿Encantada? El placer es mío. Cuánto echaba de menos poder hablar con una mujer que entendiera mi idioma. ¿Por qué no nos habremos encontrado antes? —pensó Alger, sintiendo cómo las mariposas del amor subían por su estómago.

   —No suelo prodigarme demasiado por las aldeas ya que prefiero vivir una vida tranquila alejada del ajetreo. Por esa razón, no hemos podido coincidir.

   —Ah... no quería decir eso. ¿Qué le pasa a mi lengua que dice todo lo que pienso?

   —Se te ve muy cansado, Alger. Parece que has estado buscando a Kazim todo el día. ¿A qué se debe tal interés por él?

   —Verás... yo también perdí a mi familia siendo joven. Me sentí identificado con él cuando descubrí que sus seres queridos habían muerto. Me propuse ayudarle a salir adelante y a que no se sintiera desamparado como me ocurrió a mí —se sinceró rememorando la época en la que cayó en depresión por la muerte de sus padres.

   —Te comprendo y tus intenciones son muy nobles. Aunque yo no sea pariente de Kazim me haré cargo de él y seguiré cuidándolo.

   —Id conmigo a Alemania. ¡Puedo sacaros de esta tierra hostil! ¿Qué mejor lugar para tener una vida más tranquila? Me comprometo a estar para siempre a vuestro lado, hasta que la muerte venga a por mí y nos separe —les propuso Alger, dando por hecho que no encontraría jamás una mujer como ella, con la que pasar el resto de sus días.


   Aprovechando que el chico estaba de vuelta, Serezade se acercó a él para darle un abrazo como si de su madre se tratara.

   —Gracias por tu ofrecimiento, pero debemos permanecer aquí para ayudar a la gente que está sufriendo, ¿verdad, Kazim?


   El muchacho asintió, a la vez que correspondía al gestor protector de Serezade, sonriendo y poniendo sus manos sobre los brazos de ella. Al mismo tiempo, el extranjero sentía una atracción cada vez más intensa hacia ellos.

   —Pues... pues... ¡me quedaré a vivir con vosotros aunque caigan bombas del cielo! —les espetó Alger ante un gesto de sorpresa de ambos.

   —Este lugar es peligroso para ti, Alger. Por lo que me contó Kazim, casi mueres hace un par de días. —Serezade clavó sus ojos en los del hombre de pelo rubio—. Te encomiendo la misión de contar al mundo todas las atrocidades que están ocurriendo aquí. Para ello, debes volver a tu casa. Alger. Vuelve a casa.

   —Debo volver a casa... —repitió éste, con la mirada perdida y totalmente convencido de que aquello era lo que tenía que hacer, anulando su deseo de estar junto a ellos.


   Pero sin darse por vencido en unir sus destinos, Alger reaccionó dirigiéndose hacia su mochila para rebuscar algo en ella. Sin comprender cómo había conseguido salir del trance en el que Serezade le había imbuido, ambos vampiros mostraron curiosidad por lo que estaba garabateando en una libreta.

   —Tomad, esta es mi dirección en Stuttgart. Prometedme que vendréis a visitarme pronto, por favor —les rogó entregándoles la hoja que había arrancado.


   El chico asintió sonriente justo antes de saltar hacia él y fundirse en un fraternal abrazo. Éste sintió que tendría en aquel hombre a lo más cercano a una familia, ya que a partir de entonces iba a estar solo. Aunque anhelaba tenerlo cerca, debía alejarlo de esa guerra en la que tendría muchas posibilidades de morir. Echando mano de sus poderes dentro de aquella ensoñación en la que había utilizado a su mentora para comunicarse con Alger, provocó que las piernas del extranjero comenzaran a flaquear. Cuando se desplomó al dormirse de nuevo, lo dejó acostado sobre los cartones y protegiéndolo del frío con las mantas.


   Volvió a revolver los llamativos cabellos de su nuevo hermano mayor a modo de despedida y abandonó el lugar, con la satisfacción de haberlo convencido para que volver a un lugar más seguro como lo era su país.


