domingo, marzo 13, 2016

Bertram Kastner (12) - La persecución persistente

Bertram Kastner despertó días atrás siendo un vampiro y sin recordar nada de lo que ocurrió. Huye de su vida como mortal para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. En su intento de huida junto a Trebet y Erika, se ha encontrado con Niels Rainath, interesado en su identidad.

Esta es la 12ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. Y también en Twitter.


—Soy Bertram Kastner —contestó de forma desafiante—. ¿Y tú eres...?


   Niels Rainath se echó a reír, soltando una sonora carcajada mientras comenzaba a aplaudir de forma pausada y estridente.

—Me estáis tomando el pelo, ¿verdad? —dijo Niels mirando incrédulo a Garet y al resto de vampiros de la sala—. El hombre más buscado del momento en esta Alemania y en parte de la otra, y lo teníais vosotros aquí mismo. Para colmo, me lo habéis traído en bandeja. ¿Dónde está el truco?

—¿Por qué buscan a ese tal Bertram Kastner? —le preguntó Garet intentando averiguar el motivo de tanto interés por su invitado.

—Digamos que conoce cierta información de gran relevancia —le respondió Niels acercándose a Bertram lentamente mientras que lo inspeccionaba con su mirada—. ¿No es así, señor Kastner?


   Trebet, que seguía cerca, se interpuso en su camino.

—No des ni un solo paso más —le amenazó el corpulento vampiro.

—Aparta —le ordenó Niels haciendo un gesto con la mano, cargado de cierto desdén.

—¡¡Aghhhh!! —gritó Trebet con rabia mientras se echaba hacia un lado en contra de su voluntad.

—¡Niels, no te permito que utilices tus poderes sobre mi gente! —exclamó Garet con un notable enfado.

—Te recuerdo que tus hombres me deben lealtad y obediencia. Ahora estoy al mando de esta ciudad, ¿o es que ya lo has olvidado? —contestó Niels clavándole la mirada a Garet mientras esbozaba una inquietante sonrisa.

—No voy a reconocer tu autoproclamación como regente de Stuttgart. Da por hecho que el Cónclave nunca ratificará la ausencia de Roderick como un abandono de su cargo —añadió Garet mientras se abalanzaba sobre Niels—. ¡Él me puso al mando de este Elíseo y así seguirá siendo!


   Los guardaespaldas reaccionaron rápidamente y agarraron a Garet por las piernas, consiguiendo detenerlo. Éste intentaba revolverse hacia ellos, sin parar de gritarles y maldecirles.

—¡¡Soltadme, escoria!!


   Ellos no cedieron ni un ápice en su voluntad de retenerlo y lo aprisionaron contra el suelo para inmovilizarlo, ante la intensa mirada de Niels. Parecía que, con sus ojos, éste les estuviera insuflando el ímpetu que les permitía someter al depuesto líder. Aprovechando que en ese momento no eran el foco de atención del amenazante vampiro, tanto Erika como Bertram comenzaron a retroceder lentamente. Aunque no a la suficiente velocidad.

—¡¡Huid ya!! —les ordenó Garet mientras que seguía forcejeando sin éxito.


   Ambos reaccionaron al grito dando un brinco, como si hubieran despertado de una ensoñación hipnótica. Sin dudarlo ni un momento, arrancaron a correr y escaparon de la sala. Aunque le pilló de imprevisto, Niels estuvo rápido a la hora de dar un salto, impulsándose hacia ellos para intentar agarrar a Bertram. Sin embargo, Trebet consiguió desviar su trayectoria, interceptándolo mediante un violento placaje. Los dos cayeron sobre una historiada butaca que, lamentablemente, quedó hecha trizas.


   Instantáneamente, Niels se quitó de encima al corpulento vampiro empujándolo con un simple y siniestro manotazo, mientras que con su diestra agarraba una de las patas del asiento que habían destrozado en la caída. Antes de que Trebet pudiera recomponerse y levantarse del suelo, Niels atravesó su pecho con el artístico trozo de madera, dejando su cuerpo clavado al suelo y totalmente inerte.


   Garet perdió los nervios ante la situación, profiriendo multitud de improperios hacia Niels, mientras que los guardaespaldas se tenían que esforzar aún más por mantenerlo sujeto.

—Tú serás el siguiente si no colaboras —le advirtió Niels fulminándolo con sus ojos enrojecidos de cólera mientras se incorporaba del suelo haciendo una grácil acrobacia—. Enseguida estoy de nuevo contigo. Vosotros, no lo soltéis.


   A tan sólo un par de pasillos de distancia estaban Erika y Bertram, corriendo como alma que les llevaba el diablo con la intención de escapar de las garras de Niels Rainath.

—¡¡Nadin, plan B!! —gritó Erika mientras no detenía su avance.

—¿Dónde está Nadin? —le preguntó Bertram buscando a la otra chica por los alrededores.

—Espero que en un lugar donde me pueda haber escuchado —le respondió Erika a la vez que le agarraba de la muñeca—. Ven por aquí, bajaremos más rápidos.


   Erika condujo a Bertram hacia un ascensor cuyas puertas estaban abiertas. Una vez dentro, aporreó uno de los botones que llevaban al sótano. Cuando el mecanismo reaccionó y comenzaron a cerrarse las puertas, se dejó caer de rodillas sobre el suelo del habitáculo. Como si quisiera que el ascensor actuara más rápido, posó las manos sobre su cabeza. Pero antes de que las compuertas se terminaran de cerrar, pudieron observar cómo Niels llegaba a la intersección entre pasillos que tenían delante.


   Sólo les separaban veinte metros de distancia. A pesar de ello, Niels no era capaz de verlos. Desde su perspectiva divisaba una pared adornada con un cuadro y una mesita en donde debería estar el elevador. De alguna manera intuía que se encontraban cerca, pero no estaba seguro de qué camino habían tomado. De repente, escuchó cómo unas puertas metálicas se cerraban tras la mesa que estaba colocada al final del pasillo. Dirigiéndose hacia allá con paso firme, profirió un gruñido y la escena se desvaneció, dejando a la vista el ascensor. Éste ya había abandonado la planta, con Erika y Bertram dentro.


   Al poco de comenzar a bajar, escucharon una sucesión de golpes metálicos que provenían del lugar donde habían dejado a Niels, provocando que el habitáculo se agitara. Unos segundos después, algo impactó sobre el techo de la cabina, volviendo a estremecerse violentamente, hasta detener su avance de forma abrupta. Los dos vampiros cayeron al suelo al desestabilizarse por la repentina frenada del elevador. Pensaron que seguramente Niels había derribado las barreras del ascensor y estas habían caído sobre ellos, afectando y bloqueando el sistema de poleas. Súbitamente, se lanzaron hacia el cierre que tenían delante, tirando de las compuertas hasta conseguir abrirlas. Estaban encajados entre dos plantas, teniendo el espacio justo para salir tanto por la superior como por la inferior.




—Lo de arriba es el vestíbulo. Podremos salir a la calle rápidamente, aunque tendremos que alejarnos a pie a toda velocidad —le explicó Erika mientras se disponía a subir—. Vamos, salta y ayúdame a empujar la puerta.

—Es una locura salir por ahí, ya que esto podría ponerse en marcha de nuevo en cualquier momento. Por abajo tendremos más margen de escapatoria —sugirió Bertram tirando de ella hacia abajo.


   Erika aceptó sin rechistar, al ser consciente de lo peligroso que era encaramarse a la parte de arriba. Tras golpear la puerta al unísono con la fuerza de sus piernas y conseguir abrirla, ambos comenzaron a deslizarse por la abertura inferior. Justo en ese momento, algo se precipitó sobre el techo de la cabina, dejándolo hundido y empujando bruscamente el ascensor hacia abajo. La pareja de vampiros tuvo el tiempo justo para salir del habitáculo sin que les seccionara la cabeza. Conforme se levantaban del suelo, pudieron comprobar cómo el ascensor descendía en caída libre con Niels y sus piernas ancladas en el techo de la cabina.


   La maquinaria se estrelló contra el fondo del foso un par de plantas más abajo, aunque Bertram y Erika no se detuvieron a contemplar el resultado, por temor a que Niels resurgiera de ahí. Tras pasar por una puerta, entraron a toda velocidad en el aparcamiento subterráneo del edificio.

—¡Vamos a mi coche! —le ordenó Erika señalando hacia uno de los vehículos aparcados.


   Rápidamente, Erika sacó un llavero de uno de los bolsillos de su abrigo e introdujo la llave en la cerradura del automóvil.

—¡¡Oye, que esta puerta no se abre!! —le gritó Bertram con una notable desesperación desde fuera del coche tras accionar repetidas veces el tirador de la puerta.

—Lo siento, se queda atascada siempre —se excusó Erika mientras se estiraba en el asiento y abría desde dentro.


