domingo, enero 31, 2016

Bertram Kastner (6) - Las primeras revelaciones

Esta es la 6ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Tras enfrentarse al monstruoso Volker Banach, un grupo de vampiros acude al encuentro. ¿Tendrán buenas intenciones?




   Ya eran casi las 4 de la madrugada. Bertram miraba el reloj de su muñeca cada vez con más frecuencia. Poco a poco, su paciencia se había ido mermando. Ya no era capaz de aguantar más tiempo sentado en uno de los sillones de la sala donde le habían instado a permanecer. Tampoco ayudaba el hecho de encontrarse constantemente observado por el líder del grupo con el que se habían topado en el parque. Aunque por un lado se libraron del monstruoso Volker Banach gracias a ellos, no le sentó muy bien que les hubieran obligado a vendarse los ojos y a cubrirse la cabeza con una capucha de malla metálica durante el trayecto hasta ese lugar.

   Su único vigilante en esa habitación era un hombre aparentemente joven y muy corpulento. Se podría decir que, como mínimo, duplicaba en tamaño a Bertram. Sin embargo, eso no impidió que este último se levantara de su asiento y se dirigiera a él de malas maneras.

—¿Cuánto tiempo me vais a tener aquí? —preguntó Bertram empezando a ponerse nervioso.

—Tranquilo, Bertram. Ahora que eres un vampiro, tienes todo el tiempo del mundo para esperar —le contestó el gigantesco vampiro—. Garet te atenderá en cuanto le sea posible.

—¿Y Alger cómo está? ¿A dónde le habéis llevado? —insistió Bertram.

—No tengo ni idea de cómo puede estar. Al igual que tú, no me he movido de aquí desde que hemos llegado —respondió molesto el otro vampiro—. Ya te he dicho que lo han llevado a un recinto médico cercano. Sé paciente.

—Al menos, podríais dejarme mi maleta para poder cambiarme mientras estoy aquí esperando —comentó Bertram mostrando los cortes ensangrentados que tenía en la parte del pecho de su camisa.


—Nadie se molestará con tu apariencia. Han sido daños colaterales de haber sobrevivido a Volker —respondió su compañero de sala intentando quitarle hierro al asunto—. Muchos de los que se encontraron con él quisieran seguir vivos. O cuerdos.


   En ese justo momento se abrieron las puertas de la sala y una mujer se acercó a ellos, invitando a Bertram a que la acompañara. El vigilante también les siguió, a modo de escolta. Tras pasar por dos amplias estancias, llegaron a una especie de despacho donde esperaba otro hombre. Se presentó como Garet Lindner y ofreció su mano a Bertram. Éste le correspondió estrechando la suya. El anfitrión apretó con fuerza. Durante el tiempo que estuvieron en contacto, Bertram sintió cómo una ráfaga de aire frío le rozaba su pelo.




   Garet hizo una mueca y soltó su mano algo contrariado.

—Bertram, antes de nada, quería comentarte que tu amigo está fuera de peligro. No va morir por esto —comenzó a informarle Garet—. Sin embargo, aunque le han hecho varias transfusiones de sangre nada más llegar aquí, parece que la repentina anemia le ha afectado a los riñones. Aún es pronto para conocer todas las consecuencias que tendrá tu arrebato alimenticio.

—¿No fue Volker quien mordió a su amigo? —se interesó el líder del grupo de rescate, recordando las palabras de Alger en el parque.

—No, Trebet, no fue Volker —le respondió Garet echándole una mirada inquisidora al verdadero culpable.

—Fui yo —admitió Bertram con resignación.

—Eres un novato, ¿cierto? Las primeras veces cuesta controlarse —añadió Garet con la intención de tranquilizarle—. Y más si despiertan tu bestia interior. No cargues con toda la culpa sobre tus hombros.

—Vale, de alguna manera me ha leído la mente —reflexionó Bertram para sí mismo—. Creo que no servirá mentir ni contar verdades a medias. Tendré que andarme con cuidado.

—Ahora bien, necesito que me digas quién eres, Bertram Kastner —empezó a interrogarle Garet—. ¿Cuál es el motivo de haber venido a Stuttgart? ¿Qué hay en Vennysbourg que te ha hecho huir?


   Bertram miró de reojo a Trebet, al cual le había contado en el parque que venía de Vennysbourg cuando éste le preguntó el porqué de llevar una maleta de viaje.

—Anoche, desperté siendo un vampiro —respondió, volviéndose a dirigir a Garet—. No recuerdo cómo fue. La sed de sangre que tengo desde entonces me hizo ver que era peligroso para mi familia. Por eso, decidí alejarme de mi hogar temporalmente, hasta que supiera exactamente lo que me había pasado. Quiero proteger a mi mujer y a mi hijo de mí mismo.

—Tomemos asiento —indicó Garet señalando una butaca mientras que él iba hacia el sillón tras la gran mesa que presidía la estancia—. ¿Estás seguro de que no recuerdas nada más?

—No, eso es todo —le aseguró Bertram—. Ayer fue un día normal. Por la noche salí de mi casa a dar un paseo y lo siguiente que recuerdo es despertar unas horas después dentro de un edificio abandonado que no conocía, también en Vennysbourg. En la situación de alteración en la que me encontraba, no fui capaz de permanecer en ese lugar para intentar averiguar qué me había ocurrido. A simple vista, estaba yo solo, pero no lo puedo afirmar con total seguridad.

—¿No hay alguien a quien que hayas podido molestar? —preguntó Garet echándose hacia delante con cara de preocupación—. En nuestra sociedad no está permitido crear nuevos vampiros así a la ligera. ¿Conociste al que te convirtió?

—No, no he tenido ese placer —respondió Bertram empezando a alterarse con tanta pregunta—. Yo no pedí esto. No sé quién decidió condenarme de esta manera ni porqué. ¡Es un castigo para mí! ¡Quiero recuperar mi vida!


   Bertram pudo observar cómo Garet le hacía una señal a Trebet, lo que le hizo empezar a desconfiar de sus anfitriones. Su cuerpo acumulaba tanta tensión que, involuntariamente, se levantó de su asiento.

—Por favor, vuelve a tomar asiento, Bertram —le sugirió Garet amablemente.


   Pero éste le ignoró, permaneciendo de pie y vigilando los movimientos de los otros dos vampiros que les acompañaban en esa habitación.

—Bertram, es mejor que te sientes y que te calmes —insistió Garet con un tono aún más serio.

—¿Por qué? ¡Ya he hablado demasiado! —respondió enfadado Bertram—. Ahora deberíais contarme quiénes sois vosotros en vez de hacerme este interrogatorio.

—Siéntate, Bertram —le ordenó Garet de forma tajante, a la vez que molesto por la rebeldía de su invitado.

—Hasta que no reciba respuestas a mis preguntas, no me sentaré —respondió de manera desafiante Bertram—. ¿Qué es este sitio? ¿Quiénes sois vosotros?


   Garet se quedó en silencio unos segundos mientras le clavaba con su mirada. Finalmente, se puso en pie para que sus ojos estuvieran a la misma altura que los de su interlocutor.

—Bertram, hay alguien que te está buscando —le expuso Garet, buscando ser conciliador—. Desconozco las razones y esperaba que tú pudieras arrojar algo de luz sobre el tema. Es algo que necesito saber para decidir si debo ayudarte, dejar que te vayas sin más o...

