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sábado, octubre 28, 2023

Alger Furst (4) - El espectador

Esta es la 4ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





    Reconociendo que explotando de ira no conseguiría nada, Alger respiró profunda y lentamente hasta conseguir calmarse. Era consciente de que su prioridad debía ser salir de ese enclave con vida. Era primordial que aprovechara la nueva oportunidad que el destino le estaba brindando, aunque el precio a pagar fuera una pérdida material con un gran valor sentimental. Alumbrando al suelo de su alrededor, localizó varios objetos que habían escapado de su mochila, entre los que se encontraban un mapa plegable y pintarrajeado de Irak, un pequeño bloc de notas con un bolígrafo insertado entre sus anillas y los botecitos de plástico donde guardaba los carretes. Era capaz de distinguir los que aún estaban sin utilizar de los que contenían un rollo ya gastado, ya que a estos, les hacía una pequeña muesca casi imperceptible para cualquier otra persona. Conforme introducía de nuevo sus pertenencias en la bolsa, reparó en algo que tampoco había encontrado aún.

—¿Serán rastreros? ¡También se han llevado mi billetera, con toda mi documentación y el dinero! —exclamó enfadado, percatándose inmediatamente de que no debía alzar la voz.

—Esto es para ponerme las cosas más difíciles... —refunfuñó discretamente, mientras se consolaba dándole un fuerte bocado al trozo de pan que había comprado aquella mañana para almorzar—. ¿Dónde estarán los soldados y el muchacho?


    Asegurándose de haber cerrado la mochila para no perder nada más, se puso en pie a la vez que continuaba devorando los restos de su tentempié. Descartó la idea de buscar otros alimentos, por el riesgo de que pudieran estar contaminados por lo mismo que había acabado con todos los habitantes del lugar, excepto el chico. Echando un vistazo hacia el exterior a través de la puerta, pudo comprobar cómo los fuertes vientos cargados de arena habían cesado. Ya era de noche, aunque el cielo aún guardaba algo de la claridad propia de los momentos posteriores al atardecer. Además, había atisbos de luces tililantes por la calle que bien podrían pertenecer a pequeñas fogatas.


    Aprovechó para echar un vistazo a las manchas de sangre que marcaban su ropa en el abdomen y el muslo, aún sin comprender cómo se habían producido. Volvió a examinar su cuerpo sin encontrar rastro alguno de heridas o el más mínimo dolor alrededor de las zonas afectadas.

—Cabe la posibilidad de que esta sangre sea de quien me haya metido en aquel arcón —continuó buscando una explicación con algo de lógica—. Es imposible que el muchacho haya cargado conmigo hasta ahí dentro. Pero entonces, ¿quién ha sido?


    Con ansias de encontrar esa respuesta, se dispuso a abandonar la casa. Pero justo antes de cruzar el umbral, cayó en la cuenta de que podría haber algún soldado apostado frente a la entrada, acechando y esperando su imprudencia para abatirle con una bala en la cabeza.

—Será mejor que me quede aquí por ahora —recapacitó imaginándose aquella escena y poniéndose a cubierto hacia un lado antes de poder ser visto desde el exterior—. Pero de alguna manera, me convendría tener localizados a los milicianos y estar preparado por si decidieran volver a por mí.


    Con cuidado de no enfocar la luz de la linterna hacia el exterior, Alger iluminó sus pasos a lo largo de la casa, ya que había demasiados obstáculos. Todo se encontraba desvalijado y esparcido por el suelo, excepto la habitación donde había despertado, que parecía haber escapado al torbellino de destrucción. Entre todo el caos, reparó en los cadáveres de una mujer y dos niños abrazados, sin ninguna herida aparente.

—¿Será cierto aquello de que el ejército iraquí ataca a los invasores iraníes con un agente químico sin importar que haya civiles de por medio?


    Sintió que no podía dejarlos así, por lo que volvió al dormitorio y retiró la sábana que cubría el colchón, tras colocar cuidadosamente la ropa que había en la cama sobre el arcón. De vuelta ante los cuerpos sin vida, estiró la tela sobre ellos y en medio del más respetuoso silencio, dispuso algunos objetos a su alcance sobre los extremos para evitar que se esta se moviera y quedaran al descubierto. Era lo mínimo que podía hacer por aquella familia, cuyo hogar le había servido de refugio y salvaguarda; queriendo agradecerles el seguir con vida gracias a ellos.


    Justo después, volvió a recordar al muchacho al que había rescatado esa tarde. Sin poder encontrar una explicación, había algo que le impulsaba a subir las escaleras. Quizás se trataba de la esperanza de encontrárselo allí.

—Si esta casa es como la otra, debería haber una terraza arriba desde donde podría ver lo que se cuece por los alrededores. ¿Y si el chico estuviera allí vigilando?


    Lentamente, y poniendo especial énfasis por no tropezar con todos los enseres que se iba encontrando, subió los peldaños que le llevarían hasta el piso superior, prestando atención a lo que podía percibir con su sentido del oído. Sin embargo, toda la aldea parecía estar callada y en calma. Una vez que llegó a la azotea, se quedó algo desilusionado al no hallar al joven superviviente ni rastro alguno de él. De alguna manera, necesitaba comunicarse con alguien que no pretendiera hacer prácticas de tiro con él. Seguidamente, se agachó para resguardarse con el pequeño muro que la rodeaba y comenzó a otear todo lo que se encontraba a la vista. El hecho de que hubiera varios focos encendidos en algunas de las fachadas de los edificios, además de pequeñas hogueras que le daban un tono anaranjado a las calles que alumbraban, le permitía disfrutar de una panorámica de casi toda la aldea.

—¿Seré la única persona que quede con vida? Espero que al menos hayan tenido el detalle de dejarme un vehículo con el que salir de aquí, o de lo contrario, me tocará caminar toda la noche por el desierto...


    Mientras se empinaba la cantimplora para saciar la sed que le había provocado el pan endurecido, comenzó a escuchar lo que parecía ser la voz de alguien. Bajó la cabeza y pegó su cuerpo a la pared, con cuidado de no derramar ni una gota del agua que le quedaba, conforme enroscaba el tapón con sus manos temblorosas por la incertidumbre. Giró su cabeza en todas las direcciones, pero no conseguía determinar de dónde provenían esas palabras que a malas penas percibía desde la lejanía. Cuando iba a darse por vencido, el rumor se intensificó, llegando entonces hasta sus oídos de una forma más alta y clara.

—Viene de allí, pero no consigo verlo —admitió a la vez que centraba su atención en una franja concreta—. Creo que ha dicho algo del paraíso terrenal... Aunque es muy complicado seguirle el ritmo en su idioma. Habla demasiado rápido para mí.


    Sin llegar a divisar a nadie, Alger pensó que esa persona debía estar en alguna callejuela tras alguna de las casas que tenía a la vista. Se aventuró a asomar parte de su cuerpo durante un par de segundos, pero no tuvo éxito en el intento de fisgonear desde otra perspectiva.

—Parecía la voz de un hombre, por lo que seguramente sea uno de esos malditos soldados. Y con toda probabilidad, habrá más cerca. Es peligroso estar fuera, pero he de seguir aquí y estar atento por si se les ocurre venir de nuevo, ahora que sé más o menos por dónde están.


    No tuvo que esperar demasiado par ver cómo finalmente una figura humana, hasta entonces oculta, se erguía en el centro de una de las azoteas hacia donde estaba mirando. Rifle en mano, parecía estar apuntando a alguien que aún no conseguía ver y del que a malas penas escuchaba un murmullo. Pero sí que era capaz de identificar que ambas voces pertenecían a adultos.

—Bien, creo que el chico no se encuentra allí. O eso espero.


    De nuevo, le llegó una frase más alta que las anteriores, entendiendo la orden que el miliciano daba a su rehén para que se levantara. Acto seguido, la persona a la que tenía retenida a punta de rifle se incorporaba con los brazos en alto.

—Parece que sí se trata de un hombre, pero entre la lejanía y la oscuridad, cuesta ver lo que está ocurriendo... ¡Espera!


    Haciendo algo de contorsionismo para no perder ni un segundo de aquella escena, Alger se quitó la mochila de su espalda y, a tientas, rebuscó algo en ella. Agarró un estuche, lo abrió y sacó el otro objetivo de su cámara. Como si de un catalejo se tratara, lo puso delante de su ojo derecho, guiñando el izquierdo.

—No son unos prismáticos, pero es mejor que nada. Menos mal que no se lo han llevado a la misma vez que la cámara.


    Gracias al aumento, pudo discernir que ambos hombres vestían ropas de la misma milicia. Pero no alcanzaba a entender porqué uno de ellos estaba amenazando a su compañero y obligándole a subir al borde de la terraza.

—¿Va a hacer que salte y se precipite hacia el suelo de la calle? Un momento... ¿y ese de allí detrás quién es? No será... ¡el muchacho!


    Sobre el techo del rellano de aquella terraza hacía su aparición el chaval al que también buscaba. No daba crédito a que hubiera tenido el valor para acercarse a sus verdugos, aunque parecía que éstos no habían reparado en él aún. O eso creía. De improviso, el miliciano se giró y profirió un disparo contra el chico, viendo cómo éste caía hacia atrás. Antes de poder lamentarse por el cruel final del joven, Alger observó aún se movía y trataba de ocultarse de nuevo, retrocediendo para evitar los siguientes disparos del hombre armado.

—Qué suerte ha tenido. Ha sido un milagro que haya podido esquivar el disparo —suspiró Alger aliviado durante unos instantes—. Joder, tengo que ayudarle de alguna manera.




    Miró el objetivo que aún sostenía en su mano y se incorporó con la intención de lanzarlo. Aunque, en el último momento, optó por agarrar una piedra de las tantas que se habían desprendido del muro de la azotea donde se encontraba; y que seguramente era muchísimo más barata que el artilugio que algunos de sus compañeros de facultad le regalaron tras graduarse en la universidad.

—Vamos, pequeña, sé que no llegarás muy lejos, pero al menos espero que seas lo suficientemente escandalosa como para que te oigan. ¿Harás eso por mí? —le reclamó al objeto inerte, profiriéndole un breve beso de despedida.


    El proyectil que Alger lanzó con todas su fuerzas se perdió en medio de la oscuridad del cielo, tardaría unos segundos en caer. Mientras tanto, el improvisado atleta volvió a ponerse a cubierto, ya que el miliciano miraría hacia donde se encontraba él en cuanto escuchara el golpe. Aún así, corrió el riesgo de retomar su posición de vigilancia. Enseguida, observó que la situación había ido a peor, con el soldado ya subido al rellano donde estaba el chico, al que estaba encañonando con el rifle. Inmediatamente, escuchó un leve chasquido que llamó la atención del hombre armado.

—¿Ha caído más allá del edificio donde están? —pensó Alger sorprendido, a la vez de incrédulo, viendo cómo el miliciano se asomaba a la calle de más allá, en vez de a un punto intermedio entre ambos, tal y como esperaba—. ¿Desde cuándo puedo lanzar cosas tan lejos?


    Otra vez, pudo ver y oír cómo volvía a abrir fuego, aunque en esta ocasión su objetivo parecía ser la piedra. Se alegró al comprobar cómo el muchacho aprovechaba esa distracción para escapar, descendiendo por la pared y saliendo de su ángulo de visión. Recordó que además del chaval y el miliciano armado, había otro soldado en la azotea, por lo que puso su atención en buscarlo.

—¿Y el otro tío? Ya no está en el muro. ¿Qué habrá sido de él?


    Pero enseguida, volvió a preocuparse por el chico, a quien había conseguido darle un balón de oxígeno con el que escapar. Aunque tenía la certeza de que el miliciano no tardaría en volver a ir contra él en cuanto se diera cuenta de su fuga.


Siguiente



Debido a la distancia a la que se encuentra Alger, no tiene demasiadas opciones para intervenir en el lugar de la acción; aunque por otro lado, se encuentra en un lugar aparentemente seguro. ¿Qué decidirá hacer Alger a continuación?

A) Abandonar la terraza donde se encuentra y salir a la calle, con la intención de ayudar y rescatar al chico de manera presencial.
B) Probar a lanzar otra piedra, sabiendo que inexplicablemente, puede alcanzar la otra azotea. Indicar a dónde apuntaría.
C) Llamar la atención gritando y haciendo señales con la linterna, con la idea de atraer al soldado y prepararle una emboscada.
D) Aventurarse hacia la calle e intentar llegar hasta la ambulancia en la que llegó a la aldea.


Deja un comentario con la opción elegida, pudiendo dar más detalles sobre la acción si así lo consideras.






viernes, septiembre 15, 2023

Alger Furst (3) - Vuelta a casa

Esta es la 3ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Rápidamente, Alger volvió hacia donde estaba el muchacho, el cual observaba fijamente sus movimientos. No pudo reprimir la cara de dolor que sintió al estirar su brazo izquierdo para agarrar la mano del chico. Tenía la sensación de que su bíceps se había convertido en un alfiletero, donde los pinchazos se mezclaban con un importante hormigueo en el músculo. Se imaginaba que estaría sangrando de nuevo, pero ese no era el momento de detenerse a comprobar la herida. Tambaleándose, consiguió cruzar el salón de la vivienda hasta la puerta principal.

—No vamos a poder llegar muy lejos —pensó mientras analizaba su situación—. Más me vale encontrar un escondite para el muchacho y para mí.


   Un fuerte golpe de viento le recordó que se encontraban inmersos en una tormenta de arena, aunque ya era demasiado tarde como para cubrir su boca con el pañuelo que llevaba al cuello. Alger comenzó a toser de forma instintiva para expulsar todo el polvo que se había adherido ya a su garganta y que lo estaba asfixiando. No tardó mucho tiempo en perder el equilibrio, dándose de bruces contra el suelo, sin que el ataque de tos cesara.


   Totalmente mareado y exhausto, notó cómo el chico lo abrazaba y conseguía incorporarlo. Con su ayuda, pudo continuar adelante unos pasos más, aunque ya no se encontraba en condiciones de guiar al muchacho por más que su mente pensara lo contrario.

—Gracias, chico —creyó decir, totalmente convencido de que su boca aún era capaz de articular esas palabras—. Vayamos a la siguiente calle y busquemos un refugio donde escondernos.


   Un duro porrazo contra el suelo lo sacó repentinamente de sus delirios. Le costaba respirar, así que optó por recostarse boca arriba. Cuando pudo entreabrir sus ojos, pudo percatarse de que se encontraba bajo un techo de adobe y cañas, a resguardo de los fuertes vientos, aunque no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? —dijo desorientado con voz tenue mientras jadeaba, sin ser consciente de que el adolescente le había llevado a ese lugar.


   Consiguió enfocar la vista hacia la entrada de la vivienda, donde reconoció al muchacho de piel quemada, quien parecía dirigirse hacia el exterior.

—¡Mi cámara! —intentó decir Alger en un estado de agitación, al notar que no tenía ningún asa de su mochila pegada al cuerpo—. No... no te pierdas tú también...


   A pesar de ser un modelo un tanto desfasado, aquella cámara fotográfica tenía un gran valor sentimental para Alger. Se trataba de un regalo que sus padres le hicieron cuando se marchó a la universidad para estudiar periodismo. Viniendo de una familia humilde en un entorno rural, fue todo un orgullo para sus progenitores el que su único hijo iniciara su andadura universitaria. Desde entonces, cientos y miles de carretes habían pasado por sus entrañas, siendo su inseparable compañera de viaje a lo largo de los últimos años. Pero, por encima de todo, se trataba del último obsequio que le habían hecho sus padres antes de morir.


   Para Alger, cada lugar que visitaba debía ser fotografiado con el objetivo de honrarles. De algún modo, se imaginaba mostrándoles las fotografías que tomaba de aquellos lugares maravillosos y recónditos a unos padres que no habían pisado el mundo mucho más allá de su terreno agrícola a orillas del Rin.


   Tras haber tanteado el espacio que tenía a su alrededor, consiguió dar con la mochila. No debía perderla, por lo que acabó agarrándola con fuerza y arrastrándola hacia su cuerpo.

—Papá. Mamá. No os preocupéis, estaré bien —suspiró con cierto alivio al confirmar que su tan preciada cámara estaba a su lado dentro de aquel petate.


   Pero su mente no se libró de ocuparse con otras preocupaciones. Al percibir cómo su brazo se le hinchaba cada vez más, determinó que algo no iba demasiado bien ahí. Nervioso, probó a mover sus dedos, pero debido al entumecimiento de toda la extremidad, no era capaz de notar nada. Finalmente, respiró hondo e hizo el esfuerzo de incorporarse para poder comprobar en qué estado se encontraba la herida de la metralla que le había alcanzado aquella mañana.


   Fue justo en aquel instante cuando notó cómo algo le taladraba el abdomen. De inmediato, su espalda chocó violentamente contra el suelo, al ser empujado por el impacto de una bala. Conmocionado ante lo que le acababa de suceder, recordó la sensación que vivió al resultar herido durante el servicio militar. Aquella vez, tuvo la fortuna de haber recibido un disparo limpio que no dañó ningún órgano interno, además de contar con la inestimable ayuda de Bertram; su compañero de filas tras una gran amistad forjada en los años de universidad.

—¡Hombre herido! —intentó pronunciar, reproduciendo las palabras que Bertram gritaba en aquella ocasión, mientras cargaba con él a cuestas para llevarlo a la enfermería del cuartel militar.


   Sin embargo, tenía la certeza de que esta vez no dispondría de la misma asistencia sanitaria que el soldado Kastner le brindó casi una década atrás.

—Menudo pájaro estás hecho, Bertram. Hiciste bien en saltarte las clases para enrollarte con aquella enfermera y aprender primeros auxilios jugando a los médicos con ella... —repitió en sus pensamientos las mismas palabras que le dijo por aquel entonces a su amigo, como si lo en ese momento lo tuviera delante.


   Comenzó a tomárselo con humor en cuanto se dio cuenta de que esa vez no estaba en el cuartel militar, sino en una aldea perdida en el sur del desierto del golfo Pérsico.

—Qué bien nos vino aquel incidente. Yo pasé varias semanas en reposo y tú fuiste condecorado y trasladado a la comandancia para realizar labores médicas por tu buen hacer conmigo. Después, me trasladaron a mí también y el servicio militar se convirtió en una juerga para nosotros.


   A pesar de la gravedad de la situación y del no tan halagüeño futuro que le deparaba, Alger no podía evitar que se le escapara una risa entrecortada a la vez que angustiosa. La herida del proyectil le había afectado a varios órganos y al diafragma, por lo que tenía algunas dificultades para respirar.

—¿Y cuando te castigaron con ordenar y organizar el archivo de la comandancia por mi culpa? Siento haber guardado aquellas botellas vacías debajo del colchón de tu catre, Bertram —rememoró mientras que comenzaba a desternillarse al recordar las caras de asombro de su amigo y del sargento, además de la consiguiente reprimenda del superior hacia Bertram—. En el fondo, disfrutaste revolviendo todos aquellos papeles que tenían allí guardados desde vete tú a saber cuándo.


   Fruto de aquellas carcajadas cada vez más débiles, sendos regueros de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Parecía que la risa era su mejor anestesia para sobrellevar sus últimos momentos con vida.

—Pero jamás te perdonaré el que me dejaras tirado en nuestras aventuras y desventuras por casarte con tu querida enfermera y dedicarte a cambiar pañales a un crío —pensó mientras conseguía apaciguar los espasmos provocados por su risa, mostrando en su rostro un gesto de alegría por su amigo—. Quizás yo también debería haber sentado la cabeza con Gretchen. O con Emma...  No, mejor con Norma. Ella era la ideal para formar una familia... Una familia...


   Volvió a recordar a sus padres, fallecidos unos quince años atrás. Su actitud se volvió más seria, sintiendo que los había defraudado por haberse dado por vencido en aquel momento. Tragó saliva y pensó que si lograba llegar hasta la ambulancia, aún tendría posibilidades de escapar y sobrevivir. Lo debía intentar por ellos.

—Quiero seguir vivo. No voy a tirar la toalla. Conseguiré recuperar... —se decía a sí mismo mientras reunía fuerzas para incorporarse de nuevo.


   Dobló la pierna para tomar impulso, a la vez que apretaba su mano derecha contra el agujero que sangraba en su vientre. Pero un nuevo disparo le alcanzó, esta vez incrustándose en el muslo de la pierna que acababa de levantar. Una dolorosa descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo, destensando todos sus músculos y quedando completamente tendido en el suelo. Bajo un sentimiento de frustración, ya casi no tenía energía para moverse, por lo que las pocas opciones que tenía de valerse por sí mismo habían terminado por desvanecerse.

—Así que esto es lo que tenía el destino preparado para mí... A la tercera va la vencida, ¿no, jodida Muerte? Me has tirado una bomba y un edificio encima, has estado a punto de que me vuelen la cabeza y ahora te vengas con esta lenta agonía... Capto el telegrama —continuó divagando Alger mientras se desangraba—. Papá, mamá, esperadme para cenar los tres juntos.


   Sus recuerdos se remontaron a mucho más atrás, con multitud de vivencias junto a sus padres durante su niñez y adolescencia. Las lágrimas continuaron escapando de una manera más abundante, agitadas por los sollozos y los temblores de su cuerpo inmóvil conforme perdía calor de forma paulatina. Llegó hasta la época donde comenzó la universidad, que coincidió con el momento en que ellos fallecieron.

—Os echo de menos —les declaró a sus progenitores mientras recordaba la primera vez que visitó su hogar vacío tras la muerte de estos.


   Pasó varios días encerrado en su casa, con la esperanza de que su padres aparecieran por la puerta para pedirle ayuda con el huerto. En otro momento, hubiera buscado una escusa para escaquearse. Totalmente deprimido y tocando fondo, a malas penas probaba bocado de los alimentos que los vecinos le llevaban de manera solidaria. Poco a poco, la ayuda se fue difuminando y desde la universidad de Stuttgart le reclamaban que volviera a las clases, a riesgo de perder su matrícula y ser llamado a filas. Más adelante, el dinero comenzó a ser un problema; o más bien, la escasez de éste.

—Fueron unas semanas horribles sin vosotros. Pero tuve la fortuna de conocer a gente que me sacó de aquel pozo —continuó narrándole a sus padres—. Conseguí graduarme, ya os lo dije. Superé el servicio militar de aquella manera... Y ahora soy todo un trabajador que se juega su vida por todo el mundo a costa de ganar mucho dinero. Bueno, tampoco demasiado...


   Su vida se apagaba y sentía cómo el frío congelaba su cuerpo.

—Me vi obligado a vender nuestro hogar. El lugar donde me contabais cuentos de pequeño, donde recolectábamos manzanas, donde pescábamos en el río... Donde éramos felices. Me arrepiento de no habéroslo contado antes... Soy un cobarde...


   Alger era consciente de que sus padres no estarían orgullosos de todos sus actos. Pero entre muchas otras cosas buenas que tenían era la compasión y comprensión. En ese momento, se sintió totalmente liberado al haberse atrevido a contarles sobre la venta de la casa familiar.

—Lo siento, no tuve otra opción —se resignó Alger—. Pero ahora estoy ahorrando y conseguiré recuperarla...






   Ya no era consciente de la situación en la que se encontraba. Y tampoco lo era de que no podría volver a comprar la vivienda. Todo quedó en segundo plano, al iluminarse un lejano punto de luz blanca que le hizo creer que sus padres le habrían perdonado por todos sus malos actos a lo largo de estos años. Alger dejó su mente fluir hacia aquel hogar mientras el resto de recuerdos se apagaban lentamente.


   Poco después, se encontraba caminando por la vereda que cruzaba el terreno familiar, con su cámara de fotos colgada al cuello. Al final del camino le esperaba la casa en la que se había criado, donde sus padres ya habían encendido las luces como hacían siempre cuando anochecía. Deseaba volver a abrazarlos, ya que hacía casi media vida que no los tenía a su lado. Primero aceleró el paso y, finalmente, echó a correr para que aquel esperado momento llegara lo antes posible, deteniéndose ante la puerta del hogar. Anhelaba conocer la reacción de sus progenitores ante el inminente encuentro y contarles todo lo que había vivido de primera mano.


*******************


   Utilizando ambas manos, dio un empujón con el que abrió lo que parecía una puerta de madera. Confundido, todo a su alrededor estaba inundado por la oscuridad.

—¿Qué hago aquí tumbado? ¿Es esto mi ataúd? —se preguntó Alger tras abrir la tapadera del cajón de madera en el que se había despertado.


   Tras acostumbrar la vista a la luz tenue que llegaba de la luna, se dio cuenta de que estaba en un arcón, sobre varios montones de sábanas, trapos y jarapas.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —continuaba cuestionándose, a la vez que palpaba su tripa y se percataba de que el único agujero que tenía en ella era su ombligo—. ¿Estoy vivo? Tengo la ropa empapada de sangre, pero... ¿dónde están las heridas de bala? Además, mi brazo parece estar como siempre. ¿Qué clase de sueño es este?


   Incorporándose, pudo deducir que aún estaba en una de las viviendas de la aldea por donde fue asaltada la ambulancia. Localizó la silueta de su mochila en mitad de la estancia, bañada por la escasa iluminación que llegaba desde la entrada. Por suerte, parecía que la tormenta de arena había amainado y que el cielo se encontraba despejado. Inmediatamente saltó fuera del mueble para reunirse lo antes posible con sus pertenencias. Al llegar, pudo comprobar que una parte del contenido estaba desperdigada por el suelo.

—No, no, no... Dime que estás aquí, por favor —pronunció nervioso mientras revolvía el interior de la mochila, de la que cayeron un par botes de plástico, que contenían un carrete fotográfico en su interior, y medio mendrugo de pan envuelto en un paño.


   Consiguió encontrar la linterna en el interior y no dudó en encenderla para facilitar la búsqueda. Tras soltar la mochila, comenzó a enfocar al suelo y confirmó que su cámara de fotos no estaba allí. El nudo que se le formó en la garganta le impidió gritar de rabia por haberle sido arrebatado el objeto más preciado que le quedaba de su familia.


Siguiente




Llega el momento de tomar decisiones por parte de Alger. En primer lugar, ¿cuál será su principal objetivo a partir de ese momento?

A) Recuperar la cámara de fotos
B) Encontrar al muchacho para continuar el rescate
C) Huir de la aldea
D) Esconderse y mantenerse a la espera de acontecimientos


Y en base al objetivo elegido, ¿a dónde se dirigirá Alger?

1) Volverá a la vivienda junto al patio donde se encontró a los milicianos y el muchacho
2) Irá por las calles hasta la ambulancia con la que llegó a la aldea
3) Subirá al piso superior de la vivienda para echar un vistazo a las calles de alrededor
4) Se meterá de nuevo en el arcón


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viernes, julio 21, 2023

Alger Furst (2) - El plan de rescate

Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





   Como alma que le llevaba el diablo, Alger se dirigió hacia las escaleras para poder volver al piso de abajo. Era la única forma que veía factible para poder escapar de aquella casa, ya que aún sentía las esquirlas incrustadas en su brazo izquierdo y no confiaba mucho en poder trepar por las paredes en esas condiciones. Pero debía darse prisa, antes de que los soldados decidieran entrar y lo dejaran acorralado.


   Con sus piernas temblorosas y aún doloridas, comenzó a bajar los irregulares peldaños, mientras que permanecía atento a la inminente llegada de los hombres armados. La bandolera con su cámara le golpeaba los riñones y casi se precipita escaleras abajo por no llevar demasiado cuidado en ver dónde ponía sus pies.


   Cuando por fin llegó a la planta baja, escuchó como los dos milicianos accedían a la vivienda por la puerta trasera de la cocina. Aún tenía unos segundos para hacer algo antes de que le descubrieran, pero no los suficientes como para poder abandonar la casa por la entrada principal sin ser visto. Tampoco encontró ningún lugar de la sala en el que pudiera esconderse a tiempo.


   Rápidamente, optó por lanzarse al suelo y hacerse el muerto, con la intención de camuflarse como otro de los cuerpos inertes de las personas fallecidas de aquel hogar. Los soldados proferían un escandaloso vocerío durante su paso por la cocina, poco antes de llegar a donde estaba él. Fue justo en el último momento cuando estiró el pañuelo que llevaba al cuello y cubrió toda su cabeza, al reparar en que su pelo rubio podría ser muy llamativo para sus enemigos.


   Ya los tenía allí, junto a él. Comenzaban unos momentos de interminable angustia e incertidumbre, donde estaba a merced de lo que aquellos milicianos decidieran hacer. Estando tapado por el pañuelo, sólo podía confiar en su oído en el caso de que el engaño no funcionara y necesitase huir. Sentía con gran intensidad como el suelo vibraba por las fuertes pisadas de éstos, mientras pasaban junto a él gritando multitud de palabras, de las que a duras penas entendía la mitad.

—Venga, sí. Subid y dejadme tranquilo, por favor rezaba Alger para sí mismo, deseando que se fueran lo antes posible al piso de arriba, al mismo tiempo que cerraba los ojos y apretaba los párpados.


   Por fortuna para él, no se entretuvieron demasiado en inspeccionar aquella sala y enseguida se dirigieron hacia las escaleras. Parecía que las iban a echar abajo, debido al tropel y ruido que producían los guerrilleros al subir los escalones. Unos instantes después, por fin, llegó la tranquilidad a aquella estancia.


   Para asegurarse de que ya no estaban ahí, Alger se aventuró a girarse para ponerse boca arriba, a la vez que retiraba el pañuelo de su cara y miraba hacia la escalinata. De momento, había conseguido que le dejaran vía libre para poder abandonar la vivienda. Sin más dilación, se incorporó, manteniendo todos sus sentidos concentrados en lo que ocurriera en la planta superior y permaneciendo en alerta. Con cuidado de no tropezar ni hacer demasiado ruido, se acercó a la ventana desde donde había observado como torturaban al muchacho. Éste seguía allí, de rodillas y con la cabeza metida en el balde de agua. A su lado, se encontraba el tercer soldado, al que había conseguido dejar fuera de combate con el cascote y que todavía se retorcía de dolor en el suelo.


   Antes de ser del todo consciente de lo que estaba haciendo, Alger se encontraba saltando por una de las ventanas hacia el patio para intentar salvar la vida al joven que se estaba ahogando. Obviando también que los hombres armados podrían verle fácilmente desde arriba, salió corriendo hacia donde permanecía el muchacho y agarró su escuálido cuerpo por debajo de los brazos. Aunque no necesitó ejercer demasiada fuerza para tirar de él y sacar su cabeza del agua, ya que no debía pesar más de cincuenta kilos, notó como los trozos de metralla alojados en su brazo le desgarraban algunas fibras musculares, produciéndole un dolor muy desagradable.


   De repente, el estruendo metálico del balde cayendo al suelo y derramando todo el agua le delató, alertando a los milicianos que andaban equivocadamente tras él en el piso de arriba de la vivienda. Por suerte, ya se encontraba a medio camino hacia la puerta trasera de otra de las casas que también conectaban con ese mismo patio. Además, el ruido pareció espabilar al chico, quien comenzó a mover su piernas para intentar avanzar al mismo ritmo con el que Alger tiraba de él.

Tranquilo, vamos a salir de esta —pronunció Alger en un rudimentario dialecto de la zona, intentando animar al muchacho.


   Justo cuando lograron atravesar el umbral de la otra vivienda, una ráfaga de disparos comenzó a silbar a su paso por la entrada. Alger y el chico ya se encontraban a cubierto dentro, apoyados sobre la misma pared que estaba recibiendo algunos proyectiles por la parte de la contra fachada. Jadeante por el esfuerzo y empapado de sudor, retiró la bolsa que cubría la cabeza del joven.


   Efectivamente, se trataba de un adolescente que no debía tener más de quince años. Habría pegado el estirón hace poco tiempo, pero aún tenía pendiente adquirir la corpulencia propia de una etapa más adulta. Su pelo oscuro, aún mojado, hacía unas ondas que le serpenteaban a lo largo de la frente y le tapaban parcialmente los ojos. La mirada del muchacho denotaba un notable cansancio, pero se mantenía fija y sin pestañear enfocada al rostro de Alger, su salvador.


   El joven se sobresaltó al ver como éste sacaba un cuchillo; pero enseguida comprendió que Alger sólo pretendía cortar las sogas que rodeaban sus muñecas y así liberar sus manos.

—Qué salvajada te han hecho aquí... —comentó Alger mientras comprobaba las quemaduras que poblaban toda la piel del muchacho a la vez que terminaba de romper las cuerdas.




   El estallido de una tinaja alcanzada por una bala le recordó que allí no estarían a salvo por mucho más tiempo. Tras dejar al chico apoyado contra la pared, se dio la vuelta para poder adentrarse en el hogar y revisar la siguiente estancia, mientras se secaba el sudor de la frente con un extremo del pañuelo. Allí también había cadáveres de gente que había muerto por inhalación de gases tóxicos.


   Aquella situación le sobrepasó, provocándole una repentina sensación de mareo y náuseas que desembocaron en el vómito del poco alimento que aún quedaba en su estómago. Notaba su brazo izquierdo entumecido, como si varias agujas lo atravesaran. Además, su cabeza le ardía, provocándole una ligera neblina en su visión. Debía tener algo de fiebre. Necesitó sentarse en la silla más cercana para poder reponerse, pero sabía que debería actuar rápido.


   Desde esa posición podía observar casi todos los rincones de la planta baja. El chico seguía expectante y sin quitarle la vista de encima, aunque había avanzado hacia el dintel que unía la cocina con el salón, al parecer preocupado por la salud de Alger. Éste se percató de que la casa era similar a la vivienda vecina, incluyendo las escaleras que conducían al piso superior. Detrás del muchacho, había una especie de poyete hueco a modo de encimera, con unas cortinas de tela que ocultarían los utensilios que allí pudiera haber. El salón donde se encontraban estaba presidido por una mesa robusta con varios asientos alrededor. Había otras dos habitaciones en aquella planta, que debían ser un dormitorio y un cuarto de aseo.


   Escuchó como los milicianos intercambiaban instrucciones, llegando a comprender que mientras que uno permanecería apostado en la planta superior de la vivienda vecina, el otro irrumpiría en la casa donde se encontraban ambos. Debía moverse lo antes posible si no quería toparse cara a cara con ellos, pero no se encontraba en la mejor situación para poder salir huyendo de allí. Y ni mucho menos, dirigiendo y cargando con el muchacho. Aunque quizás ahora, la carga sería él.





En esta ocasión, Alger deberá tomar dos decisiones. La primera de ellas tiene que ver con el chico. ¿Lo llevará consigo o lo dejará abandonado a su suerte?

A) Incluye al muchacho en su plan de huida y se dirige hacia él
B) Se olvida del chico, ya que considera que ha hecho todo lo que estaba en sus manos para salvarle y que éste podría valerse por sí mismo


Por otro lado, y teniendo en cuenta la primera respuesta, ¿qué plan de supervivencia tiene en mente?

1) Permanecer sentado y rendirse, para intentar dialogar con el miliciano
2) Esconderse en la cocina, tras las cortinillas de debajo de la encimera
3) Subir al piso de arriba
4) Abandonar la vivienda por la puerta principal y adentrarse en las calles a pesar de la tormenta de arena


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viernes, julio 14, 2023

Alger Furst (1) - Tormenta de arena y balas

Esta es la 1ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Expectante, Alger permanecía inmóvil, sentado en la camilla de la ambulancia, con la certeza de estar afrontando los últimos segundos de su vida. Justo antes, el conductor había sido ejecutado a pesar de haber implorado clemencia mientras huía, sin haber alcanzado a comprender a qué se debía ese repentino ataque.


   La mujer que le había estado atendiendo durante el trayecto también fue obligada a salir de la ambulancia, corriendo la misma suerte. Un disparo a bocajarro acabó de forma instantánea con la vida de ésta, una vez que sus pies tocaron el árido camino de arena y polvo en el que se encontraban.


   A continuación, le llegó el turno a Alger quien, con la resignación de no haber encontrado nada con lo que defenderse y contraatacar, degustaba sus recuerdos más preciados antes de despedirse de este mundo. El miliciano que había detenido la ambulancia le apuntaba con su rifle, a la vez que le profería amenazantes gritos para que también abandonara el vehículo.

No quieres que te manchemos el interior con nuestra sangre porque seguramente después te obliguen a limpiarlo. Pues vas a tener que frotar mis sesos, porque de aquí no me voy a bajar si no es con una bala en la cabeza —le inquirió de forma desafiante señalando su propia frente, como si el soldado fuera capaz de entender su idioma.


   Antes de que este perdiera la paciencia, comenzó a escucharse una nueva refriega de disparos por las callejuelas de la aldea derruida que estaban atravesando. El combatiente se giró dando alaridos y respondiendo con disparos de su arma, aún sin localizar a sus enemigos y desperdiciando su munición.


   Saltaba a la legua su falta de experiencia en el arte de la guerra. Al igual que le había ocurrido a la mayoría de sus compañeros, este conflicto le había arrebatado una buena parte de su adolescencia. Los últimos cinco años los había pasado arrojando piedras y sirviendo de escudo humano ante las incursiones del ejército iraní. Recientemente, le habían reclutado de manera oficial en la milicia, proporcionándole un rifle que había pertenecido a diferentes combatientes ya fallecidos, con el objetivo de defender los territorios cercanos a Basora.


   Desgraciadamente, su carrera militar se vio truncada en aquel momento, al recibir un disparo certero en el cuello. Sin embargo, lo que para el inexperto soldado suponía una agónica muerte desangrándose en el suelo, para Alger era la salvación. Más concretamente, la segunda vez que había escapado de la muerte en aquella jornada.


**************

   Unas horas antes, mientras hacía su reporte matinal de guerra mediante conferencia telefónica al periódico en el que trabajaba, varios misiles de tierra iraníes asolaron la aldea de Al Seeba. Multitud de edificios y hogares se vinieron abajo, sepultando a prácticamente toda su población.


   Maltrecho, con su brazo izquierdo salpicado por la metralla y el resto del cuerpo golpeado por los escombros, consiguió salir a la superficie sin dejar atrás su preciada bandolera donde la cámara fotográfica que le acompañaba permanecía intacta.


   Deambuló durante varios minutos entre las ruinas, gritando para alentar a otros supervivientes a que hicieran lo mismo para poder localizarlos. A su vez, iba registrando aquella barbarie sobre la población civil con su incansable objetivo. En seguida escuchó las primeras voces de otra gente que pedía ayuda o que conseguían quitarse de encima los escombros.


   Comenzó a retirar cascotes y pronto se le unieron otros tantos a ayudarle en las labores de rescate. Consiguieron encontrar con vida a un centenar de personas, mientras que también certificaron la muerte de una docena de otros que no habían tenido tanta suerte. Entre los llantos de dolor de la gente por la pérdida de sus seres queridos, irrumpió el ruido de motor y sirenas de las ambulancias y otros vehículos de los lugareños, que se encargaron de trasladar a los heridos a los hospitales de campaña más cercanos.


   Alger prefirió aguardar hasta asegurarse de que los que estaban más graves que él, e incluso los más leves, fueran trasladados. La gente del lugar agradecía a aquel variopinto extranjero de pelo rubio por cómo se había implicado con ellos, formando parte de las labores coordinación y rescate de su pueblo. Le habían conseguido extraer varias esquirlas, pero su caso requería de una atención en mejores condiciones para poder sacar los trozos de metralla que habían entrado de lleno en su brazo.


   Sin embargo, no llegó al destino que esperaba para ser atendido.

**************




   La vida del miliciano ya se había extinguido mientras esperaba pacientemente a que los disparos que se escuchaban por la zona se apaciguasen, en contraposición a la tormenta de arena que arreciaba el lugar. Sentado en la camilla, podía observar cómo éste no había soltado el rifle, manteniéndolo agarrado con ambas manos y llevándolo asegurado alrededor de su cuerpo con una banda que parecía pertenecer al cinturón de seguridad de un coche.

Elegiste el mal camino, muchacho. Disfruta de tu preciado rifle hasta que otro que esté dispuesto a seguir matando en esta guerra te lo arrebate le sentenció Alger, intentando que quien estuvo a punto de ser su verdugo aprendiera la moraleja después de muerto.


   Fue entonces cuando se atrevió a asomarse por la puerta de la ambulancia, pudiendo divisar los otros dos cadáveres, a los que les dedicó una especie de rezo en voz baja.


   Contó hasta tres antes de saltar fuera de la ambulancia. Antes de echar a correr hacia el bloque de edificios más cercano, despojó al guerrillero del pañuelo con el que se protegía de las inclemencias meteorológicas.

Esto me hace más falta a mí que a ti. Lo siento, me lo llevo.


   Los remolinos de viento de la tormenta de arena que asolaba la región complicaban su avance, ya que las partículas en suspensión abrasaban sus ojos.

Al menos, ellos también lo tendrán difícil para verme pensó Alger refiriéndose al resto de guerrilleros que pudiera haber, mientras avanzaba hacia un edificio con las puertas reventadas.


   Una vez en el interior, destapó su boca y aprovechó para tomar una profunda bocanada de aire. A pesar de las altas temperaturas, se quedó helado al ver una multitud de cadáveres tendidos en el suelo. No presentaban evidencias de haber muerto por las balas, sino de haberlo hecho por respirar un gas venenoso.


   Al presidente de aquel país no le temblaba el pulso a la hora de utilizar a la población civil para acabar con el ejército enemigo, independientemente de que con ello se llevara por delante a un buen número de inocentes compatriotas.

Esto tiene que saberse. Su pueblo debe hacérselo pagar algún día masculló Alger conforme tomaba varias instantáneas del lugar.


   De repente, escuchó voces en lo que parecía un patio trasero. Echó el cuerpo a tierra para evitar ser visto a través de las ventanas, cuyas jarapas se encontraban en el suelo. Pudo ver a tres soldados y lo que parecía ser un prisionero. Se trataba de un muchacho un poco más joven que el asaltante de la ambulancia. Se encontraba en paños menores y maniatado, con la piel en carne viva. Le habían colocado una especie de saco en la cabeza, lo que seguramente significaría que lo iban a ejecutar.


   Uno de ellos no paraba de gritarle y golpearle con la culata de su arma ante la atenta mirada de otro de sus compañeros; mientras que el tercero se dedicaba a llenar una especie de balde con el agua del aljibe. Alger hizo varios disparos con su cámara mientras pensaba cómo podría nivelar la injusticia que estaba presenciando. Reparó en el rifle del miliciano caído junto a la ambulancia, pero no le gustaba la idea de poder causar la muerte a otro ser humano con ese arma, por mucho que la mereciera.


   Antes de salir a por el arma, vio al lado de la puerta una especie de cepillo con el que podría atacarles sin peligro de matarlos. Al ver las escaleras que conducían al piso superior, se le ocurrió improvisar una suerte de hatillo con una de las jarapas, en las que colocó varios enseres como platos y jarras, con la idea de arrojárselos desde arriba. También se hizo con un cuchillo que había sobre la mesa que sólo utilizaría como último recurso. Antes de subir los peldaños de adobe, se volvió a colocar el pañuelo sobre su boca para poder afrontar la persistente tormenta de arena.


   Desde la habitación de arriba, podía ver a la perfección cómo dos de los soldados increpaban al muchacho y sumergían su cabeza cubierta en el barreño de agua. Si no actuaba pronto, lo iban a ahogar.


   Con toda la rabia que le producía aquella situación, no dudó en agarrar uno de los cascotes diseminados por la estancia, cuya pared estaba semiderruida. Por suerte, los soldados no podían verle en ese momento y pudo arrojarlo sobre la espalda de uno de ellos, alcanzando de lleno su objetivo. No se quedó asomado para comprobar la reacción de los otros dos, tirándose al suelo para desaparecer de su campo de visión.

Alger, sólo a ti se te ocurre meterte en este lío —se dijo a sí mismo, percatándose de que no había planeado qué hacer con los otros dos soldados—. Eres un simple fotógrafo y no un super héroe.


   No tardó en escuchar los gritos de éstos, entendiendo la parte en la que hacían referencia a su posición en la vivienda.




Aunque parece que ha dejado fuera de combate a uno de los hombres, todavía ha de enfrentarse a los otros dos. ¿Qué decidirá hacer Alger para salir de esta situación lo más airoso posible?

A) Lanzarles el contenido de la jarapa sin llegar a asomarse
B) Esperar a que suban a donde está para atacarles con la vara del cepillo
C) Bajar las escaleras para intentar escapar de ahí antes de que entren
D) Descolgarse por una ventana de la fachada del edificio

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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...