sábado, septiembre 30, 2023

Kazim Ayad (3) - Órdenes divinas

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Kazim no iba a permitir que volvieran a herir a aquel extranjero que había estado al borde de la muerte, por lo que se apresuró en dar unos rápidos pespuntes con los que la vida de éste ya no correría peligro. Era consciente de que el enemigo se encontraba cada vez más cerca, aunque su avance era relativamente lento. A pesar de la distancia que les separaba, se percató de que el miliciano sentía dolor, por lo que debía tener alguna herida o contusión que le estuviera mermando su movilidad. Aún así, no debía confiarse.


   Tras comprobar de forma visual el resultado de su trabajo con el que los letales impactos de bala se habían convertido en unos simples rasguños, incorporó al hombre de pelo rubio y comenzó a arrastrarlo hacia una de las habitaciones contiguas. Se trataba del dormitorio principal, en el que había un gran arcón donde se guardaban sábanas y otras telas utilizadas en todo el hogar. Dejó a su paciente apoyado junto al gran cajón de madera, con la intención de borrar los surcos que habían hecho sus piernas en el empolvorizado suelo a lo largo de todo el trayecto hasta allí.


   Por unos instantes, se fijó en que sobre el lecho de la habitación, además de la ropa de su madre, también se encontraban las prendas con las que dormían sus hermanos pequeños. Pensó en que, tras su ausencia, los tres integrantes de lo que quedaba de su familia dormían juntos. Debió ser muy duro afrontar su pérdida, de la misma manera que lo fue la de su padre. Miró de nuevo los cuerpos que yacían sin vida en el salón, pero ya nada podía hacer por ellos. Tras esparcir la arena con sus pies para disimular cualquier pista que sirviera de ayuda al enemigo, se apresuró en volver junto al único al que aún podía ser salvado. Tras abrir el arcón, comprobó que había espacio para ambos a pesar de todo lo que había dentro.


   Con un gran esfuerzo, consiguió levantar el cuerpo del extranjero y colocarlo dentro del mueble de madera. Para cualquier otro vampiro, no hubiera supuesto tamaña proeza cargar con dos o tres veces su propio peso. Pero en el caso de Kazim, al haber sido convertido aún siendo un adolescente, su complexión suponía un notorio lastre en cualquier intento de manejar con soltura objetos o bultos grandes. Por contra, su delgadez y falta de desarrollo le permitía ser muy ágil y escurridizo. Sin más dilación, saltó al interior del arcón, cayendo en blando sobre los montones de tejidos y ropa ahí almacenados. Antes de que el enemigo hiciera acto de presencia, cerró la tapadera de aquel improvisado escondite.


   Las rendijas entre los tablones de madera de ese gran cajón le permitían ver lo que ocurría en la parte del salón junto a la entrada de la vivienda. Aunque con sus sentidos sobrenaturales, podía percibir cómo el miliciano se encontraba en el umbral de la casa, inspeccionando al compañero que había quedado desangrado.

—¡Pagaréis por lo que le habéis hecho a Assim! —gritó de repente el enemigo desde la puerta del hogar.


   El chico se estremeció, no por miedo a Farid, el líder de los milicianos al que reconoció por su impetuosa voz; sino al recordar que su bestia interior fue la que había matado al compañero de éste.

—¡Dad la cara! —vociferó Farid irrumpiendo en la vivienda y apuntando con su rifle a todas partes.


   El joven vampiro se concentró en crear una barrera que impidiera el paso de éste hacia el dormitorio donde se encontraban escondidos. Mientras tanto, Farid recorría todas las estancias de la casa, incluyendo las del piso superior, derribando puertas y muebles, disparando dentro de los posibles escondites y destrozando todo lo que se encontraba a su alcance. Pero en las diversas ocasiones en las que intentó acceder al cuarto en el que estaban ocultos, el poder de Kazim le repelía. Sin llegar a ser consciente de ello, el miliciano daba media vuelta para explorar cualquier otra parte de la vivienda.


   Al cabo de un buen rato, cuando Farid por fin se dio por vencido, reparó en la mochila del extranjero, abandonada en el suelo de la entrada. Kazim observó cómo el miliciano rebuscaba en su interior con cierta desgana, hasta que sacó una billetera que inspeccionó de forma minuciosa. Tras guardársela en uno de sus bolsillos, prosiguió con su búsqueda, extrayendo esa vez una cámara fotográfica. Se puso en pie a la misma vez que comenzaba a manipularla, mirando torpemente a través del objetivo. Enseguida, se la colgó al cuello como si hubiera conseguido un gran trofeo. Seguramente, podría venderla por el equivalente a dos o tres mensualidades de su sueldo en el ejército. Tras soltar un gruñido, decidió salir de la casa.


   El muchacho se sintió aliviado al sentir cómo Farid se alejaba de su hogar sin haberlos descubierto. Durante varios minutos, permaneció a la expectativa de que pudiera volver. Podía percibir que se encontraba reunido con el otro soldado a una distancia más que prudencial. Por ello, decidió abrir la tapadera del arcón y deslizarse grácilmente fuera de éste. Desde ahí, examinó a su paciente, poniéndole la mano sobre la cabeza de cabellos claros. Ese color del pelo no era demasiado común por la zona y le llamaba mucho la atención. Kazim se alegró al constatar que prácticamente ya no tenía nada de fiebre, por lo que esperaba el momento en el que el hombre despertara para poder conversar con él y conocer su historia.


   De entre todos los montones de tela que había almacenados y que hacían las veces de mullido colchón para el extranjero, advirtió uno con varios de sus dishdashas. Su madre las habría guardado allí con la esperanza de que alguna vez volviera o, en cualquier caso, para que el pequeño Namir utilizara esas prendas una vez que alcanzara la adolescencia. Mientras se lamentaba de que aquello nunca ocurriría, consiguió sacar una de sus túnicas. Conforme se vestía, se dio cuenta de cómo su piel había comenzado a recuperarse de las quemaduras del sol. Había tenido la fortuna de contar con la tormenta de arena, la cual había mitigado de sobremanera los efectos letales del astro rey. Observó a través de la ventana que los remolinos de arena ya daban sus últimos compases y que había comenzado a anochecer, por lo que ya no tendría riesgo alguno de sufrir quemaduras hasta el siguiente amanecer.


   Tras quedarse pensativo durante unos minutos, miró de nuevo hacia el hombre que dormía. Tocó su cuello para hacer una última comprobación sobre su estado y, finalmente, cerró la tapadera del arcón. Había decidido aventurarse hacia donde se encontraban los soldados para intentar averiguar los motivos por los que se encontraban en su aldea. Pero sobre todo, pretendía expulsarlos de su aldea. 


   Rápidamente, abandonó el cuarto, con la intención de subir a la terraza de la vivienda. Durante el camino, tuvo que esquivar todo tipo de muebles y enseres desperdigados por el suelo tras el ataque de ira que había tenido Farid.




   Una vez en el exterior, se subió al bordillo de la azotea y, como si de un experimentado equilibrista sin miedo a caer al vacío se tratase, fue avanzando a lo largo de éste de una casa a otra. En varias ocasiones tuvo que realizar saltos de al menos tres metros para salvar la distancia que separaba algunas viviendas entre sí. Finalmente, llegó al tejado de la morada en la que se encontraban los milicianos en aquel momento. Se asomó por las escaleras que conducían al piso inferior y pudo escuchar cómo uno de los soldados cuestionaba lo que estaban haciendo.

—...hay al menos una veintena de nuestros compatriotas muertos por cada invasor iraní caído. Sigo pensando que gasear toda esta aldea no fue una buena decisión de nuestro líder.

—Te lo advierto, Iyad. No vuelvas a discutir las órdenes que se nos han dado desde los mandos superiores si no quieres acabar como Assim —amenazó Farid a su subordinado.

—Además, hemos perdido a la mitad de nuestro escuadrón... —continuó alegando Iyad—. Y seguro que aún queda algo de ese agente químico en el aire...

—¿Te recuerdo que has sido tú el que se ha cargado al novato? ¿Acaso quieres que lo reporte y te ejecuten por traidor? —le sentenció Farid recordándole su error al haber disparado a su compañero junto a la ambulancia—. No estarás de parte de los iraníes, ¿verdad?


   Iyad prosiguió en silencio el registro de la vivienda, en busca de posibles supervivientes a los que silenciar con la muerte, incluyendo al muchacho y al extranjero con los que se habían encontrado anteriormente. Tenían como objetivo que aquel ataque químico que había acabado con toda la población junto a varios soldados enemigos, fuera identificado por las autoridades internacionales como de origen iraní. De repente, escucharon una voz contundente y atronadora que los dejó paralizados.