—¿Cómo que alguien me está buscando? —replicó Bertram—. ¿Te refieres al tal Volker Banach?

—No, si no conocías a Volker de antes, probablemente no tenga nada que ver con esto —respondió Garet, negando con su cabeza—. No creo que los hilos movidos por sus afiladas garras lleguen hasta Vennysbourg.

—¿A qué te refieres con eso?

—Hoy, sobre la medianoche, se ha producido un incendio en Vennysbourg. —le informó Garet, fijándose en cualquier reacción que pudiera tener Bertram ante sus palabras—. Tu hogar ha sido pasto de las llamas.


   Enmudecido, Bertram intentaba encajar de alguna manera la noticia que acababa de recibir.

—Tu mujer y tu hijo estaban allí —le reconoció Garet con semblante triste—. Desgraciadamente, no han sobrevivido.


   Bertram no daba crédito a lo que le estaba contado Garet. No quería creerle. ¿Por qué debía hacerlo? De nuevo, el sentimiento de ira que había experimentado en varias ocasiones a lo largo de esa noche volvió a hacer acto de presencia, pero con una intensidad aún mayor. Puso un pie sobre el escritorio intentando abalanzarse sobre Garet, pero unos brazos le rodearon al instante, deteniéndole en su empeño. Trebet estaba prevenido y pudo reaccionar a tiempo, protegiendo así a su jefe frente al encolerizado vampiro.

—¿Por qué me dices esto? —estalló Bertram agitándose mientras estaba sujeto—. ¿Cómo puedes saberlo?

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Ha llegado el momento de tomar una decisión. ¿Confiará Bertram en esta gente?

A) No, tiene la certeza de que Garet está mintiendo. Saldrá de ahí lo antes posible intentando hacer cuanto más daño mejor.

B) No, piensa que Garet no está diciendo la verdad. Pero hará como si le creyera para intentar salir de ahí pacíficamente.

C) Sí, parece que Garet ha sido convincente. Se calma y permite que este le siga contando.

D) Sí, está seguro de que Garet dice la verdad, pero necesita ir a su casa para verlo con sus propios ojos. Esa misma noche, volverá a Vennysbourg.

domingo, enero 24, 2016

Bertram Kastner (5) - Un monstruo llamado Volker Banach

Esta es la 5ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.


Anteriormente, Bertram mordió a su amigo Alger, que aún está vivo. Pero otro vampiro está reclamándole poder terminar de beber la sangre de su amigo. ¿Sobrevivirán?







—Tranquilo Alger, no voy a dejar que este monstruo te toque un pelo —pronunció Bertram con una voz casi inapreciable, esperando que su amigo pudiera escucharle—. Bastante te he jodido ya dejándote así como estás.

—¿Por favor? —insistió el extraño vampiro invitándole a apartarse con un gesto extremadamente amable.


   Su paciencia se estaba empezando a agotar, al igual que la de Bertram. El tono educado y sobreactuado con el que se dirigía a él le sacaba de quicio. Y la intuición le decía que, aunque complaciera a su anfitrión dándole vía libre para alimentarse de Alger, después no tendría un buen final con él.

—Seguro que si le bebes toda la sangre a Alger, te harás más poderoso y se reducirán mis posibilidades de salir vivo de ésta —se planteó Bertram, intentando comprender cómo funcionaba su rival—. Y si aún así sobrevivo, no me perdonaría a mí mismo por permitir que Alger muera.


   Miró a su alrededor por si hubiera algo que le ayudara a defenderse, pero por el suelo sólo había algunas ramas finas que habían caído de los árboles. Desafortunadamente, nada que se pudiera utilizar como un arma. Bertram puso atención en su maleta, que a falta de otra cosa, hubiera sido algo contundente en caso de tener que golpear al otro vampiro. Pero no estaba a su alcance y el hecho de ir a por ella dejaría indefenso a Alger.


   El otro vampiro dio un paso hacia ellos e inmediatamente, como si fuera un resorte, Bertram pegó un salto para ponerse en pie. La tensión de la situación le invadió todo el cuerpo. El rostro le cambió y sus colmillos volvieron a hacer acto de presencia con el fin de intimidar a su oponente.

—No des ni un solo paso más si no quieres que sea el último que camines —le amenazó Bertram, clavándole la mirada.


   Su oponente se detuvo sin dejar de mostrar su sonrisa maquiavélica. Bertram se vino arriba y dio un paso hacia él mirándole intensamente, a lo que el otro vampiro reaccionó retrocediendo lo mismo que había avanzado previamente. En la atmósfera entre ambos parecía haberse detenido el tiempo y congelado el ambiente.

—Ya veo que no quiere colaborar conmigo aunque esté en su obligación por ser mi invitado —comentó el vampiro con un gesto de desaprobación, pero sin perder su sonrisa tan inquietante y artificial—. Usted iba a disponer esta noche de todos los lujos y placeres que cualquier vampiro hubiera podido desear. ¿Seguro que quiere renunciar a ellos?


   Bertram resopló a modo de respuesta mientras continuaba avanzando hacia él con paso firme pero con cierta cautela. Al mismo ritmo, su anfitrión seguía retrocediendo, manteniendo la distancia inicial entre ambos.

—Doy por hecho de que esto es una renuncia. De acuerdo, a partir de este momento has perdido el respeto y aprecio que había empezado a tenerte —añadió el vampiro con un semblante más serio y dejando atrás toda la cortesía—. Desgraciadamente, esto me incordia. Pero tendrás el honor de poder contar que has ofendido a Volker Banach.

—Volker Banach —repitió Betram en tono desafiante y acelerando el paso.

—Claro, que hay un pequeño inconveniente con eso —añadió Volker frenando en seco y recuperando su sonrisa—. Que deberás estar vivo para poder contarlo.


   El inquietante vampiro comenzó a desperezarse y retorcerse, estirando sus brazos y girando su cabeza de un lado a otro. Su cuerpo empezó a crujir como si todos sus huesos chocaran unos con otros. Su largas extremidades se estiraron aún más, casi duplicando la estatura inicial de su cuerpo. Varios huesos afilados agujerearon el abrigo por su espalda, adornando siniestramente su columna vertebral. Aquello había dejado de ser humano y se había convertido en un monstruo verdoso, pestilente y con unas garras muy afiladas.


   Antes de que terminara la transformación, Bertram emprendió una carrera hacia su amigo con la intención de alejarle del peligro.

—¿Sabes qué? —preguntó Alger mientras Bertram se disponía a cargar con él—. Prefiero que me remates tú a que lo haga esa cosa. Así que, tómame aquí mismo.

—Calla, no es momento de bromear —le espetó Bertram muy nervioso y asustado agarrando a su amigo.


   Pero antes de que pudiera levantar a Alger del suelo, ya tenían encima a Volker. Sus largas piernas le habían permitido correr más rápido que Bertram. Seguramente, si éste no hubiese empezado a correr tan pronto como vio comenzar la metamorfosis de su enemigo, éste hubiera sido el primero en llegar hasta Alger.