*****


   Cuando los primeros rayos del sol iluminaron su rostro, Alger reaccionó cubriéndose la cabeza con una de las mantas. Inmediatamente tomó consciencia de haberse quedado dormido a la intemperie en un maqbara. Desperezándose, comprobó que tanto su mochila como su cámara encintada al cuello seguían con él.

   —Qué extraño lo de anoche. ¿De verdad estuvo Kazim aquí? —Conforme recogía su lecho improvisado, intentaba recordar todos los detalles del encuentro con el muchacho—. Algo me dice que no fue un sueño. Mi imaginación no es capaz de inventarse una mujer tan hermosa y dulce como Serezade. ¡Cuánto lo envidio por irse a solas con ella!


   A lo lejos apareció Iyad, quien al ver que el alemán estaba a solas, vio peligrar su plan de huida hacia Kuwait. Desanimado ante la muy probable decisión de quedarse en la zona y seguir buscando al muchacho, respondió con algo de desgana al saludo que le hacía Alger. Pero en cuanto vio el gesto de victoria que éste, aceleró el paso, ansioso por saber qué había ocurrido en su ausencia.

   —¿Has visto a Kazim?

   —Sí, pero no viene con nosotros. Aquí seguirá ayudando. Y será muy bien cuidado.

   —Oh, ya veo. Él siendo todavía un niño tiene el valor de quedarse. Yo en cambio... —respondió Iyad, comparándose y viendo que él huiría como un cobarde.

   —No te sientas mal. Tú estás obligado a empuñar un arma. Comprendo que quieres evitar matar gente. Por eso tienes que ir a Kuwait —le intentó reconfortar Alger chapurreando en árabe.

   —¿Y tú qué harás, Alhefus?

   —Ir contigo y volver a mi país.

   —¡Ah, qué alegría! ¡Sabía que podía confiar en ti, Alhefus! —explotó Iyad abalanzándose sobre Alger y levantándolo en brazos mientras que saltaba sin parar.

   —¡Bájame! ¡Quien irá herido a Kuwait eres tú y no yo! —exclamó Alger temiendo por su propia integridad.


*****


   Ya casi habían atravesado toda la población de Safwan con la ambulancia conducida por Alger. En la parte trasera, Iyad le pedía que fuera más deprisa mientras lloraba de dolor sin que el consuelo de su esposa le sirviera demasiado.

   —No puedo ir más rápido, Iyad. Tu ejército nos observa. ¿Ves que no era buena idea disparar tu pierna? —le reprochó Alger aminorando la velocidad ante las indicaciones de un grupo de soldados del puesto fronterizo.

   —¡Por favor, no te detengas, Alhefus! ¡Acelera y derriba la alambrada para salir de Irak de una maldita vez! —le suplicó Iyad con gran desesperación.

   —Haré como que no te he entendido —masculló mientras detenía el vehículo y ponía las manos a la vista de los milicianos que le apuntaban con sus rifles.

   —¿Quién eres, extranjero? ¿Qué haces conduciendo una ambulancia de la Luna Roja hasta la frontera? —le inquirió el que parecía ser el superior de todos ellos, abriendo la puerta violentamente y encomiándole a bajar.

   —¡Soy prensa! ¡Soy prensa! ¡Traigo soldado herido! ¡Ayuda!

   —No podéis pasar. Da media vuelta y llévalo al hospital de la ciudad —le bufó el oficial conforme revisaba la documentación que le había entregado Alger.

   —Señor Sadiq, es cierto que transporta a un herido de los nuestros —le comunicó el miliciano que se encargó de inspeccionar la parte trasera de la ambulancia.

   —¡Hospitales llenos en Safwan! Decirnos llevarlo a Abdali, en Kuwait. Hospital más cerca —trató de explicar Alger, poniendo énfasis en que su interpretación ayudara a que los hombres armados dieran su brazo a torcer.

   —¡No puedes salir de Irak sin una orden o una autorización de salida! ¿Dónde la tienes? ¡No la veo! —le exigió Sadiq amedrentándolo con el rifle.

   —Se... se perdió en el ataque —se le ocurrió decir como excusa, levantando ambos brazos en señal de rendición.