   Bertram saltó al interior a la vez que Erika arrancaba el vehículo. Salió hacia atrás a toda velocidad, provocando un gran quejido del motor, para luego enfilar el pasillo principal del garaje hacia la salida, pisando el acelerador a fondo.

—En la guantera hay una pistola. Búscala, por si Niels nos alcanzara —le indicó a Bertram—. Dispárale sin piedad.


   El vampiro asintió y abrió la guantera, de la que cayeron varios objetos y papeles al suelo del coche. Por suerte, la pistola seguía en su sitio y pudo agarrarla justo antes de que algo impactara contra el vehículo. Niels había aterrizado de un salto sobre el capó, e inmediatamente atravesaba el cristal con sus brazos hasta agarrar a Bertram por los hombros. El coche se desestabilizó, tambaleándose de un lado a otro, mientras Erika se esforzaba por mantener el control del vehículo.

—Ahora me dirás todo lo que quiero saber —anunció de forma triunfante Niels mientras extraía a un aterrado Bertram a través del salpicadero y le clavaba con ansia sus colmillos en la yugular.


   Como un acto reflejo, comenzó a vaciar el cargador de la pistola, disparando sucesivas veces. Pero una mezcla de dolor y placer en el cuello le hizo perder el conocimiento, fundiéndose en negro todo lo que había a su alrededor.


   Poco a poco, fue capaz de reconocer las formas de los árboles cercanos. Además del ruido de las ramas movidas por el viento, comenzó a escuchar las pisadas y los gruñidos de algo que se dirigía hacia él. No se amedrentó ni un ápice cuando a unos pocos metros de distancia apareció la silueta monstruosa de Volker Banach, que enseguida retomó su forma original. Con aspecto humano, pero igualmente horrible, le dedicó un saludo.

—Buenas noches, señor Rainath. ¿Ha sido usted quién me ha llamado? —le inquirió Volker—. ¿Qué le trae por esta ciudad?

—Encantado de volverte a ver, Volker —le respondió Bertram como si no pudiera controlar sus palabras—. No sé si estarás al corriente del vacío de poder en esta ciudad. Está llegando la hora de que reclames lo que te pertenece desde hace siglos, ya que Roderick ha desaparecido, dejando Stuttgart a manos de unos simples chiquillos.


   No alcanzaba a comprender qué estaba viviendo. Parecía que se encontraba en el cuerpo de Niels Rainath. Pero no tenía capacidad alguna de hablar o actuar por sí mismo. Simplemente, era un mero espectador de la escena, vista desde los ojos del vampiro que hacía unos instantes le había mordido en el cuello.

—Oh, no tenía conocimiento de tal noticia. Parece que sus secuaces han conseguido que tal información no llegara a mis oídos —reaccionó Volker mientras comenzaba a aplaudir efusivamente—. Entonces, ¿puedo tomar posesión de mi trono inmediatamente?


   Bertram vio cómo el cuerpo en el que estaba movía los brazos intentando calmar el entusiasmo del otro vampiro.

—No, aún deberás esperar a que se resuelva un pequeño asunto. Primero, he de encontrar y eliminar a la única persona que puede revelar dónde se encuentra escondido mi padre —le indicó a Volker—. Cuando lo haga, tendrás libertad para tomar posesión de esta ciudad y recuperar lo que te arrebataron tras la guerra.

—Ardo en deseos de que llegue ese momento. Permítame que le ayude en su búsqueda para que eso acontezca cuanto antes —contestó Volker relamiéndose, a la vez que agitaba sus alargados y huesudos dedos a modo de satisfacción—. ¿Sería tan amable de indicarme quién es ese al que busca con tal premura, señor Rainath?

—Su nombre es Bertram Kastner —le respondió—. Se trata del...


   Un estruendo interrumpió esa ensoñación, cuyo recuerdo se diluyó lentamente hacia el fondo de la memoria de Bertram, arrastrando consigo a otras tantas reminiscencias recientes.


   Cuando abrió los ojos, se encontraba tendido en el suelo de un garaje. Junto a él, podía ver un coche accidentado. La disposición del vehículo no era para nada normal, ya que tenía el lateral del conductor apoyado en el suelo, mientras que el techo estaba aplastado contra uno de los muros del aparcamiento. Le costó horrores levantarse al sentir que tenía todo su cuerpo magullado. Fue entonces cuando vislumbró que entre el capó del coche y la pared había un hombre atrapado e inconsciente. Pensó que se trataba de un actor o de alguien disfrazado, ya que llevaba un atuendo similar al que portaba la nobleza cientos de años atrás.


   Arrastrando la pierna que tenía más afectada, pudo acercarse lentamente con la intención de socorrerlo. Sin embargo, se estremeció al palpar su frío cuello y no encontrarle el pulso. Estaba prácticamente empotrado en la parte delantera del coche, por lo que pensó que era normal que hubiera muerto en el acto. Desde esa posición, se percató de que había una mujer dentro del coche, también ensangrentada e inconsciente.

—Pero, ¿qué ha pasado aquí? —se dijo Bertram a sí mismo, mientras observaba sus heridas y la sangre que le había brotado de una herida en el cuello, sin parecer recordar lo que había ocurrido—. ¿Me han atropellado?


   Enseguida comenzó a escuchar algo de revuelo en el otro extremo del parking. Varias personas se dirigían hacia el lugar del accidente.



Siguiente





Desorientado, Bertram se encuentra ante un accidente en el que parece que se ha visto implicado. ¿Qué hará a continuación?

A) Desaparecerá de la escena, escondiéndose entre los coches y saliendo del garaje para ponerse a salvo.
B) < No hay opción B >
C) Esperará a que llegue alguien para que le puedan ayudar a socorrer a los accidentados.
D) Intentará reanimar al hombre, por si aún estuviera a tiempo de sobrevivir.
E) Tratará de entrar al coche para comprobar el estado de la mujer y sacarla de ahí.


Deja un comentario indicando la opción elegida. Adicionalmente, puedes dar más detalles sobre la decisión tomada.

domingo, marzo 06, 2016

Bertram Kastner (11) - Huyendo hacia la boca del lobo

Bertram Kastner despertó días atrás siendo un vampiro y sin recordar nada de lo que ocurrió. Huye de su vida como mortal para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. Junto a Trebet, ha comenzado a huir con tal de encontrarse con Roderick Sevald, el líder de los vampiros de Stuttgart, que está en paradero desconocido.


Esta es la 11ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.


   Bertram hizo caso omiso al plan de Trebet para conducirle hacia la salida.

—Creo que deberíamos buscar a Erika —sugirió Bertram, contrariando al corpulento vampiro.

—¿Qué parte de tenemos que huir no has entendido? —exclamó Trebet con la cara desencajada mientras se disponía a abrir la puerta que llevaba al aparcamiento subterráneo—. Entonces, ¿para qué demonios he cargado contigo hasta aquí?

—Intuyo que Erika podría ayudarme a interpretar el sueño que he tenido y, con ello, encontrar alguna pista para dar con Roderick Sevald —se justificó Bertram.

—¡Roderick! ¡Roderick! ¿Acaso piensas que yo no sería capaz de analizar tu mierda de sueño? ¿Ni de captar las señales que pudo dejar Roderick en él? —le preguntó Trebet cada vez más molesto.

—Ehm... —Bertram fue consciente del enfado de Trebet y recordó su habilidad innata para propinar puñetazos, por lo que procedió a responder con cierta cautela—. Pensaba que ella podría conocerlo más que tú, con lo que sería más fácil y rápido averiguar algo más sobre su paradero.


   Trebet suspiró, aunque no se le notaba del todo convencido por los gestos de negación que hacía con su cabeza.

—En el fondo tienes razón, mi fuerte no es interpretar sueños. ¡Seguro que Erika lo hace mejor que yo! ¿Qué sabré yo de Roderick? —admitió Trebet con cierta ironía—. Así que, ¡venga, vamos a hablar con ella! ¡Será divertido ir directos a la boca del lobo! A fin de cuentas, tú eres al que están buscando. Y no a mí.

—Trebet... —intentó excusarse Bertram.

—Cierra el pico, novato. Cuanto menos hables a partir de ahora, mejor —le advirtió Trebet—. Esta noche hay varios hombres de Rainath por aquí y no conviene que llames la atención. Déjame a mí llevar la voz cantante y evita revelar tu identidad, ¿entendido?

—De acuerdo —respondió escuetamente Bertram, intentando complacerle para que calmara su enfado, ya que todavía podía percibir cómo estaba envuelto en una especie de halo rojo, aunque más tenue que durante la pelea.


   Subieron un par de pisos por las escaleras que anteriormente Trebet había bajado a toda velocidad. Entre dientes, iba farfullando algo que seguramente estaría relacionado con el hecho de desandar todo el camino que había recorrido con él a cuestas. Tras doblar una esquina, llegaron a un pasillo con multitud de puertas, similar a donde se encontraba el apartamento de Bertram. El gigantesco vampiro relajó su tensión conforme se acercaba a uno de los umbrales. Con sus bastos nudillos, dio unos golpes muy sutiles y armoniosos en la puerta de madera que tenía delante. Esperó unos segundos antes de volver a insistir con la misma delicadeza. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna.