   Desde abajo, Bertram y Alger contemplaban paralizados a esta bestia, que se frotaba los largos y puntiagudos brazos como si se tratara de una mantis religiosa. En esa situación, Bertram no fue capaz de esquivar una de esas zarpas y salió despedido a unos cinco metros de donde estaban. Al caer al suelo, dio varias vueltas hasta que fue capaz de frenarse. Alzó la vista y pudo contemplar cómo la bestia tenía sus cuatro extremidades clavadas en el suelo alrededor de Alger y que su cabeza se acercaba a la de su amigo peligrosamente.


   Se levantó del suelo para correr hacia ellos cuanto antes, pero Volker se interpuso entre él y su amigo.

—¡¡¡Lárgate!!! —le exigió Bertram a la bestia a todo pulmón, mientras a malas penas conseguía esquivar las puntas de hueso afiladas de sus brazos.


   Volker inclinó su cabeza hacia un lado y dejó de atacar a Bertram.

—¡Vete! —repitió Bertram, aún temeroso.


   Las patas traseras del monstruoso vampiro empezaron a retroceder, hasta que terminó por abandonar a ambos amigos dando pasos agigantados. Antes de que la oscuridad de la noche se lo tragara, aceleró su marcha alejándose a una velocidad increíble.

—Lo... ¿lo has espantado? —preguntó Alger perplejo ante esta repentina huida, después de haber estado a punto de ser devorado.

—Eso es lo que me hubiera gustado, pero me temo que no se ha ido por mí —contestó Bertram muy serio y levantando sus brazos con cierta resignación y a modo de sumisión.


   Detrás de Bertram aparecieron desde el interior de la oscuridad cuatro personas armadas con rifles apuntando hacia él. Por lo que pudo intuir, al menos dos de ellos también eran vampiros.

—No os mováis —advirtió el que parecía el líder del grupo mientras observaba a ambos sin dejar de señalarles con el arma.

—Como si pudiera salir corriendo... —contestó irónicamente Alger tomándoselo con algo de humor para intentar rebajar la tensión.

—Parece que ya está lejos —añadió otro de los hombres mientras miraba hacia la dirección por donde se había marchado Volker.

—Tú y tú, os venís con nosotros —indicó el líder con cierto tono chulesco—. Tenéis que contarnos quiénes sois, de dónde demonios habéis salido y qué quería ese monstruo de vosotros.

—Un momento. A él tenéis que llevarle a un hospital; ha perdido mucha sangre —les indicó Bertram señalando a Alger—. Yo...

—Esa bestia horrible... casi me deja seco de sangre —interrumpió Alger intentando cubrir la versión de su colega—. Menos mal que se ha ido gracias a vosotros.

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Llega el momento de decidir y en esa ocasión habrá que elegir qué información dará Bertram o no. Podéis elegir más de una opción, pero sólo una de cada pareja de opciones. ¿Qué contará Bertram cuando le interroguen?

A) Dirá que es Bertram Kastner
B) Dará otra identidad

C) Explicará que viene de Vennysbourg
D) Indicará otra ciudad de origen

E) Hablará de que es un vampiro recién convertido, pero que no sabe nada de su origen
F) Contará que está en misión secreta en Stuttgart y que no puede dar información

G) Admitirá que él mordió a Alger y le dejó así
H) Mentirá con que Volker mordió a Alger y bebió su sangre



Deja un comentario con las opciones elegidas e intenta detallarlas.





sábado, enero 16, 2016

Bertram Kastner (4) - Lo que vio mientras bebía su sangre

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It's all the same, only the names will change.
Everyday, it seems we're wastin' away.

   El teléfono empezó a sonar, mezclándose con la canción que se escuchaba en el equipo de música.

Another place where the faces are so cold.
I drive all night just to get back home.

   Los timbrazos continuaban acompañando al tema de Bon Jovi.

I'm a cowboy, on a steel horse I ride.
I'm wanted dead or alive.
Wanted dead or alive.

   Y, finalmente, saltó el contestador automático.

—Hola, soy Alger Furst, pero ahora mismo no puedo hablar contigo. Si quieres hablar con una máquina muy simpática, puedes hacerlo después de oír la señal.


Sometimes I sleep, sometimes it's not for days.
The people I meet always go their separate ways.

   Tras un pitido, comenzó a oírse a una mujer a través del altavoz del teléfono.

—Buenos días, Alger. Soy Gretchen, ¿cómo va todo? Me he tomado la libertad de comprarte un billete de avión para que vengas a Berlín el viernes al mediodía. Te lo he enviado hace un momento por correo urgente, para que lo tengas antes del viaje. Se trata de un asunto de...


   Alger descolgó el teléfono de su casa tras bajarle el volumen a la música.

—Buenos días, Gretchen. ¿A qué viene esta proposición indecente? No me digas que te has quedado embarazada y que vienes a reclamarme como padre de la criatura.

—Qué idiota... —resopló Gretchen ante el comentario de su interlocutor—. No, no estoy embarazada.

—¡Ah, entonces quieres que vaya para allá y que probemos suerte de nuevo! —le interrumpió Alger en tono burlesco.

—Eso siempre, mi muñequito rubito... Pero ahora no me interrumpas, ya que hay otra cosa muy importante que tenemos que hacer. Necesito que me ayudes a encontrar a Bertram.

—¿A Bertram? —preguntó sorprendido Alger—. Pero... ¿a Bertram? ¿Nuestro Bertram? ¿Bertram Kastner?

—Sí, ese Bertram —afirmó Gretchen resoplando por las vueltas que estaba dando—. Vino la semana pasada a Berlín para continuar trabajando en sus investigaciones. Pero de un día para otro desapareció y no he vuelto a saber nada de él. Lo último que me dijo fue que iba a quedar con un contacto para recabar más información.

—Aham —respondió Alger extrañado—. Y... ¿de qué trataba esa investigación? ¿Conoces a quién fue a ver?

—Tengo sus documentos y el resto de sus pertenencias, ya que los recogí al buscarle en el hotel donde se alojaba. Pero tampoco ha vuelto allí desde entonces. No tengo ni la más mínima idea de con quién se vio, pero por lo que he podido ver en sus notas, se estaba metiendo en un buen lío...

—Ya veo... —contestó Alger mostrando una exagerada indiferencia—. Pero si voy a Berlín, no es para estar buscando a Bertram, sino para estar a solas contigo... ¿Eres consciente de los compromisos que tendré que cancelar aquí por viajar el viernes?

—¿En serio que no te preocupa lo que le pueda haber pasado a tu amigo? ¿Y más después de lo de Irak? Bastante es que no te haya hecho venir antes —respondió perpleja Gretchen con notables signos de enfado—. No es normal que desaparezca así como así, sin avisar. Él no.


   Alger soltó una carcajada que molestó aún más a Gretchen.

—Pues no, no es normal que se vaya de Berlín sin despedirse de ti, con todo lo que hemos vivido juntos en nuestros años de universidad —respondió en tono divertido a Gretchen—. Alguna razón tendría y apuesto a que intentaste propasarte con él por enésima vez. Si quieres, le pregunto esta noche porqué huyó de ti; una pista, está felizmente casado.

—¿Cómo? ¿Has hablado con él? —preguntó sorprendida Gretchen.