   En contrapunto a las fullerías de Alger, se escuchaban los alaridos totalmente reales de Iyad que, junto al llanto de su mujer, ponían de los nervios a todos los allí presentes. La pareja ya se resignaba a que tendrían que volver hasta Az Zubayr, con el peligro que corría él.

   —¡Señor Sadiq, este hombre se está desangrando! ¡Necesita atención médica inmediata o perderá la pierna! —añadió el miliciano tras inspeccionar el vendaje encharcado en sangre, aumentando la angustia del herido y de su esposa.

   —¡Por favor! Él salvó mi vida. Ahora, yo tengo que salvarle a él —le rogó Alger al militar, poniéndose de rodillas y besando el suelo ante sus pies.

   —¡Alger! —se escuchó a cierta distancia.


   Todos se giraron hacia la alambrada, donde se agolpaba un grupo de militares kuwaitíes y un civil. Este último comenzó a hablar con uno de los soldados que tenía a su lado mientras que le mostraba un papel y señalaba hacia el contingente en el que se encontraba Alger. Inmediatamente, le arrebataron la hoja y llamaron a sus homónimos iraquíes haciendo aspavientos.

   —¿Bertram? —se preguntó Alger al creer reconocer a su viejo amigo—. ¿Qué hace este aquí?


   Con los angustiosos gritos de Iyad no era capaz de entender de qué hablaban junto a la valla. Sí que alcanzó a ver cómo desde el lado kuwaití le hacían llegar el documento de Bertram al oficial iraquí.

Amjad, Farouk, dejadlos pasar. ¡Daos prisa! —ordenó Sadiq, quien corría hacia ellos agitando sus brazos para que se encargaran de abrir la verja lo antes posible.

¿Qué ocurre? —le preguntó Alger interesado en saber el motivo de ese cambio de opinión tan radical.

Sube al vehículo y vete a Abdali —le ordenó el militar, espetándole el documento en el pecho y empujándole hacia la ambulancia.


   Mientras volvía a sentarse y arrancaba el motor, tuvo la ocasión de echarle un vistazo rápido al escrito. Su corazón le dio un vuelco al descubrir que se trataba de una carta de repatriación de su propio cadáver. Sin terminar de procesar lo poco que había leído, enfocó su mirada hacia un punto perdido al frente y cruzó la frontera por la carretera que habían abierto. Las indicaciones de los militares y los quejidos de Iyad pasaron a un segundo plano. Se limitó a seguir el vehículo que le hacía las veces de escolta, en el que se habían montado dos de los militares kuwaitíes y Bertram. Durante todo el camino, hubo algo repitiéndose en su cabeza.

—Repatriación de cadáver de Alger Furst.


*****


   En la puerta del hospital de Abdali esperaba un grupo de sanitarios que rápidamente se hicieron cargo de Iyad nada más detenerse el convoy. Alger volvió a mirar el dichoso documento, aunque al ver de reojo cómo Bertram se acercaba, bajó de la ambulancia.

   —¿Qué demonios es esto? —le preguntó indignado, poniéndole la hoja de papel por delante.

   —¿Cómo que qué es eso? Es lo que me dieron para poder llevarme de vuelta tu cadáver a nuestro país, si es que conseguía encontrarlo —le contestó Bertram, molesto por sus modales.

   —¿Acaso ves que esté muerto? —Desafiante, se señaló a sí mismo de pies a cabeza.

   —¡Pues claro que no lo estás! ¡Pero de eso me he enterado hace media hora! ¡Y no antes! —le respondió Bertram subiendo aún más el tono de la conversación.

   —¡Entonces llévate este papel de vuelta al sitio de donde haya salido! —exclamó Alger arrugándolo y lanzándoselo a su amigo.


   Ambos se quedaron frente a frente, aguantándose la mirada y conteniendo la tensión provocada por aquella discusión. Hasta que finalmente, dieron un paso adelante y se fundieron en un fuerte abrazo, dando rienda suelta a los ríos de lágrimas por la emoción de ese reencuentro.

   —Creíamos que habías... muerto en el bombardeo de Al Seeba —le costó decir a Bertram.