—Parece que tendremos que buscar a Erika en otro lugar. Hoy ha sido más madrugadora que de costumbre —expuso Trebet resignado, mientras pensaba en cuáles podrían serían sus próximos pasos—. ¡Ya sé! Sígueme, novato.


   Volvieron hacia las escaleras y, con mucho cuidado de no hacer ningún ruido, subieron otro piso. Trebet le hizo señas a Bertram para que permaneciera quieto, a la vez que se adelantaba hacia el siguiente pasillo. Tras unos segundos de espera, Trebet le indicó que podían continuar.

—Vía libre, aunque a partir de aquí debemos ir con mil ojos con quien nos podamos encontrar —le advirtió Trebet con cierta preocupación—. No sé qué intenciones tendrá Niels Rainath, pero si te están buscando en otra ciudad, conviene que no sepa que te encuentras en este Elíseo.


   Cuando ya habían avanzado por más de la mitad del pasillo, Bertram se percató de que no era el mismo en el que se encontraba su apartamento. Observó que, junto a la que sería la entrada de su alojamiento, ya no estaba la pared destrozada por la confrontación que habían tenido.

—Pensaba que... ¿Cuántos pasillos hay como este en el edificio? —preguntó algo confuso y desorientado.

—Uno en cada planta —contestó Trebet mirando hacia donde debería estar la pared que rompió al golpear a Bertram—. Parece que Erika ha pasado por aquí. Así me gusta, chica lista.

—Espera... ¿uno por planta? No entiendo nada, éste... ¿no debería estar la pared destrozada en este lugar? ¿Y cómo sabes que Erika ha estado aquí? —continuó preguntando Bertram de forma indiscriminada.

—Novato, ¿qué te he dicho de estar callado? —le volvió a advertir Trebet mientras le hacía otra señal de alto.


   Viniendo del pasillo contiguo, se escucharon unos pasos acelerados. Ambos vampiros se quedaron inmóviles ante la inminente llegada de alguien. Trebet tornó la cabeza para comprobar la situación de Bertram, quien estaba atento a lo que pudiera aparecer tras girar la esquina del pasillo. El corpulento vampiro volvió a centrar su mirada hacia adelante, justo cuando llegó una chica con una llave en la mano. Ésta no pudo evitar soltar un pequeño grito de sorpresa al encontrarse con él de esa forma tan inesperada. Pero se quedó aún más pasmada al percatarse de la presencia de Bertram.

—Él... —le dijo con asombro a Trebet mientras señalaba al invitado—. Estaba aquí.


   Se trataba de la misma chica que había interrumpido el cóctel de sangre con Erika la noche anterior, avisándole de la llegada de Niels Rainath. Al contrario que con el resto de vampiros, Bertram había percibido en ella ciertos signos vitales durante los breves encuentros en los que habían coincidido. Entendió que se trataba de una de esos mortales que colaboraban con la sociedad vampírica.

—Sí, aquí lo tengo, ¿qué problema hay, Nadin? —le preguntó Trebet mientras inspeccionaba que no viniera nadie más.


   Nadin se acercó a ellos, quedando los tres agrupados frente a la puerta del refugio de Bertram.

—Erika y yo vimos el agujero en la pared y pensamos que algo raro le había pasado, como que uno de los del séquito de Rainath podría haberlo secuestrado —susurró Nadin mientras se guardaba la llave en un bolsillo de la chaqueta—. Descartamos esa idea al echar un vistazo rápido al apartamento y ver que todo lo demás parecía en orden, por lo que podría haber sido una huida voluntaria por su parte.

—¿Y dónde está Erika ahora mismo? —se interesó Trebet girándose hacia ellos.

—Decidimos poner a Garet al corriente de la situación —declaró Nadin—. Como no podía atendernos en ese momento, Erika se ha quedado esperando al lado del despacho. Por mi parte, he vuelto para limpiar cualquier rastro que pudiera revelar la identidad de Bertram a los hombres de Rainath, por si se les ocurriera inspeccionar la estancia más adelante.

—¿Y la pared? ¿Cómo la habéis reparado tan pronto? —le cuestionó Bertram señalando el lugar por donde antes la había atravesado.

—Erika se encargó de ello —respondió Nadin esbozando una sonrisa de satisfacción mientras observaba el resultado—. Era mejor que nadie viera esto, al menos hasta que habláramos con Garet. O contigo, Trebet.

—No sé cómo lo habrá hecho, pero no se nota nada... —comentó Bertram acercándose a la pared para inspeccionarla con sus manos.

—¡¡No la toques!! —gritaron Trebet y Nadin al unísono.


   Bertram pegó un bote hacia atrás, amedrentado por la súbita advertencia de ambos, a la vez que sentía que había algo ahí que no alcanzaba a comprender.

—Nadin, no perdamos más tiempo aquí y llévanos junto a Erika. Tenemos que hablar con ella lo antes posible —le apremió Trebet.

—Seguidme —les ordenó ella mientras comenzaba a caminar a pasos ligeros y temblorosos.


   El grupo recorrió varios pasillos, sin poder evitar cruzarse con más gente. Trebet pensó que debieron haber dejado a Bertram en su apartamento para evitar exponerlo, ya que notaba las miradas de curiosidad de estos hacia el invitado. Pero, por otro lado, tenía que estar junto a él en todo momento para custodiarlo y protegerlo, tal y como Garet le había solicitado. No tardaron en llegar a la sala donde habían esperado juntos la noche anterior. Allí se encontraba sentada Erika, quien se levantó de inmediato al ver llegar al trío.

—¿Qué le ha pasado? —le preguntó Erika al corpulento vampiro señalando los rasguños y la ropa empolvorizada de Bertram.

—Es una larga historia, pero ya habrá tiempo de contártela. Tenemos que salir de aquí pitando leches —le apremió Trebet, agarrando su muñeca y tirando de ella para que les acompañara.




   Aunque no le dio ninguna opción de pensárselo, Erika accedió a acompañarles sin dudarlo. Pero, justo cuando estaban abandonando la sala, una voz profunda les detuvo.

—¿Ya te vas, Erika?


   Nadin continuó andando, tal como si fuera una ovejita espantada, acelerando todavía más sus pasos. Pero los tres vampiros se detuvieron bajo el arco de la puerta, girándose al unísono hacia el interior de la sala. Junto a Garet, se encontraba otro hombre un poco más alto que él, ataviado con ropa de gala de algún siglo anterior. Era como si un personaje histórico hubiera viajado en el tiempo hasta esa época. Tras ellos, había otras dos personas a modo de escoltas. Vestían unos uniformes algo más modernos, pero que no desentonaban con las pintas del que parecía su jefe.

—¿No habías venido a contarnos algo? —continuó preguntándole a Erika mientras exhibía una gran sonrisa forzada—. Hemos interrumpido nuestra reunión por ti. Por favor, no nos prives de conocer tus inquietudes y preocupaciones.


   El ambiente se volvió gélido, dando la sensación de que el tiempo fluía más despacio en aquella estancia. Erika no supo qué contestar en ese momento de silencio incómodo. Aquella presencia le imponía demasiado como para poder improvisar un nuevo discurso que resultara convincente y no pusiera en peligro a Bertram.

—Hombre, señor Levesque —añadió el pintoresco personaje, acercándose un paso hacia el voluminoso vampiro—. ¡Cuánto tiempo!

—Niels —contestó Trebet no muy entusiasmado, mientras que Erika le volvía a agarrar la mano con la intención de transmitirle calma—. Han pasado varios años, sí.

—¿Qué es de tu vida? Me imagino que no estarás atravesando un buen momento ahora, ¿cierto? —continuó Niels, que comenzó a fijarse en quién se escondía detrás de Trebet.


   Para Garet, no era posible disimular la gran preocupación que sentía ante aquella situación. Por su parte, Trebet seguía arrepintiéndose de haber accedido a llevar a Bertram hasta allí y no haber abandonado el Elíseo cuando tuvieron la ocasión. Sentía haberle fallado a Garet y, en consecuencia, a Roderick. Pero a la vez, tenía unas ganas tremendas de partirle la cara a la eminencia que tenía delante, al sentirse ofendido por sus palabras. Las cosas no tardaron mucho en ir a peor.

—¿Y tú? No tengo el placer de conocerte aún —dijo Niels interesándose por Bertram—. Dime, ¿quién eres tú?



Siguiente




Bertram se encuentra delante del nuevo líder de Stuttgart, Niels Rainath. ¿Qué le contestará ante tal pregunta?