—Sí, me llamó esta madrugada desde su casa, en Vennysbourg. Al principio fue un poco surrealista porque pensaba que Ingrid y él habían discutido. Pero por lo que escuché entre líneas, es por temas de trabajo. Me comentó que a última hora de hoy llegaría a Stuttgart y me pidió alojarse unos días aquí, en mi apartamento —añadió Alger en tono burlesco mientras se sentaba en su sofá—. ¿Te quieres venir y pedirle explicaciones? Eso sí, todas las proposiciones indecentes me las haces a mí.

—No lo entiendo, aquí está pasando algo raro —admitió Gretchen perpleja—. Voy a llamarle yo ahora mismo.

—Me dijo que no iba a estar localizable el resto del día y que ya nos veríamos en Stuttgart esta noche —añadió Alger.

—Entiendo —contestó Gretchen algo desconcertada—. Al menos sabemos que se encuentra bien. Aunque no deja de ser extraño cómo ha abandonado Berlín.

—Tú tranquila, luego le hago el tercer grado para que me explique lo de su espantada... y mañana te pongo al día... —bromeó Alger, intentando devolverle el ánimo—. O cuando vaya a verte a Berlín el viernes. ¿Sigue en pie la invitación?

—Esto..., mejor llamadme esta noche cuando llegue Bertram —insistió Gretchen—. No voy a poder aguantar hasta mañana. Ah, y de lo de venir el viernes, olvídate. Voy a cancelar el billete de inmediato.


   Hubo unos segundos de silencio en los que Alger no respondió.

—Vamos, mi muñequito rubito. ¿Tanta ilusión te hacía lo de viajar aquí que te has enfadado y no me dices nada? —le pinchó Gretchen de forma pícara—. Voy a ver si puedo viajar yo para allá.

—... Perdona..., Gretchen. No... no me encuentro... bien... —titubeó Alger mientras se le escurría de las manos el auricular del teléfono y éste caía al suelo.


   La visión de Alger se había vuelto borrosa y el hormigueo que notaba en las sienes estaba mareándole. Se tocó el lateral del cuello con sus dedos y, antes de desplomarse y perder el conocimiento, pudo verlos empapados de sangre.








   Bertram volvió en sí. En ese momento fue consciente de que estaba clavando sus colmillos en el cuello de su amigo y de que su sangre estaba fluyendo a borbotones hacia su garganta, al igual que le ocurrió la noche anterior. A pesar del deseo de seguir bebiendo, escondió los colmillos. Al retirarse, lamió instintivamente las gotas de sangre que aún le salían de los dos agujeros del cuello. Se irguió levemente, aún quedando agachado cerca de Alger, que estaba tendido en el suelo. En una especie de shock, su amigo tenía la mirada perdida y su cuerpo se movía a base de espasmos. Se fijó en el cuello, donde ya no estaban los dos agujeros provocados por sus colmillos. Aunque todavía quedaba algún rastro de sangre.

—¿Cómo he podido hacerle esto a Alger? —pensó horrorizado Bertram—. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí, si hace un instante estaba allí atrás hablando con ese individuo. Creo recordar que me ha clavado algo en la espalda y después... Después... Han llamado por teléfono a casa de Alger. Era Gretchen quien llamaba. Alger estaba allí... y hablaban sobre mí. Gretchen estaba preocupada por mi desaparición en Berlín. ¿Estuve en Berlín? ¿Qué iba a hacer allí? No, no puede ser. No he estado en Berlín estos días. Es una alucinación.


   No comprendía cuánto de real o imaginario tenía lo que acababa de presenciar en su mente, aún alborotada por una sucesión de imágenes y pensamientos.

—Pero era como si lo que he presenciado hubiera ocurrido esta misma mañana —continuó debatiendo consigo mismo—. Alger sabía que yo estaba bien. Bueno, hasta cierto punto. Y le contaba a Gretchen que yo había contactado con él, consiguiendo tranquilizarla. Pero después, Alger se ha desmayado. Había perdido mucha sangre por las herida del cuello. Como ahora. ¿De verdad ha ocurrido esto?


   Salió de su estado de divagaciones justo cuando Alger logró reaccionar, fijando sus ojos en él. Temblando y tras varios intentos, consiguió articular una palabra.

—Ayuda... —le susurró Alger, indicándole con la mirada algo que estaba ocurriendo tras Bertram.

—Tu amigo puede hacer muy poco por ti, insignificante mortal —le contestó el otro vampiro, quien se encontraba apoyado en el árbol más cercano.


   Bertram no se lo esperaba tan cerca y se sobresaltó, aunque permaneció agachado junto a Alger.

—En cambio, usted ha sido tan amable brindándome la oportunidad de terminar con su presa. Ha sido un gesto que no me esperaba —confesó, dirigiéndose ahora a Bertram—. Cuando le vi abalanzarse sobre este recipiente con tanta ansia, creía que me había excedido provocándole. Incluso llegué a pensar que yo sería el siguiente.


   Volvió a soltar una inquietante carcajada, durante la cual, ambos amigos pudieron observar al extraño más de cerca. De las largas mangas de su abrigo asomaban sus manos, algo escuálidas. La muñeca del brazo que tenía apoyado en el árbol no era normal. Era como si el cúbito fuera más largo que el radio y le sobresaliera por la articulación.

—¿Con eso me había golpeado antes? —razonó Bertram, intentando palpar en su espalda la zona donde sentía el dolor propio de un pinchazo.


   En cuanto a su cara, tenía los pómulos desplazados, provocando que la parte inferior de la cabeza fuera más alargada y que su boca estuviera estirada verticalmente.

—¿Podría retirarse unos pasos más allá? —preguntó cortésmente a Bertram, indicándole que se apartara y le dejara vía libre para alimentarse de Alger—. Necesito mi propio espacio para disfrutar de este momento. Luego continuaré atendiéndole a usted y haremos las presentaciones pertinentes.


   Alger estaba aterrorizado, no se encontraba en condiciones de huir. Era consciente de que su única salvación era Bertram, o lo poco que quedara de él. Sí, aquel que le había dejado en aquella situación. Éste giró la mirada hacia Alger, al mismo tiempo que éste también apartaba su vista del otro vampiro para responderle con la mirada a su amigo.



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Llega el momento de elegir cómo continuará esta situación. ¿Qué decidirá Bertram ante la petición del otro vampiro?

A) Se aparta, dejando que el extraño se acerque y termine de alimentarse de Alger para complacerle.

B) Carga su ira contra el vampiro. Detallar con alguna de estas 3 opciones: intentando intimidarle, o dándole la orden de que se marche, o lanzándose a golpearle. O alguna de vuestra invención.

C) Prefiere ser él quien vacíe de sangre a Alger. No le hace caso y vuelve a alimentarse delante de él.

D) Con una velocidad sobrehumana, carga con Alger y huye hacia el hospital más cercano.



Deja un comentario con la opción elegida y, opcionalmente, detalla tu respuesta.







domingo, enero 10, 2016

Bertram Kastner (3) - El buen anfitrión

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.







—No podemos ir a tu casa de momento —anunció Bertram acercándose a Alger—. No hasta que averigüemos quién nos está vigilando.

—Así que por eso estás tan tenso —le confesó un perspicaz Alger a la vez que le entregaba la maleta—. Vale, veamos a quién has molestado esta vez. ¿Cuántos son y por dónde están?

—Por lo menos es uno, no sé si habrán más —contestó Bertram mientras empezaba a caminar hacia el lugar donde vio fugazmente al extraño personaje—. No sé quién puede ser, pero podría ser peligroso para ti.