   —Me lo imagino. Ese día pensé que no iba a sobrevivir.

   —¿No pudiste llamar al periódico para avisar de que estabas bien?

   —No, lo siento. Cuando llegué a Az Zubayr no funcionaba ninguno de los teléfonos ni tampoco los telégrafos.

   —Está bien. Tenemos que avisar de que en vez de repatriar un cadáver, volverás vivito y coleando. —Bertram dio por terminado el abrazo y comprobó que su amigo estaba de una pieza—. Gretchen ha ido a Bagdad para buscarte allí.

   —¡No podía esperar menos de esa mujer!

   —¿Sabes qué? Ella apostaba a que estarías vivo.

   —¡No me digas que has aceptado hacer una apuesta con Gretchen!

   —¿Con ella? ¡Ni loco!


   Alger soltó una gran carcajada al ver la cara de su amigo, recordando los años que pasaron los tres en la facultad de periodismo de Stuttgart.

   —Haces bien, porque cuando os conocí en la universidad ella te tenía muchas ganas. Y ya te imaginas lo que te pediría en el caso de perder una apuesta con ella...

   —Desde luego. No quiero que me ocurra como a ti, que te pervirtió en cuanto caíste en su telaraña. Además, yo estoy casado. Pero vosotros sois tal para cual. ¿No habéis pensado en sentar la cabeza y pasar por el altar? —le chinchó Bertram mientras se alejaban de las inmediaciones del hospital.

   —¿Y pasar a ser un hombre de una sola mujer? ¡Ni hablar! Además, ella tampoco se conformaría con estar sólo conmigo.


   Los dos amigos se echaron a reír, aunque Alger no pudo evitar mirar hacia el norte y recordar a la imaginaria Serezade. Y por supuesto, a Kazim.


*****


   Después de hacer unas cuantas conferencias telefónicas y aclarar la situación de Alger, éste volvió al hospital para interesarse por Iyad. Aunque su vida ya no corría peligro, la herida en la pierna le dejaría alguna que otra secuela que le exoneraría de tener que volver a filas. Junto a su mujer, pudieron vivir tranquilos en Kuwait hasta que, unos años más tarde, Irak invadió aquel país.


   Al día siguiente, Alger y Bertram tomaron un vuelo para volver a la República Federal Alemana y así poder descansar de esa peligrosa aventura que a punto estuvo de costarle la vida. Tras agradecerle por enésima vez a su amigo el haber ido en su búsqueda, cada uno de ellos volvió a su rutina.




   Pero con lo que no contaba Alger era con encontrarse una fotografía de Kazim al revelar el último de los carretes. Se alegró de no haber reparado el seguro de su cámara, con el que el chico no se habría hecho una foto accidentalmente al trastear los botones mientras él dormía. En ese momento fue aún más consciente de que el último encuentro que tuvieron fue real, al poder apreciar el cementerio de Az Zubayr de fondo.

   —Estas son las fotografías que merecen la pena.


   Lo que aún ignoraba era el vínculo de sangre que se había creado entre ellos cuando Kazim lo rescató de una muerte segura.




Durante el viaje de vuelta, Alger le contará a Bertram sobre los horrores de la guerra, los ataques a las aldeas y los abusos hacia la población por parte del propio ejército iraquí. Pero, ¿hasta qué punto le contará sobre el episodio con Kazim?

A) Mantendrá esa información en secreto, aunque dirá que casi muere a manos del ejército y que Iyad le salvó.
B) Le hablará sobre lo que cree que ocurrió cuando estuvo al borde de la muerte, sin ser capaz de encontrar explicación alguna a todos los detalles y sin mencionar a Kazim.
C) Además de la opción anterior, le revelará la existencia de Kazim y su conexión con los momentos donde estuvo a punto de morir.
D) Incluyendo la información de la opción C, también le hablará sobre Serezade, cómo la cortejó y cómo ella accedió a cuidar de Kazim encandilada por él.