—Abandonad inmediatamente esta aldea o seréis condenados por la eternidad al Yahannam.

—¿Has oído eso Farid? ¡Alá nos va a castigar! —dijo muy asustado Iyad, mirando en todas las direcciones al no lograr identificar el lugar del que provenía aquel mensaje—. ¡Hemos de salir de aquí inmediatamente, no quiero ir al infierno!

—¡No... no nos vamos a mover de aquí, Iyad! ¡Estamos haciendo lo que nos han ordenado! No... no hay motivo alguno por el que temer a lo que dice este impostor —replicó con cierto nerviosismo Farid.

—Más te vale escuchar las sabias palabras de tu hermano y dejar que todas las almas que yacen en esta aldea puedan descansar en paz —continuó Kazim, hablando hacia el interior de sus mentes.

—¡Yo me voy! —declaró Iyad mientras comenzaba a correr, buscando salir de esa casa.


   Farid dio un golpe de contundencia, disparando una ráfaga de disparos hacia el techo con su fusil. El estruendo pilló por sorpresa tanto a Iyad, quien se tiró asustado al suelo; como a Kazim, dando un sonoro espaldarazo contra la pared de las escaleras.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Farid al escuchar el ruido que se había producido.


   Inmediatamente, Kazim se repuso y recorrió a toda velocidad los peldaños que le separaban de la planta superior. Decidió salir de nuevo a la terraza para esconderse sobre el techo del rellano. Por su parte, un renqueante Farid comenzó a subir los escalones hacia donde había escuchado el golpe del muchacho.

—Lamentarás el haberte hecho pasar por Dios para engañarnos —farfulló Farid totalmente encolerizado.


   Ya subido sobre el tejado, Kazim aplastó su cuerpo contra la superficie, debido a que la estructura donde se encontraba no disponía de ningún bordillo con el que se pudiera ocultar.

—¡Muere de una vez y vete tú al infierno! —exclamó Farid a la vez que disparaba contra todos los muebles y posibles escondites de la habitación que había tras subir las escaleras.


   Kazim era consciente de que las balas no tenían un gran efecto sobre él, pero aún así, el impacto de éstas sobre su cuerpo seguía siendo doloroso. Por otro lado, no tenía intención alguna de cobrarse otra víctima mortal; si no era para salvar la vida de otra persona. No quería más reprimendas de Serezade, ni volver a sentirse culpable de satisfacer a su bestia interior. A lo sumo, podía contener al demente de Farid, quien justo irrumpía en la terraza donde se escondía él. Debía actuar rápido, antes de perder el factor sorpresa.






Ante la restricción de no poder matar a Farid, ¿qué decidirá hacer Kazim en la situación en la que se encuentra?

A) Permanecer oculto, llegando a retroceder para que Farid no lo encuentre hasta que desista de su búsqueda.
B) Volver a hablar con su mente. Detallar qué le dirá a Farid.
C) Abalanzarse sobre Farid para inmovilizarlo y desarmarle, a sabiendas de que aún queda otro soldado armado.
D) Saltar sobre el miliciano con la intención de curarle y de que éste pueda cambiar su actitud hacia él.

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viernes, septiembre 15, 2023

Alger Furst (3) - Vuelta a casa

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Rápidamente, Alger volvió hacia donde estaba el muchacho, el cual observaba fijamente sus movimientos. No pudo reprimir la cara de dolor que sintió al estirar su brazo izquierdo para agarrar la mano del chico. Tenía la sensación de que su bíceps se había convertido en un alfiletero, donde los pinchazos se mezclaban con un importante hormigueo en el músculo. Se imaginaba que estaría sangrando de nuevo, pero ese no era el momento de detenerse a comprobar la herida. Tambaleándose, consiguió cruzar el salón de la vivienda hasta la puerta principal.

—No vamos a poder llegar muy lejos —pensó mientras analizaba su situación—. Más me vale encontrar un escondite para el muchacho y para mí.


   Un fuerte golpe de viento le recordó que se encontraban inmersos en una tormenta de arena, aunque ya era demasiado tarde como para cubrir su boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Alger comenzó a toser de forma instintiva para expulsar todo el polvo que se había adherido ya a su garganta y que lo estaba asfixiando. No tardó mucho tiempo en perder el equilibrio, dándose de bruces contra el suelo, sin que el ataque de tos cesara.


   Totalmente mareado y exhausto, notó cómo el chico lo abrazaba y conseguía incorporarlo. Con su ayuda, pudo continuar adelante unos pasos más, aunque ya no se encontraba en condiciones de guiar al muchacho por más que su mente pensara lo contrario.

—Gracias, chico —creyó decir, totalmente convencido de que su boca aún era capaz de articular esas palabras—. Vayamos a la siguiente calle y busquemos un refugio donde escondernos.


   Un duro porrazo contra el suelo lo sacó repentinamente de sus delirios. Le costaba respirar, así que optó por recostarse boca arriba. Cuando pudo entreabrir sus ojos, pudo percatarse de que se encontraba bajo un techo de adobe y cañas, a resguardo de los fuertes vientos, aunque no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? —dijo desorientado con voz tenue mientras jadeaba, sin ser consciente de que el adolescente le había llevado a ese lugar.


   Consiguió enfocar la vista hacia la entrada de la vivienda, donde reconoció al muchacho de piel quemada, quien parecía dirigirse hacia el exterior.

—¡Mi cámara! —intentó decir Alger en un estado de agitación, al notar que no tenía ningún asa de su mochila pegada al cuerpo—. No... no te pierdas tú también...


   A pesar de ser un modelo un tanto desfasado, aquella cámara fotográfica tenía un gran valor sentimental para Alger. Se trataba de un regalo que sus padres le hicieron cuando se marchó a la universidad para estudiar periodismo. Viniendo de una familia humilde en un entorno rural, fue todo un orgullo para sus progenitores el que su único hijo iniciara su andadura universitaria. Desde entonces, cientos y miles de carretes habían pasado por sus entrañas, siendo su inseparable compañera de viaje a lo largo de los últimos años. Pero, por encima de todo, se trataba del último obsequio que le habían hecho sus padres antes de morir.


   Para Alger, cada lugar que visitaba debía ser fotografiado con el objetivo de honrarles. De algún modo, se imaginaba mostrándoles las fotografías que tomaba de aquellos lugares maravillosos y recónditos a unos padres que no habían pisado el mundo mucho más allá de su terreno agrícola a orillas del Rin.


   Tras haber tanteado el espacio que tenía a su alrededor, consiguió dar con la mochila. No debía perderla, por lo que acabó agarrándola con fuerza y arrastrándola hacia su cuerpo.

—Papá. Mamá. No os preocupéis, estaré bien —suspiró con cierto alivio al confirmar que su tan preciada cámara estaba a su lado dentro de aquel petate.


   Pero su mente no se libró de ocuparse con otras preocupaciones. Al percibir cómo su brazo se le hinchaba cada vez más, determinó que algo no iba demasiado bien ahí. Nervioso, probó a mover sus dedos, pero debido al entumecimiento de toda la extremidad, no era capaz de notar nada. Finalmente, respiró hondo e hizo el esfuerzo de incorporarse para poder comprobar en qué estado se encontraba la herida de la metralla que le había alcanzado aquella mañana.


   Fue justo en aquel instante cuando notó cómo algo le taladraba el abdomen. De inmediato, su espalda chocó violentamente contra el suelo, al ser empujado por el impacto de una bala. Conmocionado ante lo que le acababa de suceder, recordó la sensación que vivió al resultar herido durante el servicio militar. Aquella vez, tuvo la fortuna de haber recibido un disparo limpio que no dañó ningún órgano interno, además de contar con la inestimable ayuda de Bertram; su compañero de filas tras una gran amistad forjada en los años de universidad.

—¡Hombre herido! —intentó pronunciar, reproduciendo las palabras que Bertram gritaba en aquella ocasión, mientras cargaba con él a cuestas para llevarlo a la enfermería del cuartel militar.


   Sin embargo, tenía la certeza de que esta vez no dispondría de la misma asistencia sanitaria que el soldado Kastner le brindó casi una década atrás.

—Menudo pájaro estás hecho, Bertram. Hiciste bien en saltarte las clases para enrollarte con aquella enfermera y aprender primeros auxilios jugando a los médicos con ella... —repitió en sus pensamientos las mismas palabras que le dijo por aquel entonces a su amigo, como si lo en ese momento lo tuviera delante.