—¿Y en vez de para mí, no será peligroso para ti? —se jactó Alger sin poder evitar soltar una carcajada—. Yo aún conservo mi instinto de supervivencia; no como tú. ¿O hace falta que te recuerde todas las vidas que me he dejado a lo largo del planeta?


   Bertram no pudo evitar sonreír al aceptar que Alger tenía razón en aquello. Por su trabajo de reportero, había estado en numerosos hervideros de conflictos y catástrofes a lo largo del mundo durante estos años. La última vez que estuvo en Irak, se le llegó a dar por muerto debido a que durante varios días desapareció en una ciudad que fue invadida. Esperaba ansioso a que le volviera a contar cómo logró escapar vivo de allí. Y hacía poco tiempo, trabajó cubriendo el último atentado terrorista ocurrido en París, cuando nadie más había tenido el valor de ir hasta allá. Seguro que esa noche le podría ser de mucha ayuda; y más, jugando en casa.

—Si te están vigilando sólo a ti, es mejor que nos separemos —le sugirió Alger—. Yo me mantendré a una distancia prudencial para observar sin ser visto.

—Nos reuniremos aquí en una hora si no nos encontramos antes —estableció Bertram mirando su reloj—. Lleva mucho cuidado, amigo.

—Mejor dicho, que ellos tengan cuidado con nosotros —replicó un Alger ansioso de emociones, dándole la mano y despidiéndose como si nunca más se volvieran a ver—. El Escuadrón Stuttgart vuelve a la carga.


   Conforme éste se alejaba, Bertram miró a su alrededor, intentando decidir hacia donde serían sus próximos pasos. Se esforzó por revivir la visión de las ovejas, pero eso no le llevó a nada. Sin embargo, sí que notó cierta curiosidad por cruzar la calle, como si hubiera algo que le invitara a ir hacia allá.

   Después de llegar al otro lado de la calzada, continuó deambulando por las calles, sin rumbo fijo, pero como si supiera con quién tenía que encontrarse. Dejó atrás el recinto universitario y se adentró en un área residencial con varias zonas de jardines y pequeños bosques. Había muy poca gente despierta cerca, pero podía sentirlos a todos, incluso a Alger, que debía estar siguiendo sus pasos.






   Sin embargo, comenzó a percibir cada vez más cerca a alguien muy distinto a los demás. Alguien más frío que el resto de los que estaban a su alrededor. Alguien del que no podía oír el ritmo de sus latidos del corazón. Alguien que todavía tenía algunos rastros del misterioso halo rojo. Había dado con el lobo de su visión. O más bien, sin saberlo, había ido hacia donde éste quería llevarlo.

   Bertram se adentró entre el conjunto de árboles del parque, donde estaba su objetivo. Al estar apartados de las farolas, a duras penas podía distinguir sus rasgos. Sí que pudo observar que era un hombre alto, de pelo corto y envuelto en un abrigo largo y oscuro.

—Buenas noches y bienvenido a Stuttgart, joven visitante —saludó la misteriosa persona—. ¿Sería tan amable de contarme qué ha venido a hacer aquí?

—¿Quién te crees tú para acecharme y después preguntarme eso? —replicó Bertram molesto por el tono tan rimbombante de la pregunta—. No es de tu incumbencia.

—Claro que lo es —respondió mientras comenzaba a caminar alrededor de Bertram—. Usted ha venido hasta mi despensa y quería tomar prestado uno de mis manjares sin habérmelo consultado antes.

—¿Manjares? ¿Qué manjares? ¡Son personas! —gritó ofendido Bertram en cuanto se percató de que se refería a los transeúntes junto a la estación.


   El extraño soltó una carcajada.

—¿Todavía no ha superado esa fase? Su bestia interior no piensa lo mismo que usted. Y seguro que pronto estará hambrienta.


   Algo empezaba a hervir en el interior de Bertram conforme el otro vampiro se le acercaba, mientras seguía rondándole realizando círculos. Era una mezcla de cólera y de la sensación de sed que experimentó la noche anterior al despertar.

—Tranquilo, ya que ha venido hasta mi ciudad, seré amable y le permitiré echar un trago por esta noche —añadió el inquietante vampiro—. De lo contrario, no sería un buen anfitrión, ¿no es cierto? ¿Será usted un huésped ejemplar?


   Desde la noche pasada en que Bertram despertó siendo un vampiro y bebió la sangre del primer viandante con el que se cruzó, no había vuelto a alimentarse. Sentía como estaba casi vacío de ese líquido vital y que necesitaba saciar su sed más pronto que tarde. Pero le frenaba el miedo y el horror que le producía el poder matar a una persona por beber su sangre.

—Vamos, aproveche esta oportunidad que le brindo. Precisamente, tenemos un voluntario por aquí que se ha prestado para la ocasión —anunció señalando hacia uno de los árboles del parque.


   Tras él, se encontraba Alger, que había llegado escasos momentos antes a la reunión. Bertram dirigió la mirada hacia el árbol que le indicaba con su huesudo apéndice de la mano, pudiendo ver la cara de extrañeza de Alger. Mientras, el vampiro se había acercado lo suficientemente a Bertram como para darle un empujón hacia donde estaba su amigo.

   Pero no se trató de un simple toque. Durante el corto instante que supuso el contacto entre ambos vampiros, algo en su interior se despertó.








Llega la hora de decidir. Toda esta tensión provoca que Bertram haga algo de forma irracional. ¿Qué acción realizará inmediatamente?

Elige una de estas opciones:

A) Irá hacia donde está Alger, lo agarrará y empezará a beber su sangre.

B) Correrá hacia Alger decidido a beber su sangre, pero en el último momento frenará.

C) Se revolverá contra el vampiro para darle una patada.

D) Saltará hacia el vampiro con la intención de beber su sangre.



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domingo, enero 03, 2016

Bertram Kastner (2) - La visión de los cazadores

Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.




   Casi era medianoche cuando el tren en el que viajaba Bertram entraba en la estación de Stuttgart. Al incorporarse de su asiento para recoger su maleta, no pudo evitar verse reflejado en el cristal de la ventanilla. Ya no era la misma persona que la última vez que coincidió con Alger. Ni siquiera era el mismo hombre que era hace menos de una semana. Aún peor, ya no era una persona. ¿Notaría Alger esta diferencia?


   Decidió que de momento no le contaría nada a su amigo sobre el gran cambio que había sufrido, aunque sí que pretendía ir preparándolo para darle esa noticia más adelante. Alger no se caracterizaba por guardar pequeños secretos, ya que incluso los aireaba y los utilizaba como mofa. Pero cuando se le contaba algo más serio o de vital importancia, se convertía en una tumba. Incluso, era un maestro jugando al despiste y desviando la atención de los curiosos para que la información quedara lo más enterrada posible.

—Señor, ¿va a salir? —refunfuñó un viajero a su lado—. No tenemos toda la noche para estar esperándole.


   Bertram despertó de sus pensamientos y se dio cuenta de que el pasillo de un vagón de tren lleno de gente ansiosa por salir no era el mejor lugar para detenerse a reflexionar.

—Oh..., sí, sí. Discúlpeme —respondió Bertram sin poder sonrojarse de vergüenza como lo haría cualquier mortal.