Elige una de las opciones y deja un comentario con tu decisión. Puedes añadir cualquier detalle a tu respuesta. También puedes volver a votar en la publicación correspondiente de Twitter y Wattpad.




sábado, diciembre 16, 2023

Alger Furst (5) - Perdido en la traducción

Esta es la 5ª entrega de Bertram Kastner: el Origen olvidado, narrado desde la perspectiva de Alger Furst. Al ser un relato interactivo, puedes participar en los comentarios decidiendo los siguientes pasos del protagonista. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Una súbita sensación de valentía invadió el cuerpo de Alger de pies a cabeza. No vaciló ni un segundo a la hora de levantarse y quedar totalmente expuesto en el centro de la azotea. Tenía claro su objetivo: servir de elemento distractor para el soldado armado y así darle más opciones de huir al muchacho. Tragó saliva, respiró profundamente y confió en que su voz fuera capaz de llegar hasta su enemigo.

—¿Qué haces disparando a una simple piedra en vez de venir a por mí? ¡Jundiun ghabi! —gritó a pleno pulmón, incluyendo un insulto en el idioma del militar—. ¿Acaso tienes que presumir con ese rifle porque el otro no te funciona?


   A pesar de que le hubiera gustado controlar más el dialecto de la zona para que su provocación se hubiese entendido de forma íntegra, quedó más que satisfecho con lo que había dado de sí su torrente de voz. Se lamentó por haber abandonado la afición de cantar tras terminar la universidad y salir del coro. Aunque reconoció que lo que más le motivaba era el éxito que tenía con las chicas, las cuales quedaban encandiladas con su talento.


   Sirviéndose de nuevo del objetivo de la cámara de fotos para poder observar al guerrillero en la lejanía, permaneció expectante ante las primeras reacciones de este. Notablemente alterado cual basilisco, el ofendido soldado se revolvía de un lado a otro intentando sin éxito determinar la procedencia de aquellas palabras que habían atacado de lleno su ego. Alger no pudo evitar soltar una carcajada por lo chistosa que le pareció esa visión.

¡Muéstrate, sabandija extranjera! —consiguió entender de entre todas las lindezas que le dedicaba el iracundo soldado.


   A sabiendas de que en cualquier momento podría percatarse de la huida del chico y tirar por tierra su plan de distracción, Alger decidió darle la puntilla revelándole su posición y así incitarle a abandonar aquella terraza. Para ello, debía valerse de la linterna que tenía guardada en la mochila.

¡Ven aquí teniendo cojones y resolver esto cara a cara! —exclamó en su imperfecto dialecto del árabe para desafiar al miliciano, a la vez que encendía y agitaba la luz para llamar su atención.


   A través del improvisado catalejo pudo apreciar cómo su cabeza parecía un volcán a punto de estallar; sin duda, ya le había localizado. Rápidamente, Alger se tiró al suelo de la terraza nada más ver cómo el soldado enfilaba el rifle hacia él, justo cuando comenzaba a vaciar el cargador de manera indiscriminada pero inútil, por la gran distancia que les separaba.

—Agh... ¿es que este hombre sólo sabe arreglar las cosas gritando y disparando aunque no tenga a nadie a tiro? —soltó Alger mientras permanecía a cubierto—. Al menos he conseguido que se mantenga ocupado conmigo.


   Las balas silbaban por encima del muro que le servía de parapeto, sintiendo de vez en cuando cómo alguna descarriada impactaba contra la pared de la azotea. El ruido continuo de las detonaciones del rifle no le permitía apreciar nada de lo que el miliciano expelía por su boca, aunque era consciente de que sus palabras no le guardarían demasiado cariño.

—Y ahora, ¿qué hago? Podría irme a la terraza de la casa de al lado y prepararle alguna emboscada en la que arrojarle alguna piedra si se digna a venir hasta aquí —se puso a divagar Alger para darle continuidad a su estrategia—. Pero el hecho de que él esté armado con un rifle, complica demasiado el asunto. Ojalá se le acabe antes la munición...


   Enseguida se percató de que ya no se escuchaban más disparos ni tampoco los gritos del encolerizado miliciano.

—¿Se habrá decidido por fin a venir para acá? Quién sabe... Me gustaría poder echar un vistazo, pero, ¿y si está esperando a que asome la cabeza por encima del poyete?