A) Dirá que es Bertram Kastner. La verdad por delante.
B) Le contará que su nombre es Alger Furst. No es muy dado a inventarse nombres.
C) Esquivará la pregunta, intentando desviar la atención diciendo que se acaba de topar con Volker Banach.
D) Le pedirá a Niels que antes sea él quien se presente, por cortesía.
E) No responde nada. Trebet le dijo que cerrara el pico y eso hará porque no quiere ser golpeado de nuevo. 

Deja un comentario indicando la opción elegida. Adicionalmente, puedes dar más detalles sobre la decisión tomada.

domingo, febrero 28, 2016

Bertram Kastner (10) - Las manos de Trebet

Bertram Kastner es un vampiro que no recuerda cómo fue convertido días atrás. Huye de su vida para proteger a su familia, pero se encuentra con multitud de complicaciones que pondrán en peligro su supervivencia. Esta es la 10ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Bertram ha soñado lo que hubiera ocurrido si siguiera siendo humano. Pero al parecer, ha tenido una revelación en ese sueño. Ahora se encuentra frente a frente con Trebet.

   Ambos vampiros frenaron en seco para evitar chocarse entre ellos.

—Hombre, novato. Precisamente iba a buscarte a tu apartamento —le informó Trebet rompiendo el hielo tras el inesperado encuentro en el vestíbulo.


   Bertram dudó unos momentos para responderle. Tras asegurarse de que no había nadie más en los pasillos de alrededor, le espetó la pregunta que le había surgido tras el sueño que acababa de tener.

—¿Quién es Roderick Sevald?


   Conforme procesaba lo que Bertram le acababa de decir, los ojos del voluminoso vampiro se fueron abriendo como platos, mientras que sus pupilas se contraían. Su agradable rostro comenzó a arrugarse, siendo reemplazado por uno que producía terror. Bertram se percató de que quizás no había sido buena idea formularle esa pregunta a Trebet, aunque no alcanzaba a comprender el porqué. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. El gigantesco vampiro, envuelto en un halo rojo de pura rabia y aparentemente más grande que antes, se abalanzó sobre él violentamente, agarrándole y empujándole hacia la pared del pasillo. Las puertas cercanas temblaron con el impacto de la espalda de Bertram en el tabique, mientras que Trebet lo sostenía, provocando que sus pies no tocaran el suelo.

—Dame una buena razón para que no te mate aquí mismo tras haber mencionado ese nombre —exigió Trebet en tono amenazante y totalmente convincente.

—Su... ¡¡suéltame!! —le reclamó Bertram mientras agitaba sus piernas para intentar liberarse.

—¿Qué demonios...? —pronunció Trebet extrañado mientras dejaba caer a Bertram de sus manos y daba un paso hacia atrás.




   Aprovechando la confusión, Bertram le propinó una patada en el estómago, provocando que Trebet se doblara hacia adelante por el efecto del golpe. Eso envalentonó a Bertram para continuar pegándole, por lo que le lanzó un puñetazo hacia la cara. Pero el mastodonte se recompuso antes de encajarlo, pudiendo esquivarlo grácilmente. Tras haber golpeado al aire, Bertram se giró para volver a situar a su oponente. Aunque se encontró con la mano cerrada de éste impactando de lleno en su rostro. Tal fue la violencia del golpe, que el cuerpo de Bertram atravesó el tabique del pasillo y cayó dentro de su apartamento, sobre una nube de polvo, escombros y astillas de madera.


   Tendido en el suelo y aturdido por el golpe, veía cómo las paredes de la estancia y el techo se movían de un lado a otro, como si se encontrara en el camarote de un barco. Completamente aturdido por el impacto, veía dos grandes boquetes en el lugar por donde había entrado a la fuerza. Poco después, pudo visualizar a dos Trebet haciéndose paso por cada una de las aberturas. Quiso ponerse en pie, pero, al intentarlo, comprobó no estaba en condiciones de moverse. Conforme los Trebet se acercaban a él, las imágenes de ambos comenzaron a fundirse en una sola, a la vez que se iba disipando la sensación de mareo. El corpulento vampiro se agachó sobre Bertram y le aprisionó el cuello contra el suelo.

—Un sueño... —murmuró Bertram casi sin poder pronunciar nada más.

—¿Qué dices? —preguntó Trebet intrigado y reduciendo la presión que ejercía a pesar de su gran enfado.

—Escuché ese nombre en un sueño —añadió Bertram, intentando justificarse desesperadamente.

—¡Mierda! —maldijo Trebet mientras soltaba a Bertram, haciendo aspavientos con los brazos y girándose hacia el agujero que había hecho en la pared—. La que hemos liado por un puñetero sueño.

—¿Cómo? —le preguntó Bertram, aún confuso por la volatibilidad de reacciones del otro vampiro.

—Es típico de Roderick meterse en los sueños ajenos y comunicarse por esa vía cuando tiene algo muy importante que comunicar —le aclaró Trebet mientras adoptaba un gesto más pensativo—. Pero, una cosa, ¿por qué a ti, novato? ¿De qué lo conoces y qué te dijo?

—No llegué a verle ni a hablar directamente con él. En el sueño, mi mujer y mi hijo lo mencionaban en varias ocasiones —le explicó Bertram—. Roderick les decía que quería hablar conmigo y yo, como si le conociera, les respondía que quedaría con él al día siguiente.


   Tras analizar lo que Bertram le había contado, Trebet se volvió a agachar hacia él.

—Lo siento por el golpe y por todos los daños que he provocado; se lo haré pagar a Roderick en cuanto vuelva. Pero ahora tengo que sacarte de aquí inmediatamente —declaró Trebet mientras le ayudaba a incorporarse—. Te he dejado hecho un asco.

—Sí, últimamente no gano para sustos y golpes —suspiró Bertram viendo en qué estado se encontraba—. Pero no cambies de tema. ¿Quién es Roderick Sevald?


   Trebet se quedó unos segundos pensando en qué contestarle, hasta que por fin le respondió.

—Es el líder de esta ciudad. O, al menos, lo era hasta ayer. Lleva varios días desaparecido y nadie ha sabido nada de él. Excepto tú, por lo que me acabas de contar —le contó mientras le ayudaba a incorporarse—. ¿Estás en condiciones de caminar, novato?


   A duras penas, Bertram podía mantenerse en pie, ya que estaba bastante dolorido tras el golpe y el impacto contra la pared que atravesó. No fue necesario que respondiera para que Trebet tomara la decisión de agarrarlo como si fuera un pelele y se lo echara al hombro. Bertram expulsó un quejido al notar cómo sus costillas chocaron con la inmensa espalda del otro vampiro.

—Enseguida estarás bien, sólo has de dejar que tu sangre fluya hacia el dolor y haga su trabajo —le aconsejó Trebet mientras cargaba con él a cuestas.

—¿Y por qué no vamos a hablar con Garet? —le sugirió Bertram—. Si está sustituyendo a Roderick, le podría interesar saber que ha contactado conmigo. Quizás sea capaz de averiguar qué quería comentarme en el sueño.

—Tienes razón en que nos vendría bien la ayuda de Garet. Sin embargo, desde hace unas horas ha sido relevado de su puesto. En su posición actual, se vería en la obligación de informar al nuevo líder de Stuttgart —le informó Trebet mientras salían del apartamento por el agujero de la pared—. Aprovechando el vacío de poder que ha dejado la ausencia de Roderick, el indeseable de Niels Rainath ha tomado el control de la ciudad, incorporándola a una lista cada vez mayor de feudos bajo su domino. Eso no es bueno ni para nosotros ni para ti.


   Una vez fuera, Trebet se dirigió hacia el cruce de pasillos donde se habían encontrado. Pero dejó de avanzar al escuchar unos pasos que se acercaban. Dio media vuelta y emprendió una veloz carrera hacia el fondo del pasillo de los apartamentos. Bertram pudo comprobar atónito cómo Trebet, aún con él a cuestas, había recorrido toda esa distancia en apenas un par de segundos.


   Empezaron a bajar por unas escaleras, donde el atlético vampiro omitía pisar los escalones e iba saltando de descansillo en descansillo. Con el ruido que provocaban sus pisadas, daba la sensación de que todo el bloque de escaleras se iba a venir abajo.

—Más te vale conque no me estés mintiendo, novato. Me estoy jugando el cuello por ti —le amenazó Trebet—. Cuando estemos en un lugar seguro quiero que me cuentes todos los detalles de tu sueño, por irrelevantes que sean. Yo también necesito encontrar a Roderick pronto.

—De acuerdo, pero antes de irnos de aquí, me gustaría hacer algo —le avisó Bertram—. Creo que estoy en condiciones de poder andar.

—No tenemos mucho tiempo. Ya deben haber visto el agujero de la pared de tu apartamento y seguro que en nada empiezan a buscarte por todas partes —le advirtió Trebet—. ¿Podrás correr?

—Sí, ya estoy casi recuperado —admitió Bertram, que notaba cómo el dolor de su cuerpo había menguado considerablemente.