   Agarró su maleta y salió hacia el andén. Tras cruzar el edificio de la estación, se dirigió hacia la puerta principal y llegó a la calle.


   Ya en el exterior, observaba cómo la gente subía a sus vehículos y a los taxis, que gradualmente iban abandonando los alrededores de la estación. Pero no había rastro de Alger. Apoyado en la pared, empezó a fijarse en los transeúntes que pasaban de un lado para otro delante de sus ojos. Al poco, estas personas se convirtieron en exquisitos platos de alta cocina listos para servir, llevados por gráciles camareros que pasaban fugazmente y cuyo aroma le hacía la boca agua. Sacudió la cabeza para quitarse esa estúpida idea, pero no tardó en volver a ocuparla con una visión más absurda y salvaje todavía.


   La gente de alrededor se había convertido en ovejas que paseaban alegremente y pastaban en un prado. Al principio, esa visión le hizo gracia; hasta que advirtió que él no era el pastor de esos animales, sino el lobo que estaba eligiendo a su presa.





   Lentamente, como lobo empezó a caminar hacia un grupo numeroso de ovejas en el que había una más apartada y distraída del resto. Aunque parecía que las ovejas ignoraban la presencia del lobo, éstas iban haciéndole un pasillo hacia la oveja que más le estaba llamando la atención. Conforme se adentró en el grupo, empezó a sentir los latidos del corazón de sus presas, que en conjunto parecían el resonar de unos tambores. El sonido se hizo más intenso conforme se acercaba a la oveja distraída.


   Pero de repente, en lo alto de una colina cercana apareció la silueta de otro lobo clavando su mirada en él. Los dientes de su boca abierta le estaban dejando claro que esas ovejas le pertenecían y que no las iba a compartir con él. El lobo sentenció la situación dando un aullido intenso que estremeció a un aterrado Bertram.


   En ese instante, toda esa visión se esfumó, dando paso al mundo real. Las ovejas volvieron a ser personas, ajenas a toda la escena del prado. Y en el lugar donde había aparecido el lobo rival, se encontraba una persona envuelta en un halo rojo intenso, mirándole fijamente al igual que lo hacía en la ensoñación. Tal era la tensión que le producía, que se giró sobresaltado al notar una palmada en la espalda de su amigo Alger.


   Tras un momento de dudas, sintió alivio al comprobar que era él. Mientras se fundían en un afectuoso abrazo, aprovechó para volver a mirar hacia donde estaba aquel misterioso personaje. Pero ya no de encontraba allí.

—Me alegro de verte, Bertram —le comentó Alger una vez que terminaron de saludarse—. Estás helado de frío. Espero no haberte hecho esperar demasiado.

—Yo también me alegro de verte, Alger. Ya era hora de volver a vernos —respondió Bertram intentando aparentar la mayor naturalidad posible.

—Pues bienvenido de nuevo a Stuttgart. Aunque a estas horas que llegas, poco se puede hacer por aquí. ¿Has cenado algo durante el viaje? —preguntó Alger.

—No, no he comido nada. Pero se me acaba de quitar el hambre —alegó Bertram mientras buscaba con la mirada a la persona que identificaba como el lobo—. A estas horas, ¿quién va a tener hambre ya?

—Venga, pues vamos a por el coche para que te puedas instalar en casa y así ponernos al día —añadió Alger mientras cogía la maleta que había junto a la pared de la estación—. Yo tengo muchas cosas que contarte y seguro que tú a mí también.



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Y llega el momento de decidir. ¿Qué planes tiene Bertram para esa noche tras lo que acaba de presenciar?

Elige una de estas cuatro opciones.

A) Decide ir en busca de la extraña persona que acaba de ver, dejando tirado a Alger.

B) Le cuenta a Alger que alguien les está observando y le convence para que vayan los dos a buscarlo.

C) Piensa que ya está envuelto en un problema muy gordo como para meterse en otro más y se van a casa de Alger.

D) Da por finalizada su visita a Stuttgart, queriendo coger un tren que le lleve lejos de allí y de la aterradora persona del halo rojo.



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* Sólo se tendrán en cuenta los comentarios no anónimos








domingo, diciembre 27, 2015

Bertram Kastner (1) - El precio de una nueva vida

Esta es la historia de Bertram Kastner, un periodista de investigación cuya vida da un giro radical, sin recordar nada sobre el origen de ese gran cambio. Para no poner en peligro a su familia y averiguar más sobre lo que le ha ocurrido, el protagonista decidirá alejarse de su hogar. Aunque pronto descubrirá una sociedad que ha permanecido secreta durante siglos que podría darle las respuestas que necesita.

Al ser un relato interactivo, los lectores pueden influir en la toma de decisiones del protagonista, participando con sus votos y comentarios en el devenir de la historia y en el éxito o fracaso de sus personajes.


También puedes encontrar y participar en esta historia en Twitter y Wattpad.



 Tendido boca arriba en el rincón de un polvoriento y ruinoso atrio, el magullado cuerpo del periodista e investigador Bertram Kastner yacía inmóvil. Cualquiera que presenciara aquella escena no dudaría ni un segundo en darlo por muerto; en parte, lo estaba. Lentamente, los dedos de las manos comenzaron a arquearse; temblorosos, sus movimientos iban cada vez a más, llegando a trasladar su tensión a los músculos de los brazos. Sus piernas no tardaron demasiado en mostrar síntomas de vida, quedando una de ellas con la rodilla flexionada.


 Como si despertara con la resaca propia de una noche muy extensa y movida, Bertram exhaló un quejido casi inaudible. Finalmente, abrió los ojos. Aún confuso y todavía asimilando los coletazos de la pesadilla que le había atormentado durante los últimos minutos, se incorporó con cierta dificultad. Desde esa posición, comenzó a analizar todo lo que había a su alrededor.

—¿Qué es este sitio? ¿Cómo he llegado hasta aquí? 


 Sentado en el frío suelo cubierto de suciedad, escombros y cristales, contempló minuciosamente las paredes y ventanas de lo que parecía el patio interior de un edificio en ruinas. Sin embargo, su cabeza no colaboraba al intentar recordar algo que le sirviera de explicación a cómo había llegado hasta allí. De repente, sintió una sensación de angustia. Pegó sus manos contra el pecho y se percató de que había algo que no iba bien.

—No... no está latiendo... ¿Qué le ocurre a mi corazón?


 Rápidamente, se desabrochó la parte superior de su camisa y, sin encontrar ninguna herida o cicatriz, deslizó sus dedos por la piel en busca del más mínimo atisbo de ritmo cardíaco. No tardó en descubrir que su cuerpo ya no irradiaba el calor propio de un ser vivo, tal y como había venido percibiendo en sus más de treinta años de existencia. Para más inri, también echó en falta los movimientos que todo ser vivo realiza de forma automática para respirar.

—¿Qué clase de pesadilla es esta? Es como si estuviera muerto en vida...


 Agitado e inspirando aire de forma exagerada a la vez que inútil, buscó desesperadamente un trozo de cristal de entre todos los que había a su alcance que fuera lo suficientemente grande como para poder ver su reflejo en él. Disponiéndolo frente a sí mismo, consiguió visualizar un leve destello de su rostro en medio de toda aquella negrura.