   Tenía que actuar sin demora si quería despejar la incertidumbre de no saber cuál era la posición del enemigo; aún a riesgo de ser alcanzado por un disparo certero. Rápidamente, se arrastró hacia una esquina de la azotea, donde dejó la linterna encendida en el suelo. De inmediato, se dirigió hacia el otro extremo de la terraza para asomarse desde allí, con la esperanza de que el soldado tuviera su punto de mira en el señuelo luminoso.


   Nuevamente, con el objetivo de la cámara delante de su ojo bueno para las fotos, oteó hacia el enclave del miliciano para descubrir que éste ya no se encontraba sobre el rellano de la terraza, sino un poco más abajo.

—Espera, ese el otro soldado, al que había obligado a subirse a la cornisa. ¿Qué es lo que me he perdido? ¿A dónde ha ido el otro? —se preguntó intrigado mientras observaba cómo dejaba el arma en el suelo.


   Poco después, vio cómo el segundo guerrillero se giraba hacia su posición y exclamaba algo que parecía estar dirigido a él. A malas penas, Alger consiguió entender que se había acabado el peligro y que tenía vía libre para ir hacia allí.

—¿Cómo que ya no hay...? ¿Qué ha pasado con el fanático de los disparos? —siguió cuestionándose, dudando sobre qué podía hacer a continuación.


   Prefiriendo mantenerse a cubierto por precaución, barajando qué opciones tenía para averiguar más sobre lo ocurrido y llegando a la conclusión de que el soldado que quedaba era el único del que podría obtener algo de información.

¿Qué le ha ocurrido a tu compañero? —le preguntó Alger poniendo sus manos alrededor de la boca para amplificar su voz, manteniéndose alerta ante cualquier detalle que pudiera delatar las intenciones del otro interlocutor.


   Haciendo un gran esfuerzo para oír y comprender la respuesta, Alger entendió que ese miliciano había disparado a su camarada, cayendo muerto hacia la calle. Sorprendido en un primer momento, reparó en que aquel hombre también había estado a punto de morir a manos de su compañero. Aún guardando cierto recelo sobre esa información, tenía sentido que aquello fuera verdad. Pero de alguna forma tenía que verificarlo con sus propios ojos sobre el terreno. Desplazándose a gatas para no exponerse, recuperó la linterna y la puso a buen recaudo en su mochila antes de acceder de nuevo a la vivienda.


   Una vez dentro, escuchó un ruido en la planta inferior que hizo que su cuerpo se estremeciera. ¿Dónde habían quedado el valor y el arrojo con los que se había enfrentado verbalmente al miliciano? Viéndose acorralado, su única opción era bajar las escaleras y enfrentarse a vida o muerte ante esa nueva amenaza. Agarrando de nuevo la linterna para poder propinar un golpe metálico con cierta contundencia, comenzó a bajar las escaleras con sumo sigilo. Pronto atinó a ver una silueta arrodillada en el suelo, junto a la sábana que había dispuesto para tapar los cuerpos de la mujer y los dos niños que había encontrado muertos. Respirando aliviado al reconocer al muchacho, dedujo que debía tratarse de su familia. 


   Tras revivir el duro recuerdo de la pérdida de sus padres, comprendió el mal trago por el que debía estar pasando el chico. Alger decidió interrumpir su duelo con la intención de reconfortarlo.

Hola, lo siento por su pérdida. Los cubrí con... sábana para protegerles y... agradecer su hospitalidad —trató de explicar Alger sin lograr encontrar todas las palabras en el idioma del muchacho.


   En un primer instante, éste se sobresaltó al no esperar a nadie allí junto a él. Pero enseguida le correspondió con una sonrisa en señal de aprecio por su consideración. Siendo consciente de las dificultades que le depararía el futuro al haberse quedado huérfano sin tan siquiera haber llegado a la edad adulta, Alger procuró encontrar una manera de ayudarle.

¿Tienes más familia? Puedo llevar con ellos —le indicó, pensando en que podría utilizar la ambulancia para recorrer los caminos de la zona hasta alguna aldea cercana donde viviera algún conocido suyo.