   Comenzó a tomárselo con humor en cuanto se dio cuenta de que esa vez no estaba en el cuartel militar, sino en una aldea perdida en el sur del desierto del golfo Pérsico.

—Qué bien nos vino aquel incidente. Yo pasé varias semanas en reposo y tú fuiste condecorado y trasladado a la comandancia para realizar labores médicas por tu buen hacer conmigo. Después, me trasladaron a mí también y el servicio militar se convirtió en una juerga para nosotros.


   A pesar de la gravedad de la situación y del no tan halagüeño futuro que le deparaba, Alger no podía evitar que se le escapara una risa entrecortada a la vez que angustiosa. La herida del proyectil le había afectado a varios órganos y al diafragma, por lo que tenía algunas dificultades para respirar.

—¿Y cuando te castigaron con ordenar y organizar el archivo de la comandancia por mi culpa? Siento haber guardado aquellas botellas vacías debajo del colchón de tu catre, Bertram —rememoró mientras que comenzaba a desternillarse al recordar las caras de asombro de su amigo y del sargento, además de la consiguiente reprimenda del superior hacia Bertram—. En el fondo, disfrutaste revolviendo todos aquellos papeles que tenían allí guardados desde vete tú a saber cuándo.


   Fruto de aquellas carcajadas cada vez más débiles, sendos regueros de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Parecía que la risa era su mejor anestesia para sobrellevar sus últimos momentos con vida.

—Pero jamás te perdonaré el que me dejaras tirado en nuestras aventuras y desventuras por casarte con tu querida enfermera y dedicarte a cambiar pañales a un crío —pensó mientras conseguía apaciguar los espasmos provocados por su risa, mostrando en su rostro un gesto de alegría por su amigo—. Quizás yo también debería haber sentado la cabeza con Gretchen. O con Emma...  No, mejor con Norma. Ella era la ideal para formar una familia... Una familia...


   Volvió a recordar a sus padres, fallecidos unos quince años atrás. Su actitud se volvió más seria, sintiendo que los había defraudado por haberse dado por vencido en aquel momento. Tragó saliva y pensó que si lograba llegar hasta la ambulancia, aún tendría posibilidades de escapar y sobrevivir. Lo debía intentar por ellos.

—Quiero seguir vivo. No voy a tirar la toalla. Conseguiré recuperar... —se decía a sí mismo mientras reunía fuerzas para incorporarse de nuevo.


   Dobló la pierna para tomar impulso, a la vez que apretaba su mano derecha contra el agujero que sangraba en su vientre. Pero un nuevo disparo le alcanzó, esta vez incrustándose en el muslo de la pierna que acababa de levantar. Una dolorosa descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo, destensando todos sus músculos y quedando completamente tendido en el suelo. Bajo un sentimiento de frustración, ya casi no tenía energía para moverse, por lo que las pocas opciones que tenía de valerse por sí mismo habían terminado por desvanecerse.

—Así que esto es lo que tenía el destino preparado para mí... A la tercera va la vencida, ¿no, jodida Muerte? Me has tirado una bomba y un edificio encima, has estado a punto de que me vuelen la cabeza y ahora te vengas con esta lenta agonía... Capto el telegrama —continuó divagando Alger mientras se desangraba—. Papá, mamá, esperadme para cenar los tres juntos.


   Sus recuerdos se remontaron a mucho más atrás, con multitud de vivencias junto a sus padres durante su niñez y adolescencia. Las lágrimas continuaron escapando de una manera más abundante, agitadas por los sollozos y los temblores de su cuerpo inmóvil conforme perdía calor de forma paulatina. Llegó hasta la época donde comenzó la universidad, que coincidió con el momento en que ellos fallecieron.

—Os echo de menos —les declaró a sus progenitores mientras recordaba la primera vez que visitó su hogar vacío tras la muerte de estos.


   Pasó varios días encerrado en su casa, con la esperanza de que su padres aparecieran por la puerta para pedirle ayuda con el huerto. En otro momento, hubiera buscado una escusa para escaquearse. Totalmente deprimido y tocando fondo, a malas penas probaba bocado de los alimentos que los vecinos le llevaban de manera solidaria. Poco a poco, la ayuda se fue difuminando y desde la universidad de Stuttgart le reclamaban que volviera a las clases, a riesgo de perder su matrícula y ser llamado a filas. Más adelante, el dinero comenzó a ser un problema; o más bien, la escasez de éste.

—Fueron unas semanas horribles sin vosotros. Pero tuve la fortuna de conocer a gente que me sacó de aquel pozo —continuó narrándole a sus padres—. Conseguí graduarme, ya os lo dije. Superé el servicio militar de aquella manera... Y ahora soy todo un trabajador que se juega su vida por todo el mundo a costa de ganar mucho dinero. Bueno, tampoco demasiado...


   Su vida se apagaba y sentía cómo el frío congelaba su cuerpo.

—Me vi obligado a vender nuestro hogar. El lugar donde me contabais cuentos de pequeño, donde recolectábamos manzanas, donde pescábamos en el río... Donde éramos felices. Me arrepiento de no habéroslo contado antes... Soy un cobarde...


   Alger era consciente de que sus padres no estarían orgullosos de todos sus actos. Pero entre muchas otras cosas buenas que tenían era la compasión y comprensión. En ese momento, se sintió totalmente liberado al haberse atrevido a contarles sobre la venta de la casa familiar.

—Lo siento, no tuve otra opción —se resignó Alger—. Pero ahora estoy ahorrando y conseguiré recuperarla...






   Ya no era consciente de la situación en la que se encontraba. Y tampoco lo era de que no podría volver a comprar la vivienda. Todo quedó en segundo plano, al iluminarse un lejano punto de luz blanca que le hizo creer que sus padres le habrían perdonado por todos sus malos actos a lo largo de estos años. Alger dejó su mente fluir hacia aquel hogar mientras el resto de recuerdos se apagaban lentamente.


   Poco después, se encontraba caminando por la vereda que cruzaba el terreno familiar, con su cámara de fotos colgada al cuello. Al final del camino le esperaba la casa en la que se había criado, donde sus padres ya habían encendido las luces como hacían siempre cuando anochecía. Deseaba volver a abrazarlos, ya que hacía casi media vida que no los tenía a su lado. Primero aceleró el paso y, finalmente, echó a correr para que aquel esperado momento llegara lo antes posible, deteniéndose ante la puerta del hogar. Anhelaba conocer la reacción de sus progenitores ante el inminente encuentro y contarles todo lo que había vivido de primera mano.


*******************


   Utilizando ambas manos, dio un empujón con el que abrió lo que parecía una puerta de madera. Confundido, todo a su alrededor estaba inundado por la oscuridad.

—¿Qué hago aquí tumbado? ¿Es esto mi ataúd? —se preguntó Alger tras abrir la tapadera del cajón de madera en el que se había despertado.


   Tras acostumbrar la vista a la luz tenue que llegaba de la luna, se dio cuenta de que estaba en un arcón, sobre varios montones de sábanas, trapos y jarapas.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —continuaba cuestionándose, a la vez que palpaba su tripa y se percataba de que el único agujero que tenía en ella era su ombligo—. ¿Estoy vivo? Tengo la ropa empapada de sangre, pero... ¿dónde están las heridas de bala? Además, mi brazo parece estar como siempre. ¿Qué clase de sueño es este?


   Incorporándose, pudo deducir que aún estaba en una de las viviendas de la aldea por donde fue asaltada la ambulancia. Localizó la silueta de su mochila en mitad de la estancia, bañada por la escasa iluminación que llegaba desde la entrada. Por suerte, parecía que la tormenta de arena había amainado y que el cielo se encontraba despejado. Inmediatamente saltó fuera del mueble para reunirse lo antes posible con sus pertenencias. Al llegar, pudo comprobar que una parte del contenido estaba desperdigada por el suelo.

—No, no, no... Dime que estás aquí, por favor —pronunció nervioso mientras revolvía el interior de la mochila, de la que cayeron un par botes de plástico, que contenían un carrete fotográfico en su interior, y medio mendrugo de pan envuelto en un paño.


   Consiguió encontrar la linterna en el interior y no dudó en encenderla para facilitar la búsqueda. Tras soltar la mochila, comenzó a enfocar al suelo y confirmó que su cámara de fotos no estaba allí. El nudo que se le formó en la garganta le impidió gritar de rabia por haberle sido arrebatado el objeto más preciado que le quedaba de su familia.


Siguiente




Llega el momento de tomar decisiones por parte de Alger. En primer lugar, ¿cuál será su principal objetivo a partir de ese momento?