—No parece que me haya convertido en un espíritu... ni tampoco en un monstruo o un muerto viviente... —caviló sin dejar de analizar el aspecto de su cara, influenciado por las efímeras imágenes que recordaba de la pesadilla que vivió antes de despertar.


 Después de tragar saliva y hacer varios amagos, reunió el valor suficiente para hundir una de las puntas del cristal en la palma de su mano. A la misma vez que experimentaba un dolor punzante propio del corte que se estaba provocando, un fino hilo de sangre empezó a brotar. Bertram soltó el cristal, quedando absorto con la visión del líquido carmesí que de allí manaba. Instintivamente, acercó su boca hacia la herida, absorbiendo y lamiendo todo rastro del plasma rojizo. De manera inmediata, la hemorragia cesó, sin quedar rastro del tajo ni de cicatriz alguna.


 Sin embargo, ese gesto también supuso la desaparición de la conciencia del periodista, quedando relegada a un irrelevante segundo plano. En su lugar, una mentalidad salvaje y primigenia tomó las riendas de su ser, alimentada por el instinto que lleva a todos los animales a buscar sustento con el que sobrevivir. Desbocado ante un dolor abrasador en su garganta y como si se tratara de una bestia enjaulada, comenzó a recorrer el atrio de un lado a otro sin encontrar ninguna abertura además de la que le permitía contemplar el cielo, a más de quince metros de altura. Tras reparar en un portón de madera desvencijada y anudado con una cadena oxidada, no dudó en embestir hacia él para atravesarlo violentamente, provocando una lluvia de astillas y retazos de madera.


 Excitado por su gesta y aumentando sus ansias por seguir bebiendo otra sangre que no fuera la suya, se dio una tregua en mitad de la parte interior del inmueble. La oscuridad en torno a él estaba cortada por unos atrevidos halos de luz que entraban a curiosear a través de unas ventanas mal tapadas por tablas desgastadas de conglomerado. Concentrado en su posición, hasta sus oídos llegaba un ritmo constante y acelerado que se asemejaba al redoble de un tambor de guerra. Ayudado por un sentido sobrenatural hasta entonces desconocido para él, pudo identificar el latido del corazón de alguien que trotaba a escasa velocidad por la calle aledaña. Tras calcular el momento preciso en que debía hacerlo, arrancó a correr hacia el ventanal más desprotegido para estrellarse y saltar a través de él. Ya en el exterior del edificio, se abalanzó sobre el sorprendido deportista, quien quedando paralizado ante tal aparición, no llegó a identificar con claridad lo que se le venía encima.


 Rodeando el cuerpo de su víctima con los brazos, como si de una serpiente se tratase, Bertram le hincó sus afilados colmillos en el cuello, quedando ambos de rodillas en plena calle. A través de la perforada yugular, la sangre escapaba a toda presión, inundando la boca del poseído periodista, totalmente ajeno al acto que estaba perpetrando.


Mientras tanto, su mente le llevó a un lugar que no tardó en reconocer. Se encontraba rodeado por un constante griterío de niños, frente al colegio donde estudiaba su hijo. Aunque no acertó a verlo entre la multitud, eso le permitió recobrar la consciencia sobre sí mismo.


 Sintió una horrible sensación al verse enganchado del cuello de otra persona, a pesar de estar disfrutando del sabor de su sangre. Hizo varios esfuerzos por retirarse hacia atrás, pero el ansia por seguir bebiendo frenaba sus intenciones. Tras una dura pugna con su bestia interior, consiguió extraer sus colmillos mientras que con la lengua lamía la piel y limpiaba los restos de plasma sanguíneo. Tomó algo de distancia, desde la que pudo presenciar cómo su víctima se retorcía de dolor sobre las baldosas del suelo.

—¿Qu-qué es lo que he hecho? —Bertram se acercó a su víctima para comprobar en qué estado se encontraba. Pero con un nuevo envite de desenfreno, se vio tentado de volver a morderle el cuello.


Se levantó de un salto para evitar otro ataque en contra de su voluntad. Fue en ese momento cuando descubrió que, fruto de ese desenfreno, tenía una buena parte de su camisa empapada de sangre.

—¿En qué clase de monstruo me he convertido? —Su cuerpo temblaba al pensar en lo que era capaz de hacer si perdía el control.


 Miró otra vez a su víctima, la cual agonizaba hacia a una muerte irremediable. Se sentía en la obligación de hacer algo por salvarle, pero cada vez que hacía el amago por acercarse sentía el deseo de seguir bebiendo su sangre. Intentó encontrarle sentido a la visión que había contemplado frente a la escuela de su hijo, pero solo logró preocuparse por el peligro que él mismo suponía para sus seres queridos.

—Siento dejarte así. Pero he de averiguar qué me ha ocurrido y evitar hacer daño a más gente inocente como tú —se lamentó Bertram, dando varios pasos hacia atrás a la vez que comprobaba que no había nadie por los alrededores.


Bertram emprendió la huida, deteniéndose en la cabina telefónica más cercana. Desde ahí llamó al servicio de emergencias con la esperanza de que pudieran hacer algo por salvarle la vida a aquel hombre. Aunque aquello no le sirvió para tranquilizar del todo su conciencia.


 Continuó recorriendo el camino a casa a toda velocidad y enseguida reconoció las calles de su vecindario, hasta plantarse antes de lo previsto frente a su hogar. Era consciente del peligro que suponía para su propia familia, pero tenía que cambiarse de ropa y limpiar todo rastro de sangre de su cuerpo para ocultar el crimen. A esas horas, su mujer y su hijo debían estar durmiendo, por lo que si no hacía ruido, podría minimizar el riesgo de que se acercaran a él.


 Al sacar de su bolsillo el manojo de llaves y ver la de su coche, se percató de que éste no se encontraba aparcado en el espacio del jardín reservado para ello.

—¿Dónde está el coche? Lo necesito para irme de aquí cuanto antes... —se cuestionó sorprendido por la ausencia de su vehículo.


 Pero un dolor repentino y punzante le agujereó la cabeza, provocando que cayera de rodillas junto al felpudo de la entrada. Se echó las manos sobre la frente para intentar contener esa sensación, hasta que ésta desapareció; de la misma forma que lo hizo el pensamiento de que su coche debería estar allí.


 Cuando consiguió reponerse, recogió las llaves del suelo y se centró en acceder a su hogar sigilosamente. Una vez dentro, se dirigió al piso superior para echar un vistazo a las habitaciones donde debían estar su mujer y su hijo durmiendo. Sin embargo, su familia no estaba allí. Antes de llegar a preguntarse el porqué de esa ausencia, el recuerdo de verlos preparar las maletas para partir a casa de sus suegros brotó en su mente.

—Qué extraño es todo esto, si sólo van a casa de los padres de Ingrid cuando yo tengo que irme de viaje por trabajo. Juraría que hace un rato ellos estaban aquí y yo sólo he salido para tirar la basura. ¿En qué momento he llegado a ese edificio en ruinas...? —intentó razonar Bertram bastante confundido, justo antes de desmayarse debido a otro repentino episodio de dolor intenso en su cabeza.