   Cabizbajo, el chico permaneció en silencio y negando con la cabeza a la vez que su semblante se volvía más triste aún. Contagiado de ese mismo sentimiento, Alger no iba a permitir que el chaval se quedara solo en mitad de aquel desolado lugar. Decidió empezar a ganarse su confianza acercándose a él, intentando mitigar las reticencias que el chico pudiera tener a la hora de tener que dejar atrás la aldea.

Mi nombre es Alger. ¿Cómo te llamas tú?


   El muchacho se le quedó mirando por unos instantes, hasta que finalmente comenzó a realizar gestos con sus manos. Alger se quedó perplejo al no esperar su respuesta mediante lenguaje de signos. Le vino a la mente la chica por la que se matriculó en una asignatura para aprender a signar en alemán durante sus años de universidad. Sin embargo, los movimientos que estaba contemplando carecían de sentido para él. Hasta entonces, había creído erróneamente que los signos eran universales para todos los idiomas. Se lamentó por no lograr entender al chico, dando por hecho de que este no era capaz de hablar pero sí oírle.

Lo siento, conozco el lenguaje de signos..., pero no consigo entender tus gestos... —se disculpó Alger hablando torpemente en árabe mientras que signaba sus palabras en alemán, para que al menos viera su intención de poner todo de su parte para comunicarse con él.


   Al parecer, el chico tampoco comprendía los movimientos de sus manos, pero sí las palabras que había chapurreado. Mostrándose sonriente y nuevamente agradecido por sus esfuerzos, se levantó del suelo para acercarse a una de las paredes del salón. Seguidamente, señaló una de las tres tablillas de arcilla que había colgadas. Haciendo uso de la linterna, Alger iluminó esa parte de la estancia, pudiendo apreciar las letras dibujadas con tinta oscura. Al ver cómo repasaba los trazos con sus dedos y a continuación se tocaba repetidamente la nariz, comprendió que lo que había allí escrito era su nombre. Se imaginó que los caracteres de las otras dos tablillas corresponderían a sus hermanos.

La... Ka... —pronunció Alger a la misma vez que rebuscaba su bloc de notas en la mochila.

Kazim —se escuchó desde la puerta de la vivienda.




   Ambos se giraron sobresaltados hacia la entrada, donde hacía acto de presencia uno de los soldados. Rápidamente, Alger empujó al muchacho tras él para interponerse y protegerlo ante un eventual ataque por parte del inesperado invitado.

No... intentes nada... raro o... —balbuceó Alger afectado por la nueva situación de peligro, intentando encontrar alguna vara u otro objeto que le sirviera de apoyo para defenderse.

Tranquilos, no voy a haceros daño —declaró el miliciano levantando ambas manos para mostrar que no estaba empuñando ningún arma.

¿Qué quieres... de nosotros? —acertó a preguntar Alger, preparado para arrojar la linterna al miliciano si este hacía ademán de agarrar el rifle que llevaba colgado a la espalda.

Tú Alhefus, él Kazim, yo Iyad —se presentó el miliciano señalando secuencialmente a los allí presentes, concluyendo por él mismo.


   Aún con cierta desconfianza, Alger asintió sin rechistar y, ni mucho menos, hacer amago por corregirle el cómo había dicho su nombre. Para cuando vino a darse cuenta, el muchacho se había atrevido a acercarse al soldado para saludarle y mostrarle su agradecimiento por haber detenido la amenaza a la que habían estado sometidos por parte del militar caído.

Tenemos que irnos de esta aldea antes de que vengan más soldados que os puedan matar —les advirtió Iyad, a la vez que se fijaba en las manchas de sangre de la ropa de Alger—. ¿Estás herido?

Estoy bien. Me he... dormido y... recuperado —contestó Alger sin saber cómo explicarle lo que ni tan siquiera él tenía certeza sobre lo que le había ocurrido—. ¿A dónde huir?

Az Zubayr, mi hogar. Está al sur de Basora, a unas dos horas de aquí. Allí podréis esconderos y descansar —les propuso Iyad—. Yo quiero abandonar el ejército, volver con mi esposa y escapar del país por Kuwait.