A) Recuperar la cámara de fotos
B) Encontrar al muchacho para continuar el rescate
C) Huir de la aldea
D) Esconderse y mantenerse a la espera de acontecimientos


Y en base al objetivo elegido, ¿a dónde se dirigirá Alger?

1) Volverá a la vivienda junto al patio donde se encontró a los milicianos y el muchacho
2) Irá por las calles hasta la ambulancia con la que llegó a la aldea
3) Subirá al piso superior de la vivienda para echar un vistazo a las calles de alrededor
4) Se meterá de nuevo en el arcón


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lunes, agosto 28, 2023

Kazim Ayad (2) - Vida o muerte

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   Repentinamente, una chispa saltó en su mente, inflamando todos sus melancólicos sentimientos y tornándolos en ira y sed de venganza. Olvidando lo cuidadoso y atento que era, Kazim dejó caer en el suelo del salón al hombre de cabellos rubios al que había recogido en mitad de la calle. Éste se encontraba cada vez más afectado por la fiebre y si en algún momento expresó algún quejido por el impacto de la caída, debió quedar opacado por sus intensas inspiraciones tras haber estado expuesto a la tormenta de arena. Casi sin estar consciente, tuvo fuerzas para girarse y así quedar tendido hacia arriba. Con su mano temblorosa comenzó a palpar el piso de su alrededor, quedándose más tranquilo en cuanto dio con la bandolera que estaba junto a él.

   Ajeno a todo aquello, el muchacho se dirigía lentamente hacia la entrada del que era de nuevo su hogar. Tenía su cuerpo en tensión, preparándose para el inminente enfrentamiento con uno de los que creía culpables de la muerte de su familia. Kazim podía visualizar mentalmente cómo éste se dirigía hacia la emboscada que le había preparado para cuando traspasara el umbral de su casa. En su cabeza no cesaba de repetirse la idea de que aquellos hombres que habían acabado con los suyos tampoco merecían vivir.


   Con la piel de su espalda pegada a la pared junto a la puerta, Kazim esperaba impaciente el momento en el que daría caza al intruso. Lo sentía cada vez más cerca. Apenas un metro de distancia y un muro de adobe les separaba. El joven vampiro giró su cabeza hacia la entrada, con el propósito de hacer contacto visual con el miliciano. A pesar del ruido del viento, era capaz de escuchar los latidos del corazón de aquél hombre que unos segundos más tarde se convertiría en su presa. Comenzó a contar hasta tres para fijar el momento en el que se abalanzaría sobre él.


   Pero el estruendo que provocó el disparo del rifle que portaba el miliciano interrumpió su concentración. Dejó atrás ese estado salvaje en el que se había sumido, volviendo a ser aquél chiquillo prudente y comprometido de siempre. Kazim se echó las manos al abdomen tan pronto como percibió un leve pero punzante dolor en aquella zona. Aunque, a simple vista, pudo comprobar que no tenía herida alguna.

—¿Qué significa este dolor? —se preguntó a sí mismo presionando con las yemas de sus dedos por encima de su ombligo.


   Inmediatamente, reparó en el extranjero, que se encontraba totalmente expuesto en el suelo del salón. Era él quien había recibido el disparo en el abdomen. Su sangre ya había comenzado a teñir la ropa que cubría esa parte del cuerpo.

—Maldito fusil defectuoso —escuchó quejarse a Assim, el mismo soldado que minutos antes había interrumpido su descanso diurno para torturarle—. ¿Es que es imposible acertarles en la cabeza?


   El sonido de un nuevo disparo desencadenó en la mente de Kazim una sucesión de imágenes en las que ese miliciano ejecutaba sin piedad a su madre y hermanos. Otra vez, la ira se apoderó del muchacho y nubló su parte racional. Instintivamente, dio un salto para presentarse ante Assim; cuya expresión del rostro cambió de rabia a terror. No le dio lugar alguno a reaccionar a tiempo y, cuando llegó a darse cuenta, ya tenía los brazos y piernas del chico apresando su cuerpo. En el momento en que los colmillos del vampiro atravesaron la piel de su cuello y pincharon su yugular, el miliciano entró en un estado de placer y dolor a partes iguales, que sería su sentencia de muerte.


   Sin que su víctima ofreciera resistencia alguna, Kazim bebía su sangre de forma salvaje y sin contemplaciones. Mientras que oprimía a Assim con sus extremidades para acelerar el desangrado, el muchacho repasaba entre sus conocimientos la manera con la que podría recuperar a su familia utilizando la sangre que estaba consumiendo. Tardó prácticamente un minuto en dejar vacío a Assim, cuyo cadáver cayó violentamente al suelo cuando el chico lo empujó para dirigirse de forma veloz hacia los cuerpos de su familia.


   A pesar de la velocidad, el trayecto hasta sus seres queridos se le hizo eterno, deseando comprobar que aún existía algún resquicio para salvarlos. En cuanto llegó a donde estaban ellos, el sentimiento de ira se debilitó, empañándose con tristeza y conteniendo un halo de esperanza en su interior. Nada más arrodillarse junto a ellos, posó las manos sobre los cuerpos de su madre y su hermana, que resguardaban al del pequeño Namir en el centro. Pudo deducir cómo habían muerto y el tiempo que había transcurrido desde entonces. En alguna ocasión había visto a su mentora revivir a un gato salvaje y a pequeñas aves, por lo que se dispuso a devolverles la vida también a ellos. Con los poderes que había asimilado la noche anterior, pensaba que podría conseguir su objetivo y recuperarlos.


   Pero había algo que impedía que se obrase el milagro. Extrañado, observó las palmas de sus manos y las puso sobre su frente, esperando provocar alguna reacción que no llegó a materializarse.

—¿No hace ni un día que estás sin mí y ya has olvidado los fundamentos de mis enseñanzas? —escuchó decir a una voz femenina.


   Sorprendido, Kazim levantó la mirada y se sobresaltó al contemplar ante él la figura de su maestra. Tras unos segundos sin reaccionar, comenzó a agitar sus brazos con más ímpetu que de costumbre para comunicarse con ella.

—¡Debo salvarlos! ¡El tiempo apremia! —gesticuló Kazim, intentando obtener el beneplácito de la visión de su mentora para acometer tal acción.

—¿Por qué a ellos y no a él? —inquirió la mujer, señalando al extranjero que todavía se encontraba en la otra parte del salón.


   En ese momento, Kazim tomó consciencia de que el sentimiento de venganza le había hecho olvidarse de aquel hombre que se había arriesgado demasiado por salvarle. Volvió a sentir de nuevo en su cuerpo el dolor de las dos balas que habían alcanzado al hombre de cabello rubio.

—No puedo permitir que dejes una vida extinguirse a tu lado mientras buscas las almas de los que ya se han perdido —le relató ella—. Debes ser tú quien domine a tu bestia interior y no ella a ti, o si no, te cegará en tu empeño de proteger a los demás.


   Tras unos instantes de reflexión, Kazim realizó una reverencia hacia la imagen de su maestra.

—Te pido disculpas, Serezade —le respondió mentalmente—. He obrado incorrectamente, anteponiendo mis intereses personales, convirtiéndome en el verdugo de aquel soldado e ignorando a este buen hombre está al borde de la muerte.


   La mujer asintió en silencio y se desvaneció.


   Enseguida, Kazim se acercó al extranjero, cuya vida estaba a punto de extinguirse. Rodeado por un charco de color rojo oscuro, alimentado por la sangre que manaba de las heridas de bala que tenía en el muslo y en el abdomen, se encontraba luchando por poder respirar, sin soltar su mano de la bandolera que tenía al lado.


   El vampiro se arrodilló junto a él, impregnándose las piernas con la sangre derramada alrededor del cuerpo. A continuación, sintió cómo la mano de Serezade se posaba sobre su hombro, como gesto de confianza en lo que estaba a punto de realizar. Kazim llevó las suyas al punto central del abdomen del hombre de pelo rubio, a la vez que entornaba sus ojos para concentrarse. Dos pliegues de piel de la frente del muchacho se retiraron, dejando a la vista lo que parecía un tercer ojo con el que era capaz de visualizar las balas que tenía alojadas en la pierna y en el abdomen, al igual que multitud de esquirlas de metal incrustadas en su brazo izquierdo.


   Como si de hilos se tratasen, varias hebras de sangre comenzaron a emerger del charco de alrededor, dirigiéndose hacia los dedos de Kazim. A su vez, de los brazos y manos del chico brotaron varios estigmas, creándose finísimas fibras de color rubí que se entremezclaron con las otras. Sin más dilación, éstas se clavaron en el cuerpo moribundo de su paciente, junto a las heridas que había identificando con el globo ocular de su frente.