 Al cabo de unos minutos, despertó sin darle mayor trascendencia a su desvanecimiento, pero con una idea rondando sus pensamientos: abandonar la ciudad de Vennysbourg antes de que su familia regresara a casa. Era innegable que había sido convertido en algo que coincidía con muchas de las descripciones atribuidas a los vampiros en la ficción. Y por lo que ya había comprobado, iba a ser demasiado complicado hacer una vida normal en familia.

—Debo averiguar qué me ha ocurrido, por si hubiera alguna manera de revertirlo y poder volver a la normalidad. Pero aquí no, he de hacerlo en otro lugar.


 Se levantó del suelo del pasillo sobre el que estaba recostado y deambuló hacia el cuarto de baño para limpiarse todo resquicio de sangre de su cacería previa. En cuanto terminó de asearse y de vestirse con una nueva muda, encendió la chimenea del salón. Se sorprendió a sí mismo al mostrar un temor inusual ante el fogonazo que pronto comenzó a consumir la leña. Recordó haber visto en alguna que otra película que, además de por la luz del Sol, los vampiros podían morir al prenderse y arder por el fuego. Con cautela y desde una distancia prudencial, arrojó la camisa manchada para que la lumbre la redujera a cenizas.


 Mientras esperaba a que las llamas hicieran su trabajo, consultó la hora echando un vistazo a su reloj de pulsera. Sin embargo, no le convenció que fueran casi las nueve de la noche tal y como indicaba el artilugio, por cómo recordaba haber visto de vacías las calles. Decidido a resolver esa incertidumbre, se encaminó hacia el despacho para cotejar el tiempo con el reloj de pared que se encontraba allí. Éste marcaba las seis menos dieciocho minutos de la mañana.

—Esto me parece más razonable, aunque no me da margen para encontrar otro lugar a donde ir antes de que amanezca —murmuró mientras ajustaba las manecillas de su muñeca.


 Mirando de soslayo hacia la mesa, reparó en un folio que incluía trazos de colores diversos y alegres. Ya era tradición para Bertram el encontrarse con uno de los dibujos de su hijo al volver tras varios días de viaje por trabajo. El niño utilizaba hojas de papel con agujeros perforados en el margen para poder añadir sus obras anillándolas al calendario de escritorio de su padre. Y siempre tenía el detalle de dejarlos sobre el día en el que éste tenía prevista su vuelta. Sonriendo al verse representado en el dibujo, contempló cómo aparecía agarrando la bicicleta que llevaba el pequeño. Leyó la petición que éste le hacía para que le enseñara a ir sin ruedines tras su retorno. No pudo evitar reírse al ver cómo esos accesorios que tanto avergonzaban al niño aparecían señalados por una flecha y aparecían arrumbados en mitad de la calle. Aunque su semblante se tornó triste y serio en cuanto fue consciente de que no podría disfrutar de aquella experiencia con su hijo.

—No entiendo porqué me ha hecho este dibujo, si no he salido de viaje... —se planteó conforme notaba cómo la cabeza le daba vueltas y le dolía de nuevo—. Sea como sea, no me pueden encontrar aquí cuando vuelvan. De lo contrario, me será complicado justificar mi marcha.


 Preocupado por el bienestar de su familia, echó un vistazo al día que marcaba el calendario. Como si se le acabara de encender una bombilla, alcanzó una de las agendas apiladas en su mesa y comenzó a hojearla mientras rodeaba el escritorio. Tras tomar asiento, descolgó el teléfono y marcó el número de su amigo Alger Furst, antiguo compañero de facultad y del servicio militar. Seguramente, éste no tendría reparos en darle alojamiento durante varios días en su casa de Stuttgart. Y, por descontado, no sería tan vulnerable como sí lo era su familia ante una eventual pérdida de control en favor de su bestia interior.


 Tras acordar con él en viajar tomando el primer tren nocturno hacia su ciudad y verse en la estación tras su llegada, Bertram se despidió y colgó el auricular. Pensativo, giró el sillón y dirigió la mirada hacia una de las estanterías colmadas de libros. Localizó un par de su interés y los dejó sobre el escritorio. Rápidamente, tras mirar de nuevo su reloj, recorrió toda la vivienda, cerrando las cortinas para mitigar la entrada de la luz solar una vez que amaneciera. Preparó una maleta mediana con un par de mudas de ropa y algunos cuadernos, como su agenda. Por último, llevó varios de los cojines del sofá y los libros que había elegido al cuarto de aseo donde se encerró.


 Allí permaneció durante toda la mañana y tarde, resguardado y a salvo de los rayos del Sol. A pesar de encontrarse aletargado y cansado, le costaba pegar ojo. Y cuando conseguía hacerlo, no tardaba en despertar sobresaltado por las pesadillas en las que se veía envuelto; algunas de ellas involucrando también a su mujer, a su hijo, al hombre que atacó e incluso a su amigo Alger. El resto del tiempo, lo consumió devorando una novela de John William Polidori, sintiéndose horrorizado con la idea de convertirse en alguien tan cruel como Lord Ruthven, uno de sus protagonistas. A su mente volvió la imagen del desconocido al que había desangrado la noche anterior, lamentando su deleznable comportamiento al salir huyendo de aquella escena.

—Debo evitar que haya más víctimas. Necesito volver a ser el que era y salir de este mal sueño en el que me encuentro.


 Conforme se acercaba la hora de la puesta de Sol, aumentaba la frecuencia con la que Bertram consultaba el reloj de su muñeca. Generalmente, su mujer e hijo volvían sobre las siete de la noche las veces que pasaban un tiempo en casa de sus suegros. Tras guardar los dos libros que tenía consigo en la maleta, se dispuso a abandonar su refugio. Cautelosamente, abrió la puerta del cuarto, sintiéndose aliviado de que su reloj no le hubiera vuelto a jugar una mala pasada. Sin pensárselo dos veces, abandonó su improvisado dormitorio y procedió a dejar las cortinas de toda la casa como estaban originalmente. También devolvió los cojines del sofá a su sitio y retiró los restos de ceniza de la chimenea. Terminando en el despacho, volvió a dejar dentro de las anillas de su calendario el dibujo de su hijo. Sin embargo, tras una breve reflexión, recapacitó y decidió incorporarlo a su equipaje.

—Algún día volveré. Os quiero mucho —se despidió de su familia dedicándole unas palabras a la fotografía enmarcada sobre el escritorio, deslizando sus dedos con cariño por los rostros de su mujer y de su hijo.


 Con todo su pesar, abandonó el hogar y se alejó con premura. A una distancia prudencial, echó un último vistazo atrás, reanudando su marcha antes de que pudiera arrepentirse de su dura elección.

*****



 Durante gran parte del trayecto en tren, estuvo lamentándose de no haber podido abrazar una vez más a sus seres queridos o al menos, haberles dedicado un simple adiós. Aún guardaba la esperanza de curarse de aquella maldición y en no llegar a convertirse en un monstruo incontrolable que pudiera dañarles.








Ahora os toca a vosotros tomar una decisión. ¿Debe Bertram desvelar que es un vampiro a su amigo Alger cuando llegue a Stuttgart?

Hoy, tres opciones:

A) Sí, piensa que eso facilitará las cosas ya que va a acogerlo en su casa.
B) No, aunque irá preparando a Alger para cuando llegue el momento de contárselo.
C) No, nadie debe saberlo. Pero necesitará darle una excusa de su viaje.

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Nos vemos en Stuttgart.

Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...