   Después de haber bajado a saltos tres plantas de escaleras, Trebet dejó a Bertram en el suelo. Éste comprobó que ya no cojeaba como antes y que podía volver a valerse por sí mismo. Se sorprendió de la capacidad de regeneración de su sangre.

—Venga, hemos de salir de aquí cuanto antes —le apercibió Trebet indicándole que le siguiera.



Siguiente




Bertram tiene algo pendiente de hacer antes de abandonar el refugio de los vampiros de Stuttgart. Es posible elegir varias acciones, pero no disponen de mucho tiempo para poder hacerlo todo. ¿Qué querrá hacer Bertram antes de irse de allí?

A) Pegarle un puñetazo a Trebet por la paliza que le ha dado antes. Así estarán ambos en paz.
B) Llenar sus reservas de sangre. El proceso de curación se las ha mermado.
C) Ir a ver a su amigo Alger en el subterráneo del hospital. Podría sufrir remordimientos si lo abandona ahí.
D) Buscar a Erika para que les acompañe y ayude a interpretar el sueño.
E) Avisar a Garet para facilitar la huida por la ciudad.


Deja un comentario indicando las opciones elegidas (mínimo una opción). Adicionalmente, puedes dar más detalles sobre las decisiones tomadas.

domingo, febrero 21, 2016

Bertram Kastner (9) - Soñando con estar vivo

Esta es la 9ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Tras la conversación con Erika sobre hábitos alimenticios de los vampiros, ésta sale corriendo por la llegada de un nuevo invitado.

   Una vez que Erika y la otra chica salieron por la puerta, Bertram se planteó por unos instantes el seguirlas. Sin embargo, pronto olvidó esa idea debido a algo que llamó su atención repentinamente: las copas de sangre que aún estaban sobre la mesa. Parecía que le hablaban y deseaban que las bebiera. No fue capaz de reprimir el impulso. Buscó con una mirada disimulada al camarero y, aprovechando que aquel estaba a otras cosas y no miraba, vació lo que quedaba de la copa en su boca. Poco parecía importarle ya la procedencia de la sangre. Tras una nueva mirada para controlar qué hacía el barman, también se tomó de un trago largo la bebida que había dejado Erika sin empezar. Pensó en las ratas que habían contribuido en llenar esas copas de sangre y les agradeció el haberse sacrificado para servirle de alimento.


   Finalmente, decidió volver al apartamento que le habían preparado. Ya había tenido suficientes vivencias esa noche y, además, pronto amanecería. Aunque en ese lugar estaba totalmente protegido del Sol, notaba como el cansancio hacía mella en él. En su corta vida como vampiro, había tenido la sensación de que durante el día sus movimientos eran más torpes y lentos. Así como su mente, que empezaba a nublarse al estar cercano el amanecer.


   Al llegar a su dormitorio y mirarse en uno de los espejos del armario, se percató de las manchas de sangre que tenía alrededor de la boca. Accedió al aseo para lavarse la cara, pero justo delante del lavabo sintió una gran arcada. Tras haberla contenido, llegó otra más fuerte unos segundos después, expulsando toda la sangre que acababa de beber. Resignado y tras terminar de lavarse, volvió al dormitorio y se sentó en la cama para dar desde ahí una última inspección a la estancia. Una vez que se cercioró que todo estaba en orden, se desplomó hacia atrás a propósito, aliviado por poder descansar tranquilamente en las próximas horas. Aprovechó para rebobinar los recuerdos de esa noche: desde las conversaciones que tuvo con Erika, Garet y Trebet, el encuentro con Volker Banach, el recibimiento de Alger, la llegada a Stuttgart y el viaje en tren desde Vennysbourg. Hasta el inicio de esa noche, cuando abandonó su casa y vio por última vez a su familia.


   A una distancia prudencial de tres números desde su hogar, Bertram observaba cómo su mujer y su hijo bajaban del coche de su suegro. El niño corría impaciente hacia la puerta de su casa, tocando el timbre insistentemente y sin esperar a que su madre llegara con las llaves. Parecía que el chaval tenía muchas ganas de poder reencontrarse con él. Pero, por desgracia, no iba a ser así. Bertram estaba poniendo tierra de por medio, sin despedirse de ellos. Todo por protegerlos de su bestia interior. Tenía la sensación de que no se habían visto desde hacía varios días. De hecho, no había coincidido con ellos en casa desde que fue convertido en vampiro, a pesar de haber pasado una jornada allí.

—¿Y por qué no han estado en casa estos días atrás y llegan ahora? —se preguntó Bertram extrañado mientras caía en el más absoluto sueño—. Ahora han muerto porque yo no estaba allí con ellos...


   La puerta del hogar se abrió y un niño entró corriendo, inundando el pasillo con el ruido de su voz.

—¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¿Has vuelto?


   En el salón se encontraba Bertram terminando de encender el fuego de la chimenea. Giró la cabeza y pudo ver a su hijo que corría contento hacia él. El niño dio un salto hacia Bertram y se fundieron en un fuerte abrazo.

—Te he echado mucho de menos, papá.

—Y yo a ti también, Bertram —le respondió el padre a su hijo mientras le despeinaba el pelo—. Estás helado. Quítate el abrigo y ponte junto a la chimenea para calentarte enseguida.

—Vale —aceptó el niño, obedeciendo a su padre—. Por cierto, hoy me ha dicho Roderick Sevald que tienes que hablar con él.

—Gracias por avisarme, mañana iré a verle —contestó Bertram con total normalidad—. Voy a ayudar a tu madre con vuestras maletas. Quédate aquí y no salgas a la puerta, o te volverás a enfriar.


   Bertram se dirigió a la entrada, encontrándose con su mujer, quien traía dos maletas a la casa. Agarró la más pesada y rodeó con el otro brazo la espalda de su esposa.

—Qué calentito estás, Bertram —le dijo su mujer mientras acurrucaba la cabeza en su pecho—. Fuera hace un frío de mil demonios.

—Acabo de encender la chimenea. Ve al salón y acércate al fuego —le recomendó Bertram.

—No, prefiero entrar en calor así, abrazada a ti —le respondió su mujer mientras ambos dejaban las maletas en el suelo—. De todas maneras, hay que preparar la cena. No hemos comido nada en casa de mis padres porque Bertram quería cenar contigo.

—Está bien, aunque creo que no hay mucho donde elegir para hacer de comer. Esta tarde no me ha dado tiempo a ir a comprar nada desde que llegué —declaró Bertram mientras le acariciaba el pelo a su mujer y le daba un beso cariñoso en la frente.


   Después de cerrar la puerta, empujaron las maletas a los pies de la escalera que llevaba a la planta superior del hogar.

—¿Cómo te ha ido en Berlín? ¿Pudiste avanzar con tu investigación? —se interesó su esposa.

—No, la persona con la que me encontré allí no me fue de mucha ayuda. No he he sacado nada en claro de todo este asunto —admitió Bertram con cierta decepción.

—¿Y no crees que deberías terminar el artículo con lo que ya tienes? —preguntó ella mientras iban hacia la cocina —Desde hace varias semanas no consigues nada nuevo. Y ya has tenido problemas en un par de ocasiones por tocar ese tema. Me da miedo que te pueda ocurrir algo.

—Sé que estoy muy cerca de encontrar algo muy potente. Aunque tengo la sensación de que alguien va unos pasos por delante, ocultando o borrando todos los indicios que estoy siguiendo. Pero en algún momento, cometerá algún error y lograré avanzar —le contestó Bertram con cierta ilusión por lo que podría conseguir, mientras empezaban a preparar la cena—. Tendrá tanta repercusión que seguro que podré retirarme y viviremos mucho mejor. 

—Los experimentos que me has contado que le hacían a los prisioneros durante la guerra eran horribles. ¿Qué pasaría si te encontraras con una de esas mentes locas? —preguntó su mujer con gran preocupación—. Podrían secuestrarte y hacerte lo mismo a ti.

—Pues ocurriría que tendrías un marido capaz de correr a cien kilómetros por hora. O incluso con la habilidad de volar —le respondió Bertram con una carcajada imitando el vuelo de un pájaro e intentando quitarle gravedad al asunto.


   Pero ella se sumió en el más absoluto silencio, bajando su cabeza y dejando que sus ojos se tornaran vidriosos.

—Tranquila, la gente que hacía esas cosas murió hace años —trató de animarla Bertram, tomando su cintura con una mano y levantándole suavemente la cabeza con la otra—. Yo sólo busco sus diarios y anotaciones para mostrar las barbaridades que cometían. Seguro que alguno de esos trabajos se podría aplicar a día de hoy sin tener que recurrir a las atrocidades de antaño. La medicina ha avanzado mucho.

—Me gustaría que no te tuvieras que ausentar más y así no tener que irnos tu hijo y yo a casa de mis padres para no estar solos en este vecindario mientras tú estás en uno de tus viajes —le reclamó a Bertram—. ¿No podrías pedir que vaya otra persona en tu lugar?