   Los proyectiles metálicos comenzaron a desandar la trayectoria que habían hecho a través de la carne, enredados por aquellos hilos, hasta salir al exterior. De igual manera, los restos de metralla que tenía en el brazo también fueron expulsados a través de la piel. Cuando las heridas quedaron libres de aquellos cuerpos metálicos, Kazim se dispuso a reparar los órganos que habían sido dañados, empezando por los que estaban más profundos y afectados. Las hebras de sangre se encargaron de cerrar los tejidos desgarrados y de sanar las quemaduras ocasionadas por los restos de pólvora. Como si de un orfebre se tratase, Kazim estaba poniendo todo su empeño y tiempo en curar al que había sido su salvador.


   Ya casi había concluido su obra y estaba dando las últimas puntadas, cuando Kazim se percató de que otro de los milicianos se acercaba hacia donde estaban ellos.


Siguiente


Después de haber corregido su actitud y salvar la vida al extranjero, ¿qué hará Kazim ante la inminente llegada de otro de los soldados?

No hay opción A.
B) Irá a recibir al otro soldado de una manera más pacífica que con el anterior.
C) Interrumpe la curación para poder proteger al hombre en cuanto llegue el soldado.
D) Detiene la curación para llevarse al hombre a un lugar más seguro.
E) Continúa con la curación, ignorando al soldado.


Por otro lado, se planteará revivir a alguien. ¿A quién?

0) A nadie. Muy a su pesar llega a la conclusión de que los muertos, muertos están.
1) A su madre.
2) A su hermana Haliba.
3) A su hermano Namir.
4) A Assim, el soldado al que ha dejado vacío de sangre.


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martes, agosto 08, 2023

Kazim Ayad (1) - Vampiro en tiempos de guerra

Esta es la 1ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Era una noche despejada, donde el resplandor de las explosiones lejanas competía con el animado brillo de las estrellas. Kazim se encontraba en la parte más alta del cerro que ocultaba la guarida donde había permanecido durante el último año junto a su mentora. Con la mirada fija en algún punto perdido del cielo, el muchacho permanecía pensativo, reviviendo una y otra vez el momento en el que el cuerpo de su maestra se deshacía en cenizas como el tronco de un árbol arrasado por las llamas. Necesitaba saber si había hecho lo correcto al acceder a la orden de su madre vampírica: absorber toda su sangre y consumir lo que le quedaba de alma.

**************

   La guerra le había trastocado la vida y la rutina, como al resto de habitantes de aquel país en medio del desierto. Al poco de empezar el conflicto bélico, su padre fue obligado a alistarse en el ejército para hacer frente a las ofensivas iraníes, dejando atrás a su mujer y tres hijos. Siendo Kazim el primogénito, adquirió un rol protector hacia sus hermanos pequeños. Sin embargo, aunque el chico ya se encontraba a medio camino entre ser un niño y un adulto, demostrando una mayor madurez de la que se esperaría para su edad, no estaba en condiciones de suplantar el rol de cabeza de familia que ostentaba su progenitor. Su mayor obstáculo era su mudez de nacimiento.

   Pero lo que en toda su vida le había supuesto una desventaja, sobre todo al querer comunicarse con los demás, durante la guerra le supuso un salvavidas. Al contrario que los muchachos de su edad, Kazim adquirió una actitud más prudente y no solía formar parte de las cuadrillas que recibían a gritos y pedradas a los soldados enemigos. Normalmente, permanecía en la retaguardia, asistiendo a sus amigos y conocidos cuando resultaban heridos de cualquier consideración. El no poder articular palabra alguna ni proferir sonidos por su boca le convertía en el chaval más difícil de detectar por las filas enemigas. Aún así, sus actos no pasaron desapercibidos para el ejército, que comenzó a recurrir a él con el fin de proporcionar primeros auxilios a los militares caídos en pleno campo de combate.

   Tenía buena mano para extraer balas y coser heridas en la carne de sus compatriotas, ya fuera en medio de una contienda o en un hospital de campaña, convirtiéndose en un gran baluarte para las gentes del sur de Irak. Además, era muy ágil y escurridizo, llegando a lugares que ningún otro miliciano podría alcanzar sin ser visto.

   A pesar de estar más involucrado en la guerra, todo pintaba bien para él, al sentirse útil y reconocido por la comunidad. Hasta que en una fatídica emboscada, el convoy en el que viajaba fue bombardeado. Hasan, un soldado al que el chico había salvado la vida en un par de ocasiones, no dudó en hacerle de escudo humano en cuanto escuchó un proyectil de gran calibre silbar hacia ellos. Todos los combatientes perecieron en aquel momento, quedando Kazim atrapado entre los brazos de su salvador y el amasijo de hierros del vehículo. Aún así, resultó gravemente herido, suponiendo sus últimas horas de vida una lenta y dolorosa agonía hacia la muerte. No podía gritar para pedir ayuda, ni tampoco nadie de ninguno de los dos bandos apareció por el lugar para rescatarle o dar fin a su sufrimiento.

   Optó por concentrarse y pensar en su familia. Aún recordaba a su padre, desaparecido durante los primeros meses de la guerra. Fue él quien le enseñó a escribir y a expresarse con el lenguaje de signos. Gracias a su progenitor, el resto de su familia y las amistades más cercanas del vecindario también aprendieron a comunicarse con Kazim, haciendo una gran labor por su integración entre las gentes de su aldea. Desde que el hombre fue enviado al frente, su madre se encargó de trabajar en los áridos campos para llevar un jornal y alimento a casa. Realmente quería a su marido y no había noche en la que el muchacho no la escuchara llorando su pérdida. Procuraba que su hermana Haliba y el pequeño Namir no vieran a su madre en esa frágil situación para que no desdibujaran de su mente la imagen de la mujer fuerte que era en realidad.

   No tenía fuerzas para mover sus brazos y los dedos de sus manos sólo temblaban cuando intentaba hacer el gesto con el que quería despedirse de sus seres queridos, como si los tuviera delante. Cerró los ojos y se durmió, con la esperanza de despertar en el más allá.

   Al caer la noche, el sonido de cómo algo revolvía entre los restos del vehículo le desveló. Enseguida, pudo comprobar que no se trataba de una hiena o cualquier otra alimaña, que hubieran supuesto un final aún más cruel para él. Sus ojos entreabiertos y cansados fueron capaces de reconocer la figura y el rostro de una mujer a la que ya había visto en numerosas ocasiones deambulando cerca de las jaimas utilizadas para tratar a los heridos. Justo cuando ésta estableció contacto visual con él, Kazim volvió a desfallecer, cayendo en un profundo sueño.

   Sin tener noción del tiempo que había transcurrido desde entonces, Kazim despertó en una especie de cueva, acostado sobre un mullido lecho. Se incorporó sin mayor problema y de inmediato pudo comprobar cómo su cuerpo estaba libre de heridas y de todos los efectos de aquella explosión. Sin embargo, se sentía diferente. No tardó en percatarse de que su cuerpo estaba más frío de lo normal y que su corazón no latía de forma autónoma como lo había hecho durante toda su vida.

   La mujer a la que había visto en el lugar del ataque apareció en la estancia y se encargó de contarle todo sobre su nueva naturaleza vampírica. A lo largo de las siguientes semanas y meses, le mostró sus nuevas habilidades, instruyéndole en los cometidos que debía cumplir a partir de entonces. Y, una vez que consideró que Kazim estaba lo suficientemente preparado para ser totalmente independiente, su mentora le encomendó la tarea más complicada que debía realizar hasta el momento: liberarle de la existencia en un mundo lleno de guerras y peleas entre la humanidad, consumiendo toda su sangre y su esencia.

   Como contrapartida, el chico heredaría su poder, con el fin de poder continuar su legado con sangre nueva.

   Fue como un segundo renacer como vampiro para Kazim, al sentir cómo sus habilidades llegaban más lejos de lo que hasta entonces había imaginado. Tenía el presentimiento de que una parte de su mentora y de sus predecesores le acompañarían de ahí en adelante. Por ello, llegó a la conclusión de que obró adecuadamente y de que no debía defraudarles en su cometido. Acordó consigo mismo en volver a su aldea natal para comenzar a proteger a su pueblo en pos de conseguir la tan ansiada paz en la zona.

