Esta es la 1ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.
Era una noche despejada, donde el resplandor de las explosiones lejanas competía con el animado brillo de las estrellas. Kazim se encontraba en la parte más alta del cerro que ocultaba la guarida donde había permanecido durante el último año junto a su mentora. Con la mirada fija en algún punto perdido del cielo, el muchacho permanecía pensativo, reviviendo una y otra vez el momento en el que el cuerpo de su maestra se deshacía en cenizas como el tronco de un árbol arrasado por las llamas. Necesitaba saber si había hecho lo correcto al acceder a la orden de su madre vampírica: absorber toda su sangre y consumir lo que le quedaba de alma.
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La guerra le había trastocado la vida y la rutina, como al resto de habitantes de aquel país en medio del desierto. Al poco de empezar el conflicto bélico, su padre fue obligado a alistarse en el ejército para hacer frente a las ofensivas iraníes, dejando atrás a su mujer y tres hijos. Siendo Kazim el primogénito, adquirió un rol protector hacia sus hermanos pequeños. Sin embargo, aunque el chico ya se encontraba a medio camino entre ser un niño y un adulto, demostrando una mayor madurez de la que se esperaría para su edad, no estaba en condiciones de suplantar el rol de cabeza de familia que ostentaba su progenitor. Su mayor obstáculo era su mudez de nacimiento.
Pero lo que en toda su vida le había supuesto una desventaja, sobre todo al querer comunicarse con los demás, durante la guerra le supuso un salvavidas. Al contrario que los muchachos de su edad, Kazim adquirió una actitud más prudente y no solía formar parte de las cuadrillas que recibían a gritos y pedradas a los soldados enemigos. Normalmente, permanecía en la retaguardia, asistiendo a sus amigos y conocidos cuando resultaban heridos de cualquier consideración. El no poder articular palabra alguna ni proferir sonidos por su boca le convertía en el chaval más difícil de detectar por las filas enemigas. Aún así, sus actos no pasaron desapercibidos para el ejército, que comenzó a recurrir a él con el fin de proporcionar primeros auxilios a los militares caídos en pleno campo de combate.
Tenía buena mano para extraer balas y coser heridas en la carne de sus compatriotas, ya fuera en medio de una contienda o en un hospital de campaña, convirtiéndose en un gran baluarte para las gentes del sur de Irak. Además, era muy ágil y escurridizo, llegando a lugares que ningún otro miliciano podría alcanzar sin ser visto.
A pesar de estar más involucrado en la guerra, todo pintaba bien para él, al sentirse útil y reconocido por la comunidad. Hasta que en una fatídica emboscada, el convoy en el que viajaba fue bombardeado. Hasan, un soldado al que el chico había salvado la vida en un par de ocasiones, no dudó en hacerle de escudo humano en cuanto escuchó un proyectil de gran calibre silbar hacia ellos. Todos los combatientes perecieron en aquel momento, quedando Kazim atrapado entre los brazos de su salvador y el amasijo de hierros del vehículo. Aún así, resultó gravemente herido, suponiendo sus últimas horas de vida una lenta y dolorosa agonía hacia la muerte. No podía gritar para pedir ayuda, ni tampoco nadie de ninguno de los dos bandos apareció por el lugar para rescatarle o dar fin a su sufrimiento.
Optó por concentrarse y pensar en su familia. Aún recordaba a su padre, desaparecido durante los primeros meses de la guerra. Fue él quien le enseñó a escribir y a expresarse con el lenguaje de signos. Gracias a su progenitor, el resto de su familia y las amistades más cercanas del vecindario también aprendieron a comunicarse con Kazim, haciendo una gran labor por su integración entre las gentes de su aldea. Desde que el hombre fue enviado al frente, su madre se encargó de trabajar en los áridos campos para llevar un jornal y alimento a casa. Realmente quería a su marido y no había noche en la que el muchacho no la escuchara llorando su pérdida. Procuraba que su hermana Haliba y el pequeño Namir no vieran a su madre en esa frágil situación para que no desdibujaran de su mente la imagen de la mujer fuerte que era en realidad.
No tenía fuerzas para mover sus brazos y los dedos de sus manos sólo temblaban cuando intentaba hacer el gesto con el que quería despedirse de sus seres queridos, como si los tuviera delante. Cerró los ojos y se durmió, con la esperanza de despertar en el más allá.
Al caer la noche, el sonido de cómo algo revolvía entre los restos del vehículo le desveló. Enseguida, pudo comprobar que no se trataba de una hiena o cualquier otra alimaña, que hubieran supuesto un final aún más cruel para él. Sus ojos entreabiertos y cansados fueron capaces de reconocer la figura y el rostro de una mujer a la que ya había visto en numerosas ocasiones deambulando cerca de las jaimas utilizadas para tratar a los heridos. Justo cuando ésta estableció contacto visual con él, Kazim volvió a desfallecer, cayendo en un profundo sueño.
Sin tener noción del tiempo que había transcurrido desde entonces, Kazim despertó en una especie de cueva, acostado sobre un mullido lecho. Se incorporó sin mayor problema y de inmediato pudo comprobar cómo su cuerpo estaba libre de heridas y de todos los efectos de aquella explosión. Sin embargo, se sentía diferente. No tardó en percatarse de que su cuerpo estaba más frío de lo normal y que su corazón no latía de forma autónoma como lo había hecho durante toda su vida.
La mujer a la que había visto en el lugar del ataque apareció en la estancia y se encargó de contarle todo sobre su nueva naturaleza vampírica. A lo largo de las siguientes semanas y meses, le mostró sus nuevas habilidades, instruyéndole en los cometidos que debía cumplir a partir de entonces. Y, una vez que consideró que Kazim estaba lo suficientemente preparado para ser totalmente independiente, su mentora le encomendó la tarea más complicada que debía realizar hasta el momento: liberarle de la existencia en un mundo lleno de guerras y peleas entre la humanidad, consumiendo toda su sangre y su esencia.
Como contrapartida, el chico heredaría su poder, con el fin de poder continuar su legado con sangre nueva.
Fue como un segundo renacer como vampiro para Kazim, al sentir cómo sus habilidades llegaban más lejos de lo que hasta entonces había imaginado. Tenía el presentimiento de que una parte de su mentora y de sus predecesores le acompañarían de ahí en adelante. Por ello, llegó a la conclusión de que obró adecuadamente y de que no debía defraudarles en su cometido. Acordó consigo mismo en volver a su aldea natal para comenzar a proteger a su pueblo en pos de conseguir la tan ansiada paz en la zona.
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Poco antes del alba, Kazim llegó a la puerta de lo que había sido su hogar hasta el momento de desaparecer en el convoy bombardeado un año atrás. Muchas de las casas de aquel enclave habían sucumbido a los efectos de la guerra, exhibiendo agujeros de proyectiles en las paredes, estructuras derruidas y puertas destrozadas. Sin embargo, en cuanto puso un pie en su aldea, tuvo la certeza de que su familia se encontraba sana y salva. No hizo falta que tocara la puerta para que su madre y sus dos hermanos salieran a recibirle con la alegría que les suponía recuperar a un ser querido que habían dado por muerto durante meses. De alguna manera, Kazim les había transmitido mentalmente la idea de que él estaba allí de vuelta.
—Kazim, hijo mío. Bendito sea Dios por haberte traído de vuelta con nosotros —celebró su madre alzando los brazos al cielo en señal de agradecimiento—. Dalil, nuestro hijo está aquí. Gracias por haberlo guiado a nuestro hogar.
—¿Estás bien hermano? ¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó eufórica su hermana Haliba mientras le abrazaba.
—He estado en un lugar seguro, aprendiendo mucho para poder ayudar a nuestro pueblo a resistir y salir adelante en esta guerra —le respondió Kazim haciendo gestos con sus manos, a la vez que, con sus poderes sobrenaturales, transmitía lo mismo a las mentes de los miembros de su familia.
Los tres quedaron atónitos ante la claridad y los detalles con los que comprendieron la explicación sobre su paradero.
—Namir, nuestro hermano mayor ha dicho que ha estado en un colegio muy seguro, donde le han enseñado cómo conseguir que la guerra se termine —le explicó Haliba al más pequeño de los hermanos—. Como tú no sabes todavía qué significan los signos que Kazim ha hecho con sus manos, te los traduzco.
—¡Yo sí sé los signos, Haliba! —le replicó Namir orgulloso de haber entendido a su hermano mayor, aún sin saber cómo.
—Madre, necesito descansar en casa antes de que los primeros rayos del sol aparezcan —le indicó a la matriarca mientras accedía al hogar y señalaba la puerta bajo las escaleras que conducía al pequeño habitáculo subterráneo que servía de almacén—. Debo dormir ahí dentro y nadie puede abrir esa puerta hasta que caiga de nuevo la noche.
Pese a las reticencias de su madre, no tuvo muchas dificultades para convencerla en que aceptara su petición y aleccionase a sus hermanos para que no accedieran al sótano durante el día. Tras disponer una jarapa y una esterilla sobre el suelo de aquel pequeño almacén, Kazim se tumbó y cerró la compuerta, cayendo con los primeros compases del amanecer en el sueño diurno que requerían los vampiros.
Pero en algún momento del día, su descanso se vio truncado con un golpe abrupto en la puerta y una ráfaga de luz del exterior. Sobresaltado y aturdido, vio la figura de un miliciano con el rostro tapado al final de las escaleras.
—¡Aquí hay uno escondido! —gritó el soldado mientras empuñaba su escopeta y apuntaba con ella a Kazim.
—¡Deshazte de él! —escuchó por parte de otro hombre que debía ser un compañero del primero—. No pueden quedar testigos sobre lo ocurrido aquí.
Acto seguido, sin que Kazim aún fuera capaz de moverse, el miliciano disparó un par de proyectiles que acertaron en el cuerpo del muchacho. Pero a diferencia de lo que le habría ocurrido siendo un simple mortal, las balas no se hundieron del todo en su carne y terminaron por caer al suelo.
—¿Cómo es posible...? —pronunció el hombre armado, volviendo a disparar indiscriminadamente sobre Kazim, con el fin de darle muerte.
El muchacho se cubrió de forma instintiva con sus brazos, encogiéndose en un rincón de aquel sótano. A la misma vez, comenzó a escucharse una refriega de disparos que alertó al resto del escuadrón.
—¡Farid, ven aquí! ¡Necesito ayuda! —exclamó el soldado mientras bajaba los peldaños del compartimento subterráneo y sacaba un cuchillo de su cinturón.
Asustado y aún sorprendido por no haber sido herido de gravedad por las balas, Kazim comenzó a dar manotazos y patadas para poder esquivar la hoja afilada con la que estaba siendo atacado. Pero igualmente, el metal del arma a malas penas podía atravesar su piel, provocándole cortes superficiales. El soldado procedió a desgarrar la ropa del chico para comprobar qué tipo de chaleco antibalas o protección llevaba debajo para que ni los disparos ni el cuchillo le afectasen de forma significativa.
—¿Qué está ocurriendo, Assim? —preguntó uno de los compañeros asomándose por la entrada al habitáculo, mientras seguía pendiente de los disparos que se escuchaban por los alrededores.
—¡Le he disparado una docena de veces y le he clavado la hoja de mi cuchillo, pero no consigo ni tan siquiera herirle! —explicó el soldado dejando en paños menores a Kazim—. ¡Este joven una aberración del infierno!
—Átale las manos —le sugirió el otro, señalando un rollo de sogas que había sobre una de las tinajas a la vez bajaba para comprobar más de cerca la situación.
Entre los dos, consiguieron doblegar a Kazim, quien a pesar de ofrecer una gran resistencia, notaba su cuerpo algo entumecido y sus reflejos mermados. Pensó que debía ser a que el ocaso aún no había llegado, mientras se daba por vencido al ser maniatado. Trató de averiguar cuál era la situación de los miembros de su familia, pero no era capaz de localizarlos con su mente. Uno de los milicianos vació un pequeño saco de grano y se lo colocó a Kazim sobre la cabeza, apretando por la zona del cuello con la idea de asfixiarle.
—¿No ves que con esta tela aún puede respirar? —le recriminó el soldado Farid refiriéndose al tejido del saco—. Tenemos que ahogarlo sumergiéndole la cabeza en agua.
—Estas tinajas están prácticamente vacías. No nos servirán —contestó Assim abriendo las tapaderas y arrojándolas sobre el muchacho indefenso.
—En una de las casas de al lado había un aljibe. Llevémoslo allá —propuso el que parecía ser superior en rango militar.
Acto seguido, levantaron a Kazim del suelo y lo empujaron escaleras arriba para sacarlo del sótano. No podía ver nada a través del saco que aún tenía en la cabeza, pero comenzó a forcejear con ellos para evitar salir al exterior de su casa. Ante este movimiento, los soldados le golpearon con sus rifles hasta que cayó al suelo, donde continuaron propinándole patadas y pisotones.
Doblado de dolor, no le dio lugar a reponerse para poder ofrecer resistencia en cuanto empezaron a arrastrarle por el suelo. Nada más cruzar el umbral hacia el exterior, notó cómo la luz del sol comenzaba a escocerle sobre la piel. Sin embargo, el ritmo al que se quemaba distaba mucho de lo que le había advertido su mentora en alguna ocasión. Percibió que el viento ululaba con fuerza alrededor de ellos, por lo que debía haberse levantado una tormenta de arena que le ofrecería algo de protección contra los rayos solares.
Enseguida se les unió un tercer guerrillero.
—¿Y éste de dónde ha salido? —les preguntó refiriéndose a Kazim.
—Estaba encerrado en un almacén y seguramente no ha llegado a inhalar el agente tóxico —le respondió Farid mientras continuaban su avance a la vivienda de enfrente—. ¿A qué se debían los disparos de antes, Iyad?
—Era el novato, que al parecer se ha rebelado y ha comenzado a atacarme —les explicó el recién llegado algo apesadumbrado—. Lo he matado al responderle al fuego, pero aún no he recuperado su rifle. Está junto a lo que parece una ambulancia, aunque con esta tormenta no lo podía apreciar bien y venía a pediros cobertura para avanzar con seguridad.
—De acuerdo, en cuanto acabemos con este crío la inspeccionaremos con sumo cuidado —le comentó el líder del escuadrón.
Los tres soldados entraron en una casa con Kazim a rastras, para poco después salir a un patio compartido entre varias viviendas.
—Assim, llena ese balde con el agua del aljibe —le ordenó Farid mientras dejaban al muchacho de rodillas junto a un poyete.
Cuando Kazim sintió que ambos soldados dejaron de sujetarle, se incorporó súbitamente y, aún encapuchado, comenzó a correr siguiendo el mismo camino por el que lo habían llevado hasta allí. Pero, rápidamente fue interceptado por uno de los milicianos.
—¿A dónde crees que vas? —le preguntó con cierta satisfacción por haberlo detenido a la vez que lo empujaba hacia el suelo.
—Maldita sabandija. ¡Toma esto para que no se te ocurra volver a largarte! —le recriminó Farid, golpeándole con la parte trasera de su rifle.
—¿No te estás excediendo demasiado, Farid? Es sólo un niño... —intercedió Iyad al ver cómo trataba al rehén, sin obtener la más mínima respuesta.
—¡Eh, deja que yo también lo golpee! —reclamó Assim mientras vertía otro cubo de agua al balde.
—¡Tú sigue a lo tuyo! —le espetó el líder del grupo, propinándole más golpes al pobre Kazim.
Aturdido, el muchacho cayó de lado al suelo, donde continuó recibiendo golpes por parte de su captor. Sentía que había defraudado a su maestra, al no poder hacer frente a aquel trío de mortales, teniendo él la ventaja de ser un vampiro. Por otro lado, también estaba intentando localizar con su mente a su familia, pero por los alrededores, sólo era capaz de percibir la presencia de sus tres atacantes y de una cuarta persona que debía estar en la casa de al lado.
Volvieron a agarrarle y, disponiéndolo frente al balde lleno de agua, empujaron su cabeza para sumergirla por completo.
—¡A ver si sobrevives a esto, monstruo! —le gritó Farid al oído en una de las veces que le daba tregua para que respirara.
—¡Déjame a mí que lo ahogue, que para eso he llenado yo el recipiente de agua! —interfirió Assim empujando a su líder y agarrando el saco que envolvía la cabeza de Kazim.
—Está bien, pero como tardes demasiado en matarlo, el siguiente que va a probar el agua vas a ser tú —le amenazó Farid, disgustado por la intromisión de su subalterno.
Ajeno a las discusiones de los milicianos, Kazim sentía cierta curiosidad por saber quién era la otra persona que había cerca y qué hacía allí, ya que no parecía que fuera nadie del grupo de los militares. De alguna manera, con la cabeza sumergida bajo el agua, le era más sencillo que nunca localizarla en el plano astral. Esperando que su aura destilara buenas intenciones, quedó defraudado al visualizar unos tonos intensos de ira, al igual que las de sus captores. Debería tener cuidado con el cuarto en discordia, por lo que comenzó a trazar un plan de huida mientras los otros creían que se ahogaba.
De repente, escuchó un golpe y un grito de dolor por parte de uno de aquellos hombres, a la vez que todas las auras se agitaban y derivaban a sentimientos de desconcierto y temor.
—¡Farid! ¿Estás bien? —le preguntó Iyad mientras examinaba el bloque de escombro que había golpeado a su superior.
—¡Alguien le ha lanzado eso desde arriba, Iyad! —exclamó Assim soltando al muchacho y señalando hacia la planta superior de una de las viviendas que daban a ese patio.
Farid seguía en el suelo, sin poder recomponerse del impacto que había recibido en la espalda y no conseguía mascullar palabra alguna para alentar a sus compañeros a que fueran a por su atacante. Aunque no fue necesario, ya que Assim e Iyad tomaron la iniciativa por su cuenta, agarrando sus rifles y accediendo a la vivienda por la puerta de la cocina. Habían abandonado el patio, dejando a Kazim junto al miliciano impedido, mientras inundaban la atmósfera de alrededor con multitud de gritos y amenazas sobre el que se había atrevido a perpetrar aquel ataque contra su superior.
Antes de volver a intentar huir y aún con la cabeza sumergida, Kazim podía percibir cómo ambos soldados iban a interceptar al intruso, que no iba a tener tiempo de abandonar la casa. Para su sorpresa, percibió cómo los milicianos pasaban de largo junto a la misteriosa persona y accedían al piso superior de la vivienda.
—¿Por qué no le han visto? ¿Se habrá escondido? —pensó Kazim, intentando adentrarse en el aura de aquel extraño.
Cuando vino a darse cuenta, unos brazos envolvieron su cuerpo, tirando de él hacia atrás. Inmediatamente, escuchó cómo el balde caía al suelo y notó el agua salpicaba sus piernas, mientras que esa persona misteriosa cargaba con él y emprendía la huida. Tenía la impresión de que éste había ido a rescatarle, por lo que optó por dejarse llevar y ordenó a sus piernas moverse para escapar más rápido.
—Tranquilo, salimos de aquí —le entendió decir Kazim a su rescatador, con una voz masculina y un notable acento extranjero.
Después de avanzar unos metros, notó cómo el hombre con el que huía lo levantaba en volandas y, con un movimiento rotatorio, lo empujaba contra una pared. Acto seguido, se escuchó una ráfaga de disparos y notó cómo la pared sobre la que su espalda estaba apoyada vibraba al recibir los impactos de las balas. Parecían estar a cubierto dentro de una vivienda, cosa que confirmó en cuanto le fue retirado el saco de la cabeza.
Delante de él tenía un hombre de tez clara y cabellos rubios, empapado en sudor y con evidentes signos de cansancio. Aquel extranjero se tomó unos segundos para recuperar el aliento, tras los cuales, sacó un cuchillo de uno de los bolsillos de su pantalón. Asustado, Kazim dio un respingo hacia atrás. Entonces, recordó que su piel era más resistente ahora y que no debía temer por su integridad ante un eventual ataque por arma blanca. Quedó aún más tranquilo cuando comprobó que el objetivo de su rescatador era cortar las sogas atadas a sus muñecas. Le escuchó decir algo que no entendió, aunque parecía destilar algo de preocupación por él.
A ambos les sobresaltó la rotura de una tinaja dentro del hogar por el alcance de una de las balas, derramando todo el agua que contenía por el suelo de alrededor. El hombre le acomodó contra la pared una vez que terminó de liberarle, para a continuación adentrarse en la vivienda y explorarla. Kazim vio cómo en el suelo empolvorizado aún estaban las marcas de sus piernas al haber pasado por allí a rastras. En seguida, le llamó la atención el suspiro que exhaló el extranjero en la siguiente estancia. Aprovechó para volver a analizar su aura y comprobar que se encontraba triste y apenado por algo. Le vio apoyar la mano en la mesa de la sala y dar varias arcadas.
Tenía la certeza de que aquel hombre estaba afectado por la situación y posiblemente por algo más. Kazim dio unos pasos hacia él para poder analizarlo más de cerca, identificando que su cuerpo irradiaba más calor de lo normal y que su brazo izquierdo estaba inflamado y herido. El hombre de pelo rubio terminó sentándose en una de las sillas para recomponerse tras haber vomitado y observar todo lo que tenía a su alrededor.
Los disparos habían cesado y escuchó cómo los milicianos pretendían asaltar la vivienda en la que se encontraban. Cuando Kazim quiso advertir al extranjero sobre lo que había escuchado, vio como éste volvía hacia él para asir su mano y conducirle fuera de la casa. Esta vez no opuso resistencia por volver a pisar el exterior bajo plena luz del día, ya que el polvo y arena en suspensión frenaría el efecto del sol sobre su ser. Mientras avanzaban, comprobó cómo la sangre emanaba de las heridas abiertas del brazo del extranjero. También corroboró que su temperatura corporal era mucho más alta de lo normal y que debía estar al borde de un colapso.
Ya en el exterior, fueron golpeados por una fuerte ráfaga de aire y arena, que terminó desequilibrando a su salvador. Éste cayó al suelo exhausto y con dificultades para respirar. Kazim pudo quedarse en pie, al soltarse de la mano del extranjero. Estando en medio de la calle, echó un vistazo rápido hacia atrás. Uno de los milicianos estaba de camino y debían ponerse a cubierto cuanto antes. Ahora todo dependía de él, por lo que se agachó hacia el hombre y, como buenamente pudo, lo arrastró hacia el hogar en el que vivía con su familia.
No tardó en alcanzar el dintel y pasar al interior. Pero, todavía sujetando al extranjero, quedó paralizado al ver los cuerpos de su madre y hermanos tendidos en el suelo del salón. Inertes, estaban en una posición que parecía un abrazo de la matriarca hacia los pequeños.
—¿Madre? ¿Haliba? ¿Namir? —los llamó mentalmente, sin detectar signos de vida en ellos.
Una sensación que mezclaba miedo, tristeza y soledad le invadió el cuerpo de pies a cabeza al contemplar tal escena.
En esta ocasión toca decidir cuál será la siguiente acción de Kazim.
A) Soltar al extranjero e ir corriendo a abrazar a su familia.
B) Depositar al hombre de pelo rubio en un lugar seguro.
C) Preparar una emboscada junto a la puerta para recibir por sorpresa a los milicianos.
D) Volver al exterior para ir a atacar a los guerrilleros.
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