—Ten paciencia. Veré qué puedo hacer con respecto a eso.


   Bertram abrazó a su mujer mientras ella intentaba cortar las verduras de la cena con sus manos temblorosas.

—Déjame, ya las corto yo. Estás muy agitada —advirtió Bertram al ponerse frente a su esposa.

—Este tema y lo que te pueda pasar me pone muy nerviosa —dijo su mujer soltando el cuchillo en la mesa de la cocina.


   Con cierta destreza, Bertram atacó las verduras restantes y, una vez cortadas, las echó en la sartén. A continuación, comenzó a removerlas con una rasera de madera mientras hacía un poco el payaso para animar a su esposa. Al final, consiguió arrancarle una sonrisa. Pero el timbre de la casa sonó y ella acudió a la entrada, por lo que poco pudo disfrutar del rostro más alegre de su mujer. Tras unos minutos, volvió a la cocina, donde ya estaba toda la cena prácticamente lista.

—¿Quién era a estas horas? —preguntó Bertram, ultimando los detalles de la mesa donde iban a comer.

—Era Roderick Sevald —respondió ella—. Quería hablar contigo cuando a ti te viniera bien.

—Ah, sí. Mañana lo haré —anunció Bertram mientras terminaba de servir la comida en los platos—. Hijo, ven a cenar.




   El niño llegó a la cocina, pero su gesto cambió en cuanto vio las verduras salteadas. Los tres se sentaron a la mesa y estuvieron hablando de las peripecias que había vivido el chiquillo esos días en casa de sus abuelos y en el colegio. Mientras que sus padres dejaron sus platos vacíos, el niño a malas penas comía algo de las verduras. De repente, empezaron a notar que algo se quemaba en algún lugar de la casa, ya que un intenso olor a humo comenzó a invadir la estancia. Bertram se levantó inmediatamente volcando la silla y se dirigió velozmente hacia el salón.


   Junto a la chimenea estaba el abrigo del niño que, al haberlo dejado tan cerca, se había prendido con alguna chispa. Bertram lo agarró intentándolo apagar, pero el tejido era un pasto imparable para las llamas. Rápidamente, lo llevó al cuarto de baño, donde lo arrojó a la bañera. Tras abrir el grifo de agua al máximo, consiguió sofocar el fuego de la prenda. El niño, abrazado a su madre, lloraba asustado por la situación y por haber echado a perder su abrigo favorito. Su mujer, una vez extinguidas las llamas, observó con preocupación las quemaduras que Bertram se había hecho en las manos. Tras enviar al niño a dormir a su cuarto, se dispuso a limpiar las heridas de su marido echándoles algo de suero.

— Mañana habrá que ir al médico a que te vea esto. —admitió ella, afanada en preparar apósitos con vendas y una pomada—. ¿Te duele mucho?

—Lo suficiente como para no poder irme de viaje durante unas cuantas semanas y pasar más tiempo con mi familia —le respondió Bertram guiñando un ojo y sonriendo mientras aguantaba el escozor de las quemaduras.

—No me quiero imaginar lo que nos hubiera pasado si no llegas a estar —añadió ella acercando su cabeza al pecho de Bertram.

—Eso sí, tampoco te podré abrazar como tanto te gusta durante unos días —comentó él en tono burlesco—. Así que tendré que buscar otra forma de compensar los abrazos perdidos.


   Ella le dio un puñetazo cariñoso en el hombro y ambos se pusieron a reír, aliviados de que el episodio con el fuego no hubiera tenido mayores consecuencias.


   A la mañana siguiente, Bertram estaba sentado en el sofá del salón, fijando la mirada en los cercos oscuros que había dejado el fuego en la pared. El dolor de las quemaduras no le permitía agarrar nada, así que su hijo se ofreció para llevarle el desayuno. Y ahí llegaba el pequeño, cabizbajo y portando una bandeja para su padre, sin poder evitar derramar un poco de zumo del vaso.

—¿Me perdonas? —susurró el niño con una voz que casi no se podía oír.

—Claro que sí, Bertram —le contestó el padre a su hijo—. Pero, a partir de ahora, has de tener mucho cuidado con el fuego. No debes dejar nada que se pueda quemar cerca de la chimenea.

—Sí, papá —asintió el niño.


   El teléfono de casa empezó a sonar y Bertram ordenó a su hijo que lo descolgara.

—Papá, es Roderick Sevald. Dice que no te olvides de hablar con él —le comentó su hijo mientras estaba al aparato.

—Vale, dile que luego iré a verle —le respondió Bertram.

—Papá, el señor Roderick dice que eres un vampiro. ¿Es eso verdad? —añadió el niño con cara de sorpresa.

—¿Cómo? —preguntó Bertram extrañado.


   De repente, empezó a notar como la luz del Sol que iluminaba el salón empezaba a reaccionar con su piel. Comenzando por las manos que se había quemado la noche anterior, Bertram se prendió de fuego. Rápidamente, las llamas se extendieron, incendiando también el sofá y la alfombra que estaba a sus pies. Pronto, todo el salón estaba ardiendo. Sin poder levantarse, pudo ver cómo llegaba su mujer a donde estaba su hijo y cómo ambos le contemplaban abrazados mientras él, envuelto en llamas, se convertía en cenizas.


   Súbitamente, Bertram despertó de esa pesadilla como si fuera un resorte. Comprobó que estaba sentado en la cama del apartamento que Erika le había mostrado la noche anterior. Verificó exhaustivamente que sus manos no tenían ninguna marca de quemaduras provocadas por el incidente que había soñado. El reloj de su muñeca estaba a punto de marcar las 7 de la tarde. Se puso en pie, arregló su vestimenta mirándose al espejo y salió del apartamento apresuradamente. Al doblar la esquina del pasillo, se encontró con Trebet.



Siguiente





Bertram está frente a frente con Trebet, el vampiro que lo llevó a ese refugio. ¿Qué hará el protagonista a continuación?

A) Esquivarlo y salir corriendo. Indicar hacia dónde se dirige.
B) Decirle a Trebet que tiene que ir a hablar con Garet.
C) Preguntar a Trebet quién es Roderick Sevald.
D) Decirle que le tienen que dejar ir a Vennysbourg esa misma noche.



Deja un comentario indicando la opción elegida. Adicionalmente, puedes dar más detalles sobre la decisión tomada.

domingo, febrero 14, 2016

Bertram Kastner (8) - Quid pro quo

Esta es la 8ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.


Garet le ha contado a Bertram más cosas sobre la sociedad vampírica. También ha sido invitado a permanecer oculto allí.
   Tras aceptar la invitación de Garet de permanecer refugiado en aquellas dependencias, dieron por terminada la reunión y abandonaron el despacho. Erika fue la encargada de guiar a Bertram hasta un pasillo que, de forma similar a un hotel, disponía de numerosas puertas a cada lado. Después de abrir una de ellas con la llave que sacó de su bolsillo, instó al forastero a que accediera al interior.

   La estancia resultó ser algo más que una simple habitación. Se podría decir que era un pequeño apartamento donde cualquier persona podría alojarse cómodamente durante una buena temporada. Disponía de un recibidor y sala de estar, amueblado con una mesita rodeada por dos butacas y un sofá. En una de las esquinas había un escritorio junto a una estantería vacía. Detrás de la puerta de entrada se podía encontrar un perchero, en el que Bertram dejó descansar su abrigo. Aprovechó para apoyar su maleta de viaje junto a la pared de al lado.


   Una vez que terminó de echar un vistazo, se interesó por el resto de habitaciones del alojamiento. Al final de un pequeño pasillo estaba el dormitorio, con una decoración propia de principios del siglo XX. Destacaban la robusta cama en el centro, una gigantesca cómoda y un armario con varias puertas. Todo el suelo estaba cubierto por una alfombra de tonos rojizos, similares a las gruesas cortinas que había en una de las paredes. Bertram confirmó que tras la tela no había ventana alguna, al igual que en el resto del apartamento. Al lado del dormitorio había una puerta que llevaba a un cuarto de aseo, con bañera y grifería de época, así como un lavabo con una gran repisa de mármol.

   De camino a la primera salita, Erika le esperaba en lo que parecía una pequeña cocina compuesta por un fregador, una pequeña nevera y un armario con jarras de cristal. Al abrir el refrigerador y comprobar que estaba vacío, se mostró algo contrariada.

—Lo siento, pediré que te traigan algo de alimento —se excusó Erika.

—¿Comida? —preguntó Bertram extrañado al creer que en su nueva situación no podía comer nada sólido.


   Desde que fue convertido en vampiro, la sensación de hambre se había esfumado y no había tenido necesidad de probar bocado alguno. En cambio, sí que había sentido una sensación similar a la sed. Aunque ésta tenía la peculiaridad de venir acompañada de un dolor áspero y punzante en la garganta cuando la necesidad de saciarla era extrema. Recordó que las dos veces en las que había intentado calmarla bebiendo sangre humana no le habían ido demasiado bien.