**************

   Poco antes del alba, Kazim llegó a la puerta de lo que había sido su hogar hasta el momento de desaparecer en el convoy bombardeado un año atrás. Muchas de las casas de aquel enclave habían sucumbido a los efectos de la guerra, exhibiendo agujeros de proyectiles en las paredes, estructuras derruidas y puertas destrozadas. Sin embargo, en cuanto puso un pie en su aldea, tuvo la certeza de que su familia se encontraba sana y salva. No hizo falta que tocara la puerta para que su madre y sus dos hermanos salieran a recibirle con la alegría que les suponía recuperar a un ser querido que habían dado por muerto durante meses. De alguna manera, Kazim les había transmitido mentalmente la idea de que él estaba allí de vuelta.

—Kazim, hijo mío. Bendito sea Dios por haberte traído de vuelta con nosotros —celebró su madre alzando los brazos al cielo en señal de agradecimiento—. Dalil, nuestro hijo está aquí. Gracias por haberlo guiado a nuestro hogar.

—¿Estás bien hermano? ¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó eufórica su hermana Haliba mientras le abrazaba.

—He estado en un lugar seguro, aprendiendo mucho para poder ayudar a nuestro pueblo a resistir y salir adelante en esta guerra —le respondió Kazim haciendo gestos con sus manos, a la vez que, con sus poderes sobrenaturales, transmitía lo mismo a las mentes de los miembros de su familia.


   Los tres quedaron atónitos ante la claridad y los detalles con los que comprendieron la explicación sobre su paradero.

—Namir, nuestro hermano mayor ha dicho que ha estado en un colegio muy seguro, donde le han enseñado cómo conseguir que la guerra se termine —le explicó Haliba al más pequeño de los hermanos—. Como tú no sabes todavía qué significan los signos que Kazim ha hecho con sus manos, te los traduzco.

—¡Yo sí sé los signos, Haliba! —le replicó Namir orgulloso de haber entendido a su hermano mayor, aún sin saber cómo.

—Madre, necesito descansar en casa antes de que los primeros rayos del sol aparezcan —le indicó a la matriarca mientras accedía al hogar y señalaba la puerta bajo las escaleras que conducía al pequeño habitáculo subterráneo que servía de almacén—. Debo dormir ahí dentro y nadie puede abrir esa puerta hasta que caiga de nuevo la noche.

   Pese a las reticencias de su madre, no tuvo muchas dificultades para convencerla en que aceptara su petición y aleccionase a sus hermanos para que no accedieran al sótano durante el día. Tras disponer una jarapa y una esterilla sobre el suelo de aquel pequeño almacén, Kazim se tumbó y cerró la compuerta, cayendo con los primeros compases del amanecer en el sueño diurno que requerían los vampiros.

   Pero en algún momento del día, su descanso se vio truncado con un golpe abrupto en la puerta y una ráfaga de luz del exterior. Sobresaltado y aturdido, vio la figura de un miliciano con el rostro tapado al final de las escaleras.

—¡Aquí hay uno escondido! —gritó el soldado mientras empuñaba su escopeta y apuntaba con ella a Kazim.

—¡Deshazte de él! —escuchó por parte de otro hombre que debía ser un compañero del primero—. No pueden quedar testigos sobre lo ocurrido aquí.


   Acto seguido, sin que Kazim aún fuera capaz de moverse, el miliciano disparó un par de proyectiles que acertaron en el cuerpo del muchacho. Pero a diferencia de lo que le habría ocurrido siendo un simple mortal, las balas no se hundieron del todo en su carne y terminaron por caer al suelo.

—¿Cómo es posible...? —pronunció el hombre armado, volviendo a disparar indiscriminadamente sobre Kazim, con el fin de darle muerte.


   El muchacho se cubrió de forma instintiva con sus brazos, encogiéndose en un rincón de aquel sótano. A la misma vez, comenzó a escucharse una refriega de disparos que alertó al resto del escuadrón.

—¡Farid, ven aquí! ¡Necesito ayuda! —exclamó el soldado mientras bajaba los peldaños del compartimento subterráneo y sacaba un cuchillo de su cinturón.


   Asustado y aún sorprendido por no haber sido herido de gravedad por las balas, Kazim comenzó a dar manotazos y patadas para poder esquivar la hoja afilada con la que estaba siendo atacado. Pero igualmente, el metal del arma a malas penas podía atravesar su piel, provocándole cortes superficiales. El soldado procedió a desgarrar la ropa del chico para comprobar qué tipo de chaleco antibalas o protección llevaba debajo para que ni los disparos ni el cuchillo le afectasen de forma significativa.

—¿Qué está ocurriendo, Assim? —preguntó uno de los compañeros asomándose por la entrada al habitáculo, mientras seguía pendiente de los disparos que se escuchaban por los alrededores.

—¡Le he disparado una docena de veces y le he clavado la hoja de mi cuchillo, pero no consigo ni tan siquiera herirle! —explicó el soldado dejando en paños menores a Kazim—. ¡Este joven una aberración del infierno!

—Átale las manos —le sugirió el otro, señalando un rollo de sogas que había sobre una de las tinajas a la vez bajaba para comprobar más de cerca la situación.


   Entre los dos, consiguieron doblegar a Kazim, quien a pesar de ofrecer una gran resistencia, notaba su cuerpo algo entumecido y sus reflejos mermados. Pensó que debía ser a que el ocaso aún no había llegado, mientras se daba por vencido al ser maniatado. Trató de averiguar cuál era la situación de los miembros de su familia, pero no era capaz de localizarlos con su mente. Uno de los milicianos vació un pequeño saco de grano y se lo colocó a Kazim sobre la cabeza, apretando por la zona del cuello con la idea de asfixiarle.

—¿No ves que con esta tela aún puede respirar? —le recriminó el soldado Farid refiriéndose al tejido del saco—. Tenemos que ahogarlo sumergiéndole la cabeza en agua.

—Estas tinajas están prácticamente vacías. No nos servirán —contestó Assim abriendo las tapaderas y arrojándolas sobre el muchacho indefenso.

—En una de las casas de al lado había un aljibe. Llevémoslo allá —propuso el que parecía ser superior en rango militar.


   Acto seguido, levantaron a Kazim del suelo y lo empujaron escaleras arriba para sacarlo del sótano. No podía ver nada a través del saco que aún tenía en la cabeza, pero comenzó a forcejear con ellos para evitar salir al exterior de su casa. Ante este movimiento, los soldados le golpearon con sus rifles hasta que cayó al suelo, donde continuaron propinándole patadas y pisotones.

   Doblado de dolor, no le dio lugar a reponerse para poder ofrecer resistencia en cuanto empezaron a arrastrarle por el suelo. Nada más cruzar el umbral hacia el exterior, notó cómo la luz del sol comenzaba a escocerle sobre la piel. Sin embargo, el ritmo al que se quemaba distaba mucho de lo que le había advertido su mentora en alguna ocasión. Percibió que el viento ululaba con fuerza alrededor de ellos, por lo que debía haberse levantado una tormenta de arena que le ofrecería algo de protección contra los rayos solares.

   Enseguida se les unió un tercer guerrillero.

—¿Y éste de dónde ha salido? —les preguntó refiriéndose a Kazim.

—Estaba encerrado en un almacén y seguramente no ha llegado a inhalar el agente tóxico —le respondió Farid mientras continuaban su avance a la vivienda de enfrente—. ¿A qué se debían los disparos de antes, Iyad?

—Era el novato, que al parecer se ha rebelado y ha comenzado a atacarme —les explicó el recién llegado algo apesadumbrado—. Lo he matado al responderle al fuego, pero aún no he recuperado su rifle. Está junto a lo que parece una ambulancia, aunque con esta tormenta no lo podía apreciar bien y venía a pediros cobertura para avanzar con seguridad.

—De acuerdo, en cuanto acabemos con este crío la inspeccionaremos con sumo cuidado —le comentó el líder del escuadrón.


   Los tres soldados entraron en una casa con Kazim a rastras, para poco después salir a un patio compartido entre varias viviendas.

—Assim, llena ese balde con el agua del aljibe —le ordenó Farid mientras dejaban al muchacho de rodillas junto a un poyete.


   Cuando Kazim sintió que ambos soldados dejaron de sujetarle, se incorporó súbitamente y, aún encapuchado, comenzó a correr siguiendo el mismo camino por el que lo habían llevado hasta allí. Pero, rápidamente fue interceptado por uno de los milicianos.

—¿A dónde crees que vas? —le preguntó con cierta satisfacción por haberlo detenido a la vez que lo empujaba hacia el suelo.

—Maldita sabandija. ¡Toma esto para que no se te ocurra volver a largarte! —le recriminó Farid, golpeándole con la parte trasera de su rifle.