   Después de pedirle a Iyad que le repitiera su respuesta un par de veces, apoyado por el joven Kazim, quien se prestó a signar sus palabras, Alger por fin logró hacerse una idea de lo que le había dicho. Fue consciente de que el soldado pretendía desertar de su deber con el ejército iraquí si todo aquello era cierto. Le alegraba el hecho de haberse topado con un militar contrario a la guerra, aunque tenía cierta preocupación por las represalias que podría recibir en el caso de ser descubierto. Pero todo aquello pasó a un segundo plano al ver lo que éste sacaba de su zurrón.

Esto es tuyo, Alhefus —indicó Iyad mientras le hacía entrega de sus extraviadas cámara fotográfica y billetera—. Está mejor en tus manos que en las de Farid.


   Sin poder ocultar la cara de asombro, Alger recibió su preciada cámara con una ilusión similar a la del día en que sus padres se la regalaron. Centrado en escudriñar el aparato fotográfico por todos sus ángulos para cerciorarse de que se encontraba en perfectas condiciones, no prestó demasiada atención a las explicaciones que le daba el miliciano sobre el hurto.

Gracias, gracias, gracias... —acertó a decir repetidamente Alger tras recuperar su bien más preciado.

Mi superior no era una mala persona, aunque sucumbiera a la locura producida por el dolor y el odio de vivir en guerra —admitió Iyad hablando lo más despacio posible para que Alger pudiera entenderlo mejor, a la vez que se arrodillaba ante él para pedirle clemencia—. Mis otros compañeros también eran buenos hombres, obligados como yo a participar en este conflicto. Por eso, a pesar de todo el daño que os hemos causado, os ruego que los perdonéis y me ayudéis a trasladar sus restos a mi ciudad para que allí puedan descansar para siempre.


   Mientras Alger procesaba lo que acababa de oír, Kazim se acercó a Iyad para tocar su hombro delicadamente, mostrándole que aceptaba sus disculpas. El soldado levantó la cabeza mostrando sus arrepentidos ojos bañados en lágrimas y mirando fijamente el rostro del muchacho.

Por Dios, ¡yo te conozco! Eres tú... Kazim... el niño del hospital. ¡Estás vivo! —exclamó alegremente Iyad, fundiéndose en un efusivo abrazo con el chiquillo y añadiendo más vítores que Alger fue incapaz de traducir.


   Éste aprovechó el momento de jolgorio para guardar su cámara de fotos en la mochila, con la esperanza de no perderla de nuevo durante esa aventura; sin duda, anhelaba darla por concluida tras lo vivido en aquel interminable día. A su vez, echaba de menos el poder dormir sin la amenaza de ser atacado, el disfrutar del lluvioso clima de su país, el degustar una buena cerveza y el poder tontear con mujeres que también hablaran su mismo idioma.


   Comenzó a reír al ver cómo la cara de Kazim mezclaba terror y felicidad a partes iguales, mientras que Iyad seguía celebrando el inesperado reencuentro alzando el escuálido cuerpo del chico, que surcaba el aire como si se encontrara en una atracción de feria. Aunque no fuera la forma más ortodoxa de hacerlo, el soldado estaba consiguiendo distraer al muchacho de toda la fatalidad que había sufrido su familia.


   Algo cansado, levantó una de las sillas volcadas en el suelo y tomó asiento para pensar en qué haría con las pertenencias que dejó en Bagdad un mes atrás. ¿Le merecería la pena volver a por un par de botas, unas cuantas prendas de batalla y un libro que tenía más que leído? Y lo más importante, ¿qué haría entonces con Kazim?



Siguiente


Con la idea de llevar a Kazim a un lugar más seguro, ¿a dónde y cómo decide ir Alger?

A) Prefiere ir por su cuenta tomando la ambulancia, llevando a Kazim hasta Bagdad.
B) Acepta ir junto Iyad hasta su ciudad y desde allí buscar algún medio para volver a Bagdad, confiándole la custodia de Kazim.
C) Además de viajar a la ciudad de Iyad, abandonará el país por Kuwait junto a él y Kazim.

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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...