martes, agosto 08, 2023

Kazim Ayad (1) - Vampiro en tiempos de guerra

Esta es la 1ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Kazim Ayad, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.


   Era una noche despejada, donde el resplandor de las explosiones lejanas competía con el animado brillo de las estrellas. Kazim se encontraba en la parte más alta del cerro que ocultaba la guarida donde había permanecido durante el último año junto a su mentora. Con la mirada fija en algún punto perdido del cielo, el muchacho permanecía pensativo, reviviendo una y otra vez el momento en el que el cuerpo de su maestra se deshacía en cenizas como el tronco de un árbol arrasado por las llamas. Necesitaba saber si había hecho lo correcto al acceder a la orden de su madre vampírica: absorber toda su sangre y consumir lo que le quedaba de alma.

**************

   La guerra le había trastocado la vida y la rutina, como al resto de habitantes de aquel país en medio del desierto. Al poco de empezar el conflicto bélico, su padre fue obligado a alistarse en el ejército para hacer frente a las ofensivas iraníes, dejando atrás a su mujer y tres hijos. Siendo Kazim el primogénito, adquirió un rol protector hacia sus hermanos pequeños. Sin embargo, aunque el chico ya se encontraba a medio camino entre ser un niño y un adulto, demostrando una mayor madurez de la que se esperaría para su edad, no estaba en condiciones de suplantar el rol de cabeza de familia que ostentaba su progenitor. Su mayor obstáculo era su mudez de nacimiento.

   Pero lo que en toda su vida le había supuesto una desventaja, sobre todo al querer comunicarse con los demás, durante la guerra le supuso un salvavidas. Al contrario que los muchachos de su edad, Kazim adquirió una actitud más prudente y no solía formar parte de las cuadrillas que recibían a gritos y pedradas a los soldados enemigos. Normalmente, permanecía en la retaguardia, asistiendo a sus amigos y conocidos cuando resultaban heridos de cualquier consideración. El no poder articular palabra alguna ni proferir sonidos por su boca le convertía en el chaval más difícil de detectar por las filas enemigas. Aún así, sus actos no pasaron desapercibidos para el ejército, que comenzó a recurrir a él con el fin de proporcionar primeros auxilios a los militares caídos en pleno campo de combate.

   Tenía buena mano para extraer balas y coser heridas en la carne de sus compatriotas, ya fuera en medio de una contienda o en un hospital de campaña, convirtiéndose en un gran baluarte para las gentes del sur de Irak. Además, era muy ágil y escurridizo, llegando a lugares que ningún otro miliciano podría alcanzar sin ser visto.

   A pesar de estar más involucrado en la guerra, todo pintaba bien para él, al sentirse útil y reconocido por la comunidad. Hasta que en una fatídica emboscada, el convoy en el que viajaba fue bombardeado. Hasan, un soldado al que el chico había salvado la vida en un par de ocasiones, no dudó en hacerle de escudo humano en cuanto escuchó un proyectil de gran calibre silbar hacia ellos. Todos los combatientes perecieron en aquel momento, quedando Kazim atrapado entre los brazos de su salvador y el amasijo de hierros del vehículo. Aún así, resultó gravemente herido, suponiendo sus últimas horas de vida una lenta y dolorosa agonía hacia la muerte. No podía gritar para pedir ayuda, ni tampoco nadie de ninguno de los dos bandos apareció por el lugar para rescatarle o dar fin a su sufrimiento.

   Optó por concentrarse y pensar en su familia. Aún recordaba a su padre, desaparecido durante los primeros meses de la guerra. Fue él quien le enseñó a escribir y a expresarse con el lenguaje de signos. Gracias a su progenitor, el resto de su familia y las amistades más cercanas del vecindario también aprendieron a comunicarse con Kazim, haciendo una gran labor por su integración entre las gentes de su aldea. Desde que el hombre fue enviado al frente, su madre se encargó de trabajar en los áridos campos para llevar un jornal y alimento a casa. Realmente quería a su marido y no había noche en la que el muchacho no la escuchara llorando su pérdida. Procuraba que su hermana Haliba y el pequeño Namir no vieran a su madre en esa frágil situación para que no desdibujaran de su mente la imagen de la mujer fuerte que era en realidad.

   No tenía fuerzas para mover sus brazos y los dedos de sus manos sólo temblaban cuando intentaba hacer el gesto con el que quería despedirse de sus seres queridos, como si los tuviera delante. Cerró los ojos y se durmió, con la esperanza de despertar en el más allá.

   Al caer la noche, el sonido de cómo algo revolvía entre los restos del vehículo le desveló. Enseguida, pudo comprobar que no se trataba de una hiena o cualquier otra alimaña, que hubieran supuesto un final aún más cruel para él. Sus ojos entreabiertos y cansados fueron capaces de reconocer la figura y el rostro de una mujer a la que ya había visto en numerosas ocasiones deambulando cerca de las jaimas utilizadas para tratar a los heridos. Justo cuando ésta estableció contacto visual con él, Kazim volvió a desfallecer, cayendo en un profundo sueño.

   Sin tener noción del tiempo que había transcurrido desde entonces, Kazim despertó en una especie de cueva, acostado sobre un mullido lecho. Se incorporó sin mayor problema y de inmediato pudo comprobar cómo su cuerpo estaba libre de heridas y de todos los efectos de aquella explosión. Sin embargo, se sentía diferente. No tardó en percatarse de que su cuerpo estaba más frío de lo normal y que su corazón no latía de forma autónoma como lo había hecho durante toda su vida.

   La mujer a la que había visto en el lugar del ataque apareció en la estancia y se encargó de contarle todo sobre su nueva naturaleza vampírica. A lo largo de las siguientes semanas y meses, le mostró sus nuevas habilidades, instruyéndole en los cometidos que debía cumplir a partir de entonces. Y, una vez que consideró que Kazim estaba lo suficientemente preparado para ser totalmente independiente, su mentora le encomendó la tarea más complicada que debía realizar hasta el momento: liberarle de la existencia en un mundo lleno de guerras y peleas entre la humanidad, consumiendo toda su sangre y su esencia.

   Como contrapartida, el chico heredaría su poder, con el fin de poder continuar su legado con sangre nueva.

   Fue como un segundo renacer como vampiro para Kazim, al sentir cómo sus habilidades llegaban más lejos de lo que hasta entonces había imaginado. Tenía el presentimiento de que una parte de su mentora y de sus predecesores le acompañarían de ahí en adelante. Por ello, llegó a la conclusión de que obró adecuadamente y de que no debía defraudarles en su cometido. Acordó consigo mismo en volver a su aldea natal para comenzar a proteger a su pueblo en pos de conseguir la tan ansiada paz en la zona.

**************

   Poco antes del alba, Kazim llegó a la puerta de lo que había sido su hogar hasta el momento de desaparecer en el convoy bombardeado un año atrás. Muchas de las casas de aquel enclave habían sucumbido a los efectos de la guerra, exhibiendo agujeros de proyectiles en las paredes, estructuras derruidas y puertas destrozadas. Sin embargo, en cuanto puso un pie en su aldea, tuvo la certeza de que su familia se encontraba sana y salva. No hizo falta que tocara la puerta para que su madre y sus dos hermanos salieran a recibirle con la alegría que les suponía recuperar a un ser querido que habían dado por muerto durante meses. De alguna manera, Kazim les había transmitido mentalmente la idea de que él estaba allí de vuelta.

—Kazim, hijo mío. Bendito sea Dios por haberte traído de vuelta con nosotros —celebró su madre alzando los brazos al cielo en señal de agradecimiento—. Dalil, nuestro hijo está aquí. Gracias por haberlo guiado a nuestro hogar.

—¿Estás bien hermano? ¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó eufórica su hermana Haliba mientras le abrazaba.

—He estado en un lugar seguro, aprendiendo mucho para poder ayudar a nuestro pueblo a resistir y salir adelante en esta guerra —le respondió Kazim haciendo gestos con sus manos, a la vez que, con sus poderes sobrenaturales, transmitía lo mismo a las mentes de los miembros de su familia.


   Los tres quedaron atónitos ante la claridad y los detalles con los que comprendieron la explicación sobre su paradero.

—Namir, nuestro hermano mayor ha dicho que ha estado en un colegio muy seguro, donde le han enseñado cómo conseguir que la guerra se termine —le explicó Haliba al más pequeño de los hermanos—. Como tú no sabes todavía qué significan los signos que Kazim ha hecho con sus manos, te los traduzco.

—¡Yo sí sé los signos, Haliba! —le replicó Namir orgulloso de haber entendido a su hermano mayor, aún sin saber cómo.