—¿No te estás excediendo demasiado, Farid? Es sólo un niño... —intercedió Iyad al ver cómo trataba al rehén, sin obtener la más mínima respuesta.

—¡Eh, deja que yo también lo golpee! —reclamó Assim mientras vertía otro cubo de agua al balde.

—¡Tú sigue a lo tuyo! —le espetó el líder del grupo, propinándole más golpes al pobre Kazim.


   Aturdido, el muchacho cayó de lado al suelo, donde continuó recibiendo golpes por parte de su captor. Sentía que había defraudado a su maestra, al no poder hacer frente a aquel trío de mortales, teniendo él la ventaja de ser un vampiro. Por otro lado, también estaba intentando localizar con su mente a su familia, pero por los alrededores, sólo era capaz de percibir la presencia de sus tres atacantes y de una cuarta persona que debía estar en la casa de al lado.

   Volvieron a agarrarle y, disponiéndolo frente al balde lleno de agua, empujaron su cabeza para sumergirla por completo.

—¡A ver si sobrevives a esto, monstruo! —le gritó Farid al oído en una de las veces que le daba tregua para que respirara.

—¡Déjame a mí que lo ahogue, que para eso he llenado yo el recipiente de agua! —interfirió Assim empujando a su líder y agarrando el saco que envolvía la cabeza de Kazim.

—Está bien, pero como tardes demasiado en matarlo, el siguiente que va a probar el agua vas a ser tú —le amenazó Farid, disgustado por la intromisión de su subalterno.


   Ajeno a las discusiones de los milicianos, Kazim sentía cierta curiosidad por saber quién era la otra persona que había cerca y qué hacía allí, ya que no parecía que fuera nadie del grupo de los militares. De alguna manera, con la cabeza sumergida bajo el agua, le era más sencillo que nunca localizarla en el plano astral. Esperando que su aura destilara buenas intenciones, quedó defraudado al visualizar unos tonos intensos de ira, al igual que las de sus captores. Debería tener cuidado con el cuarto en discordia, por lo que comenzó a trazar un plan de huida mientras los otros creían que se ahogaba.

   De repente, escuchó un golpe y un grito de dolor por parte de uno de aquellos hombres, a la vez que todas las auras se agitaban y derivaban a sentimientos de desconcierto y temor.

—¡Farid! ¿Estás bien? —le preguntó Iyad mientras examinaba el bloque de escombro que había golpeado a su superior.

—¡Alguien le ha lanzado eso desde arriba, Iyad! —exclamó Assim soltando al muchacho y señalando hacia la planta superior de una de las viviendas que daban a ese patio.


   Farid seguía en el suelo, sin poder recomponerse del impacto que había recibido en la espalda y no conseguía mascullar palabra alguna para alentar a sus compañeros a que fueran a por su atacante. Aunque no fue necesario, ya que Assim e Iyad tomaron la iniciativa por su cuenta, agarrando sus rifles y accediendo a la vivienda por la puerta de la cocina. Habían abandonado el patio, dejando a Kazim junto al miliciano impedido, mientras inundaban la atmósfera de alrededor con multitud de gritos y amenazas sobre el que se había atrevido a perpetrar aquel ataque contra su superior.

   Antes de volver a intentar huir y aún con la cabeza sumergida, Kazim podía percibir cómo ambos soldados iban a interceptar al intruso, que no iba a tener tiempo de abandonar la casa. Para su sorpresa, percibió cómo los milicianos pasaban de largo junto a la misteriosa persona y accedían al piso superior de la vivienda.

—¿Por qué no le han visto? ¿Se habrá escondido? —pensó Kazim, intentando adentrarse en el aura de aquel extraño.


   Cuando vino a darse cuenta, unos brazos envolvieron su cuerpo, tirando de él hacia atrás. Inmediatamente, escuchó cómo el balde caía al suelo y notó el agua salpicaba sus piernas, mientras que esa persona misteriosa cargaba con él y emprendía la huida. Tenía la impresión de que éste había ido a rescatarle, por lo que optó por dejarse llevar y ordenó a sus piernas moverse para escapar más rápido.

Tranquilo, salimos de aquí —le entendió decir Kazim a su rescatador, con una voz masculina y un notable acento extranjero.


   Después de avanzar unos metros, notó cómo el hombre con el que huía lo levantaba en volandas y, con un movimiento rotatorio, lo empujaba contra una pared. Acto seguido, se escuchó una ráfaga de disparos y notó cómo la pared sobre la que su espalda estaba apoyada vibraba al recibir los impactos de las balas. Parecían estar a cubierto dentro de una vivienda, cosa que confirmó en cuanto le fue retirado el saco de la cabeza.

   Delante de él tenía un hombre de tez clara y cabellos rubios, empapado en sudor y con evidentes signos de cansancio. Aquel extranjero se tomó unos segundos para recuperar el aliento, tras los cuales, sacó un cuchillo de uno de los bolsillos de su pantalón. Asustado, Kazim dio un respingo hacia atrás. Entonces, recordó que su piel era más resistente ahora y que no debía temer por su integridad ante un eventual ataque por arma blanca. Quedó aún más tranquilo cuando comprobó que el objetivo de su rescatador era cortar las sogas atadas a sus muñecas. Le escuchó decir algo que no entendió, aunque parecía destilar algo de preocupación por él.

   A ambos les sobresaltó la rotura de una tinaja dentro del hogar por el alcance de una de las balas, derramando todo el agua que contenía por el suelo de alrededor. El hombre le acomodó contra la pared una vez que terminó de liberarle, para a continuación adentrarse en la vivienda y explorarla. Kazim vio cómo en el suelo empolvorizado aún estaban las marcas de sus piernas al haber pasado por allí a rastras. En seguida, le llamó la atención el suspiro que exhaló el extranjero en la siguiente estancia. Aprovechó para volver a analizar su aura y comprobar que se encontraba triste y apenado por algo. Le vio apoyar la mano en la mesa de la sala y dar varias arcadas.

   Tenía la certeza de que aquel hombre estaba afectado por la situación y posiblemente por algo más. Kazim dio unos pasos hacia él para poder analizarlo más de cerca, identificando que su cuerpo irradiaba más calor de lo normal y que su brazo izquierdo estaba inflamado y herido. El hombre de pelo rubio terminó sentándose en una de las sillas para recomponerse tras haber vomitado y observar todo lo que tenía a su alrededor.

   Los disparos habían cesado y escuchó cómo los milicianos pretendían asaltar la vivienda en la que se encontraban. Cuando Kazim quiso advertir al extranjero sobre lo que había escuchado, vio como éste volvía hacia él para asir su mano y conducirle fuera de la casa. Esta vez no opuso resistencia por volver a pisar el exterior bajo plena luz del día, ya que el polvo y arena en suspensión frenaría el efecto del sol sobre su ser. Mientras avanzaban, comprobó cómo la sangre emanaba de las heridas abiertas del brazo del extranjero. También corroboró que su temperatura corporal era mucho más alta de lo normal y que debía estar al borde de un colapso.

   Ya en el exterior, fueron golpeados por una fuerte ráfaga de aire y arena, que terminó desequilibrando a su salvador. Éste cayó al suelo exhausto y con dificultades para respirar. Kazim pudo quedarse en pie, al soltarse de la mano del extranjero. Estando en medio de la calle, echó un vistazo rápido hacia atrás. Uno de los milicianos estaba de camino y debían ponerse a cubierto cuanto antes. Ahora todo dependía de él, por lo que se agachó hacia el hombre y, como buenamente pudo, lo arrastró hacia el hogar en el que vivía con su familia.

   No tardó en alcanzar el dintel y pasar al interior. Pero, todavía sujetando al extranjero, quedó paralizado al ver los cuerpos de su madre y hermanos tendidos en el suelo del salón. Inertes, estaban en una posición que parecía un abrazo de la matriarca hacia los pequeños.

—¿Madre? ¿Haliba? ¿Namir? —los llamó mentalmente, sin detectar signos de vida en ellos.


   Una sensación que mezclaba miedo, tristeza y soledad le invadió el cuerpo de pies a cabeza al contemplar tal escena.


Siguiente


En esta ocasión toca decidir cuál será la siguiente acción de Kazim.

A) Soltar al extranjero e ir corriendo a abrazar a su familia.
B) Depositar al hombre de pelo rubio en un lugar seguro.
C) Preparar una emboscada junto a la puerta para recibir por sorpresa a los milicianos.
D) Volver al exterior para ir a atacar a los guerrilleros.