—No me refería al tipo de alimento que consumías cuando eras mortal —respondió Erika riéndose—. Hablaba de bolsas de sangre.

—¿Como las de los hospitales? —se interesó Bertram ante la posibilidad de obtener el preciado fluido sin herir a nadie.

—No. Como, no. Es que son las bolsas de los hospitales —contestó Erika con una sonrisa pícara—. De hecho, estamos junto a uno. Tenemos una vía de acceso directo por los subterráneos.

—¿Robáis las reservas de sangre que la gente ha donado? —cuestionó Bertram indignado—. ¡Son para salvar la vida de la gente!

—No, no las robamos. Tenemos un acuerdo con los dirigentes del hospital para abastecernos con algunas unidades de las donaciones —aclaró Erika con un semblante más serio—. Además, también nos entregan sangre de gente que acaba de morir. Mejor que sea para nosotros antes que echarse a perder en una caja de pino, ¿verdad?

—¿Y así no estáis desvelando nuestra existencia a los responsables y trabajadores del hospital? —continuó preguntando Bertram—. ¿Qué ganan ellos en esto?


   Erika soltó una carcajada seca ante el desconocimiento del novato.

—Los vampiros controlamos los hospitales, la policía, los ayuntamientos... —le desveló Erika—. Aunque la mayoría de los dirigentes son mortales, son tan adictos a nuestra sangre y a todos sus beneficios, que nos hacen una serie de favores bajo el más absoluto secretismo.

—Ehm... —balbuceó Bertram intentando expresar una respuesta—. Hum...

—¿Te pasa algo? —le preguntó muy extrañada.

—Esto... No, nada —respondió desconcertado Bertram—. Es muy raro, ya que iba a contestarte sobre el tema, pero me he quedado en blanco de repente.

—Anda, cámbiate y acompáñame a tomar algo de sangre en el salón de ocio —le indicó Erika riéndose y apuntando al corte ensangrentado de su camisa, fruto del enfrentamiento con Volker Banach—. Seguro que la sed le está pasando factura a tu cabeza. Te espero fuera.


   Un par de minutos después, Bertram ya estaba listo y saliendo por la puerta de su nuevo alojamiento. El deseo por beber sangre le apremiaba. Tanto, que terminó de abrocharse los botones de los puños de su nueva camisa una vez fuera del apartamento. Entre carcajadas al ver lo rápido que había sido, Erika le entregó la llave para que cerrara la puerta. A continuación, se dirigieron a una gran estancia con varias mesas, como si se tratara de un lujoso local de copas y restauración.

—Espérame aquí —le ordenó Erika señalando una silla de la mesa que tenían más cerca—. Yo me encargo de traer la primera ronda.


   La mujer se acercó a la barra, tras la que le esperaba un hombre vestido de etiqueta. Después de charlar alegremente con él durante unos momentos, éste se dispuso a preparar la bebida. Bertram observaba a lo lejos la escena con curiosidad, a la vez que con cierta impaciencia. El camarero colocó dos grandes copas de cristal delante de ella. En las repisas de la pared había varias botellas de bebidas alcohólicas, propias de un local destinado a servir bebidas espirituosas a los mortales. Pero también había pequeños armarios con diversidad de recipientes en los que un líquido denso, a la vez que rojo oscuro, relucía en su interior.

   El barman depositó sobre la barra una bolsa de sangre. Seguidamente, vertió el contenido en cada una de las dos copas. Erika se lo agradeció, agarró las bebidas y se dirigió de nuevo a la mesa donde había dejado a Bertram esperando. Sus ojos no podían hacer otra cosa más que fijarse en una de las copas que traía para él. Se estaba relamiendo para sus adentros.

—Toma, pruébala a ver qué te parece —le pidió Erika mientras le entregaba una de las copas de sangre.

—Gracias —aceptó amablemente Bertram a la vez que se hacía con la bebida que ella le estaba ofreciendo.




   Bertram no podía aguantar más y se empinó la copa bebiendo casi toda la sangre en grandes y abruptos tragos. Una sensación de placer le inundó mientras los torrentes de sangre recorrían su garganta.

—Venid aquí —pensó para sí mismo Bertram.

—Eh, no tan rápido. Es mejor que la saborees y la disfrutes un poco en tu boca, ¿no? —le reprochó Erika.

—Perdón —se disculpó Bertram percatándose de su ruda forma de beber.

—Y bien, ¿qué te parece la sangre empaquetada? —se interesó Erika por la opinión de su compañero de mesa—. Estaría bien que aprovecharas estas ocasiones para beber con menos ímpetu y más tranquilidad. Así, aprenderás a controlarte para no poner en peligro a nadie más con tus mordiscos.

—Esta sangre está deliciosa, provenga de una persona o de una bolsa. Pero tienes razón, intentaré beberla más lentamente —reconoció Bertram antes de echarse un nuevo sorbo y retenerlo en su paladar para degustarlo.

—Es sangre de rata —le confesó Erika conteniendo la risa.


   Los ojos de Bertram se abrieron al máximo tras ser consciente de lo que había escuchado. No pudo evitar escupir toda la sangre que tenía en la boca, manchando el ya no tan blanco mantel de la mesa. Erika se repantigó en su silla mientras se reía a carcajadas de la situación. Bertram, indignado, pudo ver como el camarero también se divertía con esta escena de la que seguramente había sido cómplice.

—No tiene ni puñetera gracia —dijo Bertram enfadado, mientras clavaba su mirada en Erika.

—Tranquilo, los vampiros podemos beber sangre animal sin problemas. Es casi tan nutritiva para nosotros como la humana —le explicó Erika—. Después de años comiendo carne animal, no me vendrás con remilgos para beber sangre de animales, ¿no?

—¡¡Pero no de rata!! —estalló Bertram mientras se limpiaba la boca con una servilleta—. ¡¡Es repugnante!!

—Te tendrás que acostumbrar. No nos podemos permitir alimentarnos siempre de personas —le contestó Erika poniéndose seria—. De hecho, la sangre de rata tiene muchas ventajas.

—¿Como cuáles? —preguntó Bertram aún ofendido, a la vez que alejaba la copa de su vista.

—Bueno, son bolsas de sangre ambulantes. Y se reparten ellas solas a domicilio —respondió Erika volviendo a cachondearse del invitado, a la vez que se alegraba de haber conseguido que éste olvidara por un rato el caso de su familia.


   En ese instante, una chica entró en el salón, acercándose con paso acelerado a la mesa donde estaban ellos. Bertram, que iba a contestarle de nuevo, se contuvo y puso atención en lo que le estaba susurrando al oído de Erika: "Ha venido Niels Rainath".

—¿Quién es Niels Rainath? —cuestionó Bertram con curiosidad.


   Las dos chicas se miraron con cara de preocupación al confirmar que Bertram había oído el mensaje.

—Es alguien que no debe averiguar que estás aquí —le advirtió Erika mientras se levantaba de su silla para abandonar la velada—. Será mejor que te vayas lo antes posible a tus aposentos.

—Pero, ¿de quién se trata? Tiene pinta de ser alguien importante —insistió Bertram al percibir cierto hermetismo—. Tengo derecho a saberlo, ¿no?

—Es el máximo gobernante de los vampiros de varias ciudades de esta región —le aclaró Erika mientras comenzaba a alejarse junto a la chica.

—¿Como lo es Garet de aquí, de Stuttgart? —quiso indagar Bertram.


   Erika frenó en seco su avance, dio un suspiro y se giró hacia él.

—No. Garet no es el gobernante de Stuttgart. Es el segundo al mando —le desveló Erika, que reanudó su marcha—. Hazme caso, ve a tu apartamento. No sé para qué habrá venido aquí Niels, pero es preocupante. Si te están buscando en otros sitios, deberías permanecer lo más oculto posible para otros visitantes, incluyendo a Rainath.


   Bertram se quedó de pie junto a la mesa, viendo cómo abandonaban rápidamente la estancia.



Siguiente



Llegó el momento de tomar decisiones. Y en esta ocasión, hay que tomar dos.

Primera: ¿Se terminará Bertram su copa de sangre?

A) No, ya ha tenido suficiente con haberla probado.
B) Sí, se terminará la copa. Tampoco estaba tan mala.
C) Sí, y además se tomará la de Erika. Es que tiene mucha sed.


Segunda: ¿A dónde irá Bertram tras la advertencia de Erika?

D) Las intentará seguir para ver qué se trae entre manos Niels Rainath.
E) Buscará a Trebet para averiguar más cosas sobre este individuo.
F) Volverá a su apartamento y permanecerá ahí.
G) Buscará el acceso al hospital e irá allí.


Deja un comentario con una opción para la primera decisión y otra opción para la segunda. Podrás dar una explicación adicional si quieres dar más detalles.

domingo, febrero 07, 2016

Bertram Kastner (7) - Cartas sobre la mesa

Esta es la 7ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos.

Una trágica noticia ha revolucionado a Bertram. ¿Conseguirá respuestas sobre lo ocurrido?


   Trebet agarró con más fuerza a Bertram para evitar que pudiera soltarse y agrediese a Garet. En su forcejeo, había tirado al suelo varios de los papeles y objetos que había sobre la mesa; cosa que no pareció importarle a Garet. Este miró a la mujer que los había acompañado al despacho y le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Ella, que se había quedado cerca de la entrada, comenzó a acercarse a donde estaba el forcejeo.

—Bertram, sabemos que es una noticia muy trágica para ti y entendemos que estés así de enfadado —empezó a decirle la mujer mientras avanzaba hacia él—. Pero debes calmarte. Queremos hacer todo lo posible para ayudarte y necesitamos que colabores con nosotros para determinar cuál es la mejor forma de hacerlo.



   Cuando ella llegó a donde estaban ellos, Trebet tiró de Bertram hacia atrás, arrojándolo violentamente sobre una de las butacas que había alrededor de la mesa y quedando de nuevo sentado. Pero antes de poder reaccionar para volverse a levantar, una sensación de paz invadió su mente.

—Debe ser frustrante el no haber podido proteger a tu familia —continuó la mujer mientras acariciaba el pelo de Bertram, como si de un gato se tratara—. Entendemos tu situación, pero para nosotros eres un desconocido, al igual que lo somos nosotros para ti.

—¿Me permites contarte todo lo que sabemos sobre lo ocurrido? —le preguntó Garet con una mirada sincera y conciliadora—. Y por supuesto, cómo lo sabemos.


   Parecía que, de alguna manera, el reciente recuerdo de la tragedia que había asolado a su familia se había alejado de su mente, provocando que la actitud de Bertram volviera a ser calmada y receptiva. Aunque había algunos detalles que le hacían no confiar plenamente en esa gente, pensó que eran los únicos que le podrían ayudar en aquellos momentos. Además, estaban dispuestos a darle las explicaciones que reclamaba, pero con su repentina actitud violenta fue consciente de que no les había dado opción.

—Será mejor que les deje hablar y no me muestre violento ante ellos —recapacitó Bertram mientras adoptaba una postura más relajada.

—Gracias, Erika. Tomad asiento vosotros dos también —le indicó Garet a la mujer y a Trebet, quien estaba atento a cualquier nuevo movimiento que pudiese hacer Bertram.


   Erika ocupó la butaca que había justo al lado de la que estaba ocupando Bertram. Por su parte, Trebet se sentó en un sillón que había en uno de los laterales de la mesa. Era una posición estratégica, ya que podría interceptar a Bertram en el caso de que sucediera otro eventual alzamiento hacia Garet. Finalmente, este último también se sentó y se dispuso a contarle a Bertram todo lo que quería oír.

—Los vampiros hemos organizado una sociedad secreta desde hace siglos a lo largo de todo el mundo —comenzó a exponer Garet—. Para mantener nuestro sistema sostenible y oculto a los mortales de a pie, varios de nosotros regimos cada ciudad, controlando quién llega, quién es convertido o quién está montando jaleo. Hay quienes se saltan estas normas por pura diversión o locura y esto nos pone en riesgo al resto.

—Volker... —pronunció Bertram.

—Él. Sobre todo él —admitió Garet haciendo un gesto con sus manos—. Por eso tenemos varias patrullas a lo largo de la ciudad para vigilar que todo esté en orden, limpiando cualquier rastro que nos pudiera delatar y desenmascarar a ojos de los mortales.


   Bertram miró hacia Trebet, quien aprovechó para hacerle una reverencia simulando que se quitaba un sombrero cuando Garet se refería a él y sus compañeros.

—No todas las ciudades están tan bien organizadas como la nuestra, ya que pueden estar gobernadas por gente aún peor que Volker Banach. Sin embargo, Vennysbourg es una ciudad amiga y tenemos buenos aliados allí. Por eso, cuando llegasteis y uno de los hombres de Trebet me habló de ti, quise averiguar quién eras y me puse en contacto con ellos —admitió Garet.

—¿Y qué te dijeron de mí? —cuestionó Bertram con un interés creciente.

—Nada. Como vampiro, eras un total desconocido para ellos —le respondió un desconcertado Garet—. Posiblemente, al ser un recién convertido, no has dado lugar a la organización de tu ciudad a que se percataran de ti. O quizás, porque tu lugar de origen es otro.

—Te puedo asegurar que vengo de Vennysbourg —se defendió Bertram.

—Lo sé, ahora no lo pongo en duda —intentó tranquilizarle Garet a la vez que hacía gestos de calma con sus brazos—. En apenas una hora, todo ha cambiado. Me han corroborado que un mortal llamado Bertram Kastner tiene su residencia allí. Es decir, tú.

—Así es —reconoció aliviado.

—Sin embargo, para la sociedad vampírica de Vennysbourg, has pasado de ser un simple mortal a convertirte en el más buscado de la ciudad —le espetó Garet abriendo sus ojos para transmitir su sensación de sorpresa.

—¿Y a qué se debe ese honor?


   Garet apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia Bertram.

—Obviando el hecho de que cualquier conversión en vampiro no autorizada está perseguida con la muerte del neonato y un gran castigo para el creador...

—¿Qué? —interrumpió Bertram temiendo por su vida.

—Calma, no sabemos dónde fuiste convertido, así que aquí haremos la vista gorda —le aclaró Garet.

—¿Gra... gracias?

—Volviendo al tema sobre la razón de tu búsqueda y captura, es algo que nosotros ni nuestros aliados sabemos —se excusó Garet—. Como te he comentado, eras un total desconocido para ellos. El incendio en la casa de un tal Bertram Kastner no era nada trascendental para mis colegas de Vennysbourg, hasta el momento en el que les he hablado de ti. Poco después, han detectado que varios individuos habían llegado a la ciudad con el objetivo de encontrarte. ¿No es inquietante?

—Han... ¿han sido ellos los que...? —preguntó Bertram intentando contener su ira al recordar de nuevo el incendio de su hogar.

—Es pronto para sacar conclusiones, pero no habría que descartar esa opción —admitió Garet asintiendo—. He solicitado que investiguen todo lo posible sobre lo ocurrido en tu casa y que me informen de inmediato ante cualquier pista. También me avisarán de cualquier cosa que averigüen sobre los visitantes que están tras tu rastro.

—Tengo que volver a mi casa y verlo todo con mis propios ojos —reclamó Bertram apretando los puños sobre la mesa—. Quiero encontrarme con quienes me estén buscando y descubrir quienes son los asesinos de mi mujer y mi hijo.


   Eso hizo que Trebet volviera a ponerse en alerta, tras haber bajado la guardia antes de los últimos compases de la conversación.

—Ahora mismo no es buena idea que vuelvas a Vennysbourg —le advirtió Garet, frenando con un gesto a Trebet ante su repentina reacción—. Te están buscando allí y no sabes qué podrían hacer contigo si te encuentran. Y te aseguro que lo harán. Además, si eres un vampiro neonato que fue creado sin permiso allí, cualquiera tiene derecho a eliminarte en cuanto pises la ciudad. Aquí en Stuttgart no te van a buscar y estarás a salvo bajo nuestra protección. Si te sientes más tranquilo, pediré que protejan los restos mortales de tu familia si así lo deseas.


   Estas últimas palabras afectaron a Bertram, que no pudo evitar derramar varias lágrimas de color rojizo mientras asentía con la cabeza.

—Bertram, ¿quién está al corriente de tu visita a Stuttgart? —le preguntó Erika mientras intentaba animarlo agarrando sus puños.

—Estaría bien saberlo por si esperamos recibir compañía y tuviéramos que desplegar algún dispositivo especial —añadió Trebet, totalmente comprometido con la causa.

—Solamente se lo conté a Alger —declaró Bertram—. Iba a alojarme unos días en su casa.

—Pues dadas las circunstancias, hoy permanecerás aquí —le informó Garet, como si no tuviera otra opción—. Seas quién seas, no es bueno que deambules por las calles. Cuanta menos gente sepa que estás en esta ciudad, será mejor para ti y para todos.



Siguiente



Pronto amanecerá, pero es la hora de tomar una decisión. ¿Aceptará Bertram la invitación de Garet?

A) No, prefiere refugiarse en casa de Alger. Lo buscará para coger sus llaves.
B) Sí, y aprovechará para hablar con Erika y obtener más información suya.
C) Sí, e intentará hablar con Trebet para saber más sobre Volker Banach.
D) Sí, e intentará investigar por su cuenta lo que se cuece en ese sitio.


Deja un comentario con la opción que prefieras de las 4. Podrás dar una explicación adicional si quieres dar más detalles.

Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...