—Madre, necesito descansar en casa antes de que los primeros rayos del sol aparezcan —le indicó a la matriarca mientras accedía al hogar y señalaba la puerta bajo las escaleras que conducía al pequeño habitáculo subterráneo que servía de almacén—. Debo dormir ahí dentro y nadie puede abrir esa puerta hasta que caiga de nuevo la noche.

   Pese a las reticencias de su madre, no tuvo muchas dificultades para convencerla en que aceptara su petición y aleccionase a sus hermanos para que no accedieran al sótano durante el día. Tras disponer una jarapa y una esterilla sobre el suelo de aquel pequeño almacén, Kazim se tumbó y cerró la compuerta, cayendo con los primeros compases del amanecer en el sueño diurno que requerían los vampiros.

   Pero en algún momento del día, su descanso se vio truncado con un golpe abrupto en la puerta y una ráfaga de luz del exterior. Sobresaltado y aturdido, vio la figura de un miliciano con el rostro tapado al final de las escaleras.

—¡Aquí hay uno escondido! —gritó el soldado mientras empuñaba su escopeta y apuntaba con ella a Kazim.

—¡Deshazte de él! —escuchó por parte de otro hombre que debía ser un compañero del primero—. No pueden quedar testigos sobre lo ocurrido aquí.


   Acto seguido, sin que Kazim aún fuera capaz de moverse, el miliciano disparó un par de proyectiles que acertaron en el cuerpo del muchacho. Pero a diferencia de lo que le habría ocurrido siendo un simple mortal, las balas no se hundieron del todo en su carne y terminaron por caer al suelo.

—¿Cómo es posible...? —pronunció el hombre armado, volviendo a disparar indiscriminadamente sobre Kazim, con el fin de darle muerte.


   El muchacho se cubrió de forma instintiva con sus brazos, encogiéndose en un rincón de aquel sótano. A la misma vez, comenzó a escucharse una refriega de disparos que alertó al resto del escuadrón.

—¡Farid, ven aquí! ¡Necesito ayuda! —exclamó el soldado mientras bajaba los peldaños del compartimento subterráneo y sacaba un cuchillo de su cinturón.


   Asustado y aún sorprendido por no haber sido herido de gravedad por las balas, Kazim comenzó a dar manotazos y patadas para poder esquivar la hoja afilada con la que estaba siendo atacado. Pero igualmente, el metal del arma a malas penas podía atravesar su piel, provocándole cortes superficiales. El soldado procedió a desgarrar la ropa del chico para comprobar qué tipo de chaleco antibalas o protección llevaba debajo para que ni los disparos ni el cuchillo le afectasen de forma significativa.

—¿Qué está ocurriendo, Assim? —preguntó uno de los compañeros asomándose por la entrada al habitáculo, mientras seguía pendiente de los disparos que se escuchaban por los alrededores.

—¡Le he disparado una docena de veces y le he clavado la hoja de mi cuchillo, pero no consigo ni tan siquiera herirle! —explicó el soldado dejando en paños menores a Kazim—. ¡Este joven una aberración del infierno!

—Átale las manos —le sugirió el otro, señalando un rollo de sogas que había sobre una de las tinajas a la vez bajaba para comprobar más de cerca la situación.


   Entre los dos, consiguieron doblegar a Kazim, quien a pesar de ofrecer una gran resistencia, notaba su cuerpo algo entumecido y sus reflejos mermados. Pensó que debía ser a que el ocaso aún no había llegado, mientras se daba por vencido al ser maniatado. Trató de averiguar cuál era la situación de los miembros de su familia, pero no era capaz de localizarlos con su mente. Uno de los milicianos vació un pequeño saco de grano y se lo colocó a Kazim sobre la cabeza, apretando por la zona del cuello con la idea de asfixiarle.

—¿No ves que con esta tela aún puede respirar? —le recriminó el soldado Farid refiriéndose al tejido del saco—. Tenemos que ahogarlo sumergiéndole la cabeza en agua.

—Estas tinajas están prácticamente vacías. No nos servirán —contestó Assim abriendo las tapaderas y arrojándolas sobre el muchacho indefenso.

—En una de las casas de al lado había un aljibe. Llevémoslo allá —propuso el que parecía ser superior en rango militar.


   Acto seguido, levantaron a Kazim del suelo y lo empujaron escaleras arriba para sacarlo del sótano. No podía ver nada a través del saco que aún tenía en la cabeza, pero comenzó a forcejear con ellos para evitar salir al exterior de su casa. Ante este movimiento, los soldados le golpearon con sus rifles hasta que cayó al suelo, donde continuaron propinándole patadas y pisotones.

   Doblado de dolor, no le dio lugar a reponerse para poder ofrecer resistencia en cuanto empezaron a arrastrarle por el suelo. Nada más cruzar el umbral hacia el exterior, notó cómo la luz del sol comenzaba a escocerle sobre la piel. Sin embargo, el ritmo al que se quemaba distaba mucho de lo que le había advertido su mentora en alguna ocasión. Percibió que el viento ululaba con fuerza alrededor de ellos, por lo que debía haberse levantado una tormenta de arena que le ofrecería algo de protección contra los rayos solares.

   Enseguida se les unió un tercer guerrillero.

—¿Y éste de dónde ha salido? —les preguntó refiriéndose a Kazim.

—Estaba encerrado en un almacén y seguramente no ha llegado a inhalar el agente tóxico —le respondió Farid mientras continuaban su avance a la vivienda de enfrente—. ¿A qué se debían los disparos de antes, Iyad?

—Era el novato, que al parecer se ha rebelado y ha comenzado a atacarme —les explicó el recién llegado algo apesadumbrado—. Lo he matado al responderle al fuego, pero aún no he recuperado su rifle. Está junto a lo que parece una ambulancia, aunque con esta tormenta no lo podía apreciar bien y venía a pediros cobertura para avanzar con seguridad.

—De acuerdo, en cuanto acabemos con este crío la inspeccionaremos con sumo cuidado —le comentó el líder del escuadrón.


   Los tres soldados entraron en una casa con Kazim a rastras, para poco después salir a un patio compartido entre varias viviendas.

—Assim, llena ese balde con el agua del aljibe —le ordenó Farid mientras dejaban al muchacho de rodillas junto a un poyete.


   Cuando Kazim sintió que ambos soldados dejaron de sujetarle, se incorporó súbitamente y, aún encapuchado, comenzó a correr siguiendo el mismo camino por el que lo habían llevado hasta allí. Pero, rápidamente fue interceptado por uno de los milicianos.

—¿A dónde crees que vas? —le preguntó con cierta satisfacción por haberlo detenido a la vez que lo empujaba hacia el suelo.

—Maldita sabandija. ¡Toma esto para que no se te ocurra volver a largarte! —le recriminó Farid, golpeándole con la parte trasera de su rifle.

—¿No te estás excediendo demasiado, Farid? Es sólo un niño... —intercedió Iyad al ver cómo trataba al rehén, sin obtener la más mínima respuesta.

—¡Eh, deja que yo también lo golpee! —reclamó Assim mientras vertía otro cubo de agua al balde.

—¡Tú sigue a lo tuyo! —le espetó el líder del grupo, propinándole más golpes al pobre Kazim.


   Aturdido, el muchacho cayó de lado al suelo, donde continuó recibiendo golpes por parte de su captor. Sentía que había defraudado a su maestra, al no poder hacer frente a aquel trío de mortales, teniendo él la ventaja de ser un vampiro. Por otro lado, también estaba intentando localizar con su mente a su familia, pero por los alrededores, sólo era capaz de percibir la presencia de sus tres atacantes y de una cuarta persona que debía estar en la casa de al lado.

   Volvieron a agarrarle y, disponiéndolo frente al balde lleno de agua, empujaron su cabeza para sumergirla por completo.

—¡A ver si sobrevives a esto, monstruo! —le gritó Farid al oído en una de las veces que le daba tregua para que respirara.

—¡Déjame a mí que lo ahogue, que para eso he llenado yo el recipiente de agua! —interfirió Assim empujando a su líder y agarrando el saco que envolvía la cabeza de Kazim.

—Está bien, pero como tardes demasiado en matarlo, el siguiente que va a probar el agua vas a ser tú —le amenazó Farid, disgustado por la intromisión de su subalterno.


   Ajeno a las discusiones de los milicianos, Kazim sentía cierta curiosidad por saber quién era la otra persona que había cerca y qué hacía allí, ya que no parecía que fuera nadie del grupo de los militares. De alguna manera, con la cabeza sumergida bajo el agua, le era más sencillo que nunca localizarla en el plano astral. Esperando que su aura destilara buenas intenciones, quedó defraudado al visualizar unos tonos intensos de ira, al igual que las de sus captores. Debería tener cuidado con el cuarto en discordia, por lo que comenzó a trazar un plan de huida mientras los otros creían que se ahogaba.

   De repente, escuchó un golpe y un grito de dolor por parte de uno de aquellos hombres, a la vez que todas las auras se agitaban y derivaban a sentimientos de desconcierto y temor.

—¡Farid! ¿Estás bien? —le preguntó Iyad mientras examinaba el bloque de escombro que había golpeado a su superior.

—¡Alguien le ha lanzado eso desde arriba, Iyad! —exclamó Assim soltando al muchacho y señalando hacia la planta superior de una de las viviendas que daban a ese patio.


   Farid seguía en el suelo, sin poder recomponerse del impacto que había recibido en la espalda y no conseguía mascullar palabra alguna para alentar a sus compañeros a que fueran a por su atacante. Aunque no fue necesario, ya que Assim e Iyad tomaron la iniciativa por su cuenta, agarrando sus rifles y accediendo a la vivienda por la puerta de la cocina. Habían abandonado el patio, dejando a Kazim junto al miliciano impedido, mientras inundaban la atmósfera de alrededor con multitud de gritos y amenazas sobre el que se había atrevido a perpetrar aquel ataque contra su superior.

   Antes de volver a intentar huir y aún con la cabeza sumergida, Kazim podía percibir cómo ambos soldados iban a interceptar al intruso, que no iba a tener tiempo de abandonar la casa. Para su sorpresa, percibió cómo los milicianos pasaban de largo junto a la misteriosa persona y accedían al piso superior de la vivienda.

—¿Por qué no le han visto? ¿Se habrá escondido? —pensó Kazim, intentando adentrarse en el aura de aquel extraño.


   Cuando vino a darse cuenta, unos brazos envolvieron su cuerpo, tirando de él hacia atrás. Inmediatamente, escuchó cómo el balde caía al suelo y notó el agua salpicaba sus piernas, mientras que esa persona misteriosa cargaba con él y emprendía la huida. Tenía la impresión de que éste había ido a rescatarle, por lo que optó por dejarse llevar y ordenó a sus piernas moverse para escapar más rápido.

Tranquilo, salimos de aquí —le entendió decir Kazim a su rescatador, con una voz masculina y un notable acento extranjero.


   Después de avanzar unos metros, notó cómo el hombre con el que huía lo levantaba en volandas y, con un movimiento rotatorio, lo empujaba contra una pared. Acto seguido, se escuchó una ráfaga de disparos y notó cómo la pared sobre la que su espalda estaba apoyada vibraba al recibir los impactos de las balas. Parecían estar a cubierto dentro de una vivienda, cosa que confirmó en cuanto le fue retirado el saco de la cabeza.

   Delante de él tenía un hombre de tez clara y cabellos rubios, empapado en sudor y con evidentes signos de cansancio. Aquel extranjero se tomó unos segundos para recuperar el aliento, tras los cuales, sacó un cuchillo de uno de los bolsillos de su pantalón. Asustado, Kazim dio un respingo hacia atrás. Entonces, recordó que su piel era más resistente ahora y que no debía temer por su integridad ante un eventual ataque por arma blanca. Quedó aún más tranquilo cuando comprobó que el objetivo de su rescatador era cortar las sogas atadas a sus muñecas. Le escuchó decir algo que no entendió, aunque parecía destilar algo de preocupación por él.

   A ambos les sobresaltó la rotura de una tinaja dentro del hogar por el alcance de una de las balas, derramando todo el agua que contenía por el suelo de alrededor. El hombre le acomodó contra la pared una vez que terminó de liberarle, para a continuación adentrarse en la vivienda y explorarla. Kazim vio cómo en el suelo empolvorizado aún estaban las marcas de sus piernas al haber pasado por allí a rastras. En seguida, le llamó la atención el suspiro que exhaló el extranjero en la siguiente estancia. Aprovechó para volver a analizar su aura y comprobar que se encontraba triste y apenado por algo. Le vio apoyar la mano en la mesa de la sala y dar varias arcadas.

   Tenía la certeza de que aquel hombre estaba afectado por la situación y posiblemente por algo más. Kazim dio unos pasos hacia él para poder analizarlo más de cerca, identificando que su cuerpo irradiaba más calor de lo normal y que su brazo izquierdo estaba inflamado y herido. El hombre de pelo rubio terminó sentándose en una de las sillas para recomponerse tras haber vomitado y observar todo lo que tenía a su alrededor.

   Los disparos habían cesado y escuchó cómo los milicianos pretendían asaltar la vivienda en la que se encontraban. Cuando Kazim quiso advertir al extranjero sobre lo que había escuchado, vio como éste volvía hacia él para asir su mano y conducirle fuera de la casa. Esta vez no opuso resistencia por volver a pisar el exterior bajo plena luz del día, ya que el polvo y arena en suspensión frenaría el efecto del sol sobre su ser. Mientras avanzaban, comprobó cómo la sangre emanaba de las heridas abiertas del brazo del extranjero. También corroboró que su temperatura corporal era mucho más alta de lo normal y que debía estar al borde de un colapso.

   Ya en el exterior, fueron golpeados por una fuerte ráfaga de aire y arena, que terminó desequilibrando a su salvador. Éste cayó al suelo exhausto y con dificultades para respirar. Kazim pudo quedarse en pie, al soltarse de la mano del extranjero. Estando en medio de la calle, echó un vistazo rápido hacia atrás. Uno de los milicianos estaba de camino y debían ponerse a cubierto cuanto antes. Ahora todo dependía de él, por lo que se agachó hacia el hombre y, como buenamente pudo, lo arrastró hacia el hogar en el que vivía con su familia.

   No tardó en alcanzar el dintel y pasar al interior. Pero, todavía sujetando al extranjero, quedó paralizado al ver los cuerpos de su madre y hermanos tendidos en el suelo del salón. Inertes, estaban en una posición que parecía un abrazo de la matriarca hacia los pequeños.

—¿Madre? ¿Haliba? ¿Namir? —los llamó mentalmente, sin detectar signos de vida en ellos.


   Una sensación que mezclaba miedo, tristeza y soledad le invadió el cuerpo de pies a cabeza al contemplar tal escena.


Siguiente


En esta ocasión toca decidir cuál será la siguiente acción de Kazim.

A) Soltar al extranjero e ir corriendo a abrazar a su familia.
B) Depositar al hombre de pelo rubio en un lugar seguro.
C) Preparar una emboscada junto a la puerta para recibir por sorpresa a los milicianos.
D) Volver al exterior para ir a atacar a los guerrilleros.


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viernes, julio 21, 2023

Alger Furst (2) - El plan de rescate

Esta es la 2ª página del relato interactivo de Bertram Kastner vista desde la perspectiva de Alger Furst, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.





   Como alma que le llevaba el diablo, Alger se dirigió hacia las escaleras para poder volver al piso de abajo. Era la única forma que veía factible para poder escapar de aquella casa, ya que aún sentía las esquirlas incrustadas en su brazo izquierdo y no confiaba mucho en poder trepar por las paredes en esas condiciones. Pero debía darse prisa, antes de que los soldados decidieran entrar y lo dejaran acorralado.


   Con sus piernas temblorosas y aún doloridas, comenzó a bajar los irregulares peldaños, mientras que permanecía atento a la inminente llegada de los hombres armados. La bandolera con su cámara le golpeaba los riñones y casi se precipita escaleras abajo por no llevar demasiado cuidado en ver dónde ponía sus pies.


   Cuando por fin llegó a la planta baja, escuchó como los dos milicianos accedían a la vivienda por la puerta trasera de la cocina. Aún tenía unos segundos para hacer algo antes de que le descubrieran, pero no los suficientes como para poder abandonar la casa por la entrada principal sin ser visto. Tampoco encontró ningún lugar de la sala en el que pudiera esconderse a tiempo.


   Rápidamente, optó por lanzarse al suelo y hacerse el muerto, con la intención de camuflarse como otro de los cuerpos inertes de las personas fallecidas de aquel hogar. Los soldados proferían un escandaloso vocerío durante su paso por la cocina, poco antes de llegar a donde estaba él. Fue justo en el último momento cuando estiró el pañuelo que llevaba al cuello y cubrió toda su cabeza, al reparar en que su pelo rubio podría ser muy llamativo para sus enemigos.


   Ya los tenía allí, junto a él. Comenzaban unos momentos de interminable angustia e incertidumbre, donde estaba a merced de lo que aquellos milicianos decidieran hacer. Estando tapado por el pañuelo, sólo podía confiar en su oído en el caso de que el engaño no funcionara y necesitase huir. Sentía con gran intensidad como el suelo vibraba por las fuertes pisadas de éstos, mientras pasaban junto a él gritando multitud de palabras, de las que a duras penas entendía la mitad.

—Venga, sí. Subid y dejadme tranquilo, por favor rezaba Alger para sí mismo, deseando que se fueran lo antes posible al piso de arriba, al mismo tiempo que cerraba los ojos y apretaba los párpados.


   Por fortuna para él, no se entretuvieron demasiado en inspeccionar aquella sala y enseguida se dirigieron hacia las escaleras. Parecía que las iban a echar abajo, debido al tropel y ruido que producían los guerrilleros al subir los escalones. Unos instantes después, por fin, llegó la tranquilidad a aquella estancia.


   Para asegurarse de que ya no estaban ahí, Alger se aventuró a girarse para ponerse boca arriba, a la vez que retiraba el pañuelo de su cara y miraba hacia la escalinata. De momento, había conseguido que le dejaran vía libre para poder abandonar la vivienda. Sin más dilación, se incorporó, manteniendo todos sus sentidos concentrados en lo que ocurriera en la planta superior y permaneciendo en alerta. Con cuidado de no tropezar ni hacer demasiado ruido, se acercó a la ventana desde donde había observado como torturaban al muchacho. Éste seguía allí, de rodillas y con la cabeza metida en el balde de agua. A su lado, se encontraba el tercer soldado, al que había conseguido dejar fuera de combate con el cascote y que todavía se retorcía de dolor en el suelo.


   Antes de ser del todo consciente de lo que estaba haciendo, Alger se encontraba saltando por una de las ventanas hacia el patio para intentar salvar la vida al joven que se estaba ahogando. Obviando también que los hombres armados podrían verle fácilmente desde arriba, salió corriendo hacia donde permanecía el muchacho y agarró su escuálido cuerpo por debajo de los brazos. Aunque no necesitó ejercer demasiada fuerza para tirar de él y sacar su cabeza del agua, ya que no debía pesar más de cincuenta kilos, notó como los trozos de metralla alojados en su brazo le desgarraban algunas fibras musculares, produciéndole un dolor muy desagradable.


   De repente, el estruendo metálico del balde cayendo al suelo y derramando todo el agua le delató, alertando a los milicianos que andaban equivocadamente tras él en el piso de arriba de la vivienda. Por suerte, ya se encontraba a medio camino hacia la puerta trasera de otra de las casas que también conectaban con ese mismo patio. Además, el ruido pareció espabilar al chico, quien comenzó a mover su piernas para intentar avanzar al mismo ritmo con el que Alger tiraba de él.

Tranquilo, vamos a salir de esta —pronunció Alger en un rudimentario dialecto de la zona, intentando animar al muchacho.


   Justo cuando lograron atravesar el umbral de la otra vivienda, una ráfaga de disparos comenzó a silbar a su paso por la entrada. Alger y el chico ya se encontraban a cubierto dentro, apoyados sobre la misma pared que estaba recibiendo algunos proyectiles por la parte de la contra fachada. Jadeante por el esfuerzo y empapado de sudor, retiró la bolsa que cubría la cabeza del joven.


   Efectivamente, se trataba de un adolescente que no debía tener más de quince años. Habría pegado el estirón hace poco tiempo, pero aún tenía pendiente adquirir la corpulencia propia de una etapa más adulta. Su pelo oscuro, aún mojado, hacía unas ondas que le serpenteaban a lo largo de la frente y le tapaban parcialmente los ojos. La mirada del muchacho denotaba un notable cansancio, pero se mantenía fija y sin pestañear enfocada al rostro de Alger, su salvador.


   El joven se sobresaltó al ver como éste sacaba un cuchillo; pero enseguida comprendió que Alger sólo pretendía cortar las sogas que rodeaban sus muñecas y así liberar sus manos.

—Qué salvajada te han hecho aquí... —comentó Alger mientras comprobaba las quemaduras que poblaban toda la piel del muchacho a la vez que terminaba de romper las cuerdas.




   El estallido de una tinaja alcanzada por una bala le recordó que allí no estarían a salvo por mucho más tiempo. Tras dejar al chico apoyado contra la pared, se dio la vuelta para poder adentrarse en el hogar y revisar la siguiente estancia, mientras se secaba el sudor de la frente con un extremo del pañuelo. Allí también había cadáveres de gente que había muerto por inhalación de gases tóxicos.


   Aquella situación le sobrepasó, provocándole una repentina sensación de mareo y náuseas que desembocaron en el vómito del poco alimento que aún quedaba en su estómago. Notaba su brazo izquierdo entumecido, como si varias agujas lo atravesaran. Además, su cabeza le ardía, provocándole una ligera neblina en su visión. Debía tener algo de fiebre. Necesitó sentarse en la silla más cercana para poder reponerse, pero sabía que debería actuar rápido.


   Desde esa posición podía observar casi todos los rincones de la planta baja. El chico seguía expectante y sin quitarle la vista de encima, aunque había avanzado hacia el dintel que unía la cocina con el salón, al parecer preocupado por la salud de Alger. Éste se percató de que la casa era similar a la vivienda vecina, incluyendo las escaleras que conducían al piso superior. Detrás del muchacho, había una especie de poyete hueco a modo de encimera, con unas cortinas de tela que ocultarían los utensilios que allí pudiera haber. El salón donde se encontraban estaba presidido por una mesa robusta con varios asientos alrededor. Había otras dos habitaciones en aquella planta, que debían ser un dormitorio y un cuarto de aseo.


   Escuchó como los milicianos intercambiaban instrucciones, llegando a comprender que mientras que uno permanecería apostado en la planta superior de la vivienda vecina, el otro irrumpiría en la casa donde se encontraban ambos. Debía moverse lo antes posible si no quería toparse cara a cara con ellos, pero no se encontraba en la mejor situación para poder salir huyendo de allí. Y ni mucho menos, dirigiendo y cargando con el muchacho. Aunque quizás ahora, la carga sería él.





En esta ocasión, Alger deberá tomar dos decisiones. La primera de ellas tiene que ver con el chico. ¿Lo llevará consigo o lo dejará abandonado a su suerte?

A) Incluye al muchacho en su plan de huida y se dirige hacia él
B) Se olvida del chico, ya que considera que ha hecho todo lo que estaba en sus manos para salvarle y que éste podría valerse por sí mismo


Por otro lado, y teniendo en cuenta la primera respuesta, ¿qué plan de supervivencia tiene en mente?

1) Permanecer sentado y rendirse, para intentar dialogar con el miliciano
2) Esconderse en la cocina, tras las cortinillas de debajo de la encimera
3) Subir al piso de arriba
4) Abandonar la vivienda por la puerta principal y adentrarse en las calles a pesar de la tormenta de arena


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viernes, julio 14, 2023

Alger Furst (1) - Tormenta de arena y balas

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   Expectante, Alger permanecía inmóvil, sentado en la camilla de la ambulancia, con la certeza de estar afrontando los últimos segundos de su vida. Justo antes, el conductor había sido ejecutado a pesar de haber implorado clemencia mientras huía, sin haber alcanzado a comprender a qué se debía ese repentino ataque.


   La mujer que le había estado atendiendo durante el trayecto también fue obligada a salir de la ambulancia, corriendo la misma suerte. Un disparo a bocajarro acabó de forma instantánea con la vida de ésta, una vez que sus pies tocaron el árido camino de arena y polvo en el que se encontraban.


   A continuación, le llegó el turno a Alger quien, con la resignación de no haber encontrado nada con lo que defenderse y contraatacar, degustaba sus recuerdos más preciados antes de despedirse de este mundo. El miliciano que había detenido la ambulancia le apuntaba con su rifle, a la vez que le profería amenazantes gritos para que también abandonara el vehículo.

No quieres que te manchemos el interior con nuestra sangre porque seguramente después te obliguen a limpiarlo. Pues vas a tener que frotar mis sesos, porque de aquí no me voy a bajar si no es con una bala en la cabeza —le inquirió de forma desafiante señalando su propia frente, como si el soldado fuera capaz de entender su idioma.


   Antes de que este perdiera la paciencia, comenzó a escucharse una nueva refriega de disparos por las callejuelas de la aldea derruida que estaban atravesando. El combatiente se giró dando alaridos y respondiendo con disparos de su arma, aún sin localizar a sus enemigos y desperdiciando su munición.


   Saltaba a la legua su falta de experiencia en el arte de la guerra. Al igual que le había ocurrido a la mayoría de sus compañeros, este conflicto le había arrebatado una buena parte de su adolescencia. Los últimos cinco años los había pasado arrojando piedras y sirviendo de escudo humano ante las incursiones del ejército iraní. Recientemente, le habían reclutado de manera oficial en la milicia, proporcionándole un rifle que había pertenecido a diferentes combatientes ya fallecidos, con el objetivo de defender los territorios cercanos a Basora.


   Desgraciadamente, su carrera militar se vio truncada en aquel momento, al recibir un disparo certero en el cuello. Sin embargo, lo que para el inexperto soldado suponía una agónica muerte desangrándose en el suelo, para Alger era la salvación. Más concretamente, la segunda vez que había escapado de la muerte en aquella jornada.


**************

   Unas horas antes, mientras hacía su reporte matinal de guerra mediante conferencia telefónica al periódico en el que trabajaba, varios misiles de tierra iraníes asolaron la aldea de Al Seeba. Multitud de edificios y hogares se vinieron abajo, sepultando a prácticamente toda su población.


   Maltrecho, con su brazo izquierdo salpicado por la metralla y el resto del cuerpo golpeado por los escombros, consiguió salir a la superficie sin dejar atrás su preciada bandolera donde la cámara fotográfica que le acompañaba permanecía intacta.


   Deambuló durante varios minutos entre las ruinas, gritando para alentar a otros supervivientes a que hicieran lo mismo para poder localizarlos. A su vez, iba registrando aquella barbarie sobre la población civil con su incansable objetivo. En seguida escuchó las primeras voces de otra gente que pedía ayuda o que conseguían quitarse de encima los escombros.


   Comenzó a retirar cascotes y pronto se le unieron otros tantos a ayudarle en las labores de rescate. Consiguieron encontrar con vida a un centenar de personas, mientras que también certificaron la muerte de una docena de otros que no habían tenido tanta suerte. Entre los llantos de dolor de la gente por la pérdida de sus seres queridos, irrumpió el ruido de motor y sirenas de las ambulancias y otros vehículos de los lugareños, que se encargaron de trasladar a los heridos a los hospitales de campaña más cercanos.


   Alger prefirió aguardar hasta asegurarse de que los que estaban más graves que él, e incluso los más leves, fueran trasladados. La gente del lugar agradecía a aquel variopinto extranjero de pelo rubio por cómo se había implicado con ellos, formando parte de las labores coordinación y rescate de su pueblo. Le habían conseguido extraer varias esquirlas, pero su caso requería de una atención en mejores condiciones para poder sacar los trozos de metralla que habían entrado de lleno en su brazo.


   Sin embargo, no llegó al destino que esperaba para ser atendido.

**************




   La vida del miliciano ya se había extinguido mientras esperaba pacientemente a que los disparos que se escuchaban por la zona se apaciguasen, en contraposición a la tormenta de arena que arreciaba el lugar. Sentado en la camilla, podía observar cómo éste no había soltado el rifle, manteniéndolo agarrado con ambas manos y llevándolo asegurado alrededor de su cuerpo con una banda que parecía pertenecer al cinturón de seguridad de un coche.

Elegiste el mal camino, muchacho. Disfruta de tu preciado rifle hasta que otro que esté dispuesto a seguir matando en esta guerra te lo arrebate le sentenció Alger, intentando que quien estuvo a punto de ser su verdugo aprendiera la moraleja después de muerto.


   Fue entonces cuando se atrevió a asomarse por la puerta de la ambulancia, pudiendo divisar los otros dos cadáveres, a los que les dedicó una especie de rezo en voz baja.


   Contó hasta tres antes de saltar fuera de la ambulancia. Antes de echar a correr hacia el bloque de edificios más cercano, despojó al guerrillero del pañuelo con el que se protegía de las inclemencias meteorológicas.

Esto me hace más falta a mí que a ti. Lo siento, me lo llevo.


   Los remolinos de viento de la tormenta de arena que asolaba la región complicaban su avance, ya que las partículas en suspensión abrasaban sus ojos.

Al menos, ellos también lo tendrán difícil para verme pensó Alger refiriéndose al resto de guerrilleros que pudiera haber, mientras avanzaba hacia un edificio con las puertas reventadas.


   Una vez en el interior, destapó su boca y aprovechó para tomar una profunda bocanada de aire. A pesar de las altas temperaturas, se quedó helado al ver una multitud de cadáveres tendidos en el suelo. No presentaban evidencias de haber muerto por las balas, sino de haberlo hecho por respirar un gas venenoso.


   Al presidente de aquel país no le temblaba el pulso a la hora de utilizar a la población civil para acabar con el ejército enemigo, independientemente de que con ello se llevara por delante a un buen número de inocentes compatriotas.

Esto tiene que saberse. Su pueblo debe hacérselo pagar algún día masculló Alger conforme tomaba varias instantáneas del lugar.


   De repente, escuchó voces en lo que parecía un patio trasero. Echó el cuerpo a tierra para evitar ser visto a través de las ventanas, cuyas jarapas se encontraban en el suelo. Pudo ver a tres soldados y lo que parecía ser un prisionero. Se trataba de un muchacho un poco más joven que el asaltante de la ambulancia. Se encontraba en paños menores y maniatado, con la piel en carne viva. Le habían colocado una especie de saco en la cabeza, lo que seguramente significaría que lo iban a ejecutar.


   Uno de ellos no paraba de gritarle y golpearle con la culata de su arma ante la atenta mirada de otro de sus compañeros; mientras que el tercero se dedicaba a llenar una especie de balde con el agua del aljibe. Alger hizo varios disparos con su cámara mientras pensaba cómo podría nivelar la injusticia que estaba presenciando. Reparó en el rifle del miliciano caído junto a la ambulancia, pero no le gustaba la idea de poder causar la muerte a otro ser humano con ese arma, por mucho que la mereciera.


   Antes de salir a por el arma, vio al lado de la puerta una especie de cepillo con el que podría atacarles sin peligro de matarlos. Al ver las escaleras que conducían al piso superior, se le ocurrió improvisar una suerte de hatillo con una de las jarapas, en las que colocó varios enseres como platos y jarras, con la idea de arrojárselos desde arriba. También se hizo con un cuchillo que había sobre la mesa que sólo utilizaría como último recurso. Antes de subir los peldaños de adobe, se volvió a colocar el pañuelo sobre su boca para poder afrontar la persistente tormenta de arena.


   Desde la habitación de arriba, podía ver a la perfección cómo dos de los soldados increpaban al muchacho y sumergían su cabeza cubierta en el barreño de agua. Si no actuaba pronto, lo iban a ahogar.


   Con toda la rabia que le producía aquella situación, no dudó en agarrar uno de los cascotes diseminados por la estancia, cuya pared estaba semiderruida. Por suerte, los soldados no podían verle en ese momento y pudo arrojarlo sobre la espalda de uno de ellos, alcanzando de lleno su objetivo. No se quedó asomado para comprobar la reacción de los otros dos, tirándose al suelo para desaparecer de su campo de visión.

Alger, sólo a ti se te ocurre meterte en este lío —se dijo a sí mismo, percatándose de que no había planeado qué hacer con los otros dos soldados—. Eres un simple fotógrafo y no un super héroe.


   No tardó en escuchar los gritos de éstos, entendiendo la parte en la que hacían referencia a su posición en la vivienda.




Aunque parece que ha dejado fuera de combate a uno de los hombres, todavía ha de enfrentarse a los otros dos. ¿Qué decidirá hacer Alger para salir de esta situación lo más airoso posible?

A) Lanzarles el contenido de la jarapa sin llegar a asomarse
B) Esperar a que suban a donde está para atacarles con la vara del cepillo
C) Bajar las escaleras para intentar escapar de ahí antes de que entren
D) Descolgarse por una ventana de la fachada del edificio

Elige una de las opciones y deja un comentario, pudiendo detallar tu respuesta si así lo deseas.




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sábado, julio 01, 2023

Bertram Kastner (23) - Hermano mayor

Tras haber sido herido de muerte por un disparo certero de Niels Rainath, Jünaj consigue rescatar a Bertram y escapar bajo tierra. Ante la situación crítica del protagonista, Jünaj decide detenerse y servirle parte de su sangre para que pueda curarse y sobrevivir.

Esta es la 23ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Las emociones de Bertram se descontrolaron súbitamente, sintiendo en su cabeza un baile discordante y agitado que transitaba entre la euforia, el miedo, la ira, la incomprensión, el placer, la confusión y la tristeza.

—¿Qué me está ocurriendo? —se preguntó Bertram intentando ponerle freno a lo que estaba experimentando—. ¿Qué mierda lleva esta sangre?

—Tranquilízate, se te pasará pronto —le indicó Jünaj tocando sutilmente su hombro con las yemas de sus dedos.


   En medio de aquél frenesí, Bertram sintió la necesidad de increparle por haberle abandonado a merced de Niels, provocando que hubiera estado al borde de la muerte. Pero justo cuando iba a soltar por su boca la serie de improperios que tenía preparada, se quedó paralizado al contemplar el rostro de Jünaj más de cerca.


   A pesar de estar envueltos en la oscuridad, la luz de la luna perfilaba sus rasgos y podía apreciarlos mucho mejor que cuando había conversado antes junto a la luz del quinqué. Pudo cerciorarse de que sus cabellos largos guardaban cierta armonía en su forma y que su vello facial lucía impecable, como recién salido de una barbería. Pero lo que más atrajo su atención fueron sus ojos color añil, con los que le transmitía una sensación de calma y serenidad.

—¡Ahora lo entiendo! Realmente no tenían intención de abandonarme definitivamente, sino que pretendía rescatarme de la forma más segura para ambos —divagó Bertram rememorando el momento en el que decidió retirarse—. Por eso me tuvo que decir lo de volver a vernos pronto y que me cuidara hasta entonces. Necesitaba llegar hasta mí sin levantar las sospechas de Niels ni de sus hombres con los rifles. ¿Y cómo habrá hecho para excavar un túnel tan rápido? No tiene las manos estropeadas por remover la tierra.

—¿Te encuentras mejor, Bertram? —se interesó Jünaj sin dejar de observarle.

—Y en la visión que he tenido mientras bebía su sangre, he podido ponerme en su piel y revivir una especie de juicio o condena. Si es cierto que está encerrado en este lugar y no puede abandonarlo, realmente está en desventaja frente a cualquier otro vampiro con malas intenciones. Y aún más siendo Niels su enemigo. Hace bien en guardarse de extraños... como yo... —admitió Bertram en su mente—. Pero aún así, ha decidido ayudarme dándome su sangre para poder recuperarme. Dios, ¡es lo mejor he bebido hasta ahora!


   Al ver que no reaccionaba a sus palabras, Jünaj se dispuso a levantarse. Para poder retirar sus rodillas, sujetó la cabeza recostada de Bertram y la acomodó con sumo cuidado sobre el lecho de hojas del suelo. Se puso en pie y comenzó a sondear los alrededores en busca de cualquier movimiento o ruido que pudiera suponerles una amenaza.

—Según lo que parece, Lothar von Schwaben es quien convirtió en vampiros a Niels y a Jünaj, por lo que podría decirse que son hermanos de sangre. Un momento, ¿y yo...? —continuó razonando Bertram, percatándose de las últimas palabras que le dedicó Niels Rainath después de dispararle.


   Ese pensamiento provocó que Bertram por fin volviera en sí. Desde su posición podía vislumbrar cómo su rescatador permanecía atento y vigilaba el entorno en el que se encontraban. Visto así, le parecía mucho más alto de lo que creía, además de que imponía mucho respeto. Pero al contrario de lo que le ocurría con Niels, éste no le intimidaba, sino que le atraía el halo de misterio y serenidad que transmitía.

—Gracias por salvarme la vida, Jünaj —le contestó por fin Bertram—. Aunque, por no contarle a Niels dónde está Lothar, los míos van a pagarlo con la muerte.

—Lo siento si tu familia está en peligro —le indicó Jünaj agachándose para hablar con él—. No te culpes por ello. Niels no es de los que cumplen su palabra, y menos habiendo gente inocente de por medio. Aunque hubieses colaborado con él, tu final y el de los tuyos sería el mismo.

—¡Pero no puedo permitir que les haga daño! Aunque no sé ni dónde están ni cómo puedo... —se lamentó Bertram.

—No quiero darte falsas esperanzas, pero en el pueblo hay quienes podrían ayudarte. Acompáñame y veremos qué podemos hacer —le declaró Jünaj ofreciéndole su mano para que pudiera incorporarse—. Además, aquí estamos en peligro. Aunque Niels ya no puede llegar hasta este lugar, sus hombres armados sí que podrían darnos algún susto.


   Sin pensarlo ni un instante, Bertram alargó su brazo para agarrar la mano tendida de Jünaj. Pero cuando sus dedos rozaron la palma de éste, Jünaj se deslizó hacia él y asió con fuerza su antebrazo, levantándolo al pegar un tirón hacia él. Inmediatamente, emprendió una marcha a gran velocidad a lo largo de un buen trecho del bosque, esquivando árboles y sorteando desniveles con ágiles y medidos saltos. Y todo ello, teniendo agarrado a Bertram, cuyas piernas no llegaban a tocar el suelo ni tampoco chocaban contra ningún obstáculo. A pesar de la brusquedad del medio de transporte, confiaba en llegar de una pieza.


   Enseguida, aparecieron en un núcleo de población con una veintena de casas, entre las que se erigía una fortaleza de piedra. Jünaj aminoró la velocidad hasta detenerse frente a la puerta de la edificación más imponente del lugar. Como acto reflejo, se giró hacia Bertram y lo sujetó con ambas manos para evitar que cayera al suelo por efecto de la inercia, mientras que éste se reponía del viaje.

—Ya hemos llegado. Eres bienvenido a mi hogar —le anunció Jünaj confirmando que su acompañante se encontraba en buenas condiciones—. Siéntete como en casa.


   Cuando Bertram terminó de tambalearse, Jünaj dejó de sostenerle. A continuación, se dirigió hacia la puerta y la abrió con un sutil empujón de sus manos. Tras hacerle un gesto amable a modo de invitación, Bertram accedió al interior. Se detuvo a contemplar la estancia que hacía las veces de recibidor, donde los ventanales parecían estar tapados por gruesos tapices que hacían juego con la alargada alfombra que cubría el suelo de piedra. La decoración era austera, aunque destacaba una majestuosa escalinata que permitía ir a las plantas inmediatamente superior e inferior. A un lado y a otro había varias puertas que llevarían a otras habitaciones y salas. De una de ellas, salió una chica que les había escuchado llegar.

—Buenas noches, Jünaj. Veo que finalmente has accedido a traer al forastero —comentó ella alegremente, refiriéndose a Bertram—. Bienvenido, mi nombre es Itzel.

—Gracias. Encantado. Yo soy Bertram —le respondió, devolviéndole el saludo, a la vez que intentaba discernir si se trataba de otra vampiro.

—¿Cómo se encuentra Erika? —le preguntó Jünaj, interesándose por el estado de su otra invitada.

—Aún no ha despertado, pero su cuerpo sigue regenerando las heridas gracias a la sangre de mi hermano —le informó Itzel—. Por cierto, me ha dicho que iba de nuevo al lugar del accidente por si necesitabas su ayuda.

—No me he encontrado con Balam, pero no debería tardar mucho en volver. En unas horas empieza su turno de trabajo en la ciudad —le comentó Jünaj—. Por cierto, voy a necesitar alimentarme. ¿Podrías avisar a tu padre para que se encargue mañana del ritual?

—Por supuesto. Se alegrará mucho cuando se lo cuente —asintió Itzel sonriendo al escuchar la petición de Jünaj—. Y seguro que será un espectáculo digno de ver.

—Gracias, Itzel. Nos retiramos un rato a mis aposentos —le indicó Jünaj señalando hacia las escaleras.


   Se despidieron de ella y el anfitrión le pidió a Bertram que lo acompañara hacia la planta de abajo. Todo estaba iluminado mediante la combinación de viejas lámparas de electricidad y las llamas de algunas antorchas encastadas en los soportes de las paredes. Al llegar a la primera puerta, Jünaj sacó de un bolsillo la llave que la abriría. Éste volvió a invitarle a pasar, apartándose del umbral e indicándoselo con un gesto de su brazo. Al fondo se escuchaba una voz femenina que empezaron a entender conforme se adentraron en la estancia.

—(...) donde los servicios de emergencias y la policía han certificado la muerte de dos hombres y una mujer, en el ya denominado como «el crimen de la ambulancia». Por el momento, solo se ha podido identificar al conductor de la ambulancia, del que únicamente ha trascendido que fue decapitado. Todavía quedan muchos interrogantes por esclarecer en las inmediaciones de la estación...

—Esta radio es mi único enlace directo con el mundo exterior —le confesó Jünaj conforme la apagaba—. De momento, la dejaremos descansar un rato.


   Habían atravesado el hogar, hasta llegar a una especie de despacho, donde además del aparato de radio, se encontraba un gran piano y varias estanterías cargadas de libros. La mayoría tenían las tapas desgastadas y parecía que había pasado más de un siglo desde que salieron de su imprenta. En contraste con el Elíseo de Stuttgart, el lugar carecía de lujos y exquisiteces, pero aún así parecía un lugar bastante acogedor y cómodo, siendo realmente parte de una prisión.

—Aguarda aquí. Te traeré algo de ropa oscura para disimular la sangre de tus heridas abiertas, antes de ir a hablar con los lugareños —le anunció Jünaj señalando a la carnicería que tenía en el pecho y que los jirones de su camisa ensangrentada apenas conseguían tapar.

—No consigo curar el último disparo de Niels, aunque siento que todavía tengo suficiente sangre en mi cuerpo —le contestó Bertram, observando el boquete que aún tenía en el tórax a la vez que desabrochaba los botones que aún quedaban sanos en la prenda.

—Has llegado al límite de tu curación por hoy. Necesitas dormir para que tu cuerpo pueda seguir regenerándose. Estarás como nuevo en un par de días —le aclaró Jünaj, volviendo con una caja metálica llena de vendajes y una pieza de ropa negra—. Ahora, siéntate en ese taburete.


   De forma automática, tomó asiento, además de acceder al resto de peticiones que Jünaj le formuló a continuación. Una vez que Bertram se había despojado de la camisa, levantó los brazos tal y como le había indicado su anfitrión. Éste comenzó a extender los vendajes alrededor de su tronco, cubriendo sus heridas, que no tardaron de empaparse con algo de sangre.


   Esa estampa le recordaba a las veces en que su hijo llegaba a casa con alguna herida que se había hecho jugando o al pasear en su bicicleta con ruedines. Él, como cualquier otro padre, se encargaba de consolar al niño y hacerle las curas botiquín en mano, cuando no estaba su mujer. Por supuesto no lo hacía tan bien como ella, al ser enfermera, pero su hijo quedaba igual de satisfecho y contento al final. Se preguntó dónde estarían ahora y qué podría hacer para rescatarles, si es que aún seguían con vida.

—Hay algo que me gustaría preguntarte, Bertram Kastner —le sorprendió Jünaj, interrumpiendo sus pensamientos—. ¿Qué has visto cuando has bebido mi sangre?




En ese momento, ¿qué decide hacer Bertram?

A) Le cuenta todo sobre la visión, ya que es algo que pertenece al pasado de Jünaj.
B) Prefiere contarle otra visión de las que ha tenido previamente y ocultarle lo que vio. Indicar cuál.
C) Le miente, contestando que no ha tenido ninguna visión mientras bebía su sangre.
D) Le pregunta que cómo sabe que tuvo una visión en ese momento.
E) Le reclama que en ningún momento le indicó su apellido y le cuestiona que cómo puede saberlo.

Elige hasta dos opciones y deja una respuesta con ellas. La combinación de las dos más votadas dará forma a la continuación de la historia. En cualquier caso, puedes incluir más detalles en todas ellas.

Como ayuda, los posibles recuerdos de la opción B son:
B1) Secuaz de Niels - Casa ardiendo
B2) Niels Rainath - Encuentro con Volker Banach
B3) Alger Furst - Conversación telefónica con Gretchen
B4) Víctima desconocida en Vennysbourg



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sábado, junio 24, 2023

Bertram Kastner (22) - Última voluntad

Sin haber logrado convencer a Jünaj para permitir su acceso a Kreuzungblut, Niels Rainath irrumpe en el lugar donde se encuentra Bertram. Tras amenazarles con disparar su armas, Jünaj abandona a Bertram a su suerte.

Esta es la 22ª página del relato interactivo de Bertram Kastner, basado en el juego Vampiro La Mascarada. Puedes participar en los comentarios decidiendo sus siguientes pasos. También en el hilo de Twitter y en la publicación correspondiente de Wattpad.



   Haciéndose de rogar ante Niels Rainath, Bertram se tomó unos segundos para ponerse en una postura más favorable a la hora de intentar alcanzar la pistola olvidada. Una vez que creyó que el momento adecuado había llegado, se impulsó hacia adelante y pegó un salto muy medido, aterrizando con los brazos estirados y pudiendo agarrar el arma sin ningún contratiempo. Los dedos de sus manos se amoldaron rápidamente a ella, apuntando hacia su enemigo y presionando el gatillo sin más dilación.


   Pero algo faltaba en toda esta sucesión de acciones: la detonación del disparo. Volvió a apretar el gatillo, obteniendo el mismo chasquido tímido. Y conforme más veces lo intentaba, la desesperación y angustia se apoderaban de él. Fue la gran carcajada en la que estalló Niels al ver sus inútiles intentos por accionar el arma la que detuvo el empeño de Bertram por cumplir su plan.

—Eres muy ingenuo si creías que te iba a permitir que me disparases tan fácilmente —se burló Niels, apuntándole con su revólver y señalando con la linterna al hombre que estaba tendido en el suelo—. Mientras venía hacia aquí, escuché cómo Ernest efectuaba trece disparos en total. Estaba totalmente convencido de que la pistola estaba vacía, ya que su cargador sólo tiene espacio para doce balas. He de reconocer que no he intervenido antes para poder deleitarme con la cara de derrota que pondrías.

—Joder. ¿Cómo iba a imaginarme esto? —se dijo a sí mismo Bertram, mirando con incredulidad el arma que había arruinado su único plan de supervivencia—. ¿Y ahora qué hago?

—Así pues, ¿unas últimas palabras antes de abandonar este mundo, Bertram? —le inquirió Niels, manteniéndole en el punto de mira de su revólver.

—Sí, ¡vete al infierno! —le gritó Bertram, a la vez que le arrojaba la pistola inservible con todas sus fuerzas y rabia.


   Con un movimiento instantáneo de su brazo, Niels rechazó el objeto con la linterna que portaba, acabando ésta destrozada. Y antes de que el arma cayera al suelo y quedada perdida entre la maleza del bosque, apretó el gatillo de su lujosa pistola.


   De nuevo, Bertram pudo percibir todo su entorno a cámara lenta, viendo cómo la bala se acercaba de lleno a su pecho. Pero, a diferencia de lo que había ocurrido en el taxi, su cuerpo ya no respondía a sus órdenes de esquivarla. Paralizado, notó cómo el proyectil tocaba su piel, quemándola por el calor adquirido. Enseguida, comenzó a escarbar en su carne para introducirse de lleno en su tórax, expulsando sangre a presión a través del orificio de entrada. Finalmente, sin encontrar ninguna resistencia ósea, la bala perforó su espalda y escapó de su cuerpo, dejando tras de sí una herida de gran consideración y una lluvia de salpicaduras rojas.


   Cualquier humano estaría sentenciado a muerte tras recibir un impacto de tal calibre y precisión. Y, aunque su naturaleza vampírica le permitía sobrellevar las heridas de bala, en esta ocasión, su cuerpo parecía haber llegado al límite. Sin ofrecer ninguna resistencia, se dobló hacia atrás debido al empuje del proyectil, quedando apoyado sobre sus rodillas y con la espalda a escasos centímetros de tocar el suelo. Sus brazos quedaron colgando inertes, como si de una marioneta se tratara, con los dedos de las manos mezclándose entre las briznas de las plantas y la tierra. Y su cuello arqueado dejaba a su cabeza mirando hacia el cielo, vomitando un cúmulo de sangre por la boca.

—Aquí se acaba tu ridícula epopeya, Bertram Kastner —declaró Niels Rainath guardando el arma del crimen en un bolsillo de su chaqueta—. Ya no nos darás ningún quebradero de cabeza más. Pero antes de convertirte en polvo, me revelarás con tu sangre todo lo que quiero saber.


   Intentando recomponerse, Bertram sólo fue capaz de tambalear su cabeza, pudiendo ver con su mirada borrosa cómo Niels se aproximaba a él.

—No... no te acerques a mí —pronunció Bertram consumiendo sus últimas fuerzas para hablar.


   La sonrisa maquiavélica de Niels se desdibujó de inmediato de su rostro, a la vez que detenía su avance.

—¿Cómo demonios eres capaz de hacerme esto? —le preguntó Niels sorprendido e indignado, haciendo un gran esfuerzo por dar el siguiente paso—. Por mucho que también seas descendiente directo de Lothar, mi antigüedad es superior, además de que tu estado es lamentable. ¡No deberías poder doblegarme así!


   Inmediatamente, Niels Rainath cayó impulsado hacia atrás, como si hubiera recibido un gran golpe de un oponente invisible.

—No, ¡Jünaj! —exclamó conforme se incorporaba y miraba agitado a un lado y a otro—. ¡Muéstrate, salvaje cobarde!


   Bertram ya no era capaz ni de esbozar una sonrisa al escuchar que Jünaj había vuelto para enfrentarse a Niels. De repente, notó cómo unos brazos le envolvían desde su espalda y unían sus manos sobre el boquete de la herida que tenía en el pecho. A continuación, tiraron de su cuerpo hacia el suelo, comenzando a hundirlo lentamente en la tierra. Poco a poco, percibía cómo su carne se convertía en un conglomerado que se fundía con el suelo del bosque.


   Ya no podía ver nada, pero sí escuchar el sonido de numerosos disparos cuyos impactos hacían vibrar la tierra que tenía encima. Su cuerpo, o una esencia de él, seguía siendo arrastrado hacia las profundidades del suelo, guiado por Jünaj. Como si se tratase de un rescate marítimo, éste comenzó a desplazarse en horizontal, alejándose del lugar en el que se encontraba Niels Rainath.


   Posiblemente habían transcurrido más de dos horas desde que se habían adentrado en subsuelo forestal, pero la distorsionada percepción del espacio y tiempo de Bertram no era capaz de confirmarlo. Su nivel de consciencia era intermitente, pero llegó a un punto en el que sentía cómo su propia existencia se iba desmoronando y desvaneciendo lentamente. De inmediato, ambos vampiros emergieron violentamente a la superficie, expulsando varios puñados de tierra alrededor de ellos. Jünaj comprobó con cierta preocupación el estado del maltrecho cuerpo de Bertram y acomodó la cabeza de éste sobre su regazo.

—Me alegro de volver a verte, Bertram —le reconoció en voz muy baja y manteniendo el contacto visual—. Ahora, bebe algo de mi sangre, o de lo contrario no tardarás en morir definitivamente.


   El cuerpo de Bertram comenzó a convulsionar a la vez que sus extremidades se volvían raquíticas y rígidas. Rápidamente, Jünaj clavó sus colmillos en su propia muñeca, abriendo dos hilos de sangre densa que dispuso para que cayeran dentro de las fauces de Bertram. Éste, tardó unos segundos en reaccionar, tragando de golpe todo lo que se había acumulado en su boca y moviendo su mandíbula de forma similar a un pez, como si de esa manera fuera a conseguir más sangre.

—Cálmate, te vas a recuperar. He logrado pillarte a tiempo —murmuró Jünaj moviendo su brazo para seguir dirigiendo los chorros de sangre y que ésta no se derramara fuera debido a la agitación de éste.


   Bertram sentía cómo el líquido vital recorría su cuerpo, reviviendo las venas y arterias que habían colapsado hacía unos instantes. La carne abierta alrededor de sus heridas parecía cobrar vida propia y tímidamente empezaba a regenerarse al ritmo de pequeños espasmos y temblores.


   Pero su cuerpo no fue lo único que sufrió una explosión de vitalidad, ya que su mente se llenó de ese color azul cielo que tanto anhelaba y que brillaba de forma vibrante ante él. Enseguida, dio paso a una visión que discurría en una especie de patio de lo que parecía una fortaleza medieval. Sujeto con grilletes en sus tobillos, muñecas y cuello, Bertram se encontraba de rodillas anclado a un obelisco de piedra en el centro del enclave. Iba ataviado con unos harapos blancos y empolvorizados, como si se tratara de un prisionero o un esclavo.



   Desde allí, alzó la vista y pudo contemplar un cielo nocturno prácticamente despejado, en el que se apreciaban algunas constelaciones de estrellas. Sin embargo, pronto se percató de no ser él quien estuviera moviendo su cuerpo. Tal y como le había ocurrido en otras ocasiones que bebía sangre, parecía estar rememorando las vivencias de alguien en primera persona.


   De repente, uno de los portones que daban acceso al patio abrió sus hojas violentamente, estremeciendo los muros y las losas del suelo de piedra. Alguien irrumpió desde allí, alzando la voz y notablemente irritado.

—No creas que tu intento de asesinarme te va a salir gratis, maldito salvaje —le sentenció de forma airada Niels Rainath, acercándose a él con paso decidido y firme.


   Antes de lo que esperaba, Niels ya estaba ante él, deteniéndose y propinándole un violento puñetazo en la cara. Sin ninguna resistencia ni oposición, encajó el golpe, saliendo despedido hacia un lado y siendo frenado por las cadenas chirriantes de los grilletes que agarraban su cuerpo.

—¡Niels, la decisión ya está tomada! —retumbó una voz desde el arco de la puerta—. No castigues a tu hermano por tu cuenta.

—¡No le llames así, padre! —le replicó Niels, poniendo un pie sobre el costado del preso y oprimiéndole con insistentes pisotones—. ¡No era nadie cuando decidiste convertirlo! ¡Por ello, no es digno de nuestro linaje!

—Detente, Niels —añadió el mismo hombre de forma tajante—. ¿Acaso estás cuestionando mi criterio de decidir quién es digno y quién no?


   Niels resopló varias veces, al no estar conforme con la orden. Pero tampoco quería discutir con su progenitor vampírico, por lo que, finalmente, optó por retirarse, dando un paso hacia atrás. Desde esa posición, Bertram abrió de nuevo los ojos y pudo reconocer a Lothar von Schwaben bajo el arco del gran portón. A la misma vez que él, una procesión de distintas figuras con atuendos nobiliarios abandonaban la sala contigua y accedían al patio en el que se encontraba encadenado.

—¡La culpa la tiene ese maldito crío! —continuó Niels, señalando a un niño que caminaba junto a Lothar—. Cientos de años siendo un pelele inútil, sin ser capaz de articular palabra alguna ni de reaccionar ante nada... ¡y precisamente hoy se manifiesta a favor de perdonarle la vida a Jünaj!

—¡Niels! No consiento que te dirijas así a Heiko. Por su antigüedad y posición, tiene el mismo derecho que tú a participar y votar en el Cónclave —le reprochó Lothar visiblemente molesto, ante la atenta mirada del resto de camaradas.


   Mientras se incorporaba y se quedaba sentado en el suelo, Bertram dirigió su vista al muchacho, acompañándola de una sonrisa cargada con cierta complicidad. Aún sabiendo que Heiko no iba a salir de su trance y que mantendría su mirada perdida en el infinito, Bertram tenía la esperanza de que, de alguna manera, su gesto no quedaría en vano.

—Agradécele al pequeño von Kleist el no poder poner fin a tu mísera existencia bajo los rayos del Sol —le espetó Niels conforme se disponía a abandonar el patio, junto a un puñado de nobles que siguieron sus pasos—. Que disfrutes del resto de tu vida encerrado entre estas piedras y escombros, salvaje.


   Lothar esperó a que Niels cruzara uno de los arcos de salida para continuar su avance hacia el centro del patio. Mientras tanto, Bertram se puso lentamente en pie, agachando la cabeza a modo de respeto cuando éste llegó junto a él. Lothar se mantuvo en silencio durante unos segundos, aprovechando para reflexionar mientras contemplaba al prisionero. Dejó escapar un pequeño suspiro para descargar algo de tensión e hizo uso de la palabra.

—Jünaj, como ya habrás averiguado, el Cónclave ha tomado una decisión sobre tu devenir a colación de tu intento fallido de fratricidio —le expuso Lothar de una forma pausada y solemne—. Finalmente, no serás ejecutado bajo los rayos del Sol en esta mazmorra sin techo. Sin embargo, serás despojado de tu corazón, que permanecerá recluido en este enclave de Kreuzungblut. Eso te convertirá en el prisionero de este lugar, del cual no podrás alejarte de ahora en adelante.


   Los murmullos de los espectadores que les acompañaban en el patio empezaron a hacerse notables. Ante eso, Lothar alzó su brazo y volvió a reinar el silencio.

—Viendo la posición de vulnerabilidad en la que te encontrarás, solicitaré a los magos de sangre el limitar el libre trasiego de vástagos y cualquier poder vampírico a este lugar —prosiguió Lothar, volviendo a solicitar el cese de las conversaciones entre los asistentes—. Serás tú, Jünaj, el que tenga la potestad de permitir o denegar la entrada a cualquier vampiro que solicite acceso.

—Ya es suficiente —pronunció Jünaj, provocando que todos en el patio, excepto Heiko von Kleist, alzaran la vista hacia la bóveda celeste, de donde provenía su voz.


   Bertram contempló cómo el rostro de Jünaj le tapaba una buena parte de la panorámica del cielo, mientras que salía de su ensimismamiento. Terminó de degustar las últimas gotas de sangre que éste había vertido en su boca, a la vez de que cerraba la herida de su ensangrentada muñeca. Sin llegar a revisar en qué situación se encontraban sus heridas, sentía cómo un torrente sanguíneo encabritado recorría todo su cuerpo.




Una vez que Bertram se encuentra más recuperado, ¿qué será lo primero que haga?
A) Intentar beber más sangre, mordiendo a Jünaj
B) Increpar a Jünaj por haber dado lugar a que Niels casi le matara
C) Contarle que como no ha accedido a la petición de Niels, su familia está en peligro
D) Contarle la visión que acaba de vivir

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Bertram Kastner (26) - Vulnerable

Esta es la continuación directa del capítulo Bertram Kastner - 25. Bertram había caído inconsciente al oír hablar de su investigación y su v...