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viernes, julio 21, 2023

Alger Furst (2) - El plan de rescate

Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





   Como alma que le llevaba el diablo, Alger se dirigió hacia las escaleras para poder volver al piso de abajo. Era la única forma que veía factible para poder escapar de aquella casa, ya que aún sentía las esquirlas incrustadas en su brazo izquierdo y no confiaba mucho en poder trepar por las paredes en esas condiciones. Pero debía darse prisa, antes de que los soldados decidieran entrar y lo dejaran acorralado.


   Con sus piernas temblorosas y aún doloridas, comenzó a bajar los irregulares peldaños, mientras que permanecía atento a la inminente llegada de los hombres armados. La bandolera con su cámara le golpeaba los riñones y casi se precipita escaleras abajo por no llevar demasiado cuidado en ver dónde ponía sus pies.


   Cuando por fin llegó a la planta baja, escuchó como los dos milicianos accedían a la vivienda por la puerta trasera de la cocina. Aún tenía unos segundos para hacer algo antes de que le descubrieran, pero no los suficientes como para poder abandonar la casa por la entrada principal sin ser visto. Tampoco encontró ningún lugar de la sala en el que pudiera esconderse a tiempo.


   Rápidamente, optó por lanzarse al suelo y hacerse el muerto, con la intención de camuflarse como otro de los cuerpos inertes de las personas fallecidas de aquel hogar. Los soldados proferían un escandaloso vocerío durante su paso por la cocina, poco antes de llegar a donde estaba él. Fue justo en el último momento cuando estiró el pañuelo que llevaba al cuello y cubrió toda su cabeza, al reparar en que su pelo rubio podría ser muy llamativo para sus enemigos.


   Ya los tenía allí, junto a él. Comenzaban unos momentos de interminable angustia e incertidumbre, donde estaba a merced de lo que aquellos milicianos decidieran hacer. Estando tapado por el pañuelo, sólo podía confiar en su oído en el caso de que el engaño no funcionara y necesitase huir. Sentía con gran intensidad como el suelo vibraba por las fuertes pisadas de éstos, mientras pasaban junto a él gritando multitud de palabras, de las que a duras penas entendía la mitad.

—Venga, sí. Subid y dejadme tranquilo, por favor rezaba Alger para sí mismo, deseando que se fueran lo antes posible al piso de arriba, al mismo tiempo que cerraba los ojos y apretaba los párpados.


   Por fortuna para él, no se entretuvieron demasiado en inspeccionar aquella sala y enseguida se dirigieron hacia las escaleras. Parecía que las iban a echar abajo, debido al tropel y ruido que producían los guerrilleros al subir los escalones. Unos instantes después, por fin, llegó la tranquilidad a aquella estancia.


   Para asegurarse de que ya no estaban ahí, Alger se aventuró a girarse para ponerse boca arriba, a la vez que retiraba el pañuelo de su cara y miraba hacia la escalinata. De momento, había conseguido que le dejaran vía libre para poder abandonar la vivienda. Sin más dilación, se incorporó, manteniendo todos sus sentidos concentrados en lo que ocurriera en la planta superior y permaneciendo en alerta. Con cuidado de no tropezar ni hacer demasiado ruido, se acercó a la ventana desde donde había observado como torturaban al muchacho. Éste seguía allí, de rodillas y con la cabeza metida en el balde de agua. A su lado, se encontraba el tercer soldado, al que había conseguido dejar fuera de combate con el cascote y que todavía se retorcía de dolor en el suelo.


   Antes de ser del todo consciente de lo que estaba haciendo, Alger se encontraba saltando por una de las ventanas hacia el patio para intentar salvar la vida al joven que se estaba ahogando. Obviando también que los hombres armados podrían verle fácilmente desde arriba, salió corriendo hacia donde permanecía el muchacho y agarró su escuálido cuerpo por debajo de los brazos. Aunque no necesitó ejercer demasiada fuerza para tirar de él y sacar su cabeza del agua, ya que no debía pesar más de cincuenta kilos, notó como los trozos de metralla alojados en su brazo le desgarraban algunas fibras musculares, produciéndole un dolor muy desagradable.


   De repente, el estruendo metálico del balde cayendo al suelo y derramando todo el agua le delató, alertando a los milicianos que andaban equivocadamente tras él en el piso de arriba de la vivienda. Por suerte, ya se encontraba a medio camino hacia la puerta trasera de otra de las casas que también conectaban con ese mismo patio. Además, el ruido pareció espabilar al chico, quien comenzó a mover su piernas para intentar avanzar al mismo ritmo con el que Alger tiraba de él.

Tranquilo, vamos a salir de esta —pronunció Alger en un rudimentario dialecto de la zona, intentando animar al muchacho.


   Justo cuando lograron atravesar el umbral de la otra vivienda, una ráfaga de disparos comenzó a silbar a su paso por la entrada. Alger y el chico ya se encontraban a cubierto dentro, apoyados sobre la misma pared que estaba recibiendo algunos proyectiles por la parte de la contra fachada. Jadeante por el esfuerzo y empapado de sudor, retiró la bolsa que cubría la cabeza del joven.


   Efectivamente, se trataba de un adolescente que no debía tener más de quince años. Habría pegado el estirón hace poco tiempo, pero aún tenía pendiente adquirir la corpulencia propia de una etapa más adulta. Su pelo oscuro, aún mojado, hacía unas ondas que le serpenteaban a lo largo de la frente y le tapaban parcialmente los ojos. La mirada del muchacho denotaba un notable cansancio, pero se mantenía fija y sin pestañear enfocada al rostro de Alger, su salvador.


   El joven se sobresaltó al ver como éste sacaba un cuchillo; pero enseguida comprendió que Alger sólo pretendía cortar las sogas que rodeaban sus muñecas y así liberar sus manos.

—Qué salvajada te han hecho aquí... —comentó Alger mientras comprobaba las quemaduras que poblaban toda la piel del muchacho a la vez que terminaba de romper las cuerdas.




   El estallido de una tinaja alcanzada por una bala le recordó que allí no estarían a salvo por mucho más tiempo. Tras dejar al chico apoyado contra la pared, se dio la vuelta para poder adentrarse en el hogar y revisar la siguiente estancia, mientras se secaba el sudor de la frente con un extremo del pañuelo. Allí también había cadáveres de gente que había muerto por inhalación de gases tóxicos.


   Aquella situación le sobrepasó, provocándole una repentina sensación de mareo y náuseas que desembocaron en el vómito del poco alimento que aún quedaba en su estómago. Notaba su brazo izquierdo entumecido, como si varias agujas lo atravesaran. Además, su cabeza le ardía, provocándole una ligera neblina en su visión. Debía tener algo de fiebre. Necesitó sentarse en la silla más cercana para poder reponerse, pero sabía que debería actuar rápido.


   Desde esa posición podía observar casi todos los rincones de la planta baja. El chico seguía expectante y sin quitarle la vista de encima, aunque había avanzado hacia el dintel que unía la cocina con el salón, al parecer preocupado por la salud de Alger. Éste se percató de que la casa era similar a la vivienda vecina, incluyendo las escaleras que conducían al piso superior. Detrás del muchacho, había una especie de poyete hueco a modo de encimera, con unas cortinas de tela que ocultarían los utensilios que allí pudiera haber. El salón donde se encontraban estaba presidido por una mesa robusta con varios asientos alrededor. Había otras dos habitaciones en aquella planta, que debían ser un dormitorio y un cuarto de aseo.


   Escuchó como los milicianos intercambiaban instrucciones, llegando a comprender que mientras que uno permanecería apostado en la planta superior de la vivienda vecina, el otro irrumpiría en la casa donde se encontraban ambos. Debía moverse lo antes posible si no quería toparse cara a cara con ellos, pero no se encontraba en la mejor situación para poder salir huyendo de allí. Y ni mucho menos, dirigiendo y cargando con el muchacho. Aunque quizás ahora, la carga sería él.





En esta ocasión, Alger deberá tomar dos decisiones. La primera de ellas tiene que ver con el chico. ¿Lo llevará consigo o lo dejará abandonado a su suerte?

A) Incluye al muchacho en su plan de huida y se dirige hacia él
B) Se olvida del chico, ya que considera que ha hecho todo lo que estaba en sus manos para salvarle y que éste podría valerse por sí mismo


Por otro lado, y teniendo en cuenta la primera respuesta, ¿qué plan de supervivencia tiene en mente?

1) Permanecer sentado y rendirse, para intentar dialogar con el miliciano
2) Esconderse en la cocina, tras las cortinillas de debajo de la encimera
3) Subir al piso de arriba
4) Abandonar la vivienda por la puerta principal y adentrarse en las calles a pesar de la tormenta de